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martes, 28 de enero de 2020

Capítulo 4


Ness se despertó con la sensación de que algo iba mal. Podía oír la respiración de otra persona a su lado.

Y, puesto que ella dormía sola, allí estaba pasando algo raro.

Lentamente abrió los ojos y vio la cuna. Katie.

Un bebé, la ventisca, la tortilla... empezaba a recordar.

Había pasado la noche en casa de Zac.

Habían cenado juntos y después habían hablado y reído mientras fregaban los platos. Después de eso, Katie se había despertado, Ness le había dado de comer y la había acostado, antes de irse ella a dormir en la habitación de invitados de Zac. Con una de sus viejas camisetas como pijama.

Echó un vistazo al reloj.

Eran las siete. Katie había dormido toda la noche de un tirón.

Probablemente debía levantarse y ducharse antes de que se despertara. Empezó a retirar la colcha, pero inmediatamente se tapó otra vez para conservar el calor.

La calefacción debía de haberse apagado durante la noche.

Podía quedarse en la cama y esperar a que Zac se levantara y volviera a ponerla en marcha.

Pensó en Katie y, apretando los dientes, se levantó para ir hasta la cuna de la niña. Lo único que podía ver de ella era una mata de pelo rubio.

Le tocó la mejilla con suavidad y comprobó, aliviada, que estaba caliente.

Temblando, llegó hasta la habitación de Zac y llamó a la puerta. No hubo respuesta.

La abrió y lo llamó. Nada. Lo llamó más fuerte. Esa vez obtuvo como respuesta un sonoro ronquido.

Consciente de que la casa tenía que estar caliente antes de que se congelaran las tuberías, antes de que se congelaran todos, se acercó a la cama a oscuras y sacudió su hombro. Su hombro desnudo.

Estaba cálido. Casi caliente.

Desde luego, hablaba en términos de temperatura, no en términos de atractivo físico.

No era que no fuera atractivo, sí lo era, pero eso no significaba que ella se sintiera atraída por él. Nada de eso, aunque el resto de la población femenina se pusiese a sus pies, Ness nunca haría algo así. Ella tenía mucha más... conciencia. Eso, conciencia.

Ness: Zac. Vamos, despierta. Se ha apagado la calefacción.

Zac: ¿Qué?

Ness: Zac, vamos. Estoy preocupada por la niña.

Eso funcionó. Se sentó como un rayo en la cama.

Zac: ¿Qué le pasa a la niña?

Ness: Nada por ahora, pero la casa está muy fría. Tienes que encender la calefacción o la chimenea, o hacer algo.

Zac: Estás temblando. Vuelve a la cama hasta que vea qué pasa.

Ness sabía que tenía que haber protestado, pero tenía demasiado frío.

Ness: Gracias. Dame un grito si me necesitas.

Ella corrió a la habitación de invitados y se hundió bajo las mantas. Lo único que deseaba era irse a casa, o al trabajo. Ir a algún sitio.

Había tenido unos sueños muy extraños. En sus sueños, ella estaba con un hombre, que se parecía mucho a Zac. Pero no podía ser él. Después de todo, si estaba soñando con Zac, debía ser una pesadilla, no el tipo de sueño apasionado que acababa de tener.

Oyó un sonido procedente de la cuna. Se levantó arropada con la colcha y se asomó.

Ness: Hola, dormilona.

Katie respondió con uno de sus gorjeos.

Ness: ¿Eres una niña muy buena, verdad?

Ness se inclinó y la tomó en brazos.

Ness: Vamos abajo a ver si Zac ha encendido el fuego. Allí hará calor y te cambiaremos el pañal y te daremos el desayuno.

Con la niña arropada con su manta, y ella con la colcha arrastrando tras de sí, bajó al salón, donde Zac ya había encendido la chimenea.

Ness: Oh, qué bueno eres -dijo sentándose en el suelo para estar más cerca del calor-. Como premio, este pañal se lo cambiaré yo.

Zac: Si la forma de librarse de cambiar pañales es encendiendo fuegos, tendrás fuego hasta julio.

Ness: Pero yo no estaré aquí en julio. De hecho, no me quedaré mucho tiempo -la cara con que la miraba Zac la puso nerviosa-. No me quedaré mucho, ¿verdad?

Zac: ¿Has mirado por la ventana?

Ness: No.

Zac: Bueno, ¿recuerdas cómo estaba todo ayer? -asintió con la cabeza-. Pues hoy está mucho peor. No hay electricidad, por eso no tenemos calefacción. Por suerte, tengo una estufa de leña en el sótano. Los antiguos dueños de la casa la utilizaban para calentarse y me alegro de que esté allí en ocasiones como ésta. Iré a encenderla mientras te ocupas de Katie, ¿de acuerdo?

Ness: De acuerdo.

Él se marchó y Ness se sintió descorazonada. Estaba atrapada con Zac, y no sabía por cuánto tiempo.

La noche anterior había sido extraña. Casi íntima. Habían compartido anécdotas familiares y el cuidado de la niña. Parecían una pareja.

Pero la última persona en el mundo con la que ella quería estar era con Zachary Efron.

Y estaba atrapada con él.

Ness: Genial -le dijo a Katie-. Esto es genial.

La niña se rió. No parecía importarle la nieve.

Bueno, una persona feliz de tres.

Ness: Zac -dijo para romper el silencio-.

Estaba atrapada en su casa, sentada a su lado en el sillón. Lo menos que podía hacer era hablar con ella.

El día había pasado lentamente y ellos habían centrado su actividad en el tiempo o en el bebé. Ness había empezado a dudar qué necesitaba más atención; si las tormentas de nieve o los bebés.

Zac había sacado un quitanieves de aire caliente y había intentado limpiar la acera y parte de la calle de nieve, pero pocos minutos después de dejarlo, estaba todo igual que al principio. No dejaba de nevar.

Ness sabía que le había tocado la parte buena de las tareas. Ella se quedaba en casa con Katie, al lado del fuego.

Katie sabía gatear y sentarse, aunque a veces le fallaba un poco el equilibrio, pero Ness estaba encantada con ella. A la niña también parecía gustarle mostrar sus habilidades y no paraba de parlotear y canturrear, contenta.

Ness se dio cuenta de que Katie Smith, dormida en los brazos de Zac, le había robado el corazón. Aquel sentimiento cálido que envolvía a Ness tenía que ser por Katie, no por el hombre que la acunaba.

Tenía que concentrarse en otra cosa que no fueran Zac y Katie.

Intentó leer, pero todos los libros de Zac eran de suspense o misterio, lo cual no le interesaba para nada y no podía centrarse en la historia.

Por eso no dejaba de mirar a Zac a escondidas. Incluso cuando la enfadaba era más interesante que la biblioteca que tenía en casa.

El modo en que acunaba a Katie... le estaba afectando.

No. No era Zac, sino la falta de un buen libro. Daría lo que fuera por una buena historia de amor.

Pero Zac no era un hombre de romances. A juzgar por la serie de mujeres a las que había visto entrar y salir de su vida, no le gustaban los compromisos a largo plazo, pero tal vez con la niña fuera diferente.

Ness: Zac. ¿Qué vas a hacer con Katie? ¿Vas a dejar que se marche?

Desde luego, tampoco era un hombre hablador y se tomó su tiempo para responder.

Zac: No voy simplemente a «dejar que se marche». Voy a encontrar el hogar perfecto para ella. El mejor. Y la gente hará cola para adoptarla.

Ness: Entonces, ¿estás seguro de que no quieres quedarte con ella? Pensé que, puesto que has pasado un tiempo con ella, tal vez hubieras cambiado de idea.

Si Zac se quedaba con Katie, Ness podría visitarla. Podría cuidarla, siempre.

Zac: Estoy seguro de que no me la voy a quedar. No voy a tener niños. Nunca -su tono de voz era firme, como si estuviera haciendo una declaración-.

La fantasía de Ness de ser la Mary Poppins de la vida de Katie se evaporó en un instante. Sintió una oleada de tristeza.

Ness: Es una pena. Te he observado cuando estás con ella, y serías un buen padre.

Zac: Lo cual demuestra lo poco que sabes -dijo, antes de guardar silencio-.

Ness se dio cuenta de que había tocado una antigua herida, y alargó la mano para tomarle la suya. Pretendía ser una caricia desenfadada y reconfortante, pero no fue así para ella.

Le dio un vuelco el corazón. Acababa de descubrir que Zac era algo más que un compañero de trabajo que la irritaba. Sentía algo por él, algo que iba más allá de las bromas y las risas.

Apartó su mano de él. Deseaba que todo quedase ahí y poder volver a la semana siguiente al trabajo y a su antigua rutina de meterse el uno con el otro. De repente, temió que esa situación no volviera a darse.

Zac: No tienes una perspectiva completa. Sólo me has visto con Katie ayer y hoy. Eso no es nada, sólo son dos días. Cualquiera puede ser un buen padre durante dos días, pero lo que estamos discutiendo es la vida entera de Katie Smith. Y ella se merece algo mejor que yo.

Ness: ¿Y no crees que vayas a ser siempre tan cariñoso con ella?

Zac: Sé que no lo seré.

Ness: Por mucho que odie decirlo, dado que es un cumplido, lo diré de todos modos: No estoy de acuerdo contigo -sonrió-. Ya sabes que pensar lo peor de ti es mi pasatiempo favorito, pero he visto otra cara de ti, la cara que intentas ocultar. No han sido sólo dos días, sino desde que hace meses aceptaste la responsabilidad de ser el tutor de esta niña. Es el tiempo que trabajas como voluntario en Nuestro Hogar, ayudando a esos niños que no tienen a nadie a su lado. Y ahora, Katie. Cuando la tomas en brazos, el sentimiento es muy profundo. La niña no podría pedir nada más; te preocupas por ella y la querrás.

Zac: Cuidado, estás hablando con el corazón -dijo en tono burlón-.

Aquello era suficiente normalmente para enfurecer a Ness, pero esa vez no lo consiguió. Ella sentía algo distinto, algo que no estaba dispuesta a analizar, pero estaba segura de que no era ira.

Zac: Como abogado -continuó-, tengo que analizar cada caso y trabajar según una estrategia basada en los hechos de los que dispongo. Las cosas no son sólo como dice el cliente, no es sólo si es inocente o culpable, y tampoco lo que me afecte la historia. Es todo en su conjunto.

Ness: ¿Y vas a compartir toda tu historia conmigo?

Él sacudió la cabeza.

Zac: No. Basta con decir que las circunstancias de mi pasado me llevan a decir que no debo arriesgarme a ser padre. Dicen que uno imita a sus padres con sus hijos, y yo no le desearía eso a ningún niño. Así que he tomado la decisión de no tenerlos. Nunca. Ni siquiera a Katie.

Ella no quiso seguir discutiendo. Le daba igual lo que le hubieran hecho sus padres, ella sabía que nada podría hacer que él no fuera un buen padre. Aquello sólo podía hacerle mejor aún.

Pero podía ver en la expresión de su rostro que no la creía y no lo haría nunca.

Ella creía haber visto todas las caras de Zac: el abogado fuerte y con confianza en sí mismo, el que hacía reír a la gente, el que tenía a las mujeres haciendo cola, pero sin dejarlas acercarse demasiado a él. Pero entonces podía ver mucho más. Podía intentar decírselo, pero no la creería, así que lo dejó en un:

Ness: De acuerdo.

Él pareció sorprenderse.

Zac: ¿Ya está? ¿No vas a presionarme ni a pincharme?

Ness: Si alguna vez quieres contarme más cosas, yo te escucharé. Para eso están los amigos.

Zac: ¿Somos amigos?

Ella sonrió.

Ness: Por extraño que parezca, eso creo. Si lo hubieras dicho la semana pasada, me hubiera reído en tu cara. Pero, aquí sentada, me he dado cuenta de que algo ha cambiado entre nosotros.

Zac: No dejes que cambie mucho -dijo muy serio-.

Ness: ¿Qué?

Zac: Amigos está bien, pero no sé te ocurra enamorarte de mí. Incluso si estuviera buscando tener una relación, que no es así, no sería contigo. Eres el tipo de mujer que quiere llegar hasta el final, y eso es lo último que deseo. Por el simple motivo de que nos mataríamos el uno al otro. Así que, deja de hacerte ilusiones. Yo no soy tu hombre ideal.

Los hombres suelen tener un ego frágil. Ness intentó contenerse, pero no pudo. De su garganta escapó una tremenda carcajada.

La niña se sobresaltó en los brazos de Zac, pero después se acurrucó más en su pecho y volvió a dormirse.

Ness procuró contenerse, pero pronto se estaba riendo con tantas ganas que se le escapaban lágrimas de los ojos.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó confundido-.

Su confusión sólo consiguió hacerle reír aún más.

Ella se detuvo e intentó calmarse.

Ness: Escucha, Zac. He descubierto que me caes bien, que es casi un milagro, pero, ¿amarte? -se siguió riendo-.

Zac: De acuerdo, pero no ha sido para tanto -dijo molesto-.

Ness: Claro que lo ha sido. ¿Tú y yo? En el bufete nadie podría reponerse de la sorpresa. Admito que hay más en ti de lo que creía, eso está claro. Creo que serías un gran padre para Katie. ¿Pero como novio? ¿Como prometido? Zachary, yo estoy esperando a mi verdadero príncipe, y no me conformaré con menos de eso. Tú vas dejando un rastro de mujeres abandonadas tras de ti. Vamos a ponernos de acuerdo aquí y ahora en que puede que nuestra relación haya cambiado un poquito, pero no lo suficiente como para que esté deseando salir contigo.

Zac: De acuerdo.

Katie bostezó y se estiró. Empezaba a abrir los ojos.

Salvada por la niña, pensó Ness. Hablar con Zachary acerca de relaciones personales era más de lo que podía soportar.

Zac: Acaba de pasar la máquina quitanieves. Si han llegado hasta aquí, las calles principales deben de estar despejadas.

Ness: ¿Quieres decir que me puedo ir a casa? -preguntó con una gran sonrisa-.

Zac se sintió un poco molesto. No tenía por qué parecer tan contenta con la noticia.

Pero no era sólo su sonrisa lo que le molestaba; la sensación no se le había quitado desde su ataque de risa de hacía un rato.

No era que quisiera que ella se enamorara de él.

¿Ness enamorada de él?

Aquella idea no se tenía en pie. Pero, aun así, su risa incontenible resultaba casi insultante.

Muchas mujeres pensaban que él era un buen partido. Tenía éxito, era ambicioso y se lavaba los dientes con frecuencia. Ness podía encontrar algo peor.

Pero se merecía algo mejor, se dijo a sí mismo.

Y se sintió aún más confuso.

Zac: Dejó de nevar hace un par de horas. Ha vuelto el suministro eléctrico y nuestra calle está despejada. Sí, creo que es hora de llevarte a casa.

Zac también estaba contento. Había estado en compañía de Ness durante veinticuatro horas, lo cual era un día entero más de lo necesario.

Ness: ¡Genial! Déjame subir a cambiar a Katie antes de abrigarla para el viaje.

Tomó a la niña en brazos y subió las escaleras casi bailando.

No hacía falta que se pusiera tan contenta. Tampoco se habían peleado ni nada parecido.

Los dos se habían comportado muy bien. Nadie del bufete hubiera podido creer que habían pasado un día juntos y que siguieran vivos.

Estaba el incidente de la risa histérica, pero aquello no había sido una pelea, aunque no hubiera tenido que reírse tanto. Aunque tampoco era que hubiera herido sus sentimientos.

Después de todo, ella había estado sentada, haciendo como si leyera, cuando se había pasado todo el rato mirándolos a él y al bebé.

Lo último que necesitaba era que Ness Hudgens se enamorara de él.

Apretó un botón de su llavero y arrancó el coche. Quería que el interior estuviera caliente para Katie.

Ness: Estamos listas. Ahora sólo tenemos que abrigarla.

Zac: Tardaremos más, porque tienes que ponerte todas esas capas, así que empieza a abrigarte tú y yo me ocuparé de Katie.

Ella lo miró. Era una mirada normal de Ness, llena de furia

Un clásico.

Aquello era bueno, porque nada había parecido normal entre los dos desde que la había recogido el día anterior.

Zac: Vamos, Katie. Tienes que ayudarme a abrochar todos estos botones.

Se concentró en ponerle a la niña su traje para la nieve y en ignorar a Ness mientras se envolvía en jerseys, bufandas, guantes y demás. A pesar de todo, no parecía lo suficientemente abrigada, y sí rígida e incómoda.

Aquella mujer necesitaba un abrigo.

Un abrigo de invierno, largo, que le abrigase también las piernas. ¿No se daba cuenta de que vivía en Erie? Era un sitio frío y nevado durante seis meses al año. ¿Cómo no estaba preparada?

Zac: Ya está -dijo, cuando hubo acabado de abrochar botones-.

Ness: Yo también.

Zac: ¿Vamos? El coche ya debe de estar caliente.

Ness: No te he oído salir.

Zac: Tiene arranque automático.

Ness: Oh, justo lo que estaba pensando ayer. Cuando me compre un coche nuevo, tendrá arranque automático y asientos calefactantes. Incluso tracción a las cuatro ruedas -dijo, esperanzada-.

Zac, que conocía el coche de Ness, deseó que no quedara demasiado para que pudiera comprarse ese coche.

Zac: Vamos -dijo, abriendo la puerta y sintiendo el frío polar en la cara-. Cierra la puerta, voy a llevar a Katie al coche.

Ajustó la sillita de la niña al asiento trasero del coche y se sentó al mismo tiempo que Ness.

Zac: ¿Por qué no me dices dónde vives? Deja el coche en el bufete. Aunque el tiempo ha mejorado, no me gusta la idea de que conduzcas. Te recogeré para ir a trabajar el lunes.

Él había esperado que ella se negase, pero le sorprendió cuando dijo:

Ness: Es una buena idea, pero no te preocupes por lo de recogerme. A Donovan le pilla de paso mi casa. Le llamaré.

Zac: De acuerdo.

Por supuesto que estaba de acuerdo. Si tenía que recoger a Ness el lunes, tendría que desviarse, y la verdad era que con preparar a la niña para salir tendría suficiente motivo de retraso.

Sí, así estaba bien.

Otra vez aquella extraña sensación.

Zac agradeció que la carretera requiriese grandes dosis de concentración. No dejaba tiempo para hablar, y estaba seguro de que Ness y él habían tenido suficiente charla para varios meses.

La llevó hasta su piso y aparcó.

Zac: Gracias de nuevo. No sé qué hubiera hecho sin ti.

Ella le dedicó una breve sonrisa.

Ness: No ha sido nada. Odio decir esto, pero, ha sido un placer.

Zac: Yo... -olvidó lo que quería decir al mirar a Ness sonriente-.

Era asombroso cómo le había robado la habilidad para hilvanar las palabras una tras otra, haciéndole desear. Antes de que pudiera saberlo, se inclinó y la besó. Un beso suave que la invitaba a pedir más, pero sin insistencia.

Un beso que esperó, preparado para apartarse, pero deseoso de más.

Los labios de Ness se ablandaron, hundiéndose en los suyos, saboreándolos...

Fue Zac el que rompió el contacto, apartándose.

Zac: Hum, gracias.

Ness se quedó sentada un momento, como hipnotizada. Pronto esa expresión se vio reemplazada por otra de sorpresa. Sus mejillas se tiñeron de un rosa pálido.

Ness: De nada. Adiós -dijo mientras abría la puerta, salía a toda prisa y cerraba de un portazo-.

Zac la miró entrar a la carrera en el pequeño y viejo bloque.

¿Qué demonios acababa de hacer?

Tres horas después, seguía sin averiguar qué le había poseído para besar a Vanessa Hudgens.

Katie estaba dormida. La puso en la cuna y subió el volumen del aparato de escucha al máximo, de modo que pudiera oírla respirar.

Intentó pensar en la niña, y no en Ness y en el beso.

EL BESO.

Había empezado a pensar en ello en mayúsculas.

Aquel breve beso le había dejado deseoso de más, de más que besos. Quería...

En aquel momento sonó el teléfono, interrumpiendo sus inapropiadas fantasías.

Zac: ¿Sí?

Tal vez fuera Ness. Tal vez ella tampoco pudiera dejar de pensar en el beso.

**: Hola, cariño -dijo, alegre, la voz de la señora A-.

No era Ness. Por supuesto. Estaba seguro de que se había olvidado de él en el mismo momento en que puso un pie en su casa.

**: Llamaba para ver qué tal te había ido en la tormenta. Tenemos unos cinco centímetros por aquí, así que conducir es imposible. Esperemos que lo limpien para el lunes.

Zac: Las cosas están interesantes por aquí, y no tiene que ver con que la ventisca haya bloqueado la ciudad.

**: ¿A qué te refieres?

Zac: Bueno...

Empezó a relatar la historia de Katie y la ayuda que le había prestado Ness. No dijo nada del beso, pero le contó toda la historia, incluyendo el hecho de que tenía que buscar un hogar para la niña. Mientras, la señora A. escuchaba.

Escuchar era uno de los puntos fuertes de Kelly Anderson.

Kelly: Veo que has estado ocupado -dijo, riéndose-.

Zac: ¿Crees que podrías ayudarme?

Odiaba pedir ayuda, pero era un poco más fácil con la señora A. Sabía que diría que sí.

Kelly: ¿Qué puedo hacer por ti, cariño?

Zac. Tal vez me puedas ayudar dándome tu opinión cuando encuentre unos posibles padres para Katie.

Kelly: Ya sabes que yo siempre tengo opinión, y siempre la doy, aunque a Chad y a Matt no les guste.

Él se echó a reír.

Todos se quejaban del peso de las opiniones de la señora A., pero nunca se había equivocado.

Zac: Gracias. Sabía que podía contar contigo.

Kelly: Y esa Ness...

Había cierto tono de conspiración en su voz. Siempre intentaba buscarle novia.

Zac: Nada de eso, señora A. Si nos vieras juntos te darías cuenta de que no hay forma humana de que Ness y yo pudiéramos tener una relación.

No pensaba decirle nada del beso.

No había significado nada.

Había besado a otras mujeres antes y volvería a hacerlo, aunque por el momento, la única mujer a la que le apetecía besar era a Ness. Era una locura.

Kelly: No he dicho nada de relaciones. Nada de nada.

Zac no diría nada tampoco del beso. Fue un raro incidente producto del estrés.

Y se había acabado. Ahora tenía que ocuparse de la niña, y probablemente hubiera olvidado el BESO al día siguiente.

Zac: Te llamaré la semana que viene.

Kelly: Claro. Estoy deseando saber más cosas de esa Ness.

Nada más, pensó Zac mientras colgaba.

No habría nada más que contar de Ness. No pensaba volver a pensar en ella y en el BESO.

sábado, 25 de enero de 2020

Capítulo 3


Zac: Parece que te vas a tener que quedar esta noche. Con esta tormenta las carreteras están impracticables.

Ness escuchó las palabras de Zac, pero se negaba a creerlas.

Ness: No puede estar tan mal -dijo saliendo a la puerta para echar un vistazo. Su corazón se hundió al mirar la nieve. Ni siquiera podía ver la casa de enfrente-. Oh.

Zac: Pues sí -parecía tan desilusionado como lo estaba ella-.

Ness: Pero no puedo quedarme aquí.

Quería ir a casa, quería meterse en la cama con un buen libro.

No quería estar con Zachary Efron, que parecía tan poco entusiasmado con el plan como lo estaba ella.

Zac: Si estuviéramos nosotros dos solos, me arriesgaría a intentarlo, pero, ¿de verdad que quieres sacar a Katie en estas condiciones?

Ness: No -dijo cerrando la puerta y asumiendo su derrota-.

Deseaba ir a casa más que ninguna otra cosa y olvidar los pensamientos que le había producido Zachary Efron, lo que le había hecho sentir incómoda.

Pelearse con él era más fácil que sentir... no estaba segura de lo que era aquello, pero estaba segura de que era un sentimiento amable, cálido y...

No era que se sintiera a gusto con Zac; al mirarlo sintió que se le encendía la sangre en las venas.

Intentó apartar esos pensamientos de su cabeza y mantenerla tan fría como la ventisca que soplaba en el exterior.

Zac estaba hablando.

Zac: ... he puesto la cuna de Katie en la habitación de invitados, pero la cama está libre. Yo puedo quedarme en esa cama y tú dormirás en la mía.

¿Dormir en la cama de Zac? Arroparse con las mismas sábanas que él usaba todos los días. Sintió que una oleada de calor la invadía.

Era demasiado íntimo.

No podía hacerlo y no lo haría.

De ningún modo.

Con mirar a la ventisca no conseguía enfriar sus sensaciones.

Ness: No, gracias de todos modos. Dormiré con Katie.

Zac parecía empeñado.

Zac: Pero estarás más cómoda…

Ness: Durmiendo con Katie -repuso, acabando la frase por él-. Es mi última palabra.

Él pareció querer seguir discutiendo, pero por fin lo pensó mejor.

Zac: De acuerdo -dijo, encogiéndose de hombros-. Como quieras. Voy a preparar algo para cenar. No sé tú, pero yo me muero de hambre.

Ness: Tengo hambre -admitió-. Tal vez prefieras que cocine yo...

Zac: ¿Acaso dudas de mis habilidades culinarias?

Ness: No es eso, sino que estoy demasiado hambrienta como para arriesgarme.

Zac: ¿O que eres demasiado cobarde? -dijo bromista-.

Ness: Tal vez.

Zac: Tú te ocupas de Katie y yo de la cena. Confía en mí.

Ness: De acuerdo... no me queda otro remedio.

Vanessa, no, ya no debía utilizar aquel nombre, Ness, se quedó en el salón hablándole a la niña mientras él se dirigía a la cocina.

Ness.

Sonrió al pensar en aquel nuevo nombre. No estaba seguro de cuál era su significado, pero desde luego, le quedaba bien.

Tenía que emplearse a fondo para cocinar algo que la dejara impresionada.

Por desgracia, «impresionante» no era uno de los adjetivos que se podía aplicar a la comida que él preparaba.

Si tenía suerte, podía llegar a «comestible».

Abrió el armario de la despensa, esperando que le llegara alguna idea culinaria espectacular, pero sin resultados. Probó en la nevera.

Una docena de huevos.

En el segundo estante, el queso parecía estar en buen estado. No había nada creciendo sobre él.

Una tortilla.

Podía hacer una tortilla, lo cual, de las cosas que sabía hacer, era la que más posibilidades tenía de ganarse el apelativo de increíble.

Pero incluso una buena tortilla no era algo increíble de por sí. Entonces se acordó del pan italiano. Le puso mantequilla, queso y sal de ajo, y lo metió al horno sin pensárselo un segundo.

Mientras batía los huevos, se dio cuenta de que no sólo tenía a una mujer en el salón, sino también un bebé. Siguió batiendo los huevos con más fuerza de la que era necesaria.

Aquel día había sido un torbellino de cambios. Cuando salió de casa por la mañana no podía imaginar lo que le esperaba.

Lo primero que tenía que hacer el lunes era encontrar una familia adoptiva para Katie Smith. Unos padres, un hogar. Gente que la quisiera de verdad.

Sería una adopción abierta y él tendría que participar en el proceso de elección de la familia. No podía dejar esa responsabilidad a nadie más.

Tal vez Marion tuviera un seguro de vida, tendría que comprobarlo, pero, de todos modos, se ocuparía de que a Katie no le faltara de nada. Él tenía mucho dinero y nadie en quien gastarlo, así que abriría una cuenta para ella, para que no tuviera que preocuparse durante sus años de instituto por poder ir a la universidad, como le había pasado a él.

Sólo había visto a Marion Smith dos veces: cuando fue a hablar acerca del testamento y después cuando acudió a firmar todos los papeles. Por eso se sorprendió a sí mismo aceptando su propuesta, pero de algún modo se sintió vinculado a ella.

Se preguntaba el motivo de su aceptación y el motivo de su vínculo. Lo único que se le ocurría era que había visto en Marion algo de lo que había en sí mismo. A una persona sola.

Y ahora estaba a cargo de su hija.

Haría todo lo posible por que Katie no estuviera nunca sola. Se preocuparía de ello del mismo modo que se preocuparía por que tuviera los mejores padres del mundo. Gente que dispusiera de tiempo para ella y que la quisiera por encima de todo.

Lo haría por Marion y por Katie.

Y tal vez, siendo honestos, lo haría también por sí mismo. Cuando estaba perdido y solo en el mundo, los Anderson lo habían acogido. Se sentía como si al ayudar a Katie estuviera pagando una deuda.

Ness: Oye, Zachary -dijo entrando de repente en la cocina y arrancándolo de sus pensamientos-. No huele nada mal.

Zac: Espero que una tortilla de queso te parezca bien. Me muero de hambre y quiero algo rápido.

Ness: Me parece perfecto -dijo muy agradable-.

Casi demasiado. Ness Hudgens no era una persona agradable.

Lo único que lo había salvado de ponerle nervioso ante tanta amabilidad era que lo había llamado Zachary.

Zac: Hay una botella de vino en la nevera, si te apetece una copa.

Ness: Claro. ¿Y los vasos?

Zac: Encima del fregadero -contestó, intentando no fijarse en que, al ponerse de puntillas para alcanzar los vasos, se le había levantado un poco la blusa, revelando una minúscula porción de piel-.

Después de todo, en cualquier sitio veía mucho más que eso.

Pero en su interior se produjo un ligero fogonazo al que, si hubiera sido con otra mujer, hubiera llamado deseo.

Pero desear a Ness estaba fuera de toda consideración.

La mayoría de los días eran adversarios encarnizados. Aquel día, habían firmado un pacto por Katie. Cuando acabase la tormenta, estaba seguro de que las cosas volverían a la normalidad.

Ness: Aquí tienes -dijo pasándole un vaso de vino-.

Otro roce. Igual de sutil que el anterior, pero otra vez la misma sensación. Si no podía ser deseo, tenía que ser una úlcera.

Seguro que era eso.

Vanessa Hudgens había acabado por provocarle una úlcera.

Probablemente le había subido la tensión, y eso explicaría la extraña sensación que notaba en todo el cuerpo.

Ness: He acostado a Katie en la cuna. Estaba agotada.

La sensación se vio sustituida por una oleada de pánico.

La habitación de invitados, en el otro piso, parecía a millas de distancia. ¿Qué pasaría si lloraba? ¿Y si se ahogaba?

Como si pudiera notar su temor, ella siguió.

Ness: Está completamente dormida. Está bien.

Zac: ¿Has encendido el aparato de escucha? -preguntó, dudando si subir a ver a la niña-.

Ness: Sí -dijo con una carcajada-. El receptor está encima de la mesa.

Zac suspiró de alivio. No se había dado cuenta de que cuando entró tenía el receptor en las manos, probablemente, porque cuando estaba presente, sólo tenía ojos para ella.

Y no lo decía con el sentimiento de un hombre hacia una mujer, sino porque tenía que estar alerta con ella. Era como un picor del que nunca se pudiera librar. Ness lo volvía loco. Así era ella.

Zac: ¿Está lo suficientemente alto como para oírla?

Ness: Sí -repuso llevándose el aparato al oído-. Si escuchas con cuidado puedes oír su respiración.

Zac: Bien.

El bebé respiraba: una cosa menos de la que preocuparse.

Se concentró en la tortilla, que era más fácil que concentrarse en Ness.

Parecía que se hubieran quedado sin conversación. Zac no sabía qué más decir para llenar el silencio, pero no tenía problemas con aquello.

Ness se sentó a la mesa de la cocina y le miró dar la vuelta a la tortilla.

Él la miró por el rabillo del ojo. Estaba dando breves sorbos de vino, como si se sintiera en casa. En su cara se dibujaba una sonrisa y él se preguntó en qué estaría pensando, aunque no se lo preguntó.

Ness: ¿Sabes qué estaba pensando? -dijo casi adivinando sus pensamientos de nuevo-.

Zac: ¿Hmmm? -murmuró, porque no quería parecer, ni lo estaba, interesado por lo que pensase Ness-.

Ness: Estaba recordando una Nochebuena, cuando era pequeña. Hubo una terrible tormenta de nieve y todo cerró. Aquélla fue la parte mala.

Zac: ¿Hubo una parte buena? -preguntó, ante su silencio-.

Ness: Sí, muy buena. Mi madre tenía que trabajar esa noche. Pagaban las horas extras al doble de lo habitual y necesitábamos el dinero. Pero todo se cerró por la tormenta y ella no pudo llegar al trabajo. Perdimos el dinero, pero ganamos algo más importante aún. Estábamos juntos. Jugamos a juegos de mesa.

Su mirada estaba perdida, pero en sus labios se dibujaba una suave sonrisa.

Zac no lo admitiría ante nadie, pero se sentía atrapado por lo que veía ante sus ojos, y el recuerdo que ella estaba evocando.

Ness: Ryan era aún muy pequeño, así que jugaba conmigo -continuó-. Hicimos chocolate y nos quedamos dormidos en el salón. Por la mañana nos despertaron los chicos. Mamá y yo les miramos abrir los regalos desde debajo de las mantas. No había mucho, nunca lo había, pero estaban muy felices. Todos lo estábamos. Eso es lo que me recuerda esta tormenta. Mi hogar.

Zac: ¿Quedarte atrapada conmigo te recuerda a tu hogar? -preguntó, seguro de haber entendido mal-.

Aquello la sacó de la nostalgia.

Ness: Tú no -le aseguró-, sino la nieve. Las tormentas. Me gustan cuando no tengo que salir de casa porque me recuerdan las mejores navidades de mi vida.

Zac: Me alegro de no ser yo -dijo sintiendo un pinchazo que tenía que ser de alivio-.

Desde luego, sería de locos que le agradase que Ness se sintiera así en su casa.

Ness: Estaría loca si me hicieras evocar dulces recuerdos de hogar y seguridad.

Zac: Bueno, lo estás -dijo, sonriéndola para hacerle saber que estaba bromeando-.

Ella no debió haberse dado cuenta de eso, porque lo miró con dureza. 

Ness: Déjalo. Siento haber dicho nada, Zachary.

Tenía que haberle dicho que estaba bromeando, pero, a decir verdad, la prefería cuando estaba molesta con él. De hecho, esa vez había pronunciado su nombre con el mismo tono que solía emplear, y eso garantizaba que las cosas seguían como siempre, porque al escuchar su historia, casi se había sentido reconfortado y amable.

Y eso no era bueno. Molestarla era mejor.

Mientras sacaba el pan del horno y lo repartía en dos platos, junto con la tortilla, echó un vistazo hacia ella y la vio rígida, con el ceño fruncido, y le pareció... extraño.

Tal vez no quisiera una relación cálida y amigable con Ness, pero tampoco quería verla enfadada.

Colocó uno de los platos frente a ella, y el otro lo puso en el sitio donde se sentó.

Ness: Gracias.

Una palabra.

Le ponía nervioso estar con Ness en silencio. Se sentía más cómodo cuando se metían el uno con el otro. Ness no era de las que sufren en silencio.

Cuando Katie dio un breve resoplido, se sintió aliviado.

Zac: ¿Crees que debo ir a ver cómo está?

Ness: Está bien.

Dos palabras. Ya era algo, aunque seguía sin saber dónde quería llegar.

Zac: Cuéntame más cosas de tu familia.

Ness: No, muchas gracias.

Tres palabras, pero no parecían ser un gran avance. Estaba enfadada.

Ness solía estar enfadada cuando él estaba delante, pero por algún extraño motivo, aquella vez era diferente. No tenía que haber hecho ese estúpido comentario.

Zac: Escucha, lo siento.

Ella tan sólo se encogió de hombros.

Zac: De acuerdo. Yo también tengo una historia de ventiscas.

Ella no dijo nada, pero lo miró a los ojos. Zac se lo tomó como una invitación para continuar.

Zac: Crecí en un barrio de Pittsburg, Bethel Park. Allí no nieva tanto como en Erie, parece mentira lo que cambia la climatología con sólo viajar dos horas hacia el norte. Creo que sigo sin haberme acostumbrado a este tiempo.

Ella tomó un trocito de tortilla. Lo masticó sin hacer ninguna mueca, así que debía de gustarle, lo cual era bueno. Una pena que siguiera sin caerle bien a ella.

Zac: Bueno, el caso es que nos quedamos bloqueados por una tormenta de nieve. Todo se cerró. Ahora que vivo en Erie, me parece extraño. Allí bastaban unos centímetros de nieve para bloquear toda la ciudad, pero aquí se necesita bastante más que eso. El caso es que Chad y yo decidimos ir a montar en trineo. El problema era que no teníamos trineos.

Ness: ¿Chad?

Zac: Un…un amigo.   

Nunca sabía cómo llamar a Chad y a sus padres. Para él eran más que amigos. Más que familia, pero era muy difícil explicar una relación de ese tipo, así que decidió dejarlo en amigos.

Zac: Decidimos que era el día perfecto para montar en trineo.

Ness: ¿Qué hicisteis?

Zac: Agarramos un viejo colchón que su madre tenía en el garaje y lo llevamos hasta la colina del colegio, cerca de casa. En Pittsburg no nieva mucho, pero no les faltan colinas. Aquélla era tremenda. Como el colchón por sí solo no funcionaba muy bien como trineo, lo cubrimos con bolsas de basura y cinta adhesiva. Entonces nos subimos al colchón y bajamos por la colina como si fuera un tobogán.

Él sonrió.

Ness: Parece divertido -dijo lentamente-.

Volvía a hablar con él, y, si no se equivocaba, parecía estar sonriendo. Debía de haberlo perdonado.

Zac: Fue muy divertido -respondió animado-. Cuando la cinta adhesiva empezó a despegarse, decidimos bajar una vez más, pero desde la parte más empinada de la colina, sin comprobar lo que había abajo.

Ness: Oh-oh... -dijo imaginando lo que seguía a continuación-.

Zac: Justo. Había una encina gigante en la parte inferior de la colina. El golpe fue tremendo.

Ness: ¿Os pasó algo?

Zac: Yo me rompí el tobillo y Chad, la nariz. Aún tiene la marca. La señora A. intentó convencerle de que aquello le daba carácter, que parecía un campeón de boxeo.

Ella se rió, y su risa hizo que toda la cocina se llenase de la misma calidez que había notado antes Zac. Debía intentar luchar contra ello, pero no pudo encontrar fuerzas.

Se echó a reír con ella.

Por primera vez, simplemente hablaron, compartiendo parte de su vida con el otro.

Aquello hizo que Zac se sintiera raro. No pudo identificar el sentimiento, así que decidió dejarlo correr.

Por el momento, se llevaban bien, y era suficiente.

Por el momento.


miércoles, 22 de enero de 2020

Capítulo 2


Ness: ¿Qué has hecho ahora, Zachary? -lo acusó casi gritando-.

Zac: Entra en el coche y ponte el cinturón. Rápido. Llora cada vez que el coche se para, pero si seguimos moviéndonos, no hay problema.

Desde la casa de la señora Thomas hasta allí había muchísimos semáforos, y para su mala suerte, todos habían estado en rojo. Durante muchísimo tiempo. O tal vez, a él le había parecido una eternidad porque Katie había empezado a llorar cada vez que el coche se detenía.

Hablando de eternidades, Vanessa estaba tardando más en acomodarse de lo que a él le hubiera gustado, pero parecía moverse con dificultad.

Zac: ¿Ya está? -preguntó casi gritando, para hacerse oír por encima del ruido que producía el bebé-.

Ella asintió.

Zac arrancó el coche y la niña se calmó casi al instante.

Ness: ¿Qué ocurre, Zac? -preguntó obviamente demasiado desconcertada como para tomarle el pelo-.

De hecho, parecía realmente preocupada.

Zac: ¿Te acuerdas del mensaje que me has pasado esta mañana? ¿El de Kim Lindsay? Me llamaba para decirme que tenía una niña.

Ness: Oh, Zachary, ¡cómo puedes ser tan descuidado!

Ella miró con dureza.

Zac: No lo soy, pero por supuesto, tú siempre piensas lo peor de mí. Kim Lindsay es la trabajadora social, y yo soy el tutor del bebé.

Ella se quedó callada un instante.

Ness: Siento haber sacado conclusiones con demasiada rapidez.

¿Vanessa Hudgens disculpándose? Eso sí que era nuevo.

Él aceptó sus disculpas con un ligero movimiento de cabeza y siguió conduciendo. Ni siquiera la miró cuando volvió a hablar.

Zac: El año pasado me entrevisté con una señora que quería que redactase su testamento. Me nombró tutor de su hija aún no nacida. Sé que no es algo habitual, y no hubiera accedido a ello en condiciones normales -se detuvo un instante-, pero había algo en ella y en su historia... no tenía familia, y el padre de la niña había muerto. Para completar el lote, acababa de llegar a la ciudad. Estaba sola en el mundo. Trabajaba en los tribunales y había oído algo sobre mis casos de adopción y... bueno, no me pude negar.

Zac la recordaba con claridad, incluso después de tanto tiempo. Era pálida, más de lo normal. Tal vez hubiera debido adivinar que no estaba físicamente bien y hubiera podido ayudarla.

Kim Lindsay dijo que había muerto de un aneurisma cerebral, que había sido rápido e indoloro y que no había nada que hubieran podido hacer. Pero Zac seguía sintiéndose culpable.

Bajó la voz.

Zac: No esperaba tener que ocuparme de nada. Ella falleció ayer y la niña es su hija.

Ness: Oh, pobrecita -dijo mirando al asiento trasero-.

Zac creyó haber visto el brillo de una lágrima en sus ojos, pero ella se pasó rápidamente la mano por la cara y no pudo estar seguro.

Ness: ¿Qué puedo hacer yo?

Él había esperado tener que convencerla con buenas palabras, promesas o incluso con amenazas. Lo que no había esperado era que se ofreciera ella sin más.

Zac: No sé nada de bebés.

Ness: Yo tampoco sé mucho. He cuidado niños, así que supongo que sé más que tú, pero hace años de eso, y no soy ninguna experta.

Zac: ¿Sabes lo suficiente como para ayudarme a comprar lo que necesita de forma inmediata? Por lo menos lo más imprescindible. Sólo tiene dos pañales y un biberón de leche. No había casi nada en el apartamento de su madre, ni siquiera una cuna. Con esto, no podría ni pasar la noche, mucho menos, los dos días siguientes. Puedo pagarte.

Vanessa lo miró con cara de odio, como si la hubiera insultado. Conseguía enfurecerla aun sin pretenderlo.

Ness: No necesito tu dinero -dijo frunciendo el ceño. La niña hizo un ruidito en el asiento trasero y la expresión de Vanessa se suavizó-. Pero supongo que puedo ayudarte un poco. ¿Significa eso que te la vas a quedar?

El semáforo que tenían enfrente se puso en rojo, y cuando el coche se detuvo, justo a tiempo, Katie empezó a gritar.

Cuando volvieron a ponerse en marcha y la niña se calló, él respondió.

Zac: No, por supuesto que no. No estoy equipado para ocuparme de la niña durante unos cuantos días, así que mucho menos para quedármela por un periodo largo.

Ness: Entonces, ¿por qué no has dejado que los servicios sociales se ocuparan de ella?

Se le contrajo el estómago ante la idea de hacer entrar a Katie en el sistema de los hogares de acogida, aunque no fuera por mucho tiempo. Recordaba perfectamente lo que era ser enviado de una casa a otra.

Cuando tenía diez años, sus padres se marcharon a California con sueños de fama y gloria. Zac siempre pensó que se habían cansado de tener una familia, y lo enviaron a vivir con su abuela durante un tiempo. Prometieron que pronto lo llevarían con ellos, pero nunca lo hicieron. A veces lo llamaban o recibía una carta, siempre llena de promesas vacías, pero sus padres no podían asumir la responsabilidad de un hijo.

Su abuela murió cuando él cumplió doce años y entonces se fue a vivir con su tía durante un año, pero ella no tenía ganas de cargar con la responsabilidad de un niño.

Por último, acabó mudándose a casa de un amigo el primer año de instituto, y los Anderson le dejaron quedarse con ellos hasta que se fue a la universidad. A pesar de que siempre lo habían tratado como a un hijo, él siempre había sabido que no lo era. Siempre había sido consciente de que vivía a su costa y que cualquier día podían echarte de casa. Había esperado ese día, pero nunca había llegado.

Seguían invitándole «a casa» por vacaciones, y eran lo más parecido que tenía Zac a una familia.

Él nunca había entendido por qué habían acogido a un extraño en su casa, cómo habían aceptado la responsabilidad de otro hijo más. Después de todo, si su propia familia no lo quería, ¿por qué lo habían querido ellos?

Nunca había logrado comprenderlo, pero se sentía agradecido. Le habían dado mucho más que una casa en la que vivir: le habían dado un hogar.

Y él iba a encontrar un hogar así para Katie, que le diera lo que los Anderson le habían dado a él: estabilidad. Un lugar en el que sentirse en casa.

Aunque era muy pequeña para entender de modo racional la precariedad de su situación, sí podría hacerlo de modo emocional, y no quería hacerle pasar por eso.

Zac: Su madre la dejó a mi cargo. Confió en mí para que le encontrase la familia adecuada, aunque ninguno de los dos esperaba que yo tuviera que hacerme cargo del bebé. El caso es que, así son las cosas, me encargaré personalmente de todo.

Ness: ¿De todo?

Zac: Encontraré una familia que la adopte. Seguro que no es muy difícil. Es preciosa y sólo tiene siete meses. Seguro que hay montones de familias a las que les encantaría convertirla en hija suya.

Otro semáforo y de nuevo, el llanto infantil.

Ness: ¿Crees que puede tener hambre?

Zac: No lo sé. La señora que la cuidaba simplemente me la entregó con la bolsa de pañales.

Ness: ¿Por qué no aparcas en algún sitio e intentamos darle de comer? Tal vez se sienta mejor después.

Zac: De acuerdo. -Aquel llanto desesperado le estaba rompiendo el corazón. Aparcó en una gasolinera-. Tengo que llenar el depósito. Creo que las previsiones meteorológicas no se equivocaban, y no quiero que me falte combustible, por si acaso.

Zac salió del coche y empezó a echar gasolina. Vanessa subió al asiento trasero con el bebé. Zac no pudo evitar echar un vistazo a Vanessa, que estaba sacando el biberón de la bolsa. Se inclinó y empezó a dar de comer a Katie. La miró acercarse más a la niña y sonreírla, y supo que sus ojos estaban brillando, aunque no le estuviera mirando a él, sino a Katie. Seguro que la estaba encantando, como hacía con todo el mundo.

Donovan siempre había dicho que Vanessa era amable y sociable, la perfecta recepcionista, pero nunca había sido ni una cosa ni la otra con Zac. De hecho, con él se había comportado de modo hostil.

Siempre se metía con él.

Y él no se quedaba atrás.

Sus peleas eran conocidas por todos en el bufete.

¿Por qué lo hacía?

Zac se dio cuenta de que el depósito ya estaba lleno y el surtidor había dejado de bombear. Colocó la manguera en su sitio, cerró el depósito y fue a pagar el combustible, aún asombrado por el modo en que lo afectaba Vanessa.

Ness vio a Zac desaparecer en la tienda. La había estado mirando fijamente.

Ness: ¿Qué le pasa, Katie?

Ella había notado en su voz que tenía más motivos para querer encontrarle a Katie un hogar. Había notado un matiz de dolor, de vulnerabilidad en su voz. Nunca había oído nada así hasta aquel momento.                     

Sabía que Zachary trabajaba mucho como voluntario. Siempre había pensado que para él sería para cumplir el requisito del bufete de que todos sus abogados debían trabajar de forma voluntaria para la comunidad, pero se empezaba preguntar si habría alguna otra razón.

Katie chupaba la tetina del biberón con entusiasmo. Tenía hambre, a juzgar por la velocidad con que desaparecía el contenido del biberón.

Ness: ¿Es que no te daban de comer?

Katie sonrió sin soltar la tetina.

Ness: Eres preciosa.

Katie gorjeó y en ese momento, Zac subió al coche.

Zac: ¿Estás lista?

Ness: Sí. Me quedaré aquí para que pueda acabarse el biberón antes de llegar a la tienda.

Zac: De acuerdo.

Casi se sintió aliviada de poder sentarse en el asiento trasero con la niña. Así no tendría que ver a Zac mirándola.

Ella no era tímida, pero siempre le hacía sentir como si la estuviera viendo...

Bueno, no estaba segura de lo que podía ver, pero fuera lo que fuera, le hacía sentir incómoda.

Casi tan incómoda como sus nuevas dudas acerca de las motivaciones de Zac.

Al mirar a la niña no pudo evitar pensar en cuando sus hermanos eran pequeños. Su madre le había dejado darles de comer del mismo modo que hacía ahora con Katie. Cuando su padre se marchó definitivamente, ella pasó a ocuparse de ellos como algo más que una hermana, aunque sólo tenía unos cuantos años más que ellos.

Pero ahora que Ryan ya se había graduado, había cumplido con su cometido y podría hacer todo lo que había soñado. No sólo comprar un coche nuevo, sino viajar.

Tal vez incluso salir con hombres.

Aunque no fuera nada serio. Ness no quería una relación seria, sino divertirse, vivir sus sueños... sólo tenía que averiguar cuáles eran.

Suspiró.

Zac: ¿Por qué estás tan callada?

Ella se obligó a apartar los recuerdos y el pasado de su mente. Era mejor concentrarse en el presente.

Ness: Tras tanto escándalo, ¿te quejas ahora por el silencio?

Zac: No -dijo riéndose-. Escucha, después de hacer la compra, ¿podrías venir a mi casa y ayudarme un rato? Tengo que comprar una cuna y todo lo que vaya a necesitar durante el tiempo que esté conmigo, pero necesito ayuda. Te llevaré de vuelta a la oficina cuando acabemos para que puedas recoger tu coche.

Ness: Desde luego -dijo sin pensárselo dos veces-.   

Un par de horas más tarde, el coche estaba lleno de artículos para bebés. Zac había comprado la tienda entera. Verle intentar decidirse entre cientos de aparatos de escucha infantiles había sido... tierno.

Y pensar en la palabra «tierno» aplicada a Zachary Efron le resultaba demasiado extraño a Ness. Lo único que quería era llegar a casa y olvidarse de aquella tarde tan extraña. Ya quedaba poco, pensó cuando llegaron a casa de Zac y él detuvo el coche.

Estudió la casa. No se correspondía con lo que ella había imaginado, aunque tampoco tenía claro lo que había esperado.

Se trataba de una casa de dos pisos en Glenwood Hills, un precioso y antiguo barrio de la ciudad. En el centro del jardín había un árbol enorme que probablemente diese sombra a toda la casa. En aquel momento, sin hojas, parecía un centinela cubierto de nieve.

Zac: Vamos. Si tú sacas a Katie, yo cargaré con las cosas.

Tardaría un buen rato. Para haber decidido entregar al bebé al cabo de unos días, había comprado más cosas de las que la niña necesitaría para pasar un año: una cuna, un cambiador, ropita, biberones, juguetes, animales de peluche, pañales de tres tallas diferentes, porque no sabían cuál sería la suya, y leche.

Ness: Vamos, Katie -dijo soltando la sillita del coche-.

Zac: Ten -dijo lanzándole las llaves-.

Ness corrió hasta el porche, donde dejó la sillita de coche en el suelo para abrir la puerta.

Zac: Los interruptores están a la izquierda -gritó-.

Ness subió los dos interruptores. Uno encendió la luz del porche y el otro, una lamparita colocada al lado de un sofá de piel. Se quitó las botas y llevó a la niña hasta el sofá.

Echó una mirada a su alrededor, y descubrió que los puntos de atención del salón eran una chimenea y un piano. ¿Acaso tocaba Zac el piano, o era sólo de adorno?

Tenía un gran sofá de piel con un sillón a juego, sobre el que descansaba, descuidadamente, una manta. Había un óleo en la pared; era una escena campestre. Representaba un viejo establo en medio de un paisaje nevado.

En ese momento, Ness recordó que Zac tenía que meter los paquetes y corrió a abrir la puerta.

Ness: Lo siento.

Zac: Nada. Voy a llevar todo a la habitación de invitados. Katie se quedará allí.

Ness: ¿Necesitas ayuda?

Zac: Deja que me ocupe primero de las cosas pequeñas, y después me ayudas con la cuna.

Ness: De acuerdo -dijo observándole subir al piso de arriba, para después volverse a la niña-. Vamos a desempaquetarte. -Le quitó el protector que se colocaba por encima de la silla y servía de abrigo-. Ya estás -dijo, mientras la niña hacía burbujas de saliva-. Me da la impresión de que vas a ser una rompecorazones.

Zac: ¿Te responde? -preguntó con voz divertida-.

Ness: No. Aún es muy pequeña.

Zac: Pensaba que no eras una experta.

Ness: Y no lo soy, pero dijiste que tiene siete meses, y no creo que los niños hablen tan pronto.

Zac: Oh.

Ness: Voy a dejarla en la sillita hasta que acabe de ayudarte. No quiero que se meta en líos, porque aunque no pueda hablar, no estoy segura de que no pueda gatear.

Tenía prisa por acabar. Cuando antes acabaran de preparar las cosas del bebé, antes podría salir de allí. Aquella visita a la casa de Zac había dejado sus sentimientos... intranquilos. No sabía por qué.

Le parecía más fácil imaginárselo en un piso de soltero que en aquella acogedora casa. Resultaba cálido, cómodo.

Hogareño.

¿Zachary Efron, hogareño?

Aquello sí que no lo había pensado nunca.

Llevaron la caja que contenía la cuna a la habitación de invitados. Aquella habitación rompió de nuevo los esquemas mentales de Ness de lo que Zac debía tener en su casa. Sobre la cama doble había una colcha, y antiguas fotos familiares decoraban las paredes.

Le hubiera gustado estudiar aquellos retazos de la historia de Zac, pero no sabía por qué. Su casa tal vez no fuera como ella la había imaginado, pero eso no hacía que Zachary dejara de ser la persona más irritante del universo.

Ness: Te dejo con ello -dijo volviendo con la niña para soltarla de la silla mientras Zac montaba la cuna-. Me encanta tu pelo, preciosa -dijo jugueteando con uno de sus rizos rubios-. Además, a los hombres les encantan las rubias, ¿lo sabías?

Zac: También les gustan las morenas.

Ness se dio la vuelta y lo vio al pie de la escalera. ¡Aquel hombre se movía como un gato!

Ness: ¿Qué estás haciendo ahora? -preguntó ignorando sus comentarios-.

Zac: Voy a buscar unas herramientas, pero no quiero mentir a la niña. A algunos hombres les gustan las rubias, pero otros preferimos a las morenas.

Ness: Yo... -se quedó callada ante tal declaración-.

Si le hubiera dicho aquello cualquier otro hombre, habría pensado que estaba flirteando con ella, pero a Zac ella le gustaba tan poco como él a ella, así que no podía ser eso.

Ness: Deja de vaguear y acaba de una vez. Son más de las ocho: yo tengo que irme a casa, y esta niña, a la cama.

Zac echó un vistazo a su reloj, sin poder creer la hora que era.

Zac: No creía que fuera tan tarde -dijo, dirigiéndose a la cocina-.

Ness: ¿Qué te parece? -preguntó a la niña-.

Katie gorjeó en respuesta y se estiró.

Ness: ¿Quieres ponerte de pie? Seguro que dentro de nada estás correteando por aquí. Creo que habíamos comprado unas mantas -dijo, mirando el montón de bolsas. Con la niña en brazos, buscó en ellas hasta que encontró una manta-. Aquí está. - La colocó en el suelo y puso a Katie sobre ella, junto con algunos juguetes. Katie inmediatamente gateó para agarrarlos-. Bueno, pues resulta que sí gateas -dijo entre risas, justo cuando Zac volvía a pasar por allí-.

Zac: ¿Gatea? -preguntó arrodillándose al lado de Ness, pero sin tocarla-.

Ness: Mírala -alejó los juguetes, e inmediatamente, la niña gateó hacia ellos-.

Los dos admiraron sus progresos. Zac tenía una mano sobre el hombro de Ness, como si fuese a apoyarse en ella para levantarse. Ella lo miró por el rabillo del ojo y vio que él tenía la mirada puesta en el bebé y sonreía ligeramente. El momento resultaba muy... íntimo.

Aquel pensamiento la hizo estremecerse.

Ness: ¿Has cambiado algún pañal en tu vida?

Él se agarró a la caja de herramientas como si fuera su escudo.

Zac: No, pero no hay problema. Puedes hacerlo tú mientras acabo de montar la cuna para poderte llevar a tu coche.

Ness: Oh, no. Se supone que sólo te tengo que echar una mano. ¿Qué vas a hacer cuando yo no esté? No hay que ser un experto para saber que los bebés necesitan cambios de pañales, y muy frecuentes.

Zac la miraba como si le estuviera diciendo que tenía que enfrentarse a una escuadra de bomberos y a Ness le estaba costando contener la risa.

Ness: Vamos, tienes que aprender.

Zac: Te miraré mientras lo haces. Ya me las apañaré la próxima vez.

Ness: No. Yo te miraré para ver cómo te apañas tú.

Zac: Yo...

Ness: Suelta la caja de herramientas y ven aquí.

Zac aceptó, pero no sin reticencias.

Se sentó en el suelo lentamente y miró a la niña como si se tratara de un animal peligroso.

Ness sacó de una bolsa un pañal y una caja de toallitas.

Ness: Prueba con esto.

Zac se estiró y pareció tomar una determinación.

Zac: Si soy capaz de solucionar complicados asuntos legales y tratar con todo tipo de clientes, seré capaz de aprender a hacerlo.

Ness contuvo la sonrisa mientras le miraba ponerle el pañal a la niña con toda la seriedad de un abogado cerrando un caso.

Ness: Ahora tienes que ajustarlo con las tiras adhesivas -le dijo, cuando estaba acabando-.

Zac: No son tiras adhesivas, sino velcro -dijo puntilloso-. Ya está. Un bebé feliz con pañales limpios.

Ness: ¿Velcro? Qué novedades. Me siento vieja.

Zac: Pues no lo eres.

Ness: No he dicho que lo sea, sino que me «siento» vieja. Tú sí que eres viejo.

Zac: ¿Treinta años te parecen muchos?

Ness: ¡Treinta! Eso es una eternidad.

Zac: ¿Y tú cuántos tienes?

Ness: Veintisiete.

Veintisiete, y por fin lista para empezar a vivir. Estaba preparada para perseguir sus sueños.

Zac: Sí, ya veo que tres años son una gran diferencia.

Ness: ¡Una diferencia enorme! -dijo riéndose-.

Él miró al bebé y le dijo:

Zac: Está loca, pero ya te habías dado cuenta, ¿verdad? Desde luego, eres una chica lista.

Katie hizo un ruidito en respuesta.

Ness: Creo que ha dicho que las chicas se ayudan y que eres tú el que está loco. Pero, aunque dude de tu salud mental, debo considerarte oficialmente capacitado para cambiarle el pañal a un bebé.

Zac: Gracias por la ayuda. Después de eso, creo que puedo enfrentarme a cualquier cosa.

La niña emitió un débil quejido y Ness alargó los brazos hacia ella. Zac le pasó a Katie sin más protestas.

Ness: ¿Ves el chupete por algún lado?

Zac lo tomó de la sillita y se lo pasó a Ness, rozándole la mano suavemente. Fue un roce tan leve que, si hubiera sido otra persona, no lo hubiera notado. Pero era Zac, y ella notaba todo lo que él hacía.

Y la mayor parte de esas cosas le irritaban, se recordó a sí misma.

Pero aquel roce... no había sido nada irritante.

Intentó quitarse la idea de la cabeza mientras colocaba el imperdible del que pendía el chupete en el pijama de la niña.

Ness: El sujetar el chupete con un imperdible, seguro que fue idea de una hermana mayor, cansada de recogerlos del suelo todo el tiempo.

Zac: ¿Eres mucho mayor que tus hermanos?

Ness: Tengo tres años más que David y cinco más que Ryan. Ryan acaba de terminar la carrera.

Zac: Muy bien.

Ness: Sí -se dio cuenta de que la conversación empezaba a discurrir peligrosamente hacia el terreno personal y se asustó-. Zac, ¿por qué no intentas acabar de montar esa cuna? De verdad que me tengo que ir a casa.

Estaba muerta de hambre. Se había saltado la comida y ya había pasado la hora de cenar.

Zac: De acuerdo.

Él corrió a la habitación y ella se sintió aliviada.

Primero, aquella extraña reacción ante el roce de sus manos y después, una conversación casi personal. Habían hablado de sus edades y de sus hermanos.

Una charla normal con Zac... era muy extraño.

Era hora de marcharse a casa.

Vanessa lo había llamado Zac. Estaba seguro de que lo había hecho sin darse cuenta, pero el caso era que lo había hecho.

Mientras ajustaba un pasador del lateral de la cuna, pensaba en los momentos que había captado de Vanessa, «la persona», no de Vanessa, «el arbusto espinoso».

Podía oírla hablar con el bebé, incluso desde el piso de arriba. Estaba cantándole algo.

El día anterior no hubiera creído que Vanessa fuera a acceder a ayudarlo y que fuera a estar al día siguiente sentada en el salón de su casa.

Colocó el colchón en el interior de la cuna y corrió escaleras abajo.

Zac: He acabado con la cuna y creo que me las puedo apañar con el resto, así que cuando quieras.

Ness: Déjame acabar de darle este biberón. Después nos iremos.

Él se sentó frente a ella.

Zac: Vanessa...

Ness: Ness -lo corrigió-.

Zac: ¿Ness?

Ness: Sí. He sido Vanessa durante demasiados años. Voy a volver a ser Ness.

Zac: Ness -dijo estudiándola un momento-. Te queda bien.

Podía haber ignorado su petición, al igual que ella hacía al llamarlo Zachary, pero al mirarla se dio cuenta de que aquel cambio era realmente importante.

Incluso aunque no le debiera una, que sí se la debía, no aplastaría el significado de aquel nombre.

Zac: Ness -repitió-. Quería darte las gracias por todo lo que has hecho. Quiero decir...

Ness: No te preocupes. Supongo que esto significa que me debes una, y ya encontraré el modo de cobrarme.

Zac: Sé que lo harás -dijo riéndose-.

Ella se volvió a mirar a la niña y Zac se recostó en la silla para mirarla. Era una ocupación agradable.

Si la hubiera conocido en una fiesta, hubiera tratado de conseguir su número de teléfono lo antes posible. La hubiera llamado, quedado con ella y roto antes de que la cosa hubiera ido demasiado en serio.

Del mismo modo que sabía que no quería tener hijos, Zac estaba seguro de no querer mezclarse en una relación larga. Había decidido hacía tiempo que era mejor estar solo.

Pero Ness Hudgens era diferente: trabajaba con él, y por algún motivo, él no le caía bien. Dos buenas razones para contener la atracción física.

Pero si las cosas hubieran sido diferentes, entonces...

Ness: Zac -dijo con el bebé en brazos-, creo que ha acabado. Cuando quieras nos vamos.

Zac: Oh, claro.

Ness se levantó y sentó a la niña en su sillita, antes de volver a forrarse de capas.

Zac: ¿Por qué no te pones un abrigo más gordo y te evitas ese look de armario con piernas?

Ness: ¿Estás seguro de que tiene que importarte mi forma de vestir, Zachary?

Otra vez volvía a ser Zachary, lo que quería decir que la había irritado.

Zac: No quería decir eso. Es sólo que, a pesar de las capas, no pareces suficientemente abrigada.

Ness: Bueno, pues para tu información, hoy mismo estaba pensando en comprarme un abrigo nuevo.

Zac: Pero el invierno casi ha acabado.

Ness: ¿De verdad?

Él abrió la puerta y se encontró ante una muralla blanca. Ni siquiera podía ver el final del porche. No había modo de salir de allí con la niña, y aun sin ella, hubiera sido una locura conducir con aquella ventisca.

Zac: Pues parece que no, has ganado tú. Y también parece que te vas a quedar a pasar la noche.



lunes, 20 de enero de 2020

Capítulo 1


«La previsión meteorológica para hoy en Erie, Pennsylvania, anuncia nevadas. Se espera que esta noche caigan entre treinta y cuarenta centímetros de nieve... estamos ante otro invierno típico de Erie, y es que hay cosas que nunca cambian...»

Cambios.

Vanessa Hudgens apagó la radio con más ímpetu del necesario. A ella no le importaría que; se produjera algún que otro cambio, pero lo único que anunciaba la radio era nieve...

Zac: Si sigues poniendo esa cara, vas a asustar a los clientes -dijo Zachary Efron entrando en el bufete de abogados Wagner, McDuffy, Chambers and Donovan-.

Ella lo miró mientras se sacudía los zapatos en la entrada y dejaba un montoncito de nieve sobre la alfombra.

Zac era alto, moreno... y guapo, pero Vanessa sabía lo que seguía después: a Zac le encantaba meterse con ella. Y por supuesto, ella hacía todo lo posible por corresponderle.

Él no creía que el nombre de Zachary inspirase el tipo de confianza que necesitaba por su profesión de abogado, así que prefería que lo llamaran «Zac», la razón exacta por la que Vanessa dijo:

Ness: Zachary...

Zac: Zac -corrigió por millonésima vez-.

Vanessa contuvo una sonrisa antes de continuar.

Ness: Estás poniendo el suelo perdido, y yo no lo pienso limpiar.

Zac frunció el ceño, lo que la llenó de satisfacción. Vanessa le pasó un montón de notas.

Ness: Kim Lindsay ha llamado tres veces mientras estabas en el tribunal. Ha dejado el mensaje de que la llames en cuanto puedas.

Él le echó una mirada a los papeles que ella le acababa de pasar, y estudió el nombre escrito en los papeles.

Zac: Lindsay... Kim Lindsay. Ese nombre no me dice nada. ¿Ha dicho sobre qué quería hablar conmigo?

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Yo me encargo de tomar el mensaje, no pretendo que me cuenten su vida. Probablemente la conociste en un bar la semana pasada y ya te has olvidado de ella.

Zachary le guiñó un ojo y se rió divertido. La mayoría de la gente pensaba que Zachary era un tipo simpático, pero no Vanessa, que conocía toda una serie de adjetivos para describirlo mejor:

Irritante.

Egoísta.

Desesperante.

Irritante... Oh, eso ya lo había pensado antes.

Guapísimo, para una mujer que se quedara sólo en las apariencias.

Vanessa no era así, excepto cuando se le olvidaba que ella no era así, y entonces disfrutaba de las vistas y tenía que admitir que aquel brillo en los ojos le resultaba muy atractivo. Pero no le gustaba utilizar esa palabra para hablar de Zachary Efron.

Para apartar de su mente aquellos pensamientos tan poco apropiados, miró el charco que había dejado la nieve de sus zapatos al derretirse.

Genial. Ya se sentía mejor.                       

Zachary le atacaba los nervios, era irritante, egoísta…

Suspiró al darse cuenta de que otra vez estaba repitiendo epítetos y se propuso pensar otros apropiados, ninguno positivo, para describir a Zachary Efron. Tenía que asegurarse de que no le faltaban.

Zac: Mira, si no eres capaz de llamarme Zac, tal vez debieras llamarme simplemente señor Efron.

Ness: O tal vez debiera llamarte...

No encontró la palabra apropiada para acabar la frase, pero por suerte Zachary no se dio cuenta, ya que justo en ese momento, Edward Donovan, el socio más joven de la firma, entró en el edificio diciendo:

Edward: Muy mal, chicos. Si seguís peleándoos voy a tener que poneros a cada uno en una esquina de la clase.

Se sacudió la nieve de los zapatos en el felpudo de la entrada, lo cual fue muy considerado por su parte, a diferencia de otras personas a las que no les importaban las molestias y el trabajo que pudieran ocasionar a los demás.

Ness: Yo no tengo ningún problema en que me separen de Zachary, desde luego.

Zac, sin decir nada, se dirigió a las escaleras que llevaban a su oficina.

Edward: ¿Tienes que meterte con él de ese modo?

Ness: No, pero tampoco tengo que utilizar la seda dental todos los días y sin embargo lo hago para cuidar mis dientes. Es exactamente lo mismo que me pasa con Zac: no tengo que pincharlo, pero me satisface el resultado.

Donovan se echó a reír mientras subía las escaleras.

Edward: Por si se me olvida luego, llámame si necesitas que te traiga el lunes, ¿de acuerdo? Si empieza a nevar como se espera que lo haga, no podrás salir de casa con tu coche.

Ness: Gracias, Donovan.

Donovan era una persona agradable, no como otros empleados del bufete.

Desde luego, a Zac no le importaba si ella se quedaba atascada en la nieve, pero a Donovan sí.

Se acababa de comprar un nuevo todo terreno con tracción a las cuatro ruedas y se había ocupado de llevarla de casa al trabajo unas cuantas veces desde entonces los peores días del invierno.

Desde luego, resultaba de ayuda que Vanessa fuera amiga de su esposa, Sarah. Sarah pensaba en ella y probablemente se hubiera encargado de recordarle a Donovan que la llevara, pero aquello no tenía demasiada importancia. Lo que contaba era que Donovan era una buena persona. Y tenía razón: el coche de Vanessa no podría circular en medio de una tormenta de nieve.

Su viejo coche estaba en las últimas, pero acababa de pagar la última letra del crédito que había pedido para enviar a su hermano a la universidad y en cuanto pudiera ahorrar un poco, lo celebraría comprándose un coche nuevo.

Nuevo del todo, que oliera a coche nuevo, con una tapicería preciosa, tal vez incluso de cuero...

Su amiga Libby acababa de comprarse un coche nuevo con arranque automático y asientos con calefacción. Con sólo apretar un botón desde el interior de casa, podías tener el coche caliente y los asientos calientes cinco minutos después, cuando entraras en él.

Le encantaban aquellos lujos decadentes.

Pronto Vanessa habría ahorrado suficiente dinero para poder comprarse algo así. Tras años cuidando de otras personas, por fin podría centrarse en lo que ella deseaba.

Su padre les había abandonado cuando Vanessa era muy joven, pero aun cuando estaba en casa, nunca había pasado tiempo realmente con ellos.

Ella no se había lamentado de la marcha de su padre, pero cuando murió su madre pensó que se le partiría el corazón. Sólo tenía veintiún años, pero supo lo que tenía que hacer: dejó la universidad y pasó a encargarse de toda la familia. Sus hermanos se merecían toda la ayuda que ella pudiera prestarles.                                 

Después de haberse pasado los últimos seis años haciendo todo tipo de malabarismos con las cuentas para conseguir que David y Ryan acabaran sus estudios universitarios, por fin era una mujer económicamente independiente. Se había pasado la vida cuidando de los demás y lo único que tenía que hacer a partir de entonces era cuidar de sí misma. Podía hacer todo aquello con lo que siempre había soñado.

Sólo tenía que organizar sus ideas: podía volver a la universidad, empezar un curso de paracaidismo, podía...

Había un mundo de oportunidades a su alrededor y un coche nuevo con asientos calefactantes sería tan sólo el principio. Toda una vida de posibilidades se abría ante Vanessa, esperando a que las descubriera.

O mejor, Vanessa no.

Aquel nombre evocaba una carga de responsabilidades demasiado pesada.

Ness.

En casa, cuando era más joven, siempre la habían llamado Ness. Cuando aún no tenía preocupaciones. Pero en algún momento dejaron de hacerlo y se convirtió en Vanessa.

Vanessa, la responsable, la que se ocupaba de todo y de todos…

Bueno, volvía a estar libre de preocupaciones, así que pronto descubriría su verdadero significado. Era Ness de nuevo, Vanessa tal vez no supiera qué iba a hacer después, pero Ness pronto lo descubriría.

Una vez olvidados los abogados irritantes, Ness siguió fantaseando sobre las cosas que podría hacer a partir de entonces, empezando por el coche que se compraría muy pronto. Muy pronto...

Lindsay: Se trata de una medida a corto plazo, señor Efron. Tendrá que tomar una decisión definitiva muy pronto.

Zac: Legalmente, estoy en mi derecho.

Había muchas cosas que Zac no sabía. De hecho, no tenía muy claro lo que estaba haciendo en ese momento, pero sí conocía la ley.

Lindsay: No sé si ejercer ese derecho redunda en el beneficio de la menor, y eso es lo que me preocupa -dijo mirándole, convencida de que Zac no podría con aquello-.

Zac: Su madre me nombró su tutor, y como tal, soy yo quien ha de encargarse de Katie.

Era la persona responsable. La sola idea le aterraba, pero era lo suficientemente hombre como para admitirlo. Al menos ante sí mismo.

Era el responsable de un bebé.

No estaba seguro de qué iba a hacer con ella, pero tenía claro que no iba a pasar la patata caliente... no iba a repetir lo que hicieron sus padres.

Se levantó y cerró la puerta con violencia al recordar aquello.

No arruinaría la vida de aquella niña como sus padres habían arruinado la suya. Además, tampoco se trataba de un compromiso de por vida: le encontraría un hogar a la niña, una casa de adopción donde la quisieran y la ayudaran en todo lo que necesitara, y eso sería todo.

Le asombraba pensar cómo habían cambiado las cosas en sólo una hora.

Hacía sesenta minutos que había decidido responder a la llamada de Kim Lindsay. Desde luego, lo que ella le contó era lo último que podía haber imaginado y así había llegado a la sala de estar de la casa de Esther Thomas con la misteriosa Kim Lindsay, que no era precisamente alguien a quien había conocido y luego había olvidado, como había dicho Vanessa. Desde luego, Vanessa era única sospechando siempre lo peor de él. Pero en aquella ocasión, le hubiera gustado que acertase; todo sería mucho más fácil si Kim Lindsay fuera simplemente una persona a la que conocer y después olvidar sin problemas, pero no era así. Kim Lindsay era la trabajadora social asignada a aquel caso.

Y aquel caso era el de Katie Smith. Kim Lindsay se había encargado de averiguar si la niña tenía parientes que se ocuparan de ella, o de buscar otras soluciones en caso contrario.

Katie Smith no tenía parientes, pero tenía a Zac. Su tutor.

Él era el responsable del bebé, y la señorita Lindsay parecía tener problemas para recordarlo.

Lindsay: Ya tengo un hogar de acogida para ella. Hasta que no entré en casa de Marion, no encontré su nombre como contacto de emergencia.

Zac: No soy la persona con la que contactar en caso de emergencia, soy el tutor de la niña. Ya le he mostrado toda la documentación -se alegraba de haber recordado llevarla consigo-.

Lindsay: Pero también me ha dicho que nunca había imaginado que tuviera que ejercer esa responsabilidad de este modo, que no tiene ni idea de bebés y que no piensa quedarse con ella. En ese caso...

Esther: Yo estoy dispuesta a quedarme con ella, si tengo una ayuda económica. Lo suficiente para cubrir los gastos... -apuntó Esther Thomas-.

Zac miró a la vecina de Marion Smith. Parecía muy mayor, casi incapaz de cuidar de sí misma, y mucho menos de hacerse cargo también de un bebé.

Zac: No -dijo al mismo tiempo que la trabajadora social. Intercambiaron una sonrisa de complicidad. Tal vez no se pusieran de acuerdo sobre dónde debía quedarse Katie pero sí lo estaban acerca de dónde no debía quedarse-. Lo que quiero decir -siguió al ver a la anciana fruncir el ceño-, es que le agradezco lo que ha hecho por Katie, pero su madre quería que yo me ocupara de ella, y eso es exactamente lo que voy a hacer.

Lindsay: Señora Thomas, ¿podría disculparnos un momento?

Esther: Sí, claro. Su madre tampoco quiso nunca que la cuidase, como si no pudiese cuidar de un bebé -musitó la anciana mientras se alejaba por el pasillo-.

La señorita Lindsay estudió sus informes. Zac reconoció un gesto que él empleaba a menudo: aquello daba impresión de autoridad, y les recordaba a los dos quién estaba al mando.

Zac esperó cuál sería el siguiente argumento en contra de su propuesta, y no tuvo que esperar mucho.

Ella levantó la vista de la documentación y lo miró a los ojos. Antes de que ella pudiera decir nada, él dijo:

Zac: Me la voy a llevar. Después de todo, no será por mucho tiempo, pero su madre confió en mí para su cuidado.

Lindsay: Cuénteme de nuevo cómo fue todo aquello.

Zac: La señora Smith no tenía familia. La niña nació después de la muerte de su padre, y Marion quería ocuparse de que su hija no se viese nunca en un hogar de acogida. Sabía que necesitaba un tutor, alguien que se ocupara del futuro del bebé si le ocurría algo a ella. Había leído algo sobre mis casos y sabía que yo había trabajado en casos de tramitación de adopciones.

Zac trabajaba como voluntario para Nuestro Hogar, una organización benéfica que se ocupaba de buscar hogares de adopción a niños con necesidades especiales. Pero él nunca había trabajado con los niños directamente, ni había sido tutor de ninguno de ellos.

Tenía que haberle dicho a aquella mujer que no. En Pennsylvanía era legal que un abogado ejerciese también como tutor legal, pero no era frecuente. Simplemente, tenía que haber dicho «no».

Ésa hubiera sido la primera respuesta de Zac, pero cuando Marion Smith acudió a su despacho, parecía realmente sola. Y él sabía lo que era no tener a nadie a quien recurrir.

Ella lo había mirado con los ojos llenos de ansiedad.

Marion: No tengo a nadie, señor Efron. No espero que sea usted quien se encargue de su educación, pero conozco cómo ha trabajado en otros casos de adopciones y sé que podrá encontrarle a ella un buen hogar.

Zac: ¿A ella?

Marion: Sí. En la ecografía han visto que es una niña -había sonreído y se había pasado una mano por la barriga-. 

Una ligera caricia llena de amor.

Entonces se dio cuenta de que no podía negarse.

Los recuerdos se agolpaban en su mente. En aquel momento sintió envidia de aquel bebé, tan deseado por su madre. Marion Smith quería a su hija incluso antes de que naciera, se preocupaba por su futuro y acudía a él para que alguien se ocupara de ese futuro, si ella no podía hacerlo.

Al final, no tuvo corazón para negarse. Aceptó convertirse en tutor de la niña que aún no había nacido y después se olvidó de todo aquello. Después de todo, Marion parecía joven y fuerte. Nadie podía haber imaginado que un aneurisma se la llevaría meses después.

Zac sintió una puñalada de dolor por la muerte de la madre y por el bebé al que tanto había amado.

Tal vez no hubiera previsto que todo aquello sería así, pero el bebé era responsabilidad suya, y no iba a fallarles a Marion y a su hija. Aquella niña no tendría el amor de su madre, pero Zac se ocuparía de que la llevaran a un hogar donde la quisieran. No confiaría su cuidado a unos extraños. Hasta que encontrase un hogar para ella, él se ocuparía del bebé.

Zac: Se lo prometí a su madre y me siento en la obligación moral de cuidar personalmente del bebé.

Lindsay: Pero...

Zac: Señorita Lindsay, a no ser que pueda usted encontrar una contraindicación legal a que yo me lleve al bebé, considere acabada esta conversación.

La mujer suspiró.

Lindsay: ¿Podría al menos quedarse con mi tarjeta y llamarme si necesita algo?

Zac: Escuche, tal vez pueda parecer obstinado -dijo, sonriéndola para intentar caerle bien-. Pero no soy estúpido.

Lindsay: De acuerdo. No había muchas cosas en el piso. Ni siquiera una cuna para el bebé. No creo que su madre tuviera mucho dinero.

Zac: Yo tampoco. Le ofrecí redactar su testamento sin cobrarle, pero no aceptó.

Marion Smith había sido una mujer orgullosa y amorosa, que había enviado el pago de cinco dólares semanales, sin retrasarse, desde entonces.

Zac se aseguraría de que Katie supiese todo eso de su madre.

Lindsay: El casero ha dicho que empaquetaría las cosas de Marion y se las enviaría a usted, para Katie.

Zac: Muy bien.

La trabajadora social dio unos pasos hacia la puerta.

Lindsay: Señor Efron, ¿sabe dónde se está metiendo?

Zac: ¿Qué tiempo tiene la niña? -dijo sabiendo que hacía menos de un año que había recibido a Marion Smith en su oficina-.

La señorita Lindsay echó un vistazo a sus papeles antes de responder.

Lindsay: Siete meses.

Zac: Siete meses -repitió con una carcajada-. No puede ser tan difícil.                     

Entonces fue el turno de la señorita Lindsay de echarse a reír.

Lindsay: Le llamaré dentro de un par de días y me dará usted mismo la respuesta a esa pregunta.

La señora Thomas bajó las escaleras con una bolsa en la mano.

Esther: He puesto su ropa y sus cosas aquí. Sólo quedan dos pañales más, así que debería parar antes de llegar a casa a comprar más.

Zac: Gracias, señora Thomas -dijo agarrando la bolsa-.

Esther: Voy a buscarla.

Hubiera sido mucho más fácil haber dejado que la señorita Lindsay se ocupara de dejar al bebé con alguien que tuviera experiencia con niños. Los servicios sociales no debían de tener muchas dificultades para encontrar a alguien que quisiera adoptar a un bebé. Pero no podía confiar a la niña a otra persona. Tal vez no la conociera aún, pero sabía que era un bebé especial, así que le buscaría un hogar lleno de amor, donde no le faltara de nada, ni emocional ni económicamente.

Esther: Aquí la tiene -dijo con la niña en brazos, envuelta en una manta limpia y suave que parecía fuera de lugar en aquel viejo piso-.

Zac la tomó en brazos y observó la carita angelical de la niña dormida. Katie Smith era una niña preciosa. Le acarició la mejilla con un dedo y sintió una punzada en el estómago. Era tan pequeña, tan vulnerable...

Al apartarle la manta de la cabeza, vio con sorpresa su pelo rubio. Le recordaba a su madre y sintió simpatía por aquella niña que nunca conocería a su madre ni recordaría su amor.

Le encontraría un hogar, el hogar perfecto, pero hasta entonces, él la cuidaría.

Zac: Gracias de nuevo, señora Thomas.

La mujer musitó una respuesta incomprensible.

Zac se dirigió hacia la puerta.

¿Qué demonios iba a hacer entonces? Le había asegurado a la trabajadora social que podría ocuparse de todo. Sabía que el bebé tenía necesidades inmediatas, pero no sabía por dónde empezar.

Necesitaba ayuda, pero pedir ayuda no era uno de los puntos fuertes de Zac.

Intentó pensar en qué hacer. Podía llamar a la señora Z., lo más parecido a una madre que había tenido, pero ella estaba en Pittsburg. No dudó ni por un segundo en que acudiera a ayudarlo, pero no quería que se sintiera obligada.

El director del bufete, Larry Wagner, había tenido hijas, y tal vez incluso su mujer podría darle algunos consejos, pero la idea de acudir a él para pedirle ayuda no le gustaba nada.

Había otros abogados y esposas de abogados en el bufete. Podría llamarlos para pedirles ayuda con el bebé.

Intentó concentrarse en cómo pedirle ayuda a uno de ellos, pero en su cabeza no se dibujaba la imagen de un abogado ni de una de las esposas, sino la de Vanessa Hudgens.

¿Cómo se le habría pasado por la cabeza la idea de pedirle ayuda? A ella no le caía bien y se esforzaba en demostrarlo, lo cual no le importaba porque a él tampoco le gustaba ella.

Oh, desde luego era una mujer bonita... muy bonita. Pero no parecía darse cuenta de lo que cualquier hombre con sangre en las venas apreciaba desde el primer momento. Tenía el pelo negro y corto, y unos preciosos ojos marrones, lo cual era un buen comienzo, pero sólo el comienzo.

Eso no era lo que la hacía bonita, sino su sonrisa. Él no podía evitar soltar una exclamación cada vez que veía sus labios curvarse hacia arriba y sus ojos brillar.

Katie hizo un ruidito que interrumpió los pensamientos de Zac, lo cual fue bueno, porque hasta donde recordaba, no había pensado en que a nadie le brillaran los ojos hasta entonces. Y, sinceramente, esperaba no volver a pensarlo nunca más. No le importaban los ojos brillantes para nada.

Katie se rió.

Zac: ¿Qué es lo que me importa ahora? -le preguntó a la niña-.

Ella se volvió a reír.

Lo que le importaba era que Vanessa era una mujer, así que tenía que saber algo de bebés. Y le pagaría. Ella siempre estaba dispuesta a trabajar horas extras.

Desde luego, contratar a alguien era mejor que pedir un favor.

Zac se dio cuenta de que había llegado a su coche. Miró al bebé, la bolsa y la sillita del coche. ¿Cómo iba a apañárselas con todo aquello?


Eran las cinco menos cuarto. Cinco minutos más y Ness podría dar el día por finalizado. Gracias a Dios.                                         

Había sido un día largo y agotador, que había empezado con la avería de la fotocopiadora y la negativa del técnico a acudir a repararla hasta el lunes siguiente. Aquello provocó que la mitad de los empleados de la firma acudieran a ella para pedirle copias de vital importancia, así que Ness había tenido que ir durante su descanso para comer a un centro de reprografía cercano para hacer todas esas fotocopias.

Después, llamadas, mensajes y aquella mujer que había salido del bufete envuelta en un mar de lágrimas. No había dicho qué le pasaba, pero Ness había pasado un buen cuarto de hora calmándola.

El único momento divertido del día había sido su pequeña pelea con Zac.

Quedaban cuatro minutos, así que Ness se levantó y empezó a recoger su mesa. Cuando llegara a casa, tomaría un baño de burbujas y leería un buen libro. Qué plan tan fantástico para pasar la tarde.

Sacó las botas del armario de los abrigos y se cambió los zapatos de tacón. No eran las botas más elegantes del mundo, pero eso a Ness no le importaba. A ella le importaba el calor. El radiador de su coche estaba averiado y la mayoría de los días podía considerarse una chica con suerte si calentaba lo suficiente como para evitar que se formase hielo en el parabrisas.

Tres minutos.

*: Buenas tardes, Vanessa -se despidieron Donovan y otros dos abogados que salían juntos de la oficina-.

Ness: Buenas tardes.

Dos minutos.

Larry Wagner, el socio más veterano del bufete, les seguía de cerca.

Larry: ¿Te encargas de cerrar, querida?

Ness: Claro.

Larry: ¿Quieres que me quede hasta que tu coche arranque?

La semana pasada se había quedado sin batería y había tenido que llamar a un servicio de asistencia en carretera para que arrancase su coche.

Ness: No, gracias, señor. He puesto una batería nueva y todo debería ir bien.

Larry: De acuerdo. Buenas tardes y conduce con cuidado.

Ness: Usted también.

Las cinco. Hora de marcharse.

Se envolvió en un jersey, y después en su fina chaqueta.

Tal vez, antes de comprarse un coche nuevo, se comprase un abrigo nuevo. Aunque, con el coche nuevo con arranque automático y los asientos calefactantes, no necesitaría un abrigo nuevo. Valorando qué sería lo más apropiado, se puso la bufanda y un gorro de lana en la cabeza.

Rígida debajo de tantas capas, agarró su bolso y echó a andar hacia la puerta. Conectó la alarma y salió del edificio, comprobando primero los cierres de seguridad.

Todo estaba blanco. La nieve caía en copos gordos y pesados, y había unos cinco centímetros de nieve más que a mediodía. Todavía no había llegado la ventisca, pero podía imaginársela perfectamente.

Ness empezaba a bajar los escalones de la entrada cuando un todo terreno azul aparcó en la puerta y alguien bajó la ventanilla del acompañante.

Zac: Vanessa, me alegro de que sigas aquí. 

Ness: ¿Qué querías, Zachary?

Zac: Te quiero a ti -replicó sin decir nada acerca del nombre que había empleado-.

Ness consiguió no ahogarse al oír su respuesta.

Ness: ¿Perdón?

Zac: No a ti, sino tu ayuda -se corrigió-. Entra en el coche, por favor.

Ness: Pero...

Zac: Por favor, Vanessa.

Había algo en su voz que le decía que no era momento de bromas o discusiones. Algo iba mal. Andó lentamente hacia el coche, torpe bajo tanta ropa, y al acercarse oyó un ruido. No era música, sino el sonido más horrible del mundo.

Parecía...

Abrió la puerta y echó un vistazo al asiento trasero.

En efecto, lo era.

Era un bebé. Un bebé llorando.


sábado, 18 de enero de 2020

Quédate conmigo - Sinopsis


Vanessa Hudgens disfrutaba torturando a Zachary Efron, un atractivo socio del bufete de abogados en el que trabajaba. Era el sueño de cualquier mujer, excepto por un pequeño detalle: estaba completamente en contra de cualquier tipo de compromiso. ¿Qué hacía entonces cuidando de aquel bebé?

Zac había prometido que le encontraría a la hija de un cliente la familia que él nunca había tenido. Pero hasta que lo consiguiera, iba a necesitar algo de ayuda para entender a la pequeña. Fue entonces cuando apareció la bellísima Vanessa y le hizo pensar que su casa era el hogar perfecto para una familia de tres miembros...

Él era una fantasía hecha realidad... ¡y ahora también era papá!




Escrita por Holly Jacobs.


miércoles, 15 de enero de 2020

Epílogo


Era el día de Navidad por la tarde y, para ser una novia sin parientes propios, Vanessa tenía una enorme familia adoptiva formada por muchos de los habitantes de Hope. Al principio, Zac y ella habían planeado una boda privada, pero cuando sus conciudadanos se enteraron, se enfadaron tanto que se vieron obligados a alterar sus planes.

El lunes siguiente al compromiso de Zac y Vanessa supieron que la compañía de productos de vinilo instalaría allí su nueva planta manufacturera. La construcción empezaría poco después de Año Nuevo.

Era del dominio público que Zac había sido el principal responsable y que, para estimular a la compañía, había vendido parte de sus terrenos a bajo precio. La ciudad estaba agradecida y dispuesta a celebrar aquel regalo navideño de un modo especial. Cuando se enteraron de que Zac iba a casarse, muchos de sus amigos de toda la vida quisieron tomar parte en el acontecimiento e inundaron a la pareja con regalos y proyectos.

Vanessa también se había ganado amigos al dirigir el programa navideño de la escuela y aceptar tocar el órgano cuando necesitaban a alguien. Se extendió el rumor de que no tenía familia y, casi por arte de magia, alguien pareció ocuparse de muchos de los gastos y pequeños trabajos que acompañan a una boda.

Ashley Tisdale, la mejor amiga de Vanessa de la escuela y dama de honor, entró en la antesala y ajustó por última vez el velo de la novia.

Ash: La iglesia está llena -anunció-. Es hora de salir -le tendió el ramo y la abrazó con cuidado-. Voy a decirle al reverendo Harwick que estás lista.

Holly, guapísima con su vestido de terciopelo rojo, sonrió con timidez.

Holly: ¿Recuerdas cuando te dije que mi deseo de Navidad era demasiado grande para Papá Noel y se lo había pedido al niño Jesús? -Vanessa asintió-. Le pedí que papá y yo fuéramos una familia de verdad, con una mamá. Y ahora lo somos.

La joven se agachó y abrazó a la niña.

Ness: Te quiero, Holly.

Holly: Yo también te quiero… mamá -miró expectante a la mujer-. ¿Puedo llamarte así?

Vanessa contuvo unas lágrimas.

Ness: Por supuesto. Es el honor más grande que me han hecho nunca. No te fallaré nunca, Holly. Nunca.

Alguien llamó a la puerta y entró el señor Starr, ataviado con un frac negro y luciendo una amplia sonrisa en el rostro.

Nunca había admitido haber construido los decorados del programa navideño ni tampoco haber hecho de Papá Noel. Pero quizá fuera mejor así. Eso dejaba margen para creer en los milagros navideños.

Saludó con una inclinación de cabeza.

Starr: Eres una novia preciosa, querida. Lo único que deseo es que mi Wilma pudiera estar aquí. A ella le encantaban las bodas. Le hubiera entusiasmado una boda en Navidad y conmigo teniendo el honor de entregar a la novia.

Vanessa sonrió, aceptó su brazo y salieron al vestíbulo. La música empezó a sonar. Jackie Murphy se había recuperado ya de la operación y aquel día era ella la que tocaba el órgano.

A una señal de Vanessa, Holly entró en la capilla y echó a andar orgullosamente por el pasillo central. Ashley la siguió.

Finalmente le tocó el turno a Vanessa. Escoltada por el señor Starr, avanzó con alegría hacia el hombre que la esperaba en el altar.

Su deseo de Navidad también se había hecho realidad. Entonces y durante el resto de su vida, tendría a alguien a quien amar; alguien que la amaría a su vez.

Zac miró a su futura esposa con todo el orgullo y amor que podía contener una mirada. Nunca había esperado volver a amar y mucho menos con tanta fuerza.

Su corazón se inundó de felicidad y gratitud cuando Vanessa, sonriente y más hermosa que un ángel, se unió a él en el altar. La cogió de la mano y juntos se volvieron hacia el reverendo Harwick.

El pastor sonrió y empezó a hablar:

Hardwick: Queridos hermanos…


FIN




Y aquí cerramos la temporada navideña. Espero que hayáis pasado unas felices fiestas y que este nuevo año os traiga mucha felicidad.

Gracias por leer y comentar siempre que podéis. 
La próxima novela se llama "Quédate conmigo".


martes, 14 de enero de 2020

Capítulo 9


Aquella noche, eran casi las nueve cuando Vanessa oyó llamar a su puerta. Se sorprendió al encontrar a Zac allí, sonriente.

Zac: ¿Te importa que pase? Aquí fuera hace frío.

Ness: ¿Dónde está Holly?

Zac: Ha ido a pasar la noche con Amy.

Entró y, sin previo aviso, la cogió en sus brazos. La joven respiró profundamente. Al final, cuando pudo hablar, preguntó:

Ness: ¿Qué haces aquí?

Zac: ¿Tú qué crees?

Los ojos del hombre brillaban de deseo. Cogió a Vanessa y la besó apasionadamente.

Vanessa sabía que debía detenerlo, pero su cuerpo se negaba a obedecerla.

Zac: Quiero hacer el amor contigo, Vanessa. Lo deseo de verdad. Y sé que no es ninguna sorpresa para ti.

El corazón de la joven se llenó de angustia. Intentó rechazarlo, pero Zac la abrazó con fuerza. Se las arregló para apartar la boca y la mejilla de él y acarició la suya.

Ness: No es una sorpresa -admitió-. Pero mi respuesta sigue siendo negativa.

Zac: ¿Por qué? -murmuró persuasivo-. Los dos nos queremos. Yo estoy loco por ti y tú sientes lo mismo. No me digas que no es así.

Ness: No te digo nada -dijo con tristeza-, porque tienes razón. Me gustas mucho, Zac. Quizá demasiado.

Zac: Entonces, ¿por qué me rechazas? Es cierto que hace poco tiempo que nos conocemos. ¿Y qué? -la apartó un poco para poder mirarla a los ojos-. A mí me gustas mucho. Sé que has sufrido en el pasado y que tienes miedo de enamorarte. Pero Vanessa, querida, no eres la única. Yo también. Pero eso no ha impedido lo que siento por ti. Lo único que puedo decir es que no soy como tu ex prometido. Yo nunca te haría daño deliberadamente.

Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.

Ness: No hay garantías -murmuró con voz ronca-.

Zac la soltó. Se alejó de ella y su voz sonó repentinamente fría.

Zac: Si son garantías lo que buscas, será mejor que no te acerques ni a mí ni a ningún otro hombre mientras vivas -bajó la cabeza un momento-. Yo creí que tenía una garantía cuando me casé con Leila, pero no resultó ser así. Desde luego, nunca esperaba tener que criar solo a una niña. A veces es duro. No puedo decir que te culpe por no querer verte mezclada con un hombre que tiene una hija, pero pensé que Holly te gustaba y…

Ness: Esto no tiene nada que ver con ella -exclamó-.

Zac: ¿No? -preguntó desafiante-. ¿Puedes decir con toda sinceridad que, si no existiera Holly, me rechazarías igual?

Ness: Sí. Creo que Holly es adorable.

Zac: ¿Pero su padre no? Bueno, debo estar loco por haberme atrevido a volver a enamorarme. Después de Leila, me había propuesto no llegar a tanto con una mujer, pero tú has derrumbado mis defensas. Supongo que en parte es porque tú también eres muy vulnerable. Adiós, Vanessa. No volveré a molestarte con mi presencia.

Se marchó antes de que la joven pudiera moverse. Se quedó un momento inmóvil y luego reaccionó.

Zac había dicho que debía estar loco para haberse vuelto a enamorar. ¡La amaba! Le había dicho que la amaba y ella lo había dejado marcharse de su vida. Lo había rechazado igual que la habían rechazado a ella en el pasado. ¿Cómo era posible?

Aquél no era Austin, el hombre por el que sentía un cierto afecto que ella creía amor. Era Zac, el hombre que se había adueñado por sorpresa de su vida y su corazón. Hacía días que sabía que estaba enamorada de él, pero no había creído posible que él la amara a su vez.

¿Qué importaba que Zac siguiera echando de menos a su esposa y la recordara con amor? Lo único que se interponía en su relación con él era su propia inseguridad, basada en el rechazo de otro hombre. Recordó la voz de Zac. Le había dicho que nunca le haría daño deliberadamente.

¿Y qué más podía pedir una mujer? Había tenido tanto miedo de que él le hiciera daño que aquella noche se lo había hecho ella a él.

Tenía que pedirle perdón.

Se movió nerviosamente por el cuarto, buscando apresuradamente la chaqueta, las llaves y el bolso.

Cuando abrió la puerta, la cara de Zac era inescrutable. A Vanessa le dio un vuelco el corazón. Aquello no iba a ser fácil.

Zac: ¿Qué quieres?

Ness: Tengo que hablar contigo. Por favor.

El hombre apretó la mandíbula y movió la cabeza.

Zac: No tengo nada más que decir.

Ness: Por favor.

La miró largo rato y luego cedió y la dejó entrar en la casa. Una vez en el interior, se acercó a la chimenea y empezó a remover los troncos.

Zac: Te escucho -dijo sobre su hombro-.

Vanessa reunió valor y se acercó a él. Deseaba ardientemente acariciarle la espalda y los hombros, pero no se atrevió.

El corazón le latía con fuerza. No sabía cómo empezar, pero tenía que decir algo pronto. Zac parecía bastante impaciente.

Al final, lo único que dijo fue:

Ness: Te quiero, Zac.

Sus hombros vacilaron, como si lo hubiera pillado por sorpresa, pero movió la cabeza sin volverse hacia ella.

Zac: Soy demasiado mayor para cuentos de hadas, Vanessa. Una mujer no rechaza al hombre que ama.

Ness: Yo creía que tú no podrías amarme nunca debido al amor que compartiste con tu esposa y a los recuerdos que tienes de ella. ¿Cómo iba a imaginar que podrías amarme después de sufrir una pérdida tan trágica? Pensé que sólo querías una aventura y no podía soportar que me abandonaras un día como hizo Austin. Tenía miedo de quererte. Pero sé que tienes razón, Zac. La vida no ofrece garantías. Me equivoqué al pedirlas. Sé que no puedes prometerme amor eterno, pero aceptaré lo que puedas darme durante el tiempo que quieras dármelo.

El hombre se volvió al fin hacia ella.

Zac: ¿Hablas en serio? -preguntó, con voz ronca-. ¿Es cierto que me quieres?

Vanessa asintió.

Zac la besó con gentileza. Sus pulgares le rozaron las mejillas con ternura antes de acariciarle el pelo, el cuello y los hombros.

Zac: Repítelo -murmuró-.

Ness: Te quiero.

Sus besos se hicieron más apasionados y él la estrechó con fuerza contra él. Luego se sentó en una mecedora, con ella en sus rodillas.

Zac: Estás muy confundida, cariño. Excepto en lo referente a mi amor por ti. Te quiero con locura.

Ness: ¿A qué te refieres?

Zac: Leila y yo estábamos divorciados. Nuestro amor terminó mucho antes de su muerte.

Vanessa lo miró sorprendida.

Zac: Holly sólo tenía dos años cuando Leila se mudó a Dallas para estar cerca de sus padres. Un año después volvió a casarse y murió en un accidente de coche un año más tarde.

Ness: Comprendo -murmuró-.

Zac: A pesar de nuestras diferencias, nos esforzamos porque el divorcio fuera amistoso a causa de Holly. Leila tenía la custodia, pero nunca me impidió visitarla. Yo veía a la niña casi todos los fines de semana y varias veces al año venía aquí a pasar una o dos semanas seguidas -suspiró-. Era tan pequeña cuando murió su madre que no recuerda mucho de ella. Yo he hecho lo posible por enseñarla a amar su recuerdo. Leila se lo merece. Era una buena madre. Simplemente no estábamos hechos el uno para el otro.

Ness: ¿Qué ocurrió entre vosotros?

Zac: Yo soy un hombre de campo. Siempre lo he sido y siempre lo seré. Leila era una chica de ciudad. Aquí se aburría y llegó a odiar esto. Cuando el odio empezó a afectar a nuestra relación, decidimos dejarlo. Nos enamoramos en la universidad, cuando ambos éramos jóvenes e idealistas. Las diferencias entonces no parecían ser tan grandes como llegaron a ser después. Cuando nos separamos, el mundo se derrumbó para mí. Me sentí un fracasado, como esposo y como hombre. Y echaba mucho de menos a mi hija.

Ness: Puede que tu matrimonio fracasara, Zac, pero tú eres un hombre maravilloso y un padre maravilloso. Nunca lo dudes -exclamó apasionadamente-.

Zac: Gracias. No te imaginas lo que significa para mí oírte decir eso. Holly sólo tenía cuatro años cuando murió Leila y yo la traje a casa conmigo. Hago lo posible por ser un buen padre, pero para ella no es lo mismo que tenernos a los dos. Los padres de Leila se ofrecieron a cuidarla, pero no podía aceptarlo. No podía permitir que Holly creciera pensando que yo no la quería.

Vanessa asintió. No era de extrañar que adorara a aquel hombre. Era la clase de padre que ella no había tenido nunca y se alegraba mucho por Holly. Ningún niño debería tener que sentirse nunca rechazado por sus padres.

Ness: ¿Los abuelos de Holly la siguen viendo?

Zac: Claro. Son los únicos abuelos que tiene, así que procuro que pasen mucho tiempo juntos. A decir verdad, el día después de Navidad vendrán a buscarla para llevársela una semana a su casa. Yo iré a Dallas a recogerla después de Año Nuevo.

Ness: Es muy amable de tu parte compartirla con ellos.

Zac: Son buenas personas. Adoran a Holly y ella está loca con ellos. No fue culpa suya que Leila y yo no termináramos bien -le apartó el pelo de la frente-. Vanessa, tú dices que me amas, y Dios sabe que yo te quiero, pero Holly y yo vamos juntos. Has sido maravillosa al dejarle que se quedara contigo y todo eso. Pero he visto que la mayor parte de las mujeres pierden pronto interés en mí cuando se enteran de que tengo una hija. ¿Puedes tú aceptarla sin reservas?

Ness: Zachary Efron, ¿es eso una proposición? -preguntó atónita-.

El hombre sonrió tiernamente.

Zac: Sí, Vanessa Hudgens, eso es exactamente lo que es. Comprendo que hace poco que nos conocemos y, si necesitas tiempo para pensarlo, lo entenderé. Pero deseo que sepas que te quiero con todo mi corazón y si puedes aceptar a Holly y quieres pasar el resto de tu vida aquí, me sentiría muy honrado si aceptaras casarte conmigo.

Vanessa se inclinó para besarlo.

Ness: Sí -volvió a besarlo-. Sí. Sí.

Zac: ¡Gracias a Dios! Tenía mucho miedo a que dijeras que no.

Ness: Y yo tenía miedo a que no pudieras amarme lo suficiente para querer casarte conmigo.

Zac: Los dos teníamos miedo a ser rechazados. Pero no volverá a ocurrir. Te prometo que te querré a mi lado mientras viva.

Ness: Eso es lo único que quiero -murmuró-. ¿Qué dirá Holly? Una vez me dijo que no le importaba que me gustaras mucho, mucho, mucho.

Zac: ¿De verdad? -sonrió-. Eso fue lo mismo que me dijo a mí de ti.

Se echaron a reír y luego Zac se puso serio.

Zac: ¿Te casarás conmigo pronto, Vanessa Hudgens?

Ness: Tan pronto como tú quieras, Zachary Efron -prometió-.

Zac se puso en pie, la cogió en sus brazos y la llevó hacia el dormitorio.

Aquella vez, Vanessa no hizo nada por impedirlo. Aquella vez sabía que hacía lo correcto.

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