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sábado, 25 de enero de 2020

Capítulo 3


Zac: Parece que te vas a tener que quedar esta noche. Con esta tormenta las carreteras están impracticables.

Ness escuchó las palabras de Zac, pero se negaba a creerlas.

Ness: No puede estar tan mal -dijo saliendo a la puerta para echar un vistazo. Su corazón se hundió al mirar la nieve. Ni siquiera podía ver la casa de enfrente-. Oh.

Zac: Pues sí -parecía tan desilusionado como lo estaba ella-.

Ness: Pero no puedo quedarme aquí.

Quería ir a casa, quería meterse en la cama con un buen libro.

No quería estar con Zachary Efron, que parecía tan poco entusiasmado con el plan como lo estaba ella.

Zac: Si estuviéramos nosotros dos solos, me arriesgaría a intentarlo, pero, ¿de verdad que quieres sacar a Katie en estas condiciones?

Ness: No -dijo cerrando la puerta y asumiendo su derrota-.

Deseaba ir a casa más que ninguna otra cosa y olvidar los pensamientos que le había producido Zachary Efron, lo que le había hecho sentir incómoda.

Pelearse con él era más fácil que sentir... no estaba segura de lo que era aquello, pero estaba segura de que era un sentimiento amable, cálido y...

No era que se sintiera a gusto con Zac; al mirarlo sintió que se le encendía la sangre en las venas.

Intentó apartar esos pensamientos de su cabeza y mantenerla tan fría como la ventisca que soplaba en el exterior.

Zac estaba hablando.

Zac: ... he puesto la cuna de Katie en la habitación de invitados, pero la cama está libre. Yo puedo quedarme en esa cama y tú dormirás en la mía.

¿Dormir en la cama de Zac? Arroparse con las mismas sábanas que él usaba todos los días. Sintió que una oleada de calor la invadía.

Era demasiado íntimo.

No podía hacerlo y no lo haría.

De ningún modo.

Con mirar a la ventisca no conseguía enfriar sus sensaciones.

Ness: No, gracias de todos modos. Dormiré con Katie.

Zac parecía empeñado.

Zac: Pero estarás más cómoda…

Ness: Durmiendo con Katie -repuso, acabando la frase por él-. Es mi última palabra.

Él pareció querer seguir discutiendo, pero por fin lo pensó mejor.

Zac: De acuerdo -dijo, encogiéndose de hombros-. Como quieras. Voy a preparar algo para cenar. No sé tú, pero yo me muero de hambre.

Ness: Tengo hambre -admitió-. Tal vez prefieras que cocine yo...

Zac: ¿Acaso dudas de mis habilidades culinarias?

Ness: No es eso, sino que estoy demasiado hambrienta como para arriesgarme.

Zac: ¿O que eres demasiado cobarde? -dijo bromista-.

Ness: Tal vez.

Zac: Tú te ocupas de Katie y yo de la cena. Confía en mí.

Ness: De acuerdo... no me queda otro remedio.

Vanessa, no, ya no debía utilizar aquel nombre, Ness, se quedó en el salón hablándole a la niña mientras él se dirigía a la cocina.

Ness.

Sonrió al pensar en aquel nuevo nombre. No estaba seguro de cuál era su significado, pero desde luego, le quedaba bien.

Tenía que emplearse a fondo para cocinar algo que la dejara impresionada.

Por desgracia, «impresionante» no era uno de los adjetivos que se podía aplicar a la comida que él preparaba.

Si tenía suerte, podía llegar a «comestible».

Abrió el armario de la despensa, esperando que le llegara alguna idea culinaria espectacular, pero sin resultados. Probó en la nevera.

Una docena de huevos.

En el segundo estante, el queso parecía estar en buen estado. No había nada creciendo sobre él.

Una tortilla.

Podía hacer una tortilla, lo cual, de las cosas que sabía hacer, era la que más posibilidades tenía de ganarse el apelativo de increíble.

Pero incluso una buena tortilla no era algo increíble de por sí. Entonces se acordó del pan italiano. Le puso mantequilla, queso y sal de ajo, y lo metió al horno sin pensárselo un segundo.

Mientras batía los huevos, se dio cuenta de que no sólo tenía a una mujer en el salón, sino también un bebé. Siguió batiendo los huevos con más fuerza de la que era necesaria.

Aquel día había sido un torbellino de cambios. Cuando salió de casa por la mañana no podía imaginar lo que le esperaba.

Lo primero que tenía que hacer el lunes era encontrar una familia adoptiva para Katie Smith. Unos padres, un hogar. Gente que la quisiera de verdad.

Sería una adopción abierta y él tendría que participar en el proceso de elección de la familia. No podía dejar esa responsabilidad a nadie más.

Tal vez Marion tuviera un seguro de vida, tendría que comprobarlo, pero, de todos modos, se ocuparía de que a Katie no le faltara de nada. Él tenía mucho dinero y nadie en quien gastarlo, así que abriría una cuenta para ella, para que no tuviera que preocuparse durante sus años de instituto por poder ir a la universidad, como le había pasado a él.

Sólo había visto a Marion Smith dos veces: cuando fue a hablar acerca del testamento y después cuando acudió a firmar todos los papeles. Por eso se sorprendió a sí mismo aceptando su propuesta, pero de algún modo se sintió vinculado a ella.

Se preguntaba el motivo de su aceptación y el motivo de su vínculo. Lo único que se le ocurría era que había visto en Marion algo de lo que había en sí mismo. A una persona sola.

Y ahora estaba a cargo de su hija.

Haría todo lo posible por que Katie no estuviera nunca sola. Se preocuparía de ello del mismo modo que se preocuparía por que tuviera los mejores padres del mundo. Gente que dispusiera de tiempo para ella y que la quisiera por encima de todo.

Lo haría por Marion y por Katie.

Y tal vez, siendo honestos, lo haría también por sí mismo. Cuando estaba perdido y solo en el mundo, los Anderson lo habían acogido. Se sentía como si al ayudar a Katie estuviera pagando una deuda.

Ness: Oye, Zachary -dijo entrando de repente en la cocina y arrancándolo de sus pensamientos-. No huele nada mal.

Zac: Espero que una tortilla de queso te parezca bien. Me muero de hambre y quiero algo rápido.

Ness: Me parece perfecto -dijo muy agradable-.

Casi demasiado. Ness Hudgens no era una persona agradable.

Lo único que lo había salvado de ponerle nervioso ante tanta amabilidad era que lo había llamado Zachary.

Zac: Hay una botella de vino en la nevera, si te apetece una copa.

Ness: Claro. ¿Y los vasos?

Zac: Encima del fregadero -contestó, intentando no fijarse en que, al ponerse de puntillas para alcanzar los vasos, se le había levantado un poco la blusa, revelando una minúscula porción de piel-.

Después de todo, en cualquier sitio veía mucho más que eso.

Pero en su interior se produjo un ligero fogonazo al que, si hubiera sido con otra mujer, hubiera llamado deseo.

Pero desear a Ness estaba fuera de toda consideración.

La mayoría de los días eran adversarios encarnizados. Aquel día, habían firmado un pacto por Katie. Cuando acabase la tormenta, estaba seguro de que las cosas volverían a la normalidad.

Ness: Aquí tienes -dijo pasándole un vaso de vino-.

Otro roce. Igual de sutil que el anterior, pero otra vez la misma sensación. Si no podía ser deseo, tenía que ser una úlcera.

Seguro que era eso.

Vanessa Hudgens había acabado por provocarle una úlcera.

Probablemente le había subido la tensión, y eso explicaría la extraña sensación que notaba en todo el cuerpo.

Ness: He acostado a Katie en la cuna. Estaba agotada.

La sensación se vio sustituida por una oleada de pánico.

La habitación de invitados, en el otro piso, parecía a millas de distancia. ¿Qué pasaría si lloraba? ¿Y si se ahogaba?

Como si pudiera notar su temor, ella siguió.

Ness: Está completamente dormida. Está bien.

Zac: ¿Has encendido el aparato de escucha? -preguntó, dudando si subir a ver a la niña-.

Ness: Sí -dijo con una carcajada-. El receptor está encima de la mesa.

Zac suspiró de alivio. No se había dado cuenta de que cuando entró tenía el receptor en las manos, probablemente, porque cuando estaba presente, sólo tenía ojos para ella.

Y no lo decía con el sentimiento de un hombre hacia una mujer, sino porque tenía que estar alerta con ella. Era como un picor del que nunca se pudiera librar. Ness lo volvía loco. Así era ella.

Zac: ¿Está lo suficientemente alto como para oírla?

Ness: Sí -repuso llevándose el aparato al oído-. Si escuchas con cuidado puedes oír su respiración.

Zac: Bien.

El bebé respiraba: una cosa menos de la que preocuparse.

Se concentró en la tortilla, que era más fácil que concentrarse en Ness.

Parecía que se hubieran quedado sin conversación. Zac no sabía qué más decir para llenar el silencio, pero no tenía problemas con aquello.

Ness se sentó a la mesa de la cocina y le miró dar la vuelta a la tortilla.

Él la miró por el rabillo del ojo. Estaba dando breves sorbos de vino, como si se sintiera en casa. En su cara se dibujaba una sonrisa y él se preguntó en qué estaría pensando, aunque no se lo preguntó.

Ness: ¿Sabes qué estaba pensando? -dijo casi adivinando sus pensamientos de nuevo-.

Zac: ¿Hmmm? -murmuró, porque no quería parecer, ni lo estaba, interesado por lo que pensase Ness-.

Ness: Estaba recordando una Nochebuena, cuando era pequeña. Hubo una terrible tormenta de nieve y todo cerró. Aquélla fue la parte mala.

Zac: ¿Hubo una parte buena? -preguntó, ante su silencio-.

Ness: Sí, muy buena. Mi madre tenía que trabajar esa noche. Pagaban las horas extras al doble de lo habitual y necesitábamos el dinero. Pero todo se cerró por la tormenta y ella no pudo llegar al trabajo. Perdimos el dinero, pero ganamos algo más importante aún. Estábamos juntos. Jugamos a juegos de mesa.

Su mirada estaba perdida, pero en sus labios se dibujaba una suave sonrisa.

Zac no lo admitiría ante nadie, pero se sentía atrapado por lo que veía ante sus ojos, y el recuerdo que ella estaba evocando.

Ness: Ryan era aún muy pequeño, así que jugaba conmigo -continuó-. Hicimos chocolate y nos quedamos dormidos en el salón. Por la mañana nos despertaron los chicos. Mamá y yo les miramos abrir los regalos desde debajo de las mantas. No había mucho, nunca lo había, pero estaban muy felices. Todos lo estábamos. Eso es lo que me recuerda esta tormenta. Mi hogar.

Zac: ¿Quedarte atrapada conmigo te recuerda a tu hogar? -preguntó, seguro de haber entendido mal-.

Aquello la sacó de la nostalgia.

Ness: Tú no -le aseguró-, sino la nieve. Las tormentas. Me gustan cuando no tengo que salir de casa porque me recuerdan las mejores navidades de mi vida.

Zac: Me alegro de no ser yo -dijo sintiendo un pinchazo que tenía que ser de alivio-.

Desde luego, sería de locos que le agradase que Ness se sintiera así en su casa.

Ness: Estaría loca si me hicieras evocar dulces recuerdos de hogar y seguridad.

Zac: Bueno, lo estás -dijo, sonriéndola para hacerle saber que estaba bromeando-.

Ella no debió haberse dado cuenta de eso, porque lo miró con dureza. 

Ness: Déjalo. Siento haber dicho nada, Zachary.

Tenía que haberle dicho que estaba bromeando, pero, a decir verdad, la prefería cuando estaba molesta con él. De hecho, esa vez había pronunciado su nombre con el mismo tono que solía emplear, y eso garantizaba que las cosas seguían como siempre, porque al escuchar su historia, casi se había sentido reconfortado y amable.

Y eso no era bueno. Molestarla era mejor.

Mientras sacaba el pan del horno y lo repartía en dos platos, junto con la tortilla, echó un vistazo hacia ella y la vio rígida, con el ceño fruncido, y le pareció... extraño.

Tal vez no quisiera una relación cálida y amigable con Ness, pero tampoco quería verla enfadada.

Colocó uno de los platos frente a ella, y el otro lo puso en el sitio donde se sentó.

Ness: Gracias.

Una palabra.

Le ponía nervioso estar con Ness en silencio. Se sentía más cómodo cuando se metían el uno con el otro. Ness no era de las que sufren en silencio.

Cuando Katie dio un breve resoplido, se sintió aliviado.

Zac: ¿Crees que debo ir a ver cómo está?

Ness: Está bien.

Dos palabras. Ya era algo, aunque seguía sin saber dónde quería llegar.

Zac: Cuéntame más cosas de tu familia.

Ness: No, muchas gracias.

Tres palabras, pero no parecían ser un gran avance. Estaba enfadada.

Ness solía estar enfadada cuando él estaba delante, pero por algún extraño motivo, aquella vez era diferente. No tenía que haber hecho ese estúpido comentario.

Zac: Escucha, lo siento.

Ella tan sólo se encogió de hombros.

Zac: De acuerdo. Yo también tengo una historia de ventiscas.

Ella no dijo nada, pero lo miró a los ojos. Zac se lo tomó como una invitación para continuar.

Zac: Crecí en un barrio de Pittsburg, Bethel Park. Allí no nieva tanto como en Erie, parece mentira lo que cambia la climatología con sólo viajar dos horas hacia el norte. Creo que sigo sin haberme acostumbrado a este tiempo.

Ella tomó un trocito de tortilla. Lo masticó sin hacer ninguna mueca, así que debía de gustarle, lo cual era bueno. Una pena que siguiera sin caerle bien a ella.

Zac: Bueno, el caso es que nos quedamos bloqueados por una tormenta de nieve. Todo se cerró. Ahora que vivo en Erie, me parece extraño. Allí bastaban unos centímetros de nieve para bloquear toda la ciudad, pero aquí se necesita bastante más que eso. El caso es que Chad y yo decidimos ir a montar en trineo. El problema era que no teníamos trineos.

Ness: ¿Chad?

Zac: Un…un amigo.   

Nunca sabía cómo llamar a Chad y a sus padres. Para él eran más que amigos. Más que familia, pero era muy difícil explicar una relación de ese tipo, así que decidió dejarlo en amigos.

Zac: Decidimos que era el día perfecto para montar en trineo.

Ness: ¿Qué hicisteis?

Zac: Agarramos un viejo colchón que su madre tenía en el garaje y lo llevamos hasta la colina del colegio, cerca de casa. En Pittsburg no nieva mucho, pero no les faltan colinas. Aquélla era tremenda. Como el colchón por sí solo no funcionaba muy bien como trineo, lo cubrimos con bolsas de basura y cinta adhesiva. Entonces nos subimos al colchón y bajamos por la colina como si fuera un tobogán.

Él sonrió.

Ness: Parece divertido -dijo lentamente-.

Volvía a hablar con él, y, si no se equivocaba, parecía estar sonriendo. Debía de haberlo perdonado.

Zac: Fue muy divertido -respondió animado-. Cuando la cinta adhesiva empezó a despegarse, decidimos bajar una vez más, pero desde la parte más empinada de la colina, sin comprobar lo que había abajo.

Ness: Oh-oh... -dijo imaginando lo que seguía a continuación-.

Zac: Justo. Había una encina gigante en la parte inferior de la colina. El golpe fue tremendo.

Ness: ¿Os pasó algo?

Zac: Yo me rompí el tobillo y Chad, la nariz. Aún tiene la marca. La señora A. intentó convencerle de que aquello le daba carácter, que parecía un campeón de boxeo.

Ella se rió, y su risa hizo que toda la cocina se llenase de la misma calidez que había notado antes Zac. Debía intentar luchar contra ello, pero no pudo encontrar fuerzas.

Se echó a reír con ella.

Por primera vez, simplemente hablaron, compartiendo parte de su vida con el otro.

Aquello hizo que Zac se sintiera raro. No pudo identificar el sentimiento, así que decidió dejarlo correr.

Por el momento, se llevaban bien, y era suficiente.

Por el momento.


2 comentarios:

Carolina dijo...

Awww se quieren y los muy tontos no se dan cuenta xD
O bueno, no se quieren dar cuenta
Ya quiero saber como sigue
Publica pronto please

PAO VAL dijo...

D: CAP!!!

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