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domingo, 31 de agosto de 2014

Capítulo 3


9 de mayo de 1893

Victoria Hudgens estaba fuera de sí.

Lo sabía porque acababa de decapitar todas las orquídeas de su amado invernadero. Las cabezas rodaban por el suelo en una carnicería hermosa y grotesca, como si estuviera representando una versión floral de la Revolución francesa.

No era la primera, ni siquiera la milésima vez, que deseaba que el séptimo duque de Fairford hubiera vivido dos semanas más. Dos miserables semanas. Después podía haberse emborrachado de veneno, atado a las vías del ferrocarril y, mientras esperaba a que llegara el tren, haberse pegado un tiro en la cabeza.

Lo único que quería era que Ness fuera duquesa. ¿Acaso era pedir demasiado?

Duquesa... todo el mundo la llamaba así a ella cuando era niña. Era bella, educada, serena y regia; todos estaban convencidos de que se casaría con un duque. Pero luego su padre fue víctima de un fraude que lo dejó casi en la ruina, y la larga y prolongada enfermedad de su madre hizo que la economía de la familia se hundiera, pasando de precaria a catastrófica. Acabó casándose con un hombre que le doblaba la edad, un rico industrial que deseaba infundir un poco de refinamiento en su linaje.

Pero la sociedad consideró que el dinero de John Hudgens era demasiado nuevo, demasiado grosero. De repente, Victoria se encontró excluida de los salones donde antes había sido acogida. Se trago la humillación y juró que no permitiría que a su propia hija le pasara lo mismo. La niña tendría el refinamiento de Victoria y la fortuna de su padre; arrasaría Londres y sería duquesa, aunque fuera lo último que ella hiciese.

Ness estuvo a punto de conseguirlo. Bueno, en realidad lo había conseguido. Esa vez la culpa fue toda de Alexander. Pero luego, con gran asombro de Victoria, Ness lo hizo de nuevo: se casó con el primo de Alexander y heredero del título. Qué feliz y orgullosa, qué descansada estaba Victoria el día de la boda de Ness.

Y luego todo se estropeó. Zac se marchó al día siguiente del enlace sin dar explicaciones a nadie. Y por mucho que suplicó, lloró y trató de engatusarla, Victoria no consiguió sonsacarle a Ness ni una palabra sobre lo que había sucedido.

Ness: ¿Qué te importa? -le replicó, glacial-. Hemos decidido llevar vidas separadas. Cuando él herede, yo me convertiré igualmente en duquesa. ¿No es eso lo único que siempre has querido?

Victoria tuvo que contentarse con eso. Mientras, en secreto, mantenía correspondencia con Zac, dejando caer retazos de información sobre Ness entre descripciones de su jardín y de sus galas de caridad. Las cartas de él llegaban cuatro veces al año, tan seguras como la rotación de las estaciones, informativas y amables en extremo. Estas cartas mantenían vivas sus esperanzas. Seguro que tenía intención de volver algún día o no se molestaría en escribir a su madre política, año tras año.

Pero ¿por qué Ness no podía dejar las cosas como estaban? ¿En qué pensaba aquella chica, arriesgándose a algo tan desagradable y perjudicial como un divorcio? ¿Y para qué, para casarse con aquel vulgar y corriente lord Frederick, que no era digno de lavarle las enaguas y mucho menos de tocarla sin ellas puestas? La idea la ponía enferma. Lo único bueno era que seguro que esto haría reaccionar a Zac y actuar. Tal vez incluso volviera. Tal vez se produciría un apasionado enfrentamiento.

El telegrama de Zac, el día antes, informándole de su llegada, la había elevado al séptimo cielo. Se apresuró a enviarle otro en respuesta, casi incapaz de contener su júbilo. Pero esta mañana había llegado su respuesta, veintisiete palabras de implacables malas noticias:

“QUERIDA SEÑORA STOP POR FAVOR MATE SUS ESPERANZAS YA COMO ACTO DE PIEDAD HACIA USTED MISMA STOP PIENSO CONCEDER EL DIVORCIO STOP DESPUÉS DE CIERTO INTERVALO STOP AFECTUOSAMENTE SUYO STOP ZAC”.

Así que había cogido la herramienta de jardín que tenía más a mano y destrozado todas sus variedades de orquídeas, preciosas, raras y cultivadas con tanto esfuerzo. Dejó caer las tijeras como una criminal arrepentida que lanza lejos el arma asesina. Debía dejar de actuar así. Acabaría en el manicomio de Bedlam, vieja, con el pelo enmarañado y canoso, implorándole a la almohada que no abandonara la cama.

Bien, no podía impedir el divorcio. Pero sí que podía buscarle otro duque a Ness. De hecho, había uno que vivía a poca distancia, en el mismo camino de cottage, a pocas millas de la costa de Devon. Su excelencia el duque de Perrin era un recluso bastante intimidante. Pero era un hombre de cuerpo y mente sanos. Y, con cuarenta y cinco años de edad, todavía no era demasiado viejo para Ness, que se acercaba peligrosamente a los treinta.

Cuando era una joven casadera y vivía en ese mismo cottage, en la periferia de la propiedad y la esfera social del duque, Victoria lo había deseado para ella misma. Pero de eso hacía tres décadas. Nadie conocía sus antiguas ambiciones. Y el duque... bueno, él ni siquiera sabía que ella existiera.

Tendría que abandonar su reserva, propia de una duquesa, olvidar que nunca los habían presentado e irrumpir en su camino, que lo hacía pasar junto a su casa todas las tardes a las cuatro menos cuarto, tanto si llovía como si hacía sol.

En otras palabras, tendría que actuar igual que Ness.


Cuando Zac volvió a casa después de su paseo matutino a caballo, Parker le informó de que lady Tremaine deseaba reunirse con él cuando le resultara conveniente. Sin duda, lo que quería decir era que se presentara en aquel mismo momento. Pero esto no le resultaba conveniente en absoluto, ya que tenía hambre y estaba desaliñado.

Desayunó y se bañó. Después de frotarse una última vez el pelo, dejó que la toalla le cayera encima de los hombros y cogió la ropa limpia que había dispuesto encima de la cama. En aquel preciso momento, su esposa, como un torbellino de blusa blanca y falda de color caramelo, irrumpió en la habitación.

Ness dio dos pasos y se detuvo mientras fruncía el ceño. Como habían prometido, habían aireado, limpiado y amueblado la habitación con un magnífico conjunto de muebles de secuoya -cama, mesillas de noche, armario y arcón- rescatado de su largo sueño en la buhardilla y devuelto al servicio. Debajo del gran Monet colgado encima de la repisa de la chimenea, florecían en silencio dos macetas de orquídeas, con su fragancia dulce y ligera. Pero pese a todo el frotar y abrillantar que Parker había ordenado, el olor a humedad seguía impregnando los muebles resucitados, un olor a vejez e historia perdida.

Ness: Tiene exactamente el mismo aspecto -dijo casi como para sus adentros-. No tenía ni idea de que Parker se acordara.

Probablemente, Parker se acordaba incluso de la última vez que ella se había roto una uña. Tenía ese efecto en los hombres. Ni siquiera un hombre que la dejara atrás olvidaba nada de ella.

En los viejos tiempos, cuando se sentía más benévolo hacia su esposa, Zac estaba seguro de que Dios se había demorado en su creación, insuflando más vida y determinación en ella que en los simples mortales. Incluso ahora, con los estragos de una noche en blanco en la cara, sus ojos de ónice oscuro brillaban con más luminosidad que el cielo nocturno sobre el puerto de Nueva York el Día de la Independencia.

Zac: ¿Puedo ayudarte en algo?

Su mirada volvió a él. Estaba bastante decente. El batín cubría todo lo que debía ser cubierto y la mayor parte del resto, además. Pero la verdad es que pareció sorprendida, y luego leve pero inconfundiblemente incómoda.

No se sonrojó. Raramente se sonrojaba. Pero cuando lo hacía, cuando sus mejillas pálidas y altaneras adquirían el tono de un helado de fresas, cualquier hombre tenía que estar, por fuerza, momificado para no reaccionar.

Ness: Te estabas demorando mucho -dijo, bruscamente a modo de explicación-.

Zac: Y sospechabas que te estaba haciendo esperar a propósito. -Negó con la cabeza-. Deberías saber que estoy por encima de ese tipo de venganzas mezquinas.

En la cara de Ness apareció una expresión de dolida ironía.

Ness: Por supuesto. Prefieres que tu venganza sea grandiosa y espectacular.

Zac: Como gustes -respondió, inclinándose para ponerse la ropa interior. La cama estaba entre los dos, con la parte alta del colchón a la altura de su cintura, pero el acto de vestirse no dejaba de ser una exhibición de poder por su parte-. Bien, ¿de qué asunto tan importante se trata que no puede esperar hasta que me haya vestido?

Ness: Te pido disculpas por entrar de manera tan intempestiva -dijo, fríamente-. Me marcharé y te esperaré en la biblioteca.

Zac: No te molestes, puesto que ya estás aquí. -Se puso los pantalones-. ¿De qué querías hablar conmigo?

Ness siempre había tenido buenos reflejos.

Ness: Bien. He reflexionado sobre tus condiciones. Las encuentro a la vez demasiado indefinidas y demasiado abiertas.

Es lo que él había pensado. No se podía decir que ella fuera de las que dejan que nadie les pase por encima. De hecho, prefería ser ella quien pasara por encima de los demás. Solo le sorprendía que hubiera tardado tanto en ir a presentarle sus objeciones.

Zac: Explícate.

Tiró la toalla encima de una silla, se desató el batín y lo dejó caer sobre la cama.

Sus miradas se encontraron. Mejor dicho, él la miró a los ojos y ella miró su torso desnudo. Como si él necesitara algo más que le recordase a la joven juguetona y descarada que enviaba sus dedos a realizar hazañas de alpinismo por sus muslos.

Ahora sus ojos se encontraron. Ella se sonrojó, pero se recuperó rápidamente.

Ness: Engendrar un heredero es un asunto incierto -dijo, con tono decidido-. Supongo que deseas un heredero, un varón.

Zac: Así es.

Se puso la camisa, se la metió por dentro de los pantalones y empezó a abrocharse los botones de la cadera derecha, acomodando sus partes ligeramente para aliviar la incomodidad provocada por su reacción ante ella.

La mirada de Ness estaba ahora en algún punto a su derecha. Probablemente en el poste de la cama.

Ness: Mi madre no consiguió tener un varón en diez años de matrimonio. Además, siempre cabe la posibilidad de que uno de los dos, o los dos, seamos estériles.

«Embustera.» Decidió no ponerla en evidencia.

Zac. ¿Y bien?

Ness: Necesito establecer un límite, por mí misma y por lord Frederick, al que no puedo pedir que espere eternamente.

¿Qué le decía la señora Hudgens en la furiosa carta que le había enviado?

«Lord Frederick, lo reconozco, es muy amable. Pero tiene el cerebro de un pudin y la elegancia de un pato viejo. No consigo entender, ni aunque me fuera la vida en ello, qué ve Ness en él.»

Zac se pasó los tirantes por encima de los hombros. Por una vez, la sagacidad de la señora Hudgens le había fallado. ¿Cuántos hombres había en Inglaterra que permanecerían lealmente al lado de una mujer en medio de un divorcio?

Ness: ...seis meses a partir de hoy -decía su esposa-. Si para cuando llegue noviembre todavía no he concebido, procederemos a divorciarnos. Si lo he hecho, esperaremos hasta que nazca el bebé.

El no podía imaginar un hijo real, ni siquiera un embarazo. Sus pensamientos se detenían al borde de la cama, no iban más allá. Una parte de él sentía repugnancia ante cualquier tipo de intimidad con ella, incluso del tipo más impersonal.

Pero él también tenía otras partes...

Ness: ¿Y bien? -insistió-.

Recuperó el control de sí mismo.

Zac: ¿Y si me das una hija?

Ness: Esto es algo sobre lo que yo no tengo ningún control.

¿Era así realmente?

Zac: Entiendo las ventajas de fijar unos límites, pero no puedo estar de acuerdo con tus condiciones. Seis meses es demasiado poco para garantizar nada. Un año. Y si es una niña, un intento más.

Ness: Nueve meses.

Él tenía todos los triunfos en la mano. Era hora de que ella se diera cuenta.

Zac: No he venido a regatear, lady Tremaine. Estoy siendo condescendiente contigo. Un año o no hay trato.

Ella alzó la barbilla.

Ness: ¿Un año a partir de hoy?

Zac: Un año desde el momento en que empecemos.

Ness: ¿Y cuándo será eso, oh mi dueño y señor?

El se echó a reír al oír lo áspero de su tono. En esto no había cambiado. Caería peleando.

Zac: Paciencia, Ness. Ten paciencia. Al final, conseguirás lo que quieres.

Ness: Será mejor que no lo olvides -replicó con una altivez propia de la reina Isabel después del hundimiento de la armada española-. Que tengas un buen día.

La siguió con la mirada mientras ella se marchaba, con su andar resuelto y el apuesto ondear de su falda. Nadie imaginaría, al mirarla, que acababa de entregarle su cabeza en una bandeja, rodeada de sus entrañas.

De repente recordó que, en un tiempo, le había gustado.

Demasiado.




Vanessa se ha metido en la boca del lobo XD

¡Thank you por los coments!

Selenita, no me seas impaciente. Déjame vivir XD
Por cierto, bienvenida al blog.

En el próximo capi sabremos más del pasado de estos dos.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


viernes, 29 de agosto de 2014

Capítulo 2


Once años antes... Londres, julio de 1882

Con sus dieciocho años, Ness Hudgens sentía un placer malicioso. Esperaba no ser demasiado obvia, pero tampoco es que le importara realmente. ¿Qué podían decir las mujeres enjoyadas y emplumadas del salón de lady Beckwith? ¿Que carecía de modestia? ¿Que era arrogante y poco refinada? ¿Qué apestaba a libras esterlinas?

Al principio de su temporada en Londres, habían pronosticado que sería un absoluto desastre, una chica sin clase, sin modales, sin la más mínima idea. Pero, quién iba a decirlo, solo dos meses después ya estaba comprometida... con un duque, joven y apuesto, además. «Su excelencia la duquesa de Fairford.» Le gustaba como sonaba. Le gustaba enormemente.

Las mismas mujeres que se habían burlado de ella se vieron obligadas a acercársele y felicitarla. Sí, ya se había fijado el día de la boda; en noviembre, justo después de su cumpleaños. Y sí, gracias, ya había tenido la primera reunión en casa de madame Élise para decidir el traje de boda. Había elegido un suntuoso satén crema, con una cola de cuatro metros, de muaré plateado.

Segura en la posición a la que pronto se vería ensalzada, Ness se acomodó mejor en su butaca y abrió el abanico mientras otras debutantes, sin prometido, se preparaban para entretener a las señoras con sus habilidades musicales, ya que todo el mundo sabía que a lord Beckwith le gustaba prolongar la sobremesa con los caballeros, reteniéndolos a veces durante más de tres horas con sus licores y cigarros.

Ness dirigió su atención a cosas más importantes. ¿Debería hacer algo fantástico con el pastel, pedir que le dieran la forma del Taj Mahal o del palacio del Dux? ¿No? Entonces haría que dieran formas originales a las diferentes capas. ¿Hexágonos? Excelente. Un pastel hexagonal cubierto con un brillante glaseado real, con guirnaldas de...

La música. Levantó la mirada, sorprendida. Por lo general, las intérpretes iban de aceptables a repugnantes. Pero la exquisita joven de piel marfileña sentada en la banqueta tenía tanta maestría como los músicos profesionales que la madre de Ness contrataba a veces. Sus dedos se deslizaban por las teclas del piano como golondrinas por encima de un estanque en verano. Unas notas cristalinas, suntuosas, acariciaban los oídos del mismo modo que un buen plato de crème brûlée acaricia el paladar.

Amber von Tussle. Así se llamaba. Se la habían presentado justo antes de la cena. Era nueva en Londres, procedía de un pequeño principado del continente. Era hija de un conde, y condesa por derecho propio, pero era uno de esos títulos del Sacro Imperio Romano que pasan a todos los descendientes, así que no significaba mucho.

La actuación terminó y, unos minutos después, Ness se quedó sorprendida al ver que la señorita Von Tussle estaba a su lado.

Amber: Mi enhorabuena por su compromiso, señorita Hudgens.

La señorita Von Tussle hablaba con un acento suave y agradable. Olía a esencia de rosas con un toque de pachulí.

Ness: Gracias, Fräulein.

Amber: A mi madre le gustaría que yo hiciera lo mismo -dijo con una risita tímida, sentándose en una silla de respaldo recto junto a Ness-. Me ha ordenado que le pregunte cómo lo consiguió usted.

Ness: Es sencillo -respondió con estudiado descuido-. Su excelencia tiene apuros económicos y yo poseo una fortuna.

No era tan sencillo. Más bien había sido una campaña que había durado años, librada desde el mismo segundo en que la señora Hudgens había logrado, por fin, inculcarle a Ness que era a la vez su deber y su destino llegar a ser duquesa.

La señorita Von Tussle no podría repetir el éxito de Ness. Tampoco Ness podría hacerlo. No conocía a ningún otro duque casadero con unas deudas tan abrumadoras como para estar dispuesto a contraer matrimonio con una joven cuya única relación con la nobleza era a través de su madre, hija de un hacendado rural.

La señorita Von Tussle bajó la mirada.

Amber: Oh -murmuró, haciendo girar una y otra vez su abanico entre las palmas de sus manos-. Yo no tengo fortuna.

Ness ya lo había supuesto. Había una especie de tristeza en ella, la sombría melancolía de una mujer de alta cuna que solo se puede permitir contar con una camarera cada dos días y que, después de la puesta del sol, se mueve a oscuras para ahorrar la cera de las velas.

Ness: Pero es bella -señaló. Aunque un poco entrada en años, pensó, por lo menos veintiuno o veintidós-. A los hombres les gustan las mujeres guapas.

Amber: No se me da muy bien, esta... tarea de mujer guapa.

Eso Ness lo había visto por sí misma. En la cena, la señorita Von Tussle estaba sentada entre dos jóvenes casaderos, ambos atraídos por su belleza y su timidez. Pero había algo apesadumbrado en su reserva. Apenas había prestado atención a ninguno de los dos y, al cabo de un rato, ellos se habían dado cuenta.

Ness: Necesita más práctica.

La joven permaneció en silencio. Deslizó la punta del abanico por encima de la falda.

Amber: ¿Conoce a lord Richard Efron, señorita Hudgens?

El nombre le resultaba vagamente familiar. Entonces Ness recordó. Lord Richard era el tío de su futuro esposo.

Ness: Me parece que no. Se casó con una princesa bávara y vive en el continente.

Amber: Tiene un hijo. -La voz de la señorita Von Tussle vaciló-. Se llama Zac. Y... está enamorado de mí.

Ness se olió una historia de Romeo y Julieta, una historia cuyo atractivo se le escapaba. La señorita Capuleto debería haberse casado con el hombre que sus padres eligieron para ella y luego haber tenido una aventura ardiente, pero muy discreta, con el señor Montesco. No solo habría seguido viva, sino que al cabo de un tiempo se habría dado cuenta de que Romeo era un joven inexperto y aburrido con poco que ofrecerle salvo bonitos tópicos, «Es el oriente, y Julieta es el sol.» Por favor.

Amber: Nos conocemos desde hace mucho tiempo -continuó la señorita Von Tussle-. Pero, claro, mamá no me permite casarme con él. Él tampoco tiene dinero.

Ness: Entiendo -dijo amablemente-. Usted está tratando de permanecerle fiel.

La señorita Von Tussle dudó.

Amber: No sé. Mamá no me volverá a hablar si no hago una buena boda. Pero los desconocidos me hacen sentir... incómoda. Ojalá el señor Efron fuera mejor partido.

La opinión que Ness tenía de la joven se deterioraba rápidamente. Respetaba a la mujer que se casaba para sacar el máximo provecho personal. Y respetaba a la mujer que sacrificaba las comodidades mundanas por amor, aunque personalmente discrepaba de una decisión así. Pero no soportaba la falta de personalidad. La señorita Von Tussle no quería entregarse al tal Zac Efron porque era demasiado pobre, pero tampoco dedicarse a la caza de marido porque le gustaba dejarse querer.

Amber: Es muy apuesto, muy cariñoso y amable -decía, con la voz reducida a un susurro, casi como si hablara consigo misma-. Me escribe cartas y me envía regalos encantadores, cosas que hace él mismo.

Ness deseaba poner los ojos en blanco, pero por algún motivo no podía. Alguien amaba a esta joven, una joven absolutamente inútil, la amaba lo suficiente para seguir cortejándola, aunque la estaban exhibiendo por toda Europa para ver quién se quedaba con ella.

Por un momento, la abrumó una desesperación absoluta al pensar que nunca conocería un amor así, que pasaría por la vida sostenida únicamente por su fachada inexpugnable. Luego recuperó el sentido. El amor era para los tontos. Ness Hudgens era muchas cosas, pero nunca había sido estúpida.

Ness: Qué afortunada es, Fräulein.

Amber: Sí, supongo que lo soy. Ojalá... -E hizo un gesto negativo con la cabeza-. Puede que lo conozca el día de su boda.

Ness asintió y sonrió, distraída, volviendo a ocuparse de la elegancia estructural del pastel que servirían en su inminente boda.

Pero no llegó a celebrarse ninguna boda entre Vanessa Anne Hudgens y Alexander Hanslow Efron. Dos semanas antes del día del enlace, su excelencia el duque de Fairford, marqués de Tremaine, vizconde Hanslow y barón Wolvinton, después de seis horas bebiendo sin parar en honor de sus próximas nupcias, se subió al tejado de la casa de su amigo y trató de enseñarle el trasero a todo Londres. Lo único que logró fue romperse el cuello y fallecer al caer al suelo desde una altura de cuatro pisos.




Que cosas, eh... Once años antes Ness iba a casarse con otro y Zac estaba enamorado de otra.
¿Cómo se produciría el encuentro entre ambos?
¡Comentad y lo sabréis! ;)

¡Thank you por los coments!

¡Un besi!


martes, 26 de agosto de 2014

Capítulo 1


Londres, 8 de mayo de 1893

Solo un tipo de matrimonio ha llevado el sello de aprobación de la alta sociedad.

Los matrimonios felices eran considerados vulgares, ya que la dicha conyugal raramente duraba más que un pudin bien cocido. Los matrimonios desdichados eran, por supuesto, más vulgares si cabe, a la par que el artefacto especial de la señora Jeffries, con el que azotaba cuarenta traseros al mismo tiempo; algo de lo que era mejor no hablar, porque la mitad de la flor y nata de la sociedad los había experimentado de primera mano.

No, la única clase de matrimonio que sobrevivía a las vicisitudes de la vida era un matrimonio civilizado. Y la mayoría reconocía que lord y lady Tremaine tenían el matrimonio más civilizado de todos.

En los diez años transcurridos desde su boda, ninguno de los dos había dicho una palabra desagradable acerca del otro, ni a padres ni a hermanos ni a los mejores amigos ni a los extraños. Es más, como podían atestiguar los sirvientes, nunca tenían disputas, ni grandes ni pequeñas; nunca se ponían mutuamente en evidencia; nunca, de hecho, estaban en desacuerdo sobre nada en absoluto.

Sin embargo, cada año había alguna debutante descarada, recién salida del colegio, que señalaba -como si no fuera de sobra conocido- que lord y lady Tremaine vivían en continentes diferentes y que no habían sido vistos juntos desde el día después de su boda.

Los mayores movían la cabeza, desaprobadores. Qué boba era aquella jovencita. Ya vería cuando descubriese que su galán tenía una «amiguita». O se desenamorase del hombre con el que se hubiera casado. Entonces comprendería lo maravilloso que era el acuerdo que tenían los Tremaine: cortesía, distancia y libertad desde el primer momento, sin el estorbo de emociones molestas. En verdad, era un matrimonio absolutamente perfecto.

Por lo tanto, cuando lady Tremaine presentó una demanda de divorcio basándose en el adulterio y abandono de lord Tremaine, se quedaron todos con la boca tan abierta que las barbillas colisionaron con los platos en las mesas más distinguidas de todo Londres. Diez días más tarde, cuando circularon noticias de la llegada de lord Tremaine a suelo inglés por vez primera en una década, las mismas mandíbulas, al desplomarse, dieron contra muchas alfombras caras procedentes del corazón de Persia.

La historia de lo que sucedió a continuación se expandió como una barriga bien alimentada. Fue algo muy parecido a esto: llamaron a la puerta de la residencia Tremaine en Park Lañe. Parker, el fiel mayordomo de lady Tremaine, abrió la puerta. Al otro lado había un desconocido, uno de los caballeros de aspecto más extraordinario con que Parker se había tropezado en la vida; alto, apuesto, de complexión fuerte, una presencia imponente.

Parker: Buenas tardes, señor -dijo plácidamente-.

Un representante de la marquesa de Tremaine, por muy impresionado que estuviera, nunca se quedaba boquiabierto ni embobado.

Esperaba que le tendieran una tarjeta y le dieran la razón de la visita. En cambio, el caballero le entregó el sombrero. Asombrado, Parker soltó el pomo de la puerta y cogió el sombrero con ribete de seda. En ese instante, el hombre pasó junto a él y entró en el vestíbulo. Sin mirar hacia atrás ni ofrecer ninguna explicación para esta intrusión, empezó a quitarse los guantes.

Parker: Señor -dijo enfadado-, no tiene autorización de la señora de la casa para entrar.

El hombre se volvió y le lanzó a Parker una mirada que, con gran vergüenza para el mayordomo, hizo que tuviera ganas de hacerse un ovillo y ponerse a gimotear.

**: ¿No es esta la residencia Tremaine?

Parker: Sí que lo es, señor.

La repetición del «señor» se le escapó a Parker, aunque no tenía ninguna intención de que eso sucediera.

**: Entonces, sea tan amable de informarme desde cuándo el dueño de la casa necesita el permiso de la señora para entrar en sus propios dominios.

El hombre sostenía los dos guantes en la mano derecha y golpeaba tranquilamente con ellos la palma de la izquierda como si jugueteara con una fusta de montar.

Parker no comprendía nada. Su patrona era la reina Isabel de su tiempo: una señora sin ningún señor. Entonces, con horror, cayó en la cuenta. El hombre que tenía ante sí era el marqués de Tremaine, heredero del duque de Fairford y esposo de la marquesa, tanto tiempo ausente que era como si estuviera muerto.

Parker: Le ruego que me perdone, señor -se aferró a su flema profesional y cogió los guantes de lord Tremaine, aunque notó que empezaba a sudar-. No teníamos noticias de su llegada. Haré que le preparen sus habitaciones de inmediato. ¿Puedo ofrecerle un refrigerio mientras tanto?

Zac: Puede. Y también puede ocuparse de que descarguen el equipaje -dijo lord Tremaine-. ¿Está lady Tremaine en casa?

Parker no consiguió detectar ninguna inflexión especial en el tono de lord Tremaine. Era como si regresara de echarse una siesta en el club. ¡Después de diez años!

Parker: Lady Tremaine está dando un paseo por el parque, señor.

Lord Tremaine asintió.

Zac: Muy bien.

Instintivamente, Parker trotó detrás de él, del mismo modo que iría detrás de un animal salvaje que por casualidad hubiera conseguido atravesar la puerta. Fue solo un minuto más tarde, al volverse lord Tremaine y enarcar una ceja, cuando Parker comprendió que ya le habían dado la orden de retirarse.

Había algo en la residencia londinense de su esposa que desconcertaba a lord Tremaine.

Era sorprendentemente elegante. Estaba casi seguro de que se encontraría con un interior parecido al que solía ver en las casas de sus vecinos de la parte baja de la Quinta Avenida: grandioso, dorado, con el único objeto de recordar los últimos días de Versalles.

Aquí había unas cuantas sillas de esa época, pero todavía conservaban sus asientos tapizados en terciopelo, lo que les daba un aspecto cómodo en lugar de lujoso. Tampoco vio los pesados aparadores ni la proliferación incontrolada de bibelots que, en su mente, iban siempre asociados a los hogares ingleses.

Si acaso, la residencia tenía un extraño parecido con cierta villa de Turín, al pie de los Alpes italianos, en la que había pasado unas cuantas semanas felices en su juventud; una casa empapelada en suaves tonalidades de oro viejo y aguamarina apagado, maceteros de cerámica vidriada, con orquídeas, colocados encima de esbeltos soportes de hierro forjado, y muebles bien hechos, duraderos, del siglo anterior.

Durante toda una adolescencia de mudanzas de un domicilio a otro, la villa era el único sitio, aparte de la propiedad de su abuelo, donde se había sentido en casa. Le entusiasmaba su luminosidad, su comodidad sin abarrotamiento y su abundancia de plantas de interior, que desprendían un aliento húmedo y herboso.

Se negaba a creer que el parecido entre las dos casas fuera una casualidad hasta que los cuadros que adornaban las paredes del saloncito atrajeron su atención. Entre el Rubens, el Tiziano y los retratos de los antepasados que ocupaban un espacio desproporcionado en las paredes inglesas, ella había colgado pinturas de los mismos artistas modernos de cuyas obras él hacía gala en su propia casa de Manhattan: Sisley, Morisot, Cassatt y Monet, cuya producción había sido comparada de manera infame a un papel pintado sin acabar.

Se le aceleró el pulso, alarmado. En el comedor había más Monet y dos Degas. Y en la galería, parecía que hubieran comprado una exposición completa de los impresionistas: Renoir, Cézanne, Seurat y otros artistas de los que nadie había oído hablar fuera de los círculos más restringidos del mundo del arte parisino.

Se detuvo en mitad de la galería, incapaz de repente de seguir avanzando. Ella había amueblado esta casa para que fuera la fantasía hecha realidad del muchacho que él era cuando se casó con ella; el muchacho que debió de mencionar, durante sus largas horas de conversación embelesada, sus preferencias por las casas sobrias y su amor por el arte moderno.

Recordaba la fascinada concentración con que ella lo escuchaba, sus tiernas preguntas, su ardiente interés por todo lo que concernía a él.

¿Era el divorcio una nueva artimaña? ¿Una trampa hábilmente preparada para volver a seducirlo cuando todo lo demás había fracasado? Cuando abriera la puerta de su dormitorio, ¿la encontraría desnuda y perfumada en su propia cama?

Localizó los que fueron sus aposentos y abrió la puerta.

Ella no estaba en la cama, ni desnuda ni de ninguna otra manera.

No había ninguna cama.

Tampoco había ninguna otra cosa. La estancia era tan vasta y estaba tan vacía como el Oeste americano.

En la alfombra ya no se veían las huellas de las patas de las sillas y de la cama. En las paredes no había rectángulos que delataran la ausencia de unos cuadros retirados hacía poco. Una gruesa capa de polvo se había asentado en el suelo y en el alféizar de las ventanas. La habitación llevaba años vacía.

Sin ninguna razón, se sentía como si le hubieran dejado sin aliento. El saloncito de los aposentos del señor de la casa estaba impecablemente limpio y amueblado: sillones de lectura de respaldo alto, estanterías llenas de libros muy usados con los lomos arrugados, un escritorio con tinta y papel recién colocados; incluso había una maceta con una amaranta en flor. Todo provocaba que el vacío del dormitorio pareciera todavía más intencionado, como un símbolo hiriente.

Puede que, en un tiempo pasado, se hubiera diseñado la casa con el único objetivo de que él volviese. Pero se trataba de otra década; otra época totalmente diferente. Desde entonces, ella le había erradicado de su existencia.

Todavía seguía en el umbral contemplando el dormitorio vacío cuando llegó el mayordomo seguido por dos lacayos y un gran baúl de viaje. El vacío absoluto de la estancia hizo ruborizar al sirviente.

Sirviente: Solo tardaremos una hora en airear la habitación y volver a colocar el mobiliario, señor.

Estuvo a punto de decirle al mayordomo que no se molestara, que dejara que el aposento siguiese desnudo y vacío. Pero eso habría sido demasiado revelador. Así que se limitó a asentir.

Zac: Excelente.


El prototipo de la nueva máquina estampadora que lady Tremaine había encargado para su fábrica en el condado de Leicester se negaba a estar a la altura de lo que prometía. La negociación con el constructor naval de Liverpool se alargaba de una manera muy molesta. Y todavía no había contestado a ninguna de las cartas de su madre -diez en total, una por cada día pasado desde que había presentado la demanda de divorcio-, en las cuales la señora Hudgens ponía en duda su cordura abiertamente y llegaba casi a comparar su inteligencia con la de una pierna de cerdo.

Pero todo eso era de esperar. Lo que hizo que su cabeza estuviera a punto de estallar fue el telegrama de la señora Hudgens que había llegado hacía tres horas: «Tremaine desembarcó en Southampton esta mañana». Por mucho que tratara de explicárselo a Andrew como algo normal -«Hay papeles que firmar y acuerdos que negociar, cariño. Tiene que volver en algún momento»-, la llegada de Tremaine solo auguraba problemas.

Su esposo. En Inglaterra. Más cerca de lo que había estado en una década, excepto por aquel desdichado incidente en Copenhague cinco años antes, en 1888.

Ness: Necesito que Brad venga mañana por la mañana para revisar algunas cuentas -le dijo a Parker, entregándole el chal, el sombrero y los guantes, mientras entraba en la casa y se dirigía a la biblioteca-. Sea tan amable de pedirle a la señorita Elaine que venga; tengo que dictarle algunas notas. Y dígale a Edie que esta noche me pondré el traje de terciopelo crema en lugar del de seda amatista.

Parker: Señora...

Ness: Ah, me olvidaba. He visto a lord Sutcliffe esta mañana. Su secretario ha presentado su renuncia. Le he recomendado a su sobrino, Parker. Haga que se presente en casa de lord Sutcliffe mañana por la mañana a las diez. Dígale que lord Sutcliffe prefiere un hombre franco y de pocas palabras.

Parker: ¡Es muy amable por su parte, señora! -exclamó-.

Ness: Es un joven prometedor. -Se detuvo ante la puerta de la biblioteca-. Pensándolo bien, dígale a la señorita Elaine que venga dentro de veinte minutos. Y asegúrese de que no me moleste nadie hasta entonces.

Parker: Pero, señora, su señoría...

Ness: Hoy su señoría no tomará el té conmigo. -Abrió la puerta y vio que Parker seguía allí, sin moverse. Se volvió y lo miró. El mayordomo tenía aspecto de estar estreñido-. ¿Qué pasa, Parker? ¿La espalda vuelve a darle problemas?

Parker: No, señora. Se trata de...

**: Se trata de mí -dijo una voz desde el interior de la biblioteca-.

La voz de su esposo.

Durante un largo momento de estupefacción, lo primero que pensó era lo mucho que se alegraba de no haber invitado a Andrew a ir con ella a casa, como hacía con frecuencia por la tarde, después de que dieran un paseo juntos. Luego no pudo pensar nada en absoluto. El dolor de cabeza desapareció, sustituido por el demencial aflujo de sangre que le inundó el cerebro. Sintió calor y luego frío. El aire a su alrededor se espesó hasta parecer un puré de guisantes, bueno para tragar pero imposible de inhalar.

Distraídamente, hizo un gesto a Parker.

Ness: Puede volver a sus ocupaciones.

Parker dudó. ¿Temía por ella? Entró en la biblioteca y la pesada puerta de roble se cerró tras ella, dejando fuera ojos y oídos curiosos, dejando fuera al resto del mundo.

Las ventanas de la biblioteca daban al oeste, con vistas sobre el parque. El sol todavía intenso entraba oblicuamente a raudales por los cristales de las ventanas y dibujaba rectángulos perfectos de cálida claridad en su alfombra de Samarcanda, llena de amapolas y granadas sobre un campo rosa y marfil.

Tremaine permanecía fuera de la luz directa, con las manos apoyadas en el escritorio de caoba que había detrás de él y las largas piernas cruzadas en los tobillos. Era una figura en relativa oscuridad, no especialmente visible. Sin embargo, ella lo veía con total claridad, como si el Adán de Miguel Ángel hubiera descendido del techo de la Capilla Sixtina, asaltado una sastrería a medida de Savile Row y venido a crear problemas.

Recuperó el control de sí misma. Lo había estado mirando fijamente como si todavía fuera aquella joven de diecinueve años, carente de sagacidad, pero muy pagada de sí misma.

Ness: Hola, Zac.

Zac: Hola, Ness.

No había permitido que ningún hombre la llamara con aquel apodo de su infancia desde que él se marchó.

Se obligó a apartarse de la puerta y cruzó la biblioteca; bajo sus pies, la alfombra era demasiado mullida, como un terreno pantanoso. Fue directamente hasta él para demostrarle que no le tenía miedo. Pero sí que se lo tenía. Tenía poder sobre ella, un poder mucho mayor que el que le conferían las simples leyes.

Aunque era alta, tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Sus ojos eran de un azul muy oscuro, como la malaquita de los Urales. Aspiró su sutil perfume a sándalo y cítricos, aquel aroma que una vez había equiparado a la felicidad.

Ness: ¿Has venido para concederme el divorcio o para causar molestias?

No se anduvo con rodeos. Los problemas a los que no te enfrentas directamente siempre acaban por darte un mordisco en el trasero.

El se encogió de hombros. Se había quitado la chaqueta de calle y la corbata. La mirada de ella se demoró un segundo de más en la dorada piel de la base del cuello. Su camisa de fina batista lo envolvía amorosamente, acariciando los anchos hombros y los largos brazos.

Zac: He venido para fijar condiciones.

Ness: ¿A qué te refieres con condiciones?

Zac: Un heredero. Da a luz un heredero y te concederé el divorcio. De lo contrario, presentaré testigos de tu adulterio. Sabes que no puedes divorciarte de mí acusándome de adulterio, si tú has cometido el mismo pecado, ¿verdad?

Le zumbaban los oídos.

Ness: Debes de estar bromeando. ¿Quieres un heredero de mí? ¿Ahora?

Zac: Es que antes no podía soportar la idea de acostarme contigo.

Ness: ¿De veras? -Se echó a reír, aunque habría preferido tirarle el tintero a la cabeza-. Te gustó bastante la última vez.

Zac: La mejor actuación de mi vida -respondió tranquilamente-. Y eso que yo ya era un buen actor.

El dolor brotó en su interior, un dolor corrosivo, debilitante, que había creído no volver a sentir nunca. Se esforzó por mantener el control y alejar ese tema que la hacía tan vulnerable.

Ness: Amenazas vacías. No he tenido relaciones íntimas con lord Frederick.

Zac: ¡Qué casta! Hablo de lord Wrenworth, lord Arnold y del honorable señor Williams.

Ness ahogó una exclamación. ¿Cómo lo sabía? Siempre había sido muy cuidadosa, siempre muy discreta.

Zac: Tu madre me escribió. -La observaba; era evidente que disfrutaba de su creciente desaliento-. Por supuesto, lo único que ella quería era que me volviera loco de celos y cruzase el océano sin perder un segundo para recuperar lo que era mío. Estoy seguro de que la perdonarás.

Si alguna vez existieron circunstancias atenuantes para el matricidio, no era en este momento. Lo primero que haría al día siguiente sería soltar dos docenas de cabras hambrientas en el muy apreciado invernadero de la señora Hudgens. Luego acapararía todas las existencias de tintes para el pelo que hubiera en el mercado y obligaría a aquella mujer a que tuviera que enseñar sus raíces canosas.

Zac: Puedes elegir -dijo cordialmente-. Podemos resolverlo en privado o podemos usar los testimonios jurados de estos caballeros. Sabes que cada palabra que digan saldrá en todos los periódicos.

Palideció. Andrew era su propio milagro humano, firme y leal; la quería lo suficiente para tomar parte voluntariamente en todas las complicaciones y aspectos desagradables de un divorcio. Pero ¿seguiría queriéndola cuando sus anteriores amantes testificaran, públicamente, sobre sus aventuras?

Ness: ¿Por qué haces esto? -preguntó, alzando la voz. Respiró hondo para calmarse. Cualquier emoción que mostrara ante Tremaine sería un signo de debilidad-. Hice que mis abogados te enviaran una docena de cartas. No contestaste a ninguna. Podrías haber anulado este matrimonio con cierta dignidad, sin tener que pasar por este circo.

Zac: Vaya, y yo que pensaba que mi falta de respuesta transmitía adecuadamente lo que yo opinaba de tu idea.

Ness: ¡Te ofrecí cien mil libras!

Zac: Mi fortuna es veinte veces mayor. Pero incluso si no tuviera ni un penique, eso no sería suficiente para ponerme delante del magistrado de su majestad y jurar que nunca te he tocado. Los dos sabemos perfectamente bien que nos acostamos como despedida.

Se estremeció y sintió calor al mismo tiempo. Para su desgracia, no solo era por la rabia. El recuerdo de aquella noche... no, no pensaría en aquello. Ya lo había olvidado.

Ness: Esto tiene algo que ver con la señorita Von Tussle, ¿no es así? Sigues queriendo castigarme.

Le dedicó una de aquellas frías miradas suyas que hacían que las rodillas le flaquearan.

Zac: Vaya, ¿y por qué se te ocurre pensar eso?

¿Qué podía decir? ¿Qué podía decir sin mencionar toda aquella historia tan complicada y amarga? Tragó saliva.

Ness: De acuerdo -dijo, con toda la indiferencia que pudo reunir-. Tengo un compromiso esta noche. Pero seguramente volveré a casa hacia las diez. Te puedo conceder un cuarto de hora a partir de las diez y media.

Él soltó una carcajada.

Zac: Tan impaciente como siempre, mi querida marquesa. No, esta noche no iré a visitarte. Estoy cansado del viaje. Y ahora que te he visto, necesitaré unos cuantos días más para superar mi repugnancia. Pero ten la seguridad de que no aceptaré necios límites de tiempo. Permaneceré en tu cama todo el tiempo que quiera, ni un minuto menos... ni tampoco un minuto más, por mucho que me supliques.

Se quedó boquiabierta de pura estupefacción.

Ness: Es lo más ridí...

De repente, él se inclinó hacia ella y le puso el índice en los labios.

Zac: Si estuviera en tu lugar, no acabaría esa frase. No te gustará tener que tragarte esas palabras.

Ella apartó bruscamente la cara, le quemaban los labios.

Ness: No querría que permanecieras en mi cama aunque fueses el último hombre vivo y yo no hubiera tomado más que extracto de cantárida durante dos semanas.

Zac: ¡Qué imágenes me traes a la mente, milady Tremaine! Ya eres una tigresa con todos los hombres del mundo perfectamente vivos y sin necesidad de ningún afrodisíaco. -Se apartó del escritorio-. Ya he tenido suficiente de ti por un día. Que pases una tarde agradable. Por favor, transmite mis saludos a tu enamorado. Espero que no le importe que ejerza mis derechos conyugales.

Se marchó sin mirar atrás.

Y no era la primera vez.

Lady Tremaine se quedó mirando cómo se cerraba la puerta detrás de su esposo y maldijo el día en que se enteró de su existencia.




Oh my God!
Interesante, ¿verdad?
Creo que este primer capítulo contesta a vuestras dudas, así que no diré nada más XD

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domingo, 24 de agosto de 2014

Acuerdos privados - Sinopsis


En la esplendorosa y refinada Inglaterra de finales del siglo XIX, lord y lady Tremaine encarnan un matrimonio perfecto, basado en el respeto y la libertad, sobre todo porque cada uno vive a un lado del Atlántico. Sin embargo, cuando ella le pida el divorcio a fin de poder volver a casarse, él le pondrá una condición: que permanezcan juntos un año más para que le dé un heredero. Y, sin duda, un año dedicado a tales menesteres puede dar mucho de sí.
Una relación malograda podría volver a renacer cuando ya todo parecía perdido, aunque se base en un pacto indeseable.




Escrita por Sherry Thomas.




¡Thank you por los coments!

Me alegro de que os haya gustado la anterior novela. Era preciosa.
Espero que esta os guste también. Para las que no leáis mucho las novelas de época, deciros que yo tampoco soy muy fan XD. Me cuesta encontrar una que me enganche, así que si he puesto esta, aparte de porque me pidieron hace tiempo una de época, es porque he conseguido leerla entera XD.

Tiene 29 capítulos, los cuales no son extremadamente largos. No se hace pesado leerlos y la novela en sí es bastante interesante y tiene chispa XD. Así que espero que la disfrutéis.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


jueves, 21 de agosto de 2014

Capítulo 15


Zac seguía vestido con su traje formal, aunque se había quitado la corbata. En los brazos llevaba una enorme bolsa de papel. De la bolsa sobresalía una caja rectangular blanca.

Estaba sonriente y parecía bullir de energía.

Zac: Creo que lo tengo todo -dijo mientras entraba en la cocina y dejaba la bolsa sobre la mesa. Perpleja, Vanessa le vio vaciar la bolsa. Sacó de ella la caja en primer lugar y se la entregó a la joven-. Esto es para animarte un poco.

Vanessa abrió la caja. Contenía una sola rosa roja sobre un papel de seda verde. La sacó y olió el capullo con forma de corazón que todavía no se había empezado a abrir. Su olor era delicioso.

Ness: ¿Animarme para qué? -preguntó, con una leve sonrisa-.

Zac: Para esto -dijo sacando de la bolsa una botella de champán-.

Se la entregó con una enorme sonrisa.

Ness: Oh, Zac...

Vanessa no entendía por qué él hacía eso ni por qué suponía que debía congraciarse con ella. Lo único que la podría alegrar ahora era oírle decir que estaba encantado con la noticia del bebé. Miró la botella durante un momento y luego la dejó en la mesa.

Ness: No puedo beber esto. Las mujeres embarazadas no deben tomar alcohol.

Zac: Oh -le dirigió una sonrisa mansa-. Bien, podremos guardarla para cuando el bebé haya nacido. Mientras tanto... -con gran chulería, metió la mano en la bolsa y extrajo un recipiente con helado-. Es de chocolate y vainilla -informó y luego sacó una lata de pepinillos. Vanessa se echó a reír-. Bien, ahora viene lo serio -dijo aunque seguía sonriendo. Buscó en el fondo de la bolsa y sacó un libro titulado Cómo cuidar bien a un bebé. Vanessa tragó saliva-. Y lo último, aunque no lo menos importante...

Metió la mano en la bolsa por última vez y sacó un pequeño estuche.

Su sonrisa desapareció y adoptó una expresión solemne cuando cogió la mano de Vanessa y depositó en ella el estuche.

Ness: Zac...

Zac: Ábrelo. -Ella lo hizo y vio un anillo con un gran diamante. Quiso hablar, pero la garganta se le agarrotó y no encontró las palabras-. Tenían muchos anillos con diamantes. Pero tú eres una mujer excepcional y merecías un anillo excepcional. Pruébatelo. He tenido que adivinar la medida. El joyero me ha dicho que puedo cambiarlo.

Le quedaba perfectamente. Zac le alzó la mano para observar el anillo en su dedo y asintió su aprobación.

Ness: Zac -susurró-. Zac, yo...

Zac: No digas nada -la interrumpió-. No ahora. Tómate el tiempo que necesites para hacerte a la idea.

La tomó en sus brazos y la besó.

Ella olvidó su brusca salida y su decepcionante reacción ante el embarazo. Lo olvidó todo excepto su entusiasmo, su afecto, la maravillosa energía que había desplegado para ir a comprar todas esas cosas con el fin de celebrar la noticia. De repente, ella no quiso discutir las cosas con sensatez, solo deseó celebrarlo con él.

Le rodeó el cuello con las manos y él la cogió en brazos.

Zac: ¿Podré hacer esto dentro de algunos meses?

Ness: ¿Qué?

Zac: Alzarte en mis brazos -explicó dejándola en la cama. Luego se acostó a su lado y buscó el cinto que ataba la bata de la joven, pero antes de desatarlo se detuvo un momento y la miró con expresión interrogante-. ¿Podemos hacer esto, Vanessa? ¿No te pasará nada? No se nada sobre mujeres embarazadas.

Ness: Yo tampoco -admitió desabrochando uno de los botones de la camisa masculina-. Pero creo que sí está permitido.

La cara de Zac se iluminó con una sonrisa de deleite.

Zac: Magnífico -murmuró y le apartó los bordes de la bata y hundió la cabeza entre sus senos desnudos-. Te deseo tanto, Vanessa… tanto... -Con ayuda de ella, la desnudó y arrojó la bata a un lado de la cama. La miró con el deseo reflejado en los ojos-. Hueles maravillosamente bien -murmuró, apartándole un mechón de pelo de la frente con la punta de los dedos-.

Ness: Acabo de ducharme.

Zac: Hm -inclinó la cabeza para besarla-.

Sus labios descendieron de la frente a la boca. Su beso fue ansioso, su lengua exploradora y posesiva. Pero sus manos corrieron por el cuerpo femenino con la suavidad de un susurro, con una delicadeza desconocida hasta entonces para ella.

Ella quiso asegurarle que no era de cristal, que no se quebraría con su contacto. Sin embargo, no quería que él dejara de hacer lo que estaba haciendo, sus cautelosas caricias resultaban exquisitas.

La joven suspiró y emitió un trémulo jadeo, su cuerpo se movió para ofrecerse mejor a su amante. Este aceptó la ofrenda, pero con una ternura casi insoportable.

Sus cuerpos se fundieron y se movieron como si fueran uno solo. Cada vez que Zac le hacía el amor era única, pero en aquella ocasión Vanessa sintió que también sus almas se habían fundido.

La joven no supo cuánto tiempo había pasado, minutos u horas, antes de que él quitara su peso de encima de ella y se acostara a su lado. Zac cogió la mano izquierda de la joven, explorando la poco familiar forma del anillo.

Zac: ¿Te quieres casar conmigo? -preguntó en un susurro-.

Ella observó su cara, el brillo de sus ojos ya no era de expectativa sino de satisfacción. Su sonrisa era confiada, pero no tanto como de costumbre. Había algo de expectante y esperanzado en ella.

Ness: Creí que me ibas a dar tiempo para pensarlo.

Zac: Ya te lo he dado.

Ness: Apenas tuve tiempo de pensar -dijo con intención-.

Zac: Pues piénsalo ahora -la instó-. Te doy treinta segundos.

Ness: Si no estuviera embarazada no te casarías conmigo.

Zac: Eso no viene al caso -declaró-. Lo estás.

Ness: Y es probable que seas el tipo de esposo que espera que yo represente el papel de esposa clásica.

Zac: No seas tonta. Ya estoy aprendiendo a cocinar. Tú podrías hacer la limpieza mientras yo cocino. Claro que del café te encargarás tú.

Ella sonrió en contra de su voluntad.

Ness: Zac, no estoy bromeando. Estoy segura de que serás un buen padre, pero ¿cómo puedo saber qué serás buen esposo?

Zac adoptó una expresión solemne.

Zac: Tendrás que confiar en mí. Sé que eres una ardiente feminista y todo eso. Sé quién eres y en que crees. Pero, por amor de Dios, no te dejes atrapar por tus propios conceptos, no seas una esclava de las ideas. El hecho es que por el bien de los dos... de los tres... lo mejor será que nos casemos. Pero creo que el feminismo no está reñido con la sensatez y el sentido común.

Ness: ¿El tenorio de Powell & Decker va a explicarme lo que es el feminismo?

Zac: El supuesto tenorio de Powell & Decker va a advertirle, señorita Hudgens, que si le dice que no se casará con él insistirá hasta que usted ceda aunque sea por cansancio -luego se puso más serio-. Si no consigo que te cases conmigo, Vanessa, entonces lucharé por mi hijo. Esta tarde me he ido porque necesitaba reflexionar un poco en el asunto y lo he hecho. Sé lo que quiero y lo que es mejor para nosotros. Y si no accedes, haré todo lo que esté en mi mano para no perder a mi hijo. ¿Me entiendes?

Ella le miró con los ojos muy abiertos. Nunca habría esperado que Zac fuera tan posesivo respecto a un hijo suyo. Y era precisamente su poderoso instinto paternal lo que ella había encontrado tan atractivo.

Ness: ¿Esperas que renuncie a mi trabajo?

Zac: Solo tú puedes decidir eso, y si no quieres renunciar a él, yo lo aceptaré. No olvides que ya te he visto cuidar de un bebé mientras trabajabas en un contrato. Es difícil, pero se puede hacer -se apoyó sobre un codo para verla mejor-. Podríamos vender mi apartamento y comprar una casa más grande. Podríamos instalar allí una oficina para ti, donde podrías hacer tanto como en P&D. Especialmente si contratamos una niñera para que te ayude. Tenemos muchos meses por delante para tomar una decisión, podremos entrevistar varias candidatas para elegir a la niñera que más nos convenga.

Ness: Otra posibilidad -aventuró-, es que tú te quedes en casa con el bebé mientras yo voy a las oficinas de Powell & Decker.

Zac abrió la boca para objetar, pero al percibir la plácida sonrisa de la joven, también sonrió.

Zac: Claro -concedió con una risita divertida-. O podemos turnarnos. ¿Qué podía ser más justo? ¡Tres hurras por la igualdad!

Vanessa rió de buena gana y se incorporó un poco para besarle. Él podía ser feminista y un buen padre, pero todavía faltaba un ingrediente para el matrimonio, sin el cual ella nunca podría decir que sí.

Ness: Zac... -murmuró, sin sonreír-. ¿Me quieres?

Zac: ¿Que si te...? -echó la cabeza atrás y la miró-. ¡Por Dios, Vanessa! ¡Hace cuatro años que me enamoré de ti! ¿No te habías dado cuenta?

Ness: ¿Cuatro años? -le miró estupefacta-.

Zac: Fue amor a primera vista -afirmó-. Está bien, quizá no me enamoré en el sentido que tú lo dices, el primer día, claro. Pero siempre supe que eras una mujer muy especial.

Ness: ¿Especial? -exclamó-. Por si se te han olvidado las circunstancias especificas de ese primer encuentro, Efron, primero te negaste a creer que yo fuera asesora y luego me preguntaste con quién me había acostado para conseguir el puesto.

Zac: Porque me pareciste un poco engreída -explicó-, y pensé que era conveniente disipar un poco esos humos que se te estaban subiendo a la cabeza y...

Ness: ¡Y que cayera rendida a tus pies! Sinceramente, Zac, ¿por qué, si has estado tan enamorado de mi durante todos estos años, has flirteado con tanto entusiasmo con todas las secretarias y empleadas de P&D?

Zac: Porque quería darte celos y que te fijaras en mí.

Ness: Ah, vaya que si me fijé -gruñó-. Pero no estaba celosa.

Zac: ¿Que no lo estabas? Hace apenas una semana, cuando dije a Molly que era genial... Oh, a propósito, creo que tú eres más genial preparando café.

Vanessa le miró con fingida exasperación.

Ness: ¿Nunca se te ocurrió, Zac Efron, que si me hubieras tratado con respeto y consideración habrías atraído mi interés mucho antes?

Zac: ¿Se te ocurrió a ti alguna vez que estabas enfrascada en una relación bastante seria con Tom y que yo estaba a un lado, esperando a que le mandaras a paseo?

Ness: Pero no sufriste mucho en la espera -comentó con gesto irónico-. Te consolabas bastante bien con Ellen Garnet y con quién sabe cuántas más.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Soy un hombre con sangre en las venas, como tú sabes bien. No me puedes culpar por querer hacer soportable la espera.

Vanessa le observó durante largo rato, tratando de digerir lo que acababa de decirle. ¿Realmente la había amado en secreto durante todo aquel tiempo? ¿Había esperado a que ella estuviera libre para dar el primero paso?

Ness: Si fuera una ingenua, sentiría la tentación de pensar que planeaste con tu hermana todo lo del bebé para atraer mi atención.

Zac rió entre dientes.

Zac: Lo último que emplearía para atraer tu atención sería un bebé. ¿Contigo, la dinámica mujer de carrera? Jamás habría imaginado que te pondrías tierna y sentimental a la vista de un bebé desamparado.

Ness: No me puse sentimental -protestó con tono gruñón-.

Zac la miró con incredulidad.

Zac: No te pedí tu ayuda como estratagema para conquistar tu amor. Te la pedí porque confiaba en ti. Te lo dije entonces y era verdad. Aunque me odiaras, yo confiaba en ti.

Ness: Nunca te he odiado -afirmó-.

Zac: Bien, me has aborrecido, te he sido antipático, como quieras decirlo. La cuestión es que todo eso ya no importa.

Ness: No, ya no importa -le rodeó el cuello con los brazos y guió sus labios hacia los de ella-. Porque ahora te quiero.

Zac: Entonces di que sí -imploró-. Di que te casarás conmigo.

Ness: Sí, Zac -accedió-. Me casaré contigo.

Zac: Así me gusta, una dócil mujercita que sabe obedecer a su amo y señor -bromeó-.

Vanessa emitió un grito de fingida indignación y le amenazó con el puño apretado, pero él le cogió las dos manos y la besó. El mundo desapareció para la joven. Solo quedaba Zac, su hijo y un halagüeño futuro para los tres.


FIN




So beautiful!
Ay que penita que se terminó la novela y no queríais XD
Pero la vida sigue, chicas. ¡Y las novelas también! La siguiente me la pidieron hace tiempo. Pero no había tocado ponerla hasta ahora. Es de época y se llama Acuerdos privados.
¡Para saber más sobre ella comentad mucho y pronto!

¡Un besi!


martes, 19 de agosto de 2014

Capítulo 14


Zac la llamó a su despacho a la mañana siguiente. Ella había llegado tarde a la compañía pues se había pasado por la consulta del médico para hacerse la prueba.

Zac: ¿Cómo te sientes?

Ness: Bien. He dormido muy bien.

Zac: Yo no -reveló-. Te he echado de menos.

Vanessa sonrió. Sí, Zac debía amarla a su manera. Se preguntó si seguiría inclinado a expresar tales bobadas románticas cuando supiera que estaba embarazada y la posibilidad de que no fuera así abatió un poco su ánimo.

Zac: ¿Puedo verte esta noche?

Ness: Sí. Está bien en mi casa.

Zac: Bien. Iré inmediatamente después del trabajo. Uno de estos días mandaré al cuerno la discreción para no esperar hasta que den las cinco y media para ponerte las manos encima. No digas que no te lo he advertido -dicho esto, colgó-.


Su médico la llamó esa tarde. La prueba había resultado positiva. La información no sorprendió a la joven, ya se había preparado para ello y estaba casi segura de que estaba embarazada.

Zac llegó a su apartamento diez minutos después que ella. Antes de que ella pudiera hablar, antes de que pudiera siquiera formular en su mente lo que iba a decirle, él la tomó en sus brazos y la besó con apasionada vehemencia.

Ella se apartó gradualmente.

Ness: Zac -murmuró, aspirando hondo-. Zac, tenemos que hablar.

Zac la miró con desconfianza, aunque no dejó de sonreír.

Zac: Hm... Algo me dice que debo prepararme para algo serio.

Ness: Sí, más vale -le advirtió, acercándose a la ventana para mirar hacia fuera-.

Zac la miró fijamente.

Zac: Te escucho -dijo por fin-.

Ness: Estoy embarazada.

Se produjo un silencio, luego habló:

Zac: Querrás decir que se te ha retrasado el periodo.

Ness: No. Quiero decir que estoy embarazada. He hablado con el médico esta tarde. La prueba fue positiva.

Él se quedó inmóvil. Ella apenas podía oírle respirar. Cobrando ánimo, se volvió hacia él.

No pudo descifrar su expresión. No parecía complacido ni molesto. Estaba tenso y como si tratara de controlarse.

Ness: ¿Estás enfadado?

Zac: No -tragó saliva-. Sorprendido, sería más adecuado. Vanessa... ¿cómo has podido...? Quiero decir, siempre has sido tan... tan cuidadosa.

Ness: En todo… excepto en lo relacionado contigo.

Los ojos de Zac se clavaron en ella. La escudriñaron, como si buscaran algo.

Zac: Bien -dijo, después de un minuto interminable-. Tú has tenido más tiempo que yo para pensar en esto -se mordió los labios y luego apartó la mirada. Su voz era baja, casi inaudible, cuando declaró-. La decisión definitiva es tuya, Vanessa.

Ness: ¿La decisión definitiva?

Zac: Sé lo mucho que significa para ti tu carrera -dijo con dificultad-. Sé lo importante que es tu trabajo. No estoy en situación de juzgarte.

Ness: ¿De juzgarme? Zac... ¿de qué estás hablando?

Zac: Si no quieres tener al bebé, lo entenderé.

¿No tener al bebé? Esa idea ni siquiera se le había pasado por la imaginación. En cambio se le había ocurrido a Zac casi en el acto. ¿Era eso lo que él quería? ¿Que abortara?

Vanessa disimuló su enfado. Si el tenorio de P&D, Don Juan Casanova Efron no quería adquirir la responsabilidad de un hijo, si no era el hombre decente, paternal y responsable que había supuesto ella, que no lo fuera. Ella afrontaría la maternidad sola. Podría vivir de sus ahorros durante algún tiempo.

Zac: Bien -dijo después de un momento-. Di algo.

Ness: No pienso abortar -declaró con voz dura-.

Zac: Oh -parecía un poco aturdido-. Está bien.

Ness: ¿Está bien? ¿Es todo lo que se te ocurre decir?

Zac: Estoy perplejo, Vanessa. ¿Qué se supone que debo decir? -se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, una vez allí se volvió y dijo-: Dame un poco de tiempo, ¿quieres? Volveré más o menos dentro de una hora

Abrió la puerta y salió.

Vanessa se quedó inmóvil en el centro del cuarto, mirando fijamente hacia la puerta cerrada. No estaba muy segura de lo que esperaba que hiciera Zac, pero jamás que se fuera así. Suponía que le ofrecería su apoyo moral y económico, aunque no se comprometiera a nada más serio.

Pero, en lugar de eso, se había dado la vuelta y se había ido.

Quizá esa fuera la reacción más sincera, reflexionó ella, mientras iba a su habitación para cambiarse de ropa. Quizá debiera consolarla el hecho de que Zac no fuera hipócrita, de que no se escondía detrás de una fachada de formalismos. Había pensado que ella podía desear un aborto y se lo había dicho. No estaba seguro de sus sentimientos y se había ido para reflexionar.

Nada de lo cual pronosticaba un gran futuro con él, pero al menos sabia que podía contar con su franqueza.

Colgó su ropa de trabajo en el armario. Luego se dio una ducha. No se preocupó de ponerse guapa para Zac aquella noche. No sabía cuando regresaría.

Si alguna vez regresaba, pensó desolada. Quizá ahora estuviera camino de la estación, con todos sus talonarios de cheques por si ella le exigía ayuda económica para su hijo.

Una risa amarga escapó de su garganta mientras iba a la cocina. Abrió la nevera, pero la cerró inmediatamente, sintiendo nauseas ante la sola idea de comer algo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, sin embargo, parpadeó con fuerza para controlarlas. Llorar era un lujo que no podía permitirse. Si Zac se iba, que se fuera. Le había despreciado durante cuatro años. Suponía que podría aprender a despreciarle otra vez.

Se dirigió hacia la sala y se sentó en el sofá. Apretó las manos sobre su vientre, como si quisiera comunicarse con su bebé a través de las palmas. Quería decirle que no se preocupara, sería tan buena madre como le fuera posible, sin importarle qué clase de padre fuera Zac.

Ness: Es posible que no esté empapada de un enorme instinto maternal -murmuró a la incipiente vida que latía en su vientre-. Pero soy rápida aprendiendo y ya sé cambiar pañales y preparar biberones. Y mis hombros son confortables para consolar bebés. Saldremos adelante.

El sonido del timbre la sobresaltó. Se asomó a la cocina para consultar el reloj de pared. Zac había estado fuera una hora y quince minutos.

Aspiró hondo y fue hacia la puerta. Después de mirar a través de la mirilla, abrió.




¿Por qué se habrá ido Zac así? =S
¡Solo un capi!

¡Thank you por los coments!

Le llamo mocoso porque es divertido XD XD
Pero tienes razón, los bebés son lo más bonito que hay en el mundo ^_^
A mí me encantan. Y al parecer estos dos van a tener uno.
A ver que opinará Zac...

¡Comentad, please!

¡Un besi!


domingo, 17 de agosto de 2014

Capítulo 13


Pasaron todas las noches de la semana juntos, lo cual hizo más soportable la forzada indiferencia en la oficina.

No hablaban de amor. Pero Vanessa sabía que existía entre ellos; la frenética pasión que los unía cada noche no podía emanar de otra cosa que del amor. Sin embargo, no estaba segura de que fuera un amor para toda la vida. Y puesto que Zac seguía provocando suspiros nostálgicos entre el personal femenino de la compañía, Vanessa no estaba muy segura si él estaría dispuesto a mantener una relación permanente. El tenorio de P&D no podía cambiar de la noche a la mañana, aunque se lo propusiera.

Tenía que hacer todo lo posible por ignorar sus seductores hoyuelos cada vez que dedicaba a las compañeras de trabajo una de sus sonrisas.

Quería creer que ninguno de sus flirteos significa nada para él, que solo nacían de un impulso caballeresco y de un innato respeto y admiración por el sexo femenino en general.

Cuando llegó el día en que habían quedado para comer con Frank Carter, fueron al restaurante en un solo coche. Zac estuvo callado durante el trayecto, quizá un poco tenso.

Ness: Espero que no pelees con Carter -le advirtió-. No olvides que es un cliente.

Zac: Y yo soy un hombre civilizado -replicó-. No quiero pelear con nadie -le dirigió una mirad de soslayo y frunció el ceño-. ¿Tenias que ponerte ese vestido?

Vanessa bajó la mirada a su vestido.

Ness: ¿Qué tiene de malo mi vestido?

Zac: Es rojo.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Es marrón.

Zac: ¿Por qué no te has puesto uno de esos trajes sastres que sueles usar? -insistió-. Y todo ese maquillaje...

Ness: ¿Todo este maquillaje? Siempre me pongo el mismo maquillaje.

Él movió la cabeza, luego se paso una mano por el pelo.

Zac: ¿Cómo esperas que Frank Carter te tome en serio como asesora cuando te has puesto tan… tan provocativa?

Vanessa tuvo otro acceso de risa. Una sonrisa maliciosa jugueteó en sus labios mientras conducía el coche hacia el aparcamiento del restaurante donde debían encontrarse con Frank Carter. Zac todavía tenía el ceño fruncido cuando la ayudó a bajarse del coche.

**: El señor Carter los espera -anunció el maitre y les condujo hacia un reservado situado en un acogedor rincón del comedor-.

Frank se puso de pie para recibirlos. Más o menos de la misma edad que Zac, Frank era un poco más bajo de estatura que éste y más delgado. Su pelo negro estaba impecablemente peinado, demasiado impecablemente, pensó Vanessa al observarlo. Prefería el aspecto desordenado del pelo de Zac.

Frank: Vanessa, me alegro de verla -dijo cogiéndola de la mano-. Zac, me alegro de verte también.

Los dos hombres se dieron la mano y luego se sentaron uno a cada lado de Vanessa. Inmediatamente los dos se enfrascaron en una charla intrascendente.

Vanessa miraba a uno y a otro y fingía prestar atención a lo que decían, pero su mente estaba en otra parte. Además, había empezado a sentir un leve malestar, un inicio de náusea.

Frank: ¿Usted qué opina, Vanessa? -preguntó de repente-.

Ness: ¿Eh? Di… disculpe, no estaba atenta.

Frank sonrió con indulgencia.

Frank: Le preguntaba qué opina sobre la liga.

Ness: ¿La liga? -seguía en las mismas-. ¿Qué liga?

Frank: La liga de fútbol -explicó el empresario, dándole palmaditas en un hombro-.

Los ojos de Zac siguieron el movimiento de la mano de Carter cuando se posó por un momento en el hombro de la joven para apartarse cuando llegó el camarero con las bebidas. Vanessa notó la arruga de disgusto que se había formado en el ceño de Zac.

Sonriendo, ella dijo:

Ness: Me temo que no sé mucho sobre deportes, señor Carter.

Dejaron el tema del fútbol cuando el camarero llegó para tomar nota. Vanessa pidió una ensalada de espinacas y cuando Zac le dio un golpecillo en el tobillo con la punta del pie por debajo de la mesa, ambos intercambiaron una sonrisa.

Ness: Tengo noticias que le alegrarán, señor Carter. Hemos preparado una encuesta destinada a los clientes potenciales de Carter Software para saber cómo dirigir nuestra campaña de promoción.

Frank: Eso me alegra mucho -dijo y la volvió a dar unas palmaditas en el hombro. Su mano permaneció en el respaldo del asiento mientras la miraba-. Me asombra conocer una mujer que no solo es preciosa, sino también inteligente.

Sonriendo con melosidad, Vanessa cogió la mano del empresario y la apartó de su hombro, volviéndola a dejar sobre la mesa.

Zac observó toda la maniobra con atención, como un tigre al acecho. Pero Frank devolvió la sonrisa a la joven, dejando su inquieta mano donde estaba.

Frank: Es una mujer excepcional, ¿verdad, Zac? -dijo, aunque sus ojos no se desviaron de ella-.

Zac: ¿Excepcional en qué sentido? -preguntó con los dientes apretados-.

Frank: Excepcional en todo sentido. Guapa, inteligente y segura de si misma.

Zac: No hace falta que me enumeres sus cualidades, Frank -dijo haciendo un visible esfuerzo por controlar la ira-. La conozco desde hace mucho tiempo, no lo olvides.

Frank: Si la conoces desde hace tanto tiempo y no la has conquistado aún, es que empiezas a perder tus aptitudes, viejo.

Vanessa dio un respingo. Estaba quizá más indignada que Zac.

Ness: Si no le molesta, preferiría que habláramos de otra cosa, señor Carter. No soy ninguna muchachita tonta que se conquista o de la que se toma posesión como si fuera un objeto.

Frank: ¡Y qué genio! -comentó con admiración, dejando que su mano se deslizara debajo de la mesa sobre el muslo de la joven-.

En cuanto la mano de su amigo desapareció de vista, Zac se incorporó como movido por un resorte.

Zac: Créeme, Frank, sé más del genio de Vanessa de lo que tú te puedas imaginar -dijo con intención y con voz odiosamente baja-.

Genio o no genio, el leve malestar que había aquejado antes a Vanessa adquirió ahora las dimensiones de una náusea declarada.

Ness: Si me disculpan.

Se puso de pie y miró a uno y a otro, como preguntando cuál de ellos la dejaría pasar.

Ambos se pusieron de pie. Frank se deslizó fuera del reservado y Zac le apartó la mesa. Apretando los dientes, la joven se dirigió hacia el cuarto de baño. ¡Hombres! gruñó en su interior. ¡Niños! ¡Todos los hombres son unos niños!


Zac: Lo siento.

Iban de camino a la oficina. Vanessa no sabía cómo aceptar la disculpa de Zac.

Ness: Olvídalo.

Zac: Lo que pasa es que me ha fastidiado verle en acción, tocándote y dirigiéndote todos esos elogios y...

Ness: Olvídalo.

Zac extendió una mano y cogió la de Vanessa.

Zac: No he tratado de competir con él por ti -dijo, tratando de justificarse-. Tengo suficiente confianza en ti como para saber que sus tretas no te impresionan. No sé... -suspiró, recordando el súbito malestar de la joven cuando estaban en el restaurante-. No es que dude de tu capacidad para cuidar de ti misma. Pero he podido darme cuenta de que hoy no te sentías muy bien. De repente me pareciste tan…, tan frágil, te pusiste muy pálida y... quise protegerte. Lo siento.

Ness: Por favor, deja de decir que lo sientes.

Zac le apretó la mano, luego se la soltó para cambiar de marcha.

Zac: Quizá te haya sentado mal el vino -sugirió-. Ni siquiera probaste tu ensalada.

Vanessa asintió.

De todas formas, aquel malestar no era nuevo para ella. La aquejaba desde hacía varios días y se le había retrasado el periodo.

Pero no podía decir nada a Zac, todavía no. No hasta que estuviera segura. Ya había visitado a su médico y le había aconsejado que esperara algunos días.

«Hay muchas cosas que pueden retrasar el periodo -le había dicho-. Un cambio en la dieta, un cambio en la rutina diaria... y si me permite incurrir en el terreno personal, un cambio en la vida sexual».

Zac: ¿Crees que estás enferma? -Estaban detenidos ante un semáforo y él se volvió a observarla. Sus ojos reflejaban su preocupación mientras observaba sus mejillas pálidas y sus ojos sin brillo-. Quizá debas ir al médico.

Ness: Lo haré -prometió-.


Poco antes de las cinco, Zac la llamó a su despacho.

Zac: ¿Dónde iremos esta noche, Vanessa, a tu casa o la mía? Si vamos a la mía te prometo una deliciosa sopa de lata para cenar.

Ness: Lo siento, Zac -dijo con voz suave-. Pero creo que esta noche prefiero estar sola. Quiero acostarme temprano.

Se produjo un breve silencio al otro lado de la línea.

Zac: ¿Estás enfadada conmigo?

Había ansiedad en su voz.

Ness: No, Zac. Lo que pasa es que me siento un poco mal y... necesito un poco de tiempo para recobrar mis energías.

Zac: Está bien. ¿Puedo llamarte más tarde a tu casa para ver como sigues?

Había casi humildad en la petición.

Ness: Sí.

Zac: Nos vemos mañana, entonces.


Vanessa se acostó temprano, pero tardó en dormirse. Su médico le había dicho que le haría la prueba del embarazo al día siguiente por la mañana.

Sentía náuseas y estaba cansada. Pero, extrañamente, no le asustaba la idea de estar embarazada.

Trataba de imaginar lo que sería su vida con un bebé llorón y exigente. Eso no era tan difícil de imaginar como su vida sin su carrera, sin su escritorio, sin su teléfono, su sueldo y sus comidas de negocios.

Suponiendo que la prueba resultara positiva al día siguiente, Vanessa debería aceptar el hecho de que tendría que cambiar su esquema de vida. No iba a ser ascendida a asesora de mayor rango mientras estuviera embarazada. Al recordar la experiencia de Ronda Cooper, supuso que le darían un permiso por maternidad de seis semanas después de lo cual decidiría si regresaba a P&D o se despedía.

Seis semanas. No era mucho tiempo para decidir el curso de una vida profesional.

Aunque esa decisión no sería de ella sola. Zac tenía derecho a intervenir... si quería. Si no le conociera bien, habría pensado que era el tipo de hombre a quien le importaría muy poco el hecho de ser padre de un hijo ilegitimo. Pero ahora., no necesitaba que Ellen Garnet le dijera que era un hombre decente y considerado. Ya lo había averiguado ella misma.

«¿Y si me pide que me case con él?»

Dio varios golpes a la almohada y volvió a acomodar su cabeza en ella.

¿Si le pidiera que se casaran? Una cosa era cierta, ella nunca se casaría con un hombre que no la amara. Zac la amaba sin duda, a su manera, tal como había amado a Ellen Garnet, a la mujer que le había regalado la cafetera y quién sabe a cuántas más.

Pero Vanessa dudaba que la amara tanto como ella le amaba a él. Dudaba que la amara más cuando oliera a talco para bebé, cuando su pelo estuviera en desorden, cuando estuviera desaliñada, que sería como estaría la mayor parte del tiempo cuando naciera el bebé. No sabía si Zac era capaz de sentir ese tipo de amor. El amor conyugal.

Y si se casaba con ella solo porque se sentía obligado… pues bien, esa sería una base muy pequeña para construir una vida en común.

Pero ya pensaría en el matrimonio cuando llegara el momento, decidió. Ahora tenía que hacer frente a la cuestión del bebé. Si la prueba resultaba positiva ella ya nunca estaría sola, ya no se sentiría aislada. Fuera cual fuese la decisión de Zac, ella tendría siempre a su lado a un pedazo de su propia carne y ya nunca estaría sola.

Con aquel pensamiento tranquilizador, se quedó dormida con una amplia sonrisa en los labios.




Awwwww! Qué mono Zachy preocupándose por Ness ^_^
Pero ella le tiene que contar lo del posible embarazo. A ver si hay o no otro mocoso en la familia XD

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viernes, 15 de agosto de 2014

Capítulo 12


Eran casi las cuatro de la tarde cuando llegó por fin a su apartamento. ¿Dónde se había ido el día? Bien, sabía la respuesta a esa pregunta y apenas se le podría ocurrir una manera mejor de pasar un domingo.

No debía haberse preocupado por que Zac volviera a ser el mismo macho arrogante cuando Michael se fuera. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que todos los defectos que ella le atribuía habían nacido de su deseo de resistirse a su fascinación. Era fácil no ceder a su encanto viril si se pensaba que se trataba de un hombre lleno de prejuicios respecto a la mujer, arrogante y desdeñoso.

No era perfecto, por supuesto. Tenía sus momentos de machismo. Pero siempre se mostraba dispuesto a recapacitar sobre sus propias ideas y opiniones y a escuchar el punto de vista de Vanessa.

Y respecto al excesivo sentimentalismo de las mujeres... ¿no era él a veces también demasiado sentimental? ¿No le había comprado un ridículo oso gigantesco a su sobrino? Después de hacer el amor y haber conseguido levantarse de la cama, se había vestido y había pasado largo rato en la habitación que había servido de guardería, con el pretexto de buscar un lugar donde guardar la cuna portátil. Vanessa le había visto ponerse pensativo mientras echaba la bolsa con pañales usados en la papelera y luego limpiaba el escritorio para volver a colocar encima su ordenador.

«¡Está tan vacío sin él!» -era lo único que había dicho-.

Sin dramas, sin lágrimas, pero a su propia manera controlada, había demostrado ser tan sentimental como una mujer, tan sentimental y lleno de ternura.

¿Por qué habían desperdiciado cuatro años de sus vidas esquivándose el uno al otro?, se preguntaba la joven mientras se dirigía hacia su habitación. Se desnudó y luego se dio una ducha.

Zac la recogería a las cinco y media para ir a cenar, esta vez a un restaurante. Quizá Zac echara de menos a su sobrino, pero era agradable poder salir a cenar sin tener que buscar primero a una niñera o limitar la opción de restaurantes.

Se enjuagó el pelo y contempló las burbujas deslizarse por su cuerpo. Cerró los ojos y recordó las manos de Zac sobre ella, sus labios, la pasión de sus besos y sus caricias y sintió un estremecimiento sensual.

Mientras cerraba el grifo decidió que tendrían que ser discretos en la oficina. No quería que se convirtieran en el tema favorito de chismorreos y murmuraciones entre las secretarias. Durante la cena explicaría a Zac que esperaba que pudieran mantener una distancia profesional en el trabajo. Estaba segura de que él accedería; a él tampoco le gustaba ser la comidilla de los chismes oficinescos.

Salió de la ducha, cogió una toalla y se envolvió en ella. Luego, buscó una segunda toalla, más pequeña y se seco el pelo con vigor. Quitó con la toalla el vaho que el vapor de la ducha había dejado sobre el espejo situado encima del lavabo. Se dejaría crecer el pelo, decidió.

Volvió a pasarse la toalla por la cabeza y, cuando se volvió a mirar al espejo su sonrisa desapareció. No era su propio reflejo lo que estaba viendo ahora, sino el recipiente de plástico situado en el estante superior del armario. Un helado estremecimiento le recorrió la espalda cuando abrió de golpe la puerta y miró el recipiente que contenía su diafragma.

¿Cómo podía haber sido tan descuidada? ¿Cómo podía haberse entregado tan libremente, tan irresponsablemente a Zac? Vanessa nunca había sido muy activa sexualmente, pero siempre había tenido cuidado. Lo último que deseaba era un embarazo accidental.

Ness: Está bien -se dijo, cerrando el botiquín y tragando el nudo de preocupación que se le había formado en la garganta-. No te dejes llevar por el pánico. Cada mujer tiene derecho a ser descuidada una vez en su vida.

Pero no había sido una vez, recordó. Zac le había hecho el amor tres veces.

Volvió a tragar saliva y se dirigió a su habitación, donde tenía el calendario de mano donde anotaba su ciclo. Siempre había sido muy regular. Suponiendo que su cuerpo no le hubiera jugado una mala treta, debería estar segura. Sus días más fértiles habían pasado hacía casi una semana.

No una semana, la fastidió una vocecilla interior. «Más bien cuatro días».

Se desplomó en su cama y aspiró para tratar de calmarse. No le quedaba mucho por hacer excepto confiar en su suerte. No podía pasarse los próximos ocho días retorciéndose las manos por la inquietud.

Sin embargo, no podía dejar de preocuparse. No por si el delicioso fin de semana con Zac podía traer consecuencias inesperadas, sino por algo mucho más importante, más profundo. Lo que había sucedido entre Zac y ella no era cuestión de descuido, de echar la cautela por la borda.

Había sido producto del amor, de un deseo incontrolable. En los años que había compartido con Tom, nunca se había visto tan arrastrada por la pasión como para olvidarse de si misma, para olvidar lo que era importante para ella, lo que había planeado para si misma y su futuro. Y mucho menos para olvidar las precauciones necesarias para evitar un embarazo indeseado.

Pero con Zac... lo había olvidado.

El lunes fueron al trabajo en coches separados. Aunque Zac se había reído al principio cuando Vanessa le había advertido sobre la importancia de mantener discreción respecto a su relación, había terminado por acceder, más que nada por la reputación de Vanessa.

Zac: Si realmente piensas que haber tenido una aventura con el tenorio de P&D puede ser una mancha en tu currículo, seremos discretos -había dicho, fingiendo sentirse ofendido-. Si quieres puedo fingir que tu presencia me disgusta.

Ness: Tampoco hay que exagerar -había dicho con una sonrisa de tolerante humor-. Solo debes comportarte como un perfecto caballero cuando estemos en la oficina.

Zac: Hm -había sonreído con malicia-. Procuraré no darte pellizcos en el trasero cuando vayas a preparar el café, ni hacerte el amor en el escritorio cuando estemos discutiendo lo del contrato Carter. ¡A ver si puedo controlarme!

Vanessa había reído de buena gana.

Ness: Termina de cenar, bobo -había dicho, entre risas-.

Zac había pasado la noche en el apartamento de la joven y habían salido juntos por la mañana, después de tomar un ligero desayuno. Pero cuando Vanessa se metió en el aparcamiento del edificio en el que se encontraban las oficinas de P&D, Zac había continuado avanzando a lo largo de la calle en su propio coche, de manera que la joven había entrado sola.

El hecho de no ver a Zac en toda la mañana la inquietó más de lo que le parecía lógico. La verdad era que le extrañaba. Saber que estaba en el mismo edilicio que ella, separado solo por unos centímetros de cemento, era suficiente para casi volverla loca. No era que deseara olvidar su trabajo y pasarse todo el día con él, jugando, riendo y haciendo el amor, pero sí deseaba compartir al menos una sonrisa, una palabra de afecto o un comentario privado, una caricia sutil. Sabía que lo mejor era mantener las distancias en el trabajo, pero le echaba de menos.

A la hora de la comida se sentó con dos asesores, quienes inmediatamente interrumpieron sus comentarios sobre el partido de fútbol del día anterior, en consideración a la dama que se hallaba entre ellos. Cuando Zac entró en la cafetería algunos minutos después y le negó incluso una inclinación de cabeza a modo de saludo, Vanessa sintió que algo se marchitaba dentro de ella, una parte sensible que anhelaba la ternura de Zac como nunca había anhelado a nadie. Durante casi cuatro años él había entrado en la cafetería sin saludarla y eso no la había afectado lo mas mínimo. Pero ahora… ahora era diferente. Ahora sabía que Zac podía disipar la soledad que la había invadido durante toda su vida. Verle allí, en el mismo recinto, y no poder correr a su lado y abrazarle y besarle, o por lo menos saludarle, acentuó su sensación de soledad.

Era ella la que había fijado las reglas, claro, y sabía que la discreción era importante, pero... ¿tenía que sentarse él en una mesa ocupada por un montón de secretarias, como un gallo en el gallinero? ¿O como un sultán en su harem?

Nunca había sentido celos. No era una mujer insegura. Zac le había demostrado que la consideraba atractiva y excitante. No le creía tan frívolo o inconsciente como para considerar el fin de semana que habían disfrutado juntos como algo pasajero y sin importancia.

Sin embargo, a Vanessa le irritaba que él hubiera adoptado de nuevo sus habituales aires de don Juan.

Trató sin mucho éxito de ignorarle durante la comida. Trató de participar en el diálogo de sus compañeros de mesa, pero perdió el apetito y encontró poco divertida la charla sobre política internacional. Cuando se excusó y se levantó de la mesa, sus compañeros apenas notaron su marcha.

Ella tenía la culpa, se dijo al entrar en el baño. Ella había fijado las reglas. Reglas razonables, tenía que admitir. Se peinó e hizo una mueca a su propio reflejo.

Suspirando, se pintó los labios y salió. Decidió subir a su despacho por las escaleras con la esperanza de que el ejercicio la ayudara a serenarse. Cuando llegó al descansillo, se dirigió hacia la sala de descanso para prepararse un café.

Se detuvo en la puerta de la sala. Molly estaba junto a la cafetera, echando agua. Zac se encontraba a su lado, apoyado contra la pared. Ninguno advirtió la presencia de Vanessa y ella retrocedió con velocidad para esconderse detrás de la puerta. Ya no los podía ver, pero sí oírlos.

Zac: Cuanto antes pases a máquina las preguntas de la encuesta, mejor, Molly -estaba diciendo-.

Molly: Ya sabes que haré lo que sea por complacerte, Zac -le aseguró con voz coqueta-.

Vanessa apretó los labios.

Zac: Ese café huele muy bien -comentó-. Ojala supiera preparar café. Me han dicho que el café que hago sabe a agua de fregar.

Molly: Cualquiera puede hacer un café decente. Si quieres te enseño.

Zac: De acuerdo. El único problema es que si aprendo a preparar buen café, ya no tendré excusa para pedirle a los demás que me lo preparen.

La risa de Molly no ayudó a calmar la furia que comenzaba a invadir a Vanessa.

Molly: ¿Cómo lo tomas? ¿Con leche?

Zac: Eso no tiene nada que ver con la leche -se quejó-. Lo tomo solo, con azúcar.

Molly: Aquí tienes.

¡Maldita sea!, gruñó Vanessa para sí. ¿No podía mover su propio café? ¿Tenía que dejar que una admiradora realizara por él tan insignificante tarea?

Zac: Gracias -hizo una pausa y Vanessa le imaginó dando un sorbo al café-. Eres genial, Molly. Está delicioso. Gracias otra vez.

Molly: Ha sido un placer, Zac -dijo con voz melosa-.

Si Zac iba a salir de la salita, Vanessa tendría que hacer su aparición. No podía permitir que la pillara acechando detrás de la puerta. Haciendo acopio de valor, entró en la estancia.

Zac se detuvo en seco al verla entrar. Su amplia sonrisa perdió fuerza al saludarla.

Zac: Hola, Hudgens.

Ness: Qué tal, Efron -dijo con tono helado y pasó por delante de él en dirección a la cafetera-. Hola, Molly -saludó a la secretaria con excesiva afabilidad-.

Molly: Hola, Vanessa -su mirada se desvió de Vanessa a Zac, quien permanecía cerca de la puerta, viendo cómo la joven se servia una taza de café. Aunque ésta evitaba mirar de frente a Zac, podía sentir sus ojos fijos en ella. El silencio que pendía entre ellos la puso nervioso y agradeció Molly que lo rompiera-. Zac me ha pedido que pase a máquina el cuestionario para encuesta de Carter Software -informó a Vanessa-.

Ness: Sí, es lo mejor.

Molly dirigió otra mirada rápida en dirección a Zac antes volver a decir a Vanessa.

Molly: ¿Sigues trabajando en ese asunto? Por la forma en que Zac ha hablado, he pensado que... bien, se me ha ocurrido que quizá habían encargado otra cosa.

Vanessa dirigió a Zac una fría sonrisa.

Ness: Según las últimas noticias sigo trabajando en eso -contesto con retintín-. Ya sabes como es Efron, Molly. Le duele mucho tener que compartir conmigo los honores sobre cualquier cosa.

Zac esbozó una sonrisa irónica.

Zac: Hay algunas cosas sobre las que compartiría gustoso los honores contigo, Hudgens -dijo, con un significativo tono-.

Vanessa no pudo evitar ruborizarse.

Ante la mirada perpleja de Molly, Vanessa optó por retirarse.

Ness: Si me disculpáis -dijo, cogiendo su taza de café y dirigiéndose a la puerta-. Algunos no tenemos tiempo para pasar toda la tarde en la sala del café.


Una hora después Zac la llamó por teléfono a su despacho.

Zac: Hudgens, habla Efron. ¿Podrías venir a mi oficina?

Ness: ¿Para qué?

Zac: Necesito hablan contigo. En persona. Es urgente.

Ness: Bien, subiré.

La puerta de Zac se abrió en cuanto que Vanessa llamó. Zac la tomó en sus brazos con vehemencia.

Zac: Este ha sido un día muy difícil para mí -susurró antes de cubrirle la boca con la suya-.

Vanessa había intentado mostrarse fría con él hasta que se disculpara por flirtear con Molly y las chicas de la cafetería. Pero en cuanto su cálida lengua se abrió camino en su boca perdió toda capacidad de resistencia.

Cuando por fin la apartó un poco para mirarla a la cara, después de lanzar un ahogado jadeo, Zac dijo:

Zac: ¡Oh, Dios! También ha sido duro para ti, ¿verdad?

Ness: En realidad no -declaró sin mucha convicción-.

Zac: Es por eso por lo que me trataste tan mal en la salita de café, ¿verdad?

Vanessa deslizó dos dedos por la abertura que quedaba entre dos botones de su camisa y alzó los ojos llenos de tierno reproche hacia él.

Ness: Yo solo me estaba defendiendo.

Zac: Hm -le cogió la cara con las manos-. Quizá mañana a la hora de la comida podamos escabullirnos e ir a un motel cercano.

Ness: Eso me parece de lo más sórdido -protestó, aunque estaba riendo-.

Zac: No tanto como tirarte al suelo aquí en mi oficina y hacerte el amor. Lo cual es una posibilidad muy real, si se considera la forma en que me siento ahora -le cogió las manos entre las suyas y bajó la cabeza para besarla con suavidad en los labios-. Creo que fingir que no me interesas solo me hace desearte más.

Ness: Pues parecías soportar tu tormento con gran entereza -comentó con sarcasmo-. ¿Por qué tenías que decir a Molly que es genial solo porque sabe preparar un café tolerable?

Zac: ¿Lo oíste? -pareció asombrado por un momento y luego la miró con ojos entornados-. ¿Me estabas espiando?

Vanessa esquivo su mirada acusadora.

Ness: So... solo oí un poco de la charla al... al entrar. Me pareció que te estabas excediendo en tus elogios, ¿no crees?

Zac: ¿Qué tiene de malo decir algunas palabras bonitas a una pobre chica?

Ness: ¡Qué amable eres! Además, ¿por qué le diste a entender que yo ya no trabajaba en el asunto Carter?

Zac: ¿Por qué dices eso?

Ness: Porque le pediste que pasara a máquina la encuesta para ti... no para nosotros.

Zac: ¿Y eso qué importancia tiene?

Ness: Ella supuso que yo no trabajaba ya en el proyecto. Está bien que finjamos no tener nada que ver en el plano íntimo cuando estemos aquí, pero no me parece bien que me ignores por completo. El proyecto es nuestro, Zac, no lo olvides.

Zac estudió su indignada expresión por un momento, luego asintió.

Zac: Tienes razón. Creo que no tengo costumbre de compartir los proyectos con otros asesores.

Ness: En especial con asesoras.

Zac: Es cierto. En especial con asesoras tan guapas.

Vanessa hizo un mohín de fastidio, pero sus labios se curvaron con una sonrisa de reconciliación, Zac la besó y luego dijo:

Zac: También te he llamado para decirte que Frank Carter me ha telefoneado.

Ness: ¿Si? ¿Y qué ha dicho?

Zac: Primero me ha informado de que ha recibido su copia del contrato y ha querido darme las gracias por haberlo hecho tan rápido.

Ness: ¿Darte a ti las gracias? -explotó-. Fui yo la que urgió a los de contabilidad. Tú estabas en casa con Michael.

Zac sonrió.

Zac: Supongo que Carter ha pensado que aunque tú eras la asesora ideal para cortejarle con el fin de conseguir el contrato, yo soy el adecuado para realizar todo lo relativo a su aplicación práctica.

Ness: ¡Una típica actitud machista!

Zac: Eso me ha parecido a mí. De manera que le he confesado que habías sido tú la encargada de acelerar los trámites del contrato. -Vanessa se quedó muda y sin saber como reaccionar ante aquel inesperado cambio de la situación-. Como muestra de agradecimiento, ha decidido invitarte a comer.

Vanessa hizo una mueca de fastidio.

Ness: ¡Qué afortunada soy!

Zac: De modo que no tardará en llamarte -la avisó-. Cuando concretes con él la cita recuerda por favor que los martes yo no puedo ir. Tengo partido de squash los martes desde las doce hasta la una y media.

Ness: Zac... tu programa de actividades no viene al caso, ¿no crees? -señaló-. Si Carter quisiera comer contigo también, te habría invitado, ¿no?

Los ojos de Zac brillaron con malicia.

Zac: Eres tú la que subraya a cada momento que este es nuestro proyecto, Vanessa.

Ness: De acuerdo, pero si Carter es el que invita, tiene derecho a elaborar la lista de invitados.

Zac: Vanessa... me dijiste que tiene la costumbre de buscarte la rodilla por debajo de la mesa.

Ness: Y también te dije que me sé cuidar sola.

Zac: Pues yo quiero estar presente cuando comas con Carter -insistió-. No me importa lo importante que sea como cliente; no quiero que te moleste. No quiero que te toque. Es más, no quiero que piense en ti de otra forma que no sea como colaboradora en el proyecto para promocionar su compañía. Punto.

Vanessa le miró durante un buen rato. Su insistencia le parecía a la vez divertida y conmovedora.

Ness: ¿De verdad quieres estar de mirón?

Zac: Quiero sentarme entre Frank y tú para que él ocupe sus manos inquietas en otros menesteres aparte de tratar de agarrarte las rodillas.

Vanessa rió.

Ness: ¿Celoso?

Zac frunció el ceño.

Zac: Esto no es cuestión de celos, Vanessa, es cuestión de política de negocios. Es cuestión de que Carter aprenda a tratante como profesional, como igual... no como objeto sexual.

Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir la risa.

Ness: Quizá sepa algunos buenos chistes verdes. Si quieres venir a comer con nosotros porque estás colaborando en el proyecto, estoy de acuerdo. Pero no voy a permitir que vengas para darle manotazos cuando se pase de la raya. Soy muy capaz de defender sola mi honor.

Zac la miró un momento y luego dijo con excesiva solemnidad:

Zac: Iré porque estamos colaborando en el proyecto.

Ness: Bien, entonces puedes ir -accedió-.

Zac: Magnifico -la besó en la frente-. ¿Nos vemos esta noche?

Ness: Eso depende de quién prepare la cena -bromeó-.

Zac: Si vienes a mi casa, cenaremos pizza congelada. ¿Cuál seria el menú en la tuya?

Ness: Atún con mayonesa. Vayamos a tu casa.

Zac: Me parece bien. Pero tú tendrás que preparar el café mañana temprano, si quieres que sea bebible.

Le dio un beso breve en los labios y la acompañó a la puerta.

Después de mirar a ambos lados con actitud conspiratoria, le dio un último beso antes de que ella se dirigiera hacia las escaleras.




Awwwww! ¡Son super monos!
Me dan envidia ¬_¬
Lo que no me da envidia es el descuido de Vanessa. ¡Qué tonta!
Verás como al final esté embarazada... Para Zac ya fue suficiente cuidar de un mocoso XD

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