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viernes, 7 de enero de 2022

Capítulo 10

 
Cuando se despertó a la mañana siguiente, ya había luz. A través de los cristales de las ventanas podía ver la capa de nieve blanca y brillante, que cubría las laderas de las montañas y los árboles como una sábana de color claro. La nieve brillaba a la luz del sol como mil diamantes. Parecía como si sobre el mundo entero allí afuera una hada madrina hubiera esparcido todas sus joyas para crear un paisaje que parecía un cofre de tesoros.

Tuvo que sonreír. Normalmente nunca habría tenido pensamientos tan cursis. ¿Un hada? ¿Un paisaje encantado? Probablemente era porque había pasado el día de Navidad más bonito de su vida hasta el momento. No era en lo que solía pensar. En todos los años que habían transcurrido desde la muerte de su padre, siempre había relacionado la fiesta con el dolor. Con un acontecimiento que cambió toda su vida de golpe y convirtió la magia de la Navidad en una maldición.

Ahora había redescubierto aquella magia. Y eso solo porque había pasado el día con Vanessa. El ambiente navideño en el chalet, los aromas de las galletas y la carne asada, los regalos que se habían intercambiado y las conversaciones que habían mantenido. Todo aquello era algo especial, algo que lo hacía emocionarse en cuanto pensaba en ello. Le hubiera gustado pasar aun más días con Vanessa en aquella cabaña. Le hubiera gustado que hubiera nevado aun unas semanas más. Entonces habría tenido la oportunidad de superar la distancia que se había establecido entre los dos desde la noche anterior.

Tras aquella conversación, ella se había acostado y había dicho algo así como que estaba fatigada y necesitaba dormir. Pero él sabía exactamente lo que pasaba. Sus palabras le habían hecho darse cuenta de que él solo buscaba una aventura. Pasar un par de horas agradables en una cabaña, alejado de su vida cotidiana. Solo una hora de trayecto en coche, y llegarían a la siguiente gran ciudad. La dejaría allí y no la volvería a ver.

Zac se incorporó para sentarse en la cama y se pasó las manos por la cara, luego, fue al baño a ducharse. Cuando después se dirigió con pasos pesados a la cocina, Vanessa ya estaba de pie junto a la cocinilla. Le llegó un olor a bacon asado y a café.
           
Ness: Buenos días, estoy preparando el desayuno -dijo y le sonrió-.
 
Como si todo fuera bien.
           
Zac: Gracias. Eso es genial.
           
Ness: Siéntate. El café estará listo enseguida.
 
Señaló una silla al lado de la barra americana de la cocina. Obedientemente, se dejó caer en la silla. ¿Trataba de hacerle sentir culpable a base de pura amabilidad? Si era así, su estrategia funcionaba.
           
Zac: Ya no nieva -comentó precavidamente, porque a pesar de que ella sonreía, tenía la sensación de que se movía sobre un terreno plagado de minas-.
           
Ness: Parece que hoy mismo podremos irnos -se acercó a él, colocó una jarra de café sobre la mesa y se sentó frente a él-.
           
Zac: Sí. Yo también lo creo.
           
Ness: Greg nos recogerá por la tarde. Acabo de recibir un mensaje de WhatsApp suyo. Ha parado de nevar y ya están trabajando para despejar las carreteras. Greg espera que lo estén a mediodía.
           
Zac: Eso está bien. Muy bien -dijo, aunque sus sentimientos decían otra cosa-.
 
Le susurraban que debía prolongar su estancia con Vanessa en aquella cabaña.
           
Ness: Me alegro de que por fin vaya a regresar a casa y pueda finalmente entregarle a Lila el dinero.
           
Zac: ¿Qué pasa con Tyrone? ¿Y si te está esperando allí?
           
Vanessa sacudió la cabeza.
           
Ness: No creo que lo haga. En Estados Unidos, las leyes son diferentes a las de Canadá. Aquí puedo meterlo en la cárcel por no pagar durante años la manutención de su hijo. No se atreverá a cruzar la frontera. Además, le enviaré un correo electrónico. Tengo fotos del dinero en su caja fuerte. Había al menos un millón de dólares en efectivo. No creo que quiera arriesgarse a presentar una denuncia ante el IRS. Y eso es exactamente lo que yo haré si no me deja en paz.
           
Zac: ¿De verdad crees que eso será suficiente?
           
Ness: Sí. Confía en mí, conozco a esa clase de hombres.
           
Zac: Sin embargo, tal vez deberíamos quedarnos aquí un poco más. Un par de días. Podrías enviarle este e-mail a Tyrone y esperar a ver cómo reacciona.
           
Ness: Quiero irme a casa.
 
Ella lo miró con aquella tranquila mirada que indicaba que era inútil discutir. Era justo lo que él se había supuesto. Todo había acabado.
 
 
El viaje a Waterville transcurrió la mayor parte del tiempo en silencio. Vanessa encendió la radio. Ya no sonaban apenas canciones de Navidad, en su lugar, se emitían los últimos éxitos musicales. Ella respondía con monosílabos a sus esfuerzos por iniciar una conversación. Al fin se dio cuenta de que era inútil intentarlo.

Llegaron a Waterville más rápido de lo que le habría gustado, la dejó en la parada del autobús. Había descartado su plan de comprar un coche o alquilarlo. Estaba segura de que ya no debía preocuparse por Tyrone.

Zac la acompañó a la estación de autobuses y se quedó con ella hasta que se subió al autobús que la llevaría a Boston. Cuando descubrió adónde iba, se ofreció a llevarla. Pasaría por Boston camino de Miami, pero ella no quiso. Obviamente, no podía esperar a librarse de él.

Y de repente se había quedado solo, se dirigió a su Porsche, se sentó y dejó el motor encendido. El familiar murmullo del motor no lo llenó de felicidad ni despertó en él ninguna otra emoción. La sensación de vacío era demasiado fuerte. En lugar de alegrarse porque pasaría el resto de sus vacaciones tranquila y recogidamente, esta perspectiva solo le hacía sentir rechazo. Sentarse en su apartamento de Miami a ver una película tras otra. ¿Esa era su idea de pasarlo bien?

Sacudió la cabeza. Su vida era más miserable de lo que pensaba, si eso era todo lo que se le ocurría. Tuvo la tentación de dar media vuelta y pasar el resto de la semana en el chalet. Pero tampoco tenía ganas de hacer eso. Quedarse solo en el lugar en el que había vivido días tan bonitos. Eso sonaba más a una tortura que a algo que realmente querría hacer.

Entonces, a Miami, sí.

Introdujo su destino en el GPS y partió. Recorridos un par de metros, apagó la radio. No importaba la canción que sonara, le recordaba a Vanessa. Ya fuera porque la habían escuchado juntos o porque no lo habían hecho.

Pronto se dio cuenta de que no era por las canciones, es que no lograba desterrar a Vanessa de sus pensamientos. Qué obstinada era, maldita sea. Sobre todo porque no quería tener nada que ver con él.

Tras recorrer un centenar de kilómetros, consideró seriamente la posibilidad de parar en Boston.

Siguió conduciendo.

Doscientos kilómetros. Boston se hallaba ante él. Una gran ciudad, como Miami. Realmente no le importaba en qué ciudad recluirse en un apartamento de lujo. Sin embargo, pasó de largo.

Trescientos kilómetros. La idea era completamente absurda. Ni siquiera tenía su dirección.

Cuatrocientos kilómetros y una llamada telefónica al detective que su bufete contrataba habitualmente. Ahora tenía su dirección.

Quinientos kilómetros. Necesitaba café y un plan. Un nuevo plan.

Cuando llegó a Boston, estaba completamente agotado. Había viajado setecientos kilómetros solo para pasar primero de largo por la ciudad y luego dar la vuelta para regresar. Era una idea bastante estúpida, estaba seguro de que lo era. Vanessa no había querido ir hasta allí con él. No. Había preferido subirse a un autobús, que probablemente tardaría el doble de tiempo, antes que pasar más tiempo con él. Si esto no indicaba que no estaba interesada en él, no sabía que otras señales necesitaba. Sin embargo, allí estaba.

Lanzó su maleta sobre la cama y se acercó a la ventana. Entre tanto, ya había oscurecido. El Boston Common, el parque urbano más antiguo de los Estados Unidos, se erguía sumido en la oscuridad ante él. Solo unas cuantas farolas le proporcionaban una débil luz. En algún lugar de aquella enorme ciudad estaba Vanessa. ¿Estaba tan sola como él? ¿O lo primero que había hecho era ir a visitar a sus parientes? ¿O a su cliente para darle el dinero?

Encogiéndose de hombros, se apartó de la ventana. Luego sacó su portátil. Era hora de averiguar dónde estaba la calle en la que vivía Vanessa.

 
Transcurrió un día. Luego otro más.

Mientras tanto, ya había pasado varias veces por el edificio de apartamentos en el que Vanessa tenía alquilado uno de tres habitaciones. Siempre con la esperanza de verla. A esas alturas, se sentía como un acosador. No era una sensación agradable, porque no podía explicar la extraña atracción que ella ejercía sobre él. Solo sabía una cosa, tenía que verla. Tenía que intentar hablar con ella y convencerla de que le diera la oportunidad de comenzar una relación con él. Si no lo lograba, la dejaría en paz. Regresaría a casa, se concentraría en su trabajo y olvidaría aquel episodio de su vida.

Cogió el vaso de papel que tenía en la mesa que se hallaba delante de él y le dio un trago. No lejos del apartamento de Vanessa había una cafetería. Había estado allí sentado durante media hora tratando de averiguar cómo proceder. Trataba de dar con las palabras que emplearía para convencerla.

Todo lo que se le ocurría era una mierda. No iba a caer de rodillas delante de ella ni a confesarle su amor eterno.

No, necesitaba otro plan. Uno que la convenciera de lo en serio que hablaba, sin hacerlo parecer un completo idiota.

Volvió a beber. Mientras la bebida caliente le quemaba la garganta, llegó a la conclusión de que no se requería ningún plan. Solo tenía que seguir adelante. Tocar al timbre y esperar a que se le ocurrieran las palabras adecuadas. Pero, primero, necesitaba un regalo.


Zac: Deberías tener más cuidado. No tuve ningún problema para averiguar tu dirección.

Ness: ¡Zac!

Allí estaba apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola. Con una expresión sombría en su cara, como si fuera culpa suya que se hallara allí.

Ness: ¿Por qué has tardado tres días? -preguntó y abrió la puerta del apartamento-.

Zac: Porque tenía la impresión de que te estaba acosando.

Sin esperar una invitación, entró en el apartamento detrás de ella.

Ness: Siéntete como en tu propia casa -dijo, tratando de no dejar traslucir la felicidad que la embargaba como una corriente cálida y brillante desde que lo había visto-.

Incluso el corazón le había dado un brinco en el pecho al verlo.

Zac: Qué bonito lo tienes todo.

Estaba de pie, en el salón, con las manos en los bolsillos de sus pantalones, y miraba a su alrededor.

Ness: ¿Realmente te gusta?

Zac: Sí, o no lo habría mencionado.

Ness: Te había tomado más bien por un tipo de muebles de diseño. Al que solo le gustan los muebles cuando son blancos y cuando menos hay de ellos en una habitación.

Zac sonrió.

Zac: Así es mi casa. Eso no significa que no me guste tu decoración. Al contrario, resulta acogedora, en mi casa parece que uno se hubiera perdido en la exposición de una tienda de muebles.

Se sentó en el sofá rojo flanqueado también por sillones rojos. Sobre el suelo de madera marrón claro, había una alfombra marrón oscuro. Zac tenía razón, resultaba acogedor, al menos así lo sentía. Ella también sentía debilidad por los colores, pero él seguramente, ya se había dado cuenta de ello.

Ness: ¿No quieres quitarte la chaqueta? -preguntó cortésmente, aun sin saber a ciencia cierta por qué estaba allí-.

Zac: Sí, por supuesto.

Se quitó la chaqueta y sacó algo de uno de los bolsillos. Luego se lo tendió a ella. Una pequeña caja lacada en rojo con un lazo dorado rodeándola.

Ness: ¿Para mí? ¿Un regalo?

Zac: Sí.

Ness: Pero ya me has regalado algo por Navidad.

Zac: Quería darte otra cosa. Algo especial.

La miró. Había dudas en su mirada, como si no estuviera seguro de que ella fuera a aceptar el regalo.

Ness: Gracias.

Ella le cogió el paquete. Y la chaqueta. Cuando la hubo colgado, regresó a la sala de estar y se sentó frente a él. Vanessa eligió el sillón situado al otro lado de la mesa de centro. No quería sentarse junto a Zac, su cercanía ya era bastante turbadora.

Sus manos temblaron un poco al tirar del lazo. Su corazón latía apresurado por la emoción. ¡Zac estaba allí! Aunque no sabía lo que significaba su presencia, a su mente acudían innumerables pensamientos. Todos ellos demasiado optimistas.

Ness: ¡Qué bonita! -susurró al ver lo que le había traído-.

Sacó con precaución la pequeña bola de nieve de la caja. Una cabaña en las montañas, rodeada de un paisaje invernal. De la chimenea de la cabaña de madera ascendía el humo, que parecía engañosamente real. Sacudió la bola. Inmediatamente comenzó a caer nieve.

Ness: Zac, esto es precioso -lo miró y notó como una lágrima se le escapaba de los ojos-.

Zac: Pensé que sería un buen recuerdo de los días que pasamos en el chalet. -Hizo una pausa. Aparentemente, aquel hombre tan seguro de sí mismo no sabía qué decir-. ¿Te gusta?

Ness: ¡Me encanta!

Zac: Bien.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Zac. El corazón de Vanessa comenzó a latir con más rapidez. Golpeaba su pecho como si estuviera a punto de estallar. Respiró profundamente. Tenía que averiguar qué pretendía. Por qué estaba allí y le había traído un regalo para recordarle el tiempo que habían pasado juntos.

Ness: ¿Por qué estás aquí? -preguntó e intentó sonar lo más tranquila y sosegada posible-.

Zac: No lo sé.

Ness: ¿No lo sabes? Vienes a verme, me traes un precioso regalo, ¿y no sabes por qué?

Zac suspiró.

Zac: No me he expresado bien. Por supuesto que sé por qué estoy aquí. Lo que no sé es si tú... qué pensarás al respecto. O más bien, cómo reaccionarás. -Se pasó la mano por el pelo-. Estoy diciendo tonterías. Lo que quiero saber es si estás dispuesta a darle una oportunidad a una relación conmigo.

Ness: ¿Qué?

Zac: Lo que has oído. ¿Debo repetir las palabras?

Ness: No, no. Estoy un poco sorprendida.

Zac: ¿Y? ¿Cuál es tu respuesta?

Ness: No lo sé, no estoy segura...

Zac: De acuerdo, sabía que no debía haber venido.

Zac se incorporó de un salto y se dirigió al pasillo a grandes pasos.

Ness: Zac, espera -
corrió tras él-.

Zac: ¿Por qué? Obviamente has tomado una decisión y no quieres tener nada que ver conmigo.

Ness: ¿No puedes concederme un tiempo? Me pillas por sorpresa, me propones algo que no me esperaba en absoluto y esperas que te dé una respuesta en cuestión de segundos.

Zac: Si supieras lo que quieres, tendrías una.

Ness: ¿Cómo puedo estar segura? Desde el principio dijiste que no querías una relación. Nada más que sexo sin compromiso. Nada de llamadas una vez nos separáramos. Ni mensajes de texto. Nada. Eso es lo que querías.

Zac: Estaba equivocado, ¿de acuerdo?

Ness: Así que ahora quieres algo más que sexo sin compromiso.

Zac: Yo no he dicho eso. Te he preguntado si le darías una oportunidad a una relación conmigo.

Ness: ¿Una auténtica relación?

Zac: Sí, por supuesto.

Por un instante, se quedaron mirándose el uno al otro. Poco a poco se desvaneció el enfado de Vanessa. Veía que a Zac le ocurría lo mismo, porque su mirada se enternecía y era suave, como una caricia.

Zac: Ven aquí.

La voz de Zac sonaba ronca. Ella, vacilando, dio un paso hacia él, luego otro. Hasta que estuvo cerca. Él colocó sus brazos alrededor de los hombros de Vanessa y la atrajo hacia sí. Tan cerca que Vanessa podía sentir los latidos de su corazón.

Zac: Te he echado de menos -le susurró en el pelo-. Apenas habías subido en aquel autobús cuando tuve que luchar contra el deseo de sacarte de allí a rastras. Y luego seguí conduciendo y pasé por Boston preguntándome si debía parar y esperarte. Sin embargo, seguí conduciendo. Cada kilómetro que recorría alejándome de ti, se libraba una batalla en mi interior. Quería volver contigo, pero al mismo tiempo era demasiado cobarde para admitirlo. Sin embargo, se impuso la nostalgia que sentía por tu causa.

Ness: Me alegro -dijo en voz baja-. Me alegro de que hayas dado la vuelta.

Zac: ¿En serio?

La apartó suavemente de él para poder mirarla a los ojos.

Ness: Sí, en serio.

Él bajó la cabeza y la besó. Fue un beso cauto, un ligero roce de sus labios sobre los de ella. Vanessa se apretó contra él, se puso de puntillas y profundizó el beso. El deseo la arrollaba como una ola. Quería más. Mucho más.

En algún momento se separaron el uno del otro. Vanessa colocó la cabeza en el pecho de Zac. Este le acarició suavemente el pelo. Por primera vez en mucho tiempo, Vanessa sentía que estaba exactamente donde debía estar. En sus brazos. Levantó la cabeza y lo miró. Tenía que decirle cómo se sentía, si él sentía lo mismo, aunque ella ya sabía la respuesta.

Ness: Me enamoré de ti en Eustis -le confesó. Luego sonrió-. Para ser sincera, mucho antes. Creo que fue cuando viste el árbol de Navidad en el salpicadero y hubieras preferido derribarlo, pero solo por mí, lo dejaste donde estaba.

Zac: Yo me enamoré de ti mucho antes incluso. Exactamente en el momento en que vi tus ojos bajo aquel enorme gorro rojo de Navidad. En ese preciso instante me ocurrió.

Ness: ¿En serio?

Zac: Sí.

Ella se echó a reír.

Ness: Sabía que te gustaba la Navidad.

Zac: Ahora sí. -Volvió a atraerla hacia sí-. Pero tú aun me gustas más.


FIN


Aquí damos por concluida la temporada navideña.
Espero que hayáis disfrutado de las novelas y que hayáis pasado unas felices fiestas.
Os deseo lo mejor para este nuevo año 😊



2 comentarios:

Lu dijo...

ME ENCANTO!!!
Que lindo final!!


Sube pronto :)

Anónimo dijo...

Sube pronto...

Amy

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