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miércoles, 16 de noviembre de 2022

Capítulo 3


¿Sabía que él iba a encontrarla? Tal vez. Tal vez ella lo necesitaba.

Ness: Hay algunas cosas que no cambian -dijo mientras Zac se ponía a su lado-.

Zac: Eso lo he averiguado en una tarde -dijo pensando en el pueblo, que estaba casi igual que antes. Y en lo que sentía por aquella mujer-. ¿Dónde está tu hija?

Ness: Durmiendo.

Zac se sentía más calmado que aquella tarde, y quería seguir así.

Zac: No te he preguntado si tenías más hijos.

Ness: No -respondió, y él percibió cierta melancolía en su voz-. Sólo tengo a Clara.

Zac: ¿Por qué elegiste ese nombre?

Ella sonrió. Era típico de él hacer una pregunta que a ninguna otra persona se le ocurriría.

Ness: Lo elegí de El cascanueces. Quería que fuera capaz de soñar. -Se metió las manos en los bolsillos, y se dijo que sólo eran dos amigos paseando por un pueblo tranquilo-. ¿Te vas a hospedar en la posada?

Zac: Sí -con una sonrisa, se frotó la barbilla con la mano-. Brown me subió personalmente las maletas a la habitación.

Ness: Siempre supo que llegarías lejos.

Se volvió y miró a Zac. Al principio había visto al muchacho, pero en aquel momento vio al hombre. Se le había oscurecido el pelo, aunque seguía siendo muy rubio. Ya no lo llevaba despeinado, y tenía un corte moderno; el flequillo le caía sobre la frente de un modo muy atractivo. Todavía tenía la cara delgada, y las mejillas hundidas, algo que siempre la había fascinado. Y sus labios seguían siendo carnosos, pero tenían un gesto duro que antes no estaba allí.

Ness: Has llegado lejos, ¿verdad? Has conseguido todo lo que querías.

Zac: Casi todo. ¿Y tú, Vanessa?

Ella hizo un gesto negativo y miró al cielo mientras caminaban.

Ness: Yo nunca quise tantas cosas como tú, Zac.

Zac: ¿Eres feliz?

Ness: Si una persona no es feliz, es por su culpa.

Zac: Eso es demasiado simplista.

Ness: No he visto las cosas que has visto tú. No he tenido que enfrentarme a las cosas a las que tú te has enfrentado. Yo soy sencilla, Zac. Ése fue el problema, ¿no?

Zac: No. -Hizo que ella se girara y lo mirara, y le acarició las mejillas. Él no llevaba guantes, y Vanessa notó sus dedos cálidos contra la piel-. Dios, no has cambiado. He recordado mil veces cómo eras a la luz de la luna. Exactamente así.

Ness: He cambiado, Zac -susurró-. Y tú también.

Zac: Hay cosas que no cambian -replicó, y cedió a sus impulsos-.

Cuando sus labios se tocaron, Zac supo que había vuelto a casa. Todo lo que recordaba, todo lo que había creído perdido, fue suyo de nuevo. Ella era suave y olía a primavera, aunque todo estuviera cubierto de nieve. Su boca era dulce, como la primera vez que la había besado. Zac no sabía explicar, ni siquiera a sí mismo, por qué todas las demás mujeres a las que había abrazado no eran más que una sombra del recuerdo que tenía de ella. En aquel momento, Vanessa era real, estaba entre sus brazos y le daba todo lo que había olvidado que podía tener.

Sólo una vez, se prometió Vanessa, mientras se derretía contra él. Sólo una vez más. ¿Cómo podía saber que su vida tenía tal vacío? Había intentado cerrar la puerta a la parte de su vida que incluía a Zac, aunque sabía que eso no era posible. Había intentado convencerse de que todo aquello sólo había sido una pasión juvenil y una fantasía infantil, pero sabía que no era cierto. No había habido más hombres, sólo el recuerdo de uno, y deseos, sueños medio olvidados.

En aquel momento, no estaba abrazada a ningún sueño, sino a Zac, tan real y tan apremiante como siempre. Todo le resultaba familiar de él. El sabor de sus labios, el tacto de su pelo, su esencia masculina, áspera y curtida, que siempre desprendía, incluso de niño. Él murmuró su nombre y la estrechó contra sí, como si los años estuvieran intentando separarlos de nuevo.

Ella lo rodeó con los brazos, tan ansiosa, tan anhelante y tan enamorada como estaba la última vez que habían estado juntos. El viento les sacudió los tobillos y formó remolinos de nieve mientras la luz de la luna los envolvía.

Sin embargo, aquello no era el ayer, y Vanessa dio un paso atrás. Tampoco era el mañana. Era hoy, y ella tenía que enfrentarse al presente. Ya no era una niña sin responsabilidades, y con un amor tan grande que superara todas las demás cosas. Era una mujer con una hija y una casa. Él era un nómada, y nunca había querido ser otra cosa.

Ness: Lo nuestro terminó, Zac. Terminó hace mucho tiempo.

Zac: No -replicó, y la agarró antes de que pudiera darse la vuelta-. No es verdad. Yo he intentado convencerme de ello, y he venido para demostrarlo. Te he tenido metida en la cabeza durante la mitad de mi vida, Vanessa. Nunca va a terminar.

Ness: Me dejaste -dijo con los ojos llenos de lágrimas-. Me rompiste el corazón. Me ha costado mucho superarlo, Zac, y no vas a volver a rompérmelo.

Zac: Sabías que tenía que marcharme. Si hubieras esperado…

Ness: Ya no importa. No importa, porque dentro de unos días ya te habrás ido otra vez. No voy a dejar que entres y salgas de mi vida a placer, y que dejes mis emociones hechas un caos. Ambos elegimos, Zac.

Zac: Te he echado de menos.

Ella cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaban secos.

Ness: Yo tuve que dejar de echarte de menos. Por favor, déjame en paz, Zac. Si pensara que podíamos ser amigos…

Zac: Siempre lo fuimos.

Ness: Zac, tú fuiste mi mejor amigo, pero ya no puedo aceptarte de nuevo, porque me asustas mucho.

Zac: Vanessa -dijo, y la tomó de la mano-. Necesitamos más tiempo para hablar.

Ella exhaló un suspiro.

Ness: Ya sabes dónde puedes encontrarme, Zac. Siempre lo has sabido.

Zac: Deja que te acompañe a casa.

Ness: No -respondió, ya más calmada-. Esta vez no.


Desde la ventana de su habitación, Zac veía casi toda Main Street. Podía mirar las tiendas o a la gente que caminaba hacia la plaza del pueblo. A menudo, sus ojos se desviaban hacia la casa blanca que había al final de la calle. Como se sentía inquieto, estaba despierto, junto a la ventana, cuando Vanessa había salido a la puerta con Clara, para despedirla cuando la niña iba a la escuela con otro grupo de colegiales. Ella se agachó para abotonarle a su hija el cuello del abrigo. Después, se quedó inmóvil, siguiendo al grupo de niños con la mirada. Se había quedado en la puerta un largo rato, de espaldas a él, mientras el viento le agitaba el pelo. Zac esperaba que se diera la vuelta y mirara hacia la posada, pero ella había vuelto a entrar sin pararse a mirar atrás.

Y en aquel momento, horas más tarde, él estaba otra vez en la ventana, y seguía inquieto. Entró mucha gente a la Casa de Muñecas. El negocio debía de ir muy bien. Ella estaba ocupada, trabajando, mientras él estaba junto a la ventana, sin afeitar, y su ordenador portátil permanecía silencioso en el escritorio, a su lado.

Tenía la intención de trabajar en su novela durante unos cuantos días, en una novela que se había propuesto escribir. Era otra de las promesas que no había podido cumplir a causa de las exigencias de sus viajes y su trabajo de reportero. Creía que podría trabajar allí, en el pueblecito tranquilo donde había crecido, alejado de las exigencias del periodismo y del ritmo de vida vertiginoso que se había impuesto. Esperaba muchas cosas; lo que no se esperaba era que siguiera tan enamorado de Vanessa como lo estaba a los veinte años.

Zac se alejó de la ventana y miró el ordenador. Podía sentarse a trabajar durante todo el día y toda la noche, porque tenía la disciplina necesaria para ello. Sin embargo, en su vida había más cosas que un libro a medio escribir. Estaba empezando a darse cuenta.

Cuando se hubo afeitado y vestido, ya eran más de las doce. Se le ocurrió la idea de cruzar la calle para comprobar si Mindy seguía sirviendo la mejor sopa casera del pueblo, pero no le apetecía charlar. Así pues, se dirigió hacia el sur para alejarse deliberadamente de Vanessa. No iba a hacer el ridículo persiguiéndola otra vez.

Mientras caminaba, se cruzó con una docena de personas a las que conocía. Lo saludaron con palmadas en la espalda, apretones de mano y curiosidad. Recorrió Left Bank, subió por Carnaby Street y atravesó los callejones estrechos de Venice. Después de una década, Main Street era igual de fascinante que antes. Había una señal de barbero cuyas rayas rojas, azules y blancas giraban sin parar, y un cartón con la imagen de Papá Noel a tamaño natural, a la salida de una boutique, que hacía gestos a los transeúntes para que entraran.

Zac vio un escaparate lleno de flores de Pascua y entró en la tienda. Compró la maceta más grande que podía trasladar. La dependienta estaba en la misma clase del instituto que él, y lo detuvo durante diez minutos antes de que pudiera escapar. Esperaba que le hicieran preguntas, pero no se imaginaba que se hubiera convertido en una celebridad para todo el pueblo. Aquello le divertía. Salió de la tienda y bajó por la calle como había hecho cientos de veces. Cuando llegó a la casa de la viuda Marchant, no se molestó en llamar. Según su vieja costumbre, dio la vuelta a la casa y tocó la puerta trasera. Todavía vibraba. Fue un detalle insignificante que a él le agradó enormemente.

Cuando la viuda abrió, y sus ojillos de pájaro lo miraron a través de las hojas de las flores, él se puso a sonreír como un crío de diez años.

**: Ya era hora -dijo ella-. Límpiate los pies.

Zac: Sí, señora.

Zac se limpió las botas en el felpudo y entró en la cocina. Dejó la maceta sobre la mesa.

La viuda no medía más de un metro cincuenta centímetros, y estaba ante él, con las manos en las caderas. Se había encorvado un poco con la edad, y su cara era una melodía de arrugas y líneas de expresión. Llevaba un delantal cubierto de harina. Zac olió las galletas que había en el horno, y oyó el sonido majestuoso de la música clásica que le llegaba a través de los altavoces del salón. La viuda asintió hacia las flores.

**: Siempre te gustaron los grandes gestos. Veo que has engordado un poco, aunque no te vendría mal engordar un poco más. Ven, dame un beso.

Zac se inclinó para darle un beso en la mejilla, pero sin darse cuenta, la abrazó. Sintió su fragilidad. No se había dado cuenta al mirarla, pero seguía oliendo a las cosas buenas que él recordaba: a jabón, a polvos de talco y a azúcar caliente.

Zac: No parece que te sorprenda mucho verme -murmuró mientras se erguía-.

**: Ya sabía que estabas aquí -respondió la viuda, y se dio la vuelta hacia el horno, porque se le habían llenado los ojos de lágrimas-. Lo supe antes de que se secara la tinta de tu firma en el libro de huéspedes del hotel. Siéntate y quítate el abrigo. Tengo que sacar las galletas del horno.

Zac se sentó en silencio, mientras ella trabajaba, y absorbió aquella sensación tan hogareña. Cuando era niño, siempre que iba allí se sentía seguro. Mientras la observaba, ella comenzó a calentar chocolate en un pequeño cazo.

**: ¿Cuánto te quedas?

Zac: No lo sé. Se supone que tengo que estar en Hong-Kong dentro de un par de semanas.

**: Hong-Kong -repitió la viuda, y frunció los labios mientras colocaba las galletas en una bandeja-. Has estado en todos los sitios que querías, Zac. ¿Eran tan emocionantes como tú pensabas?

Zac: Algunos sí -respondió, y estiró las piernas. Se le había olvidado lo que era estar relajado en cuerpo y alma-. Otros no.

**: Y ahora has vuelto a casa -dijo ella, y puso las galletas sobre la mesa-. ¿Por qué?

Podría haber evitado el tema con una evasiva. Podía incluso haberse mentido a sí mismo. Sin embargo, con ella sólo valía la verdad.

Zac: Por Vanessa.

**: Siempre fue así -dijo ella. Volvió al fogón y removió el chocolate-. Te enterarías de que se casó con Drew.

Y, con ella, tampoco tenía que ocultar su amargura.

Zac: Seis meses después de marcharme, llamé. Había conseguido un trabajo en Today's News. Me iban a mandar a un agujero de Chicago, pero era algo. Llamé a Vanessa, pero respondió su madre. Fue muy amable, incluso comprensiva, cuando me dijo que Vanessa se había casado hacía tres meses, y que iba a tener un bebé. Colgué y me emborraché. Al día siguiente, por la mañana, me fui a Chicago -explicó. Tomó una galleta de la bandeja y se encogió de hombros-. La vida sigue, ¿no?

**: Sí. O nos arrastra consigo, o nos atropella. Y ahora, sabiendo que está divorciada, ¿qué piensas?

Zac: Nos prometimos algo el uno al otro. Ella se casó con otro.

**: Por tu aspecto, se diría que ahora eres un hombre y no un niño terco. Vanessa Hudgens…

Zac: Vanessa Selley -la corrigió-.

**: De acuerdo -dijo la viuda, y comenzó a servir el chocolate en un par de tazas. Las puso sobre la mesa y se sentó junto a Zac-. Vanessa es una mujer fuerte y bella, por fuera y por dentro. Está criando a su hija sola, y lo está haciendo muy bien. Puso un negocio y lo lleva muy bien. Sola. Yo sé lo que es estar sola.

Zac: Si hubiera esperado…

**: Bueno, pero no lo hizo. Y lo que yo piense sobre sus motivos me lo guardo.

Zac: ¿Por qué se divorció de Drew?

**: Él las dejó, a ella y a la niña, cuando Clara tenía seis meses.

Zac: ¿Qué quiere decir que la dejó?

**: Tú deberías saberlo. La dejaste también -respondió la viuda. Tomó la taza y la sujetó con ambas manos-. Quiere decir que hizo las maletas y se marchó. Ella se quedó con la casa y con las facturas. Él vació la cuenta del banco y se marchó al oeste.

Zac: Pero tiene una hija.

**: No ha vuelto a verla desde que Clara estaba en pañales. Vanessa lo superó. Tenía que pensar en la niña, y no en sí misma. Sus padres la apoyaron. Son buena gente. Ella pidió un crédito y puso la tienda de muñecas. Nos sentimos orgullosos de tenerla aquí.

Zac miró por la ventana, hacia el viejo sicómoro, de cuyas ramas goteaba agua y nieve.

Zac: Así que yo me marché, y ella se casó con Drew, y él la dejó. Parece que Vanessa tiene la costumbre de elegir mal a los hombres.

**: ¿Tú crees?

A él se le había olvidado lo irónica que podía sonar su voz, y sonrió.

Zac Clara se parece mucho a Vanessa.

**: Ummm. Se parece a su madre, sí -dijo la viuda, y sonrió también, mirando la taza-. Pero yo veo mucho de su padre en ella. Se te está enfriando el chocolate, Zac.

Él le dio un sorbo, distraídamente. Con el sabor, tuvo una oleada de recuerdos.

Zac: No esperaba sentirme como en casa otra vez. Es raro. No me sentía en casa cuando vivía aquí, y ahora…

**: ¿Todavía no has ido por tu antigua casa?

Zac: No.

**: Ahora es de una pareja muy agradable. Construyeron un porche en la parte trasera.

Para él, eso no significaba nada.

Zac: Nunca fue mi casa -dijo. Puso la taza sobre la mesa y le agarró la mano-. Ésta era mi casa. Nunca conocí a otra madre que no fueras tú.

Su mano, delgada y seca como el papel, estrechó la de Zac.

**: Tu padre era un hombre duro, tal vez demasiado duro, por haber perdido a tu madre tan joven.

Zac: Sólo sentí alivio cuando murió. Ni siquiera lo lamento. Tal vez por eso me marché tan pronto. Sin él, y sin la casa, era el mejor momento.

**: A lo mejor para ti. Y a lo mejor éste es el mejor momento para que hayas vuelto. No eras un buen chico, Zac. Pero tampoco eras tan malo. Date un poco de tiempo.

Zac: ¿Y Vanessa?

**: Que yo recuerde, no la cortejaste mucho. Me parece que la chica te seguía allá donde fueras. Un hombre que ha estado en tantos lugares sabrá cómo cortejar a una mujer. Seguramente, habrás aprendido alguno de esos idiomas tan elegantes.

Él tomó una galleta y la mordió.

Zac: Alguna que otra frase.

**: Nunca he conocido a una mujer que no se dejara deslumbrar con uno de esos idiomas elegantes.

Él se inclinó y le besó las manos.

Zac: Te he echado de menos.

**: Sabía que ibas a volver. A mi edad, una sabe esperar. Ve a buscar a tu chica.

Zac: Creo que eso es lo que voy a hacer ahora. -Se levantó y se puso el abrigo-. Voy a visitarla otra vez.

**: Eso espero -respondió la viuda, y esperó hasta que él abrió la puerta-. Zac, abróchate los botones del abrigo.

Ella no sacó el pañuelo hasta que oyó que él cerraba la puerta al salir.


1 comentarios:

Lu dijo...

Ayy me encanto!
Me parece muy tierna, y tengo una leve sospecha que la hija de Ness es de Zac...

Sube pronto!!

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