topbella

miércoles, 22 de enero de 2020

Capítulo 2


Ness: ¿Qué has hecho ahora, Zachary? -lo acusó casi gritando-.

Zac: Entra en el coche y ponte el cinturón. Rápido. Llora cada vez que el coche se para, pero si seguimos moviéndonos, no hay problema.

Desde la casa de la señora Thomas hasta allí había muchísimos semáforos, y para su mala suerte, todos habían estado en rojo. Durante muchísimo tiempo. O tal vez, a él le había parecido una eternidad porque Katie había empezado a llorar cada vez que el coche se detenía.

Hablando de eternidades, Vanessa estaba tardando más en acomodarse de lo que a él le hubiera gustado, pero parecía moverse con dificultad.

Zac: ¿Ya está? -preguntó casi gritando, para hacerse oír por encima del ruido que producía el bebé-.

Ella asintió.

Zac arrancó el coche y la niña se calmó casi al instante.

Ness: ¿Qué ocurre, Zac? -preguntó obviamente demasiado desconcertada como para tomarle el pelo-.

De hecho, parecía realmente preocupada.

Zac: ¿Te acuerdas del mensaje que me has pasado esta mañana? ¿El de Kim Lindsay? Me llamaba para decirme que tenía una niña.

Ness: Oh, Zachary, ¡cómo puedes ser tan descuidado!

Ella miró con dureza.

Zac: No lo soy, pero por supuesto, tú siempre piensas lo peor de mí. Kim Lindsay es la trabajadora social, y yo soy el tutor del bebé.

Ella se quedó callada un instante.

Ness: Siento haber sacado conclusiones con demasiada rapidez.

¿Vanessa Hudgens disculpándose? Eso sí que era nuevo.

Él aceptó sus disculpas con un ligero movimiento de cabeza y siguió conduciendo. Ni siquiera la miró cuando volvió a hablar.

Zac: El año pasado me entrevisté con una señora que quería que redactase su testamento. Me nombró tutor de su hija aún no nacida. Sé que no es algo habitual, y no hubiera accedido a ello en condiciones normales -se detuvo un instante-, pero había algo en ella y en su historia... no tenía familia, y el padre de la niña había muerto. Para completar el lote, acababa de llegar a la ciudad. Estaba sola en el mundo. Trabajaba en los tribunales y había oído algo sobre mis casos de adopción y... bueno, no me pude negar.

Zac la recordaba con claridad, incluso después de tanto tiempo. Era pálida, más de lo normal. Tal vez hubiera debido adivinar que no estaba físicamente bien y hubiera podido ayudarla.

Kim Lindsay dijo que había muerto de un aneurisma cerebral, que había sido rápido e indoloro y que no había nada que hubieran podido hacer. Pero Zac seguía sintiéndose culpable.

Bajó la voz.

Zac: No esperaba tener que ocuparme de nada. Ella falleció ayer y la niña es su hija.

Ness: Oh, pobrecita -dijo mirando al asiento trasero-.

Zac creyó haber visto el brillo de una lágrima en sus ojos, pero ella se pasó rápidamente la mano por la cara y no pudo estar seguro.

Ness: ¿Qué puedo hacer yo?

Él había esperado tener que convencerla con buenas palabras, promesas o incluso con amenazas. Lo que no había esperado era que se ofreciera ella sin más.

Zac: No sé nada de bebés.

Ness: Yo tampoco sé mucho. He cuidado niños, así que supongo que sé más que tú, pero hace años de eso, y no soy ninguna experta.

Zac: ¿Sabes lo suficiente como para ayudarme a comprar lo que necesita de forma inmediata? Por lo menos lo más imprescindible. Sólo tiene dos pañales y un biberón de leche. No había casi nada en el apartamento de su madre, ni siquiera una cuna. Con esto, no podría ni pasar la noche, mucho menos, los dos días siguientes. Puedo pagarte.

Vanessa lo miró con cara de odio, como si la hubiera insultado. Conseguía enfurecerla aun sin pretenderlo.

Ness: No necesito tu dinero -dijo frunciendo el ceño. La niña hizo un ruidito en el asiento trasero y la expresión de Vanessa se suavizó-. Pero supongo que puedo ayudarte un poco. ¿Significa eso que te la vas a quedar?

El semáforo que tenían enfrente se puso en rojo, y cuando el coche se detuvo, justo a tiempo, Katie empezó a gritar.

Cuando volvieron a ponerse en marcha y la niña se calló, él respondió.

Zac: No, por supuesto que no. No estoy equipado para ocuparme de la niña durante unos cuantos días, así que mucho menos para quedármela por un periodo largo.

Ness: Entonces, ¿por qué no has dejado que los servicios sociales se ocuparan de ella?

Se le contrajo el estómago ante la idea de hacer entrar a Katie en el sistema de los hogares de acogida, aunque no fuera por mucho tiempo. Recordaba perfectamente lo que era ser enviado de una casa a otra.

Cuando tenía diez años, sus padres se marcharon a California con sueños de fama y gloria. Zac siempre pensó que se habían cansado de tener una familia, y lo enviaron a vivir con su abuela durante un tiempo. Prometieron que pronto lo llevarían con ellos, pero nunca lo hicieron. A veces lo llamaban o recibía una carta, siempre llena de promesas vacías, pero sus padres no podían asumir la responsabilidad de un hijo.

Su abuela murió cuando él cumplió doce años y entonces se fue a vivir con su tía durante un año, pero ella no tenía ganas de cargar con la responsabilidad de un niño.

Por último, acabó mudándose a casa de un amigo el primer año de instituto, y los Anderson le dejaron quedarse con ellos hasta que se fue a la universidad. A pesar de que siempre lo habían tratado como a un hijo, él siempre había sabido que no lo era. Siempre había sido consciente de que vivía a su costa y que cualquier día podían echarte de casa. Había esperado ese día, pero nunca había llegado.

Seguían invitándole «a casa» por vacaciones, y eran lo más parecido que tenía Zac a una familia.

Él nunca había entendido por qué habían acogido a un extraño en su casa, cómo habían aceptado la responsabilidad de otro hijo más. Después de todo, si su propia familia no lo quería, ¿por qué lo habían querido ellos?

Nunca había logrado comprenderlo, pero se sentía agradecido. Le habían dado mucho más que una casa en la que vivir: le habían dado un hogar.

Y él iba a encontrar un hogar así para Katie, que le diera lo que los Anderson le habían dado a él: estabilidad. Un lugar en el que sentirse en casa.

Aunque era muy pequeña para entender de modo racional la precariedad de su situación, sí podría hacerlo de modo emocional, y no quería hacerle pasar por eso.

Zac: Su madre la dejó a mi cargo. Confió en mí para que le encontrase la familia adecuada, aunque ninguno de los dos esperaba que yo tuviera que hacerme cargo del bebé. El caso es que, así son las cosas, me encargaré personalmente de todo.

Ness: ¿De todo?

Zac: Encontraré una familia que la adopte. Seguro que no es muy difícil. Es preciosa y sólo tiene siete meses. Seguro que hay montones de familias a las que les encantaría convertirla en hija suya.

Otro semáforo y de nuevo, el llanto infantil.

Ness: ¿Crees que puede tener hambre?

Zac: No lo sé. La señora que la cuidaba simplemente me la entregó con la bolsa de pañales.

Ness: ¿Por qué no aparcas en algún sitio e intentamos darle de comer? Tal vez se sienta mejor después.

Zac: De acuerdo. -Aquel llanto desesperado le estaba rompiendo el corazón. Aparcó en una gasolinera-. Tengo que llenar el depósito. Creo que las previsiones meteorológicas no se equivocaban, y no quiero que me falte combustible, por si acaso.

Zac salió del coche y empezó a echar gasolina. Vanessa subió al asiento trasero con el bebé. Zac no pudo evitar echar un vistazo a Vanessa, que estaba sacando el biberón de la bolsa. Se inclinó y empezó a dar de comer a Katie. La miró acercarse más a la niña y sonreírla, y supo que sus ojos estaban brillando, aunque no le estuviera mirando a él, sino a Katie. Seguro que la estaba encantando, como hacía con todo el mundo.

Donovan siempre había dicho que Vanessa era amable y sociable, la perfecta recepcionista, pero nunca había sido ni una cosa ni la otra con Zac. De hecho, con él se había comportado de modo hostil.

Siempre se metía con él.

Y él no se quedaba atrás.

Sus peleas eran conocidas por todos en el bufete.

¿Por qué lo hacía?

Zac se dio cuenta de que el depósito ya estaba lleno y el surtidor había dejado de bombear. Colocó la manguera en su sitio, cerró el depósito y fue a pagar el combustible, aún asombrado por el modo en que lo afectaba Vanessa.

Ness vio a Zac desaparecer en la tienda. La había estado mirando fijamente.

Ness: ¿Qué le pasa, Katie?

Ella había notado en su voz que tenía más motivos para querer encontrarle a Katie un hogar. Había notado un matiz de dolor, de vulnerabilidad en su voz. Nunca había oído nada así hasta aquel momento.                     

Sabía que Zachary trabajaba mucho como voluntario. Siempre había pensado que para él sería para cumplir el requisito del bufete de que todos sus abogados debían trabajar de forma voluntaria para la comunidad, pero se empezaba preguntar si habría alguna otra razón.

Katie chupaba la tetina del biberón con entusiasmo. Tenía hambre, a juzgar por la velocidad con que desaparecía el contenido del biberón.

Ness: ¿Es que no te daban de comer?

Katie sonrió sin soltar la tetina.

Ness: Eres preciosa.

Katie gorjeó y en ese momento, Zac subió al coche.

Zac: ¿Estás lista?

Ness: Sí. Me quedaré aquí para que pueda acabarse el biberón antes de llegar a la tienda.

Zac: De acuerdo.

Casi se sintió aliviada de poder sentarse en el asiento trasero con la niña. Así no tendría que ver a Zac mirándola.

Ella no era tímida, pero siempre le hacía sentir como si la estuviera viendo...

Bueno, no estaba segura de lo que podía ver, pero fuera lo que fuera, le hacía sentir incómoda.

Casi tan incómoda como sus nuevas dudas acerca de las motivaciones de Zac.

Al mirar a la niña no pudo evitar pensar en cuando sus hermanos eran pequeños. Su madre le había dejado darles de comer del mismo modo que hacía ahora con Katie. Cuando su padre se marchó definitivamente, ella pasó a ocuparse de ellos como algo más que una hermana, aunque sólo tenía unos cuantos años más que ellos.

Pero ahora que Ryan ya se había graduado, había cumplido con su cometido y podría hacer todo lo que había soñado. No sólo comprar un coche nuevo, sino viajar.

Tal vez incluso salir con hombres.

Aunque no fuera nada serio. Ness no quería una relación seria, sino divertirse, vivir sus sueños... sólo tenía que averiguar cuáles eran.

Suspiró.

Zac: ¿Por qué estás tan callada?

Ella se obligó a apartar los recuerdos y el pasado de su mente. Era mejor concentrarse en el presente.

Ness: Tras tanto escándalo, ¿te quejas ahora por el silencio?

Zac: No -dijo riéndose-. Escucha, después de hacer la compra, ¿podrías venir a mi casa y ayudarme un rato? Tengo que comprar una cuna y todo lo que vaya a necesitar durante el tiempo que esté conmigo, pero necesito ayuda. Te llevaré de vuelta a la oficina cuando acabemos para que puedas recoger tu coche.

Ness: Desde luego -dijo sin pensárselo dos veces-.   

Un par de horas más tarde, el coche estaba lleno de artículos para bebés. Zac había comprado la tienda entera. Verle intentar decidirse entre cientos de aparatos de escucha infantiles había sido... tierno.

Y pensar en la palabra «tierno» aplicada a Zachary Efron le resultaba demasiado extraño a Ness. Lo único que quería era llegar a casa y olvidarse de aquella tarde tan extraña. Ya quedaba poco, pensó cuando llegaron a casa de Zac y él detuvo el coche.

Estudió la casa. No se correspondía con lo que ella había imaginado, aunque tampoco tenía claro lo que había esperado.

Se trataba de una casa de dos pisos en Glenwood Hills, un precioso y antiguo barrio de la ciudad. En el centro del jardín había un árbol enorme que probablemente diese sombra a toda la casa. En aquel momento, sin hojas, parecía un centinela cubierto de nieve.

Zac: Vamos. Si tú sacas a Katie, yo cargaré con las cosas.

Tardaría un buen rato. Para haber decidido entregar al bebé al cabo de unos días, había comprado más cosas de las que la niña necesitaría para pasar un año: una cuna, un cambiador, ropita, biberones, juguetes, animales de peluche, pañales de tres tallas diferentes, porque no sabían cuál sería la suya, y leche.

Ness: Vamos, Katie -dijo soltando la sillita del coche-.

Zac: Ten -dijo lanzándole las llaves-.

Ness corrió hasta el porche, donde dejó la sillita de coche en el suelo para abrir la puerta.

Zac: Los interruptores están a la izquierda -gritó-.

Ness subió los dos interruptores. Uno encendió la luz del porche y el otro, una lamparita colocada al lado de un sofá de piel. Se quitó las botas y llevó a la niña hasta el sofá.

Echó una mirada a su alrededor, y descubrió que los puntos de atención del salón eran una chimenea y un piano. ¿Acaso tocaba Zac el piano, o era sólo de adorno?

Tenía un gran sofá de piel con un sillón a juego, sobre el que descansaba, descuidadamente, una manta. Había un óleo en la pared; era una escena campestre. Representaba un viejo establo en medio de un paisaje nevado.

En ese momento, Ness recordó que Zac tenía que meter los paquetes y corrió a abrir la puerta.

Ness: Lo siento.

Zac: Nada. Voy a llevar todo a la habitación de invitados. Katie se quedará allí.

Ness: ¿Necesitas ayuda?

Zac: Deja que me ocupe primero de las cosas pequeñas, y después me ayudas con la cuna.

Ness: De acuerdo -dijo observándole subir al piso de arriba, para después volverse a la niña-. Vamos a desempaquetarte. -Le quitó el protector que se colocaba por encima de la silla y servía de abrigo-. Ya estás -dijo, mientras la niña hacía burbujas de saliva-. Me da la impresión de que vas a ser una rompecorazones.

Zac: ¿Te responde? -preguntó con voz divertida-.

Ness: No. Aún es muy pequeña.

Zac: Pensaba que no eras una experta.

Ness: Y no lo soy, pero dijiste que tiene siete meses, y no creo que los niños hablen tan pronto.

Zac: Oh.

Ness: Voy a dejarla en la sillita hasta que acabe de ayudarte. No quiero que se meta en líos, porque aunque no pueda hablar, no estoy segura de que no pueda gatear.

Tenía prisa por acabar. Cuando antes acabaran de preparar las cosas del bebé, antes podría salir de allí. Aquella visita a la casa de Zac había dejado sus sentimientos... intranquilos. No sabía por qué.

Le parecía más fácil imaginárselo en un piso de soltero que en aquella acogedora casa. Resultaba cálido, cómodo.

Hogareño.

¿Zachary Efron, hogareño?

Aquello sí que no lo había pensado nunca.

Llevaron la caja que contenía la cuna a la habitación de invitados. Aquella habitación rompió de nuevo los esquemas mentales de Ness de lo que Zac debía tener en su casa. Sobre la cama doble había una colcha, y antiguas fotos familiares decoraban las paredes.

Le hubiera gustado estudiar aquellos retazos de la historia de Zac, pero no sabía por qué. Su casa tal vez no fuera como ella la había imaginado, pero eso no hacía que Zachary dejara de ser la persona más irritante del universo.

Ness: Te dejo con ello -dijo volviendo con la niña para soltarla de la silla mientras Zac montaba la cuna-. Me encanta tu pelo, preciosa -dijo jugueteando con uno de sus rizos rubios-. Además, a los hombres les encantan las rubias, ¿lo sabías?

Zac: También les gustan las morenas.

Ness se dio la vuelta y lo vio al pie de la escalera. ¡Aquel hombre se movía como un gato!

Ness: ¿Qué estás haciendo ahora? -preguntó ignorando sus comentarios-.

Zac: Voy a buscar unas herramientas, pero no quiero mentir a la niña. A algunos hombres les gustan las rubias, pero otros preferimos a las morenas.

Ness: Yo... -se quedó callada ante tal declaración-.

Si le hubiera dicho aquello cualquier otro hombre, habría pensado que estaba flirteando con ella, pero a Zac ella le gustaba tan poco como él a ella, así que no podía ser eso.

Ness: Deja de vaguear y acaba de una vez. Son más de las ocho: yo tengo que irme a casa, y esta niña, a la cama.

Zac echó un vistazo a su reloj, sin poder creer la hora que era.

Zac: No creía que fuera tan tarde -dijo, dirigiéndose a la cocina-.

Ness: ¿Qué te parece? -preguntó a la niña-.

Katie gorjeó en respuesta y se estiró.

Ness: ¿Quieres ponerte de pie? Seguro que dentro de nada estás correteando por aquí. Creo que habíamos comprado unas mantas -dijo, mirando el montón de bolsas. Con la niña en brazos, buscó en ellas hasta que encontró una manta-. Aquí está. - La colocó en el suelo y puso a Katie sobre ella, junto con algunos juguetes. Katie inmediatamente gateó para agarrarlos-. Bueno, pues resulta que sí gateas -dijo entre risas, justo cuando Zac volvía a pasar por allí-.

Zac: ¿Gatea? -preguntó arrodillándose al lado de Ness, pero sin tocarla-.

Ness: Mírala -alejó los juguetes, e inmediatamente, la niña gateó hacia ellos-.

Los dos admiraron sus progresos. Zac tenía una mano sobre el hombro de Ness, como si fuese a apoyarse en ella para levantarse. Ella lo miró por el rabillo del ojo y vio que él tenía la mirada puesta en el bebé y sonreía ligeramente. El momento resultaba muy... íntimo.

Aquel pensamiento la hizo estremecerse.

Ness: ¿Has cambiado algún pañal en tu vida?

Él se agarró a la caja de herramientas como si fuera su escudo.

Zac: No, pero no hay problema. Puedes hacerlo tú mientras acabo de montar la cuna para poderte llevar a tu coche.

Ness: Oh, no. Se supone que sólo te tengo que echar una mano. ¿Qué vas a hacer cuando yo no esté? No hay que ser un experto para saber que los bebés necesitan cambios de pañales, y muy frecuentes.

Zac la miraba como si le estuviera diciendo que tenía que enfrentarse a una escuadra de bomberos y a Ness le estaba costando contener la risa.

Ness: Vamos, tienes que aprender.

Zac: Te miraré mientras lo haces. Ya me las apañaré la próxima vez.

Ness: No. Yo te miraré para ver cómo te apañas tú.

Zac: Yo...

Ness: Suelta la caja de herramientas y ven aquí.

Zac aceptó, pero no sin reticencias.

Se sentó en el suelo lentamente y miró a la niña como si se tratara de un animal peligroso.

Ness sacó de una bolsa un pañal y una caja de toallitas.

Ness: Prueba con esto.

Zac se estiró y pareció tomar una determinación.

Zac: Si soy capaz de solucionar complicados asuntos legales y tratar con todo tipo de clientes, seré capaz de aprender a hacerlo.

Ness contuvo la sonrisa mientras le miraba ponerle el pañal a la niña con toda la seriedad de un abogado cerrando un caso.

Ness: Ahora tienes que ajustarlo con las tiras adhesivas -le dijo, cuando estaba acabando-.

Zac: No son tiras adhesivas, sino velcro -dijo puntilloso-. Ya está. Un bebé feliz con pañales limpios.

Ness: ¿Velcro? Qué novedades. Me siento vieja.

Zac: Pues no lo eres.

Ness: No he dicho que lo sea, sino que me «siento» vieja. Tú sí que eres viejo.

Zac: ¿Treinta años te parecen muchos?

Ness: ¡Treinta! Eso es una eternidad.

Zac: ¿Y tú cuántos tienes?

Ness: Veintisiete.

Veintisiete, y por fin lista para empezar a vivir. Estaba preparada para perseguir sus sueños.

Zac: Sí, ya veo que tres años son una gran diferencia.

Ness: ¡Una diferencia enorme! -dijo riéndose-.

Él miró al bebé y le dijo:

Zac: Está loca, pero ya te habías dado cuenta, ¿verdad? Desde luego, eres una chica lista.

Katie hizo un ruidito en respuesta.

Ness: Creo que ha dicho que las chicas se ayudan y que eres tú el que está loco. Pero, aunque dude de tu salud mental, debo considerarte oficialmente capacitado para cambiarle el pañal a un bebé.

Zac: Gracias por la ayuda. Después de eso, creo que puedo enfrentarme a cualquier cosa.

La niña emitió un débil quejido y Ness alargó los brazos hacia ella. Zac le pasó a Katie sin más protestas.

Ness: ¿Ves el chupete por algún lado?

Zac lo tomó de la sillita y se lo pasó a Ness, rozándole la mano suavemente. Fue un roce tan leve que, si hubiera sido otra persona, no lo hubiera notado. Pero era Zac, y ella notaba todo lo que él hacía.

Y la mayor parte de esas cosas le irritaban, se recordó a sí misma.

Pero aquel roce... no había sido nada irritante.

Intentó quitarse la idea de la cabeza mientras colocaba el imperdible del que pendía el chupete en el pijama de la niña.

Ness: El sujetar el chupete con un imperdible, seguro que fue idea de una hermana mayor, cansada de recogerlos del suelo todo el tiempo.

Zac: ¿Eres mucho mayor que tus hermanos?

Ness: Tengo tres años más que David y cinco más que Ryan. Ryan acaba de terminar la carrera.

Zac: Muy bien.

Ness: Sí -se dio cuenta de que la conversación empezaba a discurrir peligrosamente hacia el terreno personal y se asustó-. Zac, ¿por qué no intentas acabar de montar esa cuna? De verdad que me tengo que ir a casa.

Estaba muerta de hambre. Se había saltado la comida y ya había pasado la hora de cenar.

Zac: De acuerdo.

Él corrió a la habitación y ella se sintió aliviada.

Primero, aquella extraña reacción ante el roce de sus manos y después, una conversación casi personal. Habían hablado de sus edades y de sus hermanos.

Una charla normal con Zac... era muy extraño.

Era hora de marcharse a casa.

Vanessa lo había llamado Zac. Estaba seguro de que lo había hecho sin darse cuenta, pero el caso era que lo había hecho.

Mientras ajustaba un pasador del lateral de la cuna, pensaba en los momentos que había captado de Vanessa, «la persona», no de Vanessa, «el arbusto espinoso».

Podía oírla hablar con el bebé, incluso desde el piso de arriba. Estaba cantándole algo.

El día anterior no hubiera creído que Vanessa fuera a acceder a ayudarlo y que fuera a estar al día siguiente sentada en el salón de su casa.

Colocó el colchón en el interior de la cuna y corrió escaleras abajo.

Zac: He acabado con la cuna y creo que me las puedo apañar con el resto, así que cuando quieras.

Ness: Déjame acabar de darle este biberón. Después nos iremos.

Él se sentó frente a ella.

Zac: Vanessa...

Ness: Ness -lo corrigió-.

Zac: ¿Ness?

Ness: Sí. He sido Vanessa durante demasiados años. Voy a volver a ser Ness.

Zac: Ness -dijo estudiándola un momento-. Te queda bien.

Podía haber ignorado su petición, al igual que ella hacía al llamarlo Zachary, pero al mirarla se dio cuenta de que aquel cambio era realmente importante.

Incluso aunque no le debiera una, que sí se la debía, no aplastaría el significado de aquel nombre.

Zac: Ness -repitió-. Quería darte las gracias por todo lo que has hecho. Quiero decir...

Ness: No te preocupes. Supongo que esto significa que me debes una, y ya encontraré el modo de cobrarme.

Zac: Sé que lo harás -dijo riéndose-.

Ella se volvió a mirar a la niña y Zac se recostó en la silla para mirarla. Era una ocupación agradable.

Si la hubiera conocido en una fiesta, hubiera tratado de conseguir su número de teléfono lo antes posible. La hubiera llamado, quedado con ella y roto antes de que la cosa hubiera ido demasiado en serio.

Del mismo modo que sabía que no quería tener hijos, Zac estaba seguro de no querer mezclarse en una relación larga. Había decidido hacía tiempo que era mejor estar solo.

Pero Ness Hudgens era diferente: trabajaba con él, y por algún motivo, él no le caía bien. Dos buenas razones para contener la atracción física.

Pero si las cosas hubieran sido diferentes, entonces...

Ness: Zac -dijo con el bebé en brazos-, creo que ha acabado. Cuando quieras nos vamos.

Zac: Oh, claro.

Ness se levantó y sentó a la niña en su sillita, antes de volver a forrarse de capas.

Zac: ¿Por qué no te pones un abrigo más gordo y te evitas ese look de armario con piernas?

Ness: ¿Estás seguro de que tiene que importarte mi forma de vestir, Zachary?

Otra vez volvía a ser Zachary, lo que quería decir que la había irritado.

Zac: No quería decir eso. Es sólo que, a pesar de las capas, no pareces suficientemente abrigada.

Ness: Bueno, pues para tu información, hoy mismo estaba pensando en comprarme un abrigo nuevo.

Zac: Pero el invierno casi ha acabado.

Ness: ¿De verdad?

Él abrió la puerta y se encontró ante una muralla blanca. Ni siquiera podía ver el final del porche. No había modo de salir de allí con la niña, y aun sin ella, hubiera sido una locura conducir con aquella ventisca.

Zac: Pues parece que no, has ganado tú. Y también parece que te vas a quedar a pasar la noche.



0 comentarios:

Publicar un comentario

Perfil