topbella

lunes, 17 de septiembre de 2012

Capítulo 12 - ¿Mejores o peores que las fotos de Sienna?


Ness: ¿Sí? -dijo al teléfono-.

Ash: Soy yo. ¿Ya estás vestida? ¿Cuál has elegido? -Respiraba agitadamente por la emoción-.

Vanessa miró de refilón a la mujer de treinta y tantos años que estaba de pie a su lado y vio que ella también la miraba a hurtadillas. Los guardias de seguridad del Beverly Wilshire estaban haciendo lo que podían para mantener alejados a los paparazzi, pero muchos periodistas y fotógrafos habían eludido las normas reservando habitaciones en el hotel. Vanessa había bajado al vestíbulo para ver si la tienda de regalos vendía pastillas de menta Altoids y ya había visto antes que la mujer la miraba. Como era previsible, se había metido con ella en el ascensor, justo cuando se estaban cerrando las puertas. Por su aspecto (top de seda sobre pantalones bien cortados, zapatos caros de tacón y joyas de sobria elegancia), Vanessa dedujo que no era una bloguera, ni una columnista de cotilleos, ni una fotógrafa camuflada, como el tipo que solía plantarse enfrente de su casa o el que la acechaba en el supermercado. Debía de ser algo todavía más amenazador: una reportera auténtica, viva, pensante y observadora.

Ness: Estaré en mi habitación dentro de un minuto -le dijo a Ashley-. Te llamo en cuanto llegue.

Vanessa cerró el teléfono antes de que Ashley tuviera ocasión de decir una palabra más.

La mujer le sonrió, revelando una magnífica dentadura de blancura perlada. Su amable sonrisa parecía decir: «Yo también sé lo que es eso. A mí también me agobian mis amigas con sus llamadas»; pero en los últimos meses, Vanessa había afinado sus instintos hasta la perfección. Pese a su apariencia inofensiva y su expresión simpática, aquella mujer era una depredadora, una vampira en busca de noticias frescas, que no descansaba nunca. «Quédate a su lado y te morderá», pensó Vanessa, desesperada por huir.

Mujer: ¿Has venido por los Grammy? -preguntó en tono amable, como si estuviera más que familiarizada con los rigores de preparar semejante acontecimiento-.

Ness: Hum -murmuró, que no pensaba revelar nada más-.

Estaba segura de que iba a someterla a una rápida batería de preguntas (ya había sido objeto de aquella misma técnica de abordaje y ataque, cuando una bloguera agresiva se le acercó después de la actuación de Zac en Today, fingiendo ser una fan inocente), pero aun así era incapaz de ser grosera para parar en seco sus avances.

El ascensor se detuvo en el décimo piso y Vanessa tuvo que soportar la típica conversación de «¿Sube? Ah, pero yo bajo», entre la mujer y una pareja evidentemente europea (ambos con pantalones capri, los de él más ceñidos que los de ella, y cada uno con una versión diferente de la misma mochila Invicta en tonos neón). Vanessa contuvo la respiración, deseando que el ascensor se moviera de una vez.

Mujer: Debe de ser emocionante asistir a tu primera gala de los Grammy, sobre todo teniendo en cuenta que la actuación de tu marido ha suscitado tanta expectación.

Ya estaba. Vanessa dejó ir el aire y, curiosamente, por un momento se sintió mejor. Era un alivio ver confirmadas sus sospechas; ya no era preciso que ninguna de las dos fingiera nada. Se maldijo en silencio por no haber pedido a uno de los asistentes de Leo que le hiciera el recado, pero al menos ya sabía lo que aquella mujer esperaba de ella. Fijó la vista en el panel de luces, sobre las puertas, y trató de fingir lo mejor que pudo que no había oído ni una palabra de lo que le había dicho.

Mujer: Me pregunto, Vanessa -al oír su nombre, Vanessa movió ligeramente la cabeza, por reflejo-, si tienes algo que decir respecto a las fotografías más recientes.

¿Qué fotografías más recientes? ¿De qué estaba hablando? Una vez más, Vanessa se puso a mirar fijamente las puertas del ascensor, mientras se repetía que la gente como aquella mujer estaba dispuesta a decir cualquier cosa con tal de sacarle una sola frase a su presa, una sola frase que después retorcerían y tergiversarían para que encajara con la basura que hubieran decidido contar. Se prometió no caer en la trampa.

Mujer: Debe de ser difícil soportar todos esos rumores horribles sobre tu marido y otras mujeres. Me cuesta imaginar lo difícil que tiene que ser para ti. ¿Crees que todo eso te impedirá disfrutar de la fiesta esta noche?

Finalmente, las puertas del ascensor se abrieron en el ático, con un susurro. Vanessa salió al vestíbulo que conducía a su suite de tres dormitorios, que para entonces era el epicentro de la Locura Preparatoria de los Grammy. Habría querido levantar la vista al cielo y decir que si fuera verdad que Zac se estaba acostando con todas las mujeres que le atribuían los tabloides, entonces no solo habría superado en varios kilómetros la marca de Tiger, sino que no le quedaría ni un segundo para interpretar una sola canción. Habría querido decir que cuando una ha leído infinidad de crónicas detalladas en las que fuentes anónimas acusan a tu marido de sentir pasión fetichista por todo, desde strippers tatuadas hasta hombres obesos, entonces prácticamente no presta atención a los rumores sobre infidelidades comunes y corrientes. Por encima de todo, habría querido decirle a aquella mujer lo que sabía con toda seguridad: que su marido, aunque innegablemente famoso y con un talento increíble, todavía vomitaba antes de cada actuación, sudaba visiblemente cuando las adolescentes gritaban en su presencia y tenía una inexplicable afición a cortarse las uñas de los pies encima del inodoro. Simplemente, no era el tipo de hombre que engaña a su mujer, y eso era evidente para cualquiera que lo conociera.

Pero no podía decir nada de eso, por supuesto, de modo que no dijo nada, como siempre, y simplemente se quedó mirando, mientras las puertas del ascensor se cerraban.

«No voy a pensar en nada de eso esta noche -se instruyó Vanessa, mientras abría la puerta con la tarjeta magnética-. Ésta es la gran noche de Zac, ni más, ni menos». Aquella noche haría que merecieran la pena todas las invasiones de su intimidad, la agenda horrorosamente llena y la parte de su vida convertida en espectáculo. Pasara lo que pasase (un nuevo rumor maligno sobre una infidelidad de Zac, una foto humillante tomada por alguno de los paparazzi o un comentario desagradable de alguien del entorno de Zac, hecho únicamente con ánimo de «ayudar»), Vanessa estaba decidida a disfrutar cada segundo de una velada tan increíble. Apenas un par de horas antes, su madre se había puesto poética y le había dicho que una noche como aquélla era algo que se vivía sólo una vez en la vida y que su obligación era disfrutarla tan intensamente como le fuera posible. Vanessa prometió que lo haría.

Entró en la suite y sonrió a una de las asistentes (¿quién podía recordarlos a todos?), que la condujo directamente a un sillón de maquillaje, sin saludarla siquiera. La angustia que pendía sobre la habitación como una manta mojada no era un augurio de que la noche en sí misma no fuera a ser fabulosa. No iba a permitir que los preparativos la deprimieran.

Asistente1: ¡Control de la hora! -gritó una de las asistentes, de desagradable voz chillona, que resultaba aún más irritante por su marcado acento neoyorquino-.

Asistente2: ¡La una y diez!

Asistente3: ¡Más de la una!

Asistente4: ¡Ya pasa de la una! -replicaron simultáneamente otras tres voces, todas con tintes de pánico-.

Asistente1: ¡Muy bien, tenemos que darnos prisa! Disponemos de una hora y cincuenta minutos, lo que significa, a juzgar por el aspecto de todo esto... -Hizo una pausa, giró exageradamente para ver toda la habitación, cruzó la mirada con Vanessa y se la sostuvo mientras terminaba la frase- ...que nos falta mucho para estar presentables.

Con mucha cautela, Vanessa levantó una mano, con cuidado para no molestar a las dos personas que estaban trabajando en sus ojos, y le hizo un gesto a la asistente, para que se acercara.

Natalia: ¿Sí? -preguntó, sin hacer el menor esfuerzo para ocultar su irritación-.

Ness: ¿Cuándo esperas que Zac esté de vuelta? Hay algo que necesito decirle...

Natalia echó a un lado la cadera prácticamente inexistente y consultó una tablilla portapapeles de metacrilato.

Natalia: Veamos. Ahora ha acabado el masaje relajante y va de camino al afeitado en caliente. Tiene que estar de vuelta exactamente a las dos, pero en cuanto llegue tendrá que ver al sastre, para asegurarnos de que finalmente está bajo control el problema de la solapa.

Vanessa le sonrió con dulzura a la ajetreada joven y decidió cambiar de estrategia.

Ness: Estarás ansiosa por que termine de una vez el día. Por lo que veo, no has parado de correr ni un segundo.

Natalia: ¿Es tu manera de decir que voy hecha una mierda? -contestó, mientras se llevaba automáticamente la mano al pelo-. Porque si es eso, deberías decirlo directamente.

Vanessa suspiró. ¿Por qué sería imposible acertar con aquella gente? Quince minutos antes, cuando se había armado de valor y le había preguntado a Leo si el hotel de Beverly Hills donde se alojaban era el mismo donde se había rodado Pretty Woman, él le había contestado que no tenía tiempo para hacer turismo.

Ness: No he querido decir eso, ni mucho menos -le dijo a Natalia-. Es solo que el día está siendo una locura y creo que estás haciendo un gran trabajo.

Natalia: Alguien tiene que hacerlo -respondió, antes de marcharse-.

Vanessa estuvo a punto de llamarla para decirle dos palabras sobre los buenos modales y la cortesía, pero se lo pensó mejor cuando recordó al periodista que lo observaba todo a tres metros de distancia. Por desgracia, aquel hombre tenía permiso para seguirlos a todas partes durante las horas anteriores a la gala de los Grammy, como parte de su investigación para un artículo de fondo que su revista iba a publicar sobre Zac. Leo había negociado algún tipo de trato, por el cual garantizaba acceso sin restricciones a Zac durante una semana, si la revista New York se comprometía a dedicarle una portada; por eso, transcurridos cuatro días de la semana, todo el entorno de Zac seguía esforzándose por mantener una fachada de sonrisas y amor al trabajo, que sin embargo se estaba desmoronando miserablemente. Cada vez que Vanessa sorprendía una mirada del periodista (que por lo demás parecía un tipo simpático), fantaseaba con la posibilidad de asesinarlo.

Estaba impresionada por la habilidad con que un buen reportero era capaz de confundirse con el paisaje. Antes de entrar en el remolino de la fama, siempre le había parecido ridículo que alguien discutiera con su pareja, reprendiera a un empleado o incluso contestara al móvil delante de un periodista en busca de primicias jugosas, pero ahora comprendía muy bien a las víctimas. El hombre de la revista New York los acompañaba constantemente desde hacía cuatro días; pero al comportarse como si fuera ciego, sordo y mudo, había llegado a parecer tan poco amenazador como el papel pintado. Y Vanessa sabía que era entonces cuando se volvía más peligroso.

Oyó el timbre de la puerta, pero no pudo volver la cabeza, bajo pena de mutilación con el rizador de pelo.

Ness: ¿Será el almuerzo?

Una de las artistas del maquillaje resopló.

Maquilladora: Poco probable. No creo que la Nazi del Reloj considere prioritaria la comida. Y ahora no hables más, porque voy a intentar disimularte las líneas de la sonrisa.

Vanessa ya casi no prestaba atención a ese tipo de comentarios. Incluso se alegraba de que la maquilladora no le hubiera preguntado todavía si no había pensado en algún tratamiento de aclarado para erradicar las pecas, un tema que en los últimos tiempos estaba a la orden del día. Intentó distraerse leyendo Los Ángeles Times, pero no pudo concentrarse con la agitación que había a su alrededor. Recorrió con la vista el dúplex de doscientos metros cuadrados y contó dos maquilladores, dos peluqueros, una experta en uñas, una estilista, una publicista, un agente, un productor, un periodista de la revista New York, una probadora enviada por Valentino y suficientes asistentes para cubrir las necesidades de la Casa Blanca.

Sin duda era ridículo, pero Vanessa no podía evitar sentirse emocionada. Estaba en los Grammy (¡los Grammy!), a punto de acompañar a su marido por la alfombra roja, delante del mundo entero. Decir que todo era increíble era decir poco. ¿Alguien podía creerse lo que les estaba pasando? Desde la primera vez que había oído cantar a Zac en el destartalado Rue B, casi nueve años atrás, le había dicho a todo el mundo que iba a ser una estrella. Lo que nunca había previsto era la verdadera magnitud de la palabra estrella. ¡Una estrella de rock! ¡Una superestrella! Su marido, el mismo que todavía se compraba calzoncillos boxers de la marca Hanes en paquetes de tres, el mismo que se moría por los palitos de pan del Olive Garden y se hurgaba la nariz cuando creía que ella no lo estaba mirando, era una estrella de la canción internacionalmente aclamada, con millones de fans que lo adoraban y chillaban por él. No podía imaginar un momento, ni siquiera en el futuro, en que fuera capaz de abarcar mentalmente aquella realidad.

Sonó el timbre por segunda vez, y una de las jovencísimas asistentes corrió a abrir la puerta y soltó un gritito.

Ness: ¿Quién es? -preguntó, que no podía abrir los ojos, mientras se los delineaban-.

Natalia: El guardia de seguridad de la joyería Neil Lane -oyó que le respondía Natalia-. Viene a traer tus cosas.

Ness: ¿Mis cosas? -repitió-.

Para no soltar un gritito ella también, apretó los labios e intentó no sonreír.

Cuando finalmente llegó la hora de ponerse el vestido, creyó que iba a desmayarse de emoción (y de hambre, porque incluso con un ejército de ayudantes en la suite, nadie parecía preocupado por la comida). Dos asistentes desplegaron el magnífico modelo de Valentino y otra le sostuvo la mano mientras ella se metía en el vestido. La cremallera le subió sin problemas por la espalda y el traje le enfundó las caderas recién estilizadas y el pecho levantado con trucos de experto como si estuviera hecho a medida, lo cual era cierto, por supuesto. El corte de sirena realzaba la cintura esbelta y disimulaba por completo el volumen del trasero, y el escote corazón festoneado le acentuaba el surco del pecho de la mejor manera posible. Aparte de su color (un dorado profundo, pero no metálico, sino semejante a una reluciente piel bronceada), el vestido era toda una lección de cómo una tela fabulosa y un corte perfecto siempre serán mucho más eficaces que todos los volantes, crinolinas, cuentas, perlas, cristales y lentejuelas para convertir un vestido bonito en algo absolutamente espectacular. Tanto la probadora de Valentino como su estilista asintieron para expresar su aprobación, y Vanessa se alegró enormemente de haber redoblado los ejercicios en el gimnasio durante los dos meses anteriores. ¡Había merecido la pena!

Después les llegó el turno a las joyas y ya fue demasiado. El guardia de seguridad, un hombre bajo de estatura pero con hombros de jugador de fútbol americano, entregó tres estuches de terciopelo a la estilista, que los abrió inmediatamente.

Estilista: Perfecto -declaró, mientras sacaba las piezas de las cajas de terciopelo-.

Ness: Dios -murmuró, nada más ver los pendientes-.

Eran de gota, con sendos diamantes en forma de pera que destacaban sobre un delicado pavé de brillantes, muy al estilo del viejo Hollywood.

Estilista: Date la vuelta -le ordenó, que con mano experta le puso los pendientes en los lóbulos de las orejas y le acomodó en la muñeca derecha un brazalete de estilo similar-.

Ness: Son preciosos -exhaló, mientras contemplaba los diamantes que le relucían en el brazo. Se volvió hacia el guardia de seguridad-. Esta noche tendrá que acompañarme al lavabo, porque tengo la costumbre de «perder» joyas todo el tiempo.

Rió para mostrar que era una broma, pero el guardia ni siquiera le devolvió la sonrisa.

Estilista: ¡La mano izquierda! -ladró-.

Vanessa alargó el brazo izquierdo y, antes de que pudiera decir nada, la mujer le quitó la sencilla alianza de oro de matrimonio, la que Zac había mandado grabar con la fecha de su boda, y puso en su lugar un anillo con un diamante del tamaño de una fresa.

Vanessa retiró la mano en cuanto se dio cuenta.

Ness: No, esto no. Será mejor que no, porque esa alianza...

Estilista: Zac lo entenderá -dijo la mujer, que se ratificó en su decisión cerrando bruscamente el estuche del anillo-. Voy a traer la Polaroid para hacer unas cuantas tomas de prueba y asegurarnos de que todo sale bien en las fotos. No te muevas.

Finalmente sola, Vanessa dio una vuelta delante del espejo de cuerpo entero, instalado en la suite especialmente para la ocasión. No recordaba haber estado nunca tan guapa. El maquillaje la hacía sentirse una versión más bonita pero real de sí misma, y la piel le resplandecía de salud y color. Por todas partes refulgían los diamantes. El peinado, con el pelo recogido en la nuca en una gruesa trenza, resultaba elegante pero natural, y el vestido era absolutamente perfecto. Se miró encantada al espejo y cogió el teléfono de la mesilla, ansiosa por compartir aquel momento.

El teléfono sonó antes de que pudiera marcar el número de su madre, y Vanessa sintió un sobresalto de angustia en la boca del estómago, cuando el número del Centro Médico de la Universidad de Nueva York apareció en la identificación de la llamada. ¿Para qué la llamarían? Otra nutricionista, Rebecca, le había cambiado dos guardias por otras dos guardias, un día festivo y un fin de semana. El trato era bastante injusto, pero ¿qué otra opción tenía? ¡Eran los Grammy! Otra idea le pasó fugazmente por la cabeza, antes de que pudiera apartarla de su pensamiento. ¿No la estaría llamando Margaret para decirle que pensaba asignarle todo el turno de pediatría?

Se permitió un instante de esperanzada emoción, antes de decirse que probablemente sólo era Rebecca, para pedirle que le aclarara algún detalle de un gráfico. Se aclaró la garganta y contestó la llamada.

Margaret: ¿Vanessa? ¿Me oyes?

La voz de Margaret sonó con potente claridad a través de la línea.

Ness: Hola, Margaret. ¿Todo en orden? -preguntó, intentando que su voz sonara tan calma y confiada como le fue posible-.

Margaret: Ah, sí, hola. Ahora te oigo. Oye, Vanessa, me estaba preguntando cómo estarías. Estaba empezando a preocuparme.

Ness: ¿A preocuparte? ¿Por qué? Aquí todo va muy bien.

¿Habría leído Margaret algo de la basura a la que se había referido la periodista del ascensor? Rezó para que no fuera así.

Margaret suspiró audiblemente, casi con tristeza.

Margaret: Mira, Vanessa. Ya sé que es un gran fin de semana para Zac y para ti. No hay ningún otro sitio donde debieras estar y me duele mucho tener que llamarte ahora; pero tengo un equipo que dirigir y no puedo hacerlo si voy corta de personal.

Ness: ¿Corta de personal?

Margaret: Ya sé que probablemente eso es lo último que te ha pasado por la cabeza, teniendo en cuenta cómo se han desarrollado las cosas últimamente; pero si vas a faltar al trabajo, es imperativo que encuentres a alguien que cubra tus guardias. La tuya empezaba esta mañana a las nueve y ya son más de las diez.

Ness: ¡Dios mío! ¡Lo siento muchísimo! ¡Margaret! Estoy segura de que puedo arreglarlo todo, si me concedes cinco minutos. Te llamo en seguida. -No esperó respuesta. Cortó la comunicación y buscó entre sus contactos el número de Rebecca. Rezó todo el tiempo mientras sonaba el teléfono y sintió una oleada de alivio cuando oyó la voz de su colega-. ¿Rebecca? Hola. Soy Vanessa Efron.

Hubo un segundo de vacilación.

Rebecca: Eh... ¡Ah, hola! ¿Cómo estás?

Ness: Yo bien, pero Margaret acaba de llamarme para preguntarme dónde estoy, y como tú y yo cambiamos las guardias...

Vanessa dejó la frase inconclusa, por miedo a decir algo ofensivo si continuaba.

Rebecca: Ah, sí. Habíamos quedado en eso -respondió, en tono meloso y risueño-, pero al final te dejé un mensaje diciéndote que me era imposible.

Vanessa se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Oyó que un hombre joven prorrumpía en una exclamación de júbilo en el salón de la suite y sintió deseos de asesinarlo, quienquiera que fuese.

Ness: ¿Me dejaste un mensaje?

Rebecca: Sí, claro. Vamos a ver... Si hoy es domingo... debo de habértelo dejado... hum... el viernes por la tarde.

Ness: ¿El viernes por la tarde?

Vanessa había salido para el aeropuerto hacia las dos. Rebecca había debido de llamar al teléfono de su casa y le habría dejado un mensaje en el contestador. Sintió una fuerte oleada de náuseas que iba en aumento.

Rebecca: Sí, ahora lo recuerdo con exactitud -prosiguió-. Debían de ser las dos y cuarto o las dos y media, porque acababa de recoger a Brandon de la guardería, y Bill me llamó para preguntarme si podíamos ir a casa de mis suegros el domingo, porque había una reunión familiar. Mi cuñada y su marido volvían de Corea con la niña que acaban de adoptar, y claro...

Ness: Entiendo -la interrumpió, utilizando hasta la última gota de su fuerza de voluntad para no levantarle la voz-. Bueno, gracias por aclarármelo. Siento tener que cortar, pero he quedado en llamar a Margaret ahora mismo.

Vanessa se alejó el teléfono del oído, pero antes de colgar, oyó que su colega le decía:

Rebecca: No sabes cuánto lo siento.

«Mierda», pensó. Era todavía peor de lo que creía. Se obligó a marcar el número de su jefa, aunque no quería perderse ni un segundo más de una noche tan maravillosa.

Margaret contestó la llamada al primer timbrazo.

Margaret: ¿Diga?

Ness: Margaret, no sé cómo disculparme, pero parece ser que ha habido un malentendido enorme. Había acordado con Rebecca que ella haría mi guardia de hoy, supongo que ya sabrás que yo nunca te dejaría en la estacada de ese modo, pero le ha surgido un imprevisto y no ha podido ir a trabajar como habíamos quedado. Al parecer, me dejó un mensaje en el contestador, pero no lo...

Margaret: Vanessa...

La tristeza en la voz de Margaret era inconfundible.

Ness: Margaret, ya sé que es un contratiempo terrible para ti y créeme que estoy desolada, pero te pido por favor que me creas si te digo que...

Margaret: Vanessa, lo siento. Ya sé que te lo he dicho antes, pero con los recortes del presupuesto están controlando mucho la productividad y el absentismo. Miran con lupa las tarjetas de los ficheros y los registros de todos los empleados.

Lo que estaba sucediendo no era ningún misterio para Vanessa. Su jefa estaba a punto de despedirla y a ella le daba pánico la idea, pero lo único que le pasaba por la cabeza era: «¡Por favor, no lo digas! Mientras no lo digas, no ha pasado. ¡Por favor, no me hagas esto ahora! ¡Por favor! ¡Por favor!»

En lugar de eso, dijo:

Ness: No entiendo muy bien lo que me quieres decir.

Margaret: Vanessa, te estoy pidiendo la dimisión. Creo que tus frecuentes faltas y los cambios en tu vida privada han perjudicado tu compromiso con el departamento, por lo que creo que ya no encajas en el programa.

El nudo en la garganta casi la estaba sofocando, mientras una lágrima caliente y solitaria le recorría la mejilla. La chica de maquillaje seguramente la regañaría por su mal comportamiento.

Ness: ¿Piensas que ya no encajo? -replicó, con una voz temblorosa que delataba el llanto-. Tuve el mejor informe de todo el equipo, según las evaluaciones aleatorias de los pacientes. Fui la segunda de mi promoción en la Universidad de Nueva York. ¡Margaret, me encanta mi trabajo y creo que lo hago muy bien! ¿Qué me estás pidiendo?

Margaret dejó escapar un suspiro, y por un momento Vanessa tuvo la certeza de que la situación era casi tan difícil para su jefa como para ella misma.

Margaret: Vanessa, lo siento. Debido a tus... complicadas circunstancias personales... estoy dispuesta a aceptar tu dimisión y confirmar a cualquier futuro empleador que te fuiste... hum... por tu propia voluntad. Ya sé que es un magro consuelo, pero es lo máximo que puedo hacer.

Vanessa intentó con todas sus fuerzas pensar en algo que decir. No existe ninguna fórmula para poner fin a una conversación telefónica cuando a una la han despedido, sobre todo cuando «¡Vete a tomar por el culo!» no es una opción. Hubo un largo e incómodo momento de silencio.

Margaret fue la primera en reaccionar.

Margaret: ¿Sigues ahí, Vanessa? ¿Qué te parece si lo hablamos un poco más, cuando vengas a desalojar tu taquilla?

Para entonces las lágrimas se habían convertido en ríos, y Vanessa sólo podía pensar en la inminente crisis nerviosa de la maquilladora.

Ness: De acuerdo. ¿Te parece que vaya la semana próxima? -No sabía qué más decir-. Bueno, gracias por todo.

¿Por qué tenía que dar las gracias a la mujer que la acababa de despedir?

Margaret: Cuídate, Vanessa.

Desconectó el teléfono y se lo quedó mirando durante casi un minuto completo, antes de asimilar la realidad de lo que estaba sucediendo.

Despedida. Por primera vez en toda su vida, incluidos los innumerables niños que había cuidado cuando estaba en secundaria, su breve temporada de heladera en TCBY, los tres semestres que hizo de guía para los visitantes del campus de Cornell y lo que le parecieron miles de horas de prácticas de posgrado y de nutricionista interna residente.

Y cuando por fin había conseguido un empleo de jornada completa a la altura de su categoría profesional, la despedían sin ceremonias. Vanessa notó que le temblaban las manos y alargó el brazo en busca del vaso de agua cercano.

Su mente se llenó de pensamientos rencorosos que hicieron que todavía se sintiera peor. Nada de aquello habría pasado si no hubiera sido por Zac. Siempre tenía que seguirlo, acompañarlo, apoyarlo, si no quería dejar de verlo por completo. Era una situación imposible. Sintió un nudo en la garganta.

Se bebió todo el vaso de agua, lo dejó en la mesa e inspiró tan profundamente como se lo permitió el vestido. La semana siguiente se presentaría en el hospital y suplicaría, rogaría y se arrastraría, hasta convencerlos a todos de que merecía su empleo; pero de momento, tenía que hacer lo posible para quitarse el problema de la cabeza. Se limpió el rímel corrido con un paño tibio y se prometió que Zac ni siquiera sospecharía que algo iba mal. Aquella noche había que rendir homenaje a su éxito, compartir su emoción y disfrutar de toda la atención que estaba recibiendo. Había que vivir plenamente cada momento y grabarlo en la memoria.

No tuvo que esperar mucho. La puerta del dormitorio de la suite se abrió unos minutos más tarde y apareció Zac. Parecía nervioso e incómodo, probablemente a causa de la ansiedad previa a la actuación y al traje extraordinariamente brillante que llevaba puesto, combinado con una camisa a medio abotonar, que dejaba a la vista una extensión alarmante de pecho. Vanessa se obligó a sonreír.

Ness: ¡Hola! -Sonrió, mientras se volvía para que él la viera-. ¿Qué te parece?

Zac consiguió componer una sonrisa rígida, con expresión distraída.

Zac: ¡Vaya! Estás preciosa.

Vanessa estaba a punto de recordarle que todo su esfuerzo merecía bastante más entusiasmo por su parte, cuando se fijó más detenidamente en su cara. Con las facciones contraídas como si padeciera auténtico dolor, Zac se dejó caer en un sillón de terciopelo.

Ness: ¡Debes de estar tan nervioso! -dijo, dirigiéndose hacia él. Intentó arrodillarse a su lado, pero su vestido no se lo permitió, por lo que se quedó de pie junto al sillón-. Estás guapísimo. -Zac guardaba silencio-. ¡Ánimo, mi amor! -le dijo, cogiendo una de sus manos entre las suyas. Se sentía un poco falsa, fingiendo que todo iba bien, pero se recordó que estaba haciendo lo correcto-. Es natural estar nervioso, pero esta noche será... -La mirada de Zac hizo que se interrumpiera a mitad de frase-. ¿Qué pasa, Zac? ¿Qué es lo que va mal?

Zac se pasó los dedos por el pelo e hizo una inspiración profunda. Cuando al fin habló, su voz grave y monótona hizo que Vanessa sintiera escalofríos.

Zac: Tengo algo que decirte -empezó, con la mirada fija en el suelo-.

Ness: Bueno, dímelo. ¿Qué es?

Zac inhaló y exhaló lentamente el aire, y en aquel momento Vanessa supo que el problema no tenía nada que ver con sus nervios. Empezó a recorrer mentalmente todas las horribles posibilidades. Quizá estaba enfermo, con un cáncer o un tumor cerebral. O uno de sus padres estaba enfermo. O alguien había sufrido un espantoso accidente de tráfico. ¿Alguien de su familia? ¿La pequeña Ella? ¿Su madre?

Ness: ¡Zac, dime qué ha pasado, por favor! Estoy aterrorizada. Tienes que decírmelo.

Por fin, él le devolvió la mirada con expresión resuelta. Durante una fracción de segundo, Vanessa pensó que el momento había pasado y que podrían continuar con los preparativos; pero con igual rapidez, Zac recuperó la misma expresión, se puso en pie y se dirigió hacia la cama.

Zac: Vanessa, creo que deberías sentarte -dijo, dando a su nombre un tono siniestro-. No te gustará lo que vas a oír.

Ness: ¿Estás bien? ¿Están bien tus padres? ¡Zac!

Vanessa sintió pánico; estaba absolutamente segura de que había sucedido algo demasiado horrible para asimilarlo.

Él levantó una mano y meneó la cabeza.

Zac: No, no es nada de eso. Es acerca de nosotros.

Ness: ¿Qué? ¿Acerca de nosotros? ¿Qué tienes que decirme acerca de nosotros?

¿Realmente se le había ocurrido elegir aquel momento para hablar de su relación?

Zac tenía la mirada fija en el suelo. Vanessa le apartó la mano y lo sacudió por un hombro.

Ness: ¡Zac! ¿De qué demonios estás hablando? ¡Basta de rodeos! ¡Dilo de una vez, sea lo que sea!

Zac: Al parecer, se han publicado unas fotos.

Lo dijo exactamente en el mismo tono que habría utilizado para anunciar que le quedaban tres meses de vida.

Ness: ¿Qué clase de fotos? -preguntó, pero de inmediato supo a qué se refería-.

Volvió a ver en un destello a la periodista del ascensor, unas horas antes. Había sido testigo de la rapidez con que se había difundido la noticia de su embarazo inexistente. Había leído durante meses tonterías sobre el «idilio» con Layla Lawson. Pero nunca se habían publicado verdaderas fotografías.

Zac: Fotos que no son agradables de ver, pero que tampoco cuentan toda la historia tal como sucedió.

Ness: Zac...

Zac suspiró.

Zac: No son nada agradables.

Ness: ¿Mejores o peores que las fotos de Sienna?

Sólo un par de semanas antes habían estado hablando de aquellas infames fotografías. Irónicamente, era Zac quien no podía entender que un hombre casado y padre de cuatro hijos se dejara fotografiar en el balcón de una habitación de hotel, abrazado a una actriz semidesnuda. Vanessa había propuesto varias explicaciones perfectamente lógicas para demostrarle que quizá no todo fuera lo que parecía, pero al final había reconocido que no había ninguna razón legítima para que Balthazar Getty apareciera cogiéndole un pecho a Sienna en una foto y metiéndole la lengua hasta la garganta en otra. ¿Por qué no se había quedado dentro del hotel, si estaba a medio vestir, engañando a su mujer con otra?

Zac: Más o menos iguales. Pero, Vanessa, te juro que no fue tan malo como parece.

Ness: ¿Más o menos iguales? ¿Y qué es lo que «no fue tan malo», si supuestamente no pasó nada? -Fijó la vista en Zac hasta que sus miradas se encontraron. La expresión de su marido era de vergüenza-.
Enséñamelas -dijo, alargando la mano para que él le diera la revista enrollada que apretaba con fuerza en el puño-.

Zac desenrolló la revista y Vanessa vio que era un ejemplar de Spin.

Zac: No, ésta no es. La estaba leyendo antes. ¿Me dejas que te lo explique primero, Vanessa? Las fotos están tomadas en el Chateau Marmont y ya sabes lo ridículo...

Ness: ¿Cuándo estuviste en el Chateau Marmont? -lo interrumpió, con un tono de voz que a ella misma le pareció detestable-.

La pregunta le cayó a Zac como una bofetada. Tenía los ojos muy abiertos por la incredulidad (o quizá el pánico) y estaba absolutamente pálido.

Zac: ¿Cuándo estuve en el Chateau? Estuve... vamos a ver... cuatro, cinco... el lunes pasado. ¿Recuerdas? Ese día tocamos en Salt Lake City y después cogimos un vuelo para Los Ángeles, todos juntos, porque ya no íbamos a tocar hasta el miércoles. Te lo dije, ¿recuerdas?

Ness: Sí, pero la semana pasada me lo contaste de otra forma muy diferente -dijo con voz serena, pero sintiendo que las manos le empezaban a temblar de nuevo-. Recuerdo claramente que me dijiste que ibas a Los Ángeles para reunirte con alguien, no recuerdo muy bien con quién, pero no mencionaste nada de una noche libre.

Zac: ¿Eh?

Ness: Lo digo porque no dejas de repetir que haces todo lo posible para volver a casa siempre que puedes, aunque solo sea por una noche. Pero, aparentemente, esa noche fue una excepción.

Zac se puso bruscamente en pie y fue hacia Vanessa. Intentó abrazarla, pero ella se escabulló como una venada asustadiza.

Zac: Vanessa, ven aquí. Yo no... no me acosté con ella. No es lo que parece.

Ness: ¿Así que no te acostaste con ella? ¿Se supone que ahora tengo que adivinar lo que pasó en realidad?

Él se pasó los dedos por el pelo.

Zac: No es lo que parece.

Ness: ¿Y qué es, entonces? ¿Qué demonios pasó, Zac? Evidentemente, tuvo que ser algo, porque hasta ahora nunca habíamos tenido una conversación como ésta.

Zac: Es sólo que... es complicado.

Ella sintió un nudo en la garganta.

Ness: Dime que no ha pasado nada. Dime: «Vanessa, todo es falso. Han distorsionado por completo la verdad», y yo te creeré.

Vanessa lo miró y él apartó la vista. Era todo lo que necesitaba saber.

Por una razón que ni ella misma entendió, Vanessa sintió que toda la rabia desaparecía al instante. No se sintió mejor, ni reconfortada, pero fue como si alguien se hubiera llevado toda su ira y la hubiera reemplazado por una profunda y fría sensación de dolor. Se sentía incapaz de hablar.

Permanecieron sentados en silencio, sin atreverse a decir nada ninguno de los dos. Para entonces, Vanessa estaba temblando: las manos, los hombros, todo. Zac tenía la mirada fija en sus propias rodillas y ella tenía ganas de vomitar.

Finalmente, dijo:

Ness: Me han despedido.

Él levantó bruscamente la cabeza:

Zac: ¿Qué?

Ness: Hace un momento. Margaret me ha dicho que la dirección no está conforme con mi «compromiso con el programa». Porque falto mucho. Porque he cambiado más guardias y pedido más días libres en los últimos seis meses que la mayor parte del personal en diez años. Porque estoy demasiado ocupada siguiéndote por todo el país, alojándome en suites fastuosas y luciendo diamantes.

Zac dejó caer la cabeza sobre las manos.

Zac: No lo sabía.

Alguien llamó a la puerta. Como ninguno de los dos respondió, Natalia asomó la cabeza.

Natalia: Necesitamos hacer un último repaso de los dos, para después empezar a salir. Se os espera en la alfombra roja dentro de veinticinco minutos.

Zac asintió y Natalia volvió a cerrar la puerta. Zac miró a Vanessa.

Zac: Lo siento, Ness. No puedo creer que... que te hayan echado. Era una suerte para ellos contar contigo y ellos lo sabían.

Volvieron a llamar a la puerta.

Ness: ¡Ya vamos! -gritó, con más fuerza de lo que habría querido-.

Aun así, la puerta se abrió y entró Leo. Vanessa vio cómo el hombre recomponía su expresión para convertirla en la de una persona apaciguadora, conciliadora, comprensiva y confidente en los momentos difíciles, y tuvo ganas de vomitar.

Ness: ¿Nos dejas un minuto, Leo? -dijo, sin molestarse en disimular su disgusto-.

Leo entró y cerró la puerta tras de sí, como si no la hubiera oído.

Leo: Vanessa, nada de esto es fácil y lo comprendo, créeme, pero los dos tenéis que estar en esa alfombra roja en menos de treinta minutos, y tengo la obligación de asegurarme de que estéis listos. -Zac asintió. Vanessa solo pudo mirarlo con expresión vacía-. Todos sabemos, claro está, que esas fotos no son más que basura. Tarde o temprano, llegaré al fondo del asunto y obligaré a esa gente a desdecirse. -Hizo una pausa, para dar a sus interlocutores la oportunidad de asimilar el alcance de su poder y su influencia-. Mientras tanto, me gustaría que os prepararais para salir.

Zac: Muy bien -dijo, que en seguida miró a Vanessa-. Supongo que deberíamos acordar una respuesta oficial a cualquier pregunta, como pareja, y mostrar un frente unido.

Vanessa se dio cuenta de que la rabia que había sentido al principio de su conversación se había ido transformando lentamente en una profunda tristeza. «¿Qué ocurre cuando tu marido empieza a parecerte un extraño?», se preguntó. Antes, Zac prácticamente era capaz de terminar las frases que ella empezaba y ahora en cambio no la entendía.

Hizo una inspiración profunda.

Ness: Podéis decidir vosotros dos cuál será la «respuesta oficial». A mí no me interesa particularmente. Ahora voy a terminar de vestirme. -Se volvió hacia Zac y lo miró a los ojos-. Iré contigo esta noche, sonreiré ante las cámaras y te cogeré la mano en la alfombra roja; pero en cuanto acabe la ceremonia, me voy a casa.

Zac se levantó y se sentó a su lado en la cama. La cogió de las manos y dijo:

Zac: Vanessa, por favor, te lo suplico... No dejes que...

Ella se soltó de sus manos y se apartó varios centímetros.

Ness: Ni se te ocurra culparme a mí. Yo no soy la causa de que tengamos que presentar un frente unido, ni de que necesitemos una declaración oficial para la prensa. Pensadla vosotros.

Zac: Vanessa, por favor, ¿no podríamos...?

Leo: No la contraríes, Zac -intervino, con una voz cargada de sabiduría y experiencia, acompañada de una expresión que parecía decir: «Al menos acepta ir a la gala. ¿Te imaginas qué pesadilla para las relaciones públicas si se negara a asistir? Cálmate, dale un poco de coba a la loca de tu mujer y en menos que canta un gallo estarás de camino al escenario»-. Haz lo que tengas que hacer, Vanessa. Zac y yo nos ocuparemos de todo.

Vanessa los miró a los dos, antes de salir otra vez al salón de la suite. Al verla, Natalia se asustó.

Natalia: ¡Cielo santo, Vanessa! ¿Qué demonios le ha pasado a tu maquillaje? ¡Que alguien vaya a buscar a Lionel ahora mismo! -gritó, mientras corría hacia el dormitorio del fondo-.

Vanessa aprovechó la oportunidad para meterse en el tercer dormitorio, que por fortuna estaba vacío. Cerró la puerta y marcó el número de Ashley.

Ash: ¿Sí?

El sonido de la voz de su amiga estuvo a punto de hacerla llorar otra vez.

Ness: Hola, soy yo.

Ash: ¿Ya te has puesto el vestido? ¿No puedes pedirle a Zac que te haga una foto con la BlackBerry para mandármela? ¡Me muero por verte!

Ness: Escucha. Solo tengo dos segundos antes de que me encuentren, así que...

Ash: ¿Antes de que te encuentren? ¿Te está persiguiendo el asesino de las ceremonias de entrega de premios? -rió-.

Ness: Ashley, por favor, préstame atención. Esto se ha convertido en una película de terror. Han aparecido fotos de Zac con una chica. Todavía no las he visto, así que no puedo decir nada, pero parece que son horribles. Y por si fuera poco, me han echado del trabajo por faltar tanto. Mira, ahora no puedo explicártelo, pero quería decirte que voy a salir en el último vuelo para Nueva York en cuanto termine la gala, y estaba pensando en ir a tu casa. Tengo la sensación de que nuestro apartamento estará rodeado por los fotógrafos.

Ash: ¿Fotos de Zac con una chica? ¡Oh, Vanessa! Estoy segura de que no será nada. Esas revistas publican cualquier mierda que llega flotando hasta su redacción, sea cierta o no.

Ness: ¿Puedo ir a dormir a tu casa, Ashley? Tengo que salir de aquí, pero entendería perfectamente que prefirieras ahorrarte todo el drama.

Ash: ¡Vanessa! ¡Cállate ya! Yo misma llamaré y te reservaré plaza en el avión. Recuerdo, por un proyecto que hice en Los Ángeles, que el último vuelo sale a las once y es de American. ¿Te parece bien? ¿Tendrás tiempo? También te reservaré coches de alquiler para ir al aeropuerto y venir a casa.

Solo con oír la nota de preocupación en la voz de su amiga, las lágrimas empezaron a correr otra vez.

Ness: Gracias. Me harías un gran favor. Te llamaré cuando haya terminado.

Ash: Recuerda fijarte si Fergie parece tan vieja y fea en persona como en las fotos...

Ness: Te odio.

Ash: Ya lo sé. Yo también te quiero. No tengas miedo de hacer un par de fotos y mandarlas. Me gustaría sobre todo ver a Josh Groban...

Vanessa sonrió pese a todo y cortó la comunicación. Se miró en el espejo del baño y reunió suficientes fuerzas para abrir la puerta. Natalia parecía a punto de desmayarse por el estrés. Nada más verla, se arrojó literalmente sobre ella.

Natalia: ¿Te das cuenta de que nos quedan solamente veinte minutos y hay que empezar de nuevo contigo? ¿A qué imbécil se le ocurre ponerse a llorar después de maquillada?

Eso último lo dijo entre dientes, pero en voz suficientemente alta para que Vanessa la oyera.

Ness: ¿Sabes lo que necesito ahora mismo, Natalia? -le preguntó, alargando la mano para tocarle el antebrazo y hablando en un tono contenido que no llegaba a disimular su ira. Natalia le devolvió una mirada interrogativa-. Necesito que me arregles el maquillaje, que me encuentres los zapatos y que pidas al servicio de habitaciones un vodka martini y una caja de aspirinas. Y necesito que hagas las tres cosas sin hablar, sin decir ni una sola palabra. ¿Crees que serás capaz de hacerlo? -Natalia se la quedó mirando-. Muy bien. ¡Sabía que podíamos entendernos! Muchas gracias por tu ayuda.

Y tras eso, sintiendo una diminuta partícula de satisfacción, Vanessa volvió al dormitorio. Iba a salir adelante.




Ooohhh....
Si este capítulo os ha parecido triste, esperad a leer el siguiente.
Haced click en la casilla de "disgusto" si tenéis ganas de matar a Zac XD
¡Y comentad mucho!

¡Bye!
¡Kisses!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que no haya sido nada malo las fotos, pq si no hay si que lo mato por hacer sufrir a mi Ness. Me encanta la novela, esperando el próximo(:

Anónimo dijo...

Pero yo solo me pregunto... Porque Zac no fue capaz de decir lo que ella le pidió? Si hizo algo malo? :O pobre Ness

Este capitulo casi lograr hacerme llorar! Bastante triste D=

Saludos -Caro-

Anónimo dijo...

No puedo creeer lo que le hizo zac!
Ya quiero leer el proximo capi.
Amo esta nove, como todas las otras que lei en tu blog:)
Besos

Lu

Lau B. dijo...

Lei los comentarios antes incluso de leer el capitulo y la verdad me preocupe pense que todo iria mal, mas el hecho de que dijiste que estos capitulos iban a ser los mas tristes me estaba muriendo del susto pero en realidad estoy muy contenta...
Vanessa va a salir adelante y sobre todo ya empezo a mostrar lo que siente en realidad sin dejar que zac haga lo que quiera solo por complacerlo, me gusta esta Vanessa!
Espero el proximo
Bye
Lau B.

Publicar un comentario

Perfil