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domingo, 29 de mayo de 2016

Capítulo 4


De camino a Utopía, Vanessa todavía echaba chispas. Los comentarios de Efron y la arrogancia de Zac la habían puesto en tensión. No era el tipo de mujer acostumbrada a calmarse con facilidad. Se dijo a sí misma que la única razón que la empujaba a regresar al Double E esa noche era que le interesaba cerrar el trato para cruzar a Reina. Deseaba creerlo.

Las ruedas de su coche levantaron el polvo del camino que conducía al patio del rancho. Éste se encontraba casi desierto a media mañana. La mayoría de los hombres se hallaban en las praderas y el resto, ocupado en diversas tareas en los edificios anexos. Pero ni siquiera la existencia de público habría impedido que saliera del coche dando un portazo. No era el tipo de mujer que dejara enfriar su temperamento si éste podía bullir.

El sonido de aquel portazo sonó como un disparo.

Por un instante pensó en el papeleo que la esperaba en la oficina, pero apartó la idea. En ese momento no podía lidiar con cifras y libros de contabilidad. Necesitaba algo físico para descargar su rabia antes de abordar las áridas realidades de cheques y balances. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia los establos. Seguro que habría que limpiar estiércol y que clavar algún clavo.

**: ¿Es que te gustaría acabar con alguien en particular?

Vanessa volvió la cabeza mientras de sus ojos todavía brotaban chispas. Brad Davis caminaba hacia ella con los ojos en sombra bajo el ala de su impecable sombrero. Sus labios esbozaban una sonrisa cómplice.

Ness: Los Efron.

Él asintió tras oír su respuesta.

Brad: Me figuraba que iría por ahí. ¿No has podido llegar a un acuerdo sobre el semental?

Ness: Todavía no hemos empezado a negociar -apretó con fuerza la mandíbula-. Volveré allí esta noche.

Brad escudriñó su cara y se preguntó cómo era posible que una mujer tan astuta jugando al póquer fuera tan transparente cuando estaba irritada.

Brad: ¿Ah, sí? -se limitó a contestar, y recibió una mirada airada-.

Ness: Sí -se diría que escupía las palabras-. Si Efron no tuviera ese animal tan bonito, le diría que se fuera al infierno y, de paso, que se llevara a su padre con él.

Esa vez Brad sonrió.

Brad: Así que has conocido a Paul Efron.

Ness: Me dio su opinión sobre los cowboys con faldas -se oyó cómo rechinaba los dientes-.

Brad: ¿En serio?

Vanessa no pudo resistirse a su tono irónico y esbozó una sonrisa.

Ness: Sí, en serio -luego suspiró al recordar lo difícil que le había resultado a Paul Efron subir los cuatro escalones del porche de su propia casa-. Maldita sea -murmuró, y el enfado se disolvió tan rápidamente como había brotado-, no debería haber dejado que me afectara. Es un viejo y... -se interrumpió antes de añadir «está enfermo». Por algún motivo indefinible, le parecía necesario dejarle a Efron sus ilusiones. Se limitó a encogerse de hombros y miró hacia el corral-. Me imagino que estaba habituada a Jack. A él le daba igual que fueras hombre o mujer, siempre que supieras cabalgar y conducir al ganado.

Brad le lanzó una mirada penetrante. No era aquello lo que había empezado a decir, pero no lograría sonsacarle nada a base de insistir. Si algo había aprendido en aquellos seis últimos meses era que Vanessa Hudgens era una mujer a la cual le gustaba hacer las cosas a su manera. Si un hombre se acercaba demasiado, bastaba una mirada gélida para recordarle cuál era la distancia adecuada.

Brad: Tal vez quieras echarle un vistazo al toro, si te sobran unos minutos.

Ness: ¿Eh? -estaba abstraída-.

Lo miró de nuevo.

Brad: El toro -repitió-.

Ness: Ah, sí -enganchó los pulgares en los bolsillos y caminó junto a él-. ¿Te ha hablado Bill de los terneros que contamos ayer?

Brad: Hoy he echado un vistazo en la sección sur. Allí tendrás algunos más.

Ness: ¿Cuántos?

Brad: Unos treinta o así. Dentro de una semana deberían haber nacido todos los terneros.

Ness: ¿Sabes?, ayer, cuando revisábamos los pastizales, me pareció que faltaban algunos -frunció el entrecejo y volvió a hacer cuentas en su cabeza-. Voy a necesitar que alguien se dé una vuelta por ahí para ver cuántas vacas preñadas se han extraviado.

Brad: Yo me ocuparé. ¿Qué tal el huérfano?

Con una sonrisa, Vanessa miró hacia los establos del ganado.

Ness: Se va a poner bien -era un error crear lazos entre Baby y ella, lo sabía. Pero ya era demasiado tarde-. Juraría que ha crecido desde ayer.

Brad: Y aquí está el padre -anunció a medida que se aproximaban al corral del toro-.

Vanessa se encajó el sombrero y se inclinó sobre la cerca. Bonito, pensó. Muy muy bonito.

El toro les dirigió una mirada siniestra y resopló. No era tan corpulento ni tan voluminoso como un Angus, pero tenía la apariencia impecable de un tanque. Su piel rojiza resplandecía bajo el sol. En su mirada no vio aburrimiento, como había visto en tantos novillos y vacas, sino arrogancia. Los cuernos se retorcían a ambos lados de su cara y le daban un aire de peligrosa majestuosidad. Se le ocurrió que el huerfanito que había albergado en el establo tendría aquel mismo aspecto al cabo de un año. El toro resopló de nuevo y rascó el suelo con una pata, como desafiándolos a que entraran en el cercado y probaran suerte.

Brad: En el mejor de los casos, su carácter es porfiado -comentó-.

Ness: No me hace falta que tenga buenos modales -murmuró-. Lo único que necesito es que produzca.

Brad: Bueno, por ese lado no hay problema -examinó al toro con la vista-. Por el aspecto de los terneros de la primera hornada, ya nos ha prestado un gran servicio. Como ahora estamos usando inseminación artificial, podremos cruzarlo con todas y cada una de las Hereford del rancho esta primavera. Tu ejemplar de Shorthorne da una carne deliciosa, Vanessa, pero no se puede comparar con éste.

Ness: No -apoyó los codos en el travesaño de la cerca mientras sonreía-. En realidad, hoy me he enterado de que Zac Efron estaba interesado en nuestro... eh... Casanova. No puedo por menos que felicitarme al recordar cómo me marché a Inglaterra, siguiendo una corazonada. ¡Una corazonada bastante cara! -añadió al pensar en el mordisco que había representado en los libros de contabilidad-. Zac me ha contado que estaba planeando ir a Inglaterra a echar un vistazo cuando se enteró de que lo habíamos comprado.

Brad: De eso hace ya un año -comentó con el entrecejo fruncido-. Estaba todavía en Billings.

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Me imagino que seguía al tanto de todo. En cualquier caso, nos adelantamos -se apartó de la cerca-. Cuando te dije lo de la feria de julio, hablaba en serio, Brad. Antes no me importaban los concursos y los lazos azules, pero este año quiero ganar.

Brad desvió su atención del toro hacia ella.

Brad: ¿Se trata de algo personal?

Ness: Sí -le dedicó una sonrisa solemne-. Se podría decir que es personal. Entre tanto, cuento con éste para que me proporcione la mejor raza de ganado vacuno de Montana. Necesito que me den un buen precio en Miles City si quiero tener ganancias. Y el año que viene, cuando algunos de los terneros ya estén listos... -su voz se desvaneció mientras echaba una última ojeada al toro-. Bueno, mejor ir poco a poco. Tenme informada de si salen las cuentas, Brad. Quiero pasar a ver a Baby antes de meterme en la oficina...

Brad: Me ocuparé de eso -confirmó, y se quedó mirando cómo ella se alejaba-.

Hacia las cinco, Vanessa había puesto los libros al día y se hallaba, si no regocijada con las cifras, al menos contenta. Cierto, los gastos habían sufrido un notable incremento en relación al año anterior, pero preveía obtener grandes beneficios en la subasta de ganado de Miles City. Meterse en gastos tan elevados había sido un riesgo, pero un riesgo necesario. El avión empezaría a funcionar esa misma semana y el toro ya había demostrado su valía.

Se reclinó en la silla de piel de su abuelo, muy desgastada, y se quedó mirando el techo. Si pudiera disponer del tiempo necesario, le gustaría aprender a pilotar el avión. Le parecía que, en tanto que propietaria y dueña del rancho, debía tener un conocimiento operativo de todos sus aspectos. En caso de necesidad, podía herrar un caballo o suturar un corte en la piel de una vaca. Había aprendido a manejar la empacadora de heno y la excavadora en su adolescencia, durante una de sus estancias estivales, el mismo año que, por primera y última vez, había blandido el cuchillo para convertir a un ternero en novillo.

Cuando pudiera, y si podía permitírselo, pensó, contrataría a alguien para que se ocupara de los libros. Cerró el libro mayor haciendo una mueca. Le quedaba más energía después de diez horas a caballo que tras sólo cuatro haciendo trabajo de escritorio. Por el momento, era inevitable. Podría justificar añadir un cowboy más a la nómina, pero no un administrativo. El año siguiente... Se rió de sí misma y puso los pies sobre el escritorio.

Lo malo era que estaba confiando demasiado en el año siguiente, y podían suceder muchas cosas.

Una sequía podía diezmar la cosecha, un temporal podía mermar el rebaño. Y eso sólo en lo que se refería a fenómenos naturales. Si los precios de los piensos continuaban aumentando, tendría que pensar seriamente en llevar gran parte de los terneros al matadero. Y además estaban la factura de la reparación del Jeep, la factura del veterinario y la de la comida de los trabajadores. La factura de la gasolina aumentaría en cuanto el avión entrara en funcionamiento. Sí, iba a necesitar que le pagaran muy bien en Miles City, y no estaría de más ganar uno o dos lazos azules.

Entre tanto, tendría que vigilar a los recién nacidos. Y a Zac Efron. Con una media sonrisa, pensó en él; era un arrogante, reflexionó casi con admiración. Una pena no poder confiar en él lo bastante como para charlar del negocio e intercambiar ideas. Echaba de menos ese lujo desde la muerte de su abuelo. Sus trabajadores eran simpáticos, pero uno no podía hablar de los detalles del negocio con alguien que el año siguiente podía estar trabajando para un competidor. Y Bill era... Bill era Bill, pensó con una sonrisa. Estaba orgulloso de ella e incluso respetaba su inteligencia, pero tenía demasiado apego a su manera de hacer las cosas como para hablar con él de ideas y cambios. Y no quedaba nadie más, admitió Vanessa.

En Chicago, había habido ocasiones en las que habría pedido a gritos un poco de privacidad, de soledad. Ahora, en cambio, había veces en que anhelaba tener a alguien con quien compartir aunque fuera una hora de conversación. Se levantó sacudiendo la cabeza. Estaba pensando tonterías. Había docenas de personas con las que hablar, todo lo que tenía que hacer era bajar al establo o las cuadras. No sabía de dónde procedía aquel repentino descontento, pero desaparecería enseguida. No tenía tiempo para cosas semejantes.

Mientras caminaba por la casa y subía las escaleras, podía oír el ruido sordo de los tacones de sus botas en el suelo. Procedente del exterior, oyó la llamada del triángulo, las tres notas rápidas que se repetían cada vez más rápido hasta convertirse en un único sonido. Sus hombres estarían sentándose a cenar. Mejor sería que ella se prepara también para la cena.

Acarició la idea de no arreglarse más de lo habitual, de limitarse a ponerse unos tejanos y una camisa limpios. El desenfado de ese atuendo resultaría intencionadamente grosero. Todavía estaba lo bastante molesta con Zac y con su padre como para vestirse de ese modo, pero pensó en Karen Efron. Con un suspiro, descartó la idea y rebuscó en el armario.

Era elección suya no tener apenas vestidos. Estaban relegados a un extremo del armario y los sacaba únicamente cuando invitaba a otros rancheros o a hombres de negocios. No se apartaba de los estilos simples, pues se había dado cuenta de que le resultaba ventajoso no llamar la atención sobre su feminidad. Paseó la vista sobre las posibilidades que se le ofrecían.

La camisa blanca de algodón, que le quedaba muy amplia, aunque no tenía un corte masculino, resultaba desenfadada. Si la combinaba con una falda blanca de campana, ajustada a la cintura por una faja muy amplia, resultaba un atuendo apropiado y poco llamativo. Hizo una pequeña concesión y se dio un toque de maquillaje; dudó sobre si ponerse alguna joya y, luego, encogiéndose de hombros, se puso unos pendientes de oro con forma de espiral. Su madre, pensó, le habría insistido para que se arreglara el pelo de un modo más sofisticado, pero ella se limitó a cepillárselo y se lo dejó suelto. No necesitaba ir elegante para negociar un contrato de cría de caballos.

Cuando oyó el sonido del motor de un coche que se aproximaba, tuvo que contenerse para no correr hasta la ventana y asomarse. Intencionadamente, se entretuvo antes de bajar.

Zac la estaba esperando en el porche. No llevaba sombrero. Aun sin él, Vanessa tuvo que reconocer que seguía pareciendo lo que era: un hombre fuerte acostumbrado a trabajar al aire libre y con un toque aristocrático. No necesitaba uniforme para parecer lo que era.

Mientras lo miraba se preguntó cómo habría tenido paciencia para ir a Billings a sentarse detrás de un escritorio. Llevaba unos pantalones vaqueros en buen estado y un jersey fino de color azul que le sentaban tan bien como la ropa de faena, y que destacaban sus ojos azules y maliciosos. Sintió un escalofrío y lo miró con frialdad.

Ness: Eres puntual -comentó mientras dejaba que la puerta se cerrara tras ella-.

Quizá no fuera sensato que estuvieran a solas más tiempo del necesario.

Zac: Tú también -dejó que su mirada se deslizara sobre ella lentamente y admiró la simplicidad de su atuendo: el modo en que la faja le marcaba la cintura, el modo en que resplandecía su pelo, como el cielo de la noche-, y estás muy guapa -añadió al tiempo que le agarraba una mano-. Te guste o no.

El pulso de Vanessa reaccionó inmediatamente y ésta comprendió que debía andarse con cuidado.

Ness: Sigues arriesgándote a perder una mano, Efron -trató de retirar la suya, pero él se la apretó con más fuerza para impedírselo-.

Zac: Una de las cosas que he aprendido es que todo lo que vale la pena cuesta trabajo -con lentitud, se llevó su mano a los labios mientras la miraba a los ojos-.

No era un gesto que Vanessa se esperara de él. Quizá por eso lo único que hizo fue quedarse mirándolo fijamente mientras el sol se ponía en el cielo. Debería haber retirado la mano de un tirón para situarla fuera de su alcance. Deseaba llevarla a su mejilla y tocar sus pómulos prominentes, el hueso de la mandíbula. No hizo nada... hasta que él sonrió.

Ness: Quizá debería advertirte -dijo finalmente- que la próxima vez que te sacuda, voy a apuntar un poco más abajo.

Él sonrió y le besó de nuevo la mano antes de soltársela.

Zac: Lo creo.

Vanessa fue incapaz de reprimir su propia sonrisa y se rindió.

Ness: ¿Vas a darme de cenar o no, Efron?

Sin esperar respuesta, bajó los escalones delante de él.

Su coche era más acorde con el petrolero que había dibujado en su imaginación. Un Maserati bajo y elegante. Ella admiraba cualquier cosa que fuera bien proporcionada y veloz; se acomodó en el asiento del pasajero con un pequeño suspiro.

Ness: Es un juguete muy bonito -comentó con la sombra de una sonrisa todavía rondando sus labios-.

Zac: Me gusta -dijo tranquilamente, y encendió el motor. Éste rugió y luego el sonido se convirtió en un ronroneo-. A un hombre no siempre le gusta sacar de paseo a una mujer en un Jeep o en un utilitario.

Ness: Esto no es una cita -le recordó, pero dejó que su vista resbalara por la piel suave de los asientos-.

Zac: Admiro tu lado práctico... la mayor parte de las veces.

En su asiento, Vanessa giró la cabeza ligeramente hacia la izquierda para mirar el modo como manejaba aquel coche. Igual de bien que manejaba el caballo, se dijo; igual de bien que manejaba a una mujer. Una sonrisa volvió a curvar sus labios. Pues iba a descubrir que ella no era el tipo de mujer que se dejaba manejar. Se recostó de nuevo en el asiento para disfrutar del viaje.

Ness: ¿Qué tal le parece a tu padre que vaya a cenar esta noche? -preguntó un poco ausente-.

Los últimos rayos del sol salpicaban de oro la hierba. Oyó mugir perezosamente a una vaca

Zac: ¿Qué debería parecerle?

Ness: Se mostró bastante afable mientras me veía simplemente como la nieta de Jack Hudgens -señaló-, pero en cuanto descubrió que yo era «una Hudgens», por así decirlo, cambió de frecuencia. Tú estás confraternizando con el enemigo, ¿o no?

Zac apartó la mirada de la carretera el tiempo suficiente para percatarse del brillo de diversión que bailaba en los ojos de Vanessa.

Zac: Por así decirlo. ¿Es que tú no?

Ness: Supongo que prefiero ver este asunto como un trato ventajoso para los dos. Zac... -vaciló, y preguntó lo que sabía que no era de su incumbencia-, tu padre está muy enfermo, ¿verdad?

Vio que la expresión de Zac se retraía, aunque apenas cambiara.

Zac: Sí.

Ness: Lo siento -apartó la vista y miró por la ventanilla-. Es duro -murmuró pensando en su abuelo-, muy duro para ellos.

Zac: Se está muriendo -dijo llanamente-.

Ness: Oh, pero...

Zac: Se está muriendo -repitió-. Hace cinco años le dijeron que duraría un año, dos como mucho. Los dejó perplejos. Pero ahora... -por un momento apretó con fuerza el volante, pero luego relajó la presión de los dedos-. Puede que llegue a ver caer las primeras nieves, pero no alcanzará a las últimas.

Sonaba tan práctico... A lo mejor la súbita tensión en sus manos había sido producto de su imaginación, pensó Vanessa.

Ness: No ha habido rumores sobre su enfermedad.

Zac: Nos propusimos que no los hubiera.

Ella miró el perfil de Zac y frunció el ceño.

Ness: ¿Entonces por qué me lo has contado?

Zac: Porque tú sabes lo que es el orgullo y no te andas con tonterías.

Vanessa lo estudió otro rato y luego apartó la mirada.

Ninguna frase delicada ni ningún cumplido podrían haberla conmovido tanto como aquella afirmación enérgica y carente de emoción.

Ness: A tu madre debe resultarle difícil.

Zac: Es más fuerte de lo que parece.

Ness: Sí -sonrió de nuevo-. Tiene que serlo para aguantar a tu padre.

Pasaron por debajo del arco con el letrero de Double E que había a la entrada del rancho. El día estaba quedando sumido en las sombras, la luz cedía y el aire se volvía más ligero. A la derecha se veían vacas holgazaneando en los pastizales. Vio a una madre que lamía pacientemente a su cría para limpiarla mientras otros terneros se hallaban ocupados tomando su comida de la tarde. Al cabo de unos meses serían novillos y vaquillas, y el lazo materno caería en el olvido, pero por el momento eran unas crías de patas desgarbadas y estómagos insaciables.

Ness: Me gusta esta hora del día -murmuró casi para sí-. Cuando uno ha acabado de trabajar y todavía no es hora de pensar en el día siguiente.

Zac bajó la vista hacia ella, que estaba relajada en su asiento. Competente, nada mimada, de huesos estrechos y dedos delgados.

Zac: ¿Has pensado alguna vez que trabajas demasiado?

Vanessa se giró y lo miró a los ojos tranquilamente.

Ness: No.

Zac: Ya lo sabía.

Ness: ¿Otra vez estamos con lo de «cowboys con falda», Efron?

Zac: No -pero, discretamente, había hecho algunas averiguaciones. Vanessa Hudgens tenía fama de trabajar doce horas diarias: a caballo, en coche, a pie. Cuando no estaba reparando una cerca o recogiendo ganado, se hallaba alimentando a las vacas, supervisando reparaciones o volcada en los libros de contabilidad-. ¿Qué haces para relajarte? -preguntó de pronto-.

La mirada inexpresiva que ella le dirigió le dio la respuesta antes de que Vanessa hablara.

Ness: Ahora mismo no me queda mucho tiempo para relajarme. Cuando tengo algún rato... están los libros o el juguete que compró Jack hace un par de años.

Zac: ¿Un juguete?

Ness: Un vídeo -dijo con una sonrisa-. Le encantaban las películas.

Zac: Entretenimientos solitarios -dijo pensativamente-.

Ness: Es un modo de vida solitario -replicó, y luego miró hacia fuera con curiosidad. Habían parado delante de una casa blanca de madera, muy sencilla-. ¿Qué es esto?

Zac: Aquí vivo yo -respondió tranquilamente antes de bajarse-.

Ella se quedó sentada en el interior del coche con el ceño fruncido y mirando la casa. Había dado por hecho que Zac vivía en la casa principal, alrededor de un cuarto de milla carretera arriba. Al igual que había dado por sentado que cenarían allí con sus padres. Volvió la cabeza cuando él le abrió la puerta de su lado y le dirigió una mirada intransigente.

Ness: ¿Qué has preparado, Efron?

Zac: La cena -la agarró de una mano y tiró de ella hacia fuera-. ¿No fue en eso en lo que quedamos?

Ness: Tenía la impresión de que cenaríamos ahí arriba -señaló hacia la casa principal-.

Zac siguió con los ojos el movimiento de su mano. Cuando volvió a mirarla, la expresión de su boca era solemne, pero en sus ojos había una chispa de humor.

Zac: Impresión equivocada.

Ness: No hiciste nada por corregirla.

Zac: Ni para promoverla -contraatacó-. Mis padres no tienen nada que ver con lo que hay entre nosotros.

Ness: No hay nada.

Entonces los labios de Zac también sonrieron.

Zac: Está el asunto de los caballos..., el tuyo y el mío -como ella continuaba con el ceño fruncido, él se acercó más. Sus cuerpos casi se rozaban-. ¿Te asusta estar a solas conmigo, Vanessa?

Ella alzó la barbilla.

Ness: Te estás sobrevalorando, Efron.

Zac leyó en su mirada que estaba dispuesta a no retroceder hiciera él lo que hiciera. La tentación era demasiado grande. Bajó la cabeza y le dio un suave mordisco en el labio inferior.

Zac: Quizá -dijo tranquilamente-. O quizá no. Siempre podemos seguir hasta la casa de mis padres si te sientes... nerviosa.

A Vanessa, el corazón se le había subido a la garganta, pero sabía lo que era vérselas con un gato montés.

Ness: No me preocupas -contestó con calma, y luego echó a andar hacia la casa-.

Claro que sí, pensó Zac, y la admiró todavía más porque estaba decidida a afrontarlo. Se dijo, mientras andaba hacia la puerta, que prometía ser una velada interesante.

No podía criticar su gusto. Vanessa miró a su alrededor y echó un vistazo a su residencia, mientras se preguntaba qué podría averiguar sobre él a partir de los muebles que había elegido. Aparentemente, tenía la intuición de su madre en lo que se refería al color y al estilo, si bien no había en esa casa nada semejante a un toque femenino. Los amarillos mostaza y los crema estaban compensados por un imponente tapiz mural atravesado de azules y verdes muy vivos. Prefería los muebles antiguos y las líneas limpias. Aunque la habitación era pequeña, no daba sensación de sobrecargada. Con curiosidad, fue hasta un estante de madera de caoba y estudió su colección de figuras de estaño.

Captó su atención un potro salvaje al galope, aunque todos los animales de aquel zoológico en miniatura estaban finamente tallados. Por un instante deseó que no fuera un hombre que apreciara tanto las mismas cosas que la atraían a ella. Luego recordó cuál era su posición y se dio la vuelta.

Ness: Es muy bonito. Aunque demasiado sencillo para alguien que se ha criado como tú.

Él levantó una ceja.

Zac: Gracias por el cumplido. ¿Cómo te gusta la carne: muy hecha, poco hecha...?

Vanessa hundió las manos en los amplios bolsillos de su falda.

Ness: En su punto.

Zac: Acompáñame mientras hago los filetes -le puso una mano en torno al brazo y la guió por la casa-.

Ness: Así que voy a cenar carne de Efron preparada por un Efron -le lanzó una mirada-. Me imagino que debería estar encantada.

Zac: Podríamos considerarlo una oferta de paz.

Ness: Podríamos -repitió con cautela, y luego sonrió-, siempre que sepas cocinar. No he comido nada desde el desayuno.

Zac: ¿Por qué no?

La miró con tanta desaprobación que ella se rió.

Ness: Me he atascado con los libros de cuentas, y no se me despierta el apetito sentada detrás de un escritorio. Vaya, vaya -añadió echando un vistazo a la cocina. Era sencilla, como el resto de la casa. El suelo era de madera y las encimeras, corrientes. No había nada fuera de su sitio, ni una miga-. Eres de los ordenados, ¿no?

Zac: Viví una temporada en los barracones de los trabajadores -descorchó la botella de vino que había junto a dos copas, sobre la encimera-. Eso o te corrompe o te reforma para siempre.

Ness: ¿Por qué en los barracones cuando...? -se interrumpió, disgustada por estar de nuevo entrometiéndose-.

Zac: Mi padre y yo nos llevamos mejor cuando hay cierta distancia -sirvió vino en las dos copas-. Ya habrás oído que no siempre estamos de acuerdo.

Ness: Oí que tuvisteis una pelea hace algunos años, antes de que te marcharas a Billings.

Zac: Y te preguntarás por qué yo... me doblegué en lugar de mandarlo a paseo y empezar mi propio negocio.

Vanessa aceptó la copa de vino que le ofrecía.

Ness: De acuerdo, sí, me lo pregunté. Pero no es de mi incumbencia.

Él se quedó mirando dentro de su copa un instante, como si estudiara el rojo oscuro del vino.

Zac: Efectivamente -levantó de nuevo la vista y dio un sorbo-. No es de tu incumbencia.

Sin decir una palabra más, se volvió hacia el frigorífico y sacó dos filetes grandes. Vanessa bebió un sorbo de vino y se quedó quieta contemplando cómo él empezaba a preparar la carne, con la economía de movimientos que lo caracterizaba. Cinco años atrás, a su padre le habían dado uno o dos de vida. Zac había dicho aquello sin que en su voz hubiera ni rastro de emoción. Y se había marchado a Billings hacía cinco años.

¿A esperar que su padre muriera?, se preguntó ella, e hizo una mueca de disgusto. No, no podía creer eso de él, ¿un hombre tan frío y calculador como para sentarse a esperar la muerte de su padre? Incluso aunque los sentimientos de Zac hacia su padre no fueran profundos, eso sonaba demasiado frío, demasiado despiadado. Sintió un escalofrío y bebió un buen trago de vino antes de dejar la copa. No podía creer eso de él.

Ness: ¿Puedo hacer algo?

Zac volvió la cabeza hacia atrás para mirarla y se la encontró contemplándolo tranquilamente. Sabía lo que habría estado pensando, era lógico pensarlo, y vio que se había inclinado a su favor. Se dijo que debería darle igual lo que Vanessa pensara de él. No sólo le resultó sorprendente averiguar que no era así, además resultaba enervante. Podía sentir cómo la emoción bullía en su interior y lo agotaba. Con el fin de darse un momento para recuperarse, puso los filetes en la parrilla y encendió ésta.

Zac: Sí, hay algo que podrías hacer.

Cruzó la cocina hasta donde ella estaba y le enmarcó la cara con las manos mientras veía que Vanessa abría mucho los ojos, sorprendida, antes de que su boca se posara sobre la de ella. Su intención era que se tratara de un beso breve e intenso, un gesto que lo liberara de la emoción que había surgido repentinamente dentro de él, pero a medida que sus labios se movían sobre los de ella, la emoción creció y amenazó con dominarlo si se prolongaba.

Ella se puso rígida y levantó las manos hacia su pecho en un gesto reflejo de defensa. Zac no quería esa vez la resistencia que normalmente tanto lo atraía, sino la dulzura que sabía que ella reservaría a unos pocos.

Zac: Vanessa, no -enroscó el pelo en sus dedos. Su voz estaba cargada de sensaciones misteriosas e innombrables que no se detuvo a analizar-. No pelees, aunque sólo sea por esta vez.

Algo en su voz hizo que las manos de Vanessa se relajaran sobre su pecho antes siquiera de que la idea de hacer tal cosa surgiera en su mente. Ella cedió, y ceder le proporcionó un instante de placer, dulce, inconsciente.

La boca de Zac se movía con suavidad sobre la suya incluso cuando la besó más profundamente. Ella llevó las manos hasta sus hombros y echó hacia atrás la cabeza para que él pudiera tomar lo que deseaba y proporcionarle más de aquel deleite tan dulce de cuya existencia no había sido nunca consciente. Con un suspiro que era consecuencia de ese descubrimiento, se rindió.

Zac no tenía ni idea de que fuera capaz de mostrarse tan tierno. Nunca antes una mujer había hecho que eso surgiera y él no era consciente de que el deseo pudiera ser pausado y tranquilo. Aunque bullía en su interior, sentía al mismo tiempo una sensación de contento. Disfrutó de aquello hasta que empezó a sentirse mareado, entonces soltó la cara de Vanessa, pero se quedó estudiándola como un hombre que viera algo que no entiende bien. Y que no está seguro de querer entender.

Vanessa dio un paso atrás y apoyó una mano en la encimera de madera pulida para recuperar el equilibrio. Había encontrado dulzura en el último lugar en que habría imaginado. No había nada contra lo que estuviera más decidida a presentar batalla.

He venido aquí -dijo mirándolo con tanta cautela como él a ella- a cenar y a hablar de negocios. No vuelvas a hacer esto.

Zac: Tienes toda la razón -murmuró antes de darse la vuelta e ir hasta la parrilla para vigilar los filetes-. Bebe un sorbo de vino, Vanessa. Los dos estaremos a salvo.

Ella hizo lo que le decía sólo porque necesitaba algo para calmar sus nervios.

Ness: Pondré la mesa -se ofreció-.

Zac: Los platos están ahí -sin levantar la vista, señaló un armario. Los filetes chisporrotearon cuando les dio la vuelta-. Hay una ensalada en el frigorífico.

Terminaron en silencio con los preparativos. El único ruido era el chisporroteo de la carne y de las patatas que se estaban friendo. Vanessa acabó su primer vaso de vino y contempló la comida con entusiasmo.

Ness: O sabes bien lo que te haces o yo me estoy muriendo de hambre.

Zac: Las dos cosas -le dio un bote de salsa vinagreta-. Come. Cuando uno está en los huesos no puede saltarse comidas.

Sin ofenderse, ella se encogió de hombros.

Ness: Metabolismo -dijo mientras hundía los cubiertos de servir en la ensalada-. Da igual cuánto coma, no asimilo nada.

Zac: Algunos llaman a eso nervios.

Ella levantó la vista mientras él le rellenaba la copa de vino.

Ness: Yo lo llamo metabolismo. Nunca me pongo nerviosa.

Zac: A menudo no, desde luego -reconoció-. ¿Por qué te marchaste de Chicago? -preguntó antes de que ella tuviera tiempo de replicar-.

Ness: No era mi sitio.

Zac: Podría haberlo sido, si hubieras querido.

Vanessa lo miró con indiferencia durante unos momentos.

Ness: Entonces no quise. Aquí me sentí en casa desde el primer verano que vine.

Zac: ¿Y qué me dices de tu familia?

Ella se rió.

Ness: Ellos no, desde luego.

Zac: Me refiero a qué les parece eso de que vivas aquí y te ocupes de dirigir Utopía.

Ness: ¿Qué debería parecerles? -replicó. Frunció el ceño un instante mirando su copa de vino y luego volvió a encogerse de hombros-. Me imagino que mi padre siente en Chicago lo que yo siento en Montana. Es mi sitio. Uno creería que ha nacido y se ha criado allí. Y, claro, mi madre era tan... Nuestra familia nunca funcionó.

Zac: ¿En qué sentido?

Vanessa echó un poco de sal sobre su filete y cortó un pedazo.

Ness: Odiaba tener que ir a clase de piano -se limitó a decir-.

Zac: ¿Tan sencillo como eso?

Ness: Tan básico. Andrew, mi hermano, encajaba bien en el molde. Me imagino que ayudó bastante que enseguida mostrara interés por la medicina y que le guste la ópera. Mi madre es muy aficionada -aclaró con una sonrisa-. En cualquier caso, aunque a mí todavía me acobarda un poco coserle una herida a una vaca, sigo sin ser capaz de apreciar La traviata.

Zac: ¿Es eso lo que se necesita para que una familia funcione?

Ness: En la mía era importante. La primera vez que vine aquí, las cosas empezaron a cambiar. Jack me entendía. Daba gritos y decía palabrotas en lugar de sermonear.

Zac sonrió y le ofreció más patatas fritas.

Zac: ¿Y a ti te gusta que te griten?

Ness: Un sermón paciente es el peor de los castigos.

Zac: Supongo que nunca he tenido que sufrirlo. En casa teníamos un cobertizo de madera para cumplir los castigos -le gustó la manera como ella se rió, una risa grave, cómplice-. ¿Por qué no viniste a vivir aquí antes?

Ella movió los hombros, inquieta, y siguió comiendo.

Ness: Estaba en la universidad. Tanto mi padre como mi madre pensaban que era de vital importancia que sacara un título, y yo quería complacerlos, aunque sólo fuera en eso. Luego me vi envuelta en una relación con... -se interrumpió, anonadada. Había estado a punto de hablarle de su relación con aquel médico residente. Cortó meticulosamente un pedazo de carne-. No funcionó, ya está -concluyó-, así que me vine aquí.

El de la mala experiencia, se dijo Zac. Los ojos de Vanessa habían vacilado sólo brevemente, había salido del paso deprisa y con ligereza, pero no la suficiente. No insistiría, era un punto débil, pero se preguntó quién sería el que la había herido cuando todavía era demasiado joven para protegerse.

Zac: Mi madre tenía razón -comentó-. Algunas cosas se llevan en la sangre. Éste es tu sitio.

Algo en el tono de su voz hizo que ella levantara la vista con precaución. No estaba segura todavía de si se refería al Utopía o a sí mismo. Los ojos de Zac le recordaron lo rudo que podía llegar a ser cuando deseaba algo.

Ness: Mi sitio está en Utopía -dijo con precisión-. Y pretendo quedarme. Tu padre dijo hoy también algo -le recordó-, que los Efron no hacen tratos con los Hudgens.

Zac: Mi padre no manda en mi vida, ni en la personal ni en la profesional.

Ness: ¿Vas a cruzar a tu semental con Reina para poder restregárselo?

Zac: Yo no pierdo el tiempo en esas cosas -lo dijo tranquilamente, con una firmeza que hizo pensar a Vanessa que, si quisiera vengarse, elegiría un camino más directo-. Quiero esa yegua -ambos se quedaron mirándose a los ojos-, tengo mis razones.

Ness: ¿Cuáles?

Él levantó la copa y bebió.

Zac: Son sólo mías.

Vanessa abrió la boca para hablar y luego volvió a cerrarla. Sus motivos no le importaban. Los negocios eran los negocios.

Ness: De acuerdo, ¿cuánto pides?

Zac se tomó su tiempo y la miró a la cara tranquilamente.

Zac: Parece que has terminado.

Vanessa se distrajo. Miró hacia abajo y vio que había comido hasta el último trozo, el plato estaba casi limpio.

Ness: Eso parece -dijo con una breve risa-. En fin, detesto admitirlo, Efron, pero estaba bueno..., casi tan bueno como el de Utopía.

Él respondió mientras se levantaba para retirar los platos de la mesa.

Zac: ¿Por qué no nos terminamos el vino en la otra habitación? A menos que quieras un café...

Ness: No -se levantó para ayudarlo a apilar los platos-. Me bebí un tazón lleno con esos malditos libros.

Zac: No te interesa el trabajo administrativo -agarró la botella de vino, que estaba a la mitad, mientras salían de la cocina-.

Ness: Una manera suave de decirlo -murmuró-.

Zac: Ya lo he pensado. Quizá el año próximo -dijo encogiéndose de hombros-.

Ness: Digamos que estoy acostumbrada a no perder detalle.

Zac: Se rumorea que eres capaz de atrapar a un novillo con el lazo.

Vanessa se sentó en el sofá y el vuelo de la falda onduló a su alrededor.

Ness: Los rumores son ciertos -respondió con una sonrisa descarada-. Cuando quieras podemos apostar.

Él se sentó a su lado y jugueteó con el lazo de la faja que rodeaba su cintura.

Zac: Lo tendré en cuenta, aunque debo admitir que no resulta duro verte con falda.

Ella lo miró por encima del borde de su copa.

Ness: Estábamos hablando de la tarifa del semental. ¿Qué has pensado para Merlín?

Con aire distraído, él enroscó un dedo en su pelo.

Zac: El primer potro.




Uy esta cena como acabará...
De momento va bien, ya veremos...

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¡Un besi!


jueves, 26 de mayo de 2016

Capítulo 3


Se preguntaba si Vanessa iría. Zac condujo de vuelta al camino que en otro tiempo había servido para que transitaran mulas y caballos. No estaba en mejor estado que en aquella época remota. El Jeep daba sacudidas, como si fuera un potro de mal carácter, se hundía en los surcos y brincaba sobre las piedras. A él le gustaba, igual que había disfrutado de la temprana visita, acompañado por cinco de sus hombres, al campamento. Si pudiera disponer de algo de tiempo, le gustaría pasar unos días en uno de los campamentos en compañía masculina. Trabajo agotador durante el día y unas cervezas para acompañar la partida de póquer por la noche. Y conducir al ganado lo bastante lejos del rancho como para olvidarse de la existencia de la civilización. Sí, algo así le gustaría, pero...

Valoraba la manera conservadora, tradicional, de hacer las cosas de su padre, en especial cuando se combinaba con sus propias ideas, a menudo experimentales. Los hombres continuarían haciendo uso del lazo y conduciendo al ganado a los pastizales, pero dos tractores arrastrando un cable desbrozaban más terreno en un día que varios hombres en un mes utilizando el hacha. Y un avión...

Con una sonrisa forzada, recordó cómo había peleado seis años atrás para que compraran un avión y que su padre lo había considerado un lujo innecesario. Había sido él quien había terminado pagando el aparato de su bolsillo y aprendiendo a pilotarlo. Su padre nunca había admitido que el avión se hubiera vuelto imprescindible. En tanto se utilizara, a Zac no le importaba. Su intención no era arrojar la figura del cowboy fuera de escena, sino simplemente facilitarle un poco las cosas.

Redujo la marcha y dejó que el Jeep bajara la colina dando tumbos. Las desavenencias con su padre, que habían alcanzado su punto álgido cinco años atrás, se habían suavizado, aunque sin llegar a desaparecer. Sabía que tendría que presentar batalla por todos y cada uno de los cambios, de las mejoras que pretendiera introducir. Y que acabaría ganando. Paul Efron podía ser testarudo, pero no era ningún estúpido. Y estaba enfermo. Dentro de seis meses...

Zac volvió a meter cuarta. No le gustaba pensar en la batalla que su padre estaba perdiendo, una batalla en la que él no podía hacer nada para ayudarlo. La desesperanza era algo a lo que no estaba acostumbrado. Se parecía demasiado a su padre, tal vez esa fuera la razón de que se pasaran la vida discutiendo.

Expulsó fuera de su mente a su padre y la idea de la muerte y pensó en Vanessa. Era toda vida, juventud y vitalidad.

¿Iría a verlo? Sonriendo, atravesó a gran velocidad un pastizal cubierto por mezquite. Pues claro que iría, aunque sólo fuera para demostrarle que no era fácil intimidarla. Levantaría la barbilla hacia él y le lanzaría una de sus miradas heladas. No era de extrañar que lo atrajera tanto, y que esa atracción se transformara en un dolor en la boca del estómago. Ese dolor lo había abrasado al besarla.

Con ninguna mujer había estado tan a punto de tartamudear desde que Emma Swanson lo había iniciado en los placeres de la vida en el granero. Una cosa era que un quinceañero perdiera la razón y la capacidad de expresarse correctamente cuando lo rodeaban unos brazos tiernos, y otra muy distinta que eso le sucediera a un hombre hecho y derecho que había hecho un estudio de los placeres y las frustraciones que reportaban las mujeres. No podía jurarlo, pero sabía que iba a tener más de ambas cosas. Pronto.

Era una típica Hudgens, decidió. Impulsiva, terca, obstinada. Volvió a sonreír. Se imaginaba que la razón principal de que los Hudgens y los Efron nunca se hubieran llevado bien era que se parecían demasiado. A Vanessa no le iba a resultar fácil asumir todas las responsabilidades del rancho, pero no dudaba de que lo conseguiría. Y tampoco dudaba de que él iba a disfrutar viendo cómo lo hacía. Casi tanto como disfrutaría acostándose con ella.

Silbando entre dientes, frenó delante de la casa principal. Un perro ladraba cerca del establo del ganado. Alguien estaba oyendo la radio en el granero; era una canción country, un lamento lento entonado con voz gangosa. En los arriates de flores, sin una mala hierba, empezaban a florecer los asteres. Cuando se estaba bajando del Jeep, oyó abrirse la puerta del porche y miró en esa dirección. Su madre salió. Sonreía, pero sus ojos mostraban cansancio.

Era tan hermosa... Nunca había llegado a acostumbrarse, siempre lo emocionaba. Menuda, delgada, Karen Efron caminaba con paso ágil. Era veintidós años más joven que su padre y ni los fríos inviernos ni el sol abrasador de Montana habían marchitado la belleza de su piel. Su hermana se parecía mucho a ella, reflexionó Zac, la clásica belleza rubia que había ido a más con los años. Karen vestía unos pantalones que la hacían parecer aún más delgada y una blusa rosa; llevaba el pelo recogido en una coleta floja. Podría haber entrado en el Beverly Wilshire sin tener que modificar ni un ápice su aspecto. Y, de ser necesario, habría podido igualmente montar a caballo y partir a reparar el alambrado de las cercas.

Karen: ¿Todo en orden? -preguntó tendiéndole una mano-.

Zac: Todo bien. Han rodeado a los animales que estábamos perdiendo por la cerca sur -estudió la cara de su madre y le agarró la otra mano-. Pareces cansada.

Karen: No -le apretó los dedos, tanto para buscar apoyo como para tranquilizarlo-. Tu padre no ha dormido bien esta noche. No viniste a verlo.

Zac: No habría dormido mejor sólo porque yo hubiera venido a verlo.

Karen: Discutir contigo es toda la diversión que tiene últimamente.

Zac sonrió, porque eso era lo que ella esperaba.

Zac: Vendré luego para hablarle de los quinientos acres de mezquite que quiero desbrozar.

Karen se rió y puso las manos sobre los hombros de su hijo. Como ella estaba en el porche y él en tierra, sus ojos se encontraban a la misma altura.

Karen: Le conviene verte, Zac. No, no me levantes esa ceja -ordenó con suavidad-.

Zac: Cuando vine a verlo ayer por la mañana, me dijo que me fuera al diablo.

Karen: De eso se trata -sus dedos masajeaban los hombros de su hijo distraídamente-. Yo tiendo a mimarlo, aunque no debería. Te necesita a ti, enfadarse contigo lo ayuda a seguir viviendo. Sabe que tienes razón, que siempre la has tenido. Está orgulloso de ti.

Zac: No hace falta que me expliques cómo es -su tono se había endurecido sin que pudiera evitarlo-. Lo conozco lo suficiente.

Karen: Casi lo suficiente -murmuró, apoyando su mejilla en la de su hijo-.

Cuando el vehículo de Vanessa entró en el patio del rancho, lo primero que ésta vio fue que Zac estaba abrazando a una rubia delgada y elegante. La oleada de celos la dejó aturdida; luego se enfureció. Después de todo, era un hombre, se recordó a sí misma mientras sus manos se aferraban con fuerza al volante un instante. Era fácil para un hombre disfrutar de un calentón en un establo por la noche y, a la mañana siguiente, de un tierno abrazo en el porche. La emoción verdadera no jugaba ningún papel. ¿Por qué debería hacerlo?, pensó apretando los dientes. Frenó en seco junto al Jeep de Zac.

Éste se dio la vuelta y, a pesar de tener la desventaja de que el sol la deslumbraba, ella le dedicó una mirada gélida. Ni por un momento le daría la satisfacción de enterarse de que había pasado una noche inquieta, poblada de sueños. Bajó de su viejo utilitario y se las arregló para no dar un portazo.

Ness: Efron -dijo secamente-.

Zac: Buenos días, Vanessa -le dedicó una sonrisa afable, pero en su mirada revoloteaba algo más penetrante-.

Ella caminó hacia él, ya que no parecía dispuesto a soltar a la rubia para acercarse.

Ness: He venido a ver a tu semental.

Zac: Estuvimos hablando de modales ayer por la noche, ¿verdad? -su sonrisa se hizo más amplia cuando ella lo miró airadamente-. Creo que vosotras dos no os conocéis.

Karen: No, en efecto -bajó los escalones del porche, divertida con el brillo que veía en la mirada de su hijo y la furia evidente en los ojos de la recién llegada-. Tú debes ser Vanessa Hudgens. Soy Karen Efron, la madre de Zac.

Vanessa se quedó con la boca abierta y miró a la señora Efron. Delicada, elegante, guapa.

Ness: ¿Madre? -repitió antes de poder contenerse-.

Karen se rió y puso una mano en el hombro de Zac.

Karen: Creo que me acaban de hacer un cumplido.

Él bajó la vista para mirarla y sonrió.

Zac: ¿A ti o a mí?

Su madre se rió de nuevo y se volvió hacia Vanessa.

Karen: Os dejaré para que os ocupéis de vuestro asunto. Por favor, entra a tomar un café antes de marcharte si te queda tiempo, Vanessa. Últimamente tengo tan pocas ocasiones de charlar con una mujer...

Ness: Sí, eh..., gracias -con el entrecejo fruncido, vio cómo Karen traspasaba la puerta del porche-.

Zac: Me parece que no es habitual en ti quedarte sin palabras -comentó-.

Ness: No -sacudió la cabeza levemente y lo miró-. Tu madre es muy guapa.

Zac: ¿Sorprendida?

Ness: No. Es decir, había oído que era guapa, pero... -se encogió de hombros y deseó que él dejara de mirarla con aquella sonrisa infernal dibujada en la boca-. No te pareces a ella en nada.

Zac le pasó un brazo por encima del hombro mientras daban media vuelta y se alejaban de la casa.

Zac: Ya estás tratando de embaucarme de nuevo, Vanessa.

Ella tuvo que morderse el labio inferior para contener la risa.

Ness: Tengo mejores cosas a las que dedicar mi tiempo -aunque le agradaba sentirlo sobre su hombro, retiró el brazo de Zac-.

Zac: Hueles a jazmín. ¿Te lo has puesto por mí?

Como semejante pregunta no merecía respuesta, Vanessa se limitó a dirigirle una mirada gélida, que sólo vaciló cuando él se echó a reír. Zac le echó hacia atrás el sombrero, tiró de ella hacia sí y le dio un beso en toda regla. Vanessa notó que las rodillas le flaqueaban. Aunque la soltó antes de que a ella se le ocurriera pedirle tal cosa, recuperó enseguida el juicio.

Ness: ¿Se puede saber qué te has creído que...?

Zac: Lo siento -sus ojos seguían sonrientes, pero levantó las manos en el aire haciendo ademán de rendirse-. He perdido la cabeza. Me pasa cuando me miras como si quisieras hacerme pedazos. Pedacitos -añadió, y volvió a colocarle el sombrero en la cabeza-.

Ness: La próxima vez no me limitaré a mirar -dijo, y echó a andar en dirección al corral-.

Zac la alcanzó.

Zac: ¿Qué tal el ternero?

Ness: Bien. El veterinario se va a acercar esta tarde para examinarlo, pero hace un rato se ha vuelto a tomar todo el biberón.

Zac: ¿El padre es ese nuevo toro tuyo? -cuando ella le dirigió una mirada arisca, él sonrió-. Las noticias corren. Además, me lo quitaste de las manos. Estaba organizándome para ir a Inglaterra a verlo con el propósito de comprarlo cuando me enteré de que ya lo habías hecho tú.

Ness: ¿En serio?

Aquello era una novedad. Y Vanessa no podía evitar alegrarse de oírla.

Zac: Pensé que te pondrías contenta.

Ness: Soy una antipática -admitió al tiempo que llegaban a la cerca del corral-. No soy una chica agradable, Efron.

Él la miró de un modo raro y asintió.

Zac: Entonces nos entenderemos. ¿Qué apodo le han dado tus hombres a ese toro?

La sonrisa de Vanessa fue tan amplia que se dibujaron dos hoyuelos junto a las comisuras de sus labios. Zac se dijo que tenía que averiguar lo que se sentía cuando uno ponía sus labios justo allí.

Ness: El Terror se comporta irreprochablemente cuando está en buena compañía.

Él soltó una risa ahogada.

Zac: Me parece que no era ése el apodo que oí. Hasta ahora, ¿cuántos terneros?

Ness: Cincuenta. Todavía es pronto.

Zac: Mmm. ¿Usáis inseminación artificial?

Ella entrecerró los ojos.

Ness: ¿Porqué?

Zac: Sólo por curiosidad. Nos dedicamos a lo mismo, Vanessa.

Ness: No se me olvida.

Aquello le molestó y el rostro de Zac se puso rígido.

Zac: ¿Y eso significa que tenemos que ser rivales?

Ness: ¿Acaso no? -se caló el sombrero-. He venido a ver ese semental, Efron.

Él se quedó mirándola a los ojos un rato y ella empezó a sentirse violenta.

Zac: Efectivamente -respondió con tranquilidad-.

Agarró con brusquedad un ronzal de uno de los postes del cercado y, dando prueba de gran flexibilidad, se inclinó sobre la cerca del corral y la saltó.

Grosera, se reprochó Vanessa. Una cosa era ser precavida, incluso poco amable, y otra ser grosera. Ella no era así. Frunciendo el entrecejo, se apoyó en la cerca y dejó reposar la barbilla sobre una mano. Y, sin embargo, se mostraba grosera con Zac continuamente, desde su primer encuentro. El entrecejo se relajó mientras miraba cómo él se acercaba al caballo.

Los dos machos eran fuertes y proporcionados, y parecía que a ambos les gustaba hacer las cosas a su manera. En ese momento, el semental no estaba de humor para que le pusieran el ronzal. Se alejó haciendo algunas cabriolas y se puso a beber con aire distraído el agua del abrevadero. Zac murmuró algo que hizo que Merlín sacudiera la cabeza y volviera a alejarse al trote.

Zac: Eres un demonio -le oyó decir Vanessa, pero casi riéndose-.

Zac se dirigió de nuevo hacia el caballo y éste volvió a recular.

Vanessa se subió a la cerca y se sentó arriba del todo.

Ness: Vamos, rodéalo, ánimo.

Él le dirigió una sonrisa; luego se encogió de hombros y le dio la espalda al caballo, como si se hubiera rendido. Regresó hacia ella, pero cuando se encontraba en el centro del corral, Merlín fue hasta él y le dio un empujón con el morro.

Zac: Ahora quieres disimular -se giró y le acarició la crin antes de deslizar el ronzal-, después de hacerme quedar como un novato delante de la señora.

Novato... De eso nada, pensó Vanessa al observar el modo como sujetaba al caprichoso animal. Si hubiera querido impresionarla, habría dejado que lo difícil pareciera difícil, en lugar de hacerlo parecer tan fácil. Dejó escapar un suspiro: su respeto por él acababa de subir un punto.

Luego, cuando Zac llegó hasta ella con el semental, se inclinó para acariciar el cuello de Merlín. El pelo era como la seda y los ojos del caballo, precavidos pero no mezquinos.

Ness: Zac... -vio que él enarcaba una ceja al oírle pronunciar espontáneamente su nombre-. Lo siento -se limitó a decir-.

Algo brilló en los ojos de Zac, pero resultaba difícil leer en ellos.

Zac: Está bien -respondió simplemente, y le tendió una mano-.

Ella la aceptó y saltó dentro del corral.

Ness: Es precioso -pasó sus manos por el amplio pecho y los flancos elegantes-. ¿Lo has cruzado ya alguna vez?

Zac: Dos veces en Billings -respondió mirándola-.

Ness: ¿Desde hace cuánto lo tienes? -fue hasta la cabeza de Merlín y pasó por debajo de ella para situarse al otro lado-.

Zac: Desde que nació. Me costó cinco días capturar a su padre. -Ella lo miró y captó un destello en sus ojos-. Debía de haber unos ciento cincuenta caballos en aquella manada -prosiguió-. Era un demonio enjaulado, casi me mata la primera vez que le puse el ronzal. Luego destrozó su establo y casi se vuelve a escapar. Tendrías que haberlo visto: sangraba de una pata y sus ojos eran puro fuego. Cuando lo cruzamos con la yegua, tuvimos que sujetarlo entre seis hombres.

Ness: ¿Qué hiciste con él? -tragó saliva pensando lo fácil que habría sido cruzar varias veces a aquel semental y después castrarlo-.

Quebrar su valor.

Los ojos de ambos se encontraron por encima del lomo del animal.

Zac: Lo dejé marchar. Algunas cosas es imposible encerrarlas.

Ella sonrió. Antes de poder darse cuenta, extendió su mano por encima de Merlín para agarrar la de Zac.

Ness: Me alegro.

Mirándola a los ojos, él le acarició los nudillos con el pulgar. La palma de su mano era áspera; el dorso de la de ella, suave.

Zac: Eres una mujer interesante, Vanessa, con algunos y atractivos puntos suaves.

Perturbada, ella trató de retirar su mano.

Ness: Muy pocos.

Zac: Por eso son tan atractivos. Estabas muy guapa anoche, sentada sobre el heno y susurrándole al ternero. El pelo te brillaba.

Palabras que embelesaban, se dijo Vanessa, de eso algo sabía ella. Pero entonces ¿por qué el pulso le latía más deprisa?

Ness: No soy guapa -dijo con rotundidad-. No quiero ser guapa.

Cuando él se dio cuenta de que hablaba en serio, ladeó la cabeza.

Zac: Bueno, no siempre podemos lograr lo que nos proponemos, ¿no es cierto?

Ness: No empieces otra vez, Efron -ordenó con voz tan cortante que el caballo se movió inquieto bajo sus manos entrelazadas-.

Zac: Empezar ¿qué?

Ness: Lo sabes muy bien. Me preguntaba por que siempre acabo siendo grosera contigo -empezó a decir-, y me doy cuenta de que la razón es que tú no entiendes otro lenguaje. Suéltame la mano.

Él entrecerró los ojos al oír aquel tono.

Zac: No -se la agarró más fuerte y le dio una palmada al caballo. Éste se alejó al trote y los dejó el uno frente al otro, sin nada que se interpusiera entre ellos-. Yo me preguntaba por qué siempre acabo deseando ponerte boca abajo encima de mis rodillas... o del hombro -añadió pensativamente-. Quizá sea por los mismos motivos.

Ness: Tus motivos no me interesan.

Los labios de Zac se curvaron ligeramente hacia arriba, pero en su mirada había algo que no tenía nada que ver con el humor.

Zac: Estaría dispuesto a creerte si no fuera por lo de anoche -dio un paso hacia ella-. Puede ser que yo te besara primero, pero, señora mía, usted me devolvió el beso. He tenido toda la noche para pensar en eso... y en lo que voy a hacer al respecto.

Tal vez fuera porque él había dicho la verdad cuando ella no tenía ninguna gana de escucharla. Tal vez tuviera algo que ver con el destello de malicia que Vanessa vio en su mirada o con su sonrisa insolente.

Pudo ser una combinación de todo ello lo que le hizo perder los estribos. Antes de darse la oportunidad de meditarlo, y sin que él tuviera tiempo de reaccionar, le propinó un puñetazo en el estómago.

Ness: ¡Pues esto es lo yo pienso hacer al respecto! -declaró mientras él gruñía de dolor-.

Vanessa apenas entrevió su cara de perplejidad antes de dar media vuelta y alejarse. No llegó muy lejos.

Se quedó sin respiración al notar cómo la tiraba al suelo. Se encontró tumbada, de espaldas, inmovilizada bajo su peso. La cara de Zac ya no mostraba perplejidad sino ira. No transcurrió ni un segundo antes de que empezara a golpearlo, pero casi inmediatamente se dio cuenta de que estaba fuera de juego.

Zac: Eres un demonio -gruñó sujetándola-. Estás pidiendo a gritos una azotaina desde la primera vez que mis ojos se posaron en ti.

Ness: Haría falta alguien más hombre que tú, Efron.

Casi logró levantar la rodilla y alcanzar un punto muy importante, pero él se movió y ella quedó en una postura aún más vulnerable. Prendió en su interior una pasión que no tenía nada que ver con su enfado.

Zac: Así que quieres probarme lo mala que puedes llegar a ser... -ella volvió a retorcerse y despertó en él algo peligroso-. Si quieres jugar sucio, no tenías más que decirlo -cerró su boca sobre la de ella antes de que Vanessa pudiera protestar-.

En ese momento notó cómo el pulsó de ella se aceleraba, pues la estaba sujetando por las muñecas. Después sólo pudo sentir la pasión con que su boca lo recibía.

No era consciente de si ella seguía mostrando alguna resistencia. Él mismo se estaba hundiendo, se estaba hundiendo mucho más de lo que esperaba. Él sol le calentaba la espalda y, bajo su cuerpo, ella resultaba suave, pero él únicamente era capaz de notar sus labios, húmedos y sedosos. Se le ocurrió que podría vivir con aquella sensación hasta el final de sus días, y eso lo aterrorizó.

Se echó hacia atrás y se quedó mirándola fijamente. Había logrado dejarlo sin respiración mejor aún que con el puñetazo.

Zac: Debería pegarte -dijo tranquilamente-.

A pesar de estar tumbada, ella logró alzar la barbilla.

Ness: Lo preferiría.

No era la primera mentira que le decía pero quizá esa fuera la mayor.

Se recordó a sí misma que a ninguna mujer le gustaría que la besara un hombre que previamente la había tirado al suelo, aunque su conciencia le recordó que se lo había merecido. No era una muñeca frágil y no quería que la trataran como tal, pero no debería desear que él la besara de nuevo..., no debería desearlo tanto que casi podía sentirlo.

Ness: ¿Vas a quitarte de encima? -preguntó entre dientes-. No eres tan flaco como pareces.

Zac: Es más seguro hablar contigo en esta posición.

Ness: Yo no quiero hablar contigo.

Los ojos de Zac volvieron a brillar.

Zac: Entonces no hablaremos. -Antes de que ella pudiera protestar o de que él hiciera lo que se proponía, Merlín bajó la cabeza y la colocó entre sus respectivas cabezas-. Búscate tu propia chica -refunfuñó, y lo empujó hacia un lado-.

Ness: Es más delicado que tú -empezó a decir, y se echó a reír cuando el caballo volvió a inclinar la cabeza-. Por Dios santo, Zac, deja que me levante. Esto es ridículo.

En lugar de mostrarse complaciente, él volvió a bajar la mirada hacia ella. Los ojos de Vanessa brillaban llenos de regocijo, se insinuaban los hoyuelos... El pelo lo tenía esparcido como si fuera una llama sobre el polvo.

Zac: Está empezando a gustarme. No lo haces lo suficiente.

Ella sopló para apartarse el pelo de los ojos.

Ness: ¿Qué?

Zac: Sonreír.

Vanessa se rió de nuevo y él notó que sus brazos, que tenía atrapados por las muñecas, se relajaban.

Ness: ¿Y por qué iba a hacerlo?

Zac: Porque me gusta.

Ella intentó exhalar un gran suspiro, pero acabó en una risa ahogada.

Ness: Si me disculpo por haberte dado ese puñetazo, ¿me dejarás levantarme?

Zac: No lo estropees ahora. Además, no volverás a pillarme desprevenido.

No, ya imaginaba ella que no.

Ness: Mira, en todo caso te lo merecías... y ya me lo has hecho pagar. Ahora arriba, Efron. El suelo está duro.

Zac: ¿Ah, sí? Pues tú no -enarcó una ceja mientras cambiaba de posición para estar más cómodo. Se preguntó si sus piernas sería tan bonitas a la vista como al tacto-. Además, todavía tenemos que discutir eso de que Merlín es más delicado que yo.

Ness: Lo máximo que puedo decir al respecto -empezó mientras Zac volvía a empujar distraídamente la cabeza de Merlín-, es que necesitas pulirte un poco. Si me disculpas, la verdad es que debo regresar. Algunos tenemos que trabajar para vivir.

Zac: Pulirme -repitió sin tomar en cuenta lo demás-. Te gustaría algo más... delicado -su voz se hizo más íntima mientras rozaba la mejilla de Vanessa con los labios, un roce leve como un suspiro-.

Oyó el inmediato e involuntario gemido que salía de la garganta de ésta al tiempo que movía la cabeza y buscaba su boca.

Ness: No lo hagas -su voz de tembló y él la miró de nuevo-.

Vulnerabilidad. Zac lo leyó en sus ojos. Eso... y un pánico incipiente. Él no se esperaba ninguna de las dos cosas.

Zac: Tu talón de Aquiles -murmuró, conmovido, excitado-. Me estás dando ventaja, Vanessa -llevó una mano hasta su boca, le acarició los labios con la yema del pulgar y notó que temblaban-. Es justo prevenirte de que me serviré de ella.

Ness: Tu única ventaja en este momento es tu peso.

Él sonrió, pero antes de que pudiera hablar, una sombra se cernió sobre ellos.

**: Oye, chico, ¿qué estás haciendo en el suelo con esta jovencita?

Vanessa giró la cabeza y vio a un hombre mayor de rasgos prominentes y muy marcados, de ojos azules. Aunque estaba pálido y presentaba un aspecto frágil, se dio cuenta del parecido. Se quedó mirándolo con perplejidad. Ese anciano encorvado sobre su bastón y tan exageradamente delgado, ¿sería el tan temido y respetado Paul Efron? Sus ojos, tan azules y penetrantes como los de Zac, la estaban examinando. La mano que sujetaba el bastón temblaba ligeramente.

Zac miró hacia arriba, a su padre, y sonrió.

Zac: Todavía no estoy seguro -dijo tranquilamente-. Tengo que elegir entre darle una paliza y hacerle el amor.

Efron soltó una carcajada jadeante y puso una mano sobre el travesaño de la cerca.

Paul: Sólo un tonto dudaría sobre qué elegir, pero tú aquí no harás ninguna de las dos cosas. Deja que la chica se levante para que pueda verla.

Zac obedeció. Agarró a Vanessa de un brazo y, sin ninguna ceremonia, tiró de ella hacia arriba. Ella le dirigió una mirada asesina antes de volverse hacia su padre. Qué retorcido podía ser el destino, había decidido que en su primer encuentro con Paul Efron estuviera cubierta de polvo y su cuerpo conservara todavía el calor del de su hijo. Maldijo a Zac en silencio y, después, se retiró el pelo hacia atrás y alzó la barbilla.

La cara de Efron era tranquila e inexpresiva.

Paul: Así que tú eres la nieta de Jack Hudgens.

Ella no se amilanó ante su mirada rapaz y lo miró a su vez.

Ness: Así es.

Paul: Te pareces a tu abuela.

Ella alzó la barbilla un poco más.

Ness: Eso me han dicho.

Paul: Era todo un carácter -la sombra de una sonrisa cruzó su mirada-. Ningún Hudgens había venido a mis tierras desde que ella acudió a presentarle sus respetos a Karen después de nuestra boda. Si algún joven hubiera tratado de luchar con ella, le habría puesto un ojo morado.

Zac se apoyó en la cerca y se pasó una mano por el abdomen.

Zac: Ella me pegó primero -dijo con voz cansina, y sonrió a Vanessa-. Fuerte.

Vanessa tiró de su sombrero hacia delante y empezó a sacudirle el polvo y a enderezarlo.

Ness: Deberías endurecer esos músculos, Efron -sugirió mientras se ponía de nuevo el sombrero en la cabeza-. Puedo pegar aún más fuerte.

Paul Efron se echó a reír.

Paul: Siempre he pensado que, de chaval, debería haberle pegado un poco más -se lamentó refiriéndose a su hijo-. ¿Cómo te llamas, chica?

Ella lo miró y vaciló.

Ness: Vanessa -dijo por fin-.

Paul: Eres bonita -asintió con la cabeza-. Y no pareces tonta. Mi mujer estaría encantada de tener un poco de compañía.

Vanessa se quedó mirándolo durante un instante. ¿El feroz Efron, el gran rival de su abuelo, la estaba invitando a su casa?

Ness: Gracias, señor Efron.

Paul: Pasa a tomar un café -dijo animadamente. Luego se volvió hacia Zac-. Tú y yo tenemos que solucionar un asunto.

Vanessa sintió que entre los dos había cierta tirantez. Luego Efron dio media vuelta y caminó de regreso a la casa.

Zac: Vendrás a casa -dijo mientras abría la puerta de la cerca-.

No era una invitación sino una afirmación. Curiosamente, Vanessa lo dejó pasar.

Ness: Sólo un ratito. Tengo que volver.

Salieron juntos del corral y volvieron a cerrar la cerca. Aunque no se apresuraron, alcanzaron a Efron cuando éste llegaba al porche. Al ver que tenía dificultades para subir los escalones, de manera automática Vanessa hizo ademán de tomarlo del brazo. Zac le agarró la muñeca antes de que pudiera hacerlo. Movió la cabeza y esperaron hasta que su padre hubo subido trabajosamente hasta el porche.

Paul: ¡Karen! -de no encontrarse sin aliento por el esfuerzo realizado, habría sido un bramido-. Tienes compañía -abrió la puerta y le hizo un gesto a Vanessa para que entrara-.

Era más suntuosa que la casa de su abuelo en Utopía, pero tenía el mismo aire del Oeste que había seducido a la niña de Chicago la primera vez que había acudido a Montana. La madera estaba encerada y reluciente. El suelo, las vigas del techo, la carpintería..., todo de roble satinado. Pero allí había algo que faltaba en Utopía, un sutil toque femenino.

Había flores en varios jarrones y colores más suaves. Aunque el abuelo de Vanessa había conservado los visillos de color crudo en las ventanas, con los años la casa del rancho se había vuelto la morada de un hombre. Ella no se había dado cuenta hasta que entró en casa de los Efron y notó la presencia de Karen.

Una alfombra india enorme cubría el suelo de la zona de estar y, junto a la chimenea, había unos recipientes de latón relucientes que contenían ramas grandes con flores secas. En el alféizar de una de las ventanas se había improvisado un sofá con cojines bordados a mano. La habitación transmitía una sensación de orden y bienvenida.

Karen: ¿Es que ninguno de vosotros dos va a invitar a sentarse a Vanessa? -preguntó suavemente mientras entraba empujando el carrito del café-.

Paul: Al parecer es la chica de Zac -comentó al tiempo que se dejaba caer en un sillón de orejas y enganchaba el bastón en su brazo-.

La replica inmediata de Vanessa quedó sofocada porque, en ese instante, Zac le dio un codazo para que se sentara en el sofá. Ella se volvió hacia Karen rechinando los dientes.

Ness: Tiene una casa muy bonita, señora Efron.

Karen no intentaba disimular su regocijo.

Karen: Gracias. Creo que te vi el año pasado en el rodeo -dijo mientras empezaba a servir el café-. Recuerdo que pensé que te parecías a Maggie, tu abuela. ¿Tienes planeado concursar también este año?

Ness: Sí -agarró la taza. No quiso ni leche ni azúcar-. A pesar de que mi capataz se enfadó bastante cuando batí su tiempo en la captura de novillos con lazo.

Zac alargó un brazo y jugueteó con su pelo.

Zac: Estoy tentado de participar yo también.

Paul: Será un día muy triste aquél en que mi hijo no sea capaz de capturar un novillo más deprisa que una mujer -farfulló-.

Zac le dirigió una mirada afable.

Zac: Eso dependería de la mujer.

Ness: Quizá te falte práctica -dijo fríamente entre sorbo y sorbo de café-, después de cinco años detrás de un escritorio -tan pronto como dijo aquello, sintió que la tirantez entre padre e hijo que había notado en el corral surgía de nuevo y con más fuerza-.

Karen: Supongo que esas cosas se llevan en la sangre -terció con suavidad-. Tú te has hecho a la vida del rancho, pero te criaste en el Este, ¿no?

Ness: En Chicago -admitió mientras se preguntaba qué había removido-. Nunca encajé allí -antes de darse cuenta, ya lo había dicho. Frunció el entrecejo involuntariamente-. Supongo que, en mi familia, el oficio de ganadero se saltó una generación.

Karen: Tienes un hermano, ¿verdad? -vertió un poco de leche en su propia taza de café-.

Ness: Sí, es médico. Mi padre y él comparten ahora la misma consulta.

Paul: Recuerdo al chico..., a tu padre -dijo, y luego se bebió de un trago media taza de café-. Un tipo tranquilo, serio... No decía nunca una palabra de más.

Vanessa tuvo que sonreír.

Ness: Lo recuerda bien.

Paul: Resulta fácil entender por qué Hudgens te dejó el rancho a ti en vez de a él -alargó su taza para que le sirvieran más café, pero Vanessa reparó en que Karen sólo rellenaba la taza hasta la mitad-. Supongo que no habrías podido encontrar a nadie mejor que Bill Foster para encargarse de todo.

Los hoyuelos de su sonrisa temblaron. Se dijo que era una especie de cumplido.

Ness: Bill es el mejor de los capataces -dijo tranquilamente-, pero Utopía lo dirijo yo.

Efron enarcó ambas cejas.

Paul: Las mujeres no dirigen ranchos.

Ella alzó la barbilla.

Ness: Yo sí.

Paul: Cuando aparecen cowboys con falda empiezan a surgir problemas -dijo con un bufido-.

Ness: No llevo falda cuando conduzco al ganado.

El padre de Zac dejó la taza en el plato y se inclinó hacia delante.

Paul: Independientemente de lo que yo pensara de tu abuelo, no me gustaría ver que lo que construyó se viene abajo por culpa de una mujer.

Karen: Paul... -empezó a decir, pero Vanessa ya estaba lanzada-.

Ness: Jack no era tan estrecho de miras -contraatacó-. Si una persona era válida, no importaba su sexo. Utopía lo dirijo yo y, cuando haya hecho todo lo que me propongo, usted se quedará con la boca abierta -se levantó, muy digna-. Gracias por el café, señora Efron -lanzó una mirada a Zac, que seguía sentado cómodamente en el sofá-. Todavía tenemos que hablar del semental.

Paul: ¿De qué se trata? -preguntó al tiempo que golpeaba el suelo con el bastón-.

Zac: Voy a cruzar a Merlín con una de las yeguas de Vanessa -respondió tranquilamente-.

La cara pálida de Efron se congestionó.

Paul: Los Efron no hacen negocios con los Hudgens.

Zac se incorporó lentamente hasta ponerse de pie.

Zac: Hago los negocios que quiero.

Vanessa le oyó decir aquello mientras se dirigía hacia la puerta. Cuando Zac le dio alcance, ya había llegado a su coche.

Ness: ¿Cuál es tu tarifa? -preguntó entre dientes-.

Él se inclinó contra el coche. Si estaba enfadado, no lo parecía.

Zac: Te enciendes enseguida, Vanessa. Yo era el único que lograba encolerizar a mi padre últimamente.

Ness: Tu padre es un intolerante.

Zac miró hacia la casa con los pulgares enganchados en los bolsillos.

Zac: Sí, pero sabe de vacas.

Ella dejó escapar un gran suspiro para no reírse.

Ness: Respecto a la tarifa del semental, Efron...

Zac: Ven a cenar esta noche y hablaremos.

Ness: No tengo tiempo para hacer vida social -afirmó rotundamente-.

Zac: Llevas aquí bastante tiempo como para entender las ventajas de una cena de negocios.

Vanessa frunció el entrecejo mientras contemplaba la casa. ¿Una velada con los Efron? No, no creía que pudiera acabar la noche sin lanzar por los aires algún objeto.

Ness: Mira, Zac, me gustaría cruzar a Reina con Merlín si las condiciones son buenas. No me interesa nada más relacionado con tu familia.

Zac: ¿Porqué?

Ness: Entre los Hudgens y los Efron ha habido mucha bilis durante al menos un siglo.

Él la miró tranquilamente, con los párpados entornados.

Zac: Ahora, ¿quién es el intolerante?

Bingo, pensó ella, y suspiró. Dejó reposar las manos sobre las caderas y trató de poner sus ideas en orden. Efron era un anciano y, a juzgar por su aspecto, enfermo. Y aunque se habría colgado antes que reconocerlo, se parecía bastante a su abuelo. Habría sido muy mezquino por su parte no mostrar cierta comprensión.

Ness: De acuerdo, vendré a cenar -aceptó, y le dio la espalda-. Pero no me hago responsable si la cosa acaba a gritos.

Zac: Creo que podremos evitar tal cosa. Pasaré a recogerte a las siete.

Ness: Conozco el camino -replicó, y trató de empujarlo a un lado con el propósito de abrir la puerta del coche-.

La mano de Zac se cerró en torno a su antebrazo.

Zac: Te recogeré a las siete, Vanessa -repitió con voz resuelta, y sus ojos mostraban la misma determinación-.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Haz lo que quieras.

Él la agarró por la nuca y la besó antes de que ella pudiera impedirlo.

Zac: Eso es lo que me propongo -respondió tranquilamente, y luego se dirigió de nuevo hacia a la casa-.




Estos dos no pierden del tiempo XD
Me gusta que Vanessa no se lo ponga fácil a Zac, así se esfuerza más XD

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lunes, 23 de mayo de 2016

Capítulo 2


El día comenzaba antes del amanecer. Había que alimentar al ganado, recoger los huevos, ordeñar las vacas. Incluso con las maquinas, siempre hacía falta un par de manos diestras. Estaba tan acostumbrada a ayudar en las tareas matutinas del rancho que no se le había ocurrido dejar de hacerlo al convertirse en su propietaria. La vida de rancho era rutinaria, tan sólo variaba el número de animales de los que había que ocuparse y las condiciones climáticas en las que había que hacerlo.

Cubrió el trayecto entre la casa principal y las cuadras. Hacía un frío que resultaba agradable, pero había hecho el mismo camino con tanto calor que el aire parecía pegarse a su piel y con tanta nieve que las botas se hundían en ella hasta la rodilla. En el cielo asomaba una débil luz por el este y la oscuridad apenas empezaba a ceder, pero el patio del rancho mostraba ya signos de vida. Captó el olor de la carne en la parrilla y del café: la cocinera preparaba los desayunos.

Hombres y mujeres se dirigían a sus quehaceres con calma; esporádicamente se les oía renegar o reírse. Todos acababan de sufrir el invierno de Montana, de modo que apreciaban esa suave mañana de primavera. La primavera daría paso al calor del verano y a la sequía demasiado deprisa.

Vanessa cruzó la pasarela de cemento y abrió el cajón de Reina. Como cada día, se ocuparía primero de ella antes de ir a ver a los demás caballos; luego vendrían las vacas lecheras. Unos pocos hombres ya estaban allí, repartiendo grano y llenando los abrevaderos. Se oían los tacones de las botas en el cemento, el tintineo de las espuelas.

Algunos de ellos poseían sus propios caballos, pero la mayoría utilizaba los de Utopía.

Todos eran propietarios de sus sillas. La norma estricta de su abuelo.

Las cuadras olían bien, a caballo, a heno y a grano. Cuando acabaron de alimentar a los animales y los sacaron a los corrales, ya casi había amanecido. Mecánicamente, Vanessa se dirigió hacia el inmenso establo blanco donde las vacas aguardaban a que las ordeñaran.

**: Vanessa.

Se detuvo y esperó a que Brad Davis, su experto en ganado, atravesara el patio del rancho. No caminaba como un cowboy ni se vestía como tal, simplemente porque no lo era. Tenía unos andares suaves y relajados que combinaban bien con su aspecto cuidado y casi presumido. El sol del amanecer arrancaba reflejos dorados a sus rizos. Se desplazaba en Jeep en vez de hacerlo a caballo y prefería el vino a la cerveza, pero sabía de ganado. Lo necesitaba si aspiraba a tener éxito en la industria del ganado de pura raza, en la que hasta entonces no había hecho más que incursiones esporádicas. Lo había contratado seis meses atrás, a pesar de las quejas de su abuelo, y no se arrepentía.

Ness: Buenos días, Brad.

Brad: Vanessa -la saludó con una inclinación de cabeza cuando llegó hasta ella y luego volvió a calarse el sombrero gris que llevaba siempre impoluto-. ¿Cuándo vas a dejar de trabajar quince horas diarias?

Ella se rió y continuó andando hacia el establo mientras él se ponía a su paso.

Ness: En agosto, cuando tenga que empezar a trabajar dieciocho.

Brad: Vanessa -le puso una mano en el hombro y la detuvo a la entrada del establo-.

Era una mano cuidada y bonita, bronceada pero no callosa. A ella le hizo recordar otra, más fuerte, más dura. Frunció el ceño.

Brad: Sabes que no hace falta que te impliques en todas y cada una de las tareas del rancho. Tienes suficiente gente trabajando para ti. Si contrataras a un administrador...

Era una conversación que se repetía y Vanessa respondió como acostumbraba.

Ness: Yo soy la administradora -se limitó a decir-. Para mí el rancho no es ni un juguete ni algo provisional, Brad. Antes que contratar a alguien para ocuparse de él, lo vendería.

Brad: Trabajas demasiado.

Ness: Y tú te preocupas demasiado -replicó, pero sonrió-. Aunque te lo agradezco. ¿Cómo está el toro?

Los dientes de Brad brillaron, unos dientes rectos, uniformes y blancos.

Brad: Tan huraño como siempre, pero se ha apareado con todas las vacas que le hemos puesto a tiro. Es una hermosura.

Ness: Eso espero -murmuró al recordar cuánto había pagado por aquel toro Hereford de pura raza-.

Aunque si de verdad era todo lo que Brad había proclamado, con él comenzaría a mejorar la calidad de la carne que producía Utopía.

Brad: Tú espera hasta que empiecen a nacer terneros -aconsejó mientras le daba un rápido apretón en el hombro-. ¿Quieres venir a echarle un vistazo?

Ness: Mmm, quizá luego -entró en el establo y miró hacia atrás por encima de su hombro-. Me gustaría ver cómo ese toro le quita el lazo azul al de Efron en julio -esbozó una sonrisa rápida e insolente-. Maldito sea si no lo consigo.

Para cuando hubieron dado de comer a todo el ganado y Vanessa hubo engullido su propio desayuno, ya era completamente de día. Las largas horas de trabajo y lo que éste exigía deberían haber mantenido ocupada su mente. Siempre había sido así. Con tantas cuestiones relativas a la alimentación del ganado, los sueldos y las cercas, no debería quedar sitio para pensar en Zac Efron, pero así era. Vanessa se dijo que una vez que tuviera las respuestas a sus preguntas, podría sacárselo de la cabeza, de modo que mejor sería intentar enterarse. Llamó a Bill antes de que éste pudiera subir a su ranchera.

Ness: Hoy voy contigo -le dijo mientras subía al asiento del pasajero-.

Él se encogió de hombros y escupió tabaco por la ventanilla.

Bill: Como te venga bien.

Vanessa sonrió ante aquella bienvenida y se volvió a poner el sombrero. Unos cuantos mechones negros le caían sobre la frente.

Ness: ¿Por qué nunca te has casado, Bill? Eres un encanto...

Bajo el bigote canoso, los labios de Bill temblaron.

Bill: Siempre he sido un tipo listo -puso el motor en marcha y la miró con su bizquera-. ¿Y qué me dices de ti? Es verdad que estás flaca, pero no eres fea.

Ella apoyó la suela de una de sus botas en el salpicadero.

Ness: Prefiero dirigir mi propia vida -dijo tranquilamente-. Los hombres siempre quieren decirte lo que debes hacer y cómo debes hacerlo.

Bill: Una mujer no debe andar sola por la vida -afirmó mientras salían del patio del rancho-.

Ness: ¿Y un hombre sí? -replicó al tiempo que examinaba lentamente la puntera de su bota-.

Bill: Para los hombres es diferente.

Ness: ¿Mejor?

Él cambió de marcha y se dijo que se estaba metiendo en honduras.

Bill: Diferente -volvió a decir, y cerró la boca-.

Vanessa se rió y se recostó en el asiento.

Ness: Bobo -dijo con cariño-. Háblame de esa pelea de los Efron.

Bill: Tuvieron varias. Son muy tercos.

Ness: Eso he oído. Cuéntame qué pasó antes de que Zac Efron se fuera a Billings.

Bill: El chico tenía muchas ideas cuando volvió de la universidad -dijo con un bufido, como si considerara que la mejor manera de aprender era la práctica-. Quizá algunas fueran buenas -reconoció-. Siempre fue listo, y sabe cómo montar un caballo.

Ness: ¿No es para eso para lo que fue a la universidad? -tanteó-, ¿para aportar ideas?

Bill: Al viejo le pareció que mandaba mucho -dijo gruñendo-. Se dice por ahí que el chico accedió a trabajar tres años para su padre antes de volver a hacerse cargo del rancho. A dirigirlo.

Bill se detuvo ante una verja y Vanessa bajó para abrirla. Esperó a que pasara la ranchera antes de entornarla de nuevo y echar el cierre. Otro día sin lluvia, pensó mirando al cielo. Necesitaba que lloviera pronto. A su derecha, un faisán salió de entre las hierbas y remontó el vuelo, una mancha de color en el cielo. Olía a meliloto.

Ness: ¿Y luego? -preguntó cuando se montó de nuevo en el vehículo-.

Bill: Luego, cuando pasaron los tres años, el viejo se echó atrás. No le dio al chico el control del rancho, como habían acordado. Tienen carácter esos Efron -sonrió y, al hacerlo, enseñó la dentadura postiza-. El chico dijo que se compraría su propio rancho.

Ness: Yo habría hecho lo mismo -murmuró-. Efron no tenía derecho a incumplir su palabra.

Bill: Quizá no. Pero le dijo al chico que volviera a Billings porque había problemas, algo con los libros de cuentas... Nadie sabe por qué lo hizo, por qué el chico volvió, a no ser que el viejo lo compensara de algún modo.

Vanessa rió con desprecio. Dinero, pensó. Si Zac hubiera tenido agallas, habría dejado a su padre con un palmo de narices y se habría establecido por su cuenta. Probablemente no había podido soportar la idea de empezar desde abajo... Pero recordaba su cara, su mano fuerte y decidida. Algo no encajaba, se dijo.

Ness: ¿Qué piensas de él, Bill? Me refiero a qué piensas tú, personalmente.

Bill: ¿De quién?

Ness: De Zac Efron.

Bill: No puedo decir mucho -empezó con calma, y se frotó la cara con una mano para ocultar una sonrisa-. Era un chico despierto e insolente, he conocido a uno o dos del estilo -soltó una risotada cuando Vanessa lo miró con ojos entrecerrados-. No le asustaba el trabajo. Cuando le salió barba, las mujeres ya suspiraban por él -se llevó una mano al corazón y lanzó un suspiro exagerado-.

Vanessa le dio un puñetazo en el brazo.

Ness: No me interesa su vida amorosa, Bill -empezó, e inmediatamente cambió de idea-. ¿Nunca ha estado casado?

Bill: Supongo que piensa que una mujer querrá decirle qué es lo que debe hacer y cómo debe hacerlo -respondió en tono afable-.

Vanessa empezó a insultarlo y luego se echó a reír.

Ness: Eres muy listo, Bill Foster. ¡Mira, ahí! -le puso una mano en el brazo-. Hemos encontrado a los terneros.

Bajaron y caminaron juntos por el pastizal contando cabezas y disfrutando del primero de los verdaderos placeres de la primavera: la nueva vida.

Ness: Estas deben ser del nuevo toro -contempló a un ternero que mamaba con entusiasmo mientras su madre dormitaba al sol-.

Bill: Sí -su bizquera se acentuó mientras barría con la mirada el rebaño que pastaba y a los recién nacidos-. Reconozco que Brad sabe lo que se hace -murmuró, y se frotó la barbilla-. ¿Cuántos terneros has contado?

Ness: Diez, y hay unas veinte vacas más que parecen a punto de parir -frunció el entrecejo mientras repasaba los números-. ¿No había...? -se interrumpió al oír un nuevo sonido por encima de los mugidos y del susurro de las hojas de los árboles-. Por ahí -dijo, aunque Bill ya estaba caminando en esa dirección-.

Lo encontraron tumbado y temblando detrás de su madre, que agonizaba. Tendría un día, dos como máximo, calculó Vanessa, mientras abrazaba al ternero y le canturreaba. La vaca se estaba desangrando, apenas respiraba ya. El parto había ido mal. Aunque la madre había conseguido alumbrar a su cría, ya sólo esperaba la muerte.

«Si el avión estuviera ya listo...», pensó Vanessa torvamente mientras Bill volvía en silencio a la ranchera. Si tuvieran ya el avión, habrían visto desde el aire que la vaca tenía problemas y... Movió la cabeza y se arrimó al recién nacido. Ése era el precio que había que pagar, se recordó. No podías llorar la muerte de todos los caballos y todas las vacas que perdías a lo largo del año. Sin embargo, cuando vio que Bill regresaba con su rifle, le lanzó una mirada de congoja. Luego dio media vuelta y se alejó.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando oyó el disparo, pero se obligó a sobreponerse a su debilidad. Todavía con la cría en brazos, volvió al lado de Bill.

Bill: Va a haber que llamar por radio a algunos hombres. Tú y yo solos no podemos montarla en la ranchera -agarró el morro del ternero con la mano y estudió su cara-. Espero que sea un luchador, o no podrá salir adelante.

Ness: Saldrá adelante -afirmó-, y yo estaré ahí para verlo -volvió a la ranchera susurrando con el fin de calmar al recién nacido que cargaba en los brazos-.

Cuando dieron las nueve de la noche estaba exhausta. Unos ciervos habían atravesado un campo de heno y habían dañado al menos medio acre de cultivo. Uno de sus hombres se había roto el brazo: una serpiente había asustado al caballo y éste lo había lanzado por los aires. Habían encontrado tres agujeros en la cerca que limitaba con los Efron, y algunas vacas se habían dispersado. Les había llevado casi todo el día reunirlas y reparar la cerca.

Todos los minutos libres que había podido arañar se los había dedicado al ternero huérfano. Lo había instalado en un establo seco y caliente, en el edificio de los establos para el ganado, y se había encargado ella misma de alimentarlo. Terminó el día allí, con una linterna y el olor y los ruidos de los animales a su alrededor.

Ness: Ven aquí -se sentó con las piernas cruzadas sobre el heno y acarició la carita blanca del ternero-. Ya te sientes mejor -el ternero le dedicó una especie de mugido tembloroso que la hizo reír-. Sí, Baby, ahora soy tu mami.

Para alivio suyo, agarró de buen grado la tetina del biberón. Las dos veces anteriores había tenido que obligarlo a tomar la leche contra su voluntad. En esa ocasión, tuvo que sujetar con firmeza la botella para impedir que la cría la arrancara de su mano de un tirón. Ya había entendido cómo se hacía, pensó, y lo acarició mientras succionaba la tetina. «Es una vida dura, pero es la única que tenemos.»

Ness: Chiquitín mío -murmuró, y luego se rió cuando el ternero se tambaleó y cayó sentado de golpe, con las patas traseras abiertas pero sin soltar la tetina-. Vamos, hazte un glotón -levantó más la base de la botella para que, con la inclinación, la leche cayera con facilidad-. Tienes todo el derecho -ambos se miraron a los ojos mientras el ternero chupaba su alimento-. Dentro de unos meses estarás fuera con el resto, en el pastizal, comiendo hierba. Y tengo la sensación... -dijo pensativamente mientras le rascaba las orejas- de que vas a tener mucho éxito con las chicas.

Cuando la leche se terminó y el ternero empezó a succionar aire, tiró de la botella hacia atrás. Inmediatamente, el ternero empezó a mordisquearle los tejanos.

Ness: Eh, tonto, que no eres una cabra.

Le dio un suave empujón y el animal rodó y quedó tendido sobre el heno, contento de recibir su caricia.

**: ¿Vas a quedártelo de mascota?

Vanessa volvió la cabeza rápidamente y se quedó mirando fijamente a Zac Efron. Mientras lo miraba, sus ojos perdieron la sonrisa.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Zac: Una de tus preguntas preferidas -comentó mientras entraba dentro del establo-. Bonito ternero -se acuclilló junto a ella-.

Sándalo y cuero, Vanessa percibió esa mezcla de olores e inmediatamente apartó la nariz. No quería que ningún olor se filtrase en su memoria y le recordara a él una vez que se hubiera marchado.

Ness: ¿Te has equivocado en algún cruce, Efron? -preguntó secamente-. Éste es mi rancho.

Lentamente él giró la cabeza hasta que ambos quedaron mirándose a los ojos. Zac no podría decir cuánto tiempo estuvo contemplándola, en realidad su intención no había sido esa. Quizá fuera el efecto de su risa, un sonido grave que trepaba por la piel de un hombre y lo estremecía. Quizá hubiera que achacarlo al modo en que resplandecía su cabello, como una llama a la escasa luz de la linterna, o simplemente a la ternura que había visto en sus ojos mientras alimentaba al ternero. Había visto algo en esa mirada. Un hombre necesitaba una mujer que lo mirara de ese modo, que fuera lo primero que viera por la mañana y lo último antes de cerrar los ojos cada noche.

En ese momento la mirada de Vanessa no mostraba ninguna dulzura, sino que era retadora, desafiante. Eso removió también algo en su interior, algo que reconoció con menos dificultad. El deseo era fácil de identificar. Sonrió.

Zac: No me he equivocado en ningún cruce, Vanessa. Quería hablar contigo.

Ella no podía permitirse el lujo de apartarse de él de nuevo, ni darle el placer de saber que estaba deseando hacerlo. Se quedó sentada donde estaba e hizo un gesto inquisitivo levantando la barbilla.

Ness: ¿De qué?

Él recorrió su rostro con la mirada. Estaba empezando a desear no haberse quedado en Billings tanto tiempo.

Zac: Para empezar, de cría de caballos.

La mirada de Vanessa tembló de emoción y la traicionó, a pesar del tono desinteresado que imprimió a su voz.

Ness: ¿Cría de caballos?

Zac: Tu Reina -con toda naturalidad, enroscó un dedo en su pelo. ¿Qué secreto femenino emplearía para tenerlo tan suave?-. Mi Merlín. Soy demasiado romántico como para dejar pasar sin más una coincidencia así.

Ness: ¿Romántico? ¡Y un rábano! -le apartó la mano, pero se encontró con que él agarraba sus dedos-.

Zac: Te sorprenderías -dijo con suavidad. Con tanta suavidad que sólo un oído muy fino habría captado la firmeza de su voz-. Sé reconocer a una potra de categoría -volvió a acariciar su rostro con la mirada- cuando la veo -se rió al ver que los ojos de Vanessa relampagueaban-. ¿Siempre estás tan dispuesta a pelear, Vanessa?

Ness: Siempre estoy dispuesta a hablar de negocios, Efron -replicó. «No seas ansiosa». Recordaba bien las enseñanzas de su abuelo: «No enseñes tus cartas»-. Podría estar interesada en cruzar a Reina con tu semental, pero primero tendría que echarle otro vistazo.

Zac: Me parece muy justo. Ven mañana... a las nueve.

A ella le dieron ganas de saltar de alegría. Cinco años en Montana y nunca había estado en el rancho de los Efron. Y el semental... Pero estaba demasiado bien enseñada.

Ness: A ver si puedo. Es una hora de mucho trabajo -entonces se echó a reír porque el ternero, harto de que no le hiciera caso, había empezado a darle cabezazos en la rodilla-. Ya se ha vuelto un mimado -le hizo cosquillas en la barriga-.

Zac: Se comporta más como un perrito que como una vaca -afirmó, pero se inclinó para rascarle las orejas-.

A Vanessa le sorprendió la dulzura con la que lo hizo.

Zac: ¿Cómo ha perdido a la madre?

Ness: El parto salió mal -sonrió cuando el ternero lamió el dorso de la mano de Zac-. Le gustas. Es demasiado joven para saber lo que hace.

Zac enarcó una ceja con aire divertido.

Zac: Como te dije, todo consiste en saber tocar -deslizó una mano sobre la cabeza del ternero y le masajeó el cuello-. Hay una técnica para calmar a los bebés, otra para domar caballos... y otra para amansar a una mujer.

Ness: ¿«Amansar a una mujer»? -lo miró arqueando ambas cejas, más divertida que molesta-. Menuda frase.

Zac: A una que tenga aptitudes, y en ciertos casos.

Vanessa vio que el ternero, satisfecho y con la panza llena, se acurrucaba en el heno con el propósito de dormir.

Ness: Un típico macho -señaló todavía con una sonrisa en los labios-. Y tú perteneces al mismo grupo -lo dijo sin acritud, con resignación-.

Zac: Pudiera ser -reconoció-. Yo, en cambio, nunca diría de ti que eres «típica».

Vanessa estaba muy relajada. Lo estudió.

Ness: No creo que, en tu boca, eso sea un cumplido.

Zac: No, era un comentario. Si te dijera un cumplido, te pondrías hecha una fiera.

Vanessa echó hacia atrás la cabeza y se rió encantada.

Ness: Podrás ser otras cosas, Efron, pero no eres ningún tonto -todavía riéndose, apoyó la espalda en la pared del establo al tiempo que levantaba una rodilla y la rodeaba con los brazos-.

En aquel momento no quería cuestionarse por qué le agradaba su compañía.

Zac: Tengo un nombre -la luz que incidía en los ojos de Vanessa y los iluminaba dejaba el resto de su rostro en la oscuridad. Él sintió de nuevo que algo se removía en su interior-, ¿has pensado alguna vez en usarlo?

Ness: La verdad es que no -pero era mentira, se dio cuenta al instante, en realidad en su mente ya lo llamaba Zac. El verdadero problema no era bajo qué nombre, sino el hecho de que pensara en él. A pesar de todo, sonrió de nuevo; se sentía demasiado a gusto como para preocuparse por eso-. Baby se ha dormido.

Zac echó un vistazo y sonrió. ¿Seguiría llamándolo Baby cuando fuera un toro de varios cientos de kilos?, se preguntó. Probablemente.

Zac: Ha sido un día muy largo.

Ness: Mmm -estiró los brazos hacia el techo y notó que sus músculos se relajaban después. El agotamiento que sentía al entrar en el establo se había convertido en una fatiga que le resultaba casi agradable-. Por largos que parezcan, nunca da tiempo a hacer todo lo que uno querría. Si la semana tuviera diez horas más, tal vez lograra ponerme al día.

¿Ponerse al día de qué?, se preguntó él. ¿A qué se refería?

Zac: ¿Has oído hablar alguna vez de perfeccionismo?

Ness: Ambición -corrigió. Se miraron a los ojos-. No seré yo la que está dispuesta a contentarse sólo con lo que le ofrecen.

La furia que sintió Zac fue tan repentina que agarró con fuerza un puñado del heno que había en el suelo. Estaba claro que Vanessa se refería al rancho de su padre y a su situación allí. Su expresión permaneció inalterable mientras batallaba contra el impulso de devolver el golpe.

Zac: Cada uno hace lo que debe -dijo con calma-.

Abrió el puño y dejó escapar las briznas de heno.

A ella le fastidió que no se defendiera. Quería que tratara de defenderse, de justificarse. Aquello no debería importarle, se recordó Vanessa. Él no debía importarle. No le importaba, se aseguró a sí misma con algo bastante parecido al pánico, claro que no. Se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones.

Ness: Tengo que revisar algunos papeles antes de acostarme.

Él se levantó también, más lentamente, y ya era demasiado tarde cuando ella se dio cuenta de que estaba arrinconada contra la pared en una esquina del establo.

Zac: ¿Ni siquiera me vas a invitar a una taza de café, Vanessa?

Ésta sentía una gran tensión en la nuca, y el corazón le latía tan fuerte que le repercutía en las costillas. Vio en los ojos de Zac que estaba enfadado, pero no era aquel enfado lo que la preocupaba, sino su propio pulso, muy agitado.

Ness: No -dijo finalmente-, no voy a invitarte a un café.

Él enganchó los pulgares en las presillas del cinturón y la estudió con detenimiento.

Zac: No tienes modales.

Ella alzó la barbilla.

Ness: Los modales no van conmigo.

Zac: ¿No? -el modo como sonrió hizo que ella se pusiera alerta-. Entonces los dejaremos de lado.

Con un movimiento tan rápido que ella no tuvo tiempo de esquivarlo, la agarró de la camisa y la atrajo hacia sí. El primer golpe fue sentir aquel cuerpo, alto y fuerte, contra el suyo.

Ness: Maldito seas, Efron...

El segundo, notar su boca sobre la de ella.

Oh, no... Aquel pensamiento dulce y débil se deslizó en la mente de Vanessa mientras luchaba por soltarse como una tigresa. Oh, no. No debería resultar tan agradable ni saber tan maravillosamente. No debería desear que aquello continuara y continuara y continuara...

Lo empujó hacia atrás y él la estrechó aún más contra sí para que no pudiera empujarlo de nuevo. Ella se retorció, pero sólo consiguió excitarse con el roce de sus cuerpos. ¡Basta!, se dijo Vanessa mientras la pasión empezaba a arder en su interior. No podía ni debía dejar que aquello sucediera. Sabía cómo burlar el deseo, lo había hecho durante cinco años sin apenas esfuerzo. Pero en ese instante…, en ese instante algo se había disparado dentro de ella demasiado deprisa, y se escurría y se escabullía de un modo que no podía agarrarlo y detenerlo para que no siguiera avanzando hasta situarse fuera de su alcance.

Su sangre comenzó a hervir, sus manos a aferrarse a él y su boca a responder.

Zac había esperado que se pusiera furiosa. Como él ya lo estaba, no le importaba. Sabía que Vanessa se pondría furiosa y que pelearía con él por haberla sorprendido de ese modo y haberla besado sin permiso. Su propia furia exigía que ella peleara, tanto como su deseo le exigía que la besara.

Se había imaginado que su boca sería dulce. ¿Por qué si no llevaba dos días en que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera besarla? Ya sabía que su cuerpo sería firme, que en él las curvas y formas femeninas se insinuarían sólo sutilmente. Se adaptaba al suyo como si estuviera moldeado para ello. Ella estiró los brazos como para intentar separarse de él, se movió, y él sintió que la piel le hormigueaba con la fricción que esos movimientos producían.

De pronto ella lo abrazó y los labios de Vanessa se abrieron. No se trataba de una rendición, sus labios transmitían un deseo apremiante que lo sacudió. Si ese ardor había ido creciendo dentro de ella, se había dado mucha maña en ocultarlo. Había explotado en un destello de pasión cegadora surgido de la nada. Agitado, Zac retrocedió, tratando de evaluar su propia reacción y luchando para no perder de vista cuáles eran sus propias necesidades.

Vanessa se quedó mirándolo fijamente, su respiración era irregular. El pelo le caía por la espalda y reflejaba la escasa luz; sus ojos brillaban en la oscuridad. Su mente patinaba y sacudió la cabeza para intentar pensar con claridad. Justo cuando ella empezaba a hilar el primer pensamiento coherente, él soltó una palabrota y atrapó de nuevo su boca.

Esa vez no hubo ni asomo de resistencia, ni de rendición tampoco. Su pasión igualaba la de Zac. Sándalo y cuero. Esa vez ella inhaló con fuerza, absorbió aquel perfume del mismo modo que absorbía esos labios firmes e implacables. Dejó que su lengua jugueteara con la de él mientras se embriagaba con todos aquellos sabores y olores tan masculinos. En su modo de sujetarla y besarla había algo inexcusablemente primitivo. Y a ella le gustaba. En el caso de que quisiera un hombre, ni necesitaba ni deseaba refinamiento o apariencia, que se deslucían y empañaban con facilidad.

Dejó que su cuerpo llevara las riendas. ¿Cuánto tiempo había suspirado por algo así? ¿Tener a alguien que la apoyara y la arrebatara hasta el punto de no tener pensamientos ni preocupaciones? Allí no cabía exigir responsabilidades, las únicas exigencias eran las de la carne. Allí, con esa boca cálida y húmeda sobre la suya, con aquel cuerpo firme contra el suyo, se sentía tan sólo mujer. Egoístamente mujer. Había olvidado lo fabuloso que podía llegar a ser eso, o quizás antes nunca hubiera experimentado plenamente esa sensación.

¿Qué le estaba haciendo esa mujer? Zac pensó en retroceder y se encontró con que sus manos estaban atrapadas en la melena de Vanessa, suave y abundante. Intentó pensar, pero sus sentidos estaban dominados por el olor de Vanessa. Y ese sabor... Un gemido pugnó por salir de su garganta al tiempo que la besaba con pasión. ¿Cómo podía haber intuido que sabría así? Un sabor fuerte, atractivo, seductor. Ese aroma poseía toda la exhuberancia de la que carecía su cuerpo, y esa combinación era abrumadora. Se preguntó cómo podía haber vivido hasta entonces sin aquello. Entonces se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos y demasiado deprisa. Se echó hacia atrás con cuidado, ya que sus manos no reposaban sobre los hombros de Vanessa con la firmeza que habría deseado.

Ella se tambaleó un poco y se sujetó. Dios santo, ¿qué estaba haciendo? ¿Qué había hecho? Se quedó mirando a Zac fijamente mientras intentaba recuperar el aliento. Esos ojos claros y pícaros, esa boca astuta... Lo había olvidado. Había olvidado quién era ella y quién era él. Lo había olvidado todo a excepción de esa sensación embriagadora de libertad y pasión. Él había utilizado aquello contra ella, pensó torvamente. Pero algo había ocurrido cuando...

«¡No pienses ahora!», se ordenó a sí misma. «Limítate a echarlo de aquí antes de que acabes de ponerte en ridículo».

Con cuidado, apartó las manos de Zac de sus hombros y rogó para que su voz sonara firme.

Ness: Bueno, Efron, ya te has divertido. Ahora desaparece.

¿Divertido?, pensó él mirándola fijamente. Fuera lo que fuera, lo que había sucedido entre ellos no tenía nada que ver con la palabra «divertido». El suelo se movía ligeramente bajo sus pies, igual que años atrás, cuando se había bebido su primer paquete de seis cervezas. Tampoco aquello había resultado divertido, pero había sido toda una experiencia. Claro que al día siguiente lo había pagado caro. Se imaginó que también ahora tendría que pagar.

No iba a disculparse, se dijo mientras se obligaba a calmarse, de eso nada, pero se marcharía de allí mientras todavía pudiera hacerlo. Con naturalidad, se agachó para recoger su sombrero, que había caído al suelo cuando ella había enredado los dedos en su pelo. Se tomó su tiempo para colocárselo de nuevo en la cabeza.

Zac: Tienes razón, Vanessa -dijo tranquilamente... cuando logró hablar-. A cualquier hombre le costaría mucho resistirse a una mujer como tú -sonrió y dio un golpecito en su sombrero-. Pero haré lo que pueda.

Ness: ¡A ver si es verdad, Efron! -gritó a sus espaldas, y luego se abrazó porque había empezado a temblar-.

Incluso cuando el sonido de los pasos de Zac se hubo apagado, todavía esperó cinco minutos de reloj antes de abandonar el establo. Cuando salió, en el patio del rancho reinaban el silencio y la oscuridad. Apenas se oía el murmullo de una televisión o una radio procedente del barracón de los trabajadores. Más allá brillaban unas cuantas luces, las casas de los peones casados. Se detuvo y aguzó el oído, pero no oyó el ruido del motor del vehículo que Zac habría usado para llegar hasta allí desde su rancho.

Ya estará lejos, pensó, y giró sobre sus talones para encaminarse a la casa. Ésta tenía dos pisos y era de piedra y madera, todos materiales autóctonos. Había sido levantada en el mismo lugar que ocupara la casa original. Su abuelo siempre alardeaba de haber nacido en una casa que habría cabido en la cocina de la actual. Vanessa entró por la puerta delantera, que nunca estaba cerrada.

Siempre le había gustado esa casa, la distribución inteligente de la madera, las baldosas y la piedra en la zona de estar. En la chimenea se podría asar un ternero. Los visillos color crudo de su abuela todavía colgaban en las ventanas. A menudo deseaba haberla conocido. Todo lo que sabía de ella era que se trataba de una irlandesa de aspecto delicado pero muy fuerte. Había heredado su color de pelo y, según su abuelo, también su temperamento. Y quizá, pensó irónicamente mientras subía las escaleras, también su fuerza.

Dios, cómo le gustaría tener cerca a una mujer para poder hablar. Cuando estaba a mitad de las escaleras, se detuvo y se apretó las sienes con los dedos. ¿Y eso?, se preguntó. Por lo que ella recordaba, nunca había buscado la compañía de otras mujeres. A muy pocas les interesaban las mismas cosas que a ella y, cuando no se interponía ningún conflicto de tipo sexual, siempre le había parecido que era más fácil tratar con hombres.

Pero en esos momentos, en esa casa tan vacía y con la sangre bullendo en sus venas, deseaba tener cerca un mujer que pudiera entender la lucha que se libraba en su interior. ¿Su madre? Con una carcajada sobria, empujó la puerta de su dormitorio. Si llamara a su madre y le contara que estaba ardiendo de deseo y no sabía qué hacer con él, la encantadora esposa del médico se pondría colorada como una amapola y, tartamudeando, le recomendaría un buen libro sobre el tema.

No, por mucho que quisiera a su madre, no era una mujer que pudiera comprender..., bueno, esas ansias, admitió Vanessa deshaciéndose de su camisa de trabajo. Si quería ser sincera, eso era lo que había sentido en brazos de Zac. Quizá fuera eso todo lo que ella era capaz de sentir. Frunció el ceño, lanzó los tejanos sobre la camisa y caminó desnuda hacia el baño.

Probablemente debería estar agradecida por poder sentir aquello. Con un movimiento de muñeca, abrió el grifo del agua caliente al máximo y luego añadió una pizca de fría. No había sentido absolutamente nada por ningún hombre durante años. Cinco años, admitió, y vertió con prodigalidad sales de baño en el agua. Con mano experta, se recogió el pelo en lo alto de la cabeza ayudándose de un par de pasadores.

Afortunadamente, podía recordar a Kevin y su breve e infeliz aventura. ¿Una noche de cama se podía llamar «una aventura»?, se preguntó con pesar, y a continuación se sumergió en el agua caliente. Lo llamara como lo llamara, había sido un fiasco; eso era lo que debía recordar. Era muy joven en esa época. Ya casi podía pensar en todo aquello con diversión. Casi.

La joven e ingenua virgen y el afable y encantador medico residente de ojos cristalinos como el agua de un lago. No había tenido que persuadirla para que se acostara con él, no la había presionado. No, debía reconocer que ella lo deseaba y que él se había mostrado cariñoso y dulce. Lo único que había pasado era que las palabras «te quiero» significaban cosas distintas para cada uno de ellos. Para ella suponían un compromiso, para él eran simplemente una frase.

Había aprendido de la forma más dura que hacer el amor no equivalía a amor, compromiso o matrimonio. Él se había reído, aunque quizá no de un modo cruel, cuando ella ingenuamente había hablado de un futuro juntos. No quería una esposa, ni siquiera una compañera..., le bastaba con alguien que quisiera acostarse con él de vez en cuando. Su desenfado y su sinceridad la habían destrozado.

Ella estaba dispuesta a amoldarse a lo que él quisiera, a convertirse en una pulcra y sociable esposa de médico, como su madre; en un ama de casa dedicada y hábil; una compañera organizada capaz de conjugar carrera y familia. Le había llevado meses darse cuenta de que había hecho el ridículo ante él, que había tomado al pie de la letra los cumplidos y las palabras amables porque eso era lo que deseaba oír. Había necesitado aún más tiempo y varios miles de millas de distancia para poder reconocer que Kevin le había hecho un favor.

No sólo la había salvado de intentar forzar su personalidad para amoldarse a un tipo de vida en la que nunca habría encajado, sino que además le había proporcionado una visión muy clara de lo que eran los hombres. No se podía confiar en ellos a nivel personal. Una vez que les dabas tu amor, el poder de herirte, estabas perdida, dispuesta a hacer lo que fuera por complacer, incluso perder tu propia personalidad.

Cuando era joven, siempre intentaba complacer a su padre, y había fracasado porque se parecía demasiado a su abuelo. Él único hombre que la había aceptado tal cual era había sido Jack Hudgens. Y ya no estaba.

Se recostó, cerró los ojos y dejó que el agua caliente aliviara su fatiga. Zac Efron no buscaba pareja y ella tampoco. Lo ocurrido entre los dos en el establo había sido un error y no se repetiría. Quizá él estuviera buscando amante, pero ella no. Vanessa Hudgens iba por libre, y así era como le gustaba vivir.




Que impulsivo, Efron XD
Ness dice que no le ha gustado pero se ha derretido en sus brazos XD

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