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viernes, 30 de mayo de 2014

Capítulo 10


Mike no sabía con seguridad cuándo decidió matar a Vanessa. ¿Fue, quizá, cuando la vio acercarse al taller de Zac por el camino alfombrado de nieve? Se dijo que habría ido allí a vengarse, pero sabía que no era cierto. Vanessa era incapaz de algo tan elemental como la venganza, de algo tan apasionado como el asesinato. Además, había estado colada por Zac desde que era una adolescente. Mike se había dado cuenta, aunque Vanessa no lo supiera.

Se había planteado matarla la noche del baile. Después de lo que Paul le hizo, parecía hecha mierda, y Mike temía pensar en cómo reaccionarían tía Isabella y tío Victor. Tía Isabella haría la vista gorda, desde luego. Adoraba a Mike y no consentía que le riñeran. De hecho, a él le divertía ver hasta dónde podía llegar sin que tío Victor estallase.

Esa noche había ido demasiado lejos, probablemente. Tío Victor se mostraba muy protector con la pequeña Vanessa y responsabilizaría a Mike por no haber cuidado bien de ella.

Un trágico accidente de coche habría puesto fin al problema. Sería muy fácil... No tenía más que romperle el cuello y simular luego un accidente haciendo que el coche se saliera de la carretera. Él escaparía con unos cuantos chichones y cardenales. Tío Victor quedaría destrozado. Tia Isabella solo se preocuparía por Mike.

Mejor aún, Zac lo sentiría mucho.

Pero Mike no llegó a hacerlo. La policía los detuvo por exceso de velocidad antes de que pudiera decidirse, aunque, al final, todo había salido bien.

Mike no pensó que su amigo siguiera sintiendo lo mismo por Vanessa después de tanto tiempo. Pero lo había percibido en su voz mientras escuchaba desde lo alto. Lo había notado por el modo en que Vanessa daba vueltas en la cama, inquieta, mientras dormía. Sería cuestión de días o de horas que acabaran teniendo relaciones sexuales. Y Mike tendría que matarla.

No era nada personal. Siempre había sentido aprecio por su primita, y ella lo había adorado.

Vanessa nunca representó una amenaza... Incluso tío Victor lo prefería a él, aunque era más observador que tía Isabella.

Quizás era la propia inocencia de Vanessa lo que sacaba de quicio a Mike. Su estúpida y ciega confianza.

Los había oído en la cocina. Había sentido el estrépito de vasos, la conversación seguida de largos silencios, y sospechó lo que estaban haciendo. Lo que harían si él no lo impedía.

Llevaba algún tiempo aguardando la oportunidad de matar a Zac. Matarlos a los dos al mismo tiempo facilitaría las cosas, pero no pensaba concederles esa suerte. Morirían por separado, solos, llenos de terror y de dolor. Zac Efron no se aterrorizaba con facilidad, aunque, claro, nunca se había enfrentado cara a cara con un fantasma.

Empezaría por Vanessa. Ya no era útil, y su muerte fastidiaría a Zac. Lo fastidiaría mucho.

La única cuestión era cómo hacerlo. ¿Cómo podía matar un fantasma?

Vanessa permanecía acurrucada en un rincón del cuarto, temblando, con una manta encima. La calefacción había dejado de funcionar y estaba helada de frío, aunque prefería congelarse antes que poner un pie fuera del cuarto.

Había cerrado la puerta con llave y, para asegurarse, había encajado una silla contra la cerradura. Eso no detendría a Zac si se decidía a entrar, naturalmente. Pero Vanessa no creía que tuviera la menor intención de hacerlo.

La había tumbado sobre la mesa de la cocina con el único propósito de intimidarla. Vanessa no entendía por qué se tomaba la molestia. Si tanto deseaba librarse de ella, no tenía más que darle el dinero. Zac sabía que ella se lo devolvería. Los Hudgens siempre habían tenido mucho dinero, a diferencia de Zac Efron, que no tenía donde caerse muerto. Seguramente había comprado el enorme garaje con lo que ganó traficando con droga. Si él no mató a Mike, probablemente habría sido uno de sus socios narcotraficantes, que por error había asesinado a un inocente en lugar de a Zac.

A decir verdad, ni la más comprensiva de las primas podía decir que Mike fuese inocente. Era encantador, amable y generoso, sí, pero se alejaba de ser un santo. De hecho, Vanessa nunca supo con seguridad si Zac era el cabecilla y Mike, el secuaz, o viceversa.

Ya no importaba. Mike había muerto, y Vanessa no volvería a ver a Zac. En cuanto saliera el sol, se pondría toda la ropa que pudiera encontrar, se aventuraría en la nieve y caminaría hasta encontrar a alguien que la ayudase. No tenía tarjetas ni documentos, pero su ficha constaría en los ordenadores de tráfico. Podrían buscarla y enviar a alguien que reparase el coche. ¿No pagaba una cuota para eso?

También la policía podría ayudarla. Al fin y al cabo, le habían robado el bolso y se hallaba atrapada en una ciudad extraña. Hasta un albergue para indigentes sería mejor que la casa de Zac. Más seguro.


El viento había cobrado fuerza y aullaba alrededor de la casa como un alma en pena. Vanessa esperó, acurrucada en el rincón del cuarto, hasta que la primera luz del alba penetró por la ventana. Entonces se levantó y buscó sus zapatos.

No estaban por ninguna parte. Quizá se los había dejado abajo o en el cuarto de baño, aunque no era probable. La última vez que los vio, estaban cuidadosamente colocados al pie del colchón.

Habría pensado que era cosa de Zac, pero Zac no la quería allí. Se recostó en el colchón y se estremeció en el gélido ambiente del cuarto. Hacía tanto frío que podía ver el vapor de su aliento y, de repente, tuvo un inquietante pensamiento.

Quizá la calefacción no había dejado de funcionar. Quizá la habitación estaba tan fría porque no se encontraba allí sola. Había visto suficientes películas como para saber que la temperatura descendía en presencia de un fantasma. Y había tenido la sensación de que alguien la observaba desde que llegó al taller.

Ness: ¿Mike? -susurró suavemente-. ¿Estás aquí? -No hubo respuesta, por supuesto, y Vanessa se sintió estúpida. Pero perseveró-. No creo en fantasmas. Pero supongo que, si estuvieras en alguna parte, estarías aquí, donde sufriste una muerte tan violenta. ¿Has venido a avisarme de algo? -Silencio. Vanessa respiró hondo-. No te tengo miedo, Mike. Nunca me hiciste daño en vida, y no me lo harías en la muerte. ¿Quieres que esté aquí? ¿Que descubra qué fue lo que te ocurrió en realidad? ¿Te llevaste tú mi bolso y mis zapatos? ¿Sabes dónde diablos están? -Era una pregunta idiota, y Vanessa no esperaba recibir una respuesta-. Tengo que salir de aquí, Mike -hizo un último intento-. Tengo que alejarme de Zac. Seguro que comprendes la razón. Tú sabías lo que yo sentía por él, aunque yo misma lo ignorase. Tengo que irme de este sitio. -Se oyó un súbito tableteo, seguido de un golpe sordo y un chirrido de metal contra metal, y Vanessa se sobresaltó. Un momento después, el conducto de la calefacción expulsó un agradable chorro de calor, y ella se quedó mirándolo sorprendida-. Si eso es una señal, no sé lo que significa. Pero voy a bajar en busca de unos zapatos de Zac y luego me iré de aquí. Lo siento, Mike.

El calor llenaba el cuarto tan rápidamente como la luz de la mañana. Vanessa se levantó del colchón y se dirigió hacia la puerta. La llave chasqueó en la cerradura, aunque el zumbido de la calefacción ahogó el ruido. Además, el cuarto de Zac estaba al final del pasillo, de modo que era imposible que lo hubiese oído.

El suelo crujía bajo sus pies a medida que caminaba, y Vanessa maldijo en voz baja, aunque no dudó.

El pasillo estaba envuelto en sombras, pero no se atrevía a encender la luz. Bajó a tientas, tratando de no recordar el tacto de la rata bajo sus pies descalzos, y abrió la puerta de la cocina. El desorden de la noche anterior había desaparecido y todo presentaba un aspecto impecable. Los platos estaban limpios, el suelo barrido y las botellas de cerveza habían sido retiradas. Incluso los omnipresentes ceniceros estaban vacíos.

O Zac era más limpio de lo que aparentaba o se había sentido inquieto la noche anterior. Incapaz de dormir, igual que Vanessa.

No encontró zapatos por ninguna parte. En la percha aún había colgados algunos suéteres y chaquetas, pero debajo no había botas ni zapatos de ninguna clase. Vanessa no recordaba si los había dejado ahí el día anterior.

Abrió la puerta que daba al callejón y contempló el paisaje nevado. No podía salir descalza, por muy desesperada que estuviera. Volvió a cerrar la puerta. Buscaría unos zapatos o se envolvería los pies en harapos. Cualquier cosa con tal de escapar.

Miró con aprensión la puerta del taller. Sabía que Zac debía de seguir arriba, acostado, pues habría oído sus pisadas en el pasillo si hubiera salido de su habitación.

Casi esperó que la puerta estuviera cerrada con llave, pero se abrió con facilidad. La inmensa nave se hallaba en penumbra, y Vanessa no consiguió localizar el interruptor de la luz.

El Duesenberg estaba en el centro de la enorme nave, con el capó abierto. Vanessa sentía el cemento frío y rugoso bajo sus pies descalzos, pero se adentró más en el taller, atraída por el brillante Cadillac amarillo.

Zac había retirado la lona y el coche se alzaba allí en todo su puro esplendor. De hecho, dejando aparte los asientos nuevos de cuero, tenía el mismo aspecto de antes. Zac siempre se había enorgullecido de aquel coche.

Vanessa colocó las manos sobre el costado del Cadillac y se obligó a mirarlo. No podía recordar cómo cometió la estupidez de meterse en el asiento trasero con Paul. Habría sido el tequila, por supuesto. Y el hecho de que Paul fuese el chico más deseado del Instituto de Marshfield.

Pero no, no fueron ésas las razones. Zac Efron la había besado por fin, la había tocado, y luego la había abandonado en cuanto otra chica se acercó a él. La dejó con Paul como quien cedía un premio obtenido en una tómbola.

Vanessa empezó a temblar y, cuando oyó que la puerta del garaje se abría, no se volvió.

Ness: ¿Por qué lo hiciste? -preguntó en voz baja, tan baja que dudó que él la oyese-.

Zac: ¿Por qué hice qué?

Ness: ¿Por qué me dejaste con Paul Jameson?

Él ni siquiera lo negó.

Zac: Me pareció que sería como un sueño para una jovencita. El chico perfecto para una inocente como tú. Defensa del equipo de fútbol, presidente del consejo de estudiantes y toda esa mierda. El príncipe perfecto para una princesita. Y Mike me dijo que siempre te había gustado.

Aquel último comentario hizo que ella se girase bruscamente para mirarlo. Un error: Zac iba sin camisa, descalzo, con el botón de los vaqueros desabrochado. Incluso en medio de la penumbra, Vanessa pudo recordar por qué siempre lo había deseado y había fantaseado con él. Su atractivo era inconfundible.

Ness: No sé por qué iba Mike a decirte semejante cosa. No era Paul quien me gustaba, y creo que él lo sabía.

Zac: ¿Quién te gustaba?

Aquello era territorio peligroso, y Vanessa no pensaba internarse en él.

Ness: ¿Por qué iba Mike a...? -insistió, pero Zac la interrumpió-.

Zac: A la mierda Mike. No tenía reparos en mentir cuando quería algo.

Ness: ¿Por qué iba a querer que yo tuviera una experiencia sexual violenta?

Zac: No fue una experiencia sexual violenta, Vanessa. Fue una violación.

Ella no deseaba oír aquella palabra. La palabra que había evitado durante doce años.

Ness: No. Yo me metí en el coche por mi propia voluntad. Fue culpa mía.

Zac: Tonterías. Estabais borrachos, y Paul se consideraba un regalo enviado por Dios a las mujeres. No te habría hecho caso aunque te hubieras negado. Y te negaste, ¿verdad?

Ness: Sí -confesó con un hilo de voz. Zac se había acercado, bloqueando la única salida. Ella miró de nuevo hacia el coche-. No entiendo cómo puedes acordarte con tanta claridad. Tú también bebiste mucho.

Zac: Sí. Pero aguantaba el alcohol mejor que aquel mierdecilla.

Vanessa estuvo a punto de sonreír. «Mierdecilla» era un término perfecto para describir a Paul.

Ness: De todos modos, borracho o no, estuviste demasiado ocupado tratando de matar a alguien a golpes y haciéndote arrestar como para recordar lo sucedido aquella noche. ¿No es cierto?

Zac: Sí.

Vanessa se giró del todo y apoyó la espalda en el frío metal del Cadillac.

Ness: ¿A quién pegaste con tanta rabia que acabaste en la cárcel?

Zac: Seguro que Mike te dijo algo. ¿No te creías a pie juntillas todo lo que decía tu primo?

Ness: Mike me contó mucho después que había sido una disputa por un asunto de drogas.

Zac: ¿Crees que la policía y los tribunales habrían dado tanta importancia a una pelea entre dos camellos?

Ness: ¿Dos camellos?

Zac: Yo vendía droga, Vanessa, y tú lo sabes. Hierba y algunas anfetas. Y casi maté a un hombre con las manos desnudas. Con razón me condenaron a dieciocho meses de prisión.

Ness: ¿A qué hombre?

Zac: En realidad, era un chico.

Ness: ¿Qué chico?

Él esbozó una sonrisa ligeramente burlona.

Zac: Tú sabes quién era ese chico. Solo que has tardado doce años en deducirlo.

Ness: Paul.

Zac: Le rompí la mandíbula y el mentón, le partí tres costillas y varios huesos de la mano derecha, y le lastimé el bazo. Según recuerdo, sufrió una conmoción y estuvo un mes orinando sangre. Seguramente lo habría matado si no me hubieran separado de él. Por suerte, un accidente de coche resolvió ese detalle unos años después.

Ness: ¿Tú no tuviste nada que ver con ese accidente? -inquirió con un súbito pánico-.

Él meneó la cabeza.

Zac: Nunca he matado a nadie. Todavía.

Ella tragó saliva.

Ness: Eso no suena muy alentador. Pero tuvo que ocurrir algo más. No pudieron encerrarte en la cárcel simplemente por meterte en una pelea.

Zac: No fue una pelea, princesa. Intenté matar a ese cabrón. Por desgracia, sus padres tenían la suficiente influencia política como para garantizar que me castigaran. De haberse salido con la suya, me habría pasado el resto de la vida en la cárcel. Al final, la condena fue solo de año y medio.

Ness: No es tanto tiempo -dijo aún impresionada-.

Zac: Prueba a pasar año y medio en una prisión estatal. Los días se hacen eternos. Y pasé todo ese tiempo creyendo que estarías impresionada por la forma en que defendí tu honor. Me equivocaba.

Ness: Yo no te pedí que lo hicieras.

Zac: No, no me lo pediste.

Ness: No sabía nada.

Zac: Eso también es cierto. En definitiva, no importa. Lo cierto es que por ti perdí año y medio de mi vida, Vanessa Hudgens. Creo que va siendo hora de que reciba alguna recompensa por mi sacrificio. Ya he esperado bastante.

Ness: ¿Esperado qué?

Zac: A ti, Vanessa. Puedes empezar a quitarte la ropa.




¡Hala! Después de esto, lo de bruto a Zac le queda corto. ¡Es un animal! ¡Sin delicadeza y compresión ninguna! ¡Qué bestia!
Vale que lo que hizo con Paul estuvo "bien". Lo hizo por Ness. Pero ella ni se lo pidió ni lo sabía. ¡Así que no te debe nada, Efron! Las gracias y vas que chutas.

¡Thank you por los coments!

¡Lau, cuanto tiempo! Me alegro de que te gustara la anterior novela y de que esta te esté gustando también. A ver si veo comentarios tuyos más seguiditos.

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¡Un besi!


lunes, 26 de mayo de 2014

Capítulo 9


A Vanessa le habría gustado poder dormir, pero no lograba conciliar el sueño que tanto necesitaba. Los acontecimientos de aquella horrible noche desfilaban por su mente una y otra vez.

Realmente creyó haber dejado todo aquello atrás. Al fin y al cabo, se había sometido por decisión propia a una cara terapia que su madre costeó sin hacer preguntas, y se había esforzado al máximo para superar el recuerdo de aquella noche.

Además, lo ocurrido tampoco había sido tan grave. Paul no la violó, no le pegó, ni siquiera la lastimó. Y Vanessa no había vuelto a verlo. Cuando salió de su habitación, dos semanas después, oyó decir que Paul había sufrido un accidente y había pasado casi todo el verano en el hospital. Después se cambió de centro para cursar el último año de enseñanza secundaria. Dado que Marshfield era una ciudad relativamente grande, Vanessa no volvió a coincidir con él. Podía fingir que nada de aquello había ocurrido, aunque Mike no dejaba de mencionar el asunto. Vanessa sabía por qué lo hacía. Seguramente quería ayudarla a afrontar el hecho, a superarlo. No entendía que ella tan solo deseaba olvidarlo. Con Paul en otro instituto y Zac en la cárcel, no había nada que le recordase lo sucedido aquella noche.

Nada salvo Mike. Y su súbita repugnancia a que la tocaran.

De Zac Efron no se volvió a hablar. Vanessa apenas conocía algunos detalles. Zac estaba en la cárcel e iba a cumplir condena por haber dejado a un hombre medio muerto de una paliza. Mike se negaba a hablar de ello. Vanessa supuso que, por primera vez, incluso su primo pensaba que Asesino se había pasado de la raya.

Al final, todo podría haber ido bien, pero no fue así. Mike había muerto, asesinado a golpes en casa de un hombre al que ya habían condenado una vez por un delito de agresión grave. Y a Vanessa seguía produciéndole pavor la idea de que un hombre la tocase.

Se incorporó y se recostó en la pared mientras el neón iluminaba el delgado colchón. Todavía no había amanecido. Aún le quedaban largas horas para recordar aquella horrible noche una y otra vez.

Lo peor era que se acordaba perfectamente de lo bien que se había sentido mientras Zac la besaba y la acariciaba. Y lo poco que le había gustado estar con Paul.

Vanessa se levantó del colchón, incapaz de seguir a solas con sus pensamientos. En el viejo y enorme edificio reinaba el silencio. Zac estaría acostado. Hasta las ratas dormían.

En la cocina quedaría algo de alcohol, y Vanessa pensó en bajar para echar un trago que la sumiera en un agradable y duradero sopor. Tan solo llevaba la camiseta y los pantalones cortos de franela que solía ponerse para dormir, pero no le importaba. Nadie la vería.

Bajó por la oscura escalera con cuidado, pues no quería pisar más cadáveres de rata, y entró en la cocina. La mesa seguía cubierta de vasos, ceniceros y fichas de póquer.

Vio el vaso de whisky de Zac, aún medio lleno, y lo agarró con la intención de beberse el contenido de un solo trago.

Casi se atragantó.

No era whisky, sino té helado sin azúcar. Vanessa soltó el vaso, asqueada. Con razón Zac había ganado esa noche. Todos habían bebido alegremente, pensando que él hacía lo mismo, y se había mantenido sobrio solamente para ganar. Una astuta artimaña muy propia de Zac.

Vanessa empezó a registrar la cocina en busca de cerveza, pero no encontró ninguna. Max y Henry se habrían llevado las últimas. No había bebidas alcohólicas por ninguna parte.

Zac: ¿Encuentras algo interesante? -dijo desde la puerta-.

Ella no se había dado cuenta de que estaba allí, observándola, y se quedó paralizada, aunque dispuso de un momento para recobrar la compostura antes de volverse hacia él.

Por suerte. Zac permanecía apoyado en el poste de la puerta, con unos tejanos y una camisa de franela sin abrochar. Aún tenía un cuerpo precioso, y Vanessa sabía que era muy fuerte, aunque no se notara a causa de su complexión delgada. Tan solo los músculos de sus hombros y sus brazos permitían intuir su fuerza. Por algún motivo, ese físico engañoso resultaba vagamente erótico.

Ness: Buscaba algo para beber. No podía dormir.

Él entró en la cocina y cerró la puerta que daba al taller.

Zac: Seguro que no es la mala conciencia lo que te impide dormir. No has vivido lo suficiente para sentirte culpable de nada.

Empezó a caminar hacia ella lentamente.

Ness: Pero tú sí, supongo -retrocedió sin darse cuenta-. Hay muchas cosas de las que debes de sentirte culpable.

Zac: Cierto. Por suerte, opino que el sentimiento de culpa es una pérdida de tiempo. Lo hecho, hecho está, y lamentarse no sirve de nada.

Ness: Yo no me lamento.

Zac: No he dicho que lo hagas -rodeó la mesa que se interponía entre Vanessa y la escalera-. Lo que quiero decir es que, antes o después, tendrás que superar tu problema.

Ness: ¡Vete a la mierda!

Zac: Ésa es una forma de enfrentarse al problema.

Siguió acercándose, y ella siguió retrocediendo.

Ness: Esto es ridículo -dijo deteniéndose-. No puedes perseguirme alrededor de una mesa como si estuviéramos en unos dibujos animados.

Zac: Pues quédate quieta.

Ella reemprendió la retirada.

Ness: Ni hablar. Dime dónde puedo encontrar algo que me ayude a dormir y volveré a la cama.

Zac: Aquí mismo.

La alcanzó con asombrosa facilidad y la acorraló contra la mesa.

Ness: No me toques -dijo a modo de súplica y de advertencia-. No me gusta que me toquen.

Zac: Pues supera tu problema -repitió-.

Le pasó el brazo alrededor de la cintura y la levantó sin esfuerzo. Vanessa oyó cómo caían los vasos y las fichas de póquer mientras él despejaba la mesa. Luego la tumbó sobre la lisa superficie y se situó encima de ella, cubriéndola con su pecho desnudo. Ella notó la inconfundible presión de su erección en el muslo, y permaneció quieta, incapaz de moverse.

Zac la miró a la cara, con los codos apoyados en la mesa, y contempló su visible pánico.

Zac: Mike olvidó mencionarme este detallito -dijo casi para sí mismo-.

Ness: ¿Qué? -preguntó con un aterrorizado gemido-.

Estaba temblando y sabía que él podía notarlo.

Zac: Que tienes miedo de los hombres. ¿Por culpa de Paul?

Ness: La culpa es solamente mía -dijo consciente de que era verdad-.

Podía haberse esforzado para superar ese problema, pero había optado por la vía más cómoda y segura.

Notó con horror que él le pasaba los labios por la frente en un gesto casi distraído.

Zac: Menos mal que Paul ha muerto -murmuró-. O habría tenido que liquidarlo yo.

Deslizó los labios por la mejilla de Vanessa, con la suavidad de una pluma, hasta llegar a la comisura de su boca.

Ness: Déjame, Zac -insistió sin molestarse en aparentar fortaleza-. Por favor.

Los labios de Zac prosiguieron su perezoso viaje por el cuello de Vanessa. Ella no lo tocó, no intentó apartarlo de sí. Se limitó a permanecer quieta debajo de él, atrapada, con el cuerpo rígido y los ojos fuertemente cerrados. Todo acabaría, antes o después, y sobreviviría. Podía soportarlo todo si era necesario.

Los labios de Zac volvieron a rozar la comisura de su boca, y esta vez Vanessa no pudo reprimir un pequeño gemido.

Zac: Abre los ojos, Vanessa -susurró-.

Ella no deseaba hacer tal cosa. Pero su cuerpo tenía otras ideas. Lentamente alzó la cabeza y miró los profundos e hipnóticos ojos azules de Zac.

Zac: Eso está mejor. Si quieres que te deje, solo tienes que hacer una cosa.

Ness: ¡No!

Zac: No seas mal pensada, Vanessa. Solo tienes que besarme.

Ness: Estás borracho. O drogado.

Zac: Sabes que no estoy borracho. Acabas de probar mi té helado. Y, la verdad, lo único que ahora mismo afecta mis sentidos eres tú. Bueno, ¿qué hacemos al respecto?

Ness: Eso es problema tuyo. Yo no pienso hacer nada.

Zac: ¿Ves? Ya te sientes mejor. Has dejado de temblar y tienes un cabreo de mil demonios. Por algo se empieza.

Vanessa se dio cuenta de que ya no temblaba. Y la ira había disipado su miedo. El hecho de que él lo hubiera notado antes que ella misma la enfureció todavía más.

Ness: Suéltame de una puñetera vez o te arrepentirás -dijo al tiempo que se movía un poco-.

Podía alzar la rodilla y darle un fuerte golpe en la entrepierna. Parecía fácil, dada su proximidad.

Zac: Ni se te ocurra hacerlo, pequeña -respondió apretando las caderas contra ella para aprisionarla sobre la dura superficie de roble-.

Vanessa ya no podía mover la pierna ni contraatacar, y se sentía tan frustrada que ni reparó en que él la había llamado «pequeña».

Ness: Te lo pediré por última vez... -gruñó-.

Zac: Y yo te lo repetiré una vez más. Bésame y podrás volver a la cama. Ni siquiera te tocaré los pechos. Aunque deberías pensártelo mejor antes de pasearte por aquí sin sujetador. La resistencia de un hombre tiene un límite, y tú pones a prueba mi autocontrol.

Ness: No parece que te estés controlando en absoluto.

Él dejó escapar una risita baja.

Zac: No tienes idea de lo que te haría si cediera a la tentación. Por suerte para ti, tengo escrúpulos.

Ness: Tú no tienes escrúpulos de ninguna clase.

Zac: Bueno, digamos entonces que tienes suerte de que esté dispuesto a dejarte ir. Cuando me hayas besado. Podría seguir así toda la noche, ¿sabes? Rozándome contigo. Acabaría manchándote un poco, pero seguro que no te importaría.

Ness: Eres repugnante.

Zac: No, Vanessa, soy un hombre en forma.

Se frotó contra ella lentamente, pasándole la erección por la entrepierna.

Vanessa se estremeció al notar la presión y lo miró a los ojos, horrorizada, mientras la recorría una sensación casi olvidada. Los primeros temblores de la excitación. Y Zac lo sabía.

Tenía que alejarse de él como fuera. Y solo había una manera.

Ness: De acuerdo -dijo, y le posó un rápido beso en los labios-. Ya está.

Pero Zac no parecía muy convencido.

Zac: Ni hablar.

Ness: Dijiste que me dejarías si te besaba.

Zac: Tiene que ser con lengua

Le dio otro empujón con las caderas, y ella sintió que el calor comenzaba a extenderse por todo su cuerpo.

Tal como estaba, Zac solo tendría que tocarla para llevarla al clímax, cosa que no pensaba permitir.

Vanessa alzó el brazo, le puso la mano en la nuca, detrás del largo cabello, y lo atrajo hacia sí para besarlo con la boca abierta. Esta vez usó la lengua.

Notó cómo las manos de él enmarcaban su rostro mientras le introducía la lengua. Trató de aguantar, de reprimir las sensaciones que la recorrían, pero ya era demasiado tarde. Se entregó al beso, a Zac, a su boca, besándolo con todo su corazón, su cuerpo y su alma.

Se había olvidado incluso de respirar. Fue él quien interrumpió el beso y la miró atónito, con la boca aún húmeda y los ojos nublados.

Zac: Maldición -susurró-. No ha sido una buena idea.

La ensoñación se desvaneció de pronto, y Vanessa lo empujó para apartarlo de sí. Esta vez Zac cedió, se alejó de la mesa y se retiró a las sombras de la cocina, meneando la cabeza.

Ella no podía ni imaginar qué estaría pensando. De hecho, prefería no saberlo. Lo importante era que había cambiado de idea y la había dejado libre. Aunque se preguntó si realmente deseaba escapar.

Se bajó trabajosamente de la mesa e intentó disimular el temblor de sus piernas.

Ness: No, no ha sido una buena idea -repitió-. Ignoro qué te ha impulsado a hacerlo, pero no ha sido la lujuria. Yo nunca he sido tu tipo. Ahora, con tu permiso, subiré a acostarme y olvidaré lo que ha ocurrido.

La risa de Zac echó por tierra su recatada reacción.

Zac: Hablas igual que la Duquesa -dijo mientras salía de nuevo a la luz-. Mírame bien, Vanessa, y dime que la lujuria no ha tenido nada que ver.

La evidencia era bien visible.

Ness: Es una reacción biológica normal... -empezó a decir, pero Zac la interrumpió-.

Zac: En tu lugar me iría pitando, antes de que decida demostrarte cuál es mi tipo de mujer.

Su voz era suave. Pero la amenaza iba en serio.

Vanessa se fue corriendo.

Se fue tan deprisa que ni se detuvo a cerrar la puerta, y Zac oyó cómo tropezaba mientras subía por la escalera. De no estar tan inesperadamente furioso, se habría echado a reír. Con tal de alejarse de él, Vanessa sería capaz de romperse el cuello. O de tirarse por una ventana. Menos mal que Zac no sufría un complejo de inferioridad, o Vanessa Hudgens le habría dejado la moral por los suelos.

Tenía que admitir que el beso le había calado hondo. Una cosa era que le pusiera cachondo la hermanita de su mejor amigo, y otra sentir lo que había sentido. Notar cómo su cuerpo temblaba debajo de él, ver la expresión de pánico de sus ojos, paladear el sabor de su lengua... había sido una experiencia más intensa de lo que había esperado. Y, de repente, Zac tuvo miedo.

Quizá debía hacer caso de su conciencia y dejar que Vanessa se marchara. No tenía más que «encontrar» milagrosamente su bolso y dedicar media hora a arreglar el Volvo, que estaba oculto bajo una lona en un rincón del taller. Una vez que Vanessa se fuera, no volverían a verse nunca más. No tenían motivos para ello. Mike era el único vínculo que los unía, y ya era hora de romperlo, se dijo Zac, de echar de allí a Vanessa y seguir adelante con su vida.

La única pregunta era si lograría resistir la tentación de tirársela antes.

Sabía perfectamente la respuesta. Mike Hudgens no habría podido soportar que se tirara a su primita. Aunque solo fuera por eso, Zac estaba decidido a acostarse con ella.

Pero había otras muchas razones. Sería como escupirle en el ojo a la Duquesa. Y, de paso, acabaría algo que había empezado doce años antes. No le gustaba dejar las cosas a medias.

Además, había perdido dieciocho meses de su vida a causa de Vanessa, así que, en cierto modo, ella se lo debía. Tarde o temprano, se entregaría a algún hombre. ¿Por qué no a él?

Un millón de razones, todas ellas buenas. Pero ninguna era la que verdaderamente importaba. El hecho era que deseaba a Vanessa, la deseaba tanto que le dolían los huesos.

Sabía que iba a poseerla.




¡Zac es muy bruto! ¡Y encima no quiere sacar sus verdaderos sentimientos a la luz!
Ah, y otra cosa. Yo considero violación lo de Ness. Pobrecita.
¡Se avecinan cosas!

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jueves, 22 de mayo de 2014

Capítulo 8


Debió haberla dejado ganar, se dijo Zac. Estaría mucho mejor si Vanessa agarraba las pertenencias de Mike y volvía a Marshfield con la fría Duquesa. Cuando ella se marchara, él podría olvidarse de los Hudgens. Esa parte de su vida quedaría atrás. Por fin.

Zac se había dejado llevar por sus impulsos desde la noche en que alzó la mirada, después de golpear a Tom, y vio a Vanessa allí, bajo la nieve, con los ojos desorbitados de horror. Seguro que nunca había visto una pelea.

El Volvo estaba en mal estado, sí, pero no tardarían mucho en repararlo. Zac le había mentido a Vanessa sobre las herramientas. El Duesenberg era un coche alemán y requería herramientas precisas. Pero ella lo había creído, porque seguía siendo una ingenua. Se creería todo lo que él le dijera, cosa que a Zac le resultaba sumamente tentadora. Claro que todo en Vanessa le resultaba tentador. Siempre había sido así.

Había escondido el bolso movido por un impulso. Le gustaba la idea de tener a una Hudgens en su poder, aunque fuese la Hudgens más débil. Si Vanessa no hubiese echado a correr, la habría subido a la encimera para tirársela allí mismo. Y ella no se habría resistido.

Pero Zac la dejó huir. Había deseado tocarla, sí, entre otros motivos porque sabía cuánto lo habría detestado Mike. Por una serie de complicadas razones, la idea de que Zac pusiera las manos sobre Vanessa Hudgens habría sacado de quicio a su amigo.

Pero Mike estaba muerto. Solo había que temer a su fantasma, y Zac no creía en fantasmas. Habían transcurrido más de doce años desde que besó a Vanessa. Doce años en los que había ido acrecentándose su deseo de poseerla, sobre todo después de haber pasado dieciocho meses en la cárcel por su culpa.

Debería dejarla marchar, pero no lo haría. Iba a pasárselo bien con ella, y esta vez Mike no estaría ahí para impedirlo.

Porque Zac no creía en los fantasmas

Ella no lo había visto mientras corría a su cuarto y cerraba la puerta. Oyó cómo echaba la llave frenéticamente, y deseó decirle que eso no serviría de nada. Ni siquiera un cerrojo de seguridad habría detenido a Zac.

Pero Vanessa no habría oído su voz, del mismo modo que no veía su imagen. Sabía que había muerto tres meses antes y no habría estado dispuesta a ver un fantasma. Sobre todo, cuando no deseaba verlo.

Ella habría sido la que más lo había llorado. Con la conciencia limpia y el corazón roto. Tía Isabella habría seguido adelante, como un personaje de tragedia griega, pero Vanessa habría llorado en silencio, llena de dolor.

Dicho pensamiento lo conmovió, tanto que estuvo a punto de darle unos golpecitos en el hombro.

Pero no pensaba revelar su presencia hasta que estuviera listo y pudiera sacar el máximo partido a su reaparición. Ignoraba cuándo sería eso, aunque sabía que todo dependería de Zac.

Zac se llevaría a Vanessa a la cama antes o después, pensó con resignación. La había deseado desde la primera vez que la vio, cuando era una inocente jovencita de catorce años encandilada con el pícaro amigo de su primo. Catorce años eran muchos años para fantasear con alguien, y Zac no era de los que vivían en un mundo de fantasía. Ahora que Vanessa se había dejado caer en su puerta, la poseería, y Mike nada podría hacer para impedirlo.

No tenía más remedio que resignarse a lo inevitable. Al menos, tendría la oportunidad de observar.


En el cuarto no había más luz que el resplandor del cartel de neón, pero Vanessa estaba pendiente de la cerradura y temía volverse para encender la lámpara. Había cogido la llave maestra del baño. La puerta no detendría a Zac, pero lo retrasaría mientras ella escapaba por la ventana.

Retiró la llave, colocó la maleta contra la puerta y después se tumbó en el delgado colchón. No sabía por qué tenía tanto pánico. Lo único que Zac había hecho era hablarle. No subiría por la escalera como un bucanero para satisfacer sus aviesas necesidades con ella.

No la había besado. Ni siquiera la había tocado. Y, sin embargo, se sentía desnuda, vulnerable, alterada. Zac siempre había ejercido ese efecto en ella.

Cerró los ojos, pero aún veía el brillo del neón detrás de los párpados. Tenía que marcharse cuanto antes. Tal vez por la mañana conseguiría convencer a Zac para que la ayudara. A no ser que él tuviera algún motivo para retenerla allí. Un motivo que Vanessa desconocía.

En el fondo, no importaba. Lo importante era que tenía que marcharse. Podía dejar allí el Volvo y comprarse un coche nuevo. Pero, entretanto, si Zac se negaba a dejarla ir, no tendría más remedio que tomar medidas drásticas.

Y robarle uno de sus coches.

Podía hacerlo. Podía hacer cualquier cosa si estaba lo bastante motivada. Tan solo tenía que pensar en aquella terrible noche de hacía años para motivarse.


Doce años antes…

Paul: Creí que irías al baile con Derek Hanson -dijo arrastrando un poco las palabras, lo cual alertó a Vanessa-.

Llevaba un esmoquin azul pastel que habría hecho que su madre se desmayara de horror. De hecho, a ella tampoco le causaba muy buena impresión.

Ness: Hemos roto -explicó-. ¿Y Lena? ¿No ha venido?

Paul: Qué coño. También me dio plantón de camino al baile. He alquilado este puto esmoquin para nada. Parece que tú ni siquiera llegaste a arreglarte.

Vanessa se acordó del vestido rosa que yacía tirado en el suelo de su cuarto.

Ness: No, no llegué a arreglarme.

Paul: De todos modos, creo que aquí lo pasaré mejor. Hay hierba y cerveza en abundancia, y oí decir que alguien iba a traer nieve. Tu amiguito, seguramente.

Ness: ¿Coca? ¿Mi amiguito? -repitió confundida-.

Paul: ¿Eres una retrasada o qué? Voy a explicarte algunas verdades de la vida. La hierba es marihuana. La fumas y te colocas.

Ness: Sé lo que es la hierba -respondió irritada-.

Paul: La cerveza es la bebida alcohólica preferida por los estudiantes de instituto. A mí me gusta más el tequila, y te alegrará saber que he traído una botella. La nieve es cocaína, y tu amiguito Zac Efron es el que proporciona la marihuana y la cocaína por estos terrenos.

Ness: ¿Quién lo dice?

Por algún motivo, se negaba a creerlo.

Paul: Pregúntale a tu hermano Mike.

Ness: Mi primo -corrigió-. Y Zac no es mi amiguito. Solo me ha traído en su coche.

Paul: Ya, no eres el tipo de chica de Asesino. Si lo fueras, no te habría dejado conmigo -alargó la mano y agarró la de Vanessa-. Busquemos un sitio más íntimo y te enseñaré a beber tequila.

Ness: No hará falta que me enseñes. -Miró a su alrededor, pero el grupo de gente había desaparecido, y estaban los dos solos junto al veterano Cadillac amarillo. No había ni señal de Zac o de Mike-. ¿Dónde se ha metido todo el mundo?

Paul le sonrió burlón.

Paul: No te preocupes por eso, nena. Yo te haré compañía.

En el fondo, quizá la culpa había sido de Vanessa. Le había bastado una mirada al atractivo rostro de Paul para saber que estaba borracho. Paul no la obligó a llevarse la botella de tequila a la boca y beber. No la obligó a meterse en el asiento trasero del Cadillac de Zac, ni a dejarse tocar por todas partes mientras la besaba, le restregaba el paquete y le metía las manos debajo de la camisa. ¿Qué le hizo pensar que la escucharía cuando, finalmente, le dijo que parase?

Permaneció debajo de Paul, ya sin resistirse, mientras él movía las caderas arriba y abajo, entre gruñidos y tacos, pellizcándole los senos, pasándole la lengua por los dientes. Tal vez tendría que haber bebido más. Lo suficiente como para que aquello le gustase. Paul le había dicho que le iba a gustar. Le dijo que era una zorra frígida y una calientapollas. Luego dejó de hablar, le tapó la boca con la mano y se desabrochó el pantalón.

Le hizo daño al arrancarle las braguitas de algodón, aunque ese dolor no fue nada comparado con el que Vanessa sintió cuando Paul empezó a empujar para penetrarla. Notó como si la destrozaran por dentro mientras él desgarraba su virginidad con un gruñido.

Cuanto más durase, tanto mejor, solían decir las amigas más experimentadas de Vanessa. Era mentira. Paul siguió y siguió durante lo que pareció una eternidad, gruñendo, encorvándose, sin que ella pudiera hacer nada salvo quedarse quieta y llorar.

Con una última retahíla de obscenidades, acabó por fin y se derrumbó sobre Vanessa. Al cabo de un breve momento, se incorporó, se abrochó el pantalón y la miró con ojos cansados.

Paul: Dios, ¿estás llorando? Odio a las tías que se ponen a llorar. Lo hacen solamente para conseguir lo que quieren. Si crees que voy a salir contigo porque hemos echado un polvo, te equivocas. Lena volverá conmigo. Siempre vuelve. Y, si no, perdona, pero puedo conseguir a otras mejores que tú.

Ella se las arregló para subirse los vaqueros y se acurrucó en un rincón del asiento trasero. Vio su sangre en la tapicería de cuero. A Zac no le iba a gustar.

Miró a Paul, pero no lo veía bien, probablemente porque no conseguía dejar de llorar.

Paul: ¡Joder, cállate ya! -bramó-. ¿Es que quieres montar una escena? ¡Toma! -le pasó la botella de tequila-. Bebe y deja de llorar.

El olor del tequila le revolvió el estómago. Forcejeó con la puerta a ciegas, pero no logró abrirla. Subió por el costado del coche, saltó al suelo y corrió hacia el bosque para vomitar.

Cuando hubo acabado, se desplomó en el suelo y lloró en silencio. Ya era demasiado tarde para las lágrimas, pero no podía contenerse. Siguió allí, llorando, echa un ovillo.

Y entonces oyó las voces. Unas risotadas ebrias. Se incorporó e intentó limpiarse las lágrimas, por si alguien decidía ir a buscarla.

Debió haber imaginado que iba a cobrar realidad su peor pesadilla. Zac había vuelto al coche con una mujer, probablemente para usar el asiento trasero. Si era la misma con la que se había besado antes, u otra distinta, carecía de importancia.

Zac: Oye, tío, necesitamos un poco de intimidad.

Paul no se había alejado, después de todo. Vanessa oyó cómo respondía con un gruñido.

Paul: Vale, tío, me abro. La próxima vez que dejes a una tía conmigo, asegúrate de que tenga experiencia. Las vírgenes son un coñazo.

Zac: ¿Qué quieres decir? -preguntó en tono despreocupado-.

Paul: Se pasó todo el rato llorando, tío. ¿Sabes lo difícil que es tirarte a una tía que no deja de llorar? Tardé un huevo en acabar. E incluso después siguió llorando. Te hemos dejado el asiento perdido. Debiste haberme dicho que era menor de edad.

**: Asesino, me haces daño -se quejó una voz de mujer-. Suéltame.

*: Eh, Zac -la voz de Mike llegó hasta el bosque-.

Vanessa no pudo seguir escuchando. Se puso de pie y echó a correr. Con suerte, llegaría hasta la carretera y alguien la recogería. Ya le habían sucedido bastantes desgracias esa noche. Hacer autostop ya no le daba miedo.

La carretera estaba más lejos de lo que había supuesto. Por un aterrador momento, temió haber estado corriendo en círculos. Pero entonces oyó el ruido de un coche que pasaba a toda velocidad y supo que se estaba acercando.

Salió a la carretera, tambaleándose, justo cuando se aproximaba el potente resplandor de unos faros. Ni siquiera tuvo que alzar el pulgar. El coche se detuvo a su lado, y Vanessa vio que Mike iba al volante.

Mike: Sube, preciosa.

Extrañamente, para ella fue un alivio ver que se comportaba como si no hubiera pasado nada. No habría podido soportar que se compadeciese de ella.

Rodeó el vehículo y se subió. No conocía el coche, y Mike aún no tenía permiso de conducir, pero Vanessa se puso el cinturón y cerró los ojos sin protestar.

Mike conducía muy deprisa. Vanessa olió su aliento a cerveza y casi sintió ganas de vomitar otra vez. No volvería a beber alcohol nunca más. Ni volvería a cometer el error de creer que valía la pena fantasear con un canalla como Zac Efron.

Un canalla que la había dejado en manos de Paul Jameson.

Se le escapó un gemido, y Mike la miró de soslayo.

Mike: Anímate, Vanessa. Tenía que ocurrir antes o después. Ya lo has pasado. Y la próxima vez te gustará más.

Ness: No habrá una próxima vez -repuso en tono bajo y amargo-.

Mike: Claro que la habrá. Zac no tendrá más que mover un dedo para que acudas corriendo a su lado.

Ness: A punta de pistola.

Mike: Él no ha tenido la culpa. De hecho, te sorprendería saber cómo se... -dejó la frase a la mitad al ver las parpadeantes luces azules que aparecieron tras ellos-. Mierda.

Vanessa miró hacia atrás.

Ness: ¿Llevabas exceso de velocidad?

Mike: Llevaba exceso de velocidad, estoy como una cuba y me llevé el coche sin pedirle permiso al dueño. Creo que estamos jodidos, Vanessa. En más de un sentido. -Ella se quedó mirándolo horrorizada-. Venga, Vanessa. Tienes que tomarte estas cosas con humor. Tía Isabella pagará la pasta de la fianza. Qué coño, lo mismo se limitan a darnos un aviso.


Una hora más tarde, se hallaban sentados en la comisaría, esperando a que Victor Hudgens fuese a recogerlos, cuando dos policías entraron con un hombre esposado. Un hombre cubierto de sangre, despeinado, que apenas podía caminar.

Zac Efron.

Los miró con un ojo hinchado y su boca se arqueó en su habitual sonrisa burlona. Después la policía lo arrastró hasta el mostrador de recepción, empujándolo con una fuerza innecesaria. Vanessa hizo una mueca mientras los observaba. No sentía ninguna pena por Zac, se dijo. Pero parecía tan destrozado...

**: Zac Efron -dijo el sargento del mostrador-. Debí imaginar que volverías. Esta vez no te libras, ¿sabes? Te lo advertimos, una pelea más y pasarías una temporadita entre rejas. Parece que vas a recoger los frutos de tus esfuerzos.

*: Es peor que eso -dijo uno de los polis-. Ha enviado a un chico al hospital.

**: No me sorprende -respondió el sargento-. Lo que me extraña es que el otro pudiera dejarle la cara tan hecha polvo.

*: No, si el otro chico apenas lo tocó -dijo el policía con una risita malévola-. Es que se... se cayó de camino al coche patrulla.

**: Una mala caída -comentó el sargento sin darle importancia-.

*: Muy mala.

Bella: ¡Mike! ¡Vanessa! -entró en la comisaría con sus zapatos de tacón alto, su collar de perlas auténticas y una expresión de horror y desdén en el rostro-. Tu padre os espera en el coche. Yo me ocuparé del papeleo. Salid.

Ness: Madre... -empezó a decir, pero Isabella descargó sobre ella toda la fuerza de su desaprobación-.

Bella: No empieces, Vanessa. Estoy muy enfadada contigo. Con los dos -desvió su mirada glacial hacia Mike-.

Mike: Pero me perdonarás, tía Isabella -dijo con voz acaramelada-. Siempre me perdonas.

Isabella le sonrió.

Bella: Salid los dos. Cuanto menos tiempo paséis en compañía de un perdido como Zac Efron, mejor. Ya te avisé, Mike.

Mike: Sí, me avisaste -rodeó a Vanessa con el brazo y salió con ella a la tibia noche primaveral-. ¿Sabes? Zac es increíble. Después de lo que ha pasado esta noche, al tío no se le ocurre otra cosa que meterse en una pelea con uno de sus amigotes. No piensa más que en sí mismo. Seguro que ha sido con Jim Canton. Se tenían ganas desde que Zac se fue con la chica de Jim. Me pregunto si lo habrá matado -su tono era de vaga curiosidad. Vanessa se estremeció-. Anímate, Vanessa -prosiguió-. No pongas esa cara. Cuando lleguemos a casa, te darás una ducha y olvidarás lo que ha ocurrido. -Ella lo miró sorprendida, preguntándose si hablaba en serio. Comprobó que sí-. No te preocupes por nada, pequeña. La única persona que lo sabe, aparte de nosotros, es Zac. Y está tan borracho que mañana no se acordará de nada. Además, tendrá otras cosas en que pensar. Por ejemplo, en los dos años que pasará entre rejas.

Ness: ¿Y Paul?

Mike: Oh, no se lo dirá a nadie. Lena lo mataría. Y, si dice algo, simplemente niégalo. La gente te creerá a ti. Al fin y al cabo, ¿cómo iba una chica buena como tú a entregar su virginidad en el asiento trasero de un descapotable?

A Vanessa se le revolvió el estómago al recordarlo.

Ness: Tienes razón -dijo en tono apagado-.

Mike: Una ducha y una noche de sueño te ayudarán a sentirte mejor -dijo con voz alegre-. Confía en mí.

Ness: Siempre lo hago.




¡Pobre Vanessa! ¡Qué horrible experiencia!
¡Y todavía confía en su primo! Mira, pues menos mal que esta muerto. No sé quien es peor, si Mike o Zac. Pero bueno, de eso hace tiempo. Esperemos que Ness se encuentre bien ahora.

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sábado, 17 de mayo de 2014

Capítulo 7


Cuando Zac regresó a la cocina, no había rastro de Vanessa. Ya había oscurecido, y se moría de hambre. Abrió el frigorífico y miró dentro. Unas cuantas cervezas que había llevado Max, Coca-Cola light, una lechuga pasada, media docena de huevos que seguramente estaban a punto de eclosionar y un trozo de queso enmohecido.

No sabía de qué se sorprendía. La comida nunca había sido una de sus prioridades. Si quería comer, salía a comprar algo. De lo contrario, ni se molestaba. Max estaba intentando reformarlo, aunque, claro, Max intentaba reformar a todo el mundo. Esa noche habían vuelto a quedar para jugar al póquer... y seguramente se presentaría con un montón de comida.

Del piso de arriba no se oía nada. A lo mejor Vanessa estaba durmiendo. Zac había disfrutado observándola mientras dormía... Le había recordado a la inocente jovencita de dieciséis años que conoció en otra época. El recuerdo le produjo una dolorosa sensación de añoranza.

Se estaba convirtiendo en un gilipollas sentimental con la edad. A ese paso, acabaría asistiendo a reuniones con los antiguos compañeros del instituto. Podría incluso visitar a la Duquesa para darle el pésame por la muerte de su adorado Mike. La vieja siempre había tenido debilidad por su sobrino y había relegado a Vanessa a un segundo plano, por mucho que ésta quisiera negarlo.

No le extrañaba que Vanessa hubiese ido allí, al último lugar del mundo en el que deseaba estar, para verlo a él, la última persona del mundo a la que quería ver, por capricho de la Duquesa. Debería saber ya que era una pérdida tiempo tratar de ganarse el favor de aquella vieja zorra. Pero Vanessa siempre había sido perseverante. Quizá pensaba que, habiendo muerto Mike, habría sitio para ella en el duro corazón de la anciana. Descubriría la verdad por las malas.

En fin, no era asunto suyo, se dijo Zac. Vanessa Hudgens había regresado a su vida inesperadamente, y desaparecería con la misma rapidez.

Mientras tanto, Zac tenía la firme intención de divertirse.

Vanessa se enamoró de él cuando tenía dieciséis años. Y Zac se había dado cuenta, aunque ella no lo supiera. Lo notó por el modo en que se ruborizaba cuando él aparecía en la casa, por cómo buscaba cualquier excusa para entrar en la habitación donde Mike y él fumaban, por cómo lo miró aquel día en el Cadillac.

Se había propuesto dejarla en paz. Por un lado estaba la actitud protectora de Mike con su primita y, por otro, el miedo que Zac le tenía a la Duquesa. Además, le gustaban las chicas fáciles y viciosas, no las empollonas. Si de él hubiera dependido, nunca se habría acercado a Vanessa Hudgens.

Apenas había tenido un breve contacto con ella hacía mucho tiempo. Pero un breve contacto podía provocar un ardiente apetito.

Zac se sentó a la mesa y encendió un cigarrillo. ¿Qué pensaría Mike si pudiera ver lo que estaba ocurriendo? Agarraría un cabreo del demonio, seguro. Nunca quiso que Zac se acercara a Vanessa. Pero Mike había muerto, y nada podía impedir que Zac hiciera lo que quisiera con su invitada.

Nada, salvo su dudoso sentido del honor. O, mejor dicho, su instinto de conservación. Porque el sentido común le decía que no debía acostarse con Vanessa. Y tal vez, por una vez en su vida, dejaría que su cerebro se impusiera a su cuerpo, pese al ansia que lo consumía.

Vanessa se despertó sobresaltada. El resplandor del letrero de neón era la única luz que iluminaba el pequeño cuarto.

Dormía mucho desde que había llegado al taller de Zac, lo cual era absurdo, pues siempre le había costado horrores conciliar el sueño. Quizá se debía al aburrimiento. No tenía nada que hacer salvo esperar, y ni siquiera sabía con seguridad qué esperaba. Así que dormía.

Se incorporó y buscó a tientas el interruptor de la luz. El libro que había estado leyendo yacía abierto sobre la cama. Con razón se había quedado dormida. Charles Dickens era un tostón insoportable. Tal vez debía evitarse el calvario anual de enseñar David Copperfield en su clase de literatura y cambiarlo por Una canción de navidad. Era mucho más corto y tenía mejor argumento; además de menos personajes femeninos estúpidos.

Vanessa se pasó una mano por el pelo. Tenía hambre, naturalmente. Ya había oscurecido y no había tomado nada desde los bollos de canela del desayuno. Abajo se oían voces masculinas... Debían de estar jugando al póquer otra vez. Lo más sensato sería resignarse a seguir con David Copperfield e ignorarlos.

Entonces le llegó el olor a pizza. Una llamada de sirena a la que ni siquiera intentó resistirse.

Efectivamente, estaban jugando al póquer. La cocina estaba cargada de humo y de olor a cerveza, y sobre la encimera había varias cajas de pizza abiertas.

Max: ¡Hola, Vanessa! -la saludó-. Me preguntaba cuándo aparecerías. Asesino dijo que ya te habías acostado, pero supuse que, con el barullo que estamos armando, bajarías tarde o temprano.

Vanessa le sonrió. Con ellos había otro hombre que la miraba sorprendido. Zac estaba sentado con un cigarrillo en la boca, un vaso lleno de un líquido ámbar al lado y un montón de fichas de póquer delante.

Nsss: Tenía hambre -explicó mientras iba hacia las pizzas-.

Max: Sírvete a tu gusto. La de la derecha tiene pepperoni y champiñones; la de la izquierda, salchicha y pimientos verdes.

Como si el destino no hubiese sido ya bastante cruel, se dijo ella.

Ness: No habrá alguna solo con queso, ¿verdad?

Zac: Delicada la niña, ¿eh? -comentó-

Ness: Soy vegetariana.

Zac la miró con la boca arqueada en una sonrisa. Por un breve momento, Vanessa se acordó de aquella boca.

Zac: Claro, cómo no. Y apuesto a que tampoco bebes, fumas ni juegas.

Ness: Bebo ocasionalmente y con prudencia. Y juego muy bien al póquer -respondió desafiante-

Zac: Dale una cerveza, Henry. Y una silla. Parece que no tendremos que jugar los tres solos.

Apagó el cigarrillo, se levantó y avanzó en dirección a Vanessa.

Ella se apartó rápidamente. El hombre llamado Henry acercó a la mesa otra pesada silla de roble y abrió una botella de Corona.

Henry: ¿A qué jugaremos, Asesino?

Era la primera vez que Vanessa lo oía hablar. Poseía una voz profunda y grave muy en consonancia con su aspecto.

Zac: Que lo decida la señorita. Siéntate, Vanessa.

Ness: Prefiero no...

Zac: Siéntate.

Vanessa se sentó. Al cabo de un momento, Zac le puso delante un plato con un trozo de pizza sin salchicha. Ella pudo haber protestado, pero habría sido una pérdida de tiempo. Además, tenía demasiada hambre.

Ness: No puedo jugar con vosotros. No tengo dinero.

Max: Yo lo pondré por ti -propuso al tiempo que le acercaba un montón de fichas-.

Estaba tomando una Coca-Cola light, una bebida poco apropiada para una noche de póquer.

Zac: Sí, quién sabe, a lo mejor sacas bastante pasta para largarte -dijo antes de volver a sentarse y tomar un generoso trago de su vaso-.

«Whisky solo», se dijo Vanessa observando el color oscuro del líquido. Cuando acabase la noche estaría muy borracho, y ella haría bien en quitarse de en medio. Se ponía muy desagradable cuando bebía.

Ness: Será mejor que me coma la pizza y vuelva a acostarme...

Zac: Será mejor que cierres el pico y repartas.

Max: No seas gilipollas, Zac. No tienes por qué ser tan grosero.

Zac: Es mi naturaleza.

Max: Pues trata de dominarla. ¿No es para eso para lo que estamos en el mundo?

Zac: Algunos tienen más éxito que otros -repuso mirando directamente a Vanessa-.

Ness: Vete a tomar por culo.

Bebió un trago de cerveza y aparentó naturalidad, como si aquella frase formara parte de su vocabulario habitual.

En realidad, no recordaba habérsela dicho jamás a nadie.

Zac: Reparte -gruñó-.

Vanessa eligió el juego de póquer más difícil y complicado que conocía, el favorito de sus compañeras de cuarto en la universidad. Las reglas eran tan complejas que, a menudo, la partida solía estancarse, pero era su mejor posibilidad de ganar, y necesitaba el dinero.

Las cosas empezaron bien. Mientras sus contrincantes gruñían, el montón de fichas que tenía al lado no dejaba de crecer. Vanessa se comió la pizza, que le pareció deliciosa pese al ligero gusto a salchicha. Acabó una cerveza y abrió otra, tratando de no prestar atención a Zac, que la miraba a través del humo como una pitón concentrada en un ratoncillo.

Pasaron las horas, y las fichas siguieron amontonándose. Vanessa ganaba casi todas las manos, y Max no dejaba de decir en tono jocoso que estaba haciendo trampa. Si seguía así, por la mañana tendría dinero suficiente para irse, buscar un hotel y recuperar el control de su vida.

Max: Demasiado dinero en juego para mí -dijo al tiempo que soltaba sus cartas-. Dejaré que acabéis la partida los dos. Vamos, Henry. Se está haciendo tarde y mañana tengo que trabajar.

Zac no se movió.

Zac: ¿Desde cuándo trabajas para vivir, Max?

Max: Oh, hago un esfuerzo de vez en cuando. Henry va a ayudarme, ¿verdad que sí, Henry?

Henry simplemente asintió y se retiró de la mesa.

Ness: ¿No pensáis canjear las fichas?

Max: Quiero que le des a Asesino su merecido -se inclinó y soltó su humilde montón de fichas sobre el de Vanessa. Luego acercó también las de Henry-. Machácalo, Vanessa. Hace tiempo que se tiene ganada una paliza.

Salieron y cerraron la puerta, dejándola en compañía del último hombre del mundo con el que deseaba encontrarse a solas.

Vanessa respiró hondo y tomó un trago de su tercera cerveza. No solía beber tanto, pero, dado que no iba a conducir y que Zac estaba bebiendo mucho más que ella, supuso que podía arriesgarse.

Alzó los ojos hacia él.

Ness: Estoy cansada. ¿Por qué no lo dejamos? Repartamos el dinero a partes iguales y me iré a la cama.

Zac: Ni hablar -ni siquiera arrastraba la voz después de todo el whisky que había consumido-. Las cartas ya están repartidas. Jugaremos esta mano.

Vanessa miró sus cartas. Eran bastante buenas.

Ness: Está bien, la jugaremos.

Zac: ¿Doble o nada? -Ella tomó otro trago de cerveza. Habiendo tanto en juego, prefería no arriesgarse tanto-. Cobarde -añadió suavemente-. ¿De qué tienes miedo, pequeña?

Los recuerdos la asaltaron como un torrente a Vanessa, la voz de Zac en su oído, sus manos sobre su cuerpo en el asiento delantero del Cadillac, y sintió un ardiente rubor en las mejillas. Empujó el montón de fichas hasta el centro de la mesa, sin decir una palabra, y miró a Zac con expresión inflexible.

Él apagó el cigarrillo mientras una sonrisita asomaba a su boca. Aquella boca. Con razón Vanessa se sentía inquieta, alterada, ansiosa por huir y esconderse. Estar atrapada con Zac Efron era su peor pesadilla.

Zac: Enseña las tuyas y yo enseñaré las mías -dijo con calma-.

Vanessa extendió las cartas en la mesa, con movimientos lentos y deliberados, saboreando la inevitable frustración y contrariedad de Zac.

Pero él no pareció en absoluto contrariado al ver las cartas.

Zac: Muy buenas -dijo despacio, arrastrando las palabras-. Pero no lo suficiente.

Luego desplegó cuatro reyes sobre la mesa.

Vanessa se quedó inmóvil, sin habla. Era imposible que tuviera cuatro reyes, las probabilidades eran demasiado escasas. Vanessa se levantó, apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia Zac, mirándolo a los ojos. Había bebido demasiada cerveza.

Zac: Adelante, Vanessa. Acúsame de haber hecho trampa. Estoy esperando. Seguramente piensas que solo así puedo ganarte. Que solo así puedo lograr algo en esta vida. Haciendo trampa.

Ella no reaccionó al tono ácido de sus palabras.

Ness: Dímelo tú.

Zac simplemente le sonrió.

Zac: Nunca doy respuestas por las buenas.

Ness: ¿Y por las malas?

Siguió un incómodo y sugerente silencio, pero ella no se echó atrás.

Zac: Se ha dado el caso. ¿Por qué no me pones a prueba?

A Vanessa no le gustaba nada el aspecto que estaba tomando la situación, de modo que se retiró de la mesa y fue hacia el frigorífico.

Zac: Encontrarás poca cosa -dijo mientras se levantaba y caminaba hacia ella-.

Vanessa se agarró a la puerta del frigorífico como si fuera un salvavidas.

Ness: No necesito mucho. Un vaso de leche me ayudará a dormir.

Zac: La cerveza te ayudará a dormir.

Rebuscó en el frigorífico abierto y sacó la caja de leche. La abrió, echó hacia atrás la cabeza y bebió a morro. Después de limpiarse la boca, le ofreció la caja a Vanessa.

Estaba demasiado cerca, pero ella no pensaba echar a correr. Era una cuestión de orgullo. Si huía ahora, él sabría que no era capaz de plantarle cara.

Ness: Quisiera un vaso, por favor.

Zac: No tengo ninguno.

Vanessa sabía que era mentira, pues había utilizado un vaso en el desayuno. Pero Zac bloqueaba el acceso al fregadero.

Ness: Déjalo. No necesito tomar leche.

Zac: La leche fortalece los huesos -se burló-. ¿De qué tienes miedo? ¿Nunca lo has hecho? -se acercó más a ella, arrinconándola, hasta que las caderas de ambos prácticamente se tocaron-. Vamos, le pillarás el gusto. No te preocupes. Solo tienes que abrir la boca. Y dejar que se deslice por tu garganta.

Ness: No estás hablando de leche -dijo con voz áspera-.

Zac: No -se inclinó más. Ella pudo percibir el olor a leche de su aliento-. Sé valiente, Vanessa. Lo deseas. Sabe bien.

Su boca casi rozaba la de ella.

Sí, tenía razón. Lo deseaba. Deseaba aquello a lo que Zac se refería, deseaba hacer todo aquello que nunca había hecho y, por un momento, se tambaleó, acercándose a él peligrosamente.

Vanessa ignoraba qué fue lo que la salvó. Quizás el fantasma de Mike, que velaba por ella. O quizá su propio sentido común. Oyó un ruido en la calle y retrocedió. Luego echó a correr hacia la escalera.

Esperaba sentir su mano en el hombro, esperaba que la obligara a darse la vuelta y la besara, y ella no tendría más remedio que devolverle el beso, porque estaba allí atrapada y no era culpa suya, ¿verdad?

Pero Zac no se había movido. Vanessa miró furtivamente hacia atrás mientras subía por la estrecha escalera, y vio que seguía delante del frigorífico abierto, con la caja de leche en la mano, observando cómo huía aterrorizada.




Menos mal que ha hecho lo más sensato por una vez. Aunque yo aquí palpo mucha tensión sexual no resuelta XD. Así que ya veremos como termina la noche...

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lunes, 12 de mayo de 2014

Capítulo 6


Vanessa se tenía por una mujer llena de defectos, pero la cobardía no era uno de ellos. Sí, deseaba largarse pitando de allí en lugar de enfrentarse al pasado y a la verdad, posiblemente desagradable, sobre Mike. Pero el destino, o su madre, habían decretado lo contrario. Estaría allí atrapada como mínimo durante dos días, y no pasaría ese tiempo evitando a Zac. Además, cuanto más lo incordiara, más lo motivaría a ayudarla a marcharse.

Se retiró el pelo de la cara y enderezó la espalda.

Era demasiado baja, unos veinticinco centímetros más baja que Zac. Siempre había pensado que le resultaría más fácil manejarlo si no la aventajara tanto en estatura.

Él creía que podía enterrar la cabeza en el motor de un coche e ignorarla, pero Vanessa iba a demostrarle que se equivocaba.

Abrió la puerta del oscuro taller y, de inmediato, la asaltó una confusa cacofonía de sonidos. Vanessa cerró la puerta y trató de identificarlos. El zumbido de una especie de calentador que arrojaba aire caliente en el inmenso espacio de la nave. La música también sonaba muy alta. Nirvana, identificó Vanessa, pese a que no era una entusiasta del grupo. A Zac siempre le había gustado la voz rota de Kurt Cobain.

Por encima de todos los ruidos se oía el rugido del motor de un coche, acompañado de golpes constantes de martillo sobre metal. Y luego se oyó una retahíla de tacos antes de que Zac saliera de debajo del capó del Duesenberg.

Ella había esperado poder observarlo un rato sin que reparase en su presencia, pero él la miró con los ojos entrecerrados. Para hacerse oír tendría que gritar, y no estaba dispuesto a molestarse en levantar la voz. Simplemente volvió a desaparecer debajo del capó del viejo coche, dejando a Vanessa dos alternativas. Podía volver a la cocina y esperar. O acercarse a él y obligarlo a hablar.

La alternativa de la cocina resultaba tremendamente tentadora, pero Vanessa no era una cobarde. Fue hasta el enorme estéreo, apretó el botón de apagado y el nivel de ruido descendió sustancialmente.

Zac: ¿Se puede saber qué coño haces? -preguntó saliendo del Duesenberg otra vez-.

Ness: Quiero hablar contigo.

Él dejó caer el martillo en el suelo de cemento y se dirigió hacia el estéreo. Hacia ella.

Zac: Estoy trabajando -gruñó-. Y cuando trabajo me gusta oír música.

Ness: Si a eso lo llamas música -se burló-.

Zac: No se puede arreglar coches escuchando a Mozart, princesa, a pesar de lo que crea tu madre. No es que la Duquesa piense en actividades tan triviales como reparar coches, pero tú ya me entiendes. Prometí tener listo ese Dusey antes de Acción de Gracias, y voy retrasado. Saca tu culito de aquí, déjame oír mi música y así no tendré que pegarte un tiro.

Ness: ¿Tienes pistola?

Zac: Estuve en la cárcel por un delito grave. No me está permitido tener armas de fuego.

Ness: No has respondido a mi pregunta.

Zac: Ni pienso hacerlo -pasó por su lado, apretó el botón de encendido y la música volvió a tronar. Vanessa pulsó otra vez el botón de apagado y lo miró desafiante. Hasta que observó su expresión pensativa y comprendió que tal vez se había pasado-. ¿Es que quieres pelear conmigo, Vanessa? -dijo arrastrando la voz mientras volvía a encender el estéreo-. Por mí, vale. Pero solo se me ocurre un desenlace posible, y el suelo de este garaje no es el lugar más indicado para tener relaciones sexuales.

Ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ruborizarse.

Ness: Tú sueñas.

Zac: Sí.

Aquella palabra de una sola sílaba resultaba aún más inquietante, de modo que Vanessa consideró prudente cambiar de tema.

Ness: Oye, aquí tienes al menos media docena de coches. Habrá alguno que pueda usar para volver a Rhode Island. Luego te lo enviaría de vuelta, lo prometo. Tengo que irme cuanto antes de aquí.

Zac: Casi todos esos coches son de otra gente. Me gano así la vida... Arreglo coches de ricachones que no tienen alma, ni conocimientos suficientes para apreciarlos.

Ness: No me creo que no haya alguno de tu propiedad.

Él sonrió entonces, una sonrisa de depredador que dio a Vanessa que pensar.

Zac: En realidad, tres son míos, y dos de ellos funcionan. ¿Quieres echarles un vistazo?

Vanessa no se fiaba de él, de su expresión ligeramente engreída, pero le daba igual. Quería irse de allí y estaba dispuesta a correr el riesgo.

Ness: Está bien. No soy delicada.

¿Cómo podía una sonrisa ser exasperante, perturbadora y, al mismo tiempo, arrebatadoramente sexy? Claro que todo en Zac Efron podía describirse con esos adjetivos.

Zac caminó hasta la hilera de coches situados en el extremo del taller y retiró la lona amarilla que cubría el primero. A esas alturas, Vanessa habría estado dispuesta a conducir una diligencia, pero se quedó parada al ver el viejo Ford Modelo A.

Zac: Éste funciona. Corre a unos cuarenta por hora. Hay que cambiarle los neumáticos cada doscientos kilómetros, o antes si revienta alguno, y cuesta accionar la manivela de arranque, pero te lo puedes llevar.

Ness: Creo que paso. ¿Qué más tienes? ¿El Hindenburg? -Zac retiró la lona del siguiente, y Vanessa contuvo el aliento. Era una preciosidad... un Thunderbird color aguamarina de mediados de los cincuenta-. ¡Me llevo éste! -exclamó-.

Zac: No sabía que los coches te excitaran tanto, pequeña. De saberlo, habría probado esa táctica antes. Y no, no te lo llevas. Hay que ponerle un motor nuevo. No se moverá de aquí hasta entonces.

Ness: ¿Dónde está el otro que funciona?

Zac: Ahí -dijo señalando con la cabeza un vehículo cubierto situado en el rincón-.

Ness: ¿Y anda?

Zac: Sí.

Ness: Entonces, ¿dónde está el problema?

Zac permaneció inmóvil, observándola. Pero Vanessa decidió no dejarse asustar. Si la cafetera oculta debajo de la lona azul le servía para marcharse, la aceptaría de buen grado. Todo con tal de escapar.

Se encaminó hacia el coche y, sin dudar, tiró de la lona. El primer destello de color amarillo y cromo debió haberla avisado, pero ya era demasiado tarde.

Era el coche que Zac había tenido doce años antes, el mismo coche en el que la llevó a la fiesta, el mismo asiento delantero donde la había besado y tocado. El mismo asiento trasero donde...

Vanessa estaba de espaldas a Zac, gracias a Dios. Sabía que el color había desaparecido de sus mejillas, así que permaneció muy quieta, pensando cómo hacer frente a la situación. ¿Cómo iba a volverse, sonreír tranquilamente y decirle a Zac que aquel coche tampoco servía? Porque por nada del mundo pensaba meterse otra vez en los cuarteados asientos de cuero del viejo Cadillac.

Salvo que ya no estaban cuarteados. Zac debía de haberlos restaurado. Era un pequeño consuelo saber que aquéllos no eran del todo los asientos en los que había estado atrapada...

No debía pensar en ello. Respiró hondo, tratando de controlar su reacción, para poder volverse con calma y decirle que necesitaba otro coche. Lo conseguiría.

Nirvana aún retumbaba en el estéreo, pero Vanessa sabía que él la estaba observando. Esperando su reacción. Y comprendió que no podría engañarlo, así que ni siquiera lo intentó.

Volvió a poner la lona encima del viejo Cadillac. Después caminó hasta la puerta que conducía a la cocina, procurando que Zac no le viera la cara. No se molestó en dar un portazo. Al fin y al cabo, él no lo oiría por encima de la música de Nirvana. Simplemente cerró la puerta y rompió a llorar.

Zac casi se sintió tentado de ir tras ella. Él no tenía la culpa de que hubiese husmeado debajo de la lona. Si no estuviera tan empeñada en escapar y regresar con la vieja bruja, no habría metido las narices donde no debía.

Claro que eso era precisamente lo que iba a hacer mientras estuviese en el taller, meter las narices. Quizás había sido una suerte que encontrara el viejo Cadillac, después de todo. Así sabría que husmeando podía toparse con sorpresas desagradables.

Zac colocó bien la lona y tapó el coche cuidadosamente, para preservarlo del polvo y la pintura que pudiera caerle. Había sido su primer coche y lo quería como a una madre.

A Vanessa se le había caído algo en el suelo de cemento. Un objeto que relucía en la penumbra. Zac lo recogió y vio que era un pendiente. De oro, naturalmente. Los Hudgens solo tenían lo mejor. Era un unicornio... Sí, parecía muy propio de Vanessa sentir simpatía por aquellos animales mitológicos que solo se acercaban a las vírgenes.

Pero Zac sabía que Vanessa no era virgen. Y, aunque quisiera vivir en un país de fantasía, refugiada en la seguridad de su escuela de chicas, al ir allí se había adentrado en la guarida del león. En el fuego. Y podía acabar quemándose.

Zac fue hasta el banco de trabajo y abrió la pequeña caja fuerte que tenía guardada debajo. Dejó el pendiente de oro encima del bolso de Vanessa y volvió a cerrar la caja.

A Vanessa le temblaban las manos. ¿Por qué se sorprendía? No llevaba ni veinticuatro horas atrapada en el garaje de Zac y ya estaba recordando, reviviendo hechos que había querido olvidar. No tenía forma de escapar de los recuerdos, así que su única defensa consistiría en encararlos de frente en lugar de intentar evitarlos.

En aquel momento, sin embargo, no le apetecía enfrentarse a nada. Miró por la mugrienta ventana la desolación de la calle. La nieve debería haberlo envuelto todo en un romántico manto, pero solo había servido para hacer el paisaje aún más deprimente. Todavía nevaba un poco, pero la capa superior de nieve recién caída ya se había cubierto de polvo. Vanessa vio una fila de oxidados coches aparcados desordenadamente junto al costado del taller. Viejas cafeteras indignas del toque mágico de Zac, sin duda. No había ni un alma en la calle.

Si pudiera conseguir unas botas decentes y un par de suéteres, se dijo Vanessa, saldría a buscar a alguien. Cualquiera le prestaría más ayuda que Zac Efron.

Max era la persona idónea. No parecía acobardarse ante el mal genio de Zac, y seguramente aceptaría ayudarla.

El único problema era cómo dar con él. Vanessa estaba segura de que se había ido a pie. No había huellas de neumáticos delante del taller, y Max estaba cubierto de nieve cuando apareció como un ángel con el café. O tal vez solo había recorrido a pie el trecho desde la cafetería. Daba igual... No podía quedarse sentada en la cocina de Zac luchando contra los recuerdos que la atormentaban. Debía regresar a su casa, alejarse de Zac, del pasado, de los viejos recuerdos. Del maldito Cadillac amarillo.

Si supiera dónde diablos estaba su coche podría ir en busca de su chubasquero, pero por nada del mundo pensaba volver al taller para preguntarle a Zac.

De repente, se fijó en una percha de varios ganchos situada junto a la puerta trasera. En la percha había colgadas algunas prendas de ropa.

Vanessa eligió un suéter grueso y se lo puso. Olía a grasa y a gasolina y le llegaba casi hasta las rodillas, pero era cálido y amplio. Y, lo mejor de todo, olía a coches viejos y no a Zac.

El problema era que Vanessa asociaba como un acto reflejo el olor de la grasa y la gasolina con Zac, mezclado con el sabor a cigarrillos.

Cuando salió, el aire era aún más gélido que antes y ya no brillaba el sol. El cielo presentaba un aspecto gris y amenazador mientras la nieve seguía cayendo débilmente.

Vanessa caminó por el callejón hasta la carretera principal. No se oía ni se veía a nadie. Los alrededores del almacén de Zac estaban desiertos.

Había huellas en la nieve. Teniendo en cuenta lo abandonada que parecía la zona, había un número considerable de pisadas. Las pequeñas eran tal vez de Max. Vanessa vio las marcas dejadas por los hermanos y hermanas de la rata, y se estremeció. Había otra serie de huellas, probablemente de hombre. Pies estrechos, no demasiado grandes, casi elegantes. Las huellas no podían ser de Zac. Él tenía los pies grandes. Vanessa se había fijado en ellos cuando era una impresionable adolescente, y había especulado con sus amigas acerca de qué otras cosas tendría grandes Zac Efron.

Ahora prefería no pensar en eso. Aquellos pies eran más parecidos a los de Mike. Pies finos y aristocráticos, mientras que ella siempre había detestado los suyos que parecían de campesina.

No había tráfico. No podía tomar un taxi, aunque hubiese tenido dinero para pagarlo, ni hacer autostop. Se detuvo un momento en la calle desierta y cerró los ojos.

Volvió a abrirlos. Alguien la estaba observando. Se giró despacio, pero no había nadie. Alzó la vista hacia el destartalado garaje de Zac, hacia las ventanas del segundo y del tercer piso, y creyó percibir movimiento detrás de los cristales traslucidos. Vanessa parpadeó, pero no vio a nadie, de modo que meneó la cabeza. En el garaje no había más ocupantes que Zac y ella, por desgracia. A no ser que las ratas hubiesen invadido el tercer piso y tuvieran por costumbre espiar a los humanos.

Pero Vanessa no había oído pisadas de rata la noche anterior. Pese a lo rendida que estaba, se habría despertado con cualquier ruido extraño.

Lo de la ventana habrían sido figuraciones suyas. Las estrechas pisadas desaparecían en la nieve, y Vanessa se dijo que estaba dejando volar su imaginación. No había comido ni dormido lo suficiente, y se sentía más neurótica que nunca después de ver a Zac. No creyó que verlo pudiera afectarla así. Al fin y al cabo, lo sucedido aquella horrible noche era agua pasada y había quedado olvidado. Hasta que Vanessa miró los fríos ojos azules de Zac Efron y, de repente, volvió a tener dieciséis años.

Pero ya no era una adolescente, sino una mujer de veintiocho años con un título universitario, un buen empleo, una madre que la quería y una vida satisfactoria. En aquel momento no tenía ninguna relación, aunque podía tenerla cuando quisiera. Pretendientes no le faltaban. Sencillamente, aún no estaba preparada para ello. Además, no necesitaba a un hombre para sentirse completa.

Cuando regresó al cálido interior de la cocina, no había ni rastro de Zac. El suéter prestado estaba cubierto de nieve, y Vanessa lo sacudió sobre el cuarteado suelo de linóleo antes de colgarlo otra vez en la percha. Probablemente era la primera vez que el agua tocaba aquel suelo en veinte años. Sin embargo, al fijarse bien, Vanessa comprobó que el suelo estaba impecable. Alguien debía de hacerle las cosas a Zac.

Por alguna razón, aquel pensamiento la sorprendió. No se le había ocurrido que pudiera haber una mujer en la vida de Zac. Una mujer que le ayudara en las tareas de casa y se acostara con él.

Pero no, no era probable. Las mujeres con las que solía relacionarse Zac no eran de las que tenían interés por las tareas domésticas. Siempre las había elegido por el tamaño de sus senos: cuanto más grandes, mejor. Menos mal que Vanessa seguía teniendo un pecho discreto. En ese sentido, no corría ningún peligro. Con sus insinuaciones, Zac solo pretendía intimidarla. No estaba interesado en ella, nunca lo había estado. Lo de aquella horrible noche había ocurrido por casualidad. Zac estaba borracho y aburrido, y dejó a Vanessa con otro en cuanto tuvo ocasión.

Vanessa prefería no pensar en eso. Agarraría una caja de galletas rancias, subiría a su cuarto e intentaría pensar qué diablos iba a hacer. Intentaría no preocuparse de si había ratas correteando por las cortinas del piso de arriba. O fantasmas.

No creía en fantasmas. Y, si de ella dependiera, tampoco creería en ratas. Así no tendría que tratar con una rata gigante como Zac.

Era injusto estar allí atrapada en compañía de la última persona a la que deseaba ver. Lo había hecho por su madre, creyendo que podría llegar y largase sin siquiera mirar a Zac a la cara. No había previsto que el coche se averiase. Ni que le robaran el bolso.

Tampoco había imaginado que, al mirar los ojos azules de Zac, volvería a sentirse tan asustada y recelosa como una jovencita de dieciséis años. E igual de fascinada.




¡Hala! ¡Zac es un mentiroso! Sí fue él quien le robó el bolso a Ness. Pero con lo bruto que es no se sabe si la retiene ahí porque la quiere o por lo malo que es. Vanessa tiene que espabilar y largarse.

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jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo 5


Por lo menos, Zac había dejado la puerta de la cocina abierta, de modo que la luz se filtraba hasta el pie de la escalera. Esta vez no habría ratas muertas que Vanessa pudiera pisar con los pies descalzos, gracias a Dios. La única rata era la que había arriba, duchándose.

Vanessa no quería pensar en eso. Zac estaría desnudo mientras se duchaba, una imagen que prefería desterrar de su mente, se dijo mientras atravesaba la cocina, ahora sorprendentemente ordenada.

Lo único que quería era recoger las cosas de Zac y largarse de allí. Zac la intranquilizaba, incluso después de tanto tiempo. La intranquilizaba más que los interrogantes sobre la muerte de Mike. Vanessa amaba a su primo, aunque en los últimos años había perdido toda la fe en él. Mike era un chico problemático, quizá tan problemático como Zac Efron. Se había metido en la droga, había quebrantado la ley y había hecho sufrir a la madre de Vanessa. Con su encanto y su atractivo había logrado siempre librarse de las consecuencias de su mala conducta. Hasta que al final alguien, quizá su amigo de la infancia, se había hartado y lo había matado.

Mike jamás volvería. Y nada haría que su pérdida fuese menos dolorosa, ni la verdad ni la venganza. En realidad, ya habían perdido a Mike mucho antes. Necesitaba descansar en paz.

A Vanessa le fastidiaba entrar en el taller para utilizar el teléfono público, pero no tuvo más remedio que hacerlo.

Bella: ¿Por qué diablos llamas a cobro revertido, Vanessa? -dijo en su habitual tono lastimero-. Tienes un teléfono móvil.

Ness: He perdido el bolso -explicó-. ¿Cómo te encuentras, madre?

Bella: Igual -contestó con un suspiro-. ¿Cómo has perdido el bolso? ¿Dónde estás, a todo esto? ¿Has visto a ese hombre?

Vanessa no dudaba que «ese hombre» era Zac.

Ness: Estoy en Wisconsin. En su taller. Mi coche se salió de la carretera. Perdí el bolso y necesito volver a casa.

Bella: Qué mala suerte -exclamó con su vocecita débil-. Y qué imprudente has sido. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Vanessa respiró hondo.

Ness: Doce horas. Doce largas horas. Necesito que me envíes dinero y algún documento que pueda servir para acreditar mi identidad. Que Amy lo busque. Y que llame a la Delegación de Tráfico para preguntar qué debo hacer respecto al permiso de conducir. Sin él no puedo alquilar un coche.

Bella: Prefiero no pedirle favores a mi enfermera -contestó fríamente-. Bastante tiene con cuidar de una anciana en silla de ruedas.

Vanessa apoyó la frente en la pared, cerca del teléfono. Isabella nunca desaprovechaba la oportunidad de utilizar su artritis como arma.

Ness: No creo que a Amy le importe, tratándose de una emergencia.

Bella: No sé dónde está la emergencia. Te encuentras en casa de Zac, ¿no?

Ness: Sí, pero...

Bella: Pues perfecto. Tu primo murió ahí, Vanessa. A nuestro Mike lo asesinaron ahí, y ahora tienes la ocasión de averiguar qué sucedió.

Ness: Yo no soy Jessica Fletcher, madre.

Bella: Déjate de frivolidades -repuso-. A mí no me engañas. Esto te importa tanto como a mí. No pasará nada porque te quedes con Zac unos días. Llamaré a mi abogado y él hará las gestiones necesarias para que recuperes tus documentos. Mientras tanto, no te muevas de ahí y permanece muy atenta. Nada sucede por casualidad. Creo que el destino ha querido que estés ahí.

Vanessa no se molestó en discutir. Quería muchísimo a su madre, pero Isabella solía pensar que el destino actuaba en función de sus deseos. Después de todo, era una Hudgens por partida doble. Se había casado con su primo segundo Victor, y Mike solía decir que lo había hecho para conservar el apellido.

Ness: La verdad es que prefiero no...

Lo intentó otra vez, pero Isabella se impuso en un tono inusitadamente férreo.

Bella: Lo que tú prefieras no tiene importancia en estos momentos, Vanessa. Llamaré a la señorita Farrell... Seguro que podrán arreglárselas sin ti unos días. Mientras, concéntrate en averiguar todo lo posible sobre Mike. Por qué fue allí, qué hizo en los últimos días. Todo.

La voz de Isabella había adquirido aquel tono de desesperación que destruía siempre las defensas de Vanessa.

Ness: Está bien, madre -dijo derrotada-. Pasaré aquí unos días.

Bella: Gracias, Vanessa. Sabía que podía contar contigo. Al fin y al cabo, las dos lo queríamos muchísimo.

Ness: Sí, muchísimo -afirmó-. Voy a darte el...

Bella: Adiós, cariño.

Ness: ...número de teléfono del taller.

Pero Isabella ya había colgado. Vanessa miró el aparato con frustración. Se planteó llamar de nuevo, pero no era probable que Isabella contestase ahora que se había salido con la suya.

Estaba atrapada. Vanessa volvió a colgar el auricular con cuidado y, antes de regresar a la cocina, se detuvo a observar el enorme y oscuro taller.

Debía de haber sido una especie de fábrica o de almacén en otros tiempos. A lo largo de la inmensa nave se alineaban dos hileras de vehículos, en su mayoría cubiertos con lonas. Vanessa identificó un viejo Thunderbird, un Mustang Cobra y un señorial Oldsmobile del cuarenta y nueve.

Vio un Ford de 1954 al que le faltaba el motor. Al lado había nada menos que un Duesenberg.

Vanessa se acercó a él sin poder contenerse. Había resistido el paso del tiempo con sorprendente dignidad y, pese a su estado, conservaba una majestuosidad y una elegancia que despertaron en ella un desacostumbrado sentimiento de codicia. Mientras contemplaba el viejo Duesenberg, deseó tenerlo.

Vanessa se giró con determinación y regresó a la cocina. Tenía hambre y, por suerte, Zac no había aparecido aún.

Con razón seguía estando tan delgaducho. En los armarios de la cocina no había comida ni para llenar a la rata muerta. Al final, Vanessa dejó de buscar y se puso a comer unos cereales secos directamente de la caja. En ese momento, se abrió la puerta y entró un pequeño ángel de la guarda. Más concretamente, Max, con una bolsa de comestibles.

Max: Hola, cielo -la saludó-. Traigo un poco de comida. Zac nunca tiene ninguna en casa y supuse que estarías hambrienta. No te comas esos cereales... Creo que el tipo de la caja participó en las Olimpiadas del treinta y seis.

Vanessa soltó la caja rápidamente y engulló los últimos cereales que tenía en la boca. El hombrecillo sacó de la bolsa leche, zumo de naranja y una caja de bollos que olían a gloria.

Max: Bollos de canela, sin nueces. Te gustan así, ¿verdad?

Ella ya había abierto la caja, pero alzó la cabeza al oír sus palabras.

Ness: ¿Cómo lo has sabido?

Max se encogió de hombros.

Max: Mike debió de mencionarlo. Tengo buena memoria para ese tipo de detalles.

Ness: Pero Mike no... no creo que supiera si me gustan o no las nueces.

Max: Caramba, pues entonces te habré confundido con otra persona. Mañana te los traeré con nueces -dijo sin inmutarse-.

Ness: No, éstos son perfectos -se apresuró a responder, consciente de que había sido descortés-.

Max: Y café decente -añadió mientras le ponía delante un gran vaso de cartón-. El que prepara Zac también sirve para quitar el óxido a las piezas de los coches viejos.

Zac: Me sentiría ofendido si no supiera que también has traído café para mí -dijo desde la puerta-.

Vanessa se giró al oír su voz, y retiró la mirada rápidamente. Iba sin camisa, con el cabello húmedo y los pies descalzos. Debió suponer que estaría aún más atractivo que cuando tenía dieciocho años. Retiró la tapadera del vaso y el aroma del café impregnó el aire, tan tentador como... En fin, tentador.

Max: ¿No trabajas hoy? -preguntó mientras se sentaba a la mesa-.

Zac: Pensaba hacerlo -antes de sentarse al lado de Vanessa, Zac se puso la camisa, aunque no se molestó en abrochársela-. Pásame mi café -tomó un generoso trago y luego miró el vaso con horror-. ¿Qué es esta mierda?

Max: Capuchino. Pensé que ya iba siendo hora de que ampliaras tus horizontes.

Zac: Mis horizontes son perfectos tal como están. -Hizo una mueca de asco mientras tomaba otro sorbo-. Bueno, hablemos de algo más interesante, como un Studebaker del cuarenta y nueve...

Ness: ¡Tengo que irme de aquí! -los interrumpió-.

Zac se volvió hacia ella, como si acabara de reparar en su presencia.

Zac: Y a mí me encantaría que te fueras -dijo amablemente-. Pero ¿qué quieres que haga yo?

Ness: Mi bolso ha desaparecido.

Zac: Ya lo sé. Llama a la Duquesa y pídele lo que necesites.

Ness: La he llamado. Hará lo necesario para enviarme el dinero y los documentos que preciso, pero tardará un tiempo. Quiere que me quede aquí mientras tanto.

Esta vez sí consiguió sorprenderlo.

Zac: ¿La Duquesa te quiere en mis malvadas garras?

Alargó la mano hacia el paquete de cigarrillos que había en la mesa.

Max le dio la mano.

Max: Creí que intentabas dejarlo.

Zac: Sí, pero no en un momento tan estresante de mi vida. Lo haré cuando no tenga huéspedes -encendió un cigarrillo-. No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué te quiere aquí la Duquesa?

Ness: Quiere que averigüe qué le pasó a Mike.

Zac: Murió.

Ness: Dime algo que no sepa.

Zac dio una larga calada al pitillo y entrecerró los ojos mientras exhalaba el humo.

Zac: Podría decirte muchas cosas que no sabes, pequeña. No hay nadie más ciego que el que no quiere ver.

Ness: ¿Qué quieres decir con eso?

Zac: Que no creerías nada de lo que yo te dijera aunque te demostrase que es cierto. Hace mucho tiempo que te formaste un juicio de mí, y nada cambiará tu forma de pensar. Puedes volver a Rhode Island y seguir viviendo a salvo en tu pequeño mundo. ¿Nunca sentiste deseos de irte de allí? -añadió, cambiando de tema-.

Ness: La verdad es que no.

Era mentira, aunque él no tenía forma de saberlo.

Vanessa se sentía agobiada en la pequeña ciudad universitaria donde había pasado toda su vida. Cualquier cosa, incluso un ruinoso garaje situado en medio de ninguna parte, habría sido preferible.

Zac: Bueno, ¿y qué es lo que necesitas para largarte? -preguntó alargando la mano hacia el último bollo-.

Solo entonces advirtió Vanessa que ella se había comido los otros tres, movida por el puro nerviosismo.

Ness: Mi bolso, por ejemplo.

Zac: Yo no lo he visto -aseguró-. ¿Y tú, Max? ¿No te habrás llevado tú el bolso de la señorita?

Max: Claro que no, Asesino -protestó en tono inocente-.

Vanessa, que estaba a punto de apurar el café, soltó el vaso.

Ness: ¿Por qué siguen llamándote así?

Él se encogió de hombros mientras apagaba el cigarro a medio fumar.

Zac: Quizá me lo merezco. O tal vez mi fama me sigue a todas partes. Bueno, nadie sabe dónde está el bolso. ¿Más sugerencias?

Ness: Necesito que arreglen mi coche y dinero para gasolina.

Zac: Te lo daría encantado con tal de que te vayas, pero han remolcado el coche a un taller situado en el otro extremo del pueblo, y Mich ni siquiera sabe cuándo podrá ponerse con él. Además, está prohibido conducir sin el carné.

Ness: Me arriesgaré -respondió-. ¿Y desde cuándo te han importado a ti las leyes?

Zac volvió a encogerse de hombros.

Zac: Tan solo pensaba en su intachable reputación, señorita Hudgens. Asúmelo: de momento no puedes contar con el coche. Puedes quedarte hasta que lo arreglen, o bien pensar en otra solución.

Ness: ¿Como cuál? Necesito dinero. Necesito mis tarjetas de crédito. Necesito mi teléfono móvil y mi carné de conducir. No puedo alquilar un coche ni comprar un billete de avión.

Zac: Pues qué mala suerte. Estoy condenado a hospedarte en mi casa durante los próximos días. Y tú no tendrás más remedio que soportarme. Aunque aguante no te falta, ¿verdad? Total, llevas toda tu vida soportando a la Duquesa.

Ness: ¡Deja de llamarla así! Quiero mucho a mi madre.

Zac: Claro que sí. Adoraba a Mike; y a ti apenas te prestaba atención. Eres una masoquista, Vanessa.

Ness: Ya no -repuso levantándose de la mesa-. ¿No tienes algún coche que pueda utilizar?

Zac: Mis bellezas son demasiado valiosas como para dejarlas en manos de un conductor sin carné -contestó en tono perezoso-.

Ness: Sabes que te odio, ¿verdad?

Zac: Sí, ya me lo habías dicho. Y no creo que cambies de opinión mientras sigas dejándote influir por tu madre.

Vanessa ya había llegado hasta la puerta.

Ness: ¿Te gustaría que cambiase de opinión?

Logró sorprenderlo con la pregunta. Zac permaneció callado un momento, reflexionando.

Zac: Podría resultar interesante.

Vanessa salió y cerró la puerta con estrépito.

De inmediato notó el cortante soplo del aire invernal. Había salido vestida tan solo con la camiseta y los vaqueros, y el suelo estaba cubierto por una gruesa capa de nieve.

Se giró de nuevo hacia la puerta. Pero no, no podía volver a entrar después de su airosa salida. Tendría que permanecer allí, a la intemperie, y pillaría una pulmonía.

Al cabo de unos minutos, seguía temblando, helada de frío, cuando la puerta se abrió. Vanessa no se volvió. Siguió de espaldas a la puerta, tratando de controlar su tiritera. Zac podía pedirle disculpas hasta que se le amoratara la cara. Aunque la que se estaba amoratando era ella.

Max: Se ha ido al taller a trabajar. Entra antes de que se te hiele el... Ejem, antes de que te mueras de frío.

Vanessa se giró para mirar al hombrecillo.

Ness: Zac es un gilipollas -dijo rotundamente-.

La cara arrugada de Max se contrajo en una sonrisa.

Max: Eso no puedo discutírtelo. Siempre ha sido un cabronazo difícil de aguantar. Pero no te quedes ahí muriéndote frío. Dudo que Zac te diera calditos de pollo y aspirinas si enfermaras mientras estás aquí.

Ness: Yo también lo dudo -pactó mientras lo seguía hasta la cocina y cerraba la puerta-.

Agradeció la sensación de calor y se frotó los brazos para insuflarles vida de nuevo.

Max: Eres tan tozuda como él, ¿eh? Eso traerá complicaciones.

Ness: En absoluto. Me iré de aquí y no lo veré nunca más. No sé qué problema tiene... Lo único que ha de hacer es prestarme un coche y cien pavos para la gasolina.

Max: Zac tiene recursos de sobra para ayudarte. Será que no quiere hacerlo.

Ness: No me extrañaría. Aunque creí que su deseo de librarse de mí se impondría a la antipatía que me tiene.

La sonrisa de Max dejó ver una dentadura sorprendentemente perfecta. Postiza, sin duda.

Max: ¿Crees que te tiene antipatía?

Ness: Desde luego. La misma que yo le tengo a él -afirmó-.

Max: Bueno, dicho así, puede ser -dijo en tono falso-. Pero lo cierto, Vanessa, es que hace cinco años que conozco a Zac y sé cómo piensa. En tu caso, sus sentimientos no tienen nada que ver con la antipatía.

Ness: Muy bien, pues con el odio.

Max meneó la cabeza.

Max: No exactamente. Tendréis ocasión de averiguarlo durante los próximos días. Y será beneficioso para ambos. Hay demasiados asuntos pendientes entre vosotros.

Ness: ¿Qué te hace pensar eso? No puedo creer que te haya hablado de mí. O que haya pensado siquiera en mí durante estos últimos cinco años.

Max: Olvidas que Mike estuvo aquí. Y sí, se hablaba de ti. ¿Por qué no se lo preguntas a Asesino?

Se puso el grueso chaquetón, listo para aventurarse en el gélido clima de Wisconsin.

Ness: ¿Crees que no pienso hacerlo? He venido en busca de respuestas.

Max: Bien. Permanece muy atenta y quizá Zac te las proporcionará. Si realmente deseas saberlas.

Max cerró la puerta cuidadosamente al salir y Vanessa se quedó sola en la cocina, preguntándose si de verdad deseaba conocer todas las respuestas.


Podía percibir el aroma de canela y de café que ascendía hacia él. Qué curioso, había olvidado lo que era comer, sentir calor, tocar, pero aún conservaba un fuerte sentido del olfato. Podía identificar el olor del champú de Asesino, sabía cuándo Vanessa se movía debajo de él. Atrapado como estaba, podía sentirlo todo, olerlo todo, saberlo todo. Salvo cómo escapar.

Asuntos pendientes. ¿No era eso lo que mantenía a un fantasma atado a un lugar? Mike tenía un asunto pendiente y, en cuanto lo resolviera, sería capaz de marcharse.

Tendría que matar a Zac. O hacer que alguien lo matase. Quizá sería necesario acabar también con Vanessa. Un arreglo de asesinato y suicidio sería perfecto, pero sumamente improbable. A menos que se pudiera persuadir a Vanessa para que disparara a Zac.

No era del todo imposible. Habían sucedido muchas cosas entre ambos. Estaban tan acosados por el pasado como por su oscura presencia.

Habría que ver cuál de aquellos dos factores resultaba ser más poderoso. Y más destructivo.




Madre mía... Parece esto una novela de terror más que de amor XD.
Bueno, precisamente por eso me gustó, mezcla ambas cosas. Hay misterio, miedo, amor, pasión...
¡Uy! Ya hablé más de la cuenta XD

Espero que os esté gustando la nove. Todavía os queda mucho de odiar a Zac XD

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