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martes, 4 de enero de 2022

Capítulo 9

 
No era tan fácil levantar los párpados. Una fuerza invisible parecía empujarlos hacia abajo, pero en algún momento Vanessa lo consiguió. Por un instante no supo dónde se hallaba. Entonces se acordó. El chalet. La habitación principal que le había cedido a Zac. La noche anterior, sin embargo, no había habido ninguna diferencia. En algún momento, mucho después de quitarse el sujetador navideño, Zac la había llevado a la habitación. Luego la había depositado cuidadosamente sobre la cama y habían practicado sexo. Maravilloso, impresionante, sensual sexo.

Ahora ya había pasado todo. La fría luz de la mañana le atravesó los ojos y se preguntó si aquella noche había sido un error o no. No tenía respuesta para aquella pregunta. Sencillamente no lo sabía. Así que se dio la vuelta y miró a Zac. Aun dormía, su respiración era profunda y regular. Cuidadosamente, levantó la mano, para acariciar el contorno de su rostro. Zac abrió los ojos lentamente y sonrió adormilado.
           
Ness: Feliz Navidad -susurró-.
           
Zac: Feliz Navidad. -Estaba apoyado sobre un brazo y se frotaba los ojos. Entonces, la miró, con una tierna expresión en sus ojos-. ¿Has dormido bien?
           
Ness: Sí. Tal vez poco, pero eso no importa.
           
Zac: Esta noche ha sido maravillosa.
 
Una cálida sensación la embargó y la envolvió como si fuera una manta calentita.
           
Ness: Sí, ha sido maravillosa. Todavía está nevando -dijo tratando de encontrar otro tema antes de hacer el ridículo y terminar pronunciando palabras tales como «amor»-.
 
Porque ese era el problema. Se estaba enamorando de Zac. Del hombre que no quería otra cosa que sexo sin compromiso y que, a pesar de todo, era tan cariñoso y estaba tan atento a su bienestar que le dolía solo de pensarlo.

Zac desvío la mirada de ella hacia la ventana.
           
Zac: Parece que tendremos que pasar juntos las fiestas.
           
Ness: ¿Te parece bien?
           
Zac: No puedo pensar en nada más bonito que en pasar la Navidad contigo.
           
Ness: Es la cosa más bonita que me has dicho hasta ahora.
           
Zac: ¿Estás segura? Recuerdo haberte colmado de cumplidos esta noche. -Alargó la mano y le acarició la cara. Sus dedos se deslizaron sobre su piel, bajando del rostro al cuello y de allí a sus pechos. Aquel roce le provocó un hormigueó que se extendió a su vientre-. Todos eran ciertos -dijo en voz baja-.
           
Ness: ¿Lo eran?
           
Zac: Sí.
 
Zac se inclinó sobre ella y la besó. Su mano se deslizó más abajo, hasta su ombligo. Allí lo detuvo Vanessa, poniendo sus dedos encima de los de Zac.
           
Ness: ¿Qué tal si primero nos duchamos?
           
El baño estaba cubierto de una espesa bruma cuando salieron de la ducha. Vanessa se envolvió en un albornoz. Su cuerpo brillaba literalmente, y eso no a causa del agua caliente, sino por lo que Zac le había hecho en la ducha.

Él se colocó a su lado, la atrajo hacia así y la besó en la boca.
           
Zac: No me canso de ti -murmuró-.
           
Ness: Qué pena -le sonrió descaradamente-. Tengo mucha hambre.
           
Zac: De mí, espero -dijo, aun con aquella voz grave que dejaba traslucir su deseo-.
           
Ness: También. Pero primero necesito otra cosa.
           
Zac: ¡Mujeres! -suspiró y dio un paso atrás-. Nunca sacian su apetito.
           
Ness: Es culpa tuya.
           
Zac: Eso es lo que todas dicen -le cogió la mano-. Ven. Cuanto antes comas algo, antes podremos ir a la cama.
           
Ness: Para. -Colocándole una mano en el pecho, lo detuvo-. Tengo que coger una cosa.
           
Zac: ¿El qué? Todo lo que necesitamos está en la cocina. Mallory ha comprado provisiones para alimentar a un ejército hasta las próximas fiestas.
           
Ness: Deja que te sorprenda. Me vestiré y nos reuniremos en la cocina.
 
Vanessa entró en su habitación, se puso un par de pantalones vaqueros y una camiseta que se ató en la cintura. Luego rebuscó en la bolsa que Greg había traído al chalet en la motonieve. No le llevó mucho tiempo encontrar lo que quería regalarle a Zac. Lo metió en un calcetín rojo de Navidad, fue hasta la chimenea y lo colgó allí. Después cruzó la habitación hacia la cocina y se dispuso a preparar el desayuno. Podía ver a Zac por encima de la barra americana. Parecía que hubiera echado raíces en el salón, se había quedado mirando la chimenea.
 
Zac: ¿Me compraste un calcetín de Navidad?
           
Ness: Cuando lo compré, no sabía que era para ti.
           
Zac: Guau. -Se pasó la mano por el pelo con un gesto nervioso-. Ya sabes que no tengo nada para ti.
           
Ness: Oye, no es gran cosa. En esencia, ni siquiera es un regalo de verdad. Espero que te guste. Un poco, al menos.
           
Zac: Claro. Solo porque viene de ti.
 
Zac retiró cuidadosamente el calcetín del clavo. Luego se dirigió a la cocina aproximándose a ella, se sentó y desató el lazo. Al poco tiempo había liberado el árbol de Navidad en miniatura que Vanessa había comprado poco después de cruzar la frontera. Se lo quedó mirando con una sonrisa.
           
Zac: ¿Me regalas el árbol de Navidad?
           
Ness: Sí, porque estoy segura de que en Miami no habrá ni un solo adorno de Navidad, al menos no donde vives. Y eso es una pena.
 
Puso las manos en sus caderas y lo miró desafiante.
           
Zac: Tienes razón.
           
Ness: ¿Te gusta?
           
Zac: Mucho.
           
Ness: ¿De verdad? Sé que no te gusta la Navidad.
           
Zac: Si todas las fiestas fueran como esta, me encantaría. -Se levantó, se acercó a ella y la abrazó-. Gracias.
           
Tenía que regalarle algo. Quería regalarle algo. ¿Pero qué? Pensativamente, miró a Vanessa por encima del borde de su taza de café. Ambos se habían abalanzado sobre el desayuno. Huevos fritos con bacon y tostadas. Después de aquella larga noche, ambos estaban hambrientos y por lo tanto no les llevó mucho tiempo dar cuenta de todo.

Vanessa se levantó y alzó su taza en un gesto interrogativo.
 
Zac: ¿Quieres más café?
           
Ness: No, gracias.
           
Se dio la vuelta y se alejó de él, fue hasta la máquina y cogió la jarra que estaba sobre el calientaplatos. Él la miró mientras se servía, dejó que su mirada recorriera su cuerpo. Un cuerpo que conocía muy bien desde anoche. No sabía mucho de ella, pero al menos había descubierto lo que le gustaba en la cama. Como sonaba cuando tenía un orgasmo. Y luego estaba su profesión. Era algo más que un trabajo, eso era seguro, lo había comprendido mientras ella le contaba cómo había llegado a elegirla. La pasión en su voz. Su sentido de la justicia, que probablemente también provenía del hecho de que su madre había sido madre soltera. Después de que naciera, su padre había abandonado su casa y nunca más volvió a dejarse ver por la familia. Aun menos le había prestado ayuda económica a su madre.

Vanessa no solo era apasionada en la cama, sino también en su profesión. Y había algo más que le entusiasmaba. Algo más que la llenaba de pasión. La Navidad. Le encantaba aquella fiesta, y por eso también intentaba «convertirlo», para que albergara de nuevo esos días en su corazón. Una sonrisa se dibujó en sus labios al pensar en el pequeño árbol de Navidad que ella le había regalado. De alguna manera ella había logrado despojarle de su aversión por aquella fiesta. Y de repente supo lo que iba a darle.
           
Ness: ¿Qué es lo que es tan gracioso? -le preguntó y se sentó a la mesa con su taza-.
           
Zac: Nada. Solo estaba pensando que te las has arreglado para convertir a un empecinado detractor de la Navidad en alguien que puede disfrutar de este día por primera vez en mucho tiempo.
           
Ness: Espera a ver el menú que tengo planeado para hoy. Después de eso, desearás que haya Navidades todos los meses.
           
Zac: ¿Tan bueno es?
           
Ness: ¡Desde luego! Mi pechuga de pavo glaseada con jarabe de arce es famosa más allá de nuestras fronteras.
           
Zac: Guau. Ya se me hace la boca agua.
           
Ness: A mí también. Por eso empecemos ahora mismo a prepararla.
           
Zac: ¿En serio?
 
Miró su reloj de pulsera. Eran las diez de la mañana.
           
Ness: La dejo en el horno cinco horas a temperatura baja. Con los preparativos, son unas cinco horas y media. La cena estará lista por la tarde. Para entonces tendremos hambre de nuevo.
           
Zac: Estoy seguro de eso. -Se inclinó sobre ella, rozándole suavemente los labios con la boca preguntándole sin pronunciar palabra. Ella respondió abriendo sus labios. El beso se hizo intenso, tan intenso que él se levantó y le tendió la mano-. Creo que tendremos que aplazar la cena.
           
Ella colocó su mano en la de él y también se levantó.
           
Ness: Buena idea.
           
Por alguna razón, no se saciaba de Vanessa. Esta yacía durmiendo acurrucada a su lado. Entre tanto no solo habían tenido un sexo fenomenal, sino que también habían preparado la pechuga de pavo y la habían puesto en el horno. Luego, se habían metido en la cama para ver La mujer del obispo. Una vieja película de Navidad que incluso Zac conocía porque la había visto cuando era un niño. A Vanessa no le costó mucho quedarse dormida. Su respiración regular hacía que su pecho subiera y bajara. Su pelo le hacía cosquillas a Zac debajo de la barbilla. Sin embargo, no se movió. Por el contrario, disfrutaba de su cercanía. La cálida sensación de su piel contra la suya. La confianza que había surgido entre los dos.

Estar de pie junto a ella en la cocina y preparar la cena era casi tan agradable como aterrizar con ella en la cama. Solo porque le hacía compañía, se reía con él, le contaba historias sobre su vida. Ahora sería un buen momento para ocuparse de su regalo, pero simplemente no podía desprenderse de ella. Solo unos minutos más y se levantaría, se sentaría frente a su portátil y crearía la lista de reproducción que quería regalarle.

Los minutos se convirtieron en una hora. Y, entonces, al fin, logró separarse, y solo porque Vanessa se había apartado de él al darse la vuelta mientras dormía. Ahora podía levantarse sin despertarla, caminar tranquilamente por la habitación y sacar el portátil de su maleta. Luego se dirigió a la sala de estar. Allí lo recibió un irresistible aroma a vino tinto, canela y naranja. Vanessa había preparado un ponche de Navidad. Zac se sirvió un poco en una taza, calentó la bebida en el microondas y se la llevó a la mesa de café donde había colocado su portátil. Luego se puso a trabajar.
           
El amanecer se cernía sobre el paisaje nevado que se observaba delante de sus ventanas. El fuego crepitaba en la chimenea. En el gran árbol de Navidad lucía la guirnalda luminosa, las bolas de colores brillaban en la tenue luz. Silent Night, cantada por Beyoncé, se propagó por la habitación. La mesa de comedor, que no habían utilizado antes, porque siempre habían comido en la cocina, estaba puesta para la fiesta con un mantel blanco, copas de vino relucientes, porcelana fina y velas. Y luego cómo olía. Si la Navidad se pudiera vender como perfume, aquella sería la fragancia elegida. Un olor a canela, pavo, manzana y especias de pan de jengibre, se extendía por toda la casa y hacía que a Zac se le hiciera la boca agua.
           
Ness: Por una feliz Navidad.
 
Vanessa levantó su copa de vino y brindó. Una sonrisa se dibujaba en su hermoso rostro.
           
Zac: Por unas felices fiestas.
 
Brindaron, bebieron del caro vino y dejaron sus copas sobre la mesa. Luego se centraron en la comida. Estaba deliciosa. Vanessa probablemente sentía lo mismo, porque se recostó en la silla con los ojos cerrados.
           
Ness: Esto sabe tan bien -dijo abriendo los ojos y enderezándose-. Es simplemente perfecto. No solo la comida, sino todo. Creo que esta es la Navidad más romántica que he vivido.
           
Zac: La mía también -respondió con una sonrisa-.
           
Ness: Eso lo tenía claro -respondió secamente-. No creo que tus fiestas navideñas de los últimos años hayan sido muy difíciles de superar. Pero las mías sí.
           
Zac: Me alegro por ti. -Se dio cuenta de lo frío que había sonado-. Toma, tengo algo para ti -dijo rápidamente y le puso el regalo envuelto en papel rojo delante-.
           
Ness: ¿Tienes un regalo para mí?
           
Zac: Sí. He estado preparándolo mientras dormías.
           
Ness: No me lo esperaba. Gracias -dejó sus cubiertos en un lado y desenvolvió el paquete. Al poco tiempo tenía un pendrive en la mano-. ¿Qué hay en él?
           
Zac: Una lista de reproducción.
           
Ness: Tengo que averiguar de inmediato qué canciones me has grabado -se incorporó de un salto, se acercó al equipo de estéreo e introdujo el pendrive en la ranura correspondiente, luego subió el volumen. Sonó Jingle Bells-. ¿Canciones de Navidad?
 
Zac: No es que se escuchen muy a menudo estas canciones -dijo sonriendo-. Por eso pensé que te gustaría. Elegí las canciones que escuchamos por el camino.
           
Ness: ¡Gracias!
 
Dando unos pocos pasos se puso a su lado y le dio un beso en la frente, luego se sentó. Su rostro estaba radiante, sus ojos brillaban. Zac la miró. Qué contenta se había puesto con aquel simple gesto. Por primera vez en su vida se dio cuenta de lo mucho que nos emocionamos cuando hacemos feliz a alguien que realmente nos gusta.

Después de cenar, cogieron sus copas de vino y se sentaron juntos frente a la chimenea. Vanessa se acurrucó junto a Zac. Observaron cómo bailaban las llamas delante de ellos, cambiando de forma y trazando nuevos patrones una y otra vez.
           
Ness: Nunca me habría imaginado que iba a estar tan a gusto -murmuró-.
           
Zac: Yo tampoco.
 
Zac le imprimió un beso en el pelo, la abrazó y la atrajo hacia sí.
           
Ness: Me encanta tu regalo -le susurró al oído-.
 
El sonido de una canción navideña seguía flotando en el aire. Esta vez era White Christmas.
           
Zac: A mí también me encanta tu regalo.
 
Una extraña sensación lo embargó, era casi como si no estuvieran hablando de regalos, sino de otra cosa.
           
Ness: Me alegro -reclinó su cabeza en el hombro de Zac-. Cuéntame más cosas sobre ti. No sé mucho, solo que no te gusta la Navidad. ¿A qué te dedicas?
           
Zac: Soy abogado.
           
Ness: Oh, ¿entonces eres uno de esos?
           
Zac: Sí, uno de esos malvados abogados que no hace otra cosa más que sacarle el dinero a sus clientes.
           
Ness: Eso no es verdad. Apostaría a que eres honesto y no quieres perjudicar financieramente a tus clientes.
           
Zac: Tienes razón. No es así. Desgraciadamente, mi profesión ya no tiene muy buena reputación. -Dudaba, dudaba si debía decirle cuál era su especialidad. Pero luego recapacitó, ella podía aceptarlo o no-. Soy abogado especialista en divorcios -admitió-.
           
Ness: ¿Así que no tienes muy buena opinión del matrimonio?
           
Zac: Al contrario. Tengo una buenísima opinión de esta institución, pero ayudo a aquellos que, por cualquier razón, ya no quieren vivir juntos.
           
Ness: ¿No te ha hecho ser más cínico con el tiempo?
           
Zac: Un poco.
           
Ness: ¿Te casarías? -se apartó de él y le miró a los ojos. Lo miraba con una expresión seria-. ¿U opinas que no hay que darle oportunidades al amor?
           
Zac: No lo sé. Aun no he conocido a una mujer con la que quiera casarme.
 
Tan pronto como hubo concluido de hablar, comprendió su error. Una sombra cubrió el rostro de Vanessa. Pero, luego, sin embargo, le sonrió.
           
Ness: A mí me pasa lo mismo -dijo, pero algo en sus palabras sonaba como si no estuviera diciendo la verdad-.
           
Zac: Tal vez sea por tu trabajo. Te enfrentas a los aspectos negativos de una relación, como yo.
           
Ness: Eso es cierto. Aun así, creo que el matrimonio puede ser algo maravilloso.
           
Zac: Brindo por eso.
 
Zac levantó su copa, luego le dio un trago. Mientras el vino tinto corría por su garganta, supo que Vanessa se estaba alejando interiormente de él. No se notaba físicamente, pero él percibió que ella ponía interiormente distancia entre ellos. Como si tuviera que protegerse de él. Y probablemente tenía razón.


1 comentarios:

Lu dijo...

Ayyy me encanto, menos la parte final!
Pero al parecer Zac se esta enamorando de Ness pero no lo sabe.


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