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jueves, 28 de abril de 2016

Capítulo 10


Vanessa soñó que estaba acostada en una cama antigua y enorme, envuelta en la colcha y entre los brazos de su amante. Era una cama que conocía bien su cuerpo, una cama en la que Vanessa se había despertado mañana tras mañana durante muchos años. Las sábanas eran de lino irlandés, suaves como un beso. La colcha era una reliquia de familia que ella transmitiría a su vez a su hija.

Su amante era un marido cuyos brazos solo resultaban más excitantes con el paso de los años.

Cuando el bebé empezó a llorar, ella se removió, pero perezosamente, sabiendo que nada podía perturbar la plácida belleza en la que vivía. Se acurrucó contra los brazos que la abrazaban y abrió los ojos.

Todavía soñando, sonrió al ver los ojos de Zac.

Ness: Ya ha amanecido -murmuró, y encontró la boca de él cálida, suave y deliciosa. Pasó la yema de los dedos por su espalda sonriendo al notar que sus besos se volvían más insistentes-. Tengo que levantarme -susurró mientras la mano de Zac cubría su seno-.

Aún podía oír el leve y lastimero llanto del bebé.

Zac: Uh, uh -sus labios se desplazaron hasta su oreja-.

Lentamente, su lengua comenzó a despertarla del todo. La pasión reavivó las ascuas de la noche anterior.

Ness: Zac, debo ir. Está llorando.

Con una leve maldición, Zac se dio la vuelta y alargó los brazos hacia el suelo. Luego soltó al gato Miko sobre el estómago de Vanessa.

Ella parpadeó, confusa y desorientada mientras el gato le maullaba, con un gemido semejante al de un bebé.

El sueño se rompió bruscamente.


Vanessa alzó una mano para pasársela por el cabello y respiró hondo.

Zac: ¿Qué sucede? -inquirió, enredando los dedos en su pelo hasta que Vanessa abrió los ojos-.

Ness: Nada -meneó la cabeza, acariciando al gato hasta que este empezó a ronronear-. Estaba soñando. Una tontería.

Zac: Soñando -pasó los labios por su hombro desnudo-. ¿Conmigo?

Vanessa giró la cabeza y los ojos de ambos encontraron.

Ness: Sí -sus labios se curvaron-. Contigo.

Zac cambió de postura, atrayéndola hacia sí y acunándola en la curva de su hombro, Miko se enroscó a los pies de ambos. Dio un par de vueltas, clavó las uñas en la colcha y por fin, se echó.

Zac: ¿Qué soñabas?

Vanessa se acurrucó contra la columna de su cuello.

Ness: Es un secreto.

Los dedos de él recorrían suavemente su hombro y su antebrazo. «Le pertenezco», se dijo Vanessa, «y no puedo decírselo.»

Se quedó mirando la ventana y vio que la nieve seguía cayendo, aunque con menos intensidad.

«Hasta que deje de nevar, estamos los dos solos. Lo amo tantísimo…»

Cerrando los ojos, Vanessa subió con la mano por su pecho, hasta el hombro. Había músculos que deseaba sentir de nuevo.

Con una sonrisa, apretó los labios contra su cuello. Luego avanzó hasta su boca, y los labios de ambos se unieron.

Los besos fueron cortos, lentos. La urgencia y la desesperación de la noche anterior habían menguado. Ahora el deseo iba acumulándose lentamente, grado a grado. Lo abrasaba y atormentaba, pero no los desbordaba.

Se tomaron su tiempo para gozar. Zac cambió de postura para que ella pudiera recostarse sobre su pecho.

Zac: Tus manos -murmuró mientras se llevaba una a los labios- son exquisitas. Cuando bailas, parecen no tener huesos -extendió la mano sobre la de ella, palma contra palma-.

El cabello de Vanessa caía en cascada sobre sus hombros, hasta cubrir los de él. A la luz suave de la mañana parecía claro, como una ilusión. Su piel era marfileña, con leves toques sonrosados. Su rostro era frágil y delicado, pero sus ojos eran vividos y fuertes.

Vanessa bajó la cabeza para besarlo, lenta y detenidamente. Sus latidos se aceleraron al notar cómo el ansia de Zac aumentaba.

Ness: Me gusta tu cara -retiró los labios de los de él para besarle suavemente las mejillas y los párpados-. Es fuerte y ligeramente perversa -sonrió de nuevo contra su piel, recordando-. La primera vez que te vi me aterrorizaste.

Zac: ¿Antes o después de que saltaras a la carretera? -le pasó una mano por la espalda, mientras con la otra le acariciaba el cabello-.

Era una sesión de amor lenta, perezosa.

Ness: No salté a la carretera -le mordisqueó la barbilla-. Ibas a demasiada velocidad -empezó a posar besos por toda la extensión de su pecho-. Me pareciste tremendamente alto cuando estaba sentada en el charco.

Oyó cómo Zac dejaba escapar una risita mientras le pasaba una mano por el arco de la espalda. Luego se removió ligeramente, hasta que las posiciones de ambos quedaron invertidas.

Los besos se intensificaron. El contacto de manos sobre la piel seguía siendo delicado pero más exigente. La conversación derivó hacia un suave sueño. La pasión aumentó como una ola tropical, cálida y poderosa…


Vestida con unos pantalones vaqueros y una camisa que había tomado prestados del guardarropa de Jessica, Vanessa bajó por la escalera principal. El frío que reinaba en la casa sugería que las chimeneas aún no se habían encendido. Solo el fuego de la habitación seguía crepitando.

La primera parte de su plan consistía en encender el hogar de la cocina. Empezó a tararear una melodía improvisada mientras abría la puerta.

Le sorprendió ver que Zac se había adelantado a ella. Olió el aroma del café.

Ness: ¡Hola! -se acercó a él, rodeó su cintura con los brazos y recostó la mejilla en su espalda-. Creí que aún estabas arriba.

Zac: Bajé mientras estabas utilizando la barra de Jessica -girándose, la atrajo hacia sí-. ¿Quieres desayunar algo?

Ness: Quizá -murmuró, casi estallando de gozo con aquella sencilla intimidad-. ¿Quién va a prepararlo?

Zac le elevó el mentón.

Zac: Los dos.

Ness: Oh -arqueó las cejas-. Espero que te gusten los plátanos y los cereales fríos. Son mi especialidad.

Él hizo una mueca.

Zac: ¿No sabes hacer nada con un huevo?

Ness: Oh, los de Pascua me quedan preciosos.

Zac: Haré huevos revueltos -decidió, y luego le besó la frente-. ¿Sabes preparar tostadas?

Ness: Puede ser -con la cabeza aún recostada en su pecho, observó cómo caía la nieve-.

Los árboles y el césped recordaban los de un decorado. El manto blanco que cubría la tierra aparecía completamente inmaculado. Los arbustos de hoja perenne que había plantado Zac estaban envueltos en sus propios abrigos de nieve; sobre ellos, a poca distancia, se alzaban los árboles cubiertos de nieve. Y seguía nevando.

Ness: Salgamos -dijo impulsivamente- Tiene un aspecto magnífico.

Zac: Después de desayunar. De todos modos, necesitaremos más leña.

Ness: Lógico, lógico -arrugó la nariz-. Práctico, práctico -emitió un grito cuando él le tiró de la oreja juguetonamente-.

Zac: Los arquitectos debemos ser lógicos y prácticos, de lo contrario los edificios se derrumbarían y la gente se disgustaría mucho.

Ness: Pero tus edificios no parecen prácticos -observó cómo Zac se acercaba al frigorífico. ¿Quién, exactamente, era aquel hombre del que se había enamorado? ¿Quién era el hombre que se había adueñado de sus emociones y de su cuerpo?-. Son hermosos, no como esos edificios de acero y cristal que privan a las ciudades de su esencia.

Zac: La belleza también puede ser práctica -se giró con un cartón de huevos en la mano-. O tal vez deba decir que lo práctico puede ser bello.

Ness: Sí, pero supongo que debe de ser más difícil hacer que un buen edificio sea atractivo para la vista, aparte de funcional.

Zac: Si algo no es difícil, no merece la pena el esfuerzo, ¿no crees?

Vanessa asintió lentamente. Comprendía lo que quería decir.

Ness: ¿Me dejarás ver los diseños del proyecto de Nueva Zelanda? -dijo acercándose a la panera-. Nunca he visto los planos de un edificio.

Zac: Muy bien -empezó a cascar los huevos en un cuenco-.

Prepararon y degustaron el desayuno en confortable compañía. Vanessa pensó que la cocina olía a familia; café, tostadas y huevos revueltos. Archivó el aroma en su memoria, sabiendo que sería inapreciable en alguna mañana del futuro. Después de comer y recoger la cocina, se abrigaron bien y salieron de la casa.

El primer paso de Vanessa la hundió hasta el tobillo en la nieve. Entre risas, Zac le dio un leve empujón que la hizo caer hacia atrás. Rápidamente quedó cubierta de nieve hasta los hombros.

El sonido de la risa de él reverberó en la pared de nieve, acentuando la soledad de ambos.

Zac: Quizá debería ponerte un cascabel en el cuello para encontrarte -dijo en voz alta, riendo-.

Vanessa luchó por ponerse en pie. Tenía nieve en el cabello y en el abrigo. La sonrisa de Zac se intensificó cuando ella lo miró con una mueca.

Ness: Abusón -dijo antes de avanzar trabajosamente por la nieve-.

Zac: La pila de leña está ahí -la tomó de la mano-.

Tras una leve resistencia simbólica, Vanessa aceptó ir con él.

Se hallaban en un mundo totalmente aislado. La nieve caía del cielo para desaparecer en el grueso manto que los rodeaba.

Vanessa apenas podía oír el mar. Las botas de Jessica le llegaban hasta las rodillas, pero, con cada paso que daba, se le colaba nieve por los bordes. Su rostro estaba sonrosado a causa del frío, pero la vista compensaba cualquier incomodidad.

La blancura era perfecta. No había brillo que molestara los ojos, ni sombras que hiciesen variar el color. Había, simplemente, un blanco sin matices ni paliativos.

Ness: Es precioso -murmuró mientras se detenían ante el montón de leña. Miró detenida y prolongadamente alrededor-. Pero no creo que se pudiera pintar ni fotografiar. Se perdería algo en la reproducción.

Zac: Parecería monótono.

Cargó con un motón de leña. El aliento de Vanessa formaba nubecillas frente a ella mientras miraba por encima del hombro de él.

Ness: Sí, a eso me refería exactamente -aquella coincidencia de opiniones la complació-. Prefiero recordarlo así antes que verlo simplemente en una dimensión -acompañada de Zac, inició el lento viaje de regreso a la puerta trasera-. Pero tú debes de ser un experto en visualizar la realidad a partir de un dibujo.

Zac: Es al revés -dejaron la leña detrás de puerta de la trascocina-. Hago dibujos a partir de una realidad que visualizo.

Vanessa se detuvo un momento, algo exhausta por el esfuerzo de caminar por la profunda capa de nieve.

Ness: Sí -asintió-. Ya comprendo -estudiando a Zac, sonrió-. Tienes nieve en las pestañas.

Los ojos de él buscaron los de Vanessa inquisitivamente. Ella ladeó la cabeza, invitándolo al beso. Los labios de él descendieron para tocar los suyos, y Vanessa oyó cómo Zac respiraba hondo mientras la tomaba en brazos.

Mientras atravesaban la cocina, Vanessa empezó a protestar.

Ness: Zac, estamos cubiertos de nieve. Goteará por todas partes.

Zac: Sí

Estaban en el vestíbulo, y ella se apartó el cabello de los ojos.

Ness: ¿Adónde vas?

Zac: Arriba.

Ness: Estás loco, Zac -se bamboleó levemente mientras él subía la escalera principal-. Lo pondremos todo perdido. Prescott se disgustará mucho.

Zac: Es paciente -afirmó mientras entraba en el dormitorio-.

Dejó a Vanessa en la cama. Ella se incorporó sobre sus codos.

Ness. Zac -él ya se había quitado el abrigo y estaba haciendo lo propio con las botas, Vanessa abrió de par en par los ojos, divertida e incrédula a partes iguales-. Por el amor de Dios, Zac, estoy cubierta de nieve.

Zac: En ese caso, será mejor que te quitemos la ropa húmeda -dejó las botas a un lado y se acercó a ella para desabrocharle el abrigo-.

Ness: Estás loco -decidió, riéndose mientras él le quitaba el abrigo y lo arrojaba en el suelo, junto a las botas-.

Zac: Posiblemente.

Con un par de rápidos tirones le sacó las botas. Tras quitarle los gruesos calcetines de lana, empezó a calentarle los pies con un suave masaje.

Notó su respuesta instantánea al contacto.

Ness: No seas tonto, Zac -sin embargo, su voz ya era ronca-. Ya se ha derretido nieve encima de la cama.

Con una sonrisa, él le besó la planta de los pies y vio cómo sus ojos se oscurecían. Colocándose a su lado, la tomó de nuevo brazos.

Zac: La alfombra está seca -dijo mientras la bajaba de la cama-.

Luego, lentamente, le desabrochó los botones de la camisa. A su lado, crepitaba el fuego que Zac había encendido antes del desayuno.

Le abrió la camisa, sin quitársela. Con una tierna pereza, empezó a besarle los senos mientras Vanessa flotaba en el primer estadio del placer. Suspiró una vez, y luego, acariciándole la mejilla, persuadió a su boca para que buscara la suya. El beso empezó siendo lento, pero su ritmo cambió sin previo aviso. La boca de Zac se tornó desesperada, dejando escapar unos jadeos que parecían proceder de lo más hondo de su ser.

A continuación, tiró de la ropa de Vanessa con impaciencia, desgarrando la camisa de Jessica mientras la retiraba de su hombro.

Zac: Te deseo aún más que antes -musitó mientras sus labios y sus dientes recorrían con dureza el cuello de ella-. Más que ayer. Más que hace un momento -sus manos le hacían daño mientras tomaban posesión de su cuerpo-.

Ness: Pues poséeme -respondió atrayéndolo hacia sí, deseándolo-. Poséeme ahora.

La boca de Zac reclamó la suya, y las palabras cesaron.


El teléfono despertó a Vanessa. Somnolienta, vio cómo Zac se levantaba para contestarlo.

Llevaba la bata verde que se había puesto cuando había echado más leña al fuego.

Vanessa había perdido toda noción del tiempo. Los relojes eran para un mundo práctico, no para un mundo de ensueño.

Se estiró lentamente, vértebra por vértebra. Si la eternidad pudiera ser un momento, Vanessa habría elegido aquel. Se sentía suave, cálida y amada. Su cuerpo estaba lleno de placer.

Observó a Zac, sin oír lo que estaba diciendo al teléfono. Se erguía tan recto, se dijo y sonrió un poco.

«Y apenas hace gestos cuando habla. Los gestos pueden delatar los sentimientos, y sus sentimientos son muy privados».

La voz de él se introdujo en sus pensamientos mientras algunos retazos de la conversación se filtraban en su cerebro.

Era Jessica, se dijo Vanessa, distraída de la contemplación del rostro de Zac. Tras incorporarse,  se echó la colcha sobre los hombros. Supo lo que vería antes incluso de mirar por la ventana.

Había dejado de nevar mientras dormían.

Esperó a que Zac colgara el teléfono.

Consiguió sonreírle mientras su mente trataba febrilmente de organizar sus impresiones; el modo en que el cabello de Zac caía sobre su frente, el brillo del sol sobre su pelo, su postura recta y atenta.

El corazón de Vanessa pareció expandirse, alcanzando nuevos grados de amor.

«No lo estropees», se ordenó a sí misma frenéticamente. «No lo estropees ahora.»

Vanessa tuvo la sensación de que Zac la estaba observando con una intensidad aún más pronunciada de lo habitual. Al cabo de largos momentos, se acercó a donde ella permanecía sentada en el suelo, refugiada entre colchas y almohadones.

Ness: ¿Ya regresa a casa? -inquirió cuando él hubo colgado-.

Zac: Brittany la traerá en breve. Parece que los quitanieves se han empleado a fondo, y las carreteras están bastante despejadas.

Ness: Bien -se mesó el cabello antes de levantarse, aún envuelta en la colcha-. Entonces, será mejor que me prepare. Parece que esta tarde sí tendré clases.

Sintió un súbito deseo de llorar. Vanessa lo combatió, refugiándose en el interior de la colcha mientras recogía su ropa.

«Sé práctica», se ordenó a sí misma. «Zac es un hombre práctico. Odiaría una escena sentimental.» Tragó saliva y notó que recuperaba el control. Mientras se vestía, siguió hablando.

Ness: Es increíble lo deprisa que trabajan esos quitanieves. Solo espero que no hayan enterrado mi coche. Tendré que avisar a una grúa para que se lo lleve. Si la avería no es grave, no estaré mucho tiempo sin él -dejando caer la colcha, se coló el jersey por la cabeza-. Tendré que tomar prestado el cepillo de Jessica -siguió diciendo mientras se sacaba el pelo por el cuello del jersey. De pronto, se detuvo para mirar a Zac directamente-. ¿Por qué me miras de ese modo? -inquirió-. ¿Por qué no dices nada?

Él permanecía inmóvil, observándola.

Zac: Estaba esperando a que dejaras de parlotear.

Vanessa cerró los ojos. Se sentía completamente indefensa. Comprendió que acababa de hacer el ridículo. Zac era un hombre sofisticado, acostumbrado a las relaciones esporádicas y pasajeras.

Ness: No se me dan bien estas cosas, sencillamente. No se me dan nada bien -al ver que él alargaba la mano hacia ella, dijo-: No, no lo hagas -se retiró rápidamente-. No necesito eso ahora.

Zac: Vanessa -el tono de irritación que había en su voz hizo que a ella le resultara más fácil reprimir las lágrimas-.

Ness: Dame unos cuantos minutos. Detesto comportarme como una tonta -dicho esto, salió corriendo de la habitación, cerrando la puerta tras de sí-.

Quince minutos más tarde, Vanessa se hallaba en la cocina, sirviéndole a Miko un plato de leche. Se había cepillado el exquisito cabello y lo llevaba suelto sobre los hombros. Sus nervios, aunque tensos, se habían aplacado un poco. Su pulso era firme.

Aquel estallido había sido una estupidez, decidió, aunque quizá la había ayudado a facilitar su regreso al mundo exterior.

Por un momento se perdió en un sueño, mientras contemplaba por la ventana el mundo cubierto de blancura. Pese a que él no hizo ningún ruido, supo el momento exacto en que Zac entraba en la habitación. Vanessa aguardó un segundo, y luego se giró para mirarlo. Llevaba puestos unos pantalones de pana de color marrón oscuro y un jersey sobre una camisa azul pálido. Tenía, se dijo Vanessa, un aspecto de casual eficiencia.

Ness: He hecho café -dijo en un tono cuidadosamente amistoso-. ¿Te apetece una taza?

Zac: No -se acercó a Vanessa con pasos decididos. Luego, mientras ella aún se preguntaba qué pretendía hacer, la atrajo hacia sí. Atrapó con las manos sus brazos. El beso fue ardiente, largo y apasionado. Cuando se separó de ella, Vanessa había perdido momentáneamente la visión-. Quería ver si eso había cambiado -dijo mientras parecía taladrar los ojos de ella con los suyos-. No ha cambiado.

Ness: Zac… -sin embargo, la boca de él volvió a enmudecerla-.

Sin pensárselo siquiera, Vanessa volcó cada onza de sus sentimientos en el beso, dándoselo todo. Oyó cómo él murmuraba su nombre antes de apretarla contra sí.

De nuevo, todo desapareció. Los destellos del paraíso acudieron tan rápidamente, que Vanessa solo pudo apresarlos de una forma fugaz. Extasiada de nuevo, alzó la mirada hacia Zac, sin verlo, solo sintiendo.

Otra mujer, se dijo aturdida, se conformaría solo con aquello. Otra mujer podría seguir siendo su amante sin anhelar nada más. Otra mujer no necesitaría nada más de él, cuando ya tenía tanto. Lentamente, Vanessa volvió a la realidad. El único modo de sobrevivir era fingir ser esa otra mujer.

Ness: Me alegro de que quedáramos aislados por la nieve -dijo, retirándose suavemente de sus brazos-. Ha sido maravilloso estar aquí contigo

Con un tono de voz animado, caminó de nuevo hasta la cafetera. Al servir el café, notó que su pulso ya no era firme.

Zac esperó a que se girara, pero Vanessa permaneció de cara a la cocina.

Zac: ¿Y? -preguntó metiéndose las manos en los bolsillos-.

Vanessa alzó la taza de café y tomó un sorbo. Esta hirviendo. Sonrió al volverse.

Ness: ¿Y? -repitió-.

El dolor que palpitaba en su garganta hizo que le costara pronunciar la palabra.

La expresión de Zac se asemejaba mucho a la que tenía la primera vez que Vanessa lo vio. Tempestuosa y severa.

Zac: ¿Eso es todo?

Vanessa se humedeció los labios y se encogió de hombros. Agarró la taza con ambas manos.

Ness: Creo que no sé lo que quieres decir.

Zac: Hay algo en tus ojos -musitó acercándose a ella-. Pero me elude constantemente. No quieres decir qué es lo que sientes. ¿Por qué?

Vanessa clavó la mirada en la taza, y luego bebió otra vez.

Ness: Zac -empezó a decir con calma, mirándolo directamente a los ojos-. Mis sentimientos son asunto mío, hasta que decida confiártelos.

Zac: Quizá he creído que ya lo habías hecho.

El dolor era insoportable. Vanessa notó que le temblaban las rodillas. Los ojos de Zac eran tan firmes, tan penetrantes.

Ness: Ambos somos adultos. No sentimos atraídos el uno por el otro, y desde hace ya tiempo…

Zac: ¿Y si quiero algo más?

La pregunta de Zac desorganizó sus pensamientos. Vanessa trató de organizarlos de nuevo, trató de ver más allá de la barrera que ahora cubría los ojos de él. La esperanza y el miedo libraban una batalla dentro de ella.

Ness: ¿Algo más? -repitió cautelosamente. El corazón le latía desbocado-. ¿Qué quieres decir?

Él la observó.

Zac: No estoy seguro de que tenga importancia si tengo que explicártelo.

Frustrada, Vanessa soltó la taza con fuerza encima de la mesa.

Ness: ¿Por qué te empeñas en iniciar algo para no terminarlo?

Zac: Eso exactamente me pregunto a mí mismo -pareció titubear, y luego alzó una mano hasta el cabello de Vanessa. Ella se inclinó hacia él, aguardando una respuesta-. Vanessa…

En ese momento se abrió la puerta de la cocina, y entraron Jessica y Brittany.

Jess: ¡Hola! -interrumpió su saludo en cuanto se dio cuenta de la situación-.

Buscó rápidamente el modo de volver a salir, pero Brittany ya había entrado y se dirigía hacia Vanessa.

Britt: ¿Te encuentras bien? Hemos visto tu coche -dijo con un tono dominado por la preocupación mientras alargaba la mano hacia su amiga-.

Ness: Estoy bien -le dio a Brittany un beso para tranquilizarla-. ¿Cómo están las carreteras?

Britt: Muy bien -señaló a Jessica con la barbilla-. Le preocupaba perderse la clase de hoy.

Ness: Naturalmente -concentró su atención en las jóvenes hasta que su pulso se hubo normalizado-. No creo que eso sea un problema.

Atraído por la voz de Jessica, Miko se acercó para frotarse con sus piernas hasta que ella lo tomó en brazos.

Jess: ¿Seguro que te sentirás capaz?

Vanessa percibió la certeza en los ojos de Jessica y tomó su taza de nuevo.

Ness: Sí. Sí, estoy bien -automáticamente fue al fregadero en busca de un paño para limpiar un poco de café que había derramado-. Supongo que tendré que llamar a la la grúa.

Zac: Yo me ocuparé de eso -habló por primera vez desde que los habían interrumpido-.

Su tono era formal y distante.

Ness: No será necesario -empezó a decir-.

Zac: He dicho que yo me ocuparé. Te llevaré al estudio cuando estés lista -salió por puerta, y las tres se quedaron mirando como desaparecía-.




Ness ya sueña cosas XD

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¡Un besi!


sábado, 23 de abril de 2016

Capítulo 9


Salieron para el aeropuerto a primera hora de la tarde.

Andrew ocupaba el volante, con Vanessa a su lado y las madres de ambos en el asiento trasero. La furgoneta iba abarrotada de maletas.

A pesar de las tres semanas que había pasado ayudando a su madre a preparar el traslado, una nube de incredulidad aún se cernía sobre Vanessa. Varias cajas se habían enviado ya a California, y la casa en la que había crecido se había puesto en venta.

Cuando por fin se vendió, Vanessa comprendió que sus últimos vínculos con la infancia desaparecían con ella. Era lo mejor, se dijo mientras oía charlar a Carol y a su madre en la parte de atrás. Todo lo que necesitaba cabría en la habitación extra de la academia. Sería lo más conveniente para ella y, sin duda, también lo más conveniente para su madre.

Observó un avión que descendía hacia tierra, y supo que casi habían llegado. Sus pensamientos parecieron alejarse con el avión.

Desde el día en que Molly había anunciado sus planes, Vanessa no había funcionado a plena capacidad. Demasiadas emociones habían salido a la superficie aquel día. Había intentado oprimirlas hasta sentirse capaz de enfrentarse a ellas racionalmente, pero eran demasiado poderosas. Volvían, una y otra vez, para atormentar sus sueños, o, peor aún, para sorprenderla con la guardia baja en mitad de una clase o de una conversación. Se había propuesto no pensar en Zac, pero lo había hecho: una vez cuando Brittany mencionó casualmente su nombre; de nuevo cuando Jessica introdujo subrepticiamente el gatito en la academia; y así en innumerables ocasiones, siempre que algo le recordaba a él.

Era extraño que ya no pudiera entrar en una habitación donde Zac hubiese estado sin relacionarla con él. Incluso su propio estudio le recordaba a Zac.

Una vez aplacada la sorpresa inicial, Vanessa había explorado la aventura de estar enamorada. No hacía que la cabeza le diese vueltas, como afirmaban algunos, pero sí hacía estar menos atenta a las cosas cotidianas. No había perdido el apetito, pero le costaba trabajo conciliar el sueño. No caminaba sobre nubes, pero a veces se encontraba a sí misma esperando que estallara una tormenta.

No era el hecho en sí de estar enamorada lo que dictaba sus reacciones, sino la persona de la que había elegido enamorarse.

«Elegido», repitió Vanessa en silencio, sin prestar atención mientras Andrew se abría paso a través del tráfico del aeropuerto. «De haber podido elegir, me habría enamorado de alguien que me adorase, de alguien que pensara que soy perfecta y que dedicase su vida a hacer de la mía una utopía.»

En la ventanilla se reflejó el fantasma de su sonrisa.

«Oh, no, no habrías elegido a tal persona», se corrigió. «Me habría aburrido mortalmente al cabo de una semana. Zac es perfecto para mí. Es totalmente dueño de sí mismo, muy sereno, aunque sensible. El problema es que se trata de un hombre caracterizado por evitar los compromisos... salvo en lo que respecta a Jessica.»

Vanessa suspiró y acarició su reflejo con la yema del dedo.

«Y hay otro problema. Estamos totalmente enfrentados en algo que es muy importante para ambos. ¿Cómo podemos acércanos más el uno al otro cuando nos separa semejante barrera?»

La voz de Andrew trajo a Vanessa de vuelta a la realidad. Desorientada, ella miró a su alrededor para ver que ya había aparcado y que los demás salían del coche. Rápidamente, Vanessa salió y trató de retomar el hilo de la conversación.

Carol: ...dado que ya tenemos los billetes y un coche esperándonos en el aeropuerto de Los Ángeles -concluyó mientras sacaba una maleta y una bolsa grande de la furgoneta-.

Andrew: Tendréis que facturar todo este equipaje -le recordó, cargando fácilmente con dos maletas y echándose una bolsa al hombro-. Cierra el maletero, ¿quieres, Vanessa? -pidió ausentemente-.

Vanessa solo llevaba encima su bolso y una bolsa de aseo.

Ness: Claro.

Carol guió a Molly mientras Vanessa cerraba el maletero. El viento ahuecaba el dobladillo de su abrigo. Alzando los ojos, inspeccionó el cielo.

Carol: Empezará a nevar esta misma noche.

Ness: Y vosotras estaréis probándoos los bañadores nuevos -gruñó afablemente mientras hacía avanzar a las dos mujeres-.

El aire era cortante y le producía escozor en las mejillas.

Una vez dentro de la terminal, no faltó la confusión de última hora con los billetes, tarjetas de embarque. Tras facturar el equipaje, Andrew hizo una lista verbal detallada de las cosas que su madre debía y no debía hacer.

Andrew: Guarda los resguardos de los billetes en la cartera.

Carol: Sí, Andrew.

Vanessa captó el brillo de los ojos de Carol pero Andrew permaneció ceñudo.

Andrew: Y no olvides telefonear cuando lleguéis a los Ángeles.

Carol: No, Andrew.

Andrew: Tendrás que atrasar el reloj tres horas.

Carol: Así lo haré, Andrew.

Andrew: Y no hables con desconocidos.

Carol titubeó.

Carol: Define «desconocidos» -pidió-.

Andrew: Mamá -el ceño se convirtió en una sonrisa-.

Envolvió a su madre en un aplastante abrazo.

Vanessa se giró hacia su madre. Deseaba acabar cuanto antes, sin tensiones. No obstante cuando se miraron la una a la otra, Vanessa olvidó el sencillo discurso de despedida que había previsto. Volvía a ser una niña, y las palabras afluían atropelladamente a su cerebro en lugar de intentar seleccionarlas, rodeó con los brazos el cuello de su madre.

Ness: Te quiero -susurró, cerrando los ojos fuertemente contra las lágrimas-. Sé feliz, por favor, por favor, sé feliz.

Molly: Vanessa -dijo con un suave suspiro-.

Al cabo de un momento, Molly se retiró. Tenían la misma estatura y sus ojos quedaron al mismo nivel. Era extraño, pero Vanessa no podía acordarse de la última vez que su madre la había mirado con una concentración tan total. No a la bailarina, sino a su hija.

Molly: Te quiero, Vanessa. Puede que haya cometido errores -suspiró, sincerándose-. Pero siempre he deseado lo mejor para ti. O, al menos, lo que yo consideraba que era lo mejor. Quiero que sepas que estoy orgullosa de ti.

Los ojos de Vanessa se ensancharon, pero su garganta se cerró bloqueando toda respuesta  Molly le besó las mejillas y luego, tomando la bolsa de aseo de sus manos, se giró para despedirse de Andrew.

Carol: Voy a echarte mucho de menos -dijo a Vanessa con un rápido y enérgico abrazo-. Que no se te escape ese hombre -le susurró en el oído-. La vida es demasiado corta.

Antes de que Vanessa pudiese responder, Carol ya le había dado dos besos de despedida y traspuso la puerta de embarque con Molly.

Cuando hubieron desaparecido, Vanessa se volvió hacia Andrew. Las lágrimas humedecían sus pestañas, aunque consiguió impedir que resbalasen por sus mejillas.

Ness: ¿He de sentirme como una huérfana?

Él sonrió y la rodeó con un brazo.

Andrew: No lo sé, pero yo ya me siento huérfano. ¿Te apetece un café?

Vanessa se sorbió la nariz y negó con la cabeza.

Ness: Un helado -dijo convencida-. Un helado grande con fruta y crema, porque debemos celebrarlo por ellas -tomó el brazo y se alejaron de la puerta de embarque-. Yo invito.


La previsión meteorológica de Carol fue acertada. Una hora antes del crepúsculo, la nieve empezó a caer. Lo anunciaron las alumnas de la tarde de Vanessa al llegar a la academia.

En compañía de sus alumnas, Vanessa permaneció varios segundos delante de la puerta viendo nevar.

Siempre había algo mágico en la primera nevada, se dijo. Era como una promesa. A mediados del invierno, la nieve provocaría quejas y gruñidos, pero en aquel momento, tan fresca, blanca y suave, solo sugería sueños.

Vanessa prosiguió con la clase, pero su mente se negó a concentrarse. Pensó en su madre aterrizando en el aeropuerto de Los Ángeles. Allí aún sería primera hora de la tarde, y luciría el sol. Pensó en los niños de Cliffside, que pronto sacarían los trineos de los desvanes, los armarios y los cobertizos, preparándose para los paseos del día siguiente. Pensó en dar un largo y solitario paseo por la playa nevada.

Pensó en Zac.

Durante el descanso, mientras sus alumnas se cambiaban las zapatillas para la clase de pointe, Vanessa se acercó de nuevo a la puerta. Se había levantado viento, y la nieve le azotó la cara. Ya había una capa de varios centímetros en el suelo, y seguía nevando con intensidad. A ese ritmo, calculó Vanessa, habrían caído unos buenos 30 centímetros antes de que finalizara la clase. Demasiado arriesgado, decidió, y cerró la puerta.

Ness: Hoy no habrá clase de pointe, señoritas -frotándose los brazos para restablecer la circulación, volvió a la habitación-. ¿Alguna tiene que llamar a su casa?

Fue una suerte que la mayoría de las alumnas avanzadas de Vanessa fuesen a la academia en su propio coche o en el coche de alguna compañera. Pronto se hicieron los arreglos necesarios para que las más jóvenes fuesen enviadas a sus casas y, después de la confusión de rigor, la academia se quedó vacía. Vanessa respiró hondo y se giró hacia Brittany y Jessica.

Ness: Gracias. El éxodo habría llevado el doble de tiempo si no me hubierais ayudado -miró directamente a Jessica-. ¿Has llamado a Zac?

Jess: Sí. Ya tenía pensado quedarme en casa de Brittany esta noche, pero le telefoneé para recordárselo.

Ness: Bien -se sentó y empezó a ponerse unos pantalones de pana sobre las mallas y los calentadores-. Me temo que la nevada se convertirá en una fuerte ventisca dentro de una hora o así. Para entonces quiero estar en casa delante de una taza de chocolate caliente.

Britt: Me gusta cómo suena eso -se abrochó la cremallera del anorak y se subió la capucha-.

Ness: Pareces preparada para todo -comentó. Estaba guardando cuidadosamente las zapatillas de ballet en una bolsa-. ¿Y tú? -preguntó a Jessica mientras esta se calaba un gorro de esquí, tapándose las orejas-. ¿Estás lista?

Jessica asintió y se unió a ambas mujeres mientras caminaban hacia la puerta.

Jess: ¿Cree que tendremos un horario normal de clases mañana, señorita Hudgens?

Vanessa abrió la puerta, y las tres sintieron la acometida del viento. La nieve húmeda voló hacia sus caras.

Britt: Qué dedicación -musitó, agachando la cabeza para avanzar trabajosamente hacia los aparcamientos-.

Siguiendo un acuerdo tácito, procedieron a apartar la nieve del coche de Brittany utilizando un cepillo que Vanessa se había llevado del estudio. En poco rato, el coche quedó desenterrado. No obstante, antes de que pudieran volverse para hacer lo propio con el de Vanessa, Brittany emitió un largo gruñido. Señaló la rueda delantera izquierda.

Britt: Desinflada -dijo desanimada-. Andrew me dijo que tenía un pequeño escape. Me advirtió que me acordara de llenarla. Maldición -dio una patada al neumático culpable-.

Ness: Bueno, ya te castigaremos más tarde -decidió. Se guardó las manos en los bolsillos, esperando que sus dedos entraran en calor-. Ahora, te llevaré a casa.

Britt: ¡Oh, pero Vanessa! -sus ojos parecían angustiados-. Tendrás que hacer un desvío muy grande.

Vanessa se lo pensó un momento, y luego asintió.

Ness: Tienes razón -dijo enérgicamente-. Supongo que tendrás que cambiar esa rueda. Hasta mañana -echándose el cepillo al hombro, empezó a caminar hacia su coche-.

Britt: ¡Vanessa!

Agarró a Jessica de la mano, y las dos corrieron hacia la figura que se alejaba. En mitad del camino, Brittany tomó un puñado de nieve y, entre risas, lo lanzó hacia el gorro de Vanessa. Su puntería fue perfecta.

Vanessa se volvió, impasible.

Ness: ¿Queréis que os lleve? -la expresión de Jessica hizo que prorrumpiera en risas-. Pobrecilla, había creído que hablaba en serio. Vamos -entregó a Brittany el cepillo-. Pongamos manos a la obra antes de que quedemos sepultadas.

En menos de cinco minutos, Jessica se hallaba apretujada entre Vanessa y Brittany en la parte delantera del coche. La nieve revoloteaba en el exterior del parabrisas y bailoteaba en los haces de los faros.

Ness: Vamos allá -dijo, y respiró hondo mientras ponía el coche en primera-.

Jess: Una vez nos cayó una tormenta de nieve en Alemania -intentó encogerse para no molestar a Vanessa mientras esta conducía-. Tuvimos que viajar a caballo y, cuando llegamos al pueblo, quedamos aislados por la nieve durante tres días. Dormíamos en el suelo, alrededor de un fuego.

Britt: ¿Te sabes algún otro cuento? -inquirió cerrando los ojos contra la intensa nevada-.

Jess: También hubo una avalancha -aseguró-.

Britt: Estupendo.

Ness: Aquí hace años que no tenemos una -terció mientras avanzaba despacio y cautelosamente-.

Britt: Me pregunto cuándo saldrán los quitanieves -miró ceñuda la calle, y luego a Vanessa-.

Ness: Ya habrán salido; es difícil verlos. Estarán ocupados toda la noche -cambió de marcha, sin despegar los ojos de la carretera-. Mira a ver si ya funciona la calefacción. Se me están congelando los pies.

Jessica encendió la calefacción obedientemente. De la rendija brotó un chorro de aire frío.

Jess: Creo que todavía no está -aventuró apagándola de nuevo-.

Por el rabillo del ojo, Vanessa captó su sonrisa.

Ness: Te muestras muy valiente porque te las has visto con avalanchas.

Jess: Llevaba botas de montaña -confesó-.

Brittany agitó los dedos de los pies dentro de sus finos mocasines.

Britt: Es una listilla -dijo desenfadadamente-. Pero se le perdona por ese aire inocente. Fijaos -señaló hacia arriba, a la derecha-. Se ven las luces de la casa del acantilado a través de la nieve.

El impulso fue irresistible; Vanessa alzó la mirada. El tenue resplandor de la luz artificial brillaba a través del manto de nieve. Sintió casi como si se viera atraída hacia ella. El coche patinó en respuesta a su descuido.

Brittany cerró los ojos de nuevo, pero Jessica empezó a charlotear, sin preocuparse.

Jess: Tío Zac está trabajando en los planos de un proyecto. Se construirá en Nueva Zelanda y es precioso, aunque de momento solo son dibujos. Seguro que será fabuloso.

Cuidadosamente, Vanessa dobló la esquina en dirección a la casa de Brittany.

Ness: Me figuro que estará muy ocupado estos días.

Jess: Se encierra en su despacho durante horas -afirmó. Luego se inclinó para probar de nuevo la calefacción. Esta vez, el aire salía tibio-. ¿No os encanta el invierno? -preguntó animadamente-.

Brittany emitió un gemido y Vanessa se echó a reír.

Ness: Es una listilla -convino-.  No me habría dado cuenta si no me lo hubieras dicho.

Britt: Yo tampoco lo detecté enseguida -Estaba empezando a respirar con un poco más de calma mientras recorría lentamente la manzana hacia su casa. Cuando se detuvieron en el camino de entrada, dejó escapar un suspiro de alivio-. ¡Gracias a Dios!

Se removió en el asiento, aplastando a Jessica al inclinarse hacia Vanessa. Jessica descubrió que le gustaba aquella amigable incomodidad.

Britt: Quédate a pasar la noche, Vanessa. Las carreteras están fatal.

Vanessa se encogió de hombros.

Ness: Aún no están tan mal -la calefacción zumbaba ahora agradablemente, y se sentía calentita y confiada-. Estaré en casa dentro de un cuarto de hora.

Britt: Me morderé las uñas de preocupación, Vanessa.

Ness: Santo cielo, no quiero cargar con eso en mi conciencia. Te llamaré en cuanto llegue a casa.

Brittany suspiró, reconociendo su derrota.

Britt: En cuanto llegues -ordenó severamente-.

Ness: Ni siquiera me pararé a sacudirme la nieve de los zapatos.

Britt: Está bien -salió del coche y permaneció bajo la espesa nevada mientras Jessica la seguía-. Ten cuidado.

Ness: Lo tendré. Buenas noches, Jessica.

Jess: Buenas noches, Vanessa -se mordió el labio al reparar en el desliz que acababa de cometer, pero Brittany ya estaba cerrando la portezuela-.

Nadie se había dado cuenta. Jessica sonrió mientras observaba cómo los faros de Vanessa retrocedían.

Vanessa reculó lentamente para salir del camino de entrada y enfiló la carretera. Puso la radio para llenar el vacío dejado por Brittany y Jessica. Las carreteras, como dijo Brittany, estaban fatal. Aunque los limpiaparabrisas funcionaban al máximo, apenas proporcionaban unos escasos segundos de visión antes de que el cristal quedara cubierto de nuevo. Vanessa tenía que valerse de toda su concentración y su pericia para evitar que el coche patinara.

Era una buena conductora y conocía muy bien aquellas carreteras; sin embargo, sentía un pequeño nudo de tensión en la base del cuello.

A Vanessa no le importaba. Algunas personas funcionaban mejor bajo presión, y se tenía por una de dichas personas.

Reflexionó un momento sobre sus motivos para rechazar la invitación de Brittany. Encontraría su casa vacía, oscura y silenciosa. La negativa había sido automática, y ahora empezaba a arrepentirse. No deseaba darle vueltas a la cabeza ni estar sola. Estaba cansada de pensar.

Por un momento, dudó entre seguir adelante o volver. Antes de que pudiera tomar una decisión firme, una forma grande y negra apareció como un rayo en la carretera, delante de ella. El cerebro de Vanessa apenas tuvo tiempo de registrar que se trataba de un perro. Torció bruscamente el volante para evitar una colisión.

Una vez que el patinazo hubo comenzado, perdió el control. Mientras el coche daba vueltas, despidiendo nieve con las ruedas, Vanessa perdió el sentido de la dirección. Solo veía a su alrededor un borrón blanco. Firmemente, dominó su pánico y resistió el impulso de pisar el freno. El miedo que se había formado en su garganta no tuvo tiempo de salir a la superficie. Todo sucedió muy deprisa.
El coche chocó con algo duro y se detuvo con brusquedad. Vanessa sintió una ráfaga de dolor y oyó cómo la música de la radio se convertía en estática; luego, solo hubo silencio y oscuridad...


Vanessa gimió y se agitó. Un pífano y una procesión de tambores desfilaban dentro de su cabeza. Lentamente, y porque sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, abrió los ojos.

Los contornos flotaban borrosos a su alrededor, y luego se aclararon. Zac la miraba con el ceño fruncido. Vanessa sintió sus dedos en el lado de la cabeza donde se concentraba el dolor. Tragó saliva al notarse la garganta seca, pero su voz seguía ronca cuando habló.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Él enarcó una ceja. Sin hablar, le alzó los párpados uno por uno y estudió sus pupilas cuidadosamente.

Zac: No sabía que eras una perfecta idiota -las palabras brotaron de sus labios con calma-.

En su estado de aturdimiento, Vanessa no percibió su deje de ira. Hizo ademán de incorporarse, pero él le puso una mano en el hombro para impedírselo.

De momento, Vanessa permaneció tumbada sin protestar. Descubrió que se hallaba en el sofá de la sala de Zac. La chimenea estaba encendida; podía oír el crepitar del fuego y captar el olor del humo. Las llamas proyectaban sombras en la habitación iluminada únicamente por dos lamparillas de porcelana. Tenía un almohadón con bordados debajo de la cabeza, y el abrigo aún abotonado.
Vanessa se concentró en cada detalle y cada sensación hasta que su mente volvió a estar en condiciones.

Ness: El perro -dijo, acordándose bruscamente-. ¿Atropellé al perro?

Zac: ¿Qué perro? -la impaciencia de su voz era evidente, pero ella insistió-.

Ness: El perro que saltó delante del coche. Creo que lo esquivé, pero no estoy segura...

Zac: ¿Estás diciendo que te estrellaste contra un árbol para no atropellar a un perro?

De haber estado en posesión de todas sus facultades, Vanessa habría reconocido el peligro implícito en aquel tono gélido. Sin embargo, alzó la mano cautelosamente para tocarse la dolorida sien.

Ness: ¿Choqué con un árbol? Me siento como si hubiese chocado con un bosque entero.

Zac: No te muevas -ordenó, y luego salió a grandes zancadas de la habitación-.

Con cautela, Vanessa convenció a su cuerpo para que adoptara una posición sentada. Su visión seguía siendo clara, pero la sien le latía horriblemente. Recostando de nuevo la cabeza en el almohadón, cerró los ojos. Como bailarina, estaba acostumbrada a aguantar el dolor.

Una serie de preguntas empezaron a tomar forma en su mente. Vanessa dejó que se disolvieran y se reagruparan hasta que Zac regresó a la sala.

Zac: Te dije que no te movieras.

Ella abrió los ojos y le dirigió una sonrisa lánguida.

Ness: Estoy mejor sentada, de verdad -aceptó el vaso y las pastillas que Zac le ofrecía-. ¿Qué son?

Zac: Aspirinas -musitó-. Tómatelas.

Ella frunció el ceño al oír su orden, pero el dolor de cabeza la persuadió para que se rindiera con dignidad. Zac observó cómo tragaba las aspirinas antes de cruzar la habitación para servir una copa de coñac.

Zac: ¿Por qué diablos no te quedaste en casa de Brittany?

Vanessa se encogió de hombros, y luego se apoyó nuevamente en el almohadón.

Ness: Eso mismo me estaba preguntando cuando el perro apareció en la carretera.

Zac: Y frenaste, en mitad de una tormenta de nieve, para no atropellarlo -el disgusto de su tono era manifiesto-.

Vanessa abrió un ojo para observar su espalda, y luego volvió a cerrarlo.

Ness: No, di un volantazo. Aunque supongo que equivale a lo mismo. Lo hice sin pensar. En cualquier caso, creo que no lo atropellé y me he lastimado poco, así que no ha pasado nada.

Zac: ¿Que no ha pasado nada? -se detuvo en el acto de darle una copa de coñac. El tono de sus palabras hizo que Vanessa abriera los ojos-.  ¿Tienes idea de lo que podría haberte pasado si Jessica no me hubiese llamado para decir que la habías llevado a casa de Brittany?

Ness: Zac, no sé con claridad lo que ocurrió, salvo que perdí el control del coche y choqué con un árbol. Creo que deberías aclararme los detalles más básicos antes de que empecemos a discutir.

Zac: Bebe esto -le dio la copa de coñac-. Aún estás pálida -esperó hasta que Vanessa hubo obedecido, y luego se sirvió una copa para él-. Jessica telefoneó para decirme que había llegado bien a casa de Brittany. Me dijo que tú las habías llevado, y que luego insististe en conducir hasta tu casa sola.

Ness: No insistí, exactamente -empezó a decir; luego, al ver la expresión de Zac, se encogió de hombros y probó otro sorbo de coñac-.

No era el chocolate caliente que había imaginado, pero le hacía entrar en calor.

Zac: Brittany estaba muy preocupada, como es natural. Dijo que pasarías por aquí en poco rato y me pidió que estuviera pendiente, dado que desde la casa se ve bastante bien la carretera. Supusimos que no habría mucho tráfico con este tiempo tan malo -hizo una pausa para beber, y luego hizo girar el coñac restante mientras miraba a Vanessa. Un asomo de color había regresado a sus mejillas-. Después de colgar, me acerqué a la ventana, justo a tiempo, según parece, para ver tus faros. Vi cómo viraban en círculos y después se detenían en seco -tras soltar el coñac, se metió las manos en los bolsillos-. De no ser por esa llamada, aún seguirías inconsciente en el coche. Gracias a Dios que, por lo menos, fuiste lo bastante sensata como para llevar puesto el cinturón de seguridad. De lo contrario, tendrías mucho más que un chichón en la cabeza.

Ella se puso a la defensiva.

Ness: Oye, yo no pretendía quedar inconsciente, y además...

Zac: Pero quedaste -interrumpió. Su tono era lacónico y cortante-.

Ness: Zac, estoy tratando de mostrarme agradecida, pues supongo que fuiste tú quien me sacó del coche y me trajo a la casa -apuró el resto del coñac y dejó a un lado la copa-. Me lo estás poniendo difícil.

Zac: No me interesa tu gratitud.

Ness: Bien. En ese caso, no la derrocharé -se levantó. El movimiento fue demasiado rápido. Tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos para combatir el mareo-. Me gustaría que llamaras a Brittany para tranquilizarla.

Zac: Ya la he llamado -vio cómo perdía el color que había recuperado gracias al coñac-. Le dije que estabas aquí, que habías tenido un problema con el coche. No me pareció necesario especificar qué clase de problema. Siéntate, Vanessa.

Ness: Ha sido todo un detalle por tu parte. Quizá pueda abusar un poco más de tu bondad y pedirte que me lleves a casa de Brittany.

Zac se acercó a ella, le puso las manos en los hombros y, mirando sus ojos enfurecidos, la obligó a sentarse otra vez en el sofá.

Zac: De ningún modo. Ninguno de los dos saldrá de aquí con esa tormenta.

Vanessa elevó el mentón y le dirigió una mirada rabiosa.

Ness: No pienso quedarme aquí.

Zac: A estas alturas, no creo que tengas más remedio.

Vanessa se removió en el sofá, cruzando los brazos sobre el pecho.

Ness: Imagino que harás que Prescott me prepare una habitación en las mazmorras.

Zac: Podría ser. Pero está en Nueva York, atendiendo ciertos asuntos en mi nombre -sonrió-. Estamos totalmente solos.

Vanessa quiso hacer un gesto despreocupado con los hombros, pero el movimiento fue más bien una sacudida nerviosa.

Ness: No importa. Puedo ir a casa de Brittany por la mañana. Supongo que puedo utilizar la habitación de Jessica.

Zac: Supongo.

Ella se levantó, pero más lentamente que la primera vez. Las palpitaciones se habían convertido en un dolor vago, fácil de ignorar.

Ness: Subiré, entonces.

Zac: Apenas son las nueve -su mano se posó en el hombro de ella, suavemente pero con la firmeza necesaria para frenarla-. ¿Estás cansada?

Ness: No, yo... -confesó antes de poder pensárselo dos veces-.

Zac: Quítate el abrigo -sin aguardar una respuesta, empezó a desabrocharle los botones-. Antes estaba demasiado preocupado intentando reanimarte como para hacerlo -mientras le retiraba el abrigo de los hombros, volvió a mirarla a los ojos. Con delicadeza, acercó un dedo al morado que tenía en la sien-. ¿Te duele?

Ness: Ahora no mucho -notó que el pulso se le aceleraba. Era inútil atribuirlo a la conmoción del accidente. Reconoció las sensaciones que empezaban a fluir en su interior y lo miró directamente a los ojos-. Gracias.

Zac sonrió mientras recorría sus brazos con las manos y luego tomaba las de Vanessa.

Un jadeo escapó de los labios de ella cuando él le alzaba las manos para besarle la cara interior de las muñecas.

Zac: Tienes el pulso alterado.

Ness: Me pregunto por qué será -murmuró-.

Complacido, Zac emitió una risita baja mientras le soltaba las manos.

Zac: ¿Has comido?

Ness: ¿Comido? -su mente intentó concentrarse en la palabra, pero sus sentidos aún seguían dominando su organismo-.

Zac: Comida. Como la que se toma en la cena.

Ness: Oh, no, he estado en el estudio desde esta tarde.

Zac: Entonces, siéntate -ordenó-. Iré a ver si Prescott ha dejado algo decente.

Ness: Iré contigo -colocó la mano sobre la de él para atajar su objeción-. Zac, las bailarinas somos muy resistentes. Estoy bien.

Él observó su rostro con ojo crítico, y luego asintió.

Zac: Está bien, pero lo haremos a mi manera -con un movimiento inesperado, la tomó en brazos-. Compláceme -dijo, anticipándose a sus protestas-.

Vanessa encontró deliciosa la sensación de ser mimada y se acomodó para disfrutar de ella.

Ness: ¿Y tú, has comido?

Zac negó con la cabeza.

Zac: He estado trabajando... Y luego me entretuvieron.

Ness: Ya te he dado las gracias -señaló-.

Zac abrió la puerta de la cocina con el hombro.

Zac: No habría sido necesario si hubieses actuado con dos dedos de frente y te hubieras quedado en casa de Brittany.

Ness: Tú siempre tan lógico -reprimió un suspiro cuando él la soltó sobre la mesa de la cocina-. Es un mal hábito, pero estoy segura de que podrías superarlo -le sonrió-. Y si me hubiera quedado en casa de Brittany, ahora no estaría aquí siendo atendida. ¿Qué vas a prepararme?

Zac le tomó la barbilla con la mano y la miró detenidamente.

Zac: Nunca he conocido a nadie como tú.

Su tono era meditabundo, y ella acarició su mano.

Ness: ¿Y eso es bueno o malo?

Él meneó la cabeza lentamente, y luego la soltó.

Zac: Todavía no lo he decidido.

Vanessa observó cómo se acercaba a la nevera. Le resultaba difícil creer lo mucho que lo amaba, lo sólido y completo que era ya ese amor.

«¿Y qué puedo hacer?», se preguntó. «¿Se lo digo? Sería embarazoso para él, y podría estropear completamente lo que parece el principio de una gran amistad. ¿No se supone que el amor es comprensivo y desinteresado?» Extendiendo los dedos sobre la superficie de la mesa, Vanessa se quedó mirándolos.

«Pero ¿se supone que causa dolor y, un momento después, le hace sentir a una como si volara?»

Zac: ¿Vanessa?

Ella alzó la mirada bruscamente, repentinamente consciente de que Zac le había hablado.

Ness: Lo siento -sonrió-. Estaba soñando despierta.

Zac: Hay un plato de asado de ternera, ensalada de espinacas y quesos de varias clases.

Ness: Suena estupendo -se levantó, alzando una mano para acallar su protesta-. Estoy fuera de peligro, te lo aseguro. Dejaré que prepares todo eso mientras yo pongo la mesa -se acercó hasta el armario y empezó a buscar-.


Ness: ¿Cómo se te da fregar los platos? -inquirió mientras Zac hacía café después de la cena-.

Zac: Pues la verdad es que he tenido pocas ocasiones -la miró por encima del hombro-. ¿Y a ti, cómo se te da?

Ness: Acabo de sufrir un accidente. Muy traumático. No sé si seré capaz de hacer algo manual todavía.

Zac: ¿Puedes ir caminando hasta la otra habitación? -preguntó cínicamente-. ¿O llevo el café primero y luego vuelvo a por ti?

Ness: Lo intentaré -se retiró de la mesa-.

Mantuvo la puerta de la cocina abierta para que Zac pudiera pasar.

Zac: La verdad es que poca gente se habría recuperado tan rápidamente como tú -recorrieron el pasillo juntos-. Te diste un buen golpe, a juzgar por el tamaño de ese chichón. Y, a juzgar por el estado de tu coche, tuviste suerte de no salir peor parada.

Ness: Pero estoy perfectamente -observó mientras entraban en la sala-. Y, por favor, no quiero enterarme de cómo está mi coche hasta que sea necesario. Podría sumirme en una grave depresión -tras sentarse en el sofá, hizo un gesto para que Zac colocara la bandeja delante de ella-. Yo lo serviré. Lo tomas con crema, ¿verdad?

Zac: Mmm -se acercó a la chimenea para introducir otro tronco en el fuego. Saltaron chispas antes de que el tronco siseara y empezase a arder. Cuando regresó junto a ella, Vanessa ya se estaba sirviendo su taza-. ¿Está la habitación lo bastante cálida?

Ness: Oh, sí, el fuego es magnífico -se recostó sin tocar el café-. Esta habitación es cálida incluso con la chimenea apagada -cómoda y relajada, dejó que sus ojos se pasearan por la sala-. Cuando era una adolescente, solía soñar con sentarme aquí de esta manera... con la tormenta rugiendo fuera, el fuego ardiendo en el hogar y mi amante al lado.

Dejó salir las palabras sin pensar. En el momento en que las hubo dicho, las mejillas de Vanessa se tiñeron de color. Zac le acarició la mejilla con el dorso de la mano.

Zac: Jamás creí que te vería ruborizarte.

Vanessa percibió el atisbo de placer que había en su voz. Volvió la cara.

Ness: Quizá tengo fiebre.

Zac: Déjame ver -la giró de nuevo hacia sí. La sostuvo firmemente, pero los labios que descendieron para posarse sobre su frente eran suaves como una pluma-. No parece que tengas fiebre -con una mano, palpó el pulso en su cuello, presionando ligeramente con los dedos-.  Tu pulso no es regular.

Ness: Zac... -dejó la frase en suspenso cuando él deslizó una mano dentro de su jersey para acariciarle la espalda-.

Pasó el dedo por la línea donde el maillot daba paso a la piel.

Zac: Pero quizá tienes demasiado calor con este jersey tan grueso.

Ness: No, yo...

Pero antes de que Vanessa pudiera impedirlo, él ya se lo había sacado expertamente por la cabeza.

Zac: Así está mejor -masajeó sus hombros brevemente, y luego volvió a centrarse en el café. Vanessa notó que todos los nervios de su cuerpo estaban despiertos-. ¿Con qué otras cosas soñabas? -mientras bebía el café, sus ojos buscaron los de ella-.

Vanessa se preguntó si sus pensamientos serían tan transparentes como temía.

Ness: Soñaba con bailar con Mike Anderson.

Zac: Un sueño convertido en realidad -comentó-. ¿Sabes qué es lo que me fascina de ti?

Intrigada, Vanessa meneó la cabeza.

Ness: ¿Mi deslumbrante belleza, quizá? -sugirió-.

Zac: Tus pies.

Ness: ¡Mis pies! -se echó a reír, mirando automáticamente los zapatos sin cordones que llevaba puestos-.

Zac: Son muy pequeños -antes de que Vanessa pudiese adivinar sus intenciones, Zac ya se había colocado sus pies en el regazo-. Deberían pertenecer a una niña, en lugar de a una bailarina.

Ness: Pero tengo la suerte de poder alzarlos sobre tres dedos. Muchas bailarinas solo pueden apoyarse en dos. ¡Zac! -se echó a reír nuevamente mientras él le quitaba los zapatos-.

Su risa se acalló cuando Zac le pasó un dedo a lo largo del arco del pie. Sintió una increíble e intensa punzada de deseo. Fluyó en su interior y luego se propagó como un fuego descontrolado por todo su cuerpo. Emitió un jadeo involuntario e irreprimible.

Zac: Parecen muy frágiles -comentó cubriendo con la mano el empeine-. Pero deben de ser fuertes -de nuevo levantó los ojos hacia los de ella. Su dedo pulgar trazó una línea por la planta del pie, y ella se estremeció-. Y sensibles.

Cuando Zac le alzó ambos pies y le besó los tobillos, Vanessa comprendió que estaba perdida.

Ness: Sabes lo que me haces sentir, ¿verdad? -susurró-.

Era el momento de aceptar lo que había de surgir entre ambos.

Hubo un brillo de triunfo en los ojos de él cuando irguió otra vez la cabeza.

Zac: Sé que te deseo. Y que tú también me deseas.

Ojalá fuese algo tan simple, se dijo Vanessa. Si no lo amase, podrían compartir sus cuerpos con total libertad, sin lamentaciones. Pero ella lo amaba, y algún día pagaría por lo que estaba sucediendo esa noche. Un ligero soplo de miedo estalló en su pecho cuando pensó en cuál podía ser el precio.

Ness: Abrázame -se refugió entre sus brazos-. Abrázame.

«Mientras dure la nevada», se dijo, «estaremos solos. No hay nadie más en el mundo, y el tiempo nos pertenece. No existe el mañana. No existe el ayer.»

Echó hacia atrás la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Con la yema del dedo, recorrió pausadamente las curvas y los ángulos de su semblante, hasta que cada centímetro quedó grabado en su memoria.

Ness: Ámame, Zac -dijo con los ojos muy abiertos-. Haz el amor conmigo.

No hubo tiempo para la gentileza, ni ninguno de los dos lo deseaba. La pasión impuso sus propias reglas. La boca de él se mostraba ávida, abrasando la de Vanessa, hasta que sus palabras se disolvieron en el aire.

Su ansiedad era increíblemente excitante. No obstante, Vanessa percibió que Zac mantenía el control, sin dejar de ser dueño de su destino. No hubo torpeza en sus dedos mientras la desnudaba. Sus manos le acariciaban la piel mientras las prendas de ropa eran retiradas una a una, provocando deseo allí donde tocaban.

Cuando Vanessa luchó por desabrocharle los botones de la camisa, él la ayudó. Había entre ellos fuego, necesidad, una espiral de placer.

Tocándolo, explorando la tirante piel de su pecho y de sus hombros, Vanessa experimentó una sensación nueva. Era una sensación de posesión. Por ahora, de momento, Zac era suyo, y ella le pertenecía por completo. Y ambos eran piel contra piel, sin barreras, desnudos, enredados y hambrientos.

La boca de él descendió febrilmente para saborear uno de los senos de Vanessa, y luego permaneció allí, paladeándolo, mientras con las manos le proporcionaba un placer tembloroso.

Su lengua era excitantemente ruda. Mientras Zac la acariciaba con la boca y la nariz, ella se situó debajo de él, impulsada por una necesidad que crecía en fuerza y apremio.

Su respiración se tornó en susurros mientras lo urgía a besarla de nuevo. Los labios de Zac emprendieron un lento viaje, deteniéndose en su cuello, desviándose hacia su oreja hasta que Vanessa casi se volvió loca con la necesidad de paladearlos. Ansiosamente, poseyó la boca de Zac con la suya, estremeciéndose con una pasión más abrumadora que cualquier otra sensación que hubiese experimentado anteriormente.

En la danza, era un solo ser. El placer y los sueños eran suyos y estaban sujetos a su control.

Ahora, estaba unida a otro ser, y el placer y los sueños eran algo compartido. La pérdida del control formaba parte del éxtasis.

Vanessa se sentía fuerte, más poderosa de lo que jamás creía haber podido sentirse. Su energía carecía de límites, extraída de la necesidad de poseer, de la necesidad de dar.

La pasión de ambos fluía con la dulzura de la miel; Vanessa se derritió entre los brazos de Zac.




Ness, eres una imprudente y aun así Zac te quiere. ¡No lo dejes escapar! XD

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¡Un besi!


martes, 19 de abril de 2016

Capítulo 8


Los domingos, Vanessa no se ceñía a ningún horario.

Durante seis días a la semana su tiempo estaba estrictamente organizado, dedicado a las clases, el papeleo y su madre. El domingo aprovechaba para relajarse.

Era ya última hora de la mañana cuando bajó de su habitación. El intenso aroma del café la atrajo hacia la cocina. Pudo oír los movimientos lentos e irregulares de su madre antes de abrir la puerta.

Ness: Buenos días -cruzó por el suelo de linóleo para besar la mejilla de Molly, y luego observó su pulcro traje de tres piezas-. Te has arreglado -el placer embargaba su voz-. Estás magnífica.

Molly sonrió mientras se tocaba el cabello con una mano nerviosa.

Molly: Carol quiere que vayamos a almorzar al club de campo. ¿Crees que voy bien peinada?

Ness: Estupendamente bien -se alegró al ver que su madre volvía a acicalarse-. Pero ya sabes que lo que más te miran son las piernas. Tienes unas piernas fantásticas.

Molly se echó a reír, un sonido que Vanessa llevaba mucho tiempo esperando oír.

Ness. Tu padre siempre lo creyó así -su tono volvía a ser triste-.

Vanessa le rodeó el cuello con los brazos.

Ness: No, por favor -la abrazó un momento, deseando disipar su melancolía-. Me gusta mucho verte sonreír. Papá quería que sonrieras.

Al notar que Molly suspiraba, la abrazó con más fuerza. De serle posible, le habría hecho una transfusión con parte de su propia fuerza.

Molly le dio una palmadita en la espalda y se retiró.

Molly: Tomemos un café -avanzó hacia la mesa-. Puede que mis piernas tengan buen aspecto, pero siguen unidas a mi cadera y se cansan con facilidad.

Vanessa observó cómo su madre se sentaba, y luego se dirigió hacia el armario. Era importante mantener animada a Molly.

Ness: Ayer estuve trabajando hasta tarde con la chica de la que te he hablado, Jessica Efron -sirvió dos tazas de café antes de dirigirse hacia la nevera para sacar la leche. Añadió una cantidad generosa al café de su madre y dejó el suyo solo-. Es excepcional, verdaderamente excepcional -prosiguió mientras se sentaba junto a Molly-. Le he dado el papel de Carla en El cascanueces. Es una chica tímida e introvertida, que solo parece segura de sí misma cuando está bailando -pensativamente, observó cómo brotaba el vapor de la taza de café-. Quiero enviarla a Nueva York, con Mike. Su tío no quiere ni oír hablar de ello -al menos en los siguientes cuatro meses y medio, se dijo con aflicción-. Qué hombre tan testarudo e inflexible. ¿Todos los hombres son tercos como mulas? -inquirió, y luego maldijo al quemarse la lengua con un sorbo de humeante café-.

Molly: En su mayoría -su café se enfriaba frente a ella-. Y también en su mayoría las mujeres parecen verse atraídas por los hombres tercos como mulas. Ese hombre te atrae.

Vanessa alzó la mirada, y luego volvió a fijarla en el café.

Ness: Bueno… sí. Es algo distinto de los demás hombres que he conocido. Su vida no gira en torno a la danza. Ha viajado prácticamente por todo el mundo. Es un hombre seguro de sí mismo y arrogante, aunque de forma mesurada. El único que conozco con semejante confianza en sí mismo, aparte de él, es Mike -sonrió, recordando, y acompañó sus palabras con gestos-. Pero Mike posee un temperamento apasionado típico de los rusos. Tira cosas, gime, grita. Hasta sus ataques de genio están cuidadosamente orquestados. Zac es diferente. Zac puede partirte en dos sin abrir la boca.

Molly: Y tú lo respetas por ello.

Vanessa levantó de nuevo los ojos y se rió. Era la primera vez, que ella recordase, que entablaba con su madre una conversación seria que no estuviese centrada en la danza.

Ness: Sí -admitió-. Por ridículo que suene, así es. Es de esa clase de hombres que imponen su autoridad sin exigirlo, no sé si me explico -sorbió su café con más cuidado-. Jessica lo adora. Se le nota en la cara cada vez que lo mira. La expresión de soledad está desapareciendo de sus ojos, y estoy segura de que el mérito es de Zac -su voz se suavizó-. Es un hombre muy sensible, creo, y sabe controlar muy bien sus emociones. Creo que, si amara a alguien, se mostraría muy exigente, porque no invertiría sus emociones con facilidad. Aun así, si no fuese tan terco, enviaríamos a Jessica con Mike. Un año de preparación en Nueva York le posibilitará entrar en el cuerpo de baile, estoy segura. Se lo he mencionado a Mike, pero…

Molly: ¿A Mike? -interrumpió los pensamientos verbales de Vanessa-. ¿Cuándo?

Vanessa volvió en sí misma con una maldición. No había omitido mencionar la llamada de Mike por descuido. Había deseado evitar un tema de conversación que acabaría afligiéndolas a ambas. Se encogió de hombros y habló casualmente, entre sorbo y sorbo de café.

Ness: Oh, hace un par de días. Me llamó al estudio.

Molly: ¿Para qué?

La pregunta de Molly era serena pero inevitable.

Ness: Para ver cómo me encontraba y para preguntarme por ti -las flores que Carol había llevado la semana pasada se marchitaban en el jarrón colocado en la mesa. Vanessa se levantó, llevándose las flores consigo-. Siempre te ha tenido mucho cariño.

Molly observó cómo su hija depositaba las flores mustias en el cubo de la basura.

Molly: Te ha pedido que vuelvas.

Vanessa puso el jarrón en el fregadero y empezó a enjuagarlo.

Ness: Anda muy entusiasmado con un nuevo ballet que está escribiendo.

Molly: Y quiere que lo protagonices tú. -Vanessa siguió enjuagando el jarrón-. ¿Qué le has dicho?

Vanessa meneó la cabeza, deseando evitar otra discusión tensa.

Ness: Madre, por favor.

Hubo un momento de silencio, roto únicamente por el ruido del agua en el fregadero.

Molly: He pensado que podría irme a California con Carol.

Sorprendida tanto por el comentario como por el tono calmado de su madre, Vanessa se giró sin cerrar siquiera el grifo.

Ness: Sería maravilloso para ti. Evitarías lo peor del invierno.

Molly: No me refería solo al invierno. Sería algo permanente.

Ness: ¿Permanente? -la confusión nubló su rostro. Detrás de ella, el agua se estrellaba contra el jarrón de cristal. Se volvió y cerró el grifo-. No te comprendo.

Molly: Carol tiene familia allí, ¿sabes? -se levantó para servirse otro café, emitiendo una protesta cuando Vanessa se acercó para hacerlo por ella-. Un primo suyo se enteró de que vendían una floristería. Está en un sitio excelente. Carol la compró.

Ness: ¿La compró? -atónita, volvió a sentarse-. Pero ¿cuándo? No me ha dicho nada. Andrew tampoco me lo ha comentado y lo vi ayer mismo…

Molly: Carol quiere arreglarlo todo antes -interrumpió la incrédula frase de Vanessa-. Quiere que sea socia suya en el negocio.

Ness: ¿Socia suya? -meneó la cabeza, y luego se presionó las sienes con los dedos-. ¿En California?

Molly: No podemos seguir como hasta ahora, Vanessa -avanzó cojeando hasta la mesa con el café-. Físicamente estoy tan bien como llegaré a estarlo. Ya no es necesario que sigas mimándome o preocupándote por mí. Sí, no lo niegues -prosiguió cuando Vanessa abrió la boca para protestar-. He progresado muchísimo desde que salí del hospital

Ness: Lo sé. Sí, ya lo sé, pero California…-dirigió a Molly una mirada desvalida-. Está muy lejos…

Molly: Es lo que ambas necesitamos. Carol me dijo que yo te estaba presionado, y tenía razón.

Ness: Madre…

Molly: Es cierto, y seguiré haciéndolo mientras continuemos viviendo tan cerca la una de la otra -tras exhalar un largo suspiro, frunció los labios-. Ha llegado la hora… para ambas. Solamente he deseado una cosa para ti. Y mi deseo no ha cambiado -tomó las manos de Vanessa, estudiando los largos y estilizados dedos-. Los sueños son obstinados. Y durante toda mi vida he tenido el mismo sueño… primero para mí misma, luego para ti. Quizá me he equivocado. O quizá me estás utilizando como excusa para no volver- mientras Vanessa negaba con la cabeza, prosiguió-: Has cuidado de mí cuando te necesitaba, y te estoy agradecida. No te lo he demostrado porque ese sueño se interponía entre ambas. Voy a pedirte una cosa por última vez. -Vanessa permaneció callada, a la espera-. Piensa en lo que tienes, en quien eres. Piensa en la posibilidad de volver.

Vanessa no pudo hacer nada salvo asentir.

Ness: ¿Cuándo te irías?

Molly: Dentro de tres semanas.

Emitiendo un rápido suspiro al oír la respuesta, Vanessa se levantó.

Ness: Carol y tú seréis unas socias estupendas -de repente, se sentía perdida, sola y abandonada. Voy a pasear un rato -dijo rápidamente antes de que las emociones afloraran a su rostro-. Necesito pensar.

Vanessa adoraba la playa cuando el viento transportaba indicios del invierno. Llevaba un viejo chaquetón para protegerse de la mordedura del frío y, con las manos metidas en los bolsillos, caminaba por la extensión de roca y arena. En lo alto, el cielo aparecía tranquilo e implacablemente azul. El oleaje se agitaba salvajemente. Más que el olor del mar, podía paladearse su sabor. El viento soplaba con libertad, y Vanessa pensó que aclararía su mente.

Nunca había pensado en la posibilidad de que su madre se marchase definitivamente de Cliffside. Y no estaba segura de lo que sentía al respecto. Una gaviota descendió en picado por encima de su cabeza, y Vanessa se detuvo para contemplar su vuelo sobre las rocas.

Tres años, se dijo. Tres años atrapada en la misma rutina. Ya no estaba segura de poder prescindir de dicha rutina.

Agachándose, recogió una piedra plana y lisa. Era del color de la arena, con motas negras, del tamaño de un dólar de plata.

Vanessa la sacudió y se la guardó en el bolsillo. Mantuvo la mano cerrada en torno a ella, calentándola distraídamente mientras paseaba.

Pensó en todas las etapas de su vida desde su regreso a Cliffside. Volviendo la vista atrás, recordó sus años en Nueva York.

Dos vidas diferentes, se dijo Vanessa, encorvando los hombros. Al echar la cabeza hacia atrás, divisó la casa del acantilado. Se cernía a gran altura sobre ella, a medio kilómetro de distancia, pero su visión la llenó de calor, tal como ella estaba calentando la piedra.

“Es porque siempre está ahí”, se dijo, “porque siempre puedes contar con ella. Cuando todo anda mal, ella resiste”.

Sus ventanas resplandecían al sol mientras Vanessa la contemplaba. De las chimeneas surgían columnas rizadas de humo. Vanessa suspiró, abrazándose a sí misma.

Un movimiento en el otro extremo de la playa llamó su atención. Zac caminaba hacia ella. Debía de haber bajado por la escalera de la casa que daba a la playa. Haciendo pantalla con las manos para protegerse los ojos del sol, Vanessa lo observó. Sonrió sin apenas ser consciente de ello.

“¿Por qué ejerce ese efecto sobre mí?”, se preguntó. “¿Por qué siempre me alegro tantísimo de verlo? Camina con tanta seguridad… Ni uno solo de sus movimientos es superfluo. Me gustaría bailar con él, alguna melodía lenta y ensoñadora”. Notó un tirón en el corazón y suspiró. “Debería echar a correr antes de que se acerque más”.

Y corrió. Hacia él.

Zac la vio acercarse. Su cabello flotaba alborotado tras ella. El viento teñía de rosa sus mejillas. Su cuerpo parecía etéreo, deslizándose sobre la arena, y Zac se acordó de la noche en que la sorprendió bailando a solas.

No era consciente de haberse quedado parado de pronto.

Ella le tendió los brazos con una brillante sonrisa.

Ness: Hola -poniéndose de puntillas, le posó un rápido beso en los labios-. Cuánto me alegra verte. Me sentía muy sola -sus dedos se entrelazaron con los de él-.

Zac: Te vi desde la casa.

Ness: ¿Sí? -se dijo que parecía más joven con el cabello alborotado por el viento-. ¿Cómo supiste que era yo?

Zac frunció el ceño levemente, pero su voz permaneció imperturbable.

Zac: Por tu forma de moverte.

Ness: No hay mejor cumplido para una bailarina. ¿Y por eso has bajado? -sentaba bien sentir sus manos de nuevo, ver la mirada solemne y escrutadora de sus ojos-. ¿Para estar conmigo?

Solamente su ceja se movió, en una leve inclinación ascendente, antes de que respondiera.

Zac: Sí

Ness: Me alegro -sonrió cálidamente, sin reservas-. Necesito hablar con alguien. ¿Querrás escucharme?

Zac: Está bien.

Siguiendo un acuerdo silencioso, empezaron a caminar.

Ness: Bailar siempre lo ha sido todo para mí -comenzó a decir-. No recuerdo un solo día sin clases, una sola mañana sin la barra. Era vital para mi madre, que como bailarina tenía sus limitaciones, que yo llegase más lejos. Fue una suerte para todos que yo deseara bailar y que estuviese capacitada para ello. Era importante para ambas, aunque por distintos motivos, y constituía un vínculo entre nosotras. -Hablaba en tono quedo, pero su voz se oía nítidamente sobre el rumor del mar-. Era un poco mayor que Jessica cuando entré en la compañía. Es una vida muy dura, de competitividad, horarios estrictos, presión. Oh, Dios mío, la presión. Empieza por la mañana, en cuanto una abre los ojos. Barra, clases, ensayos, más clases. Siete días a la semana. Esa es toda tu vida, no hay nada más. No puede haberlo. Nunca puedes relajarte. Siempre hay alguien detrás de ti, esperando ocupar tu lugar. Si te saltas una clase, una sola clase, tu cuerpo lo nota y te tortura. El dolor siempre está presente… en los músculos, los tendones, los pies. Es el precio necesario para mantener esa flexibilidad antinatural. -Vanessa suspiró y dejó que el viento azotara su rostro-. Yo lo adoraba. Cada momento. Sé que resulta difícil entenderlo, pero es cierto. Cuando estaba en la compañía, me encerré por completo en mí misma y en mi trabajo. Raras veces pensaba en Cliffside o en nadie de aquí. Íbamos a iniciar los ensayos de El pájaro de fuego cuando mis padres tuvieron el accidente -hizo una pausa entonces y, aunque su voz se espesó, seguía siendo firme-. Amaba a mi padre. Era un hombre sencillo, generoso. Dudo que me acordase de él más de una docena de veces durante aquel último año en Nueva York. ¿Alguna vez has hecho algo por lo que te odies constantemente a ti mismo? ¿Algo que ya no puedes cambiar?

Zac: ¿Algo que haga que te despiertes a las tres de la mañana? -le echó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí-. Sí, alguna vez.

Ness: Mi madre pasó bastante tiempo en el hospital -durante un momento, giró el rostro para hundirlo en su hombro. Hablar de ello le resultaba más difícil de lo que había supuesto-. Estaba en coma. Luego tuvieron que operarla y someterla a una terapia. Fue un periodo largo y doloroso para ella. Tuve que ocuparme de un montón de papeleo. Descubrí que habían hipotecado por segunda vez la casa para financiar mis dos primeros años de estudios en Nueva Cork - una profunda bocanada de aliento la ayudó a contener las lágrimas-. Yo estaba totalmente absorta en mí misma, centrada en mis ambiciones, mientras ellos arriesgaban la casa para posibilitar mis sueños.

Zac: Debió de ser lo que deseaban, Vanessa. Y triunfaste. Obviamente estaban orgullosos de ti.

Ness: Sí, pero yo acepté su generosidad sin pensar en ello, sin mostrarles mi gratitud.

Zac: ¿Cómo podías mostrar gratitud por algo de lo que no sabías nada? -señaló-.

Ness: Más atenta -murmuró mientras una gaviota chillaba sobre sus cabezas-. Desearía haber sido más atenta, en cualquier caso -siguió diciendo-. Al regresar, abrí la academia para no volverme loca y para ayudar económicamente a mi madre, hasta que pudiera valerse por sí misma. Por entonces no tenía pensado quedarme.

Zac: Pero cambiaste de planes -los pasos de Vanessa se habían vuelto más lentos, y Zac acortó su zancada para ajustarse a ellos-.

Ness: Fueron pasando los meses -con aire ausente, se retiró el cabello que le tapaba la visión-. Cuando mi madre salió por fin del hospital, seguía necesitando muchos cuidados. La madre de Andrew fue nuestra salvación. Dividía su tiempo entre la tienda y nuestra casa para que yo pudiera atender la academia. Entonces, llegó un momento en que tuve que enfrentarme a las cosas tal como eran. Había pasado demasiado tiempo y todavía no había un final a la vista. -Caminó por un momento en silencio-. Dejé de pensar en volver a Nueva York. Cliffside era mi hogar y tenía amigos aquí. Tenía la academia. La vida de las bailarinas profesionales está muy reglamentada. Toman clases a diario, que es muy distinto a impartirlas. Siguen un régimen de comidas muy determinado, piensan de una manera muy concreta. Yo dejé de ser una bailarina profesional, simplemente.

Zac: Pero tu madre se negó a aceptar eso.

Sorprendida, Vanessa se detuvo y alzó los ojos para mirarlo.

Ness: ¿Cómo lo sabes?

Zac le retiró el pelo de la mejilla.

Zac: No es tan difícil.

Ness: Tres años, Zac -se encogió de hombros-. Mi madre no es realista. Pronto cumpliré los veintiséis; ¿cómo puedo volver e intentar competir con chicas de la edad de Jessica? Y, aunque pudiera, ¿por qué he de torturar mis músculos, destrozarme los pies y morirme de hambre por segunda vez? Ni siquiera sé si sería capaz. Me encantaba aquella vida… y me encanta esta -se giró para contemplar el oleaje que se estrellaba contra las rocas-. Ahora mi madre pretende trasladarse definitivamente, empezar de nuevo y obligarme a tomar una decisión, lo sé. Una decisión que ya creía haber tomado.

Las manos de él subieron hasta sus hombros.

Zac: ¿Lamentas que se vaya y no puedas seguir cuidando de ella?

Ness: Oh, eres muy perspicaz -se recostó en Zac un momento. Hallaba consuelo así-. Pero deseo que sea feliz, realmente feliz, otra vez. Yo la quiero mucho, no del modo sencillo en que amaba a mi padre, pero la quiero. Solo que no estoy segura de poder ser lo que ella quiere que sea.

Zac: Si crees que podrás pagarle siendo lo que ella quiere que seas, te equivocas. La vida no funciona de un modo tan sencillo.

Ness: Debería -miró ceñuda el espumoso oleaje-. Debería.

Zac: ¿No crees que, en ese caso, sería muy aburrida? -su voz sonaba calmada y tranquila por encima de los chillidos de las gaviotas y el fragor del mar. Vanessa se alegró de haber corrido hacia él, en lugar de haber huido-. ¿Cuándo se irá tu madre?

Ness: Dentro de tres semanas.

Zac: Entonces, cuando se haya ido, tómate algo de tiempo para decidir hacia dónde orientarás tu vida. Ahora estás sometida a demasiada presión.

Ness: Debí imaginar que emplearías la lógica -se giró hacia él, sonriendo de nuevo-. Normalmente detesto esa clase de consejos, pero esta vez es un alivio -le rodeó la cintura con los brazos y enterró el rostro en su pecho-. ¿Quieres abrazarme? Sienta tan bien depender de alguien, aunque solo sea por un momento…

Parecía muy pequeña cuando la rodeó con sus brazos. Su fragilidad despertó los instintos protectores de Zac. Descansó la mejilla sobre su cabeza y observó cómo el agua se batía contra las rocas.

Ness: Hueles a jabón y a cuero -murmuró por fin-. Me gusta. Dentro de mil años, recordaré que olías a jabón y a cuero.

Alzó el rostro y buscó en lo profundo de sus ojos.

“Podría enamorarme de él”, se dijo “Es el primer hombre del que realmente podría enamorarme”.

Ness: Sé que estoy loca -comentó en voz alta-, pero deseo que me beses. Deseo desesperadamente sentir otra vez tu sabor.

Sus bocas se unieron lentamente para saborearse. Se retiraron el uno del otro una vez, lo justo para ver la necesidad reflejada en los ojos de ambos, y se unieron de nuevo.

El sabor y la textura de la boca de Zac ya era familiar, pero no por ello menos excitante. Vanessa se aferró a él. Sus lenguas se martirizaron con la promesa de lo que podía haber entre ambos.

La intensidad de su deseo era mayor de lo que Vanessa había sospechado, sus aguas más traicioneras. Por un momento, se rindió a Zac por completo. Una serie de promesas temblaron en sus labios.

Bruscamente, Vanessa se retiró, meneando la cabeza. Se retiró el cabello de la cara mientras respiraba hondo.

Ness: Oh, debería permanecer lejos de ti -susurró-. Muy lejos.

Zac alzó las manos para enmarcar su rostro.

Zac: Ya es demasiado tarde para eso.

La pasión aún oscurecía sus ojos. Con la más leve prisión, la atrajo de vuelta hacia sí.

Ness: Tal vez -colocó ambas manos sobre su pecho, aunque no empujó-. En cualquier caso, yo me lo he buscado.

Zac: Si fuese verano -dijo mientras recorría su cuello con los dedo-, podríamos comer aquí, con vino frío, a última hora de la noche. Luego haríamos el amor y dormiríamos en la playa hasta que el sol surgiera del mar.

Vanessa notó que empezaban a temblarle las rodillas.

Ness: Oh, sí -dijo con un suspiro… Debería permanecer lejos de ti -girándose, corrió hacia un macizo de rocas-. ¿Sabes por qué me gusta la playa a principios del invierno? -inquirió en voz alta mientras subía trabajosamente a la cima-.

Zac: No -se unió a ella-. ¿Por qué?

Ness: Porque el viento está frío y vivo, y el agua se muestra furiosa. Me gusta contemplarla justo antes de una tormenta.

Zac: Te gustan los desafíos -observó, y Vanessa bajó los ojos para mirarlo-.

Ness: Sí, me gustan. Y a ti también, según recuerdo. He leído que fuiste un excelente paracaidista. -Zac alzó una mano hacia ella, sonriendo mientras los dedos de ambos se tocaban. Vanessa arrugó la nariz y saltó con ligereza a la arena-. Yo no sería capaz de saltar de un avión a menos que estuviera estacionado en el aeropuerto -dijo arqueando una ceja-.

Zac: Creí que te gustaban los desafíos.

Ness: También me gusta respirar.

Zac: Yo podría enseñarte -propuso envolviéndola entre sus brazos-.

Ness: Aprende tú a hacer un tour en I’air y yo aprenderé a saltar. Además… -luchó para zafarse de sus brazos mientras un recuerdo la asaltaba-. Recuerdo haber leído que estabas enseñando a cierta condesa italiana a practicar caída libre.

Zac: Empiezo a pensar que lees demasiado -le agarró la mano y tiró de ella-.

Ness: Me sorprende que hayas tenido tiempo para construir edificios con una vida social tan activa.

Zac esbozó una rápida sonrisa, traviesa y juvenil.

Zac: Soy un firme defensor del esparcimiento.

Ness: Mmm -antes de que pudiese madurar una respuesta, algo rojo llamó su atención desde el extremo de la playa-. Es Jessica -dijo, girando la cabeza-.

Jessica alzó la mano dubitativamente mientras cruzaba la arena hacia ellos. Llevaba el cabello suelto sobre un chaquetón rojo.

Ness: Es una chica encantadora -se volvió de nuevo hacia Zac. Vio que él también miraba a Jessica, aunque había una expresión ceñuda en sus ojos-. ¿Zac? -se giró hacia Jessica-. ¿Qué sucede? -inquirió con preocupación-.

Zac: Es posible que tenga que ausentarme durante unas semanas. Y lo siento por ella. Su estado es aún tan frágil…

Ness: Creo que la infravaloras -trató de ignorar la súbita sensación de pérdida que le había provocado sus palabras. ¿Se iba? ¿Cuándo? ¿Adónde? Se concentró en Jessica y desterró de su mente tales preguntas-. Y te infravaloras a ti mismo -añadió-. Habéis construido una relación muy sólida. Unas cuantas semanas no influirán en ella, ni en Jessica.

Antes de que Zac pudiera responder, Jessica se unió a ellos.

Jess: Hola, señorita Hudgens -su sonrisa se había vuelto más relajada desde la primera vez que Vanessa la vio. Había una chispa de excitación en sus ojos-. Acabo de volver de casa de Brittany, tío Zac. Su gata tuvo gatitos el mes pasado.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Blanca es, por sí sola, la responsable de la explosión demográfica de felinos en Cliffside.

Zac: Por sí sola, no -comentó sarcásticamente, y Vanessa se rió de nuevo-.

Jess: Tuvo cuatro -siguió diciendo-. Y uno de ellos… bueno… -miró de Zac a Vanessa, apresándose el labio inferior con los dientes-.

En silencio, se abrió el chaquetón y dejó al descubierto una pequeña bola de pelo anaranjado.

Vanessa emitió un inevitable chillido mientras alargaba los brazos para tomar el aterciopelado gatito. Enterró la nariz en su pelaje.

Ness: Es precioso. ¿Cómo se llama?

Jess: Miko -contestó y giró sus ojos oscuros hacia su tío-. Lo tendría arriba, en mi habitación, donde no estorbaría a Prescott. Es muy pequeño y no dará ningún problema -farfulló esperanzada-.

Vanessa levantó la mirada mientras Jessica hablaba. La alegría había iluminado sus ojos. Según sabía Vanessa por su experiencia con ella, solo la danza dotaba de tanta vida a su rostro.

Ness: ¿Problema? -dijo, aliándose de inmediato con la chica-. Pues claro que no dará ningún problema. Mírale la carita.

Puso el gatito en las manos de Zac, quien alzó la carita del animal con un dedo. Miko maulló y se acomodó de nuevo para dormir.

Zac: Tres contra uno -dijo mientras rascaba las peludas orejas-. Algunos dirían que eso no es un juego sucio -devolvió el gatito a Jessica, y después le pasó una mano por el cabello-. Será mejor que yo me encargue de Prescott.

Jess: Oh, tío Zac -acunando al gatito, rodeó el cuello de Zac con el brazo libre-. ¡Gracias!. ¿A que es maravilloso, señorita Hudgens?

Ness: ¿Quién? -sus ojos se pasearon por encima de la cabeza de Jessica-. ¿Miko o Zac?

Jessica dejó escapar una risita. Era la primera vez que Vanessa la oía emitir aquel sonido peculiarmente femenino y juvenil.

Jess: Los dos. Voy a llevarlo adentro -se guardó el gatito en el interior del chaquetón y se alejó con un pequeño trote por la arena-. Robaré un poco de leche de la cocina -gritó por encima del hombro-.

Ness: Qué criatura -murmuró, observando cómo el chaquetón rojo desaparecía por el extremo de la franja de arena. Se giró hacia Zac y asintió con aprobación-. Lo has hecho muy bien. Cree que te ha convencido.

Zac sonrió y atrapó el cabello de Vanessa, alborotado por el viento.

Zac: ¿Y no lo ha hecho?

Vanessa le devolvió la sonrisa, combatiendo el impulso de acariciarle la mejilla.

Ness: Me gusta saber que eres un hombre sensible -bajó la mano-. Tengo que irme.

Zac: Vanessa -la retuvo cuando intentó alejarse-. Cena conmigo -la mirada de sus ojos era muy íntima-. Solo cenar. Quiero tenerte a mi lado.

Ness: Zac, ambos sabemos que no nos limitaríamos a cenar, simplemente. Los dos desearíamos algo más.

Zac: Pues tendremos algo más -murmuró-.

No obstante, cuando intentó atraer a Vanessa hacia sus brazos, ella se resistió.

Ness: No, necesito pensar -por un momento, descansó la frente en su pecho-. No puedo pensar con claridad cuando tú me estás tocando. Necesito algo de tiempo.

Zac: ¿Cuánto? -le colocó la mano debajo del mentón para alzar su rostro-.

Ness: No lo sé -las lágrimas que brotaron de sus ojos los sorprendieron a ambos-.

Atónita, Vanessa se las limpió. Zac alzó un dedo y atrapó una con la yema.

Zac: Vanessa -dijo con voz suave-.

Ness: No, no, no seas amable conmigo. Grítame. Recobraré el control de mí misma si me gritas -se llevó ambas manos a la cara y respiró hondo varias veces. De repente, comprendió cuál era la causa de aquellas lágrimas-. Tengo que irme. Por favor, déjame, Zac. Necesito estar sola.

A juzgar por la presión de sus dedos, temió que se negase a dejarla ir.

Zac: Está bien -dijo al cabo de un largo momento-. Pero no soy conocido por mi paciencia, Vanessa.

Ella no respondió, sino que se dio media vuelta y huyó corriendo. La acompañaba una certeza: no solo podía enamorarse de Zac Efron, sino que ya estaba enamorada de él.




Eso era más que evidente XD

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sábado, 16 de abril de 2016

Capítulo 7


Había trascurrido casi un mes desde que Jessica ingresó en la academia de Vanessa. El clima se había vuelto frío rápidamente, y ya había indicios de inminentes nevadas en el aire. Vanessa hizo lo que pudo para mantener la vieja caldera de la academia funcionando a plena capacidad.

Con una camisa atada a la cintura, sobre el maillot, impartió la última clase del día.

Ness: Glissade, glissade. Arabesque en pointe -mientras hablaba, se paseaba arriba y abajo junto a la hilera de alumnas, observando críticamente sus formas y posturas-.

Estaba satisfecha con los progresos de su clase avanzada. Las alumnas eran buenas y hacían gala de una firme comprensión de la música y el movimiento. No obstante, cuanto más tiempo pasaba Jessica en la clase, más se distanciaba de las demás.

Su talento estaba muy por encima de lo normal, se dijo Vanessa, estudiando su postura y su fluidez. Allí lo estaba malgastando.

La frustración, ya familiar, embargó a Vanessa, una frustración cercana a la ira.

Y la mirada que había en los ojos de Jessica, se dijo mientras indicaba a una alumna que elevara el mentón, parecía decir: “Lo deseo”. ¿Cómo convencería a Zac para que dejara a Jessica alcanzar la meta que deseaba, antes de que fuese demasiado tarde y se le escapara para siempre?

Al pensar en Zac, la atención de Vanessa se desvió de sus alumnas. Se acordó de la última vez que lo había visto. Si había de ser honesta consigo misma, debía admitir que había pensado en él una y otra vez en el transcurso de aquellas semanas. Deseaba convencerse de que la atracción física que sentía hacia Zac se desvanecería. Pero sabía que no era cierto.

Ness: Tendu -indicó mientras cruzaba los brazos sobre el pecho-.

El recuerdo de sus caricias, de su sabor, persistía. A menudo se sorprendía a sí misma preguntándose qué estaría haciendo Zac... mientras tomaba café por la mañana, cuando se hallaba sola en el estudio por la tarde, cuando se despertaba sin motivo en mitad de la noche. Y tenía que reprimir el impulso de preguntarle a Jessica.

“No haré el ridículo por ese hombre”, se dijo.

Ness: Brenda, las manos.

Hizo una demostración, sus dedos fluyendo con el movimiento de su muñeca. El timbre del teléfono la pilló por sorpresa. Consultó ceñuda el reloj. Nadie llamaba al estudio en mitad de una clase. Al instante, un pensamiento irrumpió en su mente. “Madre”.

Ness: Sigue tú, Brenda -sin esperar una respuesta, corrió hacia la oficina y contestó el teléfono-.

Ness: Academia de danza de Cliffside, ¿diga? -el corazón se le había subido a la garganta-.

**: ¿Vanessa? ¿Eres tú, Vanessa?

Ness: Sí, yo… -su mano se detuvo a mitad de camino de sus labios-. Mike -aquel musical acento ruso era inconfundible-. ¡Oh, Mike, cuánto me alegro de oír tu voz! -el piano de Brittany seguía sonando suavemente. Vanessa se tapó la oreja con la mano mientras se sentaba-. ¿Dónde estás?

Mike: En Nueva York, por supuesto -había en su voz una nota risueña que Vanessa siempre había adorado-. ¿Cómo marcha tu academia?

Ness: Muy bien. He trabajado con algunas bailarinas muy buenas. Hay una, en particular, que estoy deseando enviar contigo. Es especial, Mike, tiene un físico espléndido y…

Mike: Luego, luego -interrumpió su entusiasta informe sobre Jessica. Vanessa casi pudo visualizar el rápido gesto que seguramente habría acompañado a sus palabras-. He llamado para hablar de ti. ¿Tu madre se encuentra bien?

La vacilación de Vanessa duró apenas un suspiro.

Ness: Mucho mejor. Ya lleva algún tiempo valiéndose por sí misma.

Mike: Bien, Muy bien. Entonces, ¿Cuándo vas a regresar?

Ness: Mike -flexionó los hombros, luego se fijó en la foto que había en la pared, donde ella misma aparecía bailando con el hombre que se hallaba al otro lado de la línea. Tres años, se dijo. Podían haber sido treinta-. Ha pasado mucho tiempo, Mike.

Mike: Tonterías, se te necesita.

Ella meneó la cabeza. Mike siempre había sido muy autoritario. Quizá, se dijo Vanessa, era su destino enredarse con hombres dominantes.

Ness: No estoy en forma, Mike. Y hay nuevos talentos -su mente se centró en Jessica-. Es a ellas a quien se necesita.

Mike: ¿Desde cuándo te dan miedo el trabajo duro y la competitividad?

El tono desafiante de su voz era una vieja treta que arrancó a Vanessa una sonrisa.

Ness: Ambos sabemos que pasar tres años dando clases de danza no es lo mismo que pasar tres años actuando. El tiempo nunca se detiene, Mike, ni siquiera para nosotros.

Mike: ¿Tienes miedo?

Ness: Sí, un poco, sí

Él se rió al oír la confesión.

Mike: Bien, el miedo te obligará a bailar mejor -prorrumpió en una risa exasperada-. Te necesito a ti, ptička, mi pequeño pajarillo. Casi he terminado de escribir mi primer ballet.

Ness: ¡Mike, eso es maravilloso!,. No sabía que estuvieras trabajando en una obra.

Mike: Me queda un año, o quizá dos, como bailarín. No me interesa interpretar personajes secundarios -durante la breve pausa, Vanessa oyó el murmullo de las chicas mientras se ponían los zapatos de calle-. Me han ofrecido la dirección de la compañía.

Ness: No puedo decir que me sorprenda -respondió cálidamente-. Pero me alegro mucho, por ti y por ellos.

Mike: Quiero que regreses, Vanessa, que vuelvas a la compañía. Se puede solucionar, ¿sabes? Bastará con tirar de unos cuantos hilos.

Ness: Prefiero que no. Yo…

Mike: Nadie puede protagonizar mi ballet excepto tú. Es Ariel, y Ariel eres tú.

Ness: Oh, Mike, por favor -alzando la mano, se pinzó el puente de la nariz con el pulgar y el índice-.

Había dejado tras de sí el mundo que Mike le ofrecía.

Mike: No, nada de discusiones, al menos por teléfono. -Ella meneó la cabeza en silencio y cerró los ojos-. Cuando el ballet esté terminado, iré a Cliffdrop.

Ness: Cliffside -lo corrigió-.

Mike: Cliffside, Cliffdrop… soy ruso. Es de esperar. Iré en enero -siguió diciendo-, para enseñarte el ballet. Luego regresarás conmigo.

Ness: Haces que todo parezca muy simple, Mike.

Mike: Porque lo es, Ptička. En enero.

Vanessa se retiró el auricular de la oreja y se quedó mirándolo. Qué propio de Mike, se dijo, colgar sin más ceremonia. Era famoso por sus gestos grandilocuentes e impulsivos, así como por su total dedicación a la danza. Y era tan brillante, pensó Vanessa mientras colgaba el auricular. Tan seguro de sí mismo. Jamás comprendería que algunas cosas podían guardarse en un cofre de recuerdos y seguir siendo preciosas y estando vivas. Para Mike todo era muy simple.

Vanessa se levantó y se acercó a la fotografía para contemplarla. Para Mike la compañía lo era todo. Pero para ella contaban otros factores, otras necesidades. Ni siquiera sabía cuáles eran, solo que estaban ahí.

Cruzó los brazos sobre el pecho, abrazándose a sí misma. Quizá era el momento de tomar una decisión.

Una ráfaga de impaciencia la recorrió pro dentro. Llevaba demasiado tiempo requeando sin un rumbo fijo, se acusó a sí misma.

Volviendo al presente, Vanessa se dirigió al estudio. Algunas alumnas seguían remoloneando en la sala, reacias a abandonar el calor de la academia por el frío del exterior. Jessica había regresado a la barra para practicar por su cuenta. Sus ojos siguieron a Vanessa en el espejo. Brittany alzó la mirada con una animada sonrisa.

Britt: Jessica y yo vamos a tomar una pizza y luego al cine. ¿Quieres venir?

Ness: Suena genial, pero quiero trabajar un poco más en la escenificación de El cascanueces. Las navidades llegarán antes de que nos demos cuenta.

Brittany alargó el brazo para acariciarle la mano.

Britt: Trabajas demasiado, Vanessa.

Vanessa apretó la mano de Brittany, mirando sus ojos graves y preocupados.

Ness: He estado pensando sobre eso.

Ambas mujeres alzaron los ojos al abrirse la puerta. Andrew entró acompañado de una ráfaga de aire gélido. Su tez, normalmente pálida, estaba enrojecida por el frío, y tenía los anchos hombros encogidos.

Ness: ¡Hola! -alargó las manos para tomar las de él. Se estremeció al notarlas frías-. No esperaba verte aquí esta noche.

Andrew: Parece que he llegado en el momento justo -miró a su alrededor mientras las alumnas se ponían pantalones y jerséis sobre los maillots-.

Saludó a Brittany con un gesto casual; ella, a su vez, hizo un ademán de asentimiento casi esperanzado en su dirección.

Britt: Hola, Andrew -pareció tartamudear por fin-.

Jessica observó aquel sencillo intercambio de saludos desde el extremo de la habitación. Era tan evidente, se dijo, para cualquiera salvo para ellos tres. Andrew estaba locamente enamorado de Vanessa, y Brittany estaba locamente enamorada de él. Había visto cómo Brittany se sonrojaba en el momento en que Andrew había entrado en el estudio. Él, por su parte, solamente había visto a Vanessa.

Qué extrañas eran las personas, pensó Jessica mientras ejecutaba un grand plié.

Y Vanessa. Vanessa era todo lo que ella aspiraba a ser: una verdadera bailarina, segura de sí misma, serena, hermosa, con cierta cualidad elusiva en sus movimientos. Jessica se dijo que Vanessa se movía no como un pájaro o una mariposa, sino como una nube.

Había algo ligero, algo libre, en cada paso suyo, en cada gesto. Jessica no la observaba con envidia, sino con añoranza.

Y la observaba detenidamente, sin cesar. Y, por ello, Jessica creía estar empezando a conocer a Vanessa muy bien.

Admiraba su talante abierto, el modo en que manifestaba libremente sus emociones. Poseía un calor natural que atraía a los demás.

Pero había más bajo la superficie, mucho más, que Vanessa no estaba acostumbrada a revelar. Jessica dudaba si esas pasiones ocultas se expresaban a menudo. Haría falta algo intenso, como la propia danza, para que se manifestasen.

Mientras Jessica cavilaba sobre tales cosas, la puerta volvió a abrirse y su tío entró en el estudio. Una sonrisa afloró a los labios de Jessica, acompañada de un gesto de saludo.

Interrumpió este último para desempeñar el papel de observadora una vez más.

La sacudida provocada por el contacto visual entre Zac y Vanessa fue rápida y volcánica.

Su resplandor fue tan breve que, de no haber estado Jessica observando con tanta atención, le habría pasado inadvertido.

Pero fue real y poderoso.

Jessica hizo una pausa momentánea, mirando ceñuda y pensativamente a su profesora y a su tío. Aquello era algo inesperado, y no sabía cómo sentirse al respecto. La atracción existente entre ambos era tan manifiestamente obvia como la de Brittany hacia Andrew y la de este hacia Vanessa.

Era asombroso, pensó, que ninguno pareciera darse cuenta de las emociones que había en acción entre ellos cuatro.

Jessica recordaba la certidumbre que solía haber en los ojos de sus padres siempre que se miraban el uno al otro. La imagen le produjo un sentimiento de ternura, así como de tristeza. Deseaba desesperadamente sentir de nuevo una parte de esa clase de amor.

Sin hablar, se retiró a una esquina para quitarse las zapatillas de baile.

En el momento en que Vanessa había girado la cabeza y había visto a Zac, había sentido su poder. La inundó, y su reflujo fue tan rápido que estuvo segura de que sus piernas se habían derretido por debajo de las rodillas.

No, la atracción no se había desvanecido. Se había duplicado.

Todos los detalles relativos a Zac se grabaron instantáneamente en su cerebro: su cabello revuelto por el viento; el hecho de que llevara la chaqueta de piel desabrochada pese al frío; el modo en que sus ojos parecieron engullirla en el mismo momento en que entró.

Parecía imposible que, sin hace siquiera un esfuerzo, pudiera excluir por completo de su mente a los demás presentes. Era como si se hallaran solos, en una isla, en la cima de una montaña, tan completamente absorbida por él se sentía.

“Lo he echado de menos”, comprendió de repente. Habían pasado veintidós días desde que lo vio por última vez, desde que había hablado con él. Un mes antes ni siquiera había sabido que existía, y ahora pensaba en él en los momentos más extraños e inesperados.

Una sonrisa afloró a sus labios de meneo propio. Aunque Zac no se la devolvió, Vanessa avanzó hacia él y le ofreció las manos.

Ness: Hola. Te he echado de menos.

El comentario brotó espontáneamente, sin malicia. Vanessa tomó las manos de Zac, y él estudió su rostro.

Zac: ¿De verdad? -preguntó con voz serena, pero la exigencia de su tono recordó a Vanessa que debía ser cautelosa-.

Ness: Sí -confesó. Retiró las manos y se giró-. Conoces a Andrew y a Brittany, ¿verdad?

Brittany permanecía de pie junto al piano, ordenando unas partituras. Vanessa se acercó a ella para relevarla en la tarea.

Ness: No te molestes en hacer eso. Jessica y tú debéis de estar hambrientas. Además, os perderéis la película si os quedáis demasiado rato -dijo atropelladamente, molesta consigo misma. ¿Por qué, se preguntó, nunca pensaba antes de hablar? Levantó la mano en un gesto de despedida mientras las últimas alumnas salían-. ¿Has comido, Andrew?

Andrew: Pues no, la verdad es que para eso había venido -miró de reojo a Zac-. Pensé que quizá te gustaría tomar una hamburguesa e ir al cine.

Ness: Oh, Andrew, qué amable eres -dejó de ordenar las partituras para sonreírle-. Pero tengo que terminar cierto trabajo. Acabo de declinar una oferta similar de Brittany y Jessica. ¿Por qué no cambias la hamburguesa por una pizza y te vas con ellas?

Britt: Claro que sí, Andrew -se apresuró a decir, y luego se sonrojó-. Sería divertido, ¿verdad, Jessica?

Al ver el ruego en los líquidos ojos azules de Brittany, Jessica sonrió y asintió.

Jess: No habrás venido a recogerme. ¿Verdad, tío Zac? -se puso en pie, tirando hacia arriba de sus pantalones vaqueros-.

Zac: No -observó cómo la cabeza de su sobrina desaparecía en el interior de un gruesos jersey, para luego aparecer de nuevo por la abertura del cuello-. He venido para charlar con Vanessa.

Britt: Bien, en ese caso no os estorbaremos -se movió con una gracia inesperada en una chica de huesos grandes. Había algo atlético en su modo de andar, aunque suavizado por sus años en la barra. Agarró su abrigo y miró a Andrew. Su sonrisa no era reservada, aunque sí titubeante-. ¿Vienes, Andrew?

Vio la rápida mirada que él dirigía a Vanessa. El corazón se le encogió.

Andrew: Claro -acarició el hombro de Vanessa-. Nos veremos mañana.

Ness: Buenas noches, Andrew -poniéndose de puntillas, le dio un ligero beso-. Que lo paséis bien -dijo dirigiéndose a los tres-.

Andrew y Brittany se encaminaron hacia la puerta, ambos luchando con la depresión. Jessica los siguió con una sonrisa jugueteando en sus labios.

Jess: Buenas noches, tío Zac, señorita Hudgens -cerró firmemente la puerta del estudio al salir-.

Vanessa se quedó mirando la puerta cerrada un momento, preguntándose qué habría motivado aquel brillo en los ojos de Jessica. Un brillo travieso, puro y simple, y Vanessa, aunque se había alegrado al verlo, no podía menos que preguntarse por la causa.
Meneando la cabeza, se volvió hacia Zac.

Ness: Bien -empezó a decir animadamente- imagino que querrás hablar de Jessica. Creo que…

Zac: No.

Los pensamientos de Vanessa se detuvieron en mitad de su cauce.

Ness: ¿No? -repitió. Su expresión era de genuina perplejidad, hasta que Zac dio un paso hacia ella. Entonces lo comprendió todo-. La verdad es que deberíamos hablar sobre ella -dijo dándose media vuelta y retirándose al centro del estudio. Pudo ver el reflejo de ambos en los espejos de la pared-. Está mucho más adelantada que cualquiera de mis alumnas, pone más dedicación y tiene mucho más talento. Algunas personas nacen para bailar, Zac. Jessica es una de esas personas.

Zac: Puede ser -con movimientos casuales, se quitó la chaqueta y la soltó encima del piano. Vanessa comprendió, instintivamente, que no sería fácil tratar con él esa noche. Se llevó los dedos a la garganta-. Pero ha pasado un mes, no seis. Hablaremos de Jessica el verano que viene.

Ness: Esos es absurdo -molesta, se giró para mirarlo. Fue un error, descubrió, pues su imagen real era mucho más poderosa que la del espejo. Vanessa se volvió de nuevo y empezó a pasearse nerviosamente-. Hablas como si fuera un capricho que se le pasará con la edad. Dentro de cinco meses seguirá siendo una bailarina.

Zac: Entonces, esperar no será ningún problema -su lógica hizo que Vanessa cerrase los ojos en un estallido de furia-.

Deseaba razonar con él tranquila y sosegadamente.

Ness: Será tiempo perdido -dijo controlándose a sí misma-. Y, en una situación como esta, perder tiempo es un pecado. Jessica necesita más, mucho más de lo que yo puedo ofrecerle aquí.

Zac: Primero necesita un poco de estabilidad -había un tono de molestia en la voz de Zac-.

Reflejaba los propios sentimientos de Vanessa igual que el cristal reflejaba sus cuerpos.

Ness: Posee un don -repuso gesticulando frustradamente con ambos brazos-. ¿Por qué te niegas a verlo? Es un don raro y hermoso, pero que hay que cultivar y disciplinar, cosa que será más difícil cuanto más tiempo pase.

Zac: Ya te he dicho que Jessica está bajo mi responsabilidad -su voz sonaba afilada como una cuchilla-. Y también te he dicho que no he venido para hablar de Jessica. Esta noche no.

La intuición de Vanessa reprimió cualquier posible réplica. No llegaría a ninguna parte con él de ese modo, y corría el riesgo de acabar con cualquier oportunidad futura. Por el bien de Jessica, se dijo, debería tener paciencia.

Ness: Está bien -respiró hondo y notó que su enfado remitía-. ¿Para qué has venido?

Él avanzó hacia ella y la agarró firmemente por los hombros antes de que pudiera reaccionar.

Zac: ¿Me has echado de menos? -sus ojos taladrando los de Vanessa en el espejo-.

Ness: En un pueblo pequeño como este es raro que pase un mes sin que uno vea a alguien.

Vanessa trató de zafarse, pero los dedos de él se cerraron con más fuerza.

Zac: He estado trabajando en un proyecto, un centro médico que se construirá en Nueva Zelanda. Los bocetos ya están prácticamente terminados.

Dado que la idea la intrigaba, Vanessa se relajó.

Ness: Qué emocionante debe de ser… crear algo con tu mente, algo en cuyo interior la gente vive, trabaja o pasea. Algo sólido y duradero. ¿Por qué te hiciste arquitecto?

Zac: Los edificios me fascinaban -empezó a masajearle lentamente los hombros, pero el interés de Vanessa se centraba en sus palabras-. Me preguntaba por qué se construían de maneras determinadas, por qué la gente elegía estilos diferentes. Quería hacerlos funcionales y atractivos al mismo tiempo -con el pulgar ascendió por la curva de la nuca, estimulando un sinfín de terminaciones nerviosas-. Tengo debilidad por la belleza.

Lentamente, mientras los ojos de Vanessa permanecían clavados en el espejo, Zac bajó la boca para atormentar su piel ahora excitada.

Un suspiro tembloroso escapó de los labios de ella.

Ness: Zac…

Zac: ¿Por qué te hiciste bailarina? -la pregunta interrumpió su protesta-.

Zac masajeó sus músculos con los dedos y la miró en el espejo. Captó el deseo que titilaba en sus ojos.

Ness: Fue la única posibilidad que se abrió ante mí -sus palabras sonaban roncas, nubladas por una pasión contenida-. Le resultaba difícil concentrarse en lo que decía-. Mi madre no hablaba de otra cosa.

Zac: Así que te hiciste bailarina por ella -alzó una mano hasta su cabello y retiró una horquilla-.

Ness: No, algunas cosas las fija el destino. Mi destino era este -notó que la mano de él subía por su cuello y se hundía en su cabello. Le quitó otra horquilla-. Me habría dedicado a la danza aun sin la intervención de mi madre. Ella simplemente me hizo ver antes su importancia. ¿Qué estás haciendo? -colocó una mano sobre la de él mientras le quitaba otra horquilla-.

Zac: Prefiero tu cabello suelto, para poder tocarlo.

Ness: Zac, no…

Zac: Siempre lo llevas recogido cuando das clase, ¿verdad?

Ness: Sí, yo…

El peso de su pelo recayó sobre las restantes horquillas, hasta que estas cayeron al suelo. El cabello quedó suelto en una nube de color negro ébano.

Zac: Ya se ha acabado la clase -murmuró, enterrando el rostro en su espesura-.

El reflejo de ambos en el espejo mostraba el fuerte contraste del cabello de Zac sobre el de ella, de sus dedos claros sobre la piel bronceada de su cuello.

Resultaba mágico ver cómo le retiraba el pelo del cuello y hacía descender su boca mientras, al mismo tiempo, sentía la caricia de sus labios y sus dedos en la piel.

Fascinada, Vanessa observó a la pareja en el espejo de la pared. Cuando él la giró hacia sí, el trance no disminuyó en intensidad. Totalmente absorbida, ella alzó los ojos para mirarlo.

Zac bajó su boca y, aunque los labios de Vanessa estaban hambrientos, le posó una serie de suaves besos en la línea del mentón.

Sus manos se movían ansiosamente por la mata de cabello mientras atormentaba su rostro con besos prometedores.

Vanessa empezó a arder de deseo, ansiando la intimidad que seguía a la unión de los labios. No obstante, cuando giró la cabeza para buscar la boca, Zac la retiró de sí.

Oleadas de calor ascendían desde los dedos de sus pies, concentrándose en sus pulmones, hasta que Vanessa llegó a pensar que explotarían de puro placer.

Con los ojos clavados en los de ella, Zac le desabrochó lentamente el botón de la camisa, sus dedos se desplazaron por sus hombros, rozándolos apenas, deteniéndose a pocos centímetros de la prominencia de sus senos. Con delicadeza, le quitó la camisa y esta cayó silenciosamente en el suelo.

Hubo algo increíblemente sexual en aquel gesto. Vanessa se sintió desnuda delante de él.

Zac había destruido todas sus barricadas. Ya no había sitio para los espejismos. Adelantándose, se puso de puntillas para poseer la boca de Zac con la suya.

El beso empezó lenta, lujuriosamente, con la paciencia de dos personas que sabían el placer que podían darse la una a la otra. La boca estaba hecha para ser saboreada, y ambos saciaron un hambre que había crecido y se había agudizado con el ayuno.

Bebieron sin prisas, como si desearan prolongar aquel momento de plena satisfacción.

Vanessa separó los labios de los de Zac para ponerse a explorar. Había un cierto tacto de aspereza en su mentón debido a la barba de un día. Sus pómulos eran largos y, debajo de la oreja, tenía un sabor misteriosamente masculino. Se detuvo allí saboreando.

Las manos de él se habían posado en sus caderas y, con los dedos, recorrió la parte superior de sus muslos. Vanessa cambió de postura para permitirle acariciar con mayor libertad. En un viaje prolongado y gradual, la mano ascendió hasta su seno. El tejido del maillot era muy ajustado, apenas una barrera entre su palma y la piel

Sus labios se unieron en un beso exigente y desesperado mientras sus cuerpos se tensaban el uno contra el otro. Los brazos de Zac la atrajeron más fuertemente hacia sí, casi levantándola del suelo. Ya no había comodidad, no había recreación, pero el dolor resultaba exquisito.

Como si procediera del final de un largo túnel, Vanessa oyó el sonido del teléfono. Se acurrucó más contra Zac. El teléfono volvió a sonar una y otra vez, hasta que por fin penetró en su conciencia.
Vanessa intentó separarse de Zac, pero él la atrajo hacia sí.

Zac: Deja que suene, maldita sea -reclamó su boca, tragándose las palabras-.

Ness: No puedo, Zac -luchó por orientarse a través de la bruma que nublaba su cerebro-. No puedo... Mi madre.

Él maldijo profusamente, pero la soltó. Retirándose, ella corrió hacia el teléfono.

Ness: ¿Sí? -mesándose el cabello, trató de aclarar su mente lo suficiente como para saber donde estaba-.

**: ¿La señorita  Hudgens?

Ness: Sí. Sí, soy Vanessa Hudgens.

Vanessa se sentó en una esquina de la mesa al notar que las piernas le fallaban.

Prescott: Lamento mucho molestarla, señorita. Soy Prescott. ¿Está ahí el señor Efron?

Ness: ¿Prescott? -inhaló y exhaló lentamente una bocanada de aire-. Ah, sí. Sí, está aquí. Espere un momento.

Con movimientos lentos y deliberados, dejó el auricular junto al teléfono y se levantó.

Permaneció un momento en la puerta de la oficina. Zac estaba vuelto hacia ella, y sus ojos se clavaron instantáneamente en los de Vanessa, como si hubiese estado esperando con ansia su regreso.

Vanessa entró en el estudio, combatiendo el impulso de entrelazar las manos.

Ness: Es para ti. El señor Prescott.

Zac asintió, pero no hubo nada de casual en el modo en que la tomó por los hombros al pasar. Brevemente permanecieron el uno frente al otro.

Zac: Será solo un momento.

Vanessa se quedó inmóvil hasta que oyó el murmullo de su voz en el teléfono.

Siempre que acababa una danza difícil, se tomaba unos cuantos minutos para respirar. Se trataba de una respiración concentrada, profunda y lenta, no el movimiento inconsciente de permitir el acceso del aire a los pulmones.

Se tomó tiempo para hacerlo en este momento.

Poco a poco, notó que el flujo sanguíneo decrecía y que el martilleo de su pulso se calmaba. El hormigueo que sentía debajo de la piel desapareció. Satisfecha de que su cuerpo respondiera, Vanessa esperó a que su mente siguiera el ejemplo.

Incluso para ser una mujer que disfrutaba corriendo riesgos, Vanessa era consciente de lo insensato de su conducta. Con Zac Efron llevaba todas las de perder. Estaba empezando a comprender que ella misma contribuía a aumentar su desventaja. Se sentía demasiado atraída por él, era demasiado vulnerable a sus encantos. Y el hecho de que lo conociera tan solo desde hacía unas pocas semanas no parecía tener importancia ninguna.

Lentamente, se acercó a la camisa que yacía en el suelo. Se agachó justo cuando un movimiento en el espejo captó su atención.

De nuevo, sus ojos se encontraron con los de Zac en el cristal. Una serie de fríos pinchazos se propagaron por su piel

Vanessa se irguió y se dio media vuelta. Sabía que el momento de las fantasías y las ilusiones había pasado.

Zac: Un problema en la obra -dijo lacónicamente-. He de revisar algunas cifras en casa -se acercó a ella-. Ven conmigo.

Estaba inequívocamente claro lo que pretendía. Para Vanessa, la simplicidad y la franqueza de su propuesta resultaba arrolladoramente cautivadora. Con movimientos cuidadosos, se puso la camisa.

Ness: No, no puedo. Tengo trabajo que hacer, y además…

Zac: Vanessa -la detuvo con una palabra y una caricia en la mejilla-. Quiero dormir contigo. Quiero despertarme a tu lado.

Ella dejó escapara un largo suspiro.

Ness: No estoy acostumbrada a enfrentarme a este tipo de situaciones -murmuró. Se pasó la mano por el cabello suelto y luego volvió a mirarlo a los ojos con fijeza-. Me siento muy atraída por ti. Es algo que no había sentido nunca antes, y no sé muy bien qué hacer al respecto.

La mano de Zac bajó de su mejilla y rodeó su cuello.

Zac: ¿Crees que puedes decirme una cosa así y luego esperar que vuelva a mi casa solo?

Vanessa meneó la cabeza y colocó una mano firme en su pecho.

Ness: Te lo he dicho, supongo, porque no soy lo bastante sofisticada como para callármelo. No creo en las mentiras y los fingimientos -una fina línea se dibujó en su ceño mientras proseguía-. Ni suelo hacer nada que no esté absolutamente segura que deseo hacer. No voy a dormir contigo.

Zac: Sí que lo harás -cubrió con su mano la de ella, capturando la otra al mismo tiempo-. Si no es esta noche, mañana; y sino pasado mañana.

Ness: Yo en tu lugar no estaría tan seguro -se zafó de sus manos-. Nunca soy muy complaciente cuando me dicen lo que debo hacer. Tomo mis propias decisiones.

Zac: Y ya has tomado una -dijo con calma, aunque la furia brillaba en sus ojos-. La primera vez que te besé. La hipocresía no te va.

Ness: ¿Hipocresía? -contuvo sus palabras un momento, sabiendo que tartamudearía-. ¡El dichoso ego masculino! Rechazas una proposición y resulta que eres una hipócrita.

Zac: No creo que el término “proposición” sea el más acertado.

Ness: Pues vete a estudiar semántica -invitó-. Pero hazlo en otro sitio. Yo tengo trabajo que hacer.

Zac fue muy rápido. La agarró por el brazo y, dando un tirón, la atrajo hacia sí antes de que la orden de alejarse llegara desde el cerebro de Vanessa hasta sus pies.

Zac: No me presiones, Vanessa.

Ella tiró para soltarse, pero no le fue posible.

Ness: ¿No eres tú el que está presionando?

Zac: Parece que tenemos un problema.

Ness: “Tú” tienes un problema. No pienso convertirme en uno de los planos que guardas en tus archivos. Si decido acostarme contigo, ya te lo diré. Mientras tanto, nuestro principal tema de conversación debe ser Jessica.

Zac estudió con intensidad su semblante. Tenía las mejillas congestionadas de rabia y respiraba aceleradamente.

Un atisbo de sonrisa asomó a los labios de él.

Zac: Tienes un aspecto parecido al que tenías cuando te vi bailar Dulcinea, lleno de pasión y de fuerza. Volveremos a hablar -antes de que Vanessa pudiera hacer algún comentario, le dio un beso largo y lento-. Pronto.

Ella logró aclarar su mente mientras Zac se acercaba al piano para recoger la chaqueta.

Ness: Con respecto a Jessica…

Él se puso la chaqueta sin dejar de observarla mientras tanto.

Zac: Pronto -repitió, y se dirigió con grandes zancadas hacia la puerta-.




La relación se consolida...

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