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jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo 4


Al llegar al helipuerto privado del príncipe en Neuchâtel, una limusina estaba esperándolos y los llevó a casa. Zac bajó solo del coche. Se obstinaba en no depender de Vanessa, apoyándose en el bastón y no permitiendo que lo ayudara.

Cuando Zac abrió la puerta del apartamento y entraron, los ojos de Vanessa iban de aquí a allá, deleitándose en lo familiar que resultaba cada objeto, y en los recuerdos de las vivencias y el amor de los que estos que habían sido testigos.

Antes de que Zac tuviera ocasión de echarla del que había sido su dormitorio, Vanessa se dirigió con su bolsa de viaje a la habitación de invitados. Él le había dejado muy claro que solo estaba allí por una razón. Y lo último que quería era alejarlo más de ella tratando de dormir en la misma habitación que él.

El frigorífico estaba vacío. Andrew no había exagerado al decir que Zac apenas comía. ¿Y cómo iba a hacerlo si no tenía nada en la nevera?

Lo primero que haría sería preparar té, y después iría al mercado. Alegrándose de poder ser útil, abrió una caja de galletas y preparó una bolsa con hielos. Cuando lo tuvo todo dispuesto, se dirigió a la puerta de la cocina para buscar a Zac.

Ness: ¡Ay! Lo siento...

Zac venía de la habitación en ese momento y casi chocaron en el pasillo. Él se había duchado y se había puesto unos pantalones con un jersey burdeos. A Vanessa le encantaba el contraste de su piel aceitunada con aquel color.

Ness: Deberías tener la pierna en alto.

Zac había bajado la vista a la bandeja que ella llevaba en las manos, por lo que Vanessa no pudo ver su expresión.

Zac: Va a venir Patrick y voy a recibirlo en el salón -murmuró con dejadez siguiendo hacia allí sin siquiera mirarla-.

Sorprendida por aquel anuncio, ella lo siguió y colocó la bandeja sobre la mesa de centro, frente a él.

Ness: ¿A qué hora lo esperas? -preguntó poniéndole un cojín bajo la pierna izquierda-.

Zac: Llegará de un momento a otro.

Ness: Entonces me voy corriendo a comprar al mercado para poder prepararos algo de almuerzo.

Zac: No es necesario. Yo estoy lleno con el desayuno que hiciste en el chalet, y Patrick no se quedará mucho tiempo, tiene que tomar un avión.

Ness: ¿Adónde va?

Zac: Regresa a París.

Ness: ¿Le ha ocurrido algo a tu familia? -inquirió alarmada-.

Zac le dirigió una mirada llena de veneno que la hizo sentirse dolida. ¿Acaso pensaba que era una hipócrita?

Zac: Ha estado sustituyéndome mientras he estado incapacitado, pero ahora que ya puedo volver al trabajo, no me hace falta su ayuda.

Ness: Ya veo -respondió con voz queda-.

En realidad eran buenas noticias, saber que tenía ánimos como para volver al trabajo, pero aún no estaba repuesto. Sin embargo, Vanessa se abstuvo de expresar su opinión al respecto. La situación era tan delicada que era como caminar por un campo plagado de minas. Un paso en falso y todos sus sueños le explotarían en la cara.

Ness: Traeré al menos otra taza para él. Y me iré a la compra de todos modos, así podréis charlar a solas.

Cuando regresó al salón lo encontró hablando por teléfono. Él levantó la vista hacia ella visiblemente furioso por la intromisión.

Ness: Perdona que te moleste. ¿Has visto mis llaves?

Zac: Estarán donde las dejaste, supongo.

Había habido otro cambio más en su comportamiento desde que llegaran al apartamento. No solo parecía constantemente irritado, sino que además parecía harto de su presencia. Y, aunque Vanessa había tratado de acorazarse contra sus pullas y su rudeza, él siempre parecía hallar su punto débil.

En efecto las llaves seguían sobre la cómoda. Las apretó con tanta fuerza en su mano, recordando la noche del accidente, que se hizo sangre al clavarse el pequeño piolet de plata que pendía del llavero.

Cuando la estancia con los Efron en París tocaba a su fin y Vanessa iba a regresar a Washington con Ashley, Zac le había regalado aquel piolet en miniatura para que no se olvidara de su amigo montañero. Y, para gozo suyo, no pasó ni siquiera una semana antes de que él se presentara en su casa... Y al cabo de un mes, habían contraído matrimonio.

Allí de pie, acudieron a su memoria recuerdos de la intimidad que habían compartido, pero aquello le causó un dolor tan punzante en el pecho, que tuvo que ponerse una mano sobre el corazón.

El hombre iracundo que había en el salón con barba y bigote era un extraño para ella. Mientras que su marido siempre quería abrazarla y tocarla, ese hombre apenas toleraba su existencia.

Si quería recuperarlo, tenía que mirar hacia delante, no revivir el pasado. Muy decidida, sacó una agenda de un cajón de la mesilla de noche. Al final de esta había anexo un listín de teléfonos. Lo abrió por la v, y no le llevó mucho encontrar lo que buscaba: Von Tussle, Analise. Ese debía ser el nombre de la madre de Amber... Calle Guisan, número diez.

Vanessa fue al principio de la agenda y trató de localizarla en el mapa de la ciudad que esta incluía. Estaba en las afueras, en el distrito norte de Neuchâtel.

Al ir a salir del apartamento, vio que Zac se estaba bebiendo el té mientras hablaba por teléfono. Le habría gustado quedarse a ver a Patrick, pero sabía que era mejor no provocar la ira de su marido.

Bajó al garaje y, para alivio suyo, a pesar de que el coche no se había movido de allí en más de un mes, el motor se puso en marcha a la primera. Vanessa tomó la calle principal y se dirigió a cierta zona del centro de la ciudad que le encantaba frecuentar.

No había supermercados por allí, pero sí una serie de encantadoras tiendecitas en las que podían adquirirse productos frescos de primerísima calidad.

Recordando lo mucho que le gustaba a su marido el chocolate con nueces, añadió varias tabletas a su compra y, colocando las bolsas cargadas en el maletero, se dirigió al norte de la ciudad.

Se equivocó en algún giro, pero finalmente encontró la calle y el bloque de pisos en cuestión. Era una zona de nueva edificación, donde sin duda el alquiler era más barato.

Era un bloque de tres pisos y a la entrada había un jardincillo con flores. Buscó en las placas del portero automático: Von Tussle-bajo, puerta 4. Vanessa presionó el botón. Pasó casi un minuto hasta que le contestó una mujer.

Analise: ¿Oui?

Ness: ¿Señora Von Tussle?

Analise: Sí, ¿quién es? -inquirió la voz con suavidad-.

Ness: Soy la señora Efron, la esposa de Zac. -Hubo un ominoso silencio que hizo temer a Vanessa que la mujer colgara el telefonillo-. Por favor, tenemos que hablar -se apresuró a decir-. Usted ha perdido a su hija y yo, a mi marido.

Analise: ¿Qué quiere decir?

Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.

Ness: Permítame que entre y se lo explicaré. Sé que lo está pasando muy mal, pero también yo estoy atravesando momentos difíciles. Si habláramos, sé que podríamos ayudarnos mutuamente. No quiero causarle problemas.

A Vanessa le pareció una eternidad el instante que pasó hasta que la mujer respondió:

Analise: Está bien, puede pasar un momento. Empuje la puerta de la izquierda cuando oiga el timbre. Mi apartamento está en el bajo, al fondo.

La madre de Amber salió a recibirla a la puerta de su piso. Era una mujer robusta, de cabello cano, probablemente de unos sesenta años, aunque su rostro, marcado por el dolor, la hacía parecer mayor.

El bebé debía estar dormido, porque la mujer puso un dedo sobre sus labios para indicar a Vanessa que no hablase muy alto. La llevó a una pequeña salita y se sentaron. El apartamento estaba amueblado con sencillez, pero era muy pulcro y ordenado. De no ser por el capazo de bebé en el vestíbulo, nadie diría que había un niño en la casa.

Vanessa estudió las fotografías de Amber que había sobre la mesita. En algunas de ellas aparecía esquiando. Había sido una mujer atractiva, de cabello castaño oscuro corto, muy chic y algo mayor de lo que Vanessa había imaginado.

Ness: Gracias por recibirme, madame -dijo aclarándose la garganta-. En primer lugar, permítame expresarle mi más sentido pésame por la muerte de su hija. No creo que haya nada peor que la pérdida de un hijo. Por favor, acepte estas flores como muestra de mis condolencias.

La expresión de la mujer no se alteró, pero sus ojos grises se nublaron. Tras dudar un momento, tomó el ramo que Vanessa le ofrecía murmurando un «gracias».

Ness: Por si se lo está usted preguntando -aclaró-, mi marido no sabe que estoy aquí. De hecho, no quiero ni pensar en lo que diría si se enterara, pero tenía que verla. Si no le molesta, comenzaré por el principio, así comprenderá el porqué de mi visita -le dijo. El silencio de la mujer le indicó que podía continuar-. Yo sabía que antes de casarnos había habido unas cuantas mujeres especiales en la vida de mi marido. No sabía sus nombres, pero, en el hospital, él me habló de Amber. Podría habérmelo ocultado, pero no lo hizo porque es un hombre honrado. Estoy segura de que su hija también lo era -se apresuró a decir-. Simplemente, tuvieron un desliz, nadie puede culparla por recurrir a él. Estaba enferma y asustada, y lo amaba.

La mujer entrelazó las manos.

Analise: Mi hija lo conoció en un viaje de esquí a Chamonix. No hablaba de otra cosa a su regreso.

Ness: Lo sé, advertí en su voz lo mucho que lo quería cuando pedía a la doctora que la dejaran verlo. Se me partía el corazón al escucharla rogar. -La señora Von Tussle rehuyó su mirada-. Yo quiero a mi marido -continuó-, y tuve que afrontar el mayor dilema de mi vida. Sin hacer caso a mi corazón, opté por lo que consideraba era mi deber. Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí antes de que yo naciera... y yo sentí que se repetía la historia. Entonces supe lo que debía hacer. Mientras Zac estaba en la sala de rayos X, regresé a nuestro apartamento y le escribí una nota. En ella le decía que su lugar estaba junto a Amber, porque la había conocido antes que a mí. Por esa razón, inicié los trámites de divorcio para que pudiera casarse con ella y dar una familia al bebé. Y me marché a Washington.

Su confesión hizo que la otra mujer echara la cabeza hacia atrás perpleja.

Analise: ¿Hizo eso por mi hija?

Ness: Lo hice por los tres. De hecho, si no hubiera sabido por una amiga del fallecimiento de Amber, no habría vuelto a Neuchâtel -aclaró-. ¿Quiere escuchar algo irónico? Ahora que he regresado, mi marido no me quiere, piensa que nunca lo he querido -su voz tembló-. Pero sí quiere a su hijo, si es que lo es.

Analise: No hay ninguna duda de que lo es, madame.

Ness: Yo creo lo que me dice -aseguró-, pero debe comprender que Zac lo cuestione. Amber debió haber acudido a él en cuanto supo de su estado en vez de esperar hasta su octavo mes de embarazo. Mi... mi marido va a pedir que se realice una prueba de ADN. -La mujer se inclinó hacia delante, tapándose la cara con la mano, enojada-. Si conociera a Zac -insistió-, se daría cuenta de la tempestad emocional que tiene en su interior. Él no sabía lo enferma que estaba Amber... Lo crea o no, ha sentido mucho su muerte. Si el resultado de la prueba es positivo, está dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano por su hijo. He venido hoy aquí porque yo también estoy dispuesta a hacer lo que sea por recuperar a mi marido. Si permitiera usted que Zac viera al bebé, eso curaría en parte su dolor e incluso puede que atenuara un poco su ira hacia mí. -Muy trastornada, la madre de Amber se levantó del sillón-. Yo quiero recuperar a mi marido -prosiguió-. Nada me gustaría más que ayudar a Zac a criar al bebé. Ese niño es inocente y se merece el amor de unos padres y de su abuela. Zac puede mantenerlo, pero, mucho más importante que su dinero, es el hecho de que le encantan los niños. Sería el mejor de los padres. Hubo una época en la que debió importarle Amber, o nunca hubiese intimado con ella, y ella quería que la ayudara a criar a su hijo. Por eso, al final, recurrió a él. Zac está dispuesto, pero no puede hacerlo solo. Él me necesita, y la necesita a usted. Si unimos nuestras fuerzas, su nieto estará arropado por personas que lo quieren. ¿No podría usted considerar la idea de llevarlo a nuestro apartamento para que Zac lo viera? Mi marido vendría aquí si consintiera usted en ello, pero hace dos días se hizo daño en la rodilla que le habían operado y el médico le ha ordenado que guarde reposo el mayor tiempo posible hasta que se haya restablecido.

La mujer sacudió la cabeza obstinadamente.

Analise: No, no, no puedo perdonarlo...

Ness: ¿Porque no amaba a Amber lo suficiente como para pedirle que se casara con él? -preguntó sin comprender-.

Analise: ¡Sí! ¡Sí! -gritó acongojada-.

Vanessa se puso en pie.

Ness: Por favor, madame, escúcheme, ahora más que nunca me doy cuenta, por mi experiencia, de que no se puede obligar a una persona a sentirse de una determinada manera. Yo pasé siete años detestando a mi padre biológico por no haberse casado con mi madre, y por evitar sus deberes de progenitor. Al final, mi pasado me ha cegado del tal modo que me ha costado mi matrimonio.

Analise: Yo... lamento su situación.

Parecía sincera.

Ness: No más de lo que yo siento la suya. Cuando su nieto crezca, como me sucedió a mí, preguntará por su padre. Imagínese cómo se sentirá si llega a saber que usted intentó mantenerlo alejado de él cuando le suplicaba que le dejara cumplir con su deber. Si llega ese momento, que el cielo se apiade de usted. Ni la ira ni la venganza le devolverán a Amber. En cambio, gracias al amor y al perdón, ese chico podrá llevar una vida normal. Sé que, en el fondo, eso es lo que Amber hubiera querido para él, y estoy segura de que usted piensa lo mismo. Si conociera a Zac, se daría cuenta del maravilloso padre que puede llegar a ser. -Temiendo desmoronarse delante de aquella mujer, se apresuró a despedirse:- Gracias por permitirme hablar con usted.

Vanessa salió del apartamento y cruzó la calle. En cuanto entró en el coche, las lágrimas rodaron como un torrente por sus mejillas. Veía su misma ceguera implacable en Analise Von Tussle, la ceguera que había destrozado su vida.

Cuando llegó al apartamento ya se había desahogado y, con los ojos secos, tomó el ascensor cargada con las bolsas de la compra. Al entrar en el ático, fue directamente a la cocina sin detenerse. Eran más de las tres de la tarde, Zac debía tener hambre. Preparó en el grill un sandwich de jamón y queso y le cortó una tajada de melón, aderezándolo con zumo de lima. Aquella fruta le encantaba a Zac.

Lo colocó todo sobre una bandeja y fue al salón, pero no estaba allí, así que se dirigió al dormitorio. La puerta estaba cerrada. Vanessa golpeó con los nudillos.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Qué pasa? -respondió secamente-.

Era evidente que la visita de Patrick no había mejorado su humor en absoluto.

Ness: Te he preparado algo de comer. ¿Puedo pasar?

Zac: Mi hermano trajo un almuerzo.

A Vanessa aquello le pareció muy raro. No había visto restos de comida ni platos, ni en la cocina ni en el salón.

Ness: También te traigo una bolsa con hielo.

Zac: Vuelve a ponerla en el congelador -fue la ruda respuesta-.

Algo no iba bien. Sin pedir permiso, abrió la puerta y lo encontró echado en la cama, con la espalda apoyada contra la cabecera. La mirada de Vanessa fue de la botella de licor que había sobre la mesa al vaso que tenía en la mano. Seguramente los habría cogido del mueble-bar del estudio. Lo más que Zac solía beber era una cerveza de vez en cuando y nunca bebía solo, así que la alarmó verlo tan malhumorado y taciturno.

Fue hasta la cama, tomó la botella de whisky y, colocándola sobre la bandeja, puso esta sobre la mesa. Sin decir una palabra, le puso la bolsa de hielo sobre la rodilla y salió de la habitación. Le habría encantado haber dado un portazo, pero no iba a darle esa satisfacción.

Cuando llegó a la cocina se notó desfallecida y se preparó para sí misma otro sandwich, y un vaso de leche. Era increíble que pudiera tener tanta hambre después de todo lo que había desayunado en el chalet.

A ese paso empezaría a engordar a pasos agigantados antes de que naciera el bebé. Y si Zac no podía soportarla ahora, mucho menos le gustaría con unos kilos de más.

Aunque era un alivio que no le hubieran vuelto los dolores de cabeza, no estaba precisamente emocionada con los nuevos síntomas del embarazo. Mientras acababa de guardar las cosas que había comprado se dijo que al día siguiente llamaría al doctor Cutler para preguntarle si no había alguna manera de controlar su apetito sin hacer daño al bebé.

Se llevó la otra bandeja del salón, recogió un poco la cocina y empezó a preparar una quiche para la cena.

Justo cuando estaba haciendo la masa quebrada, sonó el teléfono. Ahora que su marido había enviado a Patrick de vuelta a París, Mike tendría que llamar a Zac para comentarle cualquier problema que tuvieran. Vanessa estaba muy preocupada por lo que estaba sufriendo su esposo y no quería pensar en qué estado se encontraría al día siguiente si seguía bebiendo y se negaba a comer.

Terminó de hacer la quiche y se entretuvo en preparar un aperitivo especial a base de zanahorias y chirivías. Cuando lo tuvo todo listo, introdujo ambas cosas en el horno con la esperanza de que su delicioso aroma abriera el apetito a Zac.

Zac: ¿Vanessa?

La profunda voz de su esposo la tomó tan por sorpresa que giró en redondo. Estaba en la puerta, apoyado en su bastón. Después de todo, tal vez no había bebido tanto, parecía bastante sobrio.

Ness: ¿Qué ocurre?

Los ojos azules de Zac escrutaron los suyos, como si estuviera buscando algo que no pudiera encontrar.

Zac: Acaba de llamar Analise Von Tussle.

El corazón de Vanessa se puso a latir desbocadamente.

Zac: Por alguna razón que no logro imaginar -continuó-, ha decidido dejarme ver al bebé. Me ha dicho que era lo que Amber hubiera querido.

Ness: Oh, Zac... -musitó-.

Analise era una buena mujer, una mujer maravillosa. Vanessa le agradeció en silencio que hubiera mantenido en secreto su visita.

Zac: Parece ser que, cuando estaba en el hospital, se enteró de que me habían operado de la rodilla y me ha dicho que, si le pedía un taxi, vendría aquí con él a las seis.

Por cómo hablaba y la miraba, se veía que estaba patidifuso. Vanessa imaginaba lo mucho que ese momento significaba para él. Por fin iba a ver a su hijo...

Su primer impulso fue ofrecerse para recoger a Analise y al bebé con su coche, pero se contuvo pensando que tal vez a él no le agradara la idea. No podía permitirse dar a Zac más motivos para que arremetiera contra ella, no cuando Analise se había sobrepuesto a su dolor con este generoso gesto. Aquella llamada telefónica había sido, sin duda, algo milagroso.

Ness: ¿Pre... preferirías que te dejara solo en este primer encuentro? -balbuceó-. Puedo salir a dar un paseo a pie o en coche si tú quie...

Una sombra oscureció el rostro de su marido.

Zac: ¡De modo que por fin te muestras como eres! ¿Vas a desaparecer de nuevo al primer signo de problemas, no es así? Debería haber imaginado que ese valeroso discurso que hiciste de dar amor a un niño inocente no era más que palabrería -la acusó-.

Ness: ¡Eso no es cierto! -exclamó angustiada, pero él ya había dado media vuelta y se estaba alejando de ella con una rapidez que la tomó por sorpresa. Vanessa fue tras él-. Lo que yo pretendía decir es que tal vez hay cosas que querrías tratar en privado con ella. Zac, cariño..., ¡yo solo intento complacerte! -insistió-.

Pero él había cerrado la puerta del dormitorio de un golpe tras de sí.

Quería entrar y razonar con él, pero sabía que invadir su sancta sanctorum sin su permiso solo empeoraría las cosas. Fue al salón y empezó a poner la mesa para tres. En el centro, colocó el otro ramo de flores que había comprado. Quizás Analise no quisiera quedarse a cenar, pero le pareció importante que la mujer viera que llevaban un estilo de vida ordenado, el tipo de vida que pretendían dar a su nieto.

Cuando todo estuvo dispuesto, se puso un vestido de algodón bastante informal, color café con leche, con un cinturón de cordoncillo y sandalias a juego. Para sorpresa suya, la cremallera no subió con la misma facilidad que la última vez que se lo había puesto.

Puede que nadie pudiera advertir todavía que estaba embarazada, pero como aquel pequeño detalle le reveló, sí había una diferencia significativa en sus medidas. Y si es que alguna vez la miraba, Zac quizá también llegaría a notar aquel sutil ensanchamiento de su figura. Debía decírselo antes de que pasara más tiempo, pero desde luego no aquella noche.

Tras retocarse un poco con el pintalabios y cepillarse bien el cabello, Vanessa revisó todo para asegurarse de que el apartamento ofrecía un aspecto impecable.

Para dar el toque final al conjunto, Vanessa fue al armario ropero que tenían en el pasillo y sacó un edredón que su abuela había hecho a mano y le había dado como regalo de bodas. Estaba confeccionado con crepé de un blanco nata.

Era tan preciado para ella que nunca lo había usado, pero en su mente podía imaginar a un bebé acurrucado sobre el cálido edredón. Apretándolo contra su pecho, lo llevó al salón y lo colocó sobre una de las sillas.

Eran ya las seis y cinco cuando volvió a entrar en la cocina para sacar del horno los platos que había preparado. Le pareció oír cerrarse la puerta de la calle.

Zac debía haber salido a esperar a Analise junto al ascensor.

Vanessa se imaginaba lo nervioso e ilusionado que debía estar. Ella misma estaba hecha un manojo de nervios. «La naturaleza nos prepara a lo largo de nueve meses para la llegada de un bebé», pensó, «pero no para convertirnos en padres en un instante.»

Tal vez estaba anticipando demasiado con esta visita. De hecho, cuanto más se acordaba de lo mucho que se había molestado Analise al mencionar ella la prueba de paternidad, más sorprendente resultaba que hubiera accedido a ir a su casa con el bebé.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Tal vez... tal vez su mediación había tenido el efecto no deseado, tal vez había reducido drásticamente las posibilidades que tenía Zac de alcanzar un acuerdo amistoso con la abuela del niño. En tal caso, se dijo pesimista, no la sorprendería que él la echara y no quisiera volver a verla nunca más. ¿De qué le serviría entonces contarle que iban a tener un bebé? Él se limitaría a decirle que, a partir de aquel momento, se comunicarían únicamente a través de sus abogados.

Y de pronto, la felicidad que había conjurado momentos antes en su mente, se tomó en un miedo atenazante. Sintió que le fallaban las piernas, como aquel día fatídico en el pabellón de urgencias, y tuvo que agarrarse a la encimera. Pero, justo en ese momento, escuchó voces, voces que provenían del salón. Empezaron a pitarle los oídos y un sudor frío bañó su cuerpo.

Zac: ¿Vanessa?

Su tono de voz no dejaba entrever si estaba enfadado o no. Temblando como un cachorrillo, Vanessa salió de la cocina y se dirigió al salón-comedor, pero al llegar a la puerta se paró en seco como si hubiera visto un fantasma.

Había dos personas de pie junto al sillón. La mujer evidentemente era Analise, pero el hombre musculoso de cabello castaño que sostenía al bebé no parecía la misma persona que había entrado en la cocina un rato antes.

Zac estaba increíblemente apuesto: erguido, sin el bastón, perfectamente afeitado y vestido con un traje azul oscuro, una camisa blanca y una corbata de rayas. El hombre con el que se había casado había vuelto.




Qué buena es Ness ^_^
Se porta super bien con Zac. Pero él no lo sabe ver ¬_¬ ¡Hombres!

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¡Un besi!


martes, 28 de julio de 2015

Capítulo 3


Vanessa acompañó a Andrew y a Brittany a la puerta trasera del chalet para despedirse de ellos.

Andrew: Despliega esa magia que hizo que Zac se enamorara de ti.

Ness: Me temo que lo que hice ha destruido esa magia para siempre -sollozó débilmente-, pero si el profundo amor que siento por él sirve de algo...

Andrew: Servirá -la animó besando su frente-.

Rodeó a su esposa por la cintura y se dirigieron al automóvil.

Vanessa se quedó allí de pie observándolo bajar la cuesta hasta perderlo de vista. Volvió a entrar y fue al extremo opuesto de la casa, a asomarse al ventanal del vestíbulo. A través de él, podía verse el pueblo de Zermatt, muy popular entre los aficionados al esquí y el montañismo.

Andrew le había dicho que, cuando el cielo estaba despejado, podía verse desde aquel rincón del chalet el pico Matterhorn. En aquella época, sin embargo, la cima se hallaba oculta por una densa masa de nubarrones grises.

Se sentó en el sillón que había junto a la ventana, pensando qué podría decirle a Zac cuando llegara.

Aunque sabía que era imposible, no podía evitar fantasear con la idea de su reconciliación. Había pasado más de un mes desde la última vez que habían dormido juntos y se moría por sentirlo a su lado. El solo pensamiento casi hacía que se le cortase la respiración.

Estaba demasiado nerviosa como para permanecer sentada. Fue al cuarto de baño que había pasado el vestíbulo y se cepilló el cabello una vez más. Se había puesto unos pantalones de lana marrones y un jersey de canalé color crema. A él siempre le había gustado con aquellos colores.

Sin embargo, al mirarse en el espejo, recordó lo que Brittany había dicho: «Zac ha cambiado. Ahora sí quiere el divorcio». Llevara lo que llevase, él ya no la vería como antes.

Justo cuando estaba empezando a pensar que algo había salido mal y que Zac no iba a acudir, oyó el ruido de un coche aproximándose.

Al cabo de unos momentos, divisó el coche ascendiendo la cuesta y lo vio detenerse a unos metros de la puerta trasera. Según el plan que habían trazado, Andrew dejaría allí a Zac diciéndole que entrara en la casa mientras él iba a hacer un pequeño recado que había olvidado.

Hasta ese momento todo parecía estar saliendo bien. Vio a Zac bajar del coche, pero, de no haber sabido que era él, no lo habría reconocido. Tenía el cabello largo y descuidado, y se había dejado crecer la barba y el bigote.

Siempre le había parecido increíblemente guapo, y todavía lo era, pero estaba tan... tan distinto. El cambio que había experimentado la pasmaba y aterraba al mismo tiempo. Sintió que aquella transformación física los separaba, porque era el signo externo del trauma que había sufrido en el último mes.

A pesar de su metro ochenta y de que la musculatura se le marcaba aún a través del traje de escalada, la visible pérdida de peso le daba el aspecto de un vagabundo. Vanessa estaba tan hipnotizada por la diferencia en su aspecto que solo entonces reparó en el bastón que llevaba para no apoyar peso en la pierna izquierda.

Andrew agitó la mano en dirección a Zac en señal de despedida, a lo que este respondió con una ligera inclinación de cabeza. El coche se fue y Zac recorrió el trecho que lo separaba todavía del chalet.

Vanessa oyó abrirse y cerrarse la puerta trasera y notó cómo el sudor perlaba su frente. Sintió en su interior una oleada de calor y, a continuación, un frío intenso. El ligero golpeteo del bastón en el suelo le indicó que se dirigía hacia la cocina y, de pronto, todo se quedó en silencio. La había visto.

Con las piernas tan temblorosas que sentía que no podrían sostenerla, fue hasta la puerta de la cocina, encontrándose cara a cara con aquel hombre que apenas guardaba un parecido superficial con el marido al que adoraba. Incluso así, a tan corta distancia, le pareció que aquellos ojos que la observaban entrecerrados con un brillo frío, no podían ser sus ojos.

Bajo el vello facial, los rasgos que tan bien conocía asemejaban ahora formas duras, como esculpidas en piedra. Su expresión amenazante la hizo retroceder y apoyarse en el marco de la puerta.

Zac: Deberías haber venido al apartamento en vez de utilizar a Andrew para traerme hasta ti -le dijo en un tono glacial que ella no reconoció-. Habría firmado esos papeles de divorcio antes de enseñarte el camino hasta la puerta.

«¡Dios mío!»

Zac: Pero ahora tendrás que regresar por donde viniste y esperar otros cinco días para obtener la libertad que tanto deseas.

Ness: Zac...

Zac: Supongo que no debería sorprenderme que llegaras tan bajo como para servirte de mi amistad con Andrew para lograr tus fines. ¡Y pensar que hubo una época en la que pensé que te conocía...!

La hostilidad de Zac hacia ella era tal que Vanessa no era capaz de pensar cómo podría atravesar la formidable barrera que él había levantado entre los dos.

Ness: Por favor, cariño... Tenemos que hablar...

Zac: No -su ira silenciosa causaba en ella mayor pavor que si la hubiera empujado contra la pared-. Te daré diez minutos para marcharte de aquí, nueve minutos y trece segundos más del tiempo que tú permaneciste a mi lado en el pabellón de urgencias.

Cada una de sus palabras se clavaron en Vanessa como afilados cuchillos. Él dio un paso atrás apartándose de ella y, colérico, arrojó el bastón a un lado y comenzó a subir los escalones de dos en dos, como si nada le ocurriese a su pierna.

Ness: ¡No! -chilló yendo tras él, pero no llegó a tiempo. Cuando él estaba a punto de alcanzar el rellano, la rodilla le falló y cayó al suelo gimiendo de dolor-. ¡Cariño! -exclamó subiendo presurosa los escalones restantes y arrodillándose junto a él. Zac estaba medio sentado, medio tendido, abrazándose la pierna dolorido. Vio que estaba sudando y que el intenso dolor se había llevado el color de su rostro. Ella deseaba acariciarlo para que se sintiera mejor, pero no se atrevió-. No te muevas, llamaré para pedir ayuda.

Pero él le lanzó una mirada fulminante.

Zac: ¡Te he dicho que te vayas!

«Ni hablar»

Ness: Esta casa no te pertenece, Zac. Tengo tanto derecho como tú a estar aquí. Y, en este momento, necesitas que te vea un médico.

Vanessa bajó rápidamente las escaleras y entró en la habitación de invitados. Andrew había dejado el número de su móvil en la mesita del teléfono. Levantó el auricular y marcó. Para alivio suyo, contestó al dar el segundo tono.

Ness: ¿Andrew? ¡Gracias a Dios!

Andrew: ¿Vanessa? ¿Qué ocurre? Aún no he llegado a casa de Roger. Parece que estés sin aliento -le dijo con una nota de preocupación en la voz-.

Ness: Zac se ha hecho daño en la pierna -respondió, y le refirió lo sucedido-.

Andrew: Tu magia ha hecho efecto antes de lo que esperaba. Gracias a Dios, ahora sí que no podrá escalar en una temporada. Tranquila, buscaré un médico e iremos hacia allí dentro de un rato.

Ness: Bien, pero date prisa por favor, le duele mucho.

Andrew: No te preocupes, eso es bueno, significa que vuelve a sentir algo -murmuró antes de colgar-.

Pensando qué habría querido decir con eso, Vanessa fue a la cocina para improvisar una bolsa de hielo.

Mientras buscaba en los cajones alguna bolsa de plástico, se dijo que eran muy afortunados al ser los huéspedes de Andrew. De hecho, estaba de acuerdo con su anfitrión en que aquel pequeño accidente era en cierto modo una bendición.

Desde el vestíbulo le llegó una sarta de juramentos en francés que la hicieron temblar, pero aun así regresó junto a su marido.

Zac se había arrastrado hasta la cama más cercana y se había echado encima como un fardo. De no haber tenido ella ventaja sobre él, la habría paralizado la mirada fulminante que volvió a dirigirle.

Vanessa quitó las almohadas de las otras tres camas.

Ness: Te las pondré debajo de la pierna.

Él se dejó hacer sin rechistar, debía dolerle bastante. A continuación le colocó la bolsa con hielo sobre la rodilla y, sin pedirle permiso, desató la bota, sacándosela con cuidado y haciendo luego lo mismo con la otra. Se sentía feliz de poder cuidarlo de nuevo.

En un gesto mecánico, puso el dorso de la mano sobre la frente de él.

Ness: Estás sudando, cariño. Deja que te quite el jersey.

Vanessa pensaba que, dado que antes no había protestado, no se revolvería, pero se equivocó.

En cuanto empezó a levantarle el jersey por la cintura, la mano derecha de él la agarró violentamente por la muñeca. Había olvidado la fuerza que tenía Zac.

Zac: Ya has hecho bastante, ¿entendido?

Y apartó su mano como si fuese algo odioso. Vanessa optó por fingir que no había notado su rudeza.

Ness: Voy a buscar unos analgésicos.

Cuando volvía con unas pastillas y un vaso de agua del cuarto de baño, el médico ya estaba en el desván, pero no había rastro de Andrew.

El anciano doctor estaba inclinado sobre Zac haciéndole una serie de preguntas mientras le subía la pernera del pantalón para evaluar el daño. Cuando Vanessa se acercó, levantó la cabeza canosa e hizo una inclinación para saludarla.

**: ¿Señora Efron? Soy el doctor Glatz -le dijo en inglés con un marcado acento alemán-.

Ness: ¿Cómo está? Gracias por venir tan rápido. Mi marido está muy dolorido.

Dr. Glatz: Lo he examinado y parece que la caída no le ha producido daños importantes. Tras unos días de reposo estará perfectamente. Tendrá que ayudarlo cuando necesite ir al baño, pero por lo demás no hay problema.

Ness: ¡Menos mal! -exclamó más tranquila-.

El médico miró las pastillas que tenía en la mano.

Dr. Glatz: Perfecto, dele tres cada cuatro horas. Y le dejaré también un medicamento más fuerte por si el dolor aumentara, pero lo mejor es el hielo. Déjeselo puesto veinte minutos y quitado otros veinte. Si lo hace durante toda la noche la recuperación será mucho más rápida.

«Gracias, doctor», pensó Vanessa sintiendo ganas de besarlo. «Acaba de darme la excusa perfecta para poder permanecer junto a él doce horas.»

Dr. Glatz: Bien, señor Efron -dijo dando unas palmadas a Zac en el hombro. Este observaba a Vanessa fijamente con los ojos entrecerrados-, lo dejo en las capaces manos de su bonita esposa -se volvió hacia Vanessa-. Tengo el maletín en la cocina, le dejaré el medicamento sobre la encimera junto con mi tarjeta. No hace falta que me acompañe hasta la puerta. Llámeme si tiene algún problema.

Andrew debía estar esperándolo fuera, en el coche, para llevarlo de regreso.

Ness: Ya has oído al doctor, Zac, tómate las aspirinas -le dijo cuando el hombrecillo hubo salido-.

Extendió la mano para metérselas en la boca. El contacto de los labios de él con sus dedos hizo que la inundara una ola de deseo, pero se esforzó por controlarse para que él no lo advirtiera.

Cuando le tendió el vaso de agua, la mano de su esposo temblaba mientras lo apuraba. ¿Tal vez a él también le había afectado aquel breve contacto físico? No, probablemente se debería a que se sentía débil después del dolor de la caída.

Le devolvió el vaso vacío sin darle las gracias. No es que ella esperara que se las diera, pero él había sido siempre tan educado... La culpa era de ella, se recriminó, la decisión de divorciarse de él había hecho que el hombre al que amaba se desvaneciera. El solo pensamiento hizo que se le encogiera el corazón.

Si pudiera lograr que la escuchara y hacerle ver que había estado dispuesta a renunciar a él por lo mucho que lo amaba...

Ness: Zac...

Zac: Ten la decencia de dejarme solo.

Aquella fría respuesta la desarmó. Apartó la mirada de sus sensuales labios. Ansiaba tanto volver a sentirlos sobre los suyos... Pero no se desanimó.

Ness: Voy a llevarme la bolsa para cambiar los hielos. Vendré dentro de veinte minutos a ponerte otra.

Bajó al vestíbulo y recogió el bastón del suelo. Lo colgó de una de las perchas que había junto a la puerta trasera y entró a la cocina. Previsora, había dejado preparadas media docena de bolsitas con hielo en el congelador.

Puso la comida que había preparado en una bandeja y, por si las aspirinas le hacían daño al estómago, añadió una botella de agua de Seltz.

No tendría más remedio que dejar que lo cuidara si quería reponerse pronto, se dijo volviendo al piso de arriba.

Estaba dormido. Se había quitado el jersey y lo había tirado al suelo. A pesar de que se adivinaban los músculos bajo la camiseta negra que llevaba, Vanessa observó preocupada que la pérdida de peso era patente.

Colocó la bandeja encima de la mesita de noche y la bolsa de hielo sobre su rodilla. El frío hizo que Zac se moviera y abriera los ojos. Durante una fracción de segundo le pareció ver en ellos algo del viejo Zac, pero debió de ser solo su imaginación.

Ness: Es la hora de comer.

Zac: No tengo hambre.

Ness: ¿Tienes náuseas? -le preguntó preocupada-.

Los labios de él se curvaron en una desagradable sonrisa.

Zac: Me han entrado ahora.

No dijo nada más, dejando que ella interpretara el significado de sus palabras. A Vanessa le dolió. Le dolió tanto que, por un instante, se quedó casi catatónica. Pero no iba a permitir que él lo notase, no iba a dejarse vencer.

Ness: En ese caso el agua de Seltz te vendrá bien. Ya te la he abierto -le dijo poniendo la botella al borde de la mesilla-. Te la dejo aquí, así la alcanzarás bien. -Recogió el jersey del suelo, lo dobló y lo metió en unos de los cajones vacíos de la cómoda que había frente a la cama-. Volveré dentro de un rato.

Y salió de la habitación con la cabeza bien alta.

Cuando regresó para quitarle la bolsa, observó para su satisfacción que se había bebido casi toda la botella y que se había comido parte de un croissant.

Al volver a bajar, se encontró a Andrew allí esperándola con una sonrisa en los labios. Había traído la mochila de Zac con algunas cosas que necesitaría.

Andrew: Los chicos se quedarán en casa de Roger hasta mañana -siseó-, y Brittany y yo nos quedaremos en el hotel Andrew. Llámanos si necesitas ayuda.

Ness: Creo que la necesitaré. Zac se ha vuelto tan impredecible...

Él miró el croissant a medio comer en la bandeja que ella llevaba.

Andrew: Pues a mí me parece que esto va avanzando a pasos agigantados.

Ness: No dirías lo mismo si escuchases cómo me habla... Bueno, o cómo no me habla -se lamentó con voz trémula-.

Andrew: Todos confiamos en ti, Vanessa.

Ness: ¡Ojala Zac también lo hiciera! Cree que te he utilizado para llegar hasta él -sollozó-. M... me desprecia por ello.

Andrew: Un día le explicaré cómo envié a Brittany en una importante misión, pero por ahora es mejor dejar que piense lo que quiera. Necesita la ira para mantenerse cuerdo.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Andrew: Tu marido es un hombre orgulloso, que se ha quedado solo el tiempo suficiente como para llegar a creer que tú nunca lo amaste.

Aunque le dolía admitir que sus acciones habían dado lugar a esa terrible situación, Vanessa sabía que Andrew decía la verdad.

Ness: Tienes razón. Pero, de algún modo, le demostraré que sí le quiero.

Andrew: Los chicos están seguros de que lo conseguirás y, por lo que respecta a Brittany y a mí, creo que ya sabes que cuentas con nuestro apoyo.

Vanessa lo estrechó contra sí con el brazo libre.

Ness: Gracias, gracias por todo.

Andrew: Buena suerte.

Durante el resto del día, se repartió entre cambiar la bolsa de hielo a Zac y preparar algo de comida casera.

Antes de que se casaran, Zac tenía una cocinera que iba varias veces a la semana para prepararle las comidas, pero aquello había cambiado con la llegada de Vanessa, la cual había insistido en hacer ella misma las compras y en cocinar.

Quizá nunca volvieran aquellos tiempos, se dijo Vanessa pesimista, pero el solo pensamiento resultaba tan insoportable, que se negó siquiera a abrigar aquella posibilidad un instante más.

Pensar de forma negativa era un gasto de energía. Volvió a la cocina para dejar allí la bandeja. Descolgó el bastón de la percha y lo llevó arriba, junto con la mochila de Zac y el bote de las pastillas que el médico había dejado.

Su marido tenía los ojos cerrados, pero era probable que no estuviera dormido, sino que, en su tozudez, quisiera hacerle ver que detestaba su presencia. Después de estar todo el día en la cama era imposible que tuviese sueño; y seguramente le dolía la pierna, aunque jamás lo reconocería ante ella.

Vanessa se detuvo junto a la cama de al lado y volcó sobre ella el contenido de la mochila. Tomó la bolsa de aseo, la llevó al cuarto de baño y sacó cada uno de los objetos que contenía, colocándolos sobre el mueble del lavabo. Unos minutos después se acercó a él y le quitó la bolsa de hielo.

Ness: ¿Zac? Vamos, te acompañaré al baño. -Sus párpados se abrieron rápidamente. No se había equivocado al pensar que se hacía el dormido para molestarla-. Espera, te ayudaré a bajar de la cama. Ten, aquí tienes tu bastón. Úsalo para moverte hasta el borde de la cama y, cuando estés listo para levantarte, pon el otro brazo alrededor de mi hombro.

Satisfecha de que no se negara, esperó hasta que estuvo listo y flexionó las rodillas ligeramente para que él pudiera apoyarse en su hombro.

Si hasta ese momento no había tenido suficientes pruebas de su repulsión hacia ella, la rigidez de su cuerpo fue una más. Era casi como un duro bloque de cemento.

En cuanto llegaron al cuarto de baño, él retiró el brazo de su hombro y cerró la puerta tras de sí.

Decidida a no dejar que desbaratase su plan, se entretuvo en estirar la ropa de la cama y le buscó otra almohada para la cabecera.

Cuando Zac salió por fin con su bastón, la venenosa mirada en sus ojos parecía desafiarla a atreverse a dar un paso hacia él, pero, pensando que parecía que se las arreglaba bastante bien sin ella, Vanessa se quedó donde estaba. Solo cuando él se hubo sentado, ella lo ayudó a levantar la pierna para recolocarla sobre los improvisados almohadones.

Vanessa dejó el bastón apoyado sobre el lado de la mesilla de noche, acercó una silla a la cama y tomó asiento.

Ness: Sé que detestas mi presencia aquí y que te gustaría que ya nos hubiéramos divorciado -comenzó a decirle antes de que él la hiciese salir-, pero me alegro de que aún no hayas firmado los papeles.

Su alienación emocional pareció acentuarse.

Ness: Te lo digo, porque necesitarás una esposa para conseguir la custodia de tu hijo. Puede que la madre de Amber quiera al pequeño, pero no tiene derecho a quitarte la potestad sobre él. Todavía estamos casados, Zac -le dijo con voz firme-. Juntos podremos convencer al juez de que tenemos un hogar estable y de que el niño tendrá un padre y una madre que no quieren sino lo mejor para él.

Zac: ¡Dios mío! -estalló enfurecido-. ¿Has creído por un instante que podrás convencer a un juez de eso, después de que todo el mundo se enterara por los periódicos de que desapareciste de la faz de la tierra ante el primer indicio de problemas en nuestro matrimonio?

No iba a permitir que su ira le afectara. Andrew sabía lo que se hacía cuando le dijo a Brittany que debía enseñarle aquel artículo antes de que viera a Zac.

Ness: Por supuesto que sí. Los tribunales se guían por el bien del niño nada más. Cuando el juez sepa que estuve dispuesta a darte la libertad para que te casaras con Amber y pudieras dar a tu hijo un apellido y un hogar, fallará a nuestro favor. Además, no le quedará ninguna duda cuando le diga que no nos hemos divorciado porque la madre falleció, y que yo he vuelto para criar a ese niño como si fuera mío.

Zac gimió con amargura y se revolvió, como agitado por una serie de violentas emociones que Vanessa no acertó a descifrar.

Ness: Le bastará con ver la nota que te dejé en el escritorio, eso probará mis intenciones.

Zac se sentó de un salto sin exteriorizar el dolor que sin duda debió sentir al hacerlo.

Zac: ¿Acaso crees que esa nota aún existe? -le espetó escupiendo las palabras como si fuera una serpiente-.

Ness: No importa, dije a Ashley lo que te escribí.

Zac: ¿Y qué te hace pensar que el niño es mío? Aún no me he sometido a la prueba del ADN, es posible que después de todo yo no sea el padre.

Ness: Eso no tiene nada que ver. Amber estaba convencida de que era tuyo. Si aún quieres a ese bebé, podemos criarlo y darle todo nuestro amor.

Una mueca de desagrado transformó las facciones de Zac.

Zac: Aparte del hecho de que su abuela jamás lo permitiría, ¿estás tratando de decirme que te harías cargo de un niño que no es tuyo ni mío? -exigió saber con una incredulidad tan burlona que Vanessa sintió que su corazón se rompía una vez más-.

Ness: Claro que sí. ¿Y si nada de esto hubiera ocurrido y hubiéramos descubierto que no podíamos tener hijos? ¿Qué hay de malo en la adopción? Un bebé es un bebé, Zac. El niño no tiene la culpa de nada, lo único que necesita es que lo quieran. ¿Has llegado a verlo?

Hubo un largo silencio.

Zac: Una vez... A través del cristal de la sala-nido, pero estaba demasiado lejos como para formarme una impresión de él.

Ness: Eso es igual. Vamos, no me digas que tu corazón no se enterneció al verlo.

Zac: ¿Y qué si fue así, si luego resulta que no es mío?

Ness: Eso no lo sabrás hasta que regreses a Neuchâtel y te hagas la prueba de paternidad. Cuanto más caso hagas a las indicaciones del médico, antes podrás volver.

Aunque personalmente Vanessa pensaba que lo mejor sería que esperara una semana para reponerse por completo, conocía a su esposo y sabía que sería incapaz de soportar tanta inactividad.

Temiendo haber hablado de más, decidió dejarlo solo. Así no le daría una nueva oportunidad de que la atacase con su sarcasmo hiriente. Volvió a colocar la silla junto a la pared y, con la esperanza de que tal vez se le ocurriera llamar a Andrew para discutir sobre lo ocurrido con él, le dejó el móvil que había en la mochila sobre la mesilla de noche.

Ness: Volveré a subir dentro de un rato para ponerte otra bolsa de hielo.

Salió de la habitación y bajó para acabar de preparar la cena. Sin embargo, al entrar en la cocina, se sintió de pronto tremendamente cansada.

Desde que saliera de Washington, habían desaparecido los dolores de cabeza como por arte de magia, pero, en su lugar, había experimentado un incremento del apetito. De hecho, en aquel preciso momento tenía tanta hambre que se sintió algo mareada.

Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, probó un poco de sopa del mismo cazo. Estaba tan buena que acabó sirviéndose dos raciones de cada uno de los platos que había preparado. Mientras pinchaba con el tenedor los guisantes que quedaban en el plato y se los metía en la boca, recordó aquello de que cuando una estaba embarazada comía por dos.

Aunque ya hacía dos semanas que el médico le había dicho que iba a tener un bebé, hasta entonces no le había parecido real. En aquel momento, en cambio, se sentía muy consciente de su estado y habría dado lo que fuera por subir y compartir la noticia con Zac. Pero no podía, simplemente no podía. De hacerlo, ¿quién sabe si no complicaría más aquella situación que ya de por sí era muy difícil?

En un instante tuvo lista la cena de Zac, a la que añadió un té dulce con limón. Se puso la bolsa de hielo bajo el brazo y subió con la bandeja.

Para su satisfacción, vio al entrar en el dormitorio que Zac había conseguido incorporarse un poco manteniendo la pierna elevada y estaba sentado con la espalda apoyada contra la cabecera. Estaba hablando en voz baja con alguien por el móvil, posiblemente con Mike. Aunque Vanessa se esforzó, no consiguió entender lo que le decía.

No era de su incumbencia, se recordó, pero no pudo dejar de advertir que ya no parecía tan rígido como antes. Sin duda los analgésicos estaban haciendo su efecto, pero el hecho de que al fin hubiera roto su silencio con el mundo exterior hablaba por sí mismo.

Aprovechando la ocasión, Vanessa le puso la bandeja en el regazo y la bolsa de hielo sobre la rodilla, y volvió abajo para que no pudiera decir que lo espiaba.

Cuando volvió al desván, sintió, nada más entrar, la penetrante mirada de su marido. Ya había terminado de hablar y tenía el móvil apagado a su lado.

Vanessa fue hasta la cama y, al ir a retirarle la bolsa de hielo, no pudo evitar quedarse mirando los platos limpios sobre la bandeja.

Zac: No te sorprendas tanto -dijo entre dientes-, aún estoy casado con un chef de cocina francesa. No voy a fingir ahora que no es una de las mejores comidas que he probado.

Ness: Gracias -musitó aliviada de que pareciera haber recuperado el apetito. Recogió la bandeja-. ¿Quieres alguna cosa más?

Zac: No, ya has hecho más que suficiente. No vuelvas a subir.

Su fría forma de despacharla hizo que se le encogiera el corazón. Zac no la quería cerca de él...

Brittany había hecho prometer a Vanessa que la llamaría si necesitaba algo y en este momento necesitaba desesperadamente hablar con alguien, pero cuando marcó el número, estaba comunicando.

Una hora después, tras limpiar la cocina, fue a la habitación de invitados y comenzó a marcar de nuevo.

Zac: Cuelga el teléfono.

Vanessa se giró asustada. Zac había entrado en la habitación y estaba allí de pie, descalzo, apoyado en su bastón.

Ness: ¿Cómo se te ha ocurrido bajar las escaleras? -le gritó-. ¿Es que quieres que se te ponga peor la rodilla?

Zac: Gracias a tus cuidados está mejor. Cuelga el teléfono, Vanessa.

Contra su deseo, sus dedos obedecieron la orden.

Zac: Ya me abandonaste una vez, ¿vas a desaparecer de nuevo?

Vanessa sintió que las mejillas le ardían.

Zac: Tú misma te delatas. No tienes vergüenza.

Aunque el aguijón de la amarga burla de Zac se hundió en su corazón dejando en él su veneno, en ese momento le preocupaba más su pierna y lo que debía dolerle.

Ness: Zac..., ven, tiéndete.

Los ojos de su marido se entrecerraron, recelosos.

Zac: Si lo que estás sugiriendo, es que me acueste aquí, por mí no hay inconveniente. Aquí solo hay dos habitaciones, esta y el dormitorio principal.

Vanessa hizo caso omiso de la pulla de Zac.

Ness: Haz el favor de echarte en la cama, el médico dijo que debías tener la pierna en alto. Vamos a ponerte cómodo.

Zac: ¿Eso es una invitación? -se mofó de ella-.

Ness. No seas ridículo, lo único que quiero es ayudarte.

Zac: Hoy ya me has ayudado bastante, y no me haces ninguna falta por la noche.

Vanessa se negó a picar el anzuelo.

Ness: Si te sientes tan bien, será mejor que llame para pedir un taxi y me vaya.

Zac: Bien, yo llamaré a Henry y cancelaré la cita que tendríamos mañana con él.

Henry Dawson, el abogado de la familia Efron había sido siempre como un miembro más de esta. Entonces era con Henry con quien había estado hablando... ¡Quería formalizar el divorcio!

Ness: No me quieres a tu lado, ¿es eso? -inquirió en un hilo de voz-.

Zac: Digamos que ya no siento ningún deseo de dormir con mi esposa.

Aquello no era una sorpresa para ella, pero la crudeza con que lo expuso hizo que un dolor insoportable la atravesara como un rayo.

Zac: Necesito saber si vas a desaparecer de nuevo para poder cancelar la cita.

Ness: No podrías ir de todos modos, el médico ha dicho que no debes moverte durante un par de días.

La mandíbula de Zac se endureció.

Zac: Cada día que dejo pasar me separa más de mi hijo, si es que lo es. Un taxi vendrá a buscamos mañana a las ocho y media. Si cuando me despierte no estás aquí, sabré que te has ido por otros medios.

Entonces... ¡sí que quería hacerse cargo del hijo de Amber! Había estado considerando su oferta después de todo. Aunque la despreciara, se sentía responsable de ese niño hasta el punto de valerse de su matrimonio para conseguir la custodia. No se sintió ofendida. Lo amaba de tal modo que no le importaba que quisiera utilizarla.

Ness: Me alegra que Henry crea que tienes posibilidades de conseguir la custodia del bebé -le dijo antes de darse la vuelta para ir al cuarto de baño-.

Zac: ¿Vanessa?

Ella se paró en seco.

Ness: ¿Sí?

Zac: Si esto forma parte de alguna especie de plan que has tramado para tratar de arreglar nuestros problemas, estás perdiendo el tiempo. Si el bebé es mío y consigo la custodia, podrás seguir adelante con el divorcio en cuanto encuentre a una niñera interna. Y, en caso de que no lo sea, firmaré esos papeles y te mandaré de vuelta a Washington en un avión tan rápido que no te dará tiempo ni a pestañear.

Vanessa supo que Zac estaba hablando en serio, pero sus palabras demostraban que había escuchado su propuesta y que no la echaría del chalet de Andrew aquella misma noche. Al menos era algo.

A partir de aquel momento se centraría en encontrar una grieta en el grueso muro de hielo que se había formado en torno al corazón de Zac. Por imposible que fuera, no cejaría nunca en su empeño de recuperar su amor.

Ness: Quiero que sepas que haré todo lo que esté en mi mano para que consigas la custodia del bebé antes de que te divorcies de mí. Y si se demuestra que no es tuyo, tienes mi palabra de que no te volveré a molestar.

«Pero no pienso prometerte que me iré de Suiza. No puedo hacerlo. No cuando llevo a tu hijo dentro de mí.»




Que mal va todo, pobre Ness v.v
Zac la trata muy mal ¬_¬

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domingo, 26 de julio de 2015

Capítulo 2


**: Vanessa, el doctor Evans quiere hablar contigo. Pasa a la consulta cuando termines de vestirte.

Últimamente había estado padeciendo continuos dolores de cabeza, más exactamente desde el día en que su abogado había enviado a Zac los papeles del divorcio por correo urgente. De eso hacía ya una semana y, desde entonces, su marido no había vuelto a intentar ponerse en contacto con ella por teléfono.

Era lo que ella había querido, pero no podía dejar de preocuparse por él y necesitaba saber si el bebe había nacido ya o no. Siempre podía llamar a Ashley, naturalmente, pero temía que, de hacerlo, empezaría de nuevo a llorar y los dolores de cabeza empeorarían.

Los analgésicos habituales no le hacían ningún efecto, así que había ido a su médico de cabecera, el doctor Evans, con la esperanza de que pudiera recetarle algo más fuerte. Salió de la sala donde el médico le había hecho el reconocimiento y pasó a su consulta.

Dr. Evans: Toma asiento, Vanessa.

Cuando se hubo sentado, el médico le dirigió una sonrisa.

Dr. Evans: Creo que he descubierto el origen de tus dolores de cabeza, pero prefiero esperar la confirmación de tu ginecólogo.

«¿Mi ginecólogo?», se repitió Vanessa mentalmente, parpadeando perpleja.

El médico se quedó mirándola, atónito.

Dr. Evans: ¿No sabías que estás embarazada?

Ella se tambaleó de tal modo en la silla que se habría caído de no haberse agarrado a los lados.

La expresión del doctor se tomó seria.

Dr. Evans: Ya veo, ¿tal vez tu marido y tú no planeabais tener hijos aún?

Ness: No... Yo... Es decir, sí, queríamos tener un bebé, pero no... ¡No podemos tenerlo ahora! ¡Es imposible! -exclamó angustiada-.

El médico se inclinó hacia delante, mirándola con la confianza de un viejo amigo.

Dr. Evans: Vanessa, en los veinticinco años que te he tratado, jamás te he visto tan alterada. Debes estar atravesando por una situación realmente traumática, y ese es el motivo de los dolores de cabeza.

Su tono comprensivo tuvo en ella el efecto de la palanca que abre las compuertas de una presa: Vanessa se tapó el rostro con las manos y se deshizo en sollozos.

El médico le pasó un paquete de pañuelos de papel que tenía sobre la mesa.

Dr. Evans: Cuéntame lo que te ocurre.

Ness: Lo siento -se excusó, alzando el rostro para secarse las lágrimas-, perdone mi arrebato. Yo... le agradezco mucho que me haya visto, pero tengo... tengo que irme -dijo levantándose de la silla como un resorte-.

Los ojos del médico la siguieron hasta la puerta con una mirada preocupada.

Dr. Evans: Soy yo quien lo siente. Por favor, prométeme que buscarás enseguida un ginecólogo. El doctor Burk es uno de los mejores. Su consulta está en el segundo piso. Dile que vas de mi parte.

Ella asintió.

Ness: Gracias, doctor Evans.

Dr. Evans: Y si quieres que tu bebé nazca sano, no esperes demasiado para empezar con los cuidados prenatales y no tomes ninguna medicación sin haberlo consultado antes con él.

Ness: Lo haré, adiós.

Vanessa estaba deseando salir de la consulta. Bajó apresuradamente al aparcamiento y regresó al restaurante. Al cabo de media hora abrían y ella necesitaba distraerse con algo para no pensar.

Su familia no sabía que había ido al médico, así que no quería decirles nada hasta que no hubiera tomado una decisión sobre lo que iba a hacer. En aquellos momentos todavía estaba intentando digerir la noticia con todas sus implicaciones.

Al llegar las cuatro de la tarde, el dolor de cabeza se había vuelto insoportable. Vanessa dijo al otro chef que necesitaba tomarse el resto del día libre y subió a su habitación. Llamó a la consulta del doctor Burk para pedir una cita y la secretaria del médico le dijo que la recibiría el viernes siguiente.

Vanessa le explicó que tenía fuertes dolores de cabeza y la secretaria la pasó con la enfermera del médico, que le recomendó un analgésico que no haría daño al bebé. Vanessa le dio las gracias y colgó. Tras la visita al doctor Burk el viernes, comunicaría a su familia que estaba embarazada, lo había decidido.

**: ¿Vanessa? Ahí fuera hay una mujer que quiere hablar contigo.

Ness: ¿Quién? -inquirió volviéndose hacia el joven camarero-.

**: No lo sé, no la había visto antes, y estoy seguro, porque de otro modo, créeme que me acordaría -dijo sonriendo-. Se llama Brittany no-sé-qué. El apellido empezaba por eme, pero no sé pronunciarlo.

Vanessa rebuscó en su mente. No conocía a ninguna mujer llamada... ¡Un momento! No, imposible... No podía ser la mujer de Andrew, el mejor amigo de Zac...

El tiempo que Vanessa había estado viviendo en el apartamento de Neuchâtel con Zac, el príncipe Andrew Mertier Bergeret D’Arillac, soberano de los cantones franco-suizos y su esposa estadounidense, de veintiséis años, habían estado fuera del país en su luna de miel.

Aunque Vanessa no había llegado a conocerlos, había leído los recortes de periódico acerca de aquella boda real que Zac guardaba en el escritorio, y también había visto fotos y vídeos de Andrew y sus amigos escalando.

Y si el príncipe y su esposa habían establecido su residencia en Neuchâtel en las fechas en las que ella había abandonado Suiza, no podían estar allí, en Estados Unidos... ¿O sí?

Ness: Dime, su nombre... ¿era algo así como Mertier?

**: ¡Eso es! Exactamente -asintió el joven-.

Vanessa sintió que las piernas le temblaban. Si la mismísima Brittany Mertier estaba en el comedor de su restaurante, la única razón posible por la que podía haber ido allí era que algo terrible debía haberle ocurrido a Zac. Quizá sus heridas fueran peores de lo que Ashley le había dicho.

Ness: Dile que me reuniré con ella enseguida.

**: De acuerdo -respondió el chico saliendo de la cocina-.

Con las piernas temblando, atravesó el comedor hasta llegar al vestíbulo del restaurante.

La hermosa mujer de aspecto vivaz, cabello corto rubio platino y ojos violeta que se volvió hacia ella, superaba con mucho a la de las fotografías que había visto en los periódicos. Sin embargo, al mismo tiempo, con sus vaqueros y su jersey de punto, Brittany Mertier parecía una persona muy normal y cercana. Mientras avanzaba hacia ella pasando junto a una fila de clientes que esperaban ser atendidos, la invadió tal temor de que le trajera en efecto malas noticias de Zac, que apenas podía respirar.

Ness: ¿Alteza? -le dijo con voz temblorosa-.

Brittany: Llámame Brittany, por favor -respondió obsequiándola con una dulce sonrisa-. Sabía que tenías que ser tú. Eres mucho más guapa al natural que en esa foto que Zac lleva siempre consigo.

Ness: Supongo que ya no la llevará -musitó, apesadumbrada-. Yo iba a decir que las fotos que había visto de ti en los periódicos no te hacen justicia.

Brittany: Gracias.

Ness: Por favor... -le rogó luchando por controlar sus emociones-. Sé que no estarías aquí si no le hubiera ocurrido algo a Zac. Las heridas que sufrió en el accidente... ¿eran más graves de lo que su hermana me dejó entrever?

Brittany: Espera, espera... -la tranquilizó la princesa-. La vida de Zac no corre peligro.

Ness: ¿Le ha pasado algo al bebé?

Brittany: Vanessa... -dijo en voz baja-, ¿no podríamos ir a otro lugar? ¿Preferiría que habláramos de esto en privado?

Ness: Sí, por supuesto. Disculpa mi descortesía. Es... es que estoy muy asustada. -Abrió la puerta que daba a las escaleras y pidió a Brittany que la siguiera a la sala de estar que había en el piso de arriba-. Toma asiento, por favor. ¿Quieres tomar algo?

Brittany: No, gracias -respondió acomodándose en un sillón. Vanessa se sentó en una silla frente a ella-. Sé que mi visita te ha alarmado, pero tras discutirlo con Andrew, los dos convinimos en que no podíamos decirte esto por teléfono.

Ness: ¿Ha venido tu marido contigo?

Brittany: No, ha tenido que quedarse en Suiza presidiendo un congreso internacional de banca.

Ness: Pero apenas habéis regresado de vuestra luna de miel, ¿no es así? Me sabe mal pensar que hayas tenido que hacer un viaje tan largo por mi causa...

Brittany: Para mi esposo, Zac es como un hermano; haría cualquier cosa por él. Y yo también lo aprecio muchísimo. Sin embargo, ya no es el hombre que me presentó a Andrew en Zermatt. Es como si no quedara rastro en él del enérgico francés que se enamoró de ti.

Vanessa tenía la cabeza gacha.

Brittany: Está atravesando una profunda crisis emocional en estos momentos -continuó-, y mi marido y yo estamos muy preocupados por él.

Ness: Bueno, el ser padre primerizo y tener que ayudar a Amber con el bebé debe ser...

Brittany: Vanessa... -la interrumpió-, Amber murió al dar a luz.

Ness: ¿Qué? -exclamó, atónita, incapaz de seguir sentada. ¿Por qué no la había llamado Ashley para decírselo?-. Pero Zac me dijo que ella no había resultado herida en el accidente...

Brittany: Sufrió una eclampsia durante el parto -replicó suavemente-. Según parece fue trágico: tenía convulsiones y después se quedó en coma. Falleció sin siquiera ver a su hijo. De eso hace ya una semana, y el bebé ha tenido que permanecer en el hospital hasta después del entierro. Al final ha sido la abuela materna quien se ha hecho cargo de él, y hasta ahora no ha permitido que Zac lo vea, porque lo culpa de la muerte de su hija.

El gemido horrorizado de Vanessa resonó en la sala de estar. No daba crédito a aquellas terribles noticias y no quería imaginar lo que Zac estaría sufriendo.

Ness: ¡Mi pobre y querido Zac! -murmuró con voz temblorosa-.

Brittany: Está siendo un calvario para él, pero no quiere hablar de ello con nadie. Después de que tú lo abandonaras, se distanció de todos los que lo apreciamos. Ni siquiera su familia podía hacer que se abriera a ellos, y su hermano Patrick ha tenido que dejar Paris para sustituirlo en la oficina. Andrew ha sido la única persona a la que Zac ha dejado entrar en el apartamento. Mi marido se espantó al ver que apenas había comido ni se había preocupado de sí mismo en el último mes. Me dijo que parecía que había perdido al menos cinco kilos, o quizá más; pero lo que más alarmó a Andrew fue enterarse por la asistenta de que estaba preparando su equipo de montañismo. Y cuando Andrew le preguntó qué iba a hacer, le dijo que planeaba escalar el Matterhorn este fin de semana.

Ness: ¡Pero no puede hacer eso! -balbució angustiada-. Ashley me dijo que aún no estaba totalmente repuesto de la operación de la rodilla.

Brittany: Y es verdad, pero Zac se niega a escuchar a nadie y a razonar. Sin embargo, de algún modo, Andrew logró convencerlo de que esperara a que terminara ese congreso de banca para que Derek y Roger vayan con él. Pretenden hacer todo lo que esté en su mano para evitar que haga algo peligroso, pero mi marido me dijo que jamás había visto a Zac en ese estado, y no está seguro de poder detenerlo.

Al llegar a ese punto, Vanessa estaba temblando de pies a cabeza.

Ness: ¡Tengo que ir con él! Yo solo inicié el proceso de divorcio porque Amber lo amaba y lo necesitaba, pero ahora no hay ninguna razón para que esté lejos de él. ¡No sabes cuánto lo quiero!

Brittany: ¡Gracias a Dios! Andrew y yo pensamos que tú eras la única que podías hacerlo reaccionar, Vanessa. Por eso he venido, para llevarte de vuelta a Suiza conmigo esta noche si quieres, en el jet privado de Andrew. He alquilado un coche en el aeropuerto de Sea-Tac. Puedo llevarte a Seattle en cuanto estés lista.

«¡Qué personas tan maravillosas!»

Ness: Te agradezco vuestra generosidad, pero no puedo aceptar -susurró luchando por contener las lágrimas-. Sacaré un pasaje en un vuelo comercial en cuanto se lo diga a mi familia.

Brittany: Vanessa -dijo poniéndose de pie-, antes de que rechaces mi oferta, hay una cosa más que debes saber.

Vanessa se notó la garganta seca y tirante.

Ness: ¿De qué se trata?

La princesa pareció dudar.

Brittany: Zac ha cambiado.

Ness: ¿En qué sentido?

Brittany: Ahora sí quiere el divorcio.

Vanessa estaba tratando de digerir aquellas palabras.

Ness: ¿Ahora? Pero si Amber ha muerto...

Cuando vio que Brittany no decía nada, Vanessa comenzó a comprender lo que quería decirle. Le pareció que la habitación daba vueltas. Se agarró a la silla que tenía más cerca; Brittany fue rápidamente a su lado.

Brittany: Tienes mal aspecto, siéntate.

Cuando Vanessa tomó asiento, Brittany se arrodilló junto a ella y la miró fijamente a los ojos.

Brittany: Vanessa, casi te desmayas. Imagino que estás así porque te das cuenta de lo que tu continuo rechazo le está haciendo a Zac. Cuando le enviaste los papeles del divorcio, se quedó destrozado. ¿Por qué estás haciendo esto?

La suavidad con que Brittany la reprendía y su sinceridad conmovieron a Vanessa, la cual empezó a llorar.

Ness: Yo solo pre... pretendía no ser un obstáculo, quería que él pudiera hacer lo correcto para con Amber y su hijo. Pero ahora... Saber que ella se ha ido, y... y que él no quiere que vuelva a su lado... Además, acabo de saber que yo misma espero un hijo de él -sollozó, inconsolable-.

En ese momento fue Brittany quien dejó escapar un suave gemido de sorpresa antes de rodear los hombros de Vanessa con su brazo.

Pasaron varios minutos antes de que Vanessa asimilara lo que la princesa le había dicho.

Ness: ¿Sa... sabes si Zac ha firmado ya los papeles?

Brittany: Todavía no, Andrew logró convencerlo de que esperara hasta después de esa supuesta escalada que van a hacer, hasta que tuviera las ideas más claras.

Ness: ¡Ay, Brittany...! -exclamó esforzándose por controlar el llanto-. ¿Qué voy a hacer?

Hubo un largo silencio.

Brittany: ¿Qué es lo que quieres hacer?

Ness: Quiero recuperar a mi marido, pero no quiero que la noticia de mi embarazo lo obligue a quedarse a mi lado.

Brittany: Te comprendo, a mí me sucedería lo mismo.

Ness: ¿Y si no quiere verme? -inquirió angustiada-.

Brittany: Encontraremos la manera, pero como te he dicho, no es el hombre que tú conociste.

Ness: Entonces lucharé por su amor -dijo decidida, levantándose de la silla-, porque no quiero perderlo.

Brittany: Me alegra oír eso, porque de hecho no será fácil -respondió levantándose también. Abrió el bolso y sacó de él lo que parecía un recorte de periódico-. Lee esto, así entenderás parte de la agitación interior de tu marido.

Con dedos temblorosos, Vanessa lo desdobló y vio que se trataba de la primera plana de un importante periódico franco-suizo. La fecha, treinta de septiembre, parecía destacar en la página como si la hubieran impreso en tinta roja.

En la parte inferior había una fotografía del coche de Zac estrellado contra la furgoneta, y también había una fotografía pequeña de él. La estupefacción de Vanessa se transformó en horror cuando comenzó a leer el texto que acompañaba a las fotos.

La pasada noche llegaron al hospital de Vaudois en Neuchâtel, heridos a causa de un accidente de tráfico, el famoso y rico empresario francés de los automóviles, Zac Efron, y una mujer cuya identidad se desconoce. Los directivos del hospital no han querido dar detalles, pero se rumorea que la mujer con quien contrajo matrimonio no hace mucho ha regresado a su país de origen, Estados Unidos. Se especula que el motivo de su marcha pudiera ser que existía una relación entre el señor Efron y (...)

Un gemido escapó de la garganta de Vanessa. No podía seguir leyendo y, asqueada, le devolvió el recorte a Brittany.

Ness: Yo... yo nunca imaginé que esto pudiera...

Brittany: Perdóname por este mal trago, Vanessa, pero Andrew me hizo prometer que te enseñaría esto si decidías regresar conmigo. En primer lugar, quería que comprendieses lo que Zac ha tenido que soportar. Y en segundo lugar, quería que estuvieses advertida de un posible acoso de la prensa hacia ti. Pero, si vienes conmigo, ni siquiera tendrás que bajar a tierra para pasar el control de aduana. Andrew tendrá una limusina esperando para llevarnos al castillo y se encargará de impedir que los periodistas se te acerquen siquiera. Así podrás volver sin que te bombardeen a preguntas y flashes.

Vanessa aspiró temblorosa por la boca.

Ness: ¿Cómo podré pagaros a ti y al príncipe todo esto?

Los ojos de Brittany buscaron los suyos.

Brittany: Si Zac y tú conseguís arreglar las cosas y volvéis a ser felices, nos daremos por satisfechos. Además, estábamos deseando conocer a la mujer que logró que Zac se pusiera a sus pies.

Ness: Zac es verdaderamente muy afortunado por tener unos amigos como vosotros. En una ocasión me contó cómo Andrew le salvó la vida una vez en la montaña, y ahora, de nuevo estáis aquí para rescatarlo.

Brittany: No es más de lo que Zac ha hecho por Andrew.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Brittany: Si no fuera por tu marido, Andrew y yo nunca nos hubiéramos conocido. Pero ya te hablaré de eso en el avión.

Ness: Sí, por favor, me encantaría escucharlo. Claro que ahora tendrás que perdonarme un momento, he de ir a hablar con mi familia y hacer las maletas. Procuraré no tardar.


Trece horas después, el jet privado aterrizaba en Ginebra. Brittany y Vanessa bajaron del avión y se dirigieron a una limusina con el escudo real de los D’Arillac, aparcada a unos metros de las escalerillas del avión.

Tenía las lunas tintadas para impedir la visión del interior.

Nada más entrar, Vanessa vio a un hombre que estrechó a Brittany entre sus brazos. Sin duda debía ser el príncipe.

Brittany: Andrew, cariño... -le escuchó decir con voz ronca-. Te presento a Vanessa Efron.

Ness: ¿Cómo está, Alteza?

Los brillantes ojos azules del hombre centellearon cuando se posaron sobre Vanessa.

Andrew: Por favor, llámame Andrew -le pidió en un inglés sin apenas acento. Rodeando todavía a su esposa con un brazo, estrechó la mano de Vanessa-. Gracias a Dios que has venido, Zac te necesita muchísimo en estos momentos.

Vanessa tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar las emociones que se agolpaban en su interior.

Ness: Yo también lo necesito a él. Quería daros las gracias a ambos. La princesa me ha contado todo lo ocurrido. No puedes imaginar lo que significa para mí todo lo que habéis hecho para facilitarme las cosas. Como le he dicho a Brittany, espero poder devolveros el favor algún día.

Una expresión seria se extendió por las atractivas facciones del príncipe.

Andrew: Lo único que importa es que estás aquí. Imagino que Brittany te ha puesto al corriente de su frágil estado emocional -inquirió con un cierto matiz de exigencia en su voz-.

Vanessa no podía recriminarle que quisiera proteger a su mejor amigo. De hecho, apreció sinceramente aquella demostración algo brusca de afecto por Zac.

Brittany: Cariño -le advirtió con suavidad-, la propia Vanessa está en un estado bastante delicado.

Andrew: ¿Qué quieres decir?

Ness: Estoy embarazada.

Él sacudió, perplejo, la hermosa cabeza de cabello rubio oscuro.

Andrew: No puedo creerlo... Sé que debería felicitarte, pero no puedo apartar de mi mente la idea de que Zac creerá que esa es la única razón por la que has vuelto a Suiza.

Ness: Lo sé, yo también lo he pensado -respondió con voz temblorosa-. Por eso no quiero que Zac lo sepa hasta que... hasta que...

Andrew: Dime cómo podemos ayudarte -la interrumpió-.

Ness: Oh, no, ya habéis hecho demasiado, me siento apabullada...

Andrew: Vanessa, sé en lo más profundo de mi corazón que Zac y tú haríais lo mismo por nosotros si estuvierais en el caso contrario.

Ness: Desde luego -reiteró-. Zac te quiere como a un hermano.

Andrew: El sentimiento es mutuo, así que no necesitamos volver sobre ese punto -reconvino recostándose en el asiento junto a su esposa-. ¿Has pensado ya en algo?

Ness: Brittany me ha hablado del plan que ideó Zac para ayudarte cuando supo que tu familia quería casarte con la princesa Sophie. Creo que te convenció para que llevaras a la princesa a tu chalet de Zermatt, con la esperanza de que rompiera vuestro compromiso al darse cuenta de que no teníais nada en común.

Andrew asintió antes de sonreír a su mujer.

Andrew: Y entonces apareciste tú en su lugar -le dijo besándola de nuevo-.

Vanessa carraspeó.

Ness: Estaba... estaba pensando que podríamos intentar esa estrategia... con nosotros.

El príncipe entendió rápidamente la idea. Volvió la cabeza y miró a Vanessa con un brillo perspicaz en los ojos.

Andrew: De modo que hacemos que Zac vaya al chalet antes de la escalada, y allí te encontrará a ti.

Ness: Sí -asintió-, creo que sería lo mejor, en un sitio neutral, lejos de su trabajo o de cualquier lugar que pueda hacerle pensar en lo ocurrido. El apartamento tiene demasiados recuerdos, y eso podría distanciarnos aún más. Además, dejé mis llaves en el apartamento antes de marcharme de Neuchâtel. Tendría que pedir al conserje que me dejara entrar, y probablemente él querría hablar antes con Zac.

Andrew: Por lo que a mí respecta, me parece una idea muy inspirada -murmuró-.

Vanessa se mordió el labio.

Ness: No estoy segura de que funcione pero, como Brittany me dijo que estaba planeando esa escalada, no sospechará nada. Me daría por satisfecha si lograra que desistiera de ir a la montaña en las condiciones en las que está.

Andrew: Hoy es el último día del congreso de banca que presido. Vosotras haríais bien en aprovechar mientras para dormir un poco. Creo que hacia las cuatro y media habré terminado. Entonces iremos a Zermatt en el helicóptero y pasaremos allí la noche. Mañana por la mañana nos marcharemos Brittany y yo, y más tarde llevaré allí a Zac. En cuanto lleguemos, desapareceré y esperaremos el desenlace en el apartamento de Roger.

«Mañana veré a Zac...», pensó Vanessa, con el corazón latiéndole fuertemente por la mezcla de emoción y ansiedad. Dejó escapar un suspiro tembloroso.

Ness: Puede que no quiera dejarme entrar en su vida de nuevo -dijo a los Mertier-. Me aterra pensar que nuestro matrimonio pueda terminarse de verdad.

Al ver que ninguno de los dos la contradecía, ni siquiera por cortesía, su miedo se acrecentó y, cansada tanto física como emocionalmente, apoyó la cabeza en el respaldo del sillón. Los párpados le pesaban y, rindiéndose finalmente al sueño, lo último que vio fue el rostro serio de Andrew.




Aish... pobre Ness =S
Qué pasará cuando Zac la vea... =S

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¡Un besi!


viernes, 24 de julio de 2015

Capítulo 1


29 de septiembre

A mi querido Zac, en recuerdo de aquel momento inolvidable en el prado, al pie del Monte Rainier, en que me propusiste matrimonio.

Estos gemelos de oro contienen los pétalos del ramillete de flores silvestres que me diste. Son de un gran valor para mí porque simbolizan tu amor. No creo que ninguna mujer se haya sentido jamás tan amada por su esposo como me siento yo. Hace ya un mes que estamos felizmente casados, ¡feliz aniversario, cariño!

Vanessa

Vanessa Hudgens Efron dejó la pluma sobre la mesa e introdujo la tarjeta en su sobre, fijando este al paquete del regalo con celofán. De un momento a otro entraría Zac por la puerta del elegante ático de Neuchâtel en el que vivían. Por las ventanas se podía admirar una magnífica vista del lago Neuchâtel, uno de los enclaves más hermosos de Suiza. Verdaderamente, Zac la había llevado al paraíso.

Salió apresuradamente del dormitorio y fue al salón. Había dispuesto la mesa con el mejor mantel de encaje que tenían, la vajilla de porcelana, las copas más finas y la cubertería de plata. En el centro, flanqueado por dos candelabros repujados, había colocado un jarrón de cristal tallado con unas flores. Puso el regalo junto a la copa de él y corrió a la cocina a ultimar los preparativos de la cena, una cena digna del paladar del más exigente gourmet.

Vanessa había pasado la mayor parte del día cocinando y engalanando la casa para la ocasión, pero aún tuvo tiempo de darse una ducha, lavarse el pelo y acicalarse.

Llevaba un vestido nuevo de crepé negro y talle ajustado. Zac solía decirle que el contraste de ese color con el de su larga melena y sus ojos la hacía parecer aún más hermosa. Estos eran marrones, mientras que su cabello era de un bonito color azabache.

Se había puesto además unos elegantes zapatos negros de tacón para realzar su metro sesenta de estatura. Quería estar deslumbrante para él aquella noche.

Echó un vistazo a su reloj: las siete y media. Aquella mañana Zac la había llamado para avisar que llegaría un poco más tarde, pero ya habían pasado casi treinta minutos de la hora que había dicho. No era usual en él no avisarla si un cliente lo entretenía.

Vanessa recordó que unos días antes había recibido la visita del embajador de Costa de Marfil, quien quería encargarle una flota de limusinas. Quizá se hubiera producido algún imprevisto durante la salida de los vehículos de la fábrica Efron, dedicada a la fabricación de automóviles de lujo, en París.

Entró una vez más en la cocina para asegurarse de que todo estaba perfecto. Pasaron diez minutos, y luego otros diez. Estaba empezando a preocuparse. Lo llamó al móvil, pero le contestó el buzón de voz pidiéndole que dejara un mensaje.

Cada vez más inquieta, telefoneó a Mike, el secretario de Zac, a su domicilio. Este le dijo que, cuando se había despedido de él, Zac estaba en su mesa, haciendo una llamada a Nueva York, y sugirió que lo más probable era que estuviera discutiendo algo con el guardia jurado del turno de noche o con alguien del personal de seguridad antes de abandonar la sala de exposición de los vehículos. De hecho, le dijo tratando de tranquilizarla, podía haber una infinidad de razones por las cuales se estaba retrasando. Tal vez estuviera tomando algo con un ejecutivo, apuntó.
Vanessa dio las gracias a Mike y colgó, pero seguía intranquila. Sabía que Zac la habría invitado si tuviera planeado llevar a un comprador a cenar.

Entonces recordó que Roger, uno de sus mejores amigos y compañero en sus expediciones de alpinismo, había ido a visitarlos dos noches atrás. Cuando se ponían a hablar los dos de su afición se olvidaban de todo... Tal vez Roger no había regresado aún a Zermatt, tal vez seguía en Neuchâtel.

Corrió al estudio a buscar el número de Roger, pero antes de que pudiera encontrarlo, sonó el teléfono. Vanessa se abalanzó sobre el auricular.

Ness: ¿Dígame?

**: ¿La señora Efron? -inquirió una voz seria al otro lado de la línea-.

A Vanessa le sobrevino un mal presentimiento que la puso al borde de un ataque de pánico. Se notó la boca seca.

Ness: Sí, soy yo.

**: La llamo del pabellón de urgencias del hospital Vaudois. Su marido se repondrá, pero ha tenido un accidente de tráfico y ha pedido que venga.

Ness: ¡Ay, Dios mío! ¡Enseguida voy! -exclamó y, tras colgar, llamó para pedir un taxi-.

Podía haber ido con el pequeño deportivo que Zac le había comprado como regalo de bodas, pero no sabía la dirección del hospital y no quería preocuparse por tener que encontrar un sitio donde aparcar. A decir verdad, estaba temblando de tal modo que no sabía si habría podido siquiera conducir.

El taxi que había llamado estaba dando la vuelta a la esquina justo en ese momento. Vanessa agitó la mano en el aire para que el taxista la viera.

Ness: Al hospital Vaudois, por favor, monsieur.

**: Oui, madame.

Vanessa se abrazó la cintura con los brazos, angustiada. Si Zac hubiera tenido heridas de gravedad, la persona que había hablado con ella por teléfono no le habría dicho que se iba a reponer, se dijo tratando de tranquilizarse. Aun así... no volvería a respirar con normalidad hasta que pudiera verlo con sus propios ojos y abrazarlo.

Ness: Por favor, dese prisa, mi marido ha sufrido un accidente. Déjeme en la entrada de urgencias.

El taxista asintió con la cabeza, pero no se molestó en acelerar. Al fin y al cabo, los suizos eran gente demasiado civilizada como para conducir de forma imprudente.

No podía decirse lo mismo de Zac, francés de nacimiento. Según su familia, con quien Vanessa había convivido un mes cerca del Bois de Vincennes, en París, había sido un temerario desde niño. A los veinte años ya participaba en carreras de coches, y solía conducir a velocidades que asustaban a la mayoría de la gente. Y aunque parecía que desde que se interesaba por el montañismo había perdido el gusto por correr, todavía se dejaba llevar cuando estaba probando uno de los deportivos recién salidos de la fábrica. Así se lo había confesado a Vanessa Ashley, amiga íntima suya y hermana de Zac.

Cuando le pareció que ya no podría soportar más la angustia, llegaron al hospital. Había varias ambulancias junto a la entrada y, al verlas, Vanessa sintió como si se agrandara el agujero que parecía habérsele hecho en el estómago.

Salió del taxi, alargó al conductor varios billetes de francos suizos sin pararse a contarlos bien y entró a toda prisa.

El vestíbulo del pabellón de urgencias estaba abarrotado de amigos y familiares de víctimas de accidentes, que hablaban en voz baja entre sí. La ansiedad y la preocupación podían leerse en sus rostros. Al acercarse a la mujer que estaba tras el mostrador de información y ver su reflejo en el cristal, Vanessa comprobó que su cara tenía idéntica expresión.

Ness: Disculpe, soy la señora Efron. Han traído a mi marido esta noche. ¿Puede decirme dónde está?

**: Pase por allí y a la izquierda. Está en el cubículo número cuatro.

Ness: Gracias -murmuró antes de atravesar presurosamente las puertas de vaivén de la sala de observación-.

Una vez más, la sobrecogió el enjambre de actividad que había allí. Personal médico, enfermeros, e incluso agentes de policía entraban y salían. Parecía que cada cubículo estuviera ocupado y, desde detrás de la cortina del primero, le llegaron los desgarradores gemidos de dolor de una mujer.

En ese instante, Vanessa dio gracias al cielo de que Zac no estuviera en semejante agonía. Apretó el paso hasta llegar al número cuatro y descorrió la cortina. Su marido estaba consciente, gracias a Dios, vestido con un pijama de hospital y arropado por inmaculadas sábanas blancas.

Ness: ¡Zac!

Zac: Mi amor... Pensé que nunca ibas a llegar.

Ella se sorprendió al notar lo agitada que sonaba su profunda voz, la voz de aquel hombre cuya inteligencia y fuerte carácter inspiraban confianza en cuantos lo conocían.

Ness: Vine en cuanto me llamaron, cariño -gimió. Verlo tan vulnerable la destrozaba-, estuve horas esperando que volvieras a casa.

La hermosa tez aceitunada mostraba una palidez inusual, pero el rostro, endiabladamente atractivo, con aquellos ojos azules y el cabello castaño claro que ella adoraba, eran los mismos.

Zac: ¡Dios mío! -exclamó-. Eres tan preciosa que hace daño mirarte...

Y con un rápido movimiento del brazo derecho, la atrajo hacia sí. Ella se dio cuenta de que no podía mover el otro brazo. Preocupada por este pensamiento, la sorprendió la intensidad del beso, casi salvaje, que siguió.

Desde que contrajeran matrimonio, habían hecho el amor día y noche, en todo tipo de circunstancias y condiciones, pero su marido nunca la había abrazado así, como si fuera a ser la última vez.

Ness: Zac, cariño... -murmuró cuando él permitió, de mala gana, que sus labios se separaran-. ¿Qué te has hecho en el brazo?

Zac: No es nada -replicó-, solo me he golpeado el codo.

Ness: ¿Dónde más te has hecho daño? -preguntó estudiándolo con ojos preocupados-.

Zac: También me golpeé la rodilla izquierda.

Ness: Ay, cariño -gimió-, déjame ver...

Zac: No es necesario. El médico ha dicho que no tengo nada roto, solo magulladuras. Dentro de un rato van a hacerme unas radiografías para asegurarse. Pero antes de que vengan a buscarme, hay algo de lo que tenemos que hablar.

Vanessa tuvo un mal presentimiento. Inspiró, temblorosa, pero asintió.

Ness: Está bien.

Escuchó cómo le pedía a Dios que le diera fuerzas y murmuraba:

Zac: Creo que será mejor que te sientes.

Vanessa acercó a la cama un taburete que había junto a una estantería y se sentó. Después tomó la mano derecha de Zac, la besó y la sostuvo contra su mejilla.

Ness: ¿Qué es eso tan terrible que tienes que decirme?

La expresión de él se tornó desolada y sus ojos parecieron suplicarle que le dijera que callara.

Ness: ¿Cariño? -le urgió, incapaz de soportar el suspense un segundo más-.

Zac se aclaró la garganta.

Zac: Cuando nos casamos, prometimos amarnos en lo bueno y en lo malo.

Ness: Y así lo estamos haciendo -reiteró sin saber a dónde quería llegar-, y yo estaré a tu lado pase lo que pase.

Zac: Yo... nunca pretendí que hubiera nada «malo» en nuestro matrimonio -le dijo, como irritado consigo mismo-.

Ness: ¿Y lo hay? -inquirió tragando saliva con dificultad-.

Zac: Vanessa, no sé cómo decirte esto.

Ness: ¿Decirme qué? -suplicó, soltándole la mano y peinando su cabello ondulado con los dedos-. ¿Acaso no sabes que puedes contármelo todo?

La mirada de los ojos de Zac se tomó apesadumbrada.

Zac: Esta tarde, cuando estaba cerrando algunos asuntos en la oficina para poder ir a casa contigo, tuve una visita. Era una mujer a la que rescaté tras una avalancha en Chamonix, meses antes de conocerte.

Vanessa no quería escuchar más, sentía como si la hubiesen empujado desde lo alto de un rascacielos.

Zac: Se llama Amber Von Tussle.

El nombre no le resultaba familiar a Vanessa, pero según Ashley, su hermano había dejado un buen número de corazones rotos tras su marcha de París.

Ness: Supongo que tendría una buena razón para visitar a un hombre casado al final de la jornada laboral -apuntó, no sin un cierto temblor en la voz-.

Zac: Todo lo que sé es que está embarazada de ocho meses y que asegura que el niño es mío.

Vanessa reprimió un gemido de asombro mordiéndose el puño hasta hacerlo sangrar.

Zac: Cariño... -comenzó apretándole la otra mano enérgicamente, sin pensar en la fuerza que tenía-. Por favor, déjame terminar.

Ella apartó la mirada.

Ness: Te escucho.

Zac: Solo dormimos juntos una vez. Fue un error de principio a fin -insistió-. Sé que mi reputación me precede, pero en realidad, no ha habido tantas mujeres... Amber ni siquiera fue una de ellas -aseguró-.

Ness: Te creo.

Apenas podía respirar.

Zac: Cuando vino a mi oficina no tenía buen aspecto. Me dijo que había ido allí en autobús porque no tenía coche, y le dije que la llevaría a casa. Antes de hablar nada sobre hacerme una prueba de paternidad, estaba rogando a Dios que ella admitiera que uno de sus amantes le había dado la espalda. Quería pensar que ella había acudido a esas horas para que la ayudara con algún dinero.

Vanessa cerró los ojos con fuerza un instante. ¿Y si el resultado de la prueba fuera positivo?

Zac: De camino al apartamento en el que me dijo que vivía con su madre -prosiguió-, un turista que venía en dirección contraria se nos echó encima. Ha recibido una citación judicial por conducción temeraria. En otras circunstancias habría podido evitar la colisión, lo habría visto venir, pero...

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Después de que te diera una noticia así, lo sorprendente es que aún fueras capaz de coordinar.

Zac: El impacto lanzó el coche contra una furgoneta aparcada. El médico ha dicho que Amber no está herida, pero con su estado tan avanzado de gestación el golpe podría ten...

**: Señor Efron -los interrumpió un enfermero-, vamos a llevarlo a la sala de rayos X. Madame, si no le importa, tiene que dejarnos un momento... Tenemos que pasarlo a la camilla -le pidió a Vanessa-.

Ness: Sí, claro.

Zac: Cariño... -la llamó, frenético-.

Ness: Estaré al otro lado de la cortina -lo tranquilizó-.

Volvió a colocar el taburete en su sitio y salió. En un instante los camilleros sacaron la camilla con Zac del pequeño cubículo delimitado por las cortinas. Sus ojos azules se clavaron en el alma de ella, y le quemaron las entrañas.

Zac: Prométeme que seguirás aquí cuando vuelva -suplicó-.

Ness: ¿Adónde iba a ir?

Las lágrimas que había estado conteniendo rodaban por sus mejillas. «Eres toda mi vida, Zac. Sin ti nada tiene sentido.»

Solo cuando desaparecieron tras unas puertas de doble hoja, cayó en la cuenta de que debía avisar de lo ocurrido a los padres de él, y también a Mike. Sin embargo, su cuerpo tardó en obedecer a su cerebro.

Cuando retomaba sus pasos hacia el área de recepción para hacer las llamadas, escuchó a la mujer histérica del primer cubículo gritar el nombre de Zac. Vanessa se quedó helada.

**: Cálmese, señorita Von Tussle -dijo otra voz femenina-. El señor Efron vendrá a verla en cuanto salga de la sala de rayos X.

Amber: Tengo que verlo, le quiero... Es el padre de mi bebé, del hijo que voy a tener. ¡Prométame que no está herido, que va a estar bien!

**: Trate de calmarse, no es bueno para usted ni para su bebé. Tiene usted toxemia y la tensión le ha subido mucho. Tenemos que conseguir bajársela, pero necesitamos que ponga un poco de su parte.

Amber: Ha sido por mi culpa... El se ofreció a llevarme a casa y yo se lo permití. Debí haber dicho que no, si hubiera dicho que no, no estaría herido. Es tan maravilloso... ya me salvó la vida una vez. Si le ocurriera algo a Zac yo... querría morirme.

**: Ah, non, mademoiselle. Debe usted vivir, por su bebé, ya queda muy poco para que nazca. Piense en la dicha de criar a su hijo. Hemos telefoneado a su madre y muy pronto estará aquí.

Amber: ¡No! -insistió-. Sin Zac lo demás no me importa nada. Por favor, tráiganlo conmigo. El niño que llevo dentro es su hijo. Ustedes no lo comprenden... ¡Zac es toda mi vida!

«El niño que llevo dentro es su hijo. ¡Zac es toda mi vida!» Escuchando el eco de esas palabras en su cabeza, Vanessa sintió como si alguien hubiese caminado sobre su tumba.

De pronto una mano tocó su hombro.

**: ¿Madame? No tiene usted buen aspecto -era uno de los ayudantes de enfermería-, ¿quiere echarse un poco?

Ness: N... no. Estoy bien.

**: Permítame al menos que la acompañe al área de recepción. Allí podrá sentarse a esperar.

Ness: Gracias.

El ayudante de enfermería la llevó junto a una silla tras las puertas de vaivén y, al sentarse, Vanessa tuvo la impresión de que sus brazos y piernas se habían trocado en madera.

**: Alguien vendrá a avisarla cuando hayan terminado de hacerle las pruebas a su marido. ¿Puedo hacer algo más por usted?

Vanessa se sentía como si estuviera en medio de una pesadilla en la que trataba de huir de algo, pero en la que todo sucedía a cámara lenta.

Ness: ¿Podría llamar al secretario de mi esposo e informarlo del accidente? Vive aquí en la ciudad. Pídale que telefonee a los padres de Zac -le pidió-.

**: Dígame el nombre y número de su secretario -le dijo el hombre extrayendo una libreta de su bolsillo-.

Vanessa le facilitó los datos y, una vez se hubo marchado el ayudante, se quedó allí sentada hasta que por fin comenzó a dejarla aquella terrible sensación de debilidad. Se puso de pie y se acercó a la mujer que estaba tras el mostrador de recepción.

Ness: ¿Podría pedirme un taxi, por favor?

Diez minutos más tarde, Vanessa estaba entrando a su apartamento. Fue directamente al estudio de Zac y se sentó en su escritorio. Extrajo la pluma dorada del portaplumas, uno de sus muchos regalos de boda, y tomó una libreta.

Querido esposo:

Yo siempre te amaré, pero Amber ya te amaba antes que yo. Nosotros solo hemos estado casados treinta días, y ella lleva un hijo tuyo en su seno desde hace ocho meses. Y eso no estaba incluido en la «cláusula» de «en lo malo».

La oí llamarte en el hospital, pero ella no sabía que yo estaba escuchando al otro lado de la cortina, escuchándola rogar, suplicar, que te llevaran con ella.

Después de las confesiones que le hizo a la doctora, ya no tengo ninguna duda de que el hijo que va a tener es tuyo. No te recrimino nada, cariño, pero es ella, enferma como está y con un embarazo de alto riesgo, quien necesita ahora tu ayuda y protección.

Me consta que no eres la clase de hombre que rehuye sus responsabilidades, que no eres como mi padre biológico, que nos abandonó a mi madre y a mí, de modo que regreso a Washington. Cuando llegue allí comenzaré los trámites de divorcio y pronto serás libre para casarte con ella y ser un verdadero padre para tu hijo.

Quiero que sepas que no necesito que me pases una pensión, solo quiero tu promesa de que harás lo correcto para con Amber y tu hijo. Estoy segura de que serás un gran padre.

Con todo mi amor,
Vanessa

Se quitó el anillo de boda, lo dejó sobre la nota y llamó para pedir un taxi que la llevara al aeropuerto.

Antes de que llegara el taxi, se puso unos pantalones de lana y un jersey. Guardó la comida en el frigorífico, arregló un poco la cocina y metió alguna ropa y objetos de aseo en una bolsa de viaje. Extrajo de un cajón el pasaporte junto con las llaves del coche. Dejó estas sobre la cómoda y salió del apartamento sin mirar atrás.

En cuanto entró en el taxi, sonó su teléfono móvil. No contestó la llamada y pidió al taxista que la llevara a Ginebra lo más rápido posible.

Durante el trayecto, el móvil volvió a sonar al menos veinte veces. Zac habría salido de la sala de rayos X y se estaría preguntando dónde habría ido. Pero, en cuanto los médicos le dijeran que Amber quería verlo y se diera cuenta de lo mal que estaba, ya no llamaría más, se dijo Vanessa.


**: ¿Vanessa? -era la voz de su abuelo. Asomó la cabeza a la puerta de la cocina del restaurante familiar-. Te llaman por teléfono.

Ness: Di a quien sea que ya lo llamaré yo luego, abuelo.

Él se acercó por detrás de la gran isla de acero inoxidable donde ella estaba preparando las ensaladas.

**: Es Ashley.

Vanessa sintió una punzada de culpabilidad.

**: No has querido contestar ni una de las llamadas de Zac desde que volviste a casa hace una semana. ¿No irás a hacer lo mismo con su hermana también? No está bien, cariño. Yo seguiré con esto. Sube a la oficina y habla con ella.

Vanessa inspiró profundamente, admitiendo para sí que no podía seguir posponiendo el momento de afrontar aquello. Además, estaba siendo muy injusta, su familia no tenía nada que ver con aquello.

Ness: Está bien, no tardaré.

**: Tómate el tiempo que necesites. Estás guardándote tantas cosas, que un día de estos acabarás explotando. Y te hará bien hablar con ella, es una chica tan dulce...

El abuelo de Vanessa, James Hudgens, adoraba a Ashley. Había vivido un mes con ellos en una estancia de intercambio. Era una auténtica Efron: guapa, cabello rubio y ojos marrones, inteligente, bien educada y encantadora.

Al abuelo le encantaba charlar con ella en su imperfecto francés y lamentaba que se hubiera roto el matrimonio de Vanessa con su hermano. Toda la familia sabía cuál era la razón por la que ella quería el divorcio, pero ninguno interfirió ni se lo reprochó, algo que ella agradeció enormemente.

Más aún, a pesar de lo mucho que apreciaban a Zac y de que su madre seguía visiblemente apenada por cómo se habían truncado los sueños de su hija, todos respetaron su decisión sin decir nada al respecto.

Vanessa se apresuró a lavarse las manos en el fregadero y corrió escaleras arriba. Su familia vivía en el piso superior, sobre el bullicioso restaurante.

El abuelo de Vanessa había comprado el solar a finales de los sesenta y había abierto allí su restaurante. Lo llamó The Eatery, un juego de palabras a partir del nombre de Eatonville, el lugar donde vivían, en el Estado de Washington, cerca de las montañas Cascades y el monte Rainier.

Desde pequeña, el sueño de Vanessa había sido poder convertirlo algún día en un restaurante francés. De hecho, había sido con ese objetivo en mente con el que había realizado sus estudios universitarios en francés y había hecho un curso de especialización en cocina francesa en el valle de Napa, en California.

Algún tiempo después, su abuelo la había sorprendido enviándola a Francia, en una estancia de intercambio a través de la universidad para mejorar su francés. Así fue como conoció a Ashley. Y fue estando en casa de los Efron cuando le presentaron a Zac, que había ido a visitar a su familia aquel día.

Con mirarlo una sola vez se dio cuenta de que se había enamorado perdidamente de él y sintió que todo su mundo había cambiado en ese instante. Y, según parece, lo mismo le debió ocurrir a él, ya que, cuando terminó el mes de intercambio, la siguió de regreso a Washington. Y así, al cabo de un mes, ya se había celebrado su boda.

Tras la euforia de los primeros treinta días de casados y los inesperados sucesos que habían acaecido, Vanessa se dijo que su vida nunca recobraría aquella magia, jamás.

Y por más que había estado tratando de dejar atrás ese pasado cercano, sabía que cuando escuchara la voz de Ashley, el dolor volvería a ella atravesando el muro que había levantado.

La mano le temblaba cuando descolgó el auricular en la oficina de su abuelo.

Ness: ¿Hola? ¿Ashley?

Ash: Vanessa... -respondió su amiga sollozando-. ¡Al fin!

Vanessa notaba un nudo en la garganta, pero no podía tragar, y mucho menos hablar.

Ness: Yo... siento haber tardado tanto en dar la cara.

Ash: No te disculpes, chérie. Yo también quiero a Zac y he llorado hasta dormirme cada noche por lo ocurrido.

Ness: ¿C…Cómo está?

Ash: Físicamente se está recuperando. Se había hecho daño en el hueso del codo y lo ha llevado un tiempo en cabestrillo. La rodilla tuvieron que operársela y sigue convaleciente, de otro modo habría ido tras de ti.

De la garganta de Vanessa escapó un leve gemido. Entonces sus heridas eran más graves de lo que él había dicho, se dijo preocupada. ¿Quién habría estado cuidando de él?

Ash: Aún tendrá que usar las muletas un tiempo, hasta que la rodilla sane y pueda soportar su peso.

Cada una de las palabras de Ashley hacían que Vanessa se sintiera peor.

Ash: Vanessa, debes saber que mi hermano está destrozado desde que lo dejaste -le confesó con voz trémula-.

Las lágrimas rodaban desde hacía rato por las mejillas de Vanessa.

Ness: ¿Te pidió él que me llamaras?

Ash: No, Zac no habla con nadie, está demasiado dolido. Yo he estado rezando para que en este tiempo hayas reconsiderado tu decisión.

Ness: No puedo pensar en nada más -replicó entre sollozos-, pero, por más vueltas que le dé, el divorcio es la única solución posible. Al cortar nuestros lazos él podrá casarse con ella y cumplir con su obligación moral. Las dos sabemos que será un buen padre, tú lo has visto con tus sobrinas y tu sobrino. Fue una de las cualidades por las que quise casarme con él.

Ash: ¡Pero mi hermano puede ser un padre modelo sin tener que casarse con ella!

Ness: Ashley, no es lo mismo tener un «padre de visita» que un padre de verdad. El bebé de Amber se merece tener a su padre consigo. Yo he tenido que vivir todos estos años sin el mío y no quiero que su hijo crezca sin un padre. Y no es solo eso, Zac siempre ha querido formar una familia y, bueno, ahora tiene una. Amber lo adora y el niño nacerá dentro de nada.

Ash: Pero esa no es la cuestión, Vanessa. Él está demasiado enamorado de ti como para pensar en casarse con otra mujer.

Ness: Pero hubo un tiempo en el que sentía afecto por Amber. Puede que, si le da una oportunidad, esos sentimientos se transformen en amor. Se volverá loco con el niño, seguro. Si estuvieras en mi lugar, tú tampoco le negarías la posibilidad de criar a su hijo con la madre bajo el mismo techo, ¿verdad?

Hubo un breve silencio.

Ash: No puedo contestarte a eso, Vanessa. Yo no sé lo que es crecer sin padre, pero obviamente a ti te ha marcado mucho más de lo que imaginaba.

Ness: Escucha, Ashley... Yo misma oí a Amber confesar a la doctora que la atendía lo mucho que necesitaba a Zac. El dolor y la añoranza en su voz me mataron. Y entonces supe lo que debía hacer.

De nuevo Ashley se quedó dudando antes de contestar:

Ash: ¿Y qué hay de tu dolor y tu añoranza por mi hermano?

Ness: Lo que yo sienta no importa.

Ash: Eso es lo que dices ahora, pero llegará un día en que... Espero que no vea el día en que te arrepientas de ello.

Ness: Por favor, no me odies, Ashley -suplicó-.

Ash: Eso no merece respuesta. Y, en cuanto a Zac, estoy segura de que él querría odiarte, porque le haría las cosas más fáciles. ¿Ya has ido a ver a un abogado?

Vanessa inspiró.

Ness: Sí. Zac recibirá los papeles la semana que viene.

Ash: Eso acabará con él.

Ness: Por favor, no digas eso.

Ash: Te lo digo porque es la verdad, conozco a mi hermano. Tú crees que vuestro divorcio lo obligará a casarse con Amber, pero te equivocas. Él te quiere a ti. Toda la familia te adora.

Ness: Yo también os quiero mucho a vosotros -aseguró con voz temblorosa-, y aprecio que os preocupéis tanto, pero lo primero son Amber y su bebé.

Hubo otra pausa.

Ash: ¿Vanessa?

Ella se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.

Ness: ¿Sí?

Ash: Tú eres la única mujer que él quiere por esposa.

Ness: Pero cambiará de opinión cuando presencie el nacimiento del bebé y contemple esa versión de sí mismo en pequeño.

Ash: Te equivocas -insistió-.

Ness: Ashley...

Ash: Perdóname, me prometí que no te presionaría, y es lo único que he hecho desde que empezamos a hablar.

Ness: No tienes por qué disculparte.

Ash: Sé que no tienes ganas de seguir hablando -le dijo amablemente-, pero llámame de vez en cuando, ¿quieres? No podría soportarlo si también quisieras sacarme a mí de tu vida.

Ness: Yo jamás haría eso -aseguró-, te juro que tendrás noticias mías muy pronto.

Ash: A todas horas, cariño.

Ness: Hasta pronto querida Ashley.

Vanessa colgó el teléfono con el rostro bañado en nuevas lágrimas. Incapaz de soportar el dolor, salió corriendo de la oficina hasta su habitación y se dejó caer sobre la cama.




Qué triste = (
En el primer capítulo ya empieza el drama v.v

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