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lunes, 29 de febrero de 2016

Capítulo 3


No sería más que una cena de trabajo. Al menos eso fue lo que se dijo Vanessa. En realidad, esa cena no se parecía en nada a ninguna cena a la que hubiera asistido antes.

En su reunión inicial con Zac en su despacho, había mencionado que a veces había ayudado a algunos clientes con sus habilidades para la conversación. Casi se había olvidado de ese dato, hasta que Zac se lo había sugerido.

Dado el modo en que apenas había sobrevivido al fin de semana anterior cuando habían salido de compras, contemplaba la cena de esa noche con no poca inquietud.

No había podido dejar de pensar en Zac y en cómo le sentaban los Levi's; o cómo sus músculos fuertes quedaban definidos bajo una suave camiseta; y sobre todo en cómo había respondido su cuerpo al verlo.

Vestirse para la cena había sido una tortura inigualable. Tenía un repertorio de trajes para las comidas de trabajo; atuendos elegantes y no demasiado sensuales. Pero hacía ya horas que había decidido que nada de lo que tenía en el ropero trasmitía la imagen correcta.

Finalmente se había decidido por un vestido color azul porcelana con manga tres cuartos. Se había dejado el pelo suelto y se había puesto unos pendientes de cristal de roca. Había rematado el atuendo con unos zapatos de tacón negros.

No era por lo que normalmente se habría decidido, ya que el vestido era más apropiado para un elegante cóctel que para una cena en un sitio de postín. Sin embargo, la ropa era su armadura, y con ella estaba equipada para tratar al cliente que iba a ver esa noche; en ese caso un hombre alto, fuerte y viril.

En ese momento estaban sentados el uno frente al otro, como dos oponentes en la centenaria guerra entre los sexos, con sus cubiertos como armas, sus copas y toda la conversación que podía asimilar mientras disfrutaban de unos exquisitos pastelillos de langosta.

Habían charlado sobre sus respectivas familias, y acababan de hablar sobre el teatro local cuando, con una mirada de disculpa, Zac se metió la mano en el bolsillo.

Zac: Disculpa, me están llamando -abrió el teléfono-. ¿Diga?

Zac la miraba mientras escuchaba.

A pesar de saber que él tenía la cabeza en otro sitio, Vanessa sintió otra vez aquel cosquilleo especial que llevaba sintiendo durante toda la cena. Sin embargo, y por sorprendente que pareciera, había disfrutado de la conversación con él.

Zac: Bien, de acuerdo. -Cerró el teléfono y dejó la servilleta a un lado del plato con expresión seria-. Tengo que ocuparme de esto.

Se levantó. Ella no pudo responder porque en ese momento llegó el camarero para rellenarles las copas.

Diez minutos después, él estaba de vuelta.

Ness: Eso no es nada conveniente.

Zac: No me lo digas -respondió en tono de burlona advertencia-.

Ness: Nada de teléfonos móviles. Da la impresión de...

Zac: Lo sé. Da la impresión de que vivo para trabajar.

Ness: No, de que eres un adicto al trabajo.

Él parecía exasperado.

Zac: Es martes por la noche.

Ness: Apaga el móvil -le dijo con resolución-. Particularmente en la primera cita.

Zac: Ésta no es una cita de verdad.

Su respuesta le dolió, aunque fuera cierta, y Vanessa se preocupó de nuevo sobre su habilidad para mantener una distancia profesional.

Ness: ¿Por qué no me hablas un poco de tu trabajo? -dijo desviando la conversación a un terreno más seguro-.

Él arqueó una ceja.

Zac: Pensaba que se suponía que tenía que disimular el hecho de que estoy casado con el trabajo.

Ness: Esta no es una cita de verdad, ¿recuerdas? -repitió empeñada esa vez en recordar ella ese dato-. Además, tienes que ver cómo puedes utilizar tu trabajo para que resulte atractivo cuando tengas una cita de verdad.

Zac: ¿Cómo? ¿Esa idea sale de una casamentera?

Ness: No, es lo que yo llamo el método Hudgens.

Zac: ¿Y qué te parece si dejo que mi considerable liquidez hable por sí misma? -comentó-.

Ness: ¿Es así como un gerente financiero dice palabrotas? -respondió evasivamente-.

Él se echó a reír.

Zac: De acuerdo, me mostraré amable.

Cuando terminó de comer, él se recostó en el asiento y se puso a jugar con su copa de vino.

Ella trató de no pensar en sus manos firmes, cuadradas y hábiles.

Ness: Eres el director financiero de Empresas Efron, ¿no?

Él asintió brevemente.

Zac: Soy el de los números.

Ness: Pero nunca aburrido -comentó-.

Zac: Si me pongo a hablar de algunas cosas, te aseguro que te aburrirás -le advirtió-.

Ness: Desde luego no es algo de lo que quieras hablar en tu primera cita. Eso es, a no ser que ella sea una experta en números también -añadió con suavidad-. ¿Y qué hace exactamente un director financiero?

Él frunció el ceño.

Zac: ¿Con qué clase de mujeres vas a citarme? No voy a tener paciencia para tratar con una belleza ignorante.

Ness: Sígueme la corriente.

Él suspiró.

Zac: Proporciono estrategias financieras a las Empresas Efron. Somos un imperio familiar con intereses en el sector inmobiliario y tecnológico.

Ness: He leído cosas de vosotros en la sección de economía de los periódicos.

Zac: ¿De verdad? -murmuró-.

A Vanessa le dio la impresión de que ese dato le intrigaba, se preguntó si acaso habría revelado demasiado.

En Boston, los Efron y la empresa dirigida por su familia eran omnipresentes. A través de los años, había sido incapaz de resistirse a leer los artículos sobre Zac. Él se había quedado soltero, tanteando el terreno, discreto en su vida privada, y al mismo tiempo había causado una buena impresión en el panorama empresarial.

Zac: Cada día -continuó- superviso el proceso económico y dirijo departamentos internos en Empresas Efron, incluidos los de administración e informática.

Ness: Todavía no estoy mareada.

Él sonrió.

Zac: Cortejo los números y anhelo un balance en positivo.

Ness: Muy gracioso.

Zac: Me disgusto cuando las cifras no cuadran, y nada me excita tanto como un balance en positivo.

Ness: ¿Ves? -le dijo en tono alentador-. Puedes conseguir que esto sea interesante.

Zac: Eso es lo que hago durante el día. Tengo un segundo empleo invirtiendo en nuevas empresas.

Ella arqueó las cejas.

Ness: ¿Eres inversor?

Zac: Soy un ángel, cariño -dijo con una mirada muy picara-.

Estuvo a punto de caerse de la silla al oír el término afectuoso con que se había dirigido a ella; aunque se recordó de nuevo que esa cita no era real, sino un simulacro. Sin embargo, aquel Zachary Efron era mucho más seductor que el que recordaba de cinco años atrás.

Zac: Yo proporciono capital generador antes de que lleguen los inversores. En el mundo de las inversiones se nos conoce como ángeles.

Ness: Entiendo.

Zac: La llamada de hace un rato era de una empresa en la que estoy pensando en invertir.

Ante su mirada interrogativa, él continuó.

Zac: Al fundador de la empresa le cuesta cederle el control a un grupo directivo profesional.

Ness: Interesante.

Se inclinó hacia delante, sin dejar de mirarla a los ojos.

Zac: Esta noche, sin embargo, lo único que me interesa es invertir en ti.

La verdad es que el comentario era ingenioso y no estaba mal. Pasado un momento, él sonrió.

Zac: ¿Qué tal lo estoy haciendo?

Ness: No está mal. -Se aclaró la voz y trató de aclararse un poco las ideas. No podía distraerse-. Deberíamos comentar cómo vas a describirte a ti mismo a una mujer con la que salgas de verdad.

Zac: Cuéntame más cosas del método Hudgens.

Ness: Es un poco como una desintoxicación. Es un campamento de entrenamiento de reclutas para acceder al compromiso a largo plazo –explicó-.

Zac: ¿Y eso se hace cambiando las ideas de los hombres?

Ness. Tanto de los hombres como de las mujeres -insistió-. Trata de informar a ambas partes sobre las expectativas del otro.

Zac: En otras palabras, recuerda el día de San Valentín, el cumpleaños de ella y vuestro aniversario.

Ness: Es eso, porque, sabes, no hay nada que diga «te quiero» como una tarjeta de San Valentín enviada el día antes por correo urgente por tu secretaria.

Él sonrió.

Zac: De acuerdo. Enseguida voy a apuntar esa información. No más envíos urgentes apañados por la secretaria.

Ness: Es un comienzo. Muchos hombres cuando ya llevan mucho tiempo casados un día se despiertan rascándose la cabeza y diciendo. «¿Qué hice mal?» No tienen ni idea de por qué la mujer está disgustada. No sólo quiero que mis clientes encuentren pareja, quiero que encuentren una pareja para toda la vida.

Él la contempló un momento.

Zac: Es curioso que precisamente tú te hayas metido en este negocio de buscarle pareja a los demás.

Ness: ¿Quieres decir porque yo he tenido tan mala suerte en el amor? -dijo lo que él había implicado-.

Él inclinó la cabeza.

Ness: No es tan curioso -continuó-. No tengo intención de dar el salto en breve.

Zac: Un poco cínica para dedicarte a formar parejas, ¿no?

Ness: Supongo que es fácil para ti, o para cualquiera, pensar eso, después de que me dejaran plantada ante el altar; pero está muy lejos de la verdad.

Las veces que otros clientes se habían molestado en indagar en su pasado o la habían reconocido como la abandonada novia de Andrew, siempre les había dado la misma respuesta. Después de todo, nadie quería aceptar consejos de una casamentera que no tuviera suerte en el amor.

De hecho, los efectos de un potente cóctel de dolor, humillación y, por qué no decirlo, una rabia muy profunda se le habían pasado hacía mucho tiempo ya. Últimamente, se encontraba estable; salvo cuando su pasado volvía para visitarla, sobre todo en la forma del enigmático magnate de un imperio.

Zac la miró con extrañeza.

Zac:  ¿No has pensado alguna vez que tal vez no casarte con Andrew fuera mejor al final?

¿Cuántas veces sus bien intencionados amigos y parientes le habían dicho esa clase de frases a ella? «A veces pasan estas cosas» «Sencillamente, no tenía que ser» o «El tiempo lo cura todo».

Ness. Me costó un poco recordar por qué podría haber sido mejor cuando llegó la factura de mi tarjeta de crédito.

Andrew y ella se habían dividido los gastos de la ceremonia, pero había sido su cuenta bancaria la que había sufrido el golpe más fuerte.

Zac arqueó las cejas.

Zac: Andrew no quiso saldar los pagos porque...

Ness: ¿Porque me dejó plantada? -negó con la cabeza-. La mayoría de las cosas de la boda hubo que pagarlas antes de la ceremonia, y esos gastos nos los repartimos -reconoció-. Pero, sabes, como de todos modos decidí hacer el viaje de novios...

Zac: Tuviste que cargar con todos esos gastos.

Ella asintió.

Ness: No fue un paso muy inteligente a nivel financiero, pero el viaje fue estupendo.

Zac: Sí -murmuró-, recuerdo el revuelo que provocaste.

Ness: También me empeñé en devolverle a mis padres algo del dinero que se gastaron, ya que sentía que había sido mi error.

Zac: ¿Por qué tu error?

Ella apartó la mirada de sus ojos penetrantes.

Ness: Sí, tal vez por no darme cuenta de que las cosas no eran perfectas entre Andrew y yo.

La familia de Andrew aparentemente se había comportado de un modo frío y distante, pero ella lo había atribuido al esnobismo general de la clase alta adinerada.

Y después había habido las señales personales. Pero no pensaba entrar en eso con Zac Efron, bajo ninguna circunstancia.

Sin embargo, él pareció quedar satisfecho con su respuesta.

Zac: Pero vendiste el anillo de compromiso para comprar Ideal Match.

Ness: Sí, meses después. Andrew no se molestó en pedirme que se lo devolviera -reconoció que era lo único que Andrew había hecho un poco bien-. Y, francamente, yo ya ni sabía dónde estaba él. Sabía que si utilizaba el anillo para pagar mis deudas, jamás tendría la oportunidad de avanzar.

No se molestó en mencionar los regalos de boda que había tenido que devolver, lo que le había dolido tener que escribir las notas a los invitados, el tener que regalar el vestido de boda que no había sido capaz de guardar en su armario.

Había sido muy doloroso a nivel emocional, particularmente porque ella siempre había sido una romántica empedernida. De niña y adolescente, su juego favorito había sido jugar a las novias. Su hermana pequeña, Meghan, había hecho siempre de su dama de honor, y su hermano pequeño, Mike, había oficiado, con algún peluche haciendo de padrino, la ceremonia.

Zac tenía una expresión inescrutable.

Zac: No tengo ni idea de dónde está Andrew actualmente. Lo último que supe de él fue que estaba dando la vuelta al mundo en viaje de negocios y de placer -hizo una pausa-. A Andrew le gusta meterse en negocios arriesgados. Me parece que espera volver a casa envuelto en gloria.

Esa descripción no encajaba con el Andrew que ella conocía, la verdad. Cuando se habían conocido en una fiesta, ella había reaccionado a su civilizado encanto y a sus promesas fáciles con una ingenuidad que le había llevado a tragarse todos los elogios.

Lo que era más, no le sorprendía demasiado que Zac y Andrew no siguieran en contacto. Sabía que Andrew le había pedido a Zac que fuera su padrino más para afianzar una relación de negocios en potencia que por otra cosa.

Ness: En mi caso -dijo en voz alta- no estoy soltera porque sea cínica o esté amargada. De otro modo, jamás habría podido dedicarme a lo que me dedico.

Zac: ¿Entonces? ¿Estás casada con tu trabajo?

Ella abrió la boca; entonces vio el brillo burlón en su mirada.

Ness: No, sencillamente no estoy buscando pareja en este momento.

Zac: ¿Y cuando lo estés?

¿Por qué era tan curioso? ¿Y por qué estaban hablando de eso?

Zac: Entonces cuando lo vea me daré cuenta.

No añadió que era una impostora, y que su posible príncipe azul descubriría eso al final.

Hasta entonces, tenía por delante una prueba importante, y ésa era la de encontrarle a Zac la mujer ideal. Y cuanto antes lo hiciera, mejor.

Aunque todavía tenía dos meses antes de que el Sentinel volviera a nombrarlo el soltero más cotizado de nuevo, el trato con Zachary Efron le resultaba cada vez más complicado.

Afortunadamente, sabía dónde encontrar la mujer perfecta.

Vanessa se quedó mirando la pantalla del ordenador, y después se volvió a mirar por la ventana de su despacho, repasando con la mente la conversación de dos días antes por enésima vez.

La verdad era un poco más complicada de cómo se la había expuesto a Zac. Tenía que tener una intensa vida social, más que nada por el trabajo, ya que encontrar solteros disponibles llevaba mucho tiempo, pero siempre la había contemplado como una obligación ligada a su profesión.

Desde que Andrew la había dejado plantada ante el altar no había tenido una relación seria con nadie. No sólo no estaba buscando a su hombre ideal en ese momento, sino que llevaba ya cinco años así.

Había terminado siendo una estadística. Y no una de esas estadísticas felices; no de las que podían decir «soy una mujer feliz, adaptada, del siglo XXI; una mujer que lleva las riendas de su vida». En lugar de eso, ya se había acostumbrado a una vida de soledad con la única compañía de su gato Félix.

Después de Andrew, había pasado por varios estadios de dolor por la ruptura: shock, insensibilidad, indiferencia, obsesiones, ataques de llanto. Y había continuado viviendo, pero ya no era la misma persona. Se había vuelto más cauta y era más consciente de las cosas.

La misma cautela parecía advertirle en ese momento que no debía pensar en Zachary Efron como hombre sino como cliente.

Se recostó en el asiento. Había tratado de mantener una conducta profesional la noche cuando habían salido a cenar, pero él la había confundido, y le había hecho perder la tranquilidad.

Volvió a fijar la vista en la pantalla. Se había pasado buena parte de la última hora mirando en su base de datos, tratando de sacar una lista de las posibles candidatas para Zac.

Porque tenía que luchar en contra de la atracción que sentía por él.

Había aprendido algunas lecciones de su experiencia con Andrew, y la más importante había sido que era un fracaso tanto en el dormitorio como fuera de él.

En ese preciso momento Brittany entró en la oficina con un ramo de flores en la mano.

Britt: Acaban de llegar. ¡Me muero de curiosidad por saber de quién son!

Ness: ¿Son para mí?

Britt: ¿Para quién si no? -dijo alegremente-. Si fueran para mí, ya estaría inventándome una excusa para poder irme pronto a casa.

Vanessa frunció el ceño.

Ness: Pero recientemente no he salido con nadie.

Britt: Me lo dices, o me lo cuentas -dejó las flores en un lado de la mesa-. ¿No son preciosas?

Vanessa se fijó en el enorme ramo de rosas color rosa mezcladas con lirios.

Ness: Y caro.

Brittany se cruzó de brazos.

Britt: Tal vez uno de tus clientes se haya espabilado y se haya dado cuenta de que la conquista de verdad es la casamentera en sí.

Ness: Por favor.

Brittany y ella habían hablado de ese tema demasiadas veces ya.

Brittany sacó un sobre pequeño que había dentro del ramo y se lo pasó.

Britt: Toma. El mundo entero está aguantando la respiración.

Fingiendo desinterés, abrió el sobre y miró el contenido de la nota que había dentro: Siento la interrupción de la llamada del móvil. Zac. Las palabras estaban escritas con letra masculina y descuidada; no demasiado romántica.

De pronto rectificó para sus adentros, diciéndose que Zachary Efron y lo romántico no debían ir en un mismo pensamiento... Al menos en lo referente a ella.

Britt: ¿Y bien?

Ness: Son de Zachary Efron.

Britt: ¡Lo sabía! Mira, yo a ese hombre sí que le dejaría llevarme a París cuando él quisiera.

El corazón le dio un vuelco, a pesar de que la razón la obligaba a dejarse de fantasías.

Ness: Estás sacando conclusiones precipitadas, Brittany -se puso de pie y rodeó la mesa de escritorio para tomar el ramo de flores y llevarlo a un aparador que había a un lado, donde retiró el envoltorio trasparente y las metió en una jarra con un poco de agua-. Sólo se está disculpando por ser grosero la otra noche.

Britt: Ah -pareció desinflarse un poco-. Sin embargo, las flores son un detalle bonito; vamos que tras esos trajes y esas corbatas tan conservadoras, hay un hombre que está como un tren.

Ness: Se supone que tengo que emparejarlo con una mujer sencilla.

Brittany levantó las manos, haciendo un gesto como queriendo decirle que allí tenía a una, ella misma.

Britt: ¿Le has hablado de tus humildes orígenes?

Ness: Mi padre es miembro del consejo escolar y mi madre es profesora de colegio. No es demasiado, pero tampoco iba sin zapatos.

No se molestó en explicarle que «sencilla» desde la posición de Zac Efron era una mujer que fuera correcta con los criados.

Britt: Trabaja conmigo.

Ness: Estoy haciéndolo -tiró el envoltorio de plástico a una papelera-. Te contraté después de que fallaras en las nueve primeras entrevistas que te envió la agencia de trabajo. ¿Te acuerdas?

Brittany se encogió de hombros.

Britt: ¿Qué puedo decir? Algunas personas no entienden mis encantos. Vete a saber porqué.

Vanessa se echó a reír aunque no tenía ganas. Había contratado a Brittany cuando en los inicios de su negocio no había podido pagar el sueldo del mercado ni siquiera a una recepcionista. Desde entonces las dos habían pasado buenos y malos momentos juntas.

Brittany observó a su jefa mientras se afanaba en colocar el arreglo floral.

Britt: Jamás entenderé por qué no te has ido con ninguno de los hombres que han cruzado nuestra puerta.

Ness: Tú sabes por qué. No salimos con los clientes.

Britt: Bueno, tú no.

Vanessa hizo una pausa y le echó a Brittany una mirada interrogativa.

Brittany se encogió de hombros.

Britt: ¿Crees que acepté este empleo por el sueldo? Una chica tiene que pensar en su futuro...

Ness: Sí, pero no tiene por qué buscarlo en la empresa donde trabaja...

Brittany alzó las manos con gesto de disculpa.

Britt: Volvamos a Zachary Efron.

Ness: Es demasiado estirado -comentó-.

Britt: Pero tiene una cuenta bancaria bien nutrida.

Ness: ¿Es que no tienes vergüenza?

Britt: ¿En una palabra? No.

Ness: Era uno de los padrinos de la boda que no se llegó a celebrar.

Brittany abrió los ojos como platos.

Britt: ¿De tu boda?

Ness: De cuál si no.

Britt: ¿Y sigue estando en contacto con Andrew?

Ness: No lo creo. Aunque Zac dijo que lo último que sabia de él era que Andrew estaba dando la vuelta al mundo.

Britt: Sabes, de haber sido yo dama de honor, no habría tenido que preguntarte dónde estaba Andrew. Le habría hecho picadillo al momento.

Vanessa volteó los ojos.

Ness: Sí, bueno, como recordarás, tú y yo todavía no nos conocíamos.

En lugar de eso, su hermana Selena había sido su dama de honor. Las dos habían tomado seguidamente el vuelo a Bora Bora, habían comido mahimahi, tomado bebidas de havarkava y bailado bajo las estrellas.

Brittany se encogió hombros, como si el hecho de que entonces ellas no se hubieran conocido no tuviera importancia alguna.

Britt: ¿Entonces, le vas a guardar rencor?

Ella no tuvo que preguntarle a qué se refería. Sin embargo, no se trataba sólo de que Zac hubiera permanecido impasible el día que siempre sería una infamia para ella.

Britt: ¿Y bien?

Ness: Nuestra relación siempre fue... extraña -miró las flores que estaba arreglando, antes de bajar las manos-. Siempre ha habido una serena intensidad en su mirada.

Britt: Oh, vaya... -suspiró con gesto soñador-. ¿Y eso es malo? Cariño, si él me mirara con esos magnéticos ojos azules, habría sido yo la que hubiera dejado a quien fuera plantado en el altar.

Vanessa se preguntó por qué estaba allí hablando de Zac. Él era alguien del pasado, y el único modo en que estaba presente en ese momento era como entrada de dinero en Ideal Match.

Ness: ¿No tienes nada que hacer, Brittany? -le preguntó significativamente-.

Brittany sonrió y le dio un pedazo de papel.

Britt: Phil Rompecorazones ha dejado dos mensajes.

Ness: ¿Sólo dos?

Phil Rompecorazones era como llamaban ellas a un cliente que era todo sonrisas, pero que había fracasado con más citas de las que Vanessa podía recordar.

Britt: Tenía que tomar un vuelo a Phoenix, de modo que no tenía más tiempo. El primer mensaje era sobre su cita de anoche; el segundo en nuestro otro número era para asegurarse de que habíamos recibido el mensaje.

Ness: Naturalmente.

Brittany sonrió.

Britt: Me pregunto cómo habrá roto con ésta.

Vanessa hizo una mueca de asco.

Ness: No quiero saberlo.

Al principio, Phil Rompecorazones había intentado insistirle que una de sus responsabilidades como casamentera era romper por él.

“Para eso es para lo que he contratado tus servicios”, le había dicho Phil.

Finalmente lo había convencido de que romper era algo que él debía aprender a hacer.

En ese momento sonó el teléfono y Brittany fue a contestarlo.

Ness: Esperemos que no sea Phil Rompecorazones para un tercer round -dijo antes de descolgar-.

Britt: ¿Te sientes solo? ¿Triste? ¡Aquí tenemos lo que buscas! -continuó más tranquilamente-. Ideal Match. ¿En qué puedo ayudarlo?

Vanessa volteó los ojos. Había intentado convencer a Brittany para que no dejara el ridículo eslogan, pero a la mayoría de los clientes parecía divertirles.

Brittany se rió cuando la otra persona dijo algo, apretó el botón de espera y le pasó el auricular antes de dirigirse hacia la puerta.

Britt: Nuestro gerente financiero favorito a la espera para hablar con la Doctora Cita.




¡Interesante fecha para publicar capítulo! 

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sábado, 27 de febrero de 2016

Capítulo 2


Lujoso. La palabra se le pasó a Vanessa por la cabeza al entrar en el ascensor del edificio de Zac.

El portero ya había anunciado su llegada. Había oído la voz de Zac por el intercomunicador instruyéndole al portero uniformado que la acompañara arriba.

Ella se dio cuenta de que probablemente Zac no tenía ama de llaves en casa los fines de semana. Había aprendido hacía mucho tiempo que toda la información posible sobre un cliente podría resultar útil para construir el perfil de su pareja ideal.

Habían quedado encontrarse en su apartamento un sábado, el único día que Zac estaba disponible, para empezar a trazar cómo prepararlo para conocer a su mujer ideal.

En el ascensor, los paneles de madera y la alfombra oriental se sumaban al ambiente de un edificio que destilaba discreta riqueza. Vanessa se preguntó de nuevo cómo había podido ser tan loca como para aceptar aquel trabajo.

Su efectividad como casamentera dependía de su habilidad para mantener una distancia emocional con sus clientes, pero Zac estaba asociado con el peor drama de su vida.

Encima de todo, hacía tiempo que había jurado que no trataría con nadie asociado con su ex prometido. Zac era rico, privilegiado y nacido para gobernar, y hubiera sido el padrino de Andrew. Ella tenía la idea de que estaban cortados por el mismo patrón.

En realidad, el edificio donde acababa de entrar era la clase de lugar en que había imaginado que viviría Zac. Era de ladrillo oscuro, del periodo de preguerra, con porteros de librea y toldo verde intenso.

La familia Efron era una familia de rancio abolengo en Boston. Por ello no era sorprendente que el apartamento de Zac no fuera un pretencioso ático de lujo en un rascacielos nuevo y deslumbrante, con el ascensor abriéndose directamente al apartamento.

En lugar de eso, como descubrió cuando se abrieron las puertas del ascensor, había dos apartamentos en la planta superior que compartían un pasillo suavemente iluminado.

Zac estaba a la puerta de su apartamento. Vestía pantalón de traje, pero sin chaqueta y sin corbata.

Zac: Pasa -dijo, haciéndose a un lado-. Llegas puntual.

A ella le empezó a latir más deprisa el corazón. Él era un hombre, fuerte y correcto. Pero su propia reacción la fastidió.

Ness: Porque todos sabemos que el tiempo es oro, ¿verdad? -Entró en el apartamento-. Eso es lo último que tienes que trasmitirle a tu cita.

Él la siguió y cerró la puerta.

Zac: ¿Pero y si la estoy cronometrando?

Ness: Tal vez sería mejor dejar ese tipo de cosas para después de la boda.

Sabía que hablaba como si estuvieran hablando de perversiones sexuales, pero la etiqueta a seguir en las citas era importante para ella.

Él emitió un sonido de incredulidad.

Zac: De acuerdo, tomo nota. Un hombre paciente puede ser la máxima fantasía de una mujer; pero no deja de ser una fantasía.

Ella esbozó una sonrisa resuelta.

Ness: Bueno, cuando terminemos, seguramente serás la máxima fantasía de una mujer.

Y, a juzgar por el modo en que su cuerpo respondía, no lo estaba haciendo tan mal en ese momento.

Zac: Empezaré ahora mismo, llevándome tu abrigo -le dijo en tono suave-.

Ness: Gracias.

Cuando sintió el roce de sus dedos en la parte de atrás del cuello, se estremeció.

Zac: Deja que te enseñe la casa -le dijo después de dejar su abrigo en un armario-.

Ella trató de ahogar la sensación de cosquilleo mientras él le enseñaba rápidamente el apartamento.

La cocina era espaciosa, con armarios de madera de cerezo y puertas de cristal, una isla de cocina de mármol y electrodomésticos de acero inoxidable. En el comedor formal, las paredes estaban pintadas de rojo frambuesa sobre un revestimiento de madera color marfil y rematado en el techo con molduras en el mismo tono. Las sillas estaban tapizadas en rayas rojas y doradas, y varias piezas, incluido el aparador, parecían antigüedades.

Vanessa no pudo evitar comparar el comedor de Zac con el modesto comedor de la casa de Sacramento donde se había criado; su madre había empapelado las paredes, y los muebles estaban llenos de arañazos y golpes de tantas patadas, incluidas las de su hermano y hermana pequeños.

Cuando pasaron al salón de Zachary, notó que al menos esa habitación estaba hecha pensando en la comodidad. Los sofás y las butacas, tapizados en tela beis y cuero color chocolate, se agrupaban delante de una chimenea enorme.

Después del salón estaba la sala de estar; llena de estantes de libros del suelo al techo, mientras que desde las ventanas se contemplaban magníficas vistas del centro de Boston.

Vanessa se dio cuenta de que era allí donde Zac pasaba la mayor parte del tiempo. En el escritorio había montañas de papeles y documentos, y un portátil abierto. Era la única habitación donde había un rastro de desorden.

Finalmente llegaron a un largo pasillo donde había una alfombra larga.

Zac: Esto lleva a las habitaciones y los baños. Hace un par de años tuve la oportunidad de comprar el apartamento de abajo y hacer un dúplex, dejando la zona de invitados en el nivel inferior -se encogió de hombros-, Pero el apartamento ya era demasiado grande para un soltero.

Ness: Sí, ya veo.

El ático era masculino y discreto, pero tenía el toque indiscutible de la mano de un diseñador. Sin embargo, a pesar de todo el lujo, faltaba algo.

Le llevó dos segundos adivinar lo que era.

Allí no había pasión. No había fotos que documentaran los momentos más importantes de la vida del ocupante, ni recuerdos de algunas vacaciones memorables; ni siquiera premios que denotaran en modo alguno las aficiones y pasatiempos favoritos.

En resumen, Zac Efron seguía siendo tan misterioso como lo había sido siempre.

Ness: Aunque tal vez necesite una ayuda -dijo despacio-.

Zac: ¿El qué?

Ness: Tu apartamento.

Él miró a su alrededor y frunció el ceño.

Zac: ¿Qué tiene de malo? Contraté a un profesional para que lo decorara.

Ness: Exactamente.

Zac: Me costó bastante...

Ness: Pero no tiene corazón -lo interrumpió-. Me sorprende que tu diseñadora no incorporara tus recuerdos y posesiones cuando volvió a decorarlo.

Zac: La diseñadora era alguien que me recomendó mi cuñada, y sí que lo hizo. Pero mis cosas siguen en cajas.

Ness: Mmm... ¿Y hace cuánto tiempo que cambiaste la decoración?

Él no parecía contento.

Zac: Hago muchos viajes de negocios. Apenas estoy en casa.

Ness: Si no tienes tiempo de vivir en tu apartamento, no tendrás tiempo para llamarla y concertar una cita.

Él parecía listo para refutar sus palabras; y ella tuvo que controlarse para no censurar su expresión hostil.

Ness: La fecha límite es el miércoles, por cierto.

Zac: ¿El miércoles, para qué?

Ness: Es el día de la semana que vas a llamarla para concertar una cita para el fin de semana.

Ella se dio cuenta de que le estaba hablando como si le estuviera regañando, pero parecía la única manera.

Zac: Entiendo -respondió en tono seco-. ¿No debería estar tomando apuntes?

Ness: Podría ser buena idea. De todos modos, el viajar a menudo sería una buena excusa si tuvieras otro sitio que pudieras llamar tu casa en lugar de... -hizo un gesto a su alrededor- esto.

Él arqueó una ceja.

Ness: No voy a cambiar la decoración de tu apartamento.

Lo que buscaba era infundirle seguridad.

Zac: Me alegro de oírtelo decir.

Ness: Pero me gustaría sugerirte unas cuantas cosas para darle a una mujer una pista sobre ti. Tal vez algunas fotos estratégicamente colocadas; nada más importante. Podemos buscar algunos marcos que combinen con la nueva decoración.

Por enésima vez se dijo que no pensaba dejarse intimidar por él. No había lidiado con fiscales de alto nivel o con titanes del mundo empresarial sin ponerse nerviosa.

Ness: Vamos a echarle un vistazo a tus roperos. Y tal vez podamos salir de compras esta tarde como habíamos hablado.

Su dormitorio. Estaba a punto de descubrir lo que había al final del pasillo, delante de ella.

Su dormitorio era enorme, seguramente del mismo tamaño que su modesto apartamento. Una gran cama de matrimonio dominaba la pieza donde los muebles eran modernos, oscuros, de líneas sencillas y con tiradores de metal cepillado. Por una puerta entreabierta se veía un amplio cuarto de baño, y una chimenea ocupaba la pared frente a la cama.

Aspiró hondo. La habitación no era tan imponente como su ocupante, pero ella era una profesional. Al menos en lo que a los contactos se refería, se dijo para sus adentros.

Miró el ropero que había al otro lado.

Ness: ¿Puedo?

Zac: Adelante.

Cuando abrió las puertas dobles, vio un montón de elegantes camisas de diseño y un número indefinido de trajes colgados con mucho cuidado. Todo era una variación de lo mismo.

Ness: ¿Dónde está la ropa de sport? -lo miró, y enseguida levantó una mano para continuar-. No me digas. Usas traje la mayor parte del tiempo.

Él ladeó la cabeza.

Zac: Muy perspicaz por tu parte.

Ness: Eso habrá que arreglarlo.

Su mirada fue sardónica.

Zac: ¿Sometes a las clientes femeninas a este trato?

Ness: Desde luego. No se trata de convertirse en alguien que uno no sea, sino de crear un tú mejor.

Zac: ¿Y qué le recomiendas a las mujeres?

Ness: Bueno, si te lo contara, te revelaría el apretón de manos secreto.

Zac: Mis labios están sellados.

Ella suspiró.

Ness: Lo compartiré contigo sólo porque creo que le darás buen uso a esta información.

En sus labios había una sonrisa.

Zac: Soy todo oídos.

Ness: Bueno, yo recomiendo que por ejemplo con la ropa se empiece por lo básico, con algo que nunca se pasa de moda. Un vestido negro, un traje, un par de vaqueros, una camisa blanca, unos tacones color carne y un par de zapatillas de deporte. En cuanto a complementos o joyas, un reloj y unas perlas.

Zac: Estás de broma.

Ness: ¿Por qué iba a bromear? Lo básico es sencillamente eso. Puedes combinarlos para utilizarlos por la mañana y también por la noche, para cambiar de estilo informal a formal.

Zac: De cuerdo, tengo que preguntar. ¿Por qué carne para los tacones?

Ness: Es sexy -dijo sin más-. Hace que el que mira no se fije en los pies sino en las piernas, y eso hace más alta a una mujer, algo que es particularmente importante si la mujer es... -hizo una pausa, como si se hubiera dado cuenta demasiado tarde de lo mucho que estaba revelando-. Bueno, menuda -terminó de decir-.

Él le echó una mirada de fingida seriedad.

Zac: Has pensado mucho en esto.

Ness: Naturalmente.

Podía burlarse lo que quisiera, pero ella tenía un negocio en marcha; y era él quien había buscado sus servicios.

La miró de arriba abajo, desde las perlas falsas que se destacaban con el suéter de amplio escote y los pantalones vaqueros negros que le ceñían las curvas hasta las sandalias de cuña.

Ella cambió de postura con turbación; pero enseguida se obligó a reaccionar.

Era la encargada de buscarle una pareja, e iba a casarlo con alguna mujer de sociedad o aspirante a ello. Iba a hacer de él la historia de más éxito de su empresa; aunque su presencia suscitara los malos recuerdos.

Zac: Supongo que las perlas pueden ser de imitación, ¿no?

Ness: Por supuesto. Todo el mundo sabe que es prácticamente imposible diferenciar las perlas verdaderas de las falsas sólo con mirarlas.

Zac: Me alegra saber que tu plan en doce pasos es accesible a las masas.

Ella empezó a mirar la ropa que colgaba del ropero.

Ness: Si vas a burlarte, esto no va a funcionar.

Zac: No te preocupes. Me lo voy a tomar muy en serio -hizo una pausa-. ¿Y qué prendas básicas le recomiendas a los hombres para que se lleven a una isla desierta?

Ness: El príncipe azul no necesita una lista de cosas esenciales -dijo adoptando el mismo tono irreverente que él-, porque para los hombres, la moda es lo básico. Ya sabes, los trajes, las corbatas... un esmoquin.

Zac: Estupendo. Parece que lo tengo todo cubierto.

Ness: Sí, pero un par de pantalones sería muy útil -le dijo volviéndose a mirarlo-. Los hombres tienen el problema opuesto a las mujeres, y es la torpeza de ir más allá de lo básico.

Zac: Tengo un par de vaqueros.

Ness: ¿Que tienen cuánto tiempo...?

Él le echó una mirara.

Zac: No se te escapa una, ya lo veo.

Ella sonrió con modestia.

Ness: Tú me has contratado, de modo que te voy a dar toda mi experiencia.

Zac: ¿De acuerdo, qué te parece esto? Me gustan mis vaqueros, aunque últimamente no los use mucho.

Ness: Sí, lo sé. Porque sales mucho en viaje de negocios. Tendremos que hacer algo al respecto. Mientras tanto vamos a vestirte para que tus compañeros de la facultad no te reconozcan.

Vanessa esperaba que si seguía concentrada en la labor que tenía entre manos, mantendría controlados los pensamientos ilícitos. La autoridad y la virilidad eran para él como una segunda piel, y en contraste ella se sentía femenina y diminuta a su lado.

Él la miró con perplejidad.

Zac: Sabes, no permito que cualquiera me hable de este modo. Los que trabajan para mí, no lo hacen nunca; e incluso mis competidores saben que no es recomendable.

Él la miró con gesto pensativo.

Zac: No es así como te recuerdo -añadió-.

Ness: Con el paso de los años a menudo las cosas cambian -se obligó a sí misma a decir-.

Se había prometido no volver a ser tan inocente y vulnerable.

Zac: Eso ya lo veo.

Estaban entrando en territorio peligroso, de modo que ella se dio la vuelta hacia el ropero y le tocó los labios con el índice.

Ness: Estoy pensando en unos vaqueros de Helmut Lang.

Zac: Ni hablar.

Ella se volvió a mirarlo.

Ness: Si fueras un fanático de la ropa vaquera, te sugeriría unos vaqueros japoneses hechos de algodón orgánico y tintes naturales.

Zac: ¿Qué tienen de malo los Levi's?

Ness: Nada. Depende del mensaje que quieras transmitir -se estremeció sólo de imaginarlo con unos Levi's-. En realidad, no te vendría mal darle un poco de empuje a tu imagen. Podría ser un equilibrio agradable, particularmente si lo que has dicho en nuestra entrevista es verdad y estás buscando una mujer sencilla.

Zac: Así es.

Ness: Entonces, de acuerdo -otra vez se volvió hacia el ropero-. Veamos si podemos animar un poco la cosa.


Zac: No.

Ness: Los hombres de verdad visten de rosa.

Zac miró la camisa de vestir que Vanessa tenía en la mano.

Zac: De rosa fuerte no.

Las compras de esa tarde no estaban yendo como él habría esperado. Habían pasado por algunas de las tiendas de ropa masculina más elegantes de Boston, y habían terminado en Neiman Marcus.

Que Zac supiera, Vanessa tenía la intención de suavizar un poco su estilo, de civilizarlo un poco. La idea de Vanessa era conseguir variar un poco su aspecto de ejecutivo agresivo para que, con suerte, eso afectara su comportamiento y lo fuera menos.

Él quería decirle que no tenía oportunidad alguna.

Ella suspiró.

Ness: Veo que voy a tener que mostrarte la colección de prendas de moda de P. Diddy.

Zac: Continúa utilizando Ralph, Vanessa. Tal vez tengas mejor suerte.

Ness: Sabes, si yo de verdad quisiera recomendar algo de moda, sugeriría trajes cosidos a mano.

Él emitió un resoplido de incredulidad. A él le hacían los trajes a medida, pero los cosidos a mano eran muy distintos.

Ness. Para que lo sepas, el tono del que hablábamos se llama «fresa fiesta».

Zac: Lo pueden llamar «rojo de la suerte» si les da la gana, pero yo no pienso ponérmelo.

Un dependiente de mediana edad se acercó a ellos con una sonrisa cortés en los labios.

**: ¿En qué puedo ayudarlos?

Zac: Gracias, pero ya nos marchábamos.

Vanessa esbozó una sonrisa de disculpa al dependiente.

Ness: Estamos buscando algo informal, pero nuestras opiniones difieren mucho.

El hombre asintió.

**: Las esposas suelen tener una opinión muy distinta a la de sus maridos.

Vanessa se quedó cortada.

Ness: No estamos...

Zac: Lo que quiere decir mi esposa -la interrumpió- es que no estamos buscando algo que sea sólo informal. También está tratando de suavizar mi imagen en el trabajo.

Vanessa abrió la boca, pero antes de poder decir nada, él la agarró del codo y la llevó hacia el vendedor.

Zac: Vamos, cariño. Vamos a ver lo que puede enseñarnos. Empecemos con unos pantalones de sport -le dijo al vendedor-.

**: Muy bien -comentó el hombre-. Si tienen la amabilidad de seguirme...

Cuando ya iban hacia otra sección, Vanessa murmuró algo en voz baja.

Ness: ¿Qué estás haciendo? Si alguien te reconoce y cree que somos pareja; o peor, si alguien piensa que estás casado en secreto, estropearás todo lo que intentamos conseguir.

Zac: No te preocupes -le dijo con tranquilidad-. Soy el típico héroe de acción invisible a todo el mundo salvo a las mujeres que buscan marido.

Ella le echó una mirada de soslayo.

Ness: ¿De verdad? ¿Y cuáles son esos poderes de superhéroe?

Zac: Yo te los demostraría, pero sería mejor hacerlo en privado.

Ella apretó los labios.

Ness: No sé por qué hemos asumido el papel del matrimonio. Ninguno de nosotros lleva anillo de bodas.

Zac: No todo el mundo usa anillo. Además, las novias no eligen la ropa de un hombre; las esposas sí. Si el dependiente piensa que estamos casados, te escuchará. De otro modo, se dirigirá a mí todo el tiempo -añadió-.

Ness: Me has puesto en evidencia.

Zac: Aprende a pedir lo que quieras. Ése es el problema con las mujeres.

Ella retiró el codo que él le agarraba.

Ness: Tendremos que trabajar en esa desafortunada tendencia tuya a incluir las palabras «problema» y «mujeres» en la misma frase.

Zac: ¿Cuándo he hecho eso? -Preguntó en tono suave; desde que Vanessa había llegado a su apartamento, se sentía que estaba con una especie de institutriz-. Lo único que he dicho es que he sido el objetivo de cazafortunas y oportunistas.

Ness: Lo mismo -le respondió antes de volverse hacia el dependiente-.

Vanessa y el hombre empezaron a charlar de los colores de la temporada y de varias marcas.

Zac limitó sus respuestas a «sí», «no» y «olvídalo». Era la manera a la que estaba acostumbrado a hablar en el consejo de administración, y ese método le había servido bien.

Se daba cuenta, de todos modos, de que estaba exasperando a Vanessa.

Cuando el dependiente se ausentó un momento para tratar de buscarle su talla, ella se dirigió a él.

Ness: ¿Podrías responder con algo más que monosílabos?

Él le sonrió.

Zac: Sí.

Ella aspiró hondo, y él no pudo menos que bajar la vista a su pecho. Cuando la volvió a levantar y la miró a los ojos, el ambiente estaba cargado de tensión.

Ness: Tal vez necesitemos trabajar un poco tus habilidades para la conversación.

Zac: Las que poseo me han servido bien en las reuniones del consejo de administración. Las palabras de más son una pérdida de energía. ¿Por qué entonces hablar cuando hay maneras más efectivas de comunicarse?

De pronto sintió unas ganas apremiantes de demostrarle a ella lo efectivas que podían ser otras maneras de comunicarse. Estaban en un lugar lleno de público, con un montón de gente a su alrededor comprando, y sin embargo le parecía como si estuvieran en su propio mundo.

El hechizo se rompió cuando volvió el vendedor y les condujo a un probador que mostró a Vanessa una silla a la puerta donde sentarse mientras él se probaba la ropa.

En el probador, él se desnudó y se puso unos chinos y una camisa de sport. Salió uno minutos después para que Vanessa le diera su opinión.

Ness: Mmm -se sentó y cruzó las piernas-. Date la vuelta.

Él la miró un instante, antes de hacer lo que le pedía. La ropa no era de su estilo habitual, pero estaba dispuesto a ceder un poco.

Sobre todo y más importante, no detectó que ella estuviera disfrutando de darle órdenes. Aun así, tenía sus sospechas.

Ness: Te sienta bien.

Jamás había pensado que tres palabras tan inocentes pudieran resultar tan eróticas.

En realidad, aquella salida para ir de compras se estaba convirtiendo en una experiencia más íntima de la que habría pensado jamás.

Ness: ¿Estás cómodo?

Cómodo no era la palabra que habría elegido él. Excitado describía mejor su estado; y si no tenía cuidado, pronto se daría cuenta todo el mundo.

Zac: Me quedan bien -dijo en voz alta, y asintió al dependiente que estaba cerca-. Nos los llevamos.

**: Muy bien -respondió el hombre-. Hay unos cinturones que podrían irle muy bien.

Ness: Eres decidido -dijo cuando el hombre se hubo marchado-

Zac: Impaciente -reconoció-. Normalmente entro y salgo de las tiendas en menos de treinta minutos. Diez para encontrar lo que quiero, cinco para probármelo y otros diez para pagar y salir por la puerta.

Ella le sonrió con dulzura.

Ness: ¡Pero lo haces tan bien!

Así que ella estaba disfrutando.

Zac: Me siento como un modelo en un anuncio malo de televisión -murmuró-.

Ness: Zac, estoy ayudando a organizar un pase de modas para recaudar fondos para la Asociación Operística de Boston. Todavía nos faltan modelos masculinos voluntarios para hacer los pases de la ropa de diseño que ha sido donada.

Zac: Olvídalo.

Ness: Piénsatelo -le incitó-. Sería un modo estupendo de conocer a gente. Estarías en el ambiente ideal para conocer a una mujer de temperamento agradable a quien le parezca importante apoyar las artes, mientras que te promocionas en el mejor ambiente ayudando.

Zac: Buen intento, pero no cuela.

En realidad, si alguno de sus hermanos se enteraba de que se había prestado a pasar modelos delante de docenas de mujeres sentenciosas, se habrían muerto de la risa. Por no hablar de que su fama de duro competidor en el mundo empresarial caería en picado. Necesitaba pisar el freno antes de que Vanessa lo trasformara en un hombre con chaqueta de media gala, o en un voluntario de una subasta. Él tenía sus límites.

Y esos límites, aparentemente, incluían unos Levi's, que fue precisamente con lo que salió de allí, entre otras cosas.

Cuando el dependiente envolvió las compras, Zac reconoció que Vanessa sabía lo que hacía. Si lo de la agencia no le iba bien, tenía futuro como asesora de imagen.

Se dijo que ese día le permitiría dirigirlo, en realidad más de lo que había dejado a nadie en su vida. O más bien había que decir que había alternado las sugerencias con las insinuaciones para conseguir lo que quería; al menos en algunos momentos.

El hecho de que fuera tan menuda, y que él fuera mucho más alto que ella, tan sólo se añadía a la ironía. No sabía por qué al pensar en la diferencia de tamaño entre los dos sentía ese calor entre las piernas; se dijo de nuevo que las mujeres menudas no eran su tipo. Sobre todo una mujer menuda particularmente mandona que actuaba como si no estuviera segura de que él le cayera muy bien. Una mujer menuda cuyo interés primario en él parecía ser de trabajo.

Si fuera de otro modo, tendría que empezar a hacerse preguntas comprometidas sobre sus motivos pasados, y no quería hacer eso.

De modo que, naturalmente, las primeras palabras que salieron de su boca, fueron:

Zac: ¿Cuándo podrías salir a cenar para poder mejorar mis técnicas de conversación?




Esa pregunta me huele a cita XD

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miércoles, 24 de febrero de 2016

Capítulo 1


Él era la última persona a quien habría querido ver; a quien menos se habría imaginado encontrarse en el vestíbulo de su oficina. Zachary Efron era heredero de una de las grandes fortunas de Boston y testigo del día más humillante de su vida.

Vanessa, que estaba dentro del discreto despacho que tenía en Ideal Match, se quedó de piedra al verlo. Ese día, algo muy raro en ella, había llegado tarde a la oficina gracias a una comida de negocios que se había prolongado demasiado y a una ventisca de nieve de aquel poco alentador mes de enero. Vanessa lo miró a los ojos boquiabierta, mientras trataba de serenarse.

Por su parte, él ya se estaba levantando del sofá donde había estado sentado; y ella se armó de valor para enfrentarse a su imponente presencia.

**: Tu cita de las dos está aquí.

Ella miró hacia Brittany, que arqueó las cejas y abrió los ojos como platos, antes de mirar al hombre que tenía delante.

Aprovechó esos segundos para contener sus sentimientos antes de avanzar despacio hacia él.

Ness: Hola, Zac -se alegró de que apenas le temblara la voz-. Qué sorpresa.

Zac: Hola, Vanessa. Hace tiempo que no nos vemos.

Cuando lo había visto por última vez, él había ido con chaqué y una gardenia en el ojal. La flor había tenido perlas ensartadas en su centro, tal y como ella había deseado. Después de todo se había tratado de su boda.

El ruido de los tacones de sus zapatos altos sobre el suelo de parqué quedó ahogado cuando alcanzó la alfombra oriental de imitación que cubría el centro del suelo de la recepción.

Vanessa sonreía con gesto profesional cuando llegó junto a él.

Zac: Es estupendo volver a verte.

Cuando él le estrechó la mano, Vanessa tuvo que ahogar cierto revoloteo en el estómago.

Ness: Sí, eso pensé yo -dijo con una sonrisa de pesar-. Una sorpresa, la verdad.

Al mirarlo Vanessa se dio cuenta de lo pequeña que era. Incluso con tacones resultaba menuda; algo que llevaba treinta años lamentando.

Él, por el contrario, lo tenía todo a su favor. Medía al menos un metro ochenta y además era rico, varonil e imponente. ¿Acaso no había leído en algún sitio que la altura de un candidato era mejor indicación de quién ganaría unas elecciones presidenciales, frente a cualquier otro dato?

Lo miró de arriba abajo con disimulo. Tenía la belleza morena de un modelo de la revista GQ pero además era... ¿Cuál era la palabra que buscaba...? Sí... enigmático.

Recordó la portada de un número reciente de la revista Fortune en la que había leído los titulares de un artículo sobre él. Le habían denominado como el «ingeniero financiero de Empresas Efron» por el estilo desenvuelto y sereno con el que llevaba el cargo de gerente financiero del competitivo imperio familiar.

Irónicamente, el Boston Sentinel también le había nombrado el soltero más cotizado durante dos años seguidos. Después de que su hermano pequeño, Alex, se hubiera casado, Zac le había sucedido en el título así por defecto.

Estaba segura de que no estaba allí para contratar un servicio en su agencia matrimonial. ¿Pero qué otra razón podría haberle llevado allí si no? Él era la persona que estaba citada a las dos. Como si le hubiera adivinado el pensamiento, él dijo:

Zac: Seguro que soy la persona que menos te podrías imaginar tener como cliente.

No, por favor. No, no, no. Él no. No el hombre que había permanecido impasible ante su abyecta humillación de cinco años atrás. No el hombre que, curiosamente, le había hecho ser más consciente de su feminidad, y de aquel modo tan especial. Trató de serenarse y asintió a Brittany antes de dirigirse a él en tono aterciopelado:

Ness: ¿Quieres pasar? Podremos hablar tranquilamente en mi despacho sobre lo que estás buscando y sobre cómo podemos ayudarte a encontrarlo.

Vanessa se encogió por dentro; él no estaba buscando que lo juntaran con un ordenador o un objeto carente de emociones, por muy apropiado que eso le pareciera a ella.

Ness: Me refiero a encontrarla -rectificó-. En su mirada se reflejó un destello de emoción que bien podría haber sido humor.

Cuando la siguió al despacho, ella cerró la puerta después de pasar él, no sin antes echarle una mirada ceñuda a la recepcionista, que a su vez la miraba con expresión curiosa.

Se quitó el abrigo y lo invitó a que ocupara un asiento.

Ella se acercó a un aparador que había pegado a la pared.

Ness: ¿Quieres té o café?

Zac: Nada, gracias.

A ella le apetecía un trago de algo fuerte y con cafeína. Sin embargo, volvió y se sentó en un sillón que estaba a la derecha de su asiento en el sofá.

Observó cómo él miraba a su alrededor, tan a gusto allí como una pantera enjaulada, y esperó a que fuera al grano del asunto.

Finalmente él fijó la vista en ella.

Zac: Mi hermana y mis cuñadas creen que el mundo sería un lugar mejor si yo estuviera tan felizmente casado como todos ellos.

Vanessa esperó.

Zac: Mi hermana me sugirió que viniera a verte a ti.

Ella se corrió hacia delante en el asiento.

Ness: Me temo que sólo acepto a clientes que están seguros...

Zac: He decidido que tal vez tengan razón.


Ah. Vanessa retrocedió un poco en la silla, dispuesta a volver a intentarlo.

Ness: Si te han nombrado el soltero más cotizado de Boston, no veo para qué necesitas contratar los servicios de una agencia matrimonial. El mismo título...

Zac: Te has enterado, ¿verdad? -le preguntó en tono irónico-.

Ness: Sí -reconoció-. Leo el Sentinel, y de todos modos es mi negocio conocer a los solteros cotizados de la ciudad.

Zac: Exactamente -se pasó la mano por la cabeza-. Ese ridículo título hace de mí el objetivo de todas las cazafortunas y trepas que hay alrededor. El que me hayan nombrado como el soltero más cotizado de Boston una vez ya fue un rollo, pero ahora que llevo ya dos años seguidos con el título, se me está haciendo muy molesto. He visto a mis hermanos perseguidos por mujeres sin escrúpulos, y no tengo ningún deseo de que eso se repita conmigo -hizo una pausa-. Ahí es donde entras tú.

Ness: Una cosa es querer evitar a las mujeres sin escrúpulos y otra querer encontrar una relación significativa.

Zac: Tengo treinta y dos años. Ya va siendo hora.

Ness: ¿Hora?

Él asintió brevemente.

Zac: Llevo diez años echando muchas horas en la empresa, y no quiero tener sesenta cuando mis hijos lleguen a la liga de béisbol infantil.

Sus palabras le parecieron a Vanessa muy concienzudas y lógicas.

Zac: Además -continuó-, no tengo tiempo para adoptar una metodología arbitraria. Cuento con haber encontrado a la mujer adecuada cuando dentro de tres meses el Sentinel tenga que nombrar de nuevo al soltero más cotizado del año.

Había acudido a ella, pensaba Vanessa, por la misma razón por la que la buscaban sus clientes de alto nivel. Ni ellos ni él tenían tiempo para buscar a la mujer ideal o al príncipe azul, en caso de que los clientes fueran mujeres. Y con su tipo de personalidad, pensaban que encontrar a la persona adecuada se resolvía haciendo lo que hacían para resolver todo lo demás en la vida: dándole dinero a alguien para que hiciera el trabajo.

Supuso que no debería sorprenderse de que un magnate como Zachary Efron pensara que podía encontrar una esposa de la misma manera.

Ness: Contratar los servicios de una agencia matrimonial no es una solución rápida -le advirtió-. Mis clientes a veces se olvidan de que de todos modos tienen que dedicar tiempo, esfuerzo y energía emocional a una relación.

Zac: Entendido. Sacaré el tiempo, pero confiaré en tu astucia para que consigas que merezca la pena. Será una publicidad excelente para Ideal Match si emparejas al soltero más cotizado de Boston.

En eso tenía razón. Naturalmente, siendo el astuto hombre de negocios que era, no pudo resistirse a señalar los beneficios añadidos de tenerle como cliente.

Andrew, su ex prometido, había sido igual. Por supuesto, como Zac y Andrew habían sido compañeros en la Facultad de Ciencias Empresariales de Harvard, no era tan sorprendente que hubiera tantas similitudes entre ellos.

Ella, por otra parte, era una experta en tomar decisiones relacionadas con el negocio utilizando el corazón, y no la cabeza. Afortunadamente, había elegido un sector en el que esa manera de pensar tenía sus compensaciones. Sin embargo, gracias a su trabajo voluntario en la urbanización de jubilados, era la única casamentera de Boston y alrededores que hacía trabajos de caridad.

Pero si conseguía emparejar a Zac con su chica ideal, Ideal Match adquiriría otro nivel. ¿Y qué podía hacer si Zachary Efron era un recordatorio omnipresente del prometido que la había dejado plantada, y si encima no tenía experiencia de lo que eran la pasión y el amor?

Pensó de nuevo en lo mucho que aceptar a Zac la ayudaría en el negocio. Ya se las apañaría. Se las había apañado con altos ejecutivos difíciles que habían estado demasiado ocupados como para acudir a más de una cita, con pomposos perfeccionistas que pensaban que eran el regalo de Dios a las mujeres, e incluso con llorosas prima donnas que llevaban planeando sus bodas desde pequeñas.

Observó que en ese momento Zac paseaba la mirada por su despacho con curiosidad. Ideal Match estaba situada en una de las torres de oficinas más elegantes del centro de Boston. La mayoría de sus clientes eran hombres de negocios profesionales que no sólo esperaban cierta imagen de su negocio, sino también facilidad de acceso.

Pero aunque el edificio era elegante y nuevo, ella se había esforzado para que los despachos de Ideal Match fueran confortables y acogedores. Comprendía el diseño un mobiliario de madera oscura vestido y tapizado en granates y marrones, decorado con cremas y algún que otro dorado.

Zac: Te ha ido bien -le dijo finalmente cuando se volvió a mirarla-. ¿Cuándo abriste Ideal Match?

Ness: Hace poco más de cuatro años. Te sorprendería saber lo mucho que vale un anillo de compromiso con un diamante perfecto en una casa de empeños.

Lo dijo antes de poder contenerse. ¿Acaso él había pensado que cinco años atrás ella se había metido en un agujero para no salir de allí? Había sentido la tentación de volver a California en busca del consuelo de su familia, pero se había resistido.

Él ladeó la cabeza y la miró fijamente.

Zac: No, no me sorprende -murmuró, antes de continuar-. Me alegro de que te haya ido bien en estos últimos años.

Ella se limitó a darle las gracias con mucha cortesía, porque lo que menos le apetecía era volver a hablar de aquel día nefasto del que él también había sido testigo.

Se suponía que la suya habría sido la boda de junio perfecta. Incluso el tiempo había acompañado, ya que el día había amanecido soleado y la temperatura ideal. Pero aparte del tiempo, nada había ido como habían planeado.

De pequeña, siempre había tenido miedo de que, si daba una fiesta, pudiera ser un desastre. Se suponía que, de haberse celebrado, su boda habría sido la fiesta más grande que habría dado jamás; pero acabó siendo el fracaso más estrepitoso de toda su vida.

Aun así, incluso cuando las cosas se habían torcido, nada de lo que había pasado había sido nada común. El novio no había salido huyendo, ni había dejado al padrino de boda para darle a la novia la mala noticia.

En lugar de eso, Andrew había aparecido él mismo. Y a ella no le había dado un ataque de llanto, como solía ocurrir, sino que se había puesto derecha y había continuado con la fiesta.

Estaba ajustándose el velo en la suite del hotel cuando había aparecido Andrew y le había dicho que tenían que hablar. El resto había procedido como una colisión a cámara lenta, pero ella no había podido hacer nada al respecto. Él quería cancelar la ceremonia porque, según él, no estaba seguro, porque tenía que vivir más; y había añadido que sentía mucho hacerle daño.

Ella se había quedado mirándolo fijamente, observando cómo aquellas palabras que no podía creer salían de su boca, incapaz de reaccionar porque el shock la había paralizado.

Él ni siquiera había tenido la decencia de decírselo la noche anterior, durante la cena de degustación, antes de que los casi ciento cincuenta invitados llenaran la iglesia hasta el pasillo central que se suponía que ella tendría que haber recorrido en la hora siguiente.

Y entonces había mirado a Zac, que había aparecido detrás de Andrew. Él estaba vestido con su chaqué de padrino de boda, pero su expresión no había sido de felicidad, sino adusta y seria. De haber estado buscando un hombro donde llorar, estaba claro que el suyo no estaba disponible.

Irónicamente, su reacción la había fortificado. Vanessa le había anunciado a los invitados lo que ocurría, y entonces, con la cabeza bien alta, había continuado con el banquete de bodas; esa vez como homenaje a una boda que no se había celebrado.

Los invitados habían admirado su coraje, pero sólo ella sabía lo duro que había sido irse de viaje de novios con su dama de honor en lugar de con su marido.

Y sin embargo había conseguido darle la vuelta a la adversidad. Había dejado la agencia matrimonial en la que había estado trabajando y había abierto su propio negocio. Y aunque ella no tenía deseo alguno de casarse, estaba convencida de que su mala experiencia le había enseñado a juzgar la compatibilidad entre las personas.

Formar parejas felices la había ayudado a curar sus heridas. Entre sus historias de éxito había muchos matrimonios, y en cada ceremonia a la que había asistido había llorado de felicidad.

Zac: Sigue siendo doloroso para ti -le dijo devolviéndola al presente con sus palabras-.

No había razón para explicarle nada. Ambos sabían de qué estaba hablando él. Como quería cambiar de tema, se acercó a la mesa de centro para retirar la carpeta que Brittany le había dejado allí.

En algún momento, y tal vez sólo fuera la necesidad inmadura de demostrarle que había seguido adelante con su vida, había decidido aceptarlo como cliente.

Vanessa abrió la carpeta.


Ness: ¿Entonces, qué estás buscando en una mujer?

A ti. La respuesta surgió en su pensamiento sorpresivamente. ¿Pero cómo se le había ocurrido eso?

Zac decidió ignorar tal idea. En realidad, no había pensado demasiado en lo que buscaba en una mujer, pero se animó a decir algo de peso en voz alta para ver cómo sonaba.

Zac: Sencilla.

Ness: ¿Algo más?

Se lo pensó un momento.

Zac: Estilosa.

Notó que ella llevaba puesto un top de cuello de pico negro con una falda de tubo gris y botas de cuero negro de tacón alto. Las joyas eran sencillas, tan sólo unos pendientes de aro, un reloj y un collar.

Ella leyó el cuestionario que él había rellenado en recepción y alzó la vista con expresión ceñuda.

Ness: No has respondido a todas las preguntas.

Él se encogió de hombros tranquilamente. Ella lo miró con desaprobación antes de bajar de nuevo la vista a la hoja que tenía delante. Mientras Vanessa continuaba leyendo las repuestas, Zac pensó que tenía una inquietud de la que no parecía poder desembarazarse. Se había pasado los últimos diez años trabajando sin parar, levantando sus edificios de oficinas, ocupado tanto con su tarea de gerente financiero como con sus inversiones privadas. Sin embargo últimamente, cuando estaba con sus hermanos en las reuniones familiares, sentía que destacaba. David se había casado con Elizabeth Donovan, diseñadora de interiores, y había sido padre de un bebé. Luego Miley se había casado con William Hemsworth, su antiguo compañero de universidad. Y poco después Alex se había casado con Kayla Jones, que había sido la mujer más estilosa de Boston según la página de cotilleo del Sentinel.

Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía el haber ido a contratar los servicios de la agencia matrimonial; sobre todo porque, mientras el Sentinel continuara otorgándole aquel estúpido titulo, todas las cazafortunas y arpías de Boston y alrededores lo perseguirían con venganza.

No haría daño a nadie contratando los servicios de la agencia de Vanessa durante un par de meses. Su tiempo valía mucho, y aunque no podía cambiar el pasado, el negocio de Vanessa subiría como la espuma si emparejaba al soltero más cotizado de la ciudad.

Justo en ese momento Vanessa alzó la vista del cuestionario y lo sacó de su ensimismamiento.

Con el bolígrafo en la mano, se dirigió a él con dinamismo.

Ness: Rellenemos los apartados que has dejado en blanco.

Zac sintió ganas de sonreír al notar su tono formal.

Ness: ¿Tienes algún color de pelo que prefieras?

Le miró el pelo a ella.


Zac: Me gustan las morenas.

Ella tenía una melena de cabello liso y sedoso que le caía por los hombros. Él se alegró de que ella no se lo hubiera cortado mucho desde la última vez que se habían visto. Parecía incluso más largo de lo que recordaba.

Ness: ¿Edad? -le preguntó, después de anotar su primera respuesta-.

Zac: De unos treinta y tantos años.

Trató de recordar la edad de Vanessa cuando iba a casarse, cinco años atrás. ¿Habrían sido veinticinco?

Ella fijó en él una mirada intensa.

Ness: ¿Color de ojos?

Sus ojos eran de un precioso marrón chocolate, del color del otoño. Era una de las cosas que más le habían atraído de ella cuando Andrew se la había presentado como su prometida, hacía cinco años.

Zac: No me importa, pero los que más me gustan son los marrones.

Ness: ¿Altura?

La miró. Aunque estaba sentada, estimó que no mediría más de metro sesenta y cinco, contando los tacones. Lo suficientemente alta para él.

Zac: No demasiado alta.

Ella lo miró con escepticismo.

Ness: Tú mides más de uno ochenta. ¿Estás seguro de que quieres salir con mujeres menudas?

Oh, sí, desde luego que sí. Y besarlas también, si acaso sus labios se parecían en algo a los de ella; esos labios carnosos y atractivos.

Frenó sus pensamientos. No estaba allí para salir con Vanessa, sino para contratar sus servicios. Ella era un buen modelo que lo guiara en lo que podría encontrar atractivo en una mujer, teniendo en cuenta que no se había puesto a pensarlo antes de la entrevista. Sabía lo que no le gustaba, y en cuanto al resto, se había dado cuenta nada más verla a ella.

Zac: He salido con mujeres menudas -dijo en voz alta-. A mí no me importa.

Ella lo miró con extrañeza; él con gesto insulso.

Pasado un momento, ella anotó su respuesta y las demás respuestas a las preguntas siguientes; entonces dejó el cuaderno a un lado.

Vanessa cruzó las piernas un momento, y al instante volvió a descruzarlas. Él esperó. Ella se aclaró la voz.

Ness: Una de las cosas que he aprendido después de dirigir este negocio durante los últimos cuatro años es que, para encontrar la pareja ideal, a menudo tengo que preparar a mi cliente para que sea también la pareja ideal.

Él se preguntó dónde acabaría esa conversación.


Ness: Lo que quiero decir es que -continuó, aparentemente escogiendo las palabras con cuidado- a veces las personas, por mucho éxito que tengan en su vida profesional, necesitan unos cuantos consejos.

Zac: Ve al grano, Vanessa.

En sus tratos de negocios, él estaba acostumbrado a decir lo que hiciera falta decir, sin evasivas ni disculpas.

Ness: He visto que a veces apareces en la prensa. Se te describe como un hombre frío, calculador y distante.

Él estaba orgulloso de esas características, eso era lo que quería decirle. Dejaban a sus competidores confusos, tal y como él prefería que estuvieran. Sin embargo, mientras que tal vez en público fuera de ese modo, en privado era un asunto distinto; al menos cuando no estaba con ella. Cinco años atrás, había desarrollado la frustrante habilidad de no pasar de una conversación con Vanessa.

Ness: Ideal Match te puede ayudar -continuó rápidamente-. Antes de que acudas a una primera cita, podemos trabajar en el envoltorio total juntos.

Zac: ¿El envoltorio total? -repitió-.

Ella asintió.

Ness: Podemos mejorarte todo lo posible. Me refiero a ropa, imagen, habilidades de conversación.

Hizo un gesto con la mano en el aire, como si no hiciera falta más explicaciones.

Zac recordó que Miley había dicho que a Vanessa la apodaban Doctora Citas. Ahora ya sabía por qué; además de que había tenido más de un éxito en sus servicios.

Zac: ¿Entonces me vas a entrenar?

Una breve mirada de incomodidad cruzó su mirada.

Ness: Algo así.

Zac: Bien.

Estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas. Era la única manera de sobrevivir cuando uno tenía que moverse en el mismo espacio que las aves de rapiña. Además, podía permitirse el pagarle bien.

Y además, por supuesto, la señorita Casamentera tal vez descubriría que había un par de lecciones que tal vez él le enseñara.




¿Se puede mejorar aún más a Zac Efron? XD
¡Seguro que Ness lo consigue!

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lunes, 22 de febrero de 2016

La cautiva del magnate - Sinopsis


Él quería que le buscase esposa… ella sabía que era la persona ideal para el puesto.

Era el hombre más codiciado de la ciudad y quería que Vanessa Hudgens le buscase esposa. Formar parejas era el trabajo de Vanessa, pero jamás habría creído que un hombre guapo, rico y poderoso como Zac Efron pudiera necesitar su ayuda. Sin embargo, el empresario estaba empeñado en que sólo Vanessa podía encontrarle la mujer que él quería.
Después de pasar juntos varios días… y varias noches, Vanessa empezó a darse cuenta de que estaba atrapada en las redes de su encanto. Nadie podría satisfacer sus necesidades mejor que ella.




Escrita por Anna DePalo.




Novela de 10 capítulos largos y epílogo. ¡Os va a encantar!

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viernes, 19 de febrero de 2016

Epílogo


Vanessa se hallaba en la parte de atrás de la Capilla Wynton, rodeada por sus hermanas.

Brittany, siempre tan pragmática, tenía una lista en la mano.

Britt: Selena, no olvides darle tus flores a Anne justo antes de que suban al altar. Ella me las pasará a mí. Cuando Vanessa te entregue su ramo, repetid lo mismo para que os queden libres las manos y poder ayudarla con la cola... -calló, sacando un pañuelo del corpiño para secarse el labio superior-.

Anne: ¿Te encuentras bien? -dejó de ajustar el velo de Vanessa y tomó el codo de su hermana mayor-. Pensé que los mareos de la mañana solo eran durante los tres primeros meses.

Britt: El médico jura que pasarán cualquier día de estos -repuso respirando hondo-. Como se equivoque, haré que lo decapiten.

Sele: Lo único que debes hacer es resistir durante la ceremonia -indicó-. Luego puedes vomitar lo que quieras.

Britt: Gracias.

Sele: Me alegro tanto de que al menos una de nosotras se case aquí -comentó-.

Anne: Y hará tan felices a papá y a mamá -su rostro perdió parte de su resplandor feliz-. Aún me siento mal por haberlos privado de que pudieran prepararnos una gran fiesta.

Ness: Mamá y papá están felices por todas nosotras -aseguró recordando las palabras de su madre antes de marcharse a Phoenix la última vez-. Lo único que querían era que encontráramos un amor y que nos durara el resto de nuestras vidas. Y así ha sido.

Britt: Solo deseo que hubiéramos podido encontrar a Michael. ¡Qué regalo de boda habría sido!

Reinó un momento de silencio.

Sele: Un último abrazo entre todas -se secó una lágrima-. La música ha empezado y en cualquier minuto deberás salir al pasillo.

Las cuatro hermanas se abrazaron, mientras Anne insistía en que no le arrugaran el vestido.

Vanessa contuvo una lágrima y pensó que las quería mucho. Casi era inconcebible imaginar que apenas hacía unos meses que se habían ido a los Estados Unidos. Habían ocurrido tantos acontecimientos desde entonces.

Y ese día todas estarían casadas. En cuanto terminara la ceremonia tendrían que iniciarse los preparativos para la celebración del aniversario de la coronación. Mitch y Brittany, junto con Anne y su marido, Trey, al igual que Selena y Gabe, se quedarían en Wynborough hasta que pasaran las festividades.

La única persona que faltaba era Lisa, a quien todas querían mucho. Pero su presencia era necesaria en el rancho Colton por si John Colton aparecía durante la ausencia de Mitch.

La coordinadora de la ceremonia les indicó que se prepararan y una doncella le pasó el ramo a Anne. Ésta le envió un beso a Vanessa en cuanto comenzó a avanzar por el pasillo, y Brittany esbozó una sonrisa descompuesta cuando llegó su turno. Selena aceptó el ramo nupcial y le guiñó un ojo antes de emprender la marcha por la enorme y antigua iglesia.

Luego le tocó a ella. El rey Phillip, que había estado observando a sus otras tres hijas, llegó a su lado y le ofreció el brazo. Una lágrima corrió por su mejilla y ella se la secó con un dedo.

Ness: No empieces tú -susurró-. Con Selena ya fue suficiente. Me niego a casarme con el maquillaje corrido.

Phillip: Lo siento -rió-. Te recordaba de bebé y de pronto se me ocurrió que muy pronto tú ibas a ser madre.

Ness: Hice las cosas un poco cambiadas -esbozó una mueca-.

Phillip: No importa -los ojos de su padre se suavizaron al ver en la parte delantera de la capilla a la mujer a la que había amado durante más de treinta años y que esperaba para ver cómo entregaba a su hija-. Lo que cuenta es que Zac y tú os amáis, y por eso tu madre y yo nos sentimos muy agradecidos... por los matrimonios de nuestras cuatro hijas. No todo el mundo es tan afortunado.

Ness: Tuvimos un buen ejemplo que nos indicara cómo debía ser -le regaló una última sonrisa-. Te quiero, papá.

Entonces él la acompañó hacia el altar. Al acercarse y ver al hombre alto de hombros anchos que esperaba con su padre, su hermano y una hilera de asistentes, le sonrió con expresión radiante.

Su padre tenía razón. Eran afortunados.

Y lo que les quedara de vida pensaba mostrarle a Zac lo mucho que valoraba su amor.


FIN


¡Qué bonito!
Una historia breve, pero bonita. 

Espero que os haya gustado la novela. La próxima es muy intensa, os gustará.

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miércoles, 17 de febrero de 2016

Capítulo 9


La luz del sol le hería los ojos a pesar de las gafas oscuras que llevaba.

Mientras el conductor del coche alquilado que había contratado avanzaba por la carretera hacia Catalina, por enésima vez deseó que se le permitiera tomar un analgésico para el dolor de cabeza que martilleaba detrás de sus ojos.

Debía recuperar el control antes de llegar a Catalina, o Mike Flynn pensaría que estaba loca.

De todos modos, seguro que lo pensaba. ¿Cuántas personas llamaban a tu puerta para explicarte que podías ser un príncipe secuestrado?

Debería sentirse más entusiasmada. Era bastante probable que en menos de una hora viera por primera vez en la vida a su hermano.

Pero ya nada le producía entusiasmo después de lo sucedido la noche anterior.

Tragó saliva y se obligó a pensar en otra cosa. Pero una y otra vez, como un CD rayado que no dejaba de volver al mismo punto, oía la voz de Zac en su cabeza: «En el baile sabías que era el heredero al Gran Ducado de Thortonburg».

El dolor le martilleó el cráneo. Dios, ¿cómo había podido pensar eso de ella? Hizo bien en cancelar la boda. Él jamás sería capaz de superar sus dudas, de olvidar la ira que le producía el que su padre y su familia intentaran convertirlo en algo que no era.

Los ojos volvieron a escocerle, aunque era capaz de jurar que ya no le quedaban lágrimas. La noche anterior había llamado un taxi y en cuanto pudo vestirse abandonó con sigilo la casa por la puerta de la terraza. Saltar por la valla de la propiedad no había resultado tan fácil, pero lo consiguió y se registró en un motel a pasar lo que quedaba de la noche. Después de llorar durante horas se levantó al amanecer para mirar la televisión en blanco hasta una hora prudente en que pudo llamar a Catalina.

Mike Flynn se había mostrado reservado por teléfono, pero había aceptado verla. Después de ducharse alquiló un coche, en esa ocasión con chofer. Cumpliría el objetivo inicial por el que sus hermanas y ella habían ido a los Estados Unidos: encontrar a su hermano... luego regresaría a casa.

Aunque Wynborough ya no le pareciera su «casa», era uno de los mejores sitios donde criar a su hijo... al hijo de Zac.

Según la guía telefónica, Michael N. Flynn era abogado. Como era martes por la mañana, había llamado a su bufete y tuvo suerte de encontrarlo.

Cuando el coche se detuvo ante su edificio, bajó del vehículo y mentalmente cerró una puerta a todos los pensamientos ajenos a la tarea que en ese momento la ocupaba.

Una recepcionista tecleaba algo en la sala de espera. Vanessa se anunció tal como lo había hecho por teléfono, como Vanessa Hudgens, y la mujer desapareció por un pasillo largo. Momentos más arde, volvió y la invitó a seguirla.

El abogado se sentaba ante un escritorio enorme que contenía diversos objetos de arte y muchos papeles. Se levantó cuando ella entró y con cortesía rodeó la mesa para estrecharle la mano y ofrecerle un asiento mientras la recepcionista se marchaba.

Mike: Señorita Hudgens. Es un placer conocerla. Y ahora dígame cómo puedo ayudarla con ese «asunto urgente» que mencionó por teléfono esta mañana.

Mike Flynn tenía un pelo castaño tupido y ondulado y una mandíbula fuerte con un hoyuelo en cada mejilla. Resultaba atractivo de un modo agreste que hacía juego con sus hombros anchos bajo la camisa blanca.

Pero fueron sus ojos los que captaron la atención de ella. Penetrantes, azules e intensos, que le recordaron a los de Zac. Sintió que perdía la serenidad al pensar otra vez en los amados rasgos de Zac.

Ness: Ah, señor Flynn, gracias por recibirme de inmediato.

Mike: Mike, por favor, señorita Hudgens -se inclinó y observó su anillo de compromiso-. Es señorita, ¿verdad?

Ness: En realidad, es princesa. Mi padre es el rey Phillip de Wynborough.

Mike: Santo cielo -pareció un poco desconcertado. Estudió su expresión-. No bromea, ¿no? -entonces se puso serio, se apoyó en el borde del escritorio y cruzó los brazos musculosos sobre el pecho-. Ha despertado mi curiosidad. ¿Qué sucede?

Ness: ¿Es usted Michael N. Flynn que una vez estuvo en el Albergue Infantil Sunshine?

Mike: El mismo -asintió con ojos llenos de interés-.

Ness: Señor Fl... Mike, es posible que recuerde que hace años tuve un hermano al que secuestraron de niño.

Mike: Lo dieron por muerto -meneó la cabeza-. Por ese entonces yo era muy pequeño, pero he leído sobre el caso. Debió ser un momento terrible para sus padres.

Ness: Lo fue. La cuestión es que usted tiene exactamente la edad de mi hermano. Hasta hace poco lo considerábamos muerto. Pero unas pruebas nuevas nos condujeron al Albergue Sunshine, donde se cree que llevaron a mi hermano pocas semanas después del secuestro.

Mike: Comprendo -habló despacio-. Y piensa que existe una posibilidad de que yo sea su hermano.

Ness: Existe -convino-.

Mike: No -descruzó los brazos y se sentó en el borde de la mesa, con los pies colgando-. Usted es demasiado hermosa para estar relacionada conmigo.

Ness: Cuando mi hermano desapareció, tenía el pelo oscuro y los ojos azules. Sabemos que era grande para su edad. Se parecía mucho a mi padre y es probable que aún sea así en la actualidad -abrió el bolso, extrajo dos hojas que desplegó y alisó. La primera se la pasó a él-. Esta es una foto de mi padre a la edad de treinta años, los que tendría hoy mi hermano.

Mike: La edad que tengo yo -estudió la copia-. Es posible. Aunque no veo gran semejanza.

Ness: Cuesta distinguirla por la fotografía -lo estudió, pensando que podía ser Michael. Entonces, ¿por qué no se sentía más entusiasmada? ¿No había ido a los Estados Unidos para eso? «También viniste a los Estados Unidos para encontrar al hombre que te hizo el amor en la caseta del jardín». Respiró hondo y desterró otro par de ojos azules de su cabeza-. ¿Estaría dispuesto a dejarse hacer un análisis de sangre?

Mike: Claro -repuso tras meditarlo-. ¿Por qué no? -le devolvió la foto. Luego chasqueó los dedos-. Aguarde un minuto. ¿Su hermano tenía alguna marca que lo identificara? ¿Una marca de nacimiento, alguna cicatriz... cualquier cosa por el estilo?

Ella consultó la segunda hoja de papel que aún sostenía en la mano, aunque conocía su contenido de memoria.

Ness: Sí. Tenía un grupo de pecas en el bíceps derecho. Aunque nos han advertido de que esas marcas pueden haber desaparecido con los años.

Mike: ¿Alguna cicatriz? -la miraba con atención-.

Ness: Ninguna lo bastante grande como para haber perdurado. Michael jamás fue sometido a una operación ni tuvieron que darle puntos. Solo tenía un año cuando lo secuestraron.

Mike: Bueno, entonces me temo que ha hecho el viaje en balde, alteza -bajó del escritorio y comenzó a levantarse la camisa de los pantalones-. Tengo la cicatriz de una operación que ya había cerrado cuando me llevaron al Albergue Sunshine, por lo que allí dedujeron que debería haber tenido lugar como mínimo tres meses antes. Todavía podían contar las marcas de los puntos. Veintiuno en total.

Ness: ¿Como mínimo tres meses antes de que lo llevaran al albergue? -comentó, pensando en voz alta-. Mi hermano no llevaba secuestrado tanto tiempo cuando los dos aparecieron allí -se levantó y examinó la cicatriz justo debajo de su caja torácica-. Santo cielo, seguro que un médico podría recordar este tipo de sutura aplicada a un bebé. ¿Ha investigado el asunto?

Mike: Lo comprobaron cuando me dejaron en el albergue -se encogió de hombros-, pero no descubrieron nada. Era en los días en que no había ordenadores, así que imagino que la búsqueda se redujo al ámbito local. Yo nunca me tomé la molestia -añadió-. Quienquiera que me dejara allí, no me quería. Y ya no lo necesito.

Vanessa asintió, aunque sintió dolor en el corazón por el bebé que aún sufría. El dolor se expandió al recordarle a otro hombre adulto cuya propia infancia dolía... «No, no vayas por ahí, Vanessa».
Dio un paso atrás, recogió los papeles y los dobló antes de volver a guardarlos en el bolso.

Ness: Mike, lamento haberle hecho perder el tiempo. Gracias por recibirme hoy.

Mike: Ha sido un placer, alteza -extendió la mano y envolvió la de ella en su enorme zarpa-. Buena suerte para encontrar a su hermano.

Al regresar al coche, el chofer la esperaba, tal como le había pedido. De inmediato puso rumbo al siguiente destino, un pequeño aeropuerto donde había reservado un avión que la llevaría a Tucson, desde donde partiría a la costa este para tomar el vuelo trasatlántico hasta Wynborough. No era la ruta más directa, pero no había poder en la tierra que pudiera inducirla a acercarse a Phoenix, ni siquiera para pasar de un avión a otro.

En el aeropuerto de pronto se dio cuenta de que disponía de la información que sus hermanas y ella habían esperado tanto tiempo para confirmar. Buscó un teléfono y llamó al rancho de Mitch Colton, donde Lisa Bennet aún seguía con Mitch y Brittany, coordinando las pistas restantes para encontrar al príncipe.

Ness: ¿Lisa? Soy Vanessa.

Lisa: ¡Princesa Vanessa! Felicidades por su compromiso -sonó tan dulce y encantada como siempre-. La veré pronto en Wynborough. Estoy ansiosa por conocer a Zachary Efron.

Ness: Lisa, escúchame -intentó controlar las lágrimas-. Encontré a Mike Flynn. No es él.

Lisa: No es... entonces el único que queda... -la voz de Lisa mostró entusiasmo-... ¡es John Colton! ¡El cuñado de Brittany!

Ness: Sí. ¿Está ahí? Necesito que hables de inmediato con él.

Lisa: No puedo -la voz de la secretaria sonó pesarosa-. Aún no ha vuelto. Mitch y Brittany han dejado mensajes en varios sitios para él, pero hasta donde yo sé todavía no se ha puesto en contacto con ellos.

Ness: Diles que envíen mensajes más urgentes. Debemos hablar con él -si se concentraba en la tarea de encontrar a su hermano perdido, quizá parte del devastador dolor que le atravesaba el corazón desapareciera, o al menos fuera más soportable-. Vuelvo a Wynborough. Llámame allí si tienes más información. Pero ten cuidado. No quiero que mis padres se enteren de nada hasta que estemos seguras.


Cuando Zac bajó del avión que había tomado a primera hora de aquel día, Alex lo esperaba en la sala del aeropuerto.

Alex: Zac, lamento recibirte con malas noticias, pero creo que no ha venido aquí. Al menos aún no.

Zac: Gracias por comprobarlo -asintió con estoicismo-.

Alex: Nuestro padre ha puesto a alguien para que comprobara todos los vuelos. Si viene a casa, lo sabrás.

Zac: De acuerdo -apenas fue capaz de hablar debido a la decepción-.

Comenzaron a caminar por el aeropuerto.

Alex: Estaba seguro de que ella te amaba -comentó-. ¿Me equivocaba?

Zac: No -meneó la cabeza-. Pero yo... yo no manejé la situación muy bien, me temo.

Alex: ¿Hay algún modo en que pueda ayudarte? ¿O prefieres que me calle?

A pesar de la desdicha que sentía, tuvo que sonreírle a su hermano menor.

Zac: Tu presencia es suficiente ayuda.

Sintió pesar por los años que podría haber tenido con su hermano; le rodeó los hombros en un abrazo rápido y afectuoso.

Cuando llegaron a la limusina que los esperaba a la salida, Zac quedó sorprendido al ver a su padre sentado en el interior. Antes de que pudiera manifestar algún saludo, Víctor alzó la mano.

Víctor: Sé lo que piensas.

Zac: ¿Sí? -sonrió con ironía-. Bien, porque yo ya no lo sé con certeza.

Víctor: Zachary, estoy seguro de que crees que me muestro tan solícito por el deseo de unir mi casa con los Hudgens -hizo una mueca-. Y reconozco que a una parte de mí le gustaría mucho. Pero no he venido por eso. De hecho, me marcharé si prefieres que no me involucre en tu vida.

Zac: Creo que albergas las mejores intenciones hacia mí, padre -musitó-. Y eso me basta -se dio cuenta de que era verdad-.

Víctor: Jamás debí tratar de forzarte a un matrimonio basado en...

Zac: ¿Mentiras? -inquirió-.

Víctor: Medias verdades, como mínimo -el hombre mayor se aclaró la garganta-. Sé lo que es amar a alguien. Y quedó claro cuando os vimos juntos a Vanessa y a ti que estabais enamorados. Al ser mi hijo, es muy posible que hayas hecho algo imperdonablemente estúpido...

Sus dos hijos rieron y la tensión que había en el vehículo se evaporó.

Zac: Espero que no sea imperdonable -dijo cuando se pusieron serios otra vez-.

Despacio, con titubeos, Víctor alargó el brazo y depositó una mano de consuelo en la rodilla de su hijo.

Víctor: Haremos lo que podamos para ayudarte a arreglarlo.


Varias horas más tarde, un criado llamó a la puerta de la sala de fumar donde Zac, su padre y su hermano se habían reunido.

Víctor: Adelante -bramó el Gran Duque y Trumble entró con una bandeja de plata en la que había una hoja-.

Trumble: Un mensaje telefónico para usted, alteza.

Víctor prácticamente saltó sobre el hombre.

Víctor: ¡Pues dámelo! ¿Qué pone?

El papel se le cayó de la mano y flotó hacia el suelo, pero antes de que pudiera aterrizar Alex lo había recogido en el aire.

Alex: La princesa ha llegado a palacio -anunció. Luego carraspeó-. Ella, hmm, visitó a un hombre, un abogado americano llamado Michael Flynn, en Catalina, Arizona, antes de salir de los Estados Unidos -miró a Zac-. ¿Amigo tuyo?

Zac: Al parecer es un amigo suyo -comentó con tono sombrío-.

Víctor: ¿Te recibirá si la llamas? -inquirió-.

Zac: Ni lo sueño.

En el pasado habría soportado la tortura antes de reconocer ante su padre que había cometido un error. Ese día ya no le importaba.

Víctor: Bueno, entonces tendremos que hacerte pasar sin ser anunciado.


Dos horas después, la limusina de Víctor se detenía ante la caseta de los guardias delante de la puerta del palacio.

Víctor: El Gran Duque de Thortonburg y mi hijo Alex, príncipe de Thortonburg -anunció con voz imperiosa cuando el guardia comprobó a los dos hombres sentados en la parte de atrás del vehículo-.

El hombre apretó unas teclas en el intercomunicador y recibió permiso para admitirlos. Mientras las puertas se abrían despacio y la limusina entraba en los exuberantes jardines que conducían al palacio, Alex miró la nuca del chofer y rió entre dientes.

Alex: Muy bien, padre. Muy bien.

Zac: Gracias, padre -dijo el chofer al mirar por encima del hombro-.

Al final, resultó más sencillo de lo que Zac había anticipado.

Alex y el Gran Duque lo dejaron junto a un sendero boscoso para equitación en la zona interior de los terrenos. Mientras caminaba por él, Zac miró alrededor para orientarse. Había elegido ese sitio porque sabía que los árboles crecían hasta el mismo borde de los jardines. Los guardias en el perímetro del palacio por lo general permanecían a la vista pero no necesariamente al oído de la familia real. Esperaba acercarse lo suficiente a la casa para que cuando Vanessa saliera a dar un paseo, pudiera hablar con ella aunque tuviera que quedarse allí sentado toda la noche.

No podía creer lo fácil que había sido, teniendo en cuenta la obsesión del rey por la seguridad. Pero jamás se esperaría que el Gran Duque representara una amenaza. A la derecha Zac pudo ver el comienzo de un pequeño claro. Al mirar con más atención, masculló:

Zac: Qué me aspen.

Los terrenos del palacio eran enormes y no los conocía bien. Al ver un mirador acristalado en medio del claro meneó la cabeza con nostalgia. ¿Sería el mismo? Parecía igual que el que tenía grabado en la memoria.

Tan ensimismado estaba, que la gota que cayó sobre su mejilla izquierda lo sorprendió. Pero cuando la lluvia se convirtió en un diluvio, corrió hacia el único refugio disponible, el pequeño mirador donde había hecho el amor con Vanessa aquella primera vez.

Apenas unos momentos después de haber entrado en el interior resguardado, un sonido hizo que girara en redondo. Vanessa se detuvo en la puerta, con las manos en el cuello en un gesto de asombro que imitaba la expresión de su cara.

Ness: ¡Zac!

Se recuperó mientras ella lo miraba con los ojos desorbitados, aunque su aparición también le había resultado sorpresiva.

Zac: ¿Por qué no entras antes de que te empapes?

Ness: Yo... -contempló la lluvia que caía-. ¿Qué haces aquí? -se irguió y su postura fue tan real que bien podría haber llevado una corona-. Has perdido el tiempo -las palabras fueron gélidas-.

Zac: ¿Por qué has venido aquí?

Ness: Había salido a dar un paseo cuando se puso a llover, así que corrí en busca del refugio más cercano. No vine por ningún otro motivo.

Zac podría haber comentado algo sobre su explicación, pero un hombre listo para suplicar por su vida era lo bastante inteligente como para no buscar el antagonismo de la mujer con quien quería compartir dicha vida.

Ness: ¿Por qué has venido aquí? -volvió a preguntar-.

Zac: No podía olvidarlo.

Ness: ¿Perdón? -parpadeó y lo miró con unos ojos marrones fríos-.

Zac: En Phoenix me dijiste que olvidara nuestra boda. No puedo.

Ness: ¿Y has venido hasta aquí para decirme eso? A propósito, ¿cómo entraste? -alzó una mano-. Olvídalo -dio media vuelta y observó el exterior por los cristales del mirador-. Vete.

Tenía la espalda rígida y los brazos cruzados sobre el vientre con el bebé.

Zac: He hecho las paces con mi padre -musitó-.

Ness: Qué bien -no lo miró, pero su voz no sonó beligerante-.

Reinó un silencio incómodo cuando él intentó pensar en algo brillante que la convenciera de darle otra oportunidad. Al final soltó las palabras que reverberaban en su cabeza.

Zac: Dijiste que me amabas.

Ness: Algunas cosas no están destinadas a ser permanentes -manifestó con tristeza-.

Zac: Vanessa... -¿no había modo de llegar hasta ella?- Si no quieres que nos casemos, no tenemos por qué hacerlo. Podemos vivir juntos el resto de nuestra vida sin legalizarlo. Por favor, solo... -se le quebró la voz. Calló un momento, redujo el espacio que los separaba y se quedó detrás de ella-. Vanessa, no quiero vivir sin ti. Por favor, regresa a mi lado -ella no respondió, pero tampoco lo rechazó. Levantó las manos con la intención de apoyarlas en sus hombros, pero las dejó caer-. Por favor -repitió-, dame otra oportunidad. Me equivoqué en todo. Tu padre, mi padre, tú...

Ness: ¿Vivirías conmigo aunque me negara a casarme? ¿Por qué? ¿Para que puedas acosarme hasta la extenuación con el fin de que acepte legalizar la situación de tu hijo?

Las palabras fueron un poco burlonas, pero él captó el dolor que había detrás.

Zac: Algunos aprendemos las lecciones más despacio que otros -susurró-. Yo tardé mucho en aprender la mía -respiró hondo-. Te quiero -vio que ella abría mucho los ojos-. Te quiero -aprovechó su ventaja-. Tendría que habértelo dicho antes. Tendría que haber confiado en ti... -ella apoyó un dedo sobre sus labios-.

Ness: Está bien, Zac. Ahora haremos que salga bien -le tomó el rostro entre las manos y se puso de puntillas-.

La abrazó y con dulce alivio le dio un beso. A pesar de todo, lo había perdonado. ¿Podría entender Vanessa alguna vez cuánto la amaba? Sus labios se tornaron exigentes mientras su cuerpo lo instaba a demostrarle lo mucho que la necesitaba.

Sus lenguas se unieron y sus cuerpos se fundieron. En unos segundos el beso encendió una hoguera que amenazó con desbocarse.

Lo único que impidió que la echara sobre el suelo fue la humedad que sintió en su propia cara.

No, en la cara de ella.

Con irritación interrumpió la intensidad del beso y se apartó para limpiar la lluvia de sus caras. Pero no era lluvia.

Vanessa lloraba. Le alzó la barbilla.

Zac: ¿Qué sucede, princesa? ¿Es por mí?

Ness: No -meneó la cabeza, mientras las lágrimas seguían cayendo-.

Levantó las manos para apoyarlas en las suyas.

Zac: Me quedaré con el título -dijo con desesperación-.

Aunque no era el sendero que había querido que siguiera su vida, lo haría sin pensarlo si ella aceptaba quedarse. Pero Vanessa volvió a sacudir la cabeza.

Ness: No es por el título. Te amaré sin importar lo que quieras hacer con tu vida.

Zac: Entonces, si no hay problema, ¿por qué lloras?

Ness: Porque soy feliz -se inclinó hacia él en busca de otro beso-.

Pero en el último instante él recordó una cosa.

Zac: ¿Quién diablos es Michael Flynn, de Catalina, Arizona? -preguntó con la boca a unos milímetros de ella-.

Ness: ¿Quién crees que es?

Aunque no se retiró, hubo una quietud súbita en ella que le reveló lo que Vanessa temía.

Zac: No creo que tengas algo que ver con él, porque me amas.

Ness: Qué modesto -rió, con el rostro iluminado mientras su cuerpo se relajaba-.

Zac: Pero es alguien muy importante. Es la «otra cuestión» por la que fuiste a Phoenix, ¿verdad?

Ness: Existen motivos para creer que mi hermano Michael sobrevivió a su secuestro.

Zac: ¿Qué? -se quedó de piedra-.

Sintiendo el vientre con su hijo pegado a él, por primera vez pudo apreciar el infierno por el que debieron pasar el rey y la reina, y la idea lo crispó.

Ness: Es verdad -confirmó-. Es casi seguro que sobrevivió. Lo rastreamos hasta un albergue infantil en Arizona y eliminamos la búsqueda a tres hombres. Mike Flynn era el segundo.

Zac: ¿Y...?

Ness: No es mi hermano. Tiene una cicatriz que lo demuestra. Lo que significa que el tercer hombre probablemente es el heredero al trono. Mis hermanas están esperando que vuelva a su casa para que podamos hablar con él.

Zac: ¡Dios mío! Tus padres estarán tan... espera un momento. Por eso no te preocupaba tanto esta ley nueva, ¿verdad?

El remordimiento volvió a dominarlo por las palabras terribles que le había dicho.

Ness: Hasta que encontremos a Michael -titubeó-, el primer varón podría ser el heredero de la corona. Me preocupa, pero también sé que existen las mismas posibilidades de tener una niña. Si es un varón y no queremos que sea rey, se puede hacer, aunque representaría un proceso tedioso. Como último recurso, podemos solicitar en el parlamento que lo descarten.

Zac: Nos ocuparemos de ellos juntos cuando llegue el momento -la tomó en brazos-, si es que llega. Y si se encuentra a tu hermano, entonces podremos ser unos padres normales.

Ness: Bueno, quizá no tan normales -sonrió-.

Zac: Lo importante es que pasemos el resto de nuestros días juntos.

Y al encontrar sus labios y reclamar a su princesa, sintió que algo en su interior encajaba, algo que había esperado toda su vida. Era amado.




¡Por fin se reconciliaron! ¡Ahora sí que sí!
Pero esta historia no acaba aquí, falta el epílogo.

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