topbella

lunes, 20 de enero de 2020

Capítulo 1


«La previsión meteorológica para hoy en Erie, Pennsylvania, anuncia nevadas. Se espera que esta noche caigan entre treinta y cuarenta centímetros de nieve... estamos ante otro invierno típico de Erie, y es que hay cosas que nunca cambian...»

Cambios.

Vanessa Hudgens apagó la radio con más ímpetu del necesario. A ella no le importaría que; se produjera algún que otro cambio, pero lo único que anunciaba la radio era nieve...

Zac: Si sigues poniendo esa cara, vas a asustar a los clientes -dijo Zachary Efron entrando en el bufete de abogados Wagner, McDuffy, Chambers and Donovan-.

Ella lo miró mientras se sacudía los zapatos en la entrada y dejaba un montoncito de nieve sobre la alfombra.

Zac era alto, moreno... y guapo, pero Vanessa sabía lo que seguía después: a Zac le encantaba meterse con ella. Y por supuesto, ella hacía todo lo posible por corresponderle.

Él no creía que el nombre de Zachary inspirase el tipo de confianza que necesitaba por su profesión de abogado, así que prefería que lo llamaran «Zac», la razón exacta por la que Vanessa dijo:

Ness: Zachary...

Zac: Zac -corrigió por millonésima vez-.

Vanessa contuvo una sonrisa antes de continuar.

Ness: Estás poniendo el suelo perdido, y yo no lo pienso limpiar.

Zac frunció el ceño, lo que la llenó de satisfacción. Vanessa le pasó un montón de notas.

Ness: Kim Lindsay ha llamado tres veces mientras estabas en el tribunal. Ha dejado el mensaje de que la llames en cuanto puedas.

Él le echó una mirada a los papeles que ella le acababa de pasar, y estudió el nombre escrito en los papeles.

Zac: Lindsay... Kim Lindsay. Ese nombre no me dice nada. ¿Ha dicho sobre qué quería hablar conmigo?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Yo me encargo de tomar el mensaje, no pretendo que me cuenten su vida. Probablemente la conociste en un bar la semana pasada y ya te has olvidado de ella.

Zachary le guiñó un ojo y se rió divertido. La mayoría de la gente pensaba que Zachary era un tipo simpático, pero no Vanessa, que conocía toda una serie de adjetivos para describirlo mejor:

Irritante.

Egoísta.

Desesperante.

Irritante... Oh, eso ya lo había pensado antes.

Guapísimo, para una mujer que se quedara sólo en las apariencias.

Vanessa no era así, excepto cuando se le olvidaba que ella no era así, y entonces disfrutaba de las vistas y tenía que admitir que aquel brillo en los ojos le resultaba muy atractivo. Pero no le gustaba utilizar esa palabra para hablar de Zachary Efron.

Para apartar de su mente aquellos pensamientos tan poco apropiados, miró el charco que había dejado la nieve de sus zapatos al derretirse.

Genial. Ya se sentía mejor.                       

Zachary le atacaba los nervios, era irritante, egoísta…

Suspiró al darse cuenta de que otra vez estaba repitiendo epítetos y se propuso pensar otros apropiados, ninguno positivo, para describir a Zachary Efron. Tenía que asegurarse de que no le faltaban.

Zac: Mira, si no eres capaz de llamarme Zac, tal vez debieras llamarme simplemente señor Efron.

Ness: O tal vez debiera llamarte...

No encontró la palabra apropiada para acabar la frase, pero por suerte Zachary no se dio cuenta, ya que justo en ese momento, Edward Donovan, el socio más joven de la firma, entró en el edificio diciendo:

Edward: Muy mal, chicos. Si seguís peleándoos voy a tener que poneros a cada uno en una esquina de la clase.

Se sacudió la nieve de los zapatos en el felpudo de la entrada, lo cual fue muy considerado por su parte, a diferencia de otras personas a las que no les importaban las molestias y el trabajo que pudieran ocasionar a los demás.

Ness: Yo no tengo ningún problema en que me separen de Zachary, desde luego.

Zac, sin decir nada, se dirigió a las escaleras que llevaban a su oficina.

Edward: ¿Tienes que meterte con él de ese modo?

Ness: No, pero tampoco tengo que utilizar la seda dental todos los días y sin embargo lo hago para cuidar mis dientes. Es exactamente lo mismo que me pasa con Zac: no tengo que pincharlo, pero me satisface el resultado.

Donovan se echó a reír mientras subía las escaleras.

Edward: Por si se me olvida luego, llámame si necesitas que te traiga el lunes, ¿de acuerdo? Si empieza a nevar como se espera que lo haga, no podrás salir de casa con tu coche.

Ness: Gracias, Donovan.

Donovan era una persona agradable, no como otros empleados del bufete.

Desde luego, a Zac no le importaba si ella se quedaba atascada en la nieve, pero a Donovan sí.

Se acababa de comprar un nuevo todo terreno con tracción a las cuatro ruedas y se había ocupado de llevarla de casa al trabajo unas cuantas veces desde entonces los peores días del invierno.

Desde luego, resultaba de ayuda que Vanessa fuera amiga de su esposa, Sarah. Sarah pensaba en ella y probablemente se hubiera encargado de recordarle a Donovan que la llevara, pero aquello no tenía demasiada importancia. Lo que contaba era que Donovan era una buena persona. Y tenía razón: el coche de Vanessa no podría circular en medio de una tormenta de nieve.

Su viejo coche estaba en las últimas, pero acababa de pagar la última letra del crédito que había pedido para enviar a su hermano a la universidad y en cuanto pudiera ahorrar un poco, lo celebraría comprándose un coche nuevo.

Nuevo del todo, que oliera a coche nuevo, con una tapicería preciosa, tal vez incluso de cuero...

Su amiga Libby acababa de comprarse un coche nuevo con arranque automático y asientos con calefacción. Con sólo apretar un botón desde el interior de casa, podías tener el coche caliente y los asientos calientes cinco minutos después, cuando entraras en él.

Le encantaban aquellos lujos decadentes.

Pronto Vanessa habría ahorrado suficiente dinero para poder comprarse algo así. Tras años cuidando de otras personas, por fin podría centrarse en lo que ella deseaba.

Su padre les había abandonado cuando Vanessa era muy joven, pero aun cuando estaba en casa, nunca había pasado tiempo realmente con ellos.

Ella no se había lamentado de la marcha de su padre, pero cuando murió su madre pensó que se le partiría el corazón. Sólo tenía veintiún años, pero supo lo que tenía que hacer: dejó la universidad y pasó a encargarse de toda la familia. Sus hermanos se merecían toda la ayuda que ella pudiera prestarles.                                 

Después de haberse pasado los últimos seis años haciendo todo tipo de malabarismos con las cuentas para conseguir que David y Ryan acabaran sus estudios universitarios, por fin era una mujer económicamente independiente. Se había pasado la vida cuidando de los demás y lo único que tenía que hacer a partir de entonces era cuidar de sí misma. Podía hacer todo aquello con lo que siempre había soñado.

Sólo tenía que organizar sus ideas: podía volver a la universidad, empezar un curso de paracaidismo, podía...

Había un mundo de oportunidades a su alrededor y un coche nuevo con asientos calefactantes sería tan sólo el principio. Toda una vida de posibilidades se abría ante Vanessa, esperando a que las descubriera.

O mejor, Vanessa no.

Aquel nombre evocaba una carga de responsabilidades demasiado pesada.

Ness.

En casa, cuando era más joven, siempre la habían llamado Ness. Cuando aún no tenía preocupaciones. Pero en algún momento dejaron de hacerlo y se convirtió en Vanessa.

Vanessa, la responsable, la que se ocupaba de todo y de todos…

Bueno, volvía a estar libre de preocupaciones, así que pronto descubriría su verdadero significado. Era Ness de nuevo, Vanessa tal vez no supiera qué iba a hacer después, pero Ness pronto lo descubriría.

Una vez olvidados los abogados irritantes, Ness siguió fantaseando sobre las cosas que podría hacer a partir de entonces, empezando por el coche que se compraría muy pronto. Muy pronto...

Lindsay: Se trata de una medida a corto plazo, señor Efron. Tendrá que tomar una decisión definitiva muy pronto.

Zac: Legalmente, estoy en mi derecho.

Había muchas cosas que Zac no sabía. De hecho, no tenía muy claro lo que estaba haciendo en ese momento, pero sí conocía la ley.

Lindsay: No sé si ejercer ese derecho redunda en el beneficio de la menor, y eso es lo que me preocupa -dijo mirándole, convencida de que Zac no podría con aquello-.

Zac: Su madre me nombró su tutor, y como tal, soy yo quien ha de encargarse de Katie.

Era la persona responsable. La sola idea le aterraba, pero era lo suficientemente hombre como para admitirlo. Al menos ante sí mismo.

Era el responsable de un bebé.

No estaba seguro de qué iba a hacer con ella, pero tenía claro que no iba a pasar la patata caliente... no iba a repetir lo que hicieron sus padres.

Se levantó y cerró la puerta con violencia al recordar aquello.

No arruinaría la vida de aquella niña como sus padres habían arruinado la suya. Además, tampoco se trataba de un compromiso de por vida: le encontraría un hogar a la niña, una casa de adopción donde la quisieran y la ayudaran en todo lo que necesitara, y eso sería todo.

Le asombraba pensar cómo habían cambiado las cosas en sólo una hora.

Hacía sesenta minutos que había decidido responder a la llamada de Kim Lindsay. Desde luego, lo que ella le contó era lo último que podía haber imaginado y así había llegado a la sala de estar de la casa de Esther Thomas con la misteriosa Kim Lindsay, que no era precisamente alguien a quien había conocido y luego había olvidado, como había dicho Vanessa. Desde luego, Vanessa era única sospechando siempre lo peor de él. Pero en aquella ocasión, le hubiera gustado que acertase; todo sería mucho más fácil si Kim Lindsay fuera simplemente una persona a la que conocer y después olvidar sin problemas, pero no era así. Kim Lindsay era la trabajadora social asignada a aquel caso.

Y aquel caso era el de Katie Smith. Kim Lindsay se había encargado de averiguar si la niña tenía parientes que se ocuparan de ella, o de buscar otras soluciones en caso contrario.

Katie Smith no tenía parientes, pero tenía a Zac. Su tutor.

Él era el responsable del bebé, y la señorita Lindsay parecía tener problemas para recordarlo.

Lindsay: Ya tengo un hogar de acogida para ella. Hasta que no entré en casa de Marion, no encontré su nombre como contacto de emergencia.

Zac: No soy la persona con la que contactar en caso de emergencia, soy el tutor de la niña. Ya le he mostrado toda la documentación -se alegraba de haber recordado llevarla consigo-.

Lindsay: Pero también me ha dicho que nunca había imaginado que tuviera que ejercer esa responsabilidad de este modo, que no tiene ni idea de bebés y que no piensa quedarse con ella. En ese caso...

Esther: Yo estoy dispuesta a quedarme con ella, si tengo una ayuda económica. Lo suficiente para cubrir los gastos... -apuntó Esther Thomas-.

Zac miró a la vecina de Marion Smith. Parecía muy mayor, casi incapaz de cuidar de sí misma, y mucho menos de hacerse cargo también de un bebé.

Zac: No -dijo al mismo tiempo que la trabajadora social. Intercambiaron una sonrisa de complicidad. Tal vez no se pusieran de acuerdo sobre dónde debía quedarse Katie pero sí lo estaban acerca de dónde no debía quedarse-. Lo que quiero decir -siguió al ver a la anciana fruncir el ceño-, es que le agradezco lo que ha hecho por Katie, pero su madre quería que yo me ocupara de ella, y eso es exactamente lo que voy a hacer.

Lindsay: Señora Thomas, ¿podría disculparnos un momento?

Esther: Sí, claro. Su madre tampoco quiso nunca que la cuidase, como si no pudiese cuidar de un bebé -musitó la anciana mientras se alejaba por el pasillo-.

La señorita Lindsay estudió sus informes. Zac reconoció un gesto que él empleaba a menudo: aquello daba impresión de autoridad, y les recordaba a los dos quién estaba al mando.

Zac esperó cuál sería el siguiente argumento en contra de su propuesta, y no tuvo que esperar mucho.

Ella levantó la vista de la documentación y lo miró a los ojos. Antes de que ella pudiera decir nada, él dijo:

Zac: Me la voy a llevar. Después de todo, no será por mucho tiempo, pero su madre confió en mí para su cuidado.

Lindsay: Cuénteme de nuevo cómo fue todo aquello.

Zac: La señora Smith no tenía familia. La niña nació después de la muerte de su padre, y Marion quería ocuparse de que su hija no se viese nunca en un hogar de acogida. Sabía que necesitaba un tutor, alguien que se ocupara del futuro del bebé si le ocurría algo a ella. Había leído algo sobre mis casos y sabía que yo había trabajado en casos de tramitación de adopciones.

Zac trabajaba como voluntario para Nuestro Hogar, una organización benéfica que se ocupaba de buscar hogares de adopción a niños con necesidades especiales. Pero él nunca había trabajado con los niños directamente, ni había sido tutor de ninguno de ellos.

Tenía que haberle dicho a aquella mujer que no. En Pennsylvanía era legal que un abogado ejerciese también como tutor legal, pero no era frecuente. Simplemente, tenía que haber dicho «no».

Ésa hubiera sido la primera respuesta de Zac, pero cuando Marion Smith acudió a su despacho, parecía realmente sola. Y él sabía lo que era no tener a nadie a quien recurrir.

Ella lo había mirado con los ojos llenos de ansiedad.

Marion: No tengo a nadie, señor Efron. No espero que sea usted quien se encargue de su educación, pero conozco cómo ha trabajado en otros casos de adopciones y sé que podrá encontrarle a ella un buen hogar.

Zac: ¿A ella?

Marion: Sí. En la ecografía han visto que es una niña -había sonreído y se había pasado una mano por la barriga-. 

Una ligera caricia llena de amor.

Entonces se dio cuenta de que no podía negarse.

Los recuerdos se agolpaban en su mente. En aquel momento sintió envidia de aquel bebé, tan deseado por su madre. Marion Smith quería a su hija incluso antes de que naciera, se preocupaba por su futuro y acudía a él para que alguien se ocupara de ese futuro, si ella no podía hacerlo.

Al final, no tuvo corazón para negarse. Aceptó convertirse en tutor de la niña que aún no había nacido y después se olvidó de todo aquello. Después de todo, Marion parecía joven y fuerte. Nadie podía haber imaginado que un aneurisma se la llevaría meses después.

Zac sintió una puñalada de dolor por la muerte de la madre y por el bebé al que tanto había amado.

Tal vez no hubiera previsto que todo aquello sería así, pero el bebé era responsabilidad suya, y no iba a fallarles a Marion y a su hija. Aquella niña no tendría el amor de su madre, pero Zac se ocuparía de que la llevaran a un hogar donde la quisieran. No confiaría su cuidado a unos extraños. Hasta que encontrase un hogar para ella, él se ocuparía del bebé.

Zac: Se lo prometí a su madre y me siento en la obligación moral de cuidar personalmente del bebé.

Lindsay: Pero...

Zac: Señorita Lindsay, a no ser que pueda usted encontrar una contraindicación legal a que yo me lleve al bebé, considere acabada esta conversación.

La mujer suspiró.

Lindsay: ¿Podría al menos quedarse con mi tarjeta y llamarme si necesita algo?

Zac: Escuche, tal vez pueda parecer obstinado -dijo, sonriéndola para intentar caerle bien-. Pero no soy estúpido.

Lindsay: De acuerdo. No había muchas cosas en el piso. Ni siquiera una cuna para el bebé. No creo que su madre tuviera mucho dinero.

Zac: Yo tampoco. Le ofrecí redactar su testamento sin cobrarle, pero no aceptó.

Marion Smith había sido una mujer orgullosa y amorosa, que había enviado el pago de cinco dólares semanales, sin retrasarse, desde entonces.

Zac se aseguraría de que Katie supiese todo eso de su madre.

Lindsay: El casero ha dicho que empaquetaría las cosas de Marion y se las enviaría a usted, para Katie.

Zac: Muy bien.

La trabajadora social dio unos pasos hacia la puerta.

Lindsay: Señor Efron, ¿sabe dónde se está metiendo?

Zac: ¿Qué tiempo tiene la niña? -dijo sabiendo que hacía menos de un año que había recibido a Marion Smith en su oficina-.

La señorita Lindsay echó un vistazo a sus papeles antes de responder.

Lindsay: Siete meses.

Zac: Siete meses -repitió con una carcajada-. No puede ser tan difícil.                     

Entonces fue el turno de la señorita Lindsay de echarse a reír.

Lindsay: Le llamaré dentro de un par de días y me dará usted mismo la respuesta a esa pregunta.

La señora Thomas bajó las escaleras con una bolsa en la mano.

Esther: He puesto su ropa y sus cosas aquí. Sólo quedan dos pañales más, así que debería parar antes de llegar a casa a comprar más.

Zac: Gracias, señora Thomas -dijo agarrando la bolsa-.

Esther: Voy a buscarla.

Hubiera sido mucho más fácil haber dejado que la señorita Lindsay se ocupara de dejar al bebé con alguien que tuviera experiencia con niños. Los servicios sociales no debían de tener muchas dificultades para encontrar a alguien que quisiera adoptar a un bebé. Pero no podía confiar a la niña a otra persona. Tal vez no la conociera aún, pero sabía que era un bebé especial, así que le buscaría un hogar lleno de amor, donde no le faltara de nada, ni emocional ni económicamente.

Esther: Aquí la tiene -dijo con la niña en brazos, envuelta en una manta limpia y suave que parecía fuera de lugar en aquel viejo piso-.

Zac la tomó en brazos y observó la carita angelical de la niña dormida. Katie Smith era una niña preciosa. Le acarició la mejilla con un dedo y sintió una punzada en el estómago. Era tan pequeña, tan vulnerable...

Al apartarle la manta de la cabeza, vio con sorpresa su pelo rubio. Le recordaba a su madre y sintió simpatía por aquella niña que nunca conocería a su madre ni recordaría su amor.

Le encontraría un hogar, el hogar perfecto, pero hasta entonces, él la cuidaría.

Zac: Gracias de nuevo, señora Thomas.

La mujer musitó una respuesta incomprensible.

Zac se dirigió hacia la puerta.

¿Qué demonios iba a hacer entonces? Le había asegurado a la trabajadora social que podría ocuparse de todo. Sabía que el bebé tenía necesidades inmediatas, pero no sabía por dónde empezar.

Necesitaba ayuda, pero pedir ayuda no era uno de los puntos fuertes de Zac.

Intentó pensar en qué hacer. Podía llamar a la señora Z., lo más parecido a una madre que había tenido, pero ella estaba en Pittsburg. No dudó ni por un segundo en que acudiera a ayudarlo, pero no quería que se sintiera obligada.

El director del bufete, Larry Wagner, había tenido hijas, y tal vez incluso su mujer podría darle algunos consejos, pero la idea de acudir a él para pedirle ayuda no le gustaba nada.

Había otros abogados y esposas de abogados en el bufete. Podría llamarlos para pedirles ayuda con el bebé.

Intentó concentrarse en cómo pedirle ayuda a uno de ellos, pero en su cabeza no se dibujaba la imagen de un abogado ni de una de las esposas, sino la de Vanessa Hudgens.

¿Cómo se le habría pasado por la cabeza la idea de pedirle ayuda? A ella no le caía bien y se esforzaba en demostrarlo, lo cual no le importaba porque a él tampoco le gustaba ella.

Oh, desde luego era una mujer bonita... muy bonita. Pero no parecía darse cuenta de lo que cualquier hombre con sangre en las venas apreciaba desde el primer momento. Tenía el pelo negro y corto, y unos preciosos ojos marrones, lo cual era un buen comienzo, pero sólo el comienzo.

Eso no era lo que la hacía bonita, sino su sonrisa. Él no podía evitar soltar una exclamación cada vez que veía sus labios curvarse hacia arriba y sus ojos brillar.

Katie hizo un ruidito que interrumpió los pensamientos de Zac, lo cual fue bueno, porque hasta donde recordaba, no había pensado en que a nadie le brillaran los ojos hasta entonces. Y, sinceramente, esperaba no volver a pensarlo nunca más. No le importaban los ojos brillantes para nada.

Katie se rió.

Zac: ¿Qué es lo que me importa ahora? -le preguntó a la niña-.

Ella se volvió a reír.

Lo que le importaba era que Vanessa era una mujer, así que tenía que saber algo de bebés. Y le pagaría. Ella siempre estaba dispuesta a trabajar horas extras.

Desde luego, contratar a alguien era mejor que pedir un favor.

Zac se dio cuenta de que había llegado a su coche. Miró al bebé, la bolsa y la sillita del coche. ¿Cómo iba a apañárselas con todo aquello?


Eran las cinco menos cuarto. Cinco minutos más y Ness podría dar el día por finalizado. Gracias a Dios.                                         

Había sido un día largo y agotador, que había empezado con la avería de la fotocopiadora y la negativa del técnico a acudir a repararla hasta el lunes siguiente. Aquello provocó que la mitad de los empleados de la firma acudieran a ella para pedirle copias de vital importancia, así que Ness había tenido que ir durante su descanso para comer a un centro de reprografía cercano para hacer todas esas fotocopias.

Después, llamadas, mensajes y aquella mujer que había salido del bufete envuelta en un mar de lágrimas. No había dicho qué le pasaba, pero Ness había pasado un buen cuarto de hora calmándola.

El único momento divertido del día había sido su pequeña pelea con Zac.

Quedaban cuatro minutos, así que Ness se levantó y empezó a recoger su mesa. Cuando llegara a casa, tomaría un baño de burbujas y leería un buen libro. Qué plan tan fantástico para pasar la tarde.

Sacó las botas del armario de los abrigos y se cambió los zapatos de tacón. No eran las botas más elegantes del mundo, pero eso a Ness no le importaba. A ella le importaba el calor. El radiador de su coche estaba averiado y la mayoría de los días podía considerarse una chica con suerte si calentaba lo suficiente como para evitar que se formase hielo en el parabrisas.

Tres minutos.

*: Buenas tardes, Vanessa -se despidieron Donovan y otros dos abogados que salían juntos de la oficina-.

Ness: Buenas tardes.

Dos minutos.

Larry Wagner, el socio más veterano del bufete, les seguía de cerca.

Larry: ¿Te encargas de cerrar, querida?

Ness: Claro.

Larry: ¿Quieres que me quede hasta que tu coche arranque?

La semana pasada se había quedado sin batería y había tenido que llamar a un servicio de asistencia en carretera para que arrancase su coche.

Ness: No, gracias, señor. He puesto una batería nueva y todo debería ir bien.

Larry: De acuerdo. Buenas tardes y conduce con cuidado.

Ness: Usted también.

Las cinco. Hora de marcharse.

Se envolvió en un jersey, y después en su fina chaqueta.

Tal vez, antes de comprarse un coche nuevo, se comprase un abrigo nuevo. Aunque, con el coche nuevo con arranque automático y los asientos calefactantes, no necesitaría un abrigo nuevo. Valorando qué sería lo más apropiado, se puso la bufanda y un gorro de lana en la cabeza.

Rígida debajo de tantas capas, agarró su bolso y echó a andar hacia la puerta. Conectó la alarma y salió del edificio, comprobando primero los cierres de seguridad.

Todo estaba blanco. La nieve caía en copos gordos y pesados, y había unos cinco centímetros de nieve más que a mediodía. Todavía no había llegado la ventisca, pero podía imaginársela perfectamente.

Ness empezaba a bajar los escalones de la entrada cuando un todo terreno azul aparcó en la puerta y alguien bajó la ventanilla del acompañante.

Zac: Vanessa, me alegro de que sigas aquí. 

Ness: ¿Qué querías, Zachary?

Zac: Te quiero a ti -replicó sin decir nada acerca del nombre que había empleado-.

Ness consiguió no ahogarse al oír su respuesta.

Ness: ¿Perdón?

Zac: No a ti, sino tu ayuda -se corrigió-. Entra en el coche, por favor.

Ness: Pero...

Zac: Por favor, Vanessa.

Había algo en su voz que le decía que no era momento de bromas o discusiones. Algo iba mal. Andó lentamente hacia el coche, torpe bajo tanta ropa, y al acercarse oyó un ruido. No era música, sino el sonido más horrible del mundo.

Parecía...

Abrió la puerta y echó un vistazo al asiento trasero.

En efecto, lo era.

Era un bebé. Un bebé llorando.


1 comentarios:

Maria jose dijo...

Regrese!
Se ve muy buena la novela
Siguela pronto
Saludos!!!

Publicar un comentario

Perfil