topbella

martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 3


Vanessa se despertó en la penumbra, desorientada, y luchó por dominar su pánico. Se oía un fuerte zumbido, tenía frío, le dolía la espalda y no sabía dónde estaba. La luz de neón volvió a brillar, iluminando el cuarto por un breve momento, y Vanessa lo recordó todo. Sintió que su pánico aumentaba.

Se incorporó y respiró hondo para calmarse. Nunca le había gustado dormir en camas extrañas. Por eso, entre otros motivos, había viajado hasta Wisconsin sin pararse a descansar en un motel.

Miró hacia la ventana, contemplando la mortecina luz grisácea del amanecer de noviembre. Ignoraba cuánto había dormido. Podían haber pasado horas o minutos. A la implacable luz del día, el pequeño cuarto parecía una celda. Se dio cuenta de que el zumbido procedía de una rejilla que expulsaba aire caliente. Al menos, aquel sitio tenía calefacción central.

Vanessa volvió a tumbarse y cerró los ojos. ¿Para qué iba a levantarse? Zac estaría durmiendo los efectos de lo que hubiese tomado la noche anterior y no se encontraría en condiciones de ayudarla. Al fin y al cabo, tampoco tenía interés en hacer nada por ella. Nunca se habían llevado bien.

Vanessa se estremeció. Lo sucedido aquella terrible noche, hacía ya tanto tiempo, nunca había llegado a borrarse de su mente. Pasaron los meses, e incluso los años, sin que Vanessa pensara en lo ocurrido, sin que recordara el dolor y la vergüenza. Pero bastó una mirada a los fríos ojos azules de Zac para que regresaran de golpe todos los recuerdos.

Respiró honda y lentamente para disipar la tensión de su cuerpo. Había pasado mucho tiempo, se dijo. Y Zac había acabado tan borracho que era imposible que recordara los detalles de lo ocurrido. Si es que se acordaba de algo.

Vanessa llevaba cuarenta y ocho horas con la misma ropa y empezaba a sentirse más que sucia. En cuanto saliera de allí, pararía en el primer motel que encontrara, se daría una ducha de dos horas e intentaría dormir un poco. Después se dirigiría directamente a Rhode Island, sin más respuestas que cuando emprendió aquella absurda búsqueda.

El cuarto empezaba a caldearse, de modo que Vanessa pudo prescindir del saco de dormir. Se pasó la mano por el cabello revuelto y, en ese momento, vio su maleta.

Se quedó mirándola, sin cometer el error de interpretarlo como una buena señal. Si Zac hubiese arreglado ya su coche, no le habría subido la maleta. No haría nada que contribuyese a prolongar su estancia allí.

Vanessa abrió la puerta que daba al largo y estrecho pasillo. La bombilla desnuda situada en el extremo iluminaba el cuarto de baño vacío. Las demás puertas estaban cerradas, y Vanessa se preguntó dónde dormiría Zac.

Tampoco es que le importara. Para entonces el baño presentaba un aspecto bastante decente y, ahora que tenía ropa limpia, la perspectiva de ducharse le resultaba cada vez más tentadora. No se marcharía hasta que Zac se despertara y le diera las cosas de Mike, y no estaba dispuesta a llevar aquella ropa sucia ni un momento más.

La puerta del baño tenía cerradura. Una de esas cerraduras antiguas con llave maestra. De haber sido más lista, podría haberse llevado la llave la noche anterior para cerrar la puerta del cuarto. Así Zac no habría entrado en la oscuridad para dejar allí la maleta. ¿Se habría detenido un momento para mirarla mientras dormía? Lo dudaba.

La bañera era una mugrienta antigualla con la ducha acoplada al techo, pero el agua salía caliente y las toallas olían a limpio.

Vanessa se peinó el cabello húmedo con las manos e hizo una mueca al verse en el espejo. Solo llevaba camisetas y tejanos en la maleta. Parecía una niñita de doce años, sin maquillaje, con el pelo mojado y aquellas ropas de chico. Cualquier otra mujer de veintiocho años se habría alegrado de parecer tan joven. Vanessa, sin embargo, se acordó de cuando tenía dieciséis años y Zac Efron era el aterrador centro de su universo.

Cuando salió del baño, el pasillo aún estaba a oscuras y las puertas seguían cerradas. Dejó la ropa sucia en un rincón del cuarto y luego se asomó a la ventana. Ya empezaba a clarear la mañana; debían de ser alrededor de las siete. Tenía dos alternativas: esperar a que Zac acabara de dormir la resaca y se levantara, o bajar para ocuparse de todo ella misma. No sería tan difícil. Debía localizar el coche, encontrar a alguien que lo remolcara, llamar a Isabella, buscar café y algo que comer...

Vanessa bajó con cuidado las angostas escaleras, agarrada al destartalado pasamanos. No había luces encendidas, de modo que, al llegar abajo, alargó la mano hacia la puerta de la cocina, cuando pisó algo blando y suave. Algo grande.

Gritó, cayó hacia atrás en la oscuridad y de inmediato se sintió como una idiota. Probablemente no había sido nada, una prenda de ropa tirada en el suelo, tal vez...

La puerta de la cocina se abrió de golpe y apareció Zac. Irradiaba impaciencia.

Zac: ¿A qué coño vienen esos gritos? ¿Te has caído?

Ness: He... he pisado algo -respondió tratando de no tartamudear-. Probablemente no era nada... -bajó los ojos hasta el pequeño recuadro de suelo situado al pie de la escalera. Tragó saliva-. O quizá sí.

Zac: Es una rata -dijo con una voz tan neutra como su expresión-. Salen de vez en cuando.

Ness: ¿Tienes ratas? -inquirió horrorizada-.

Zac: Perdona, princesa, pero esto no es el Taj Mahal, sino un almacén viejo. Es normal que haya ratas. Al menos, las que aparecen ya están muertas. Alguien debió de poner veneno detrás de las paredes hace años, y aún hace efecto. No hay peligro de que me roben la comida.

Comida, pensó Vanessa. Miró la rata muerta, pero ni siquiera el cadáver del animal bastó para distraerla.

Ness: Tengo hambre.

Zac: Pues ve a la cocina y busca algo de comer. ¿A menos que te apetezca rata frita?

Vanessa, que seguía sentada en la escalera, se levantó y lo miró furiosa.

Ness: ¿Puedes quitar la rata primero? No quiero pisarla.

Fue un grave error. Antes de que ella comprendiera sus intenciones, Zac la alzó en vilo y la llevó hasta la cocina. Después la soltó inmediatamente, como si no fuera más atractiva que la rata muerta.

Zac: Ya está, Alteza. Hay pan en la encimera y cerveza en el frigorífico.

Ness: Seguro que sí -repuso ella en tono hostil-. Pero no acostumbro a beber cerveza en el desayuno.

Zac: Deberías probarlo.

Agarró la rata por el rabo. El animal colgaba flácido de su mano, y Vanessa se estremeció.

Ness: Gracias, te dejaré a ti la cerveza.

Zac: Qué detalle -llevó la rata hasta la puerta trasera y la arrojó al callejón-. Asunto resuelto.

Ness: ¿Piensas dejarla ahí? ¿Para que propague enfermedades y Dios sabe qué más?

Zac: Con los carroñeros que hay en la zona, no durará mucho. Se la comerán sus hermanas o algún perro callejero. Bueno, haré café. El pan está en la encimera.

Vanessa encontró dos piezas de pan dentro de una bolsa de plástico.

Ness: ¿Y la tostadora?

Zac: Está estropeada. Encima de la hornilla hay mantequilla de cacahuete. Hazte un sándwich.

Vanessa se sentó a la mesa y empezó a prepararse el sándwich mientras observaba cómo Zac ponía la cafetera después de vaciar los posos del café antiguo.

Ness: ¿No la lavas primero?

Zac: ¿Para qué? Antes también contenía café.

Se apoyó en la encimera y la miró perezosamente.

Ness: Pero los restos harán que el café sepa amargo -dijo sin entrar en el aspecto de la limpieza-.

A juzgar por el aspecto de la cocina, la higiene no era una de las prioridades de Zac.

Zac: Quizá lo prefiero amargo.

Ness: No me cabe duda -contestó mientras devoraba el improvisado sándwich-. Supongo que no tendrás algo tan trivial como un refresco de cola.

Zac: Busca en el frigorífico, Alteza.

Zac había mentido sobre la cerveza. Debían de habérselas bebido todas durante la partida de póquer. El frigorífico solo contenía un trozo de queso, una caja de leche y varias latas de Coca-Cola. Vanessa sacó una, la abrió y tomó un largo trago, dejando que la endulzada cafeína burbujeara por su garganta.

Zac la observaba con una expresión indescifrable en el rostro.

Ness: ¿Qué sucede? -preguntó algo irritada-.

Zac: No creía que fueras de esas personas que beben directamente de la lata.

Ness: A lo mejor es que no me fío de tu concepto de la limpieza.

Zac: Seguro que para ti deja mucho que desear.

Ness: Así es. ¿Cuándo recogiste mi maleta? ¿Has traído mi coche?

Zac: Tu coche sigue metido en una zanja junto a la carretera. Y yo no recogí la maleta. Max fue a hacerme un recado, encontró el coche y trajo la maleta. Le has causado muy buena impresión. Aunque, claro, él no te conoce tan bien como yo.

Ness: Tú no me conoces en absoluto. No nos hemos visto en doce años. Y en aquella época no teníamos relación ninguna.

Zac: Eso no es lo que yo recuerdo.

Vanessa notó como si le dieran una patada en el estómago. Ni siquiera parpadeó.

Ness: ¿Tan claros tienes los recuerdos, con los años que han pasado?

Zac: Lo suficientemente claros.

Vanessa se preguntó si estaría imaginando el leve tono de amenaza que percibía en su voz. Probablemente no.

Ness: Necesito llamar a mi madre.

Zac: ¿Para qué?

Ness: Para decirle que he llegado bien. Y que me iré en cuanto el coche esté arreglado. Esta misma tarde, espero.

Zac: No te hagas ilusiones. Max dice que el coche está hecho polvo.

Ness: Esto es un taller, ¿no? Te pagaré para que lo arregles.

Zac: Trabajo con coches americanos, no importados. Se precisan herramientas distintas.

Ness: En ese caso, llamaré a mi seguro de coche. Tal vez puedan enviar a alguien para que lo repare y, mientras tanto, me hospedaré en un motel. O alquilaré un coche.

Zac: Cariño, esto es el culo del mundo. El único motel de la zona es uno de esos tugurios que alquilan habitaciones por horas. Y el único que alquila coches soy yo.

Ness: ¿Y qué?

Zac la miró de soslayo.

Zac: Que no dejo que mis coches salgan del Estado. Luego no hay forma de traerlos de vuelta.

Ness: Pensé que estabas deseando echarme de aquí.

Zac: Te equivocas -dijo en tono perezoso mientras retiraba la cafetera, que se había llenado ya de un potingue negruzco-. Me parece que voy a disfrutar reviviendo los viejos tiempos. Los idílicos días de mi juventud.

Ness: Tu juventud no fue lo que se dice idílica.

Zac: La tuya tampoco, princesa.

Ness: No es así como yo lo recuerdo. Tenía unos padres cariñosos, una vida segura, y a Mike, que era como un hermano y mi mejor amigo. Hasta que tú lo atrapaste en tus redes.

Él se sentó junto a la mesa y sacó sus cigarrillos. Vanessa pensó que hacía años que no había estado cerca de alguien que fumara, y observó fascinada cómo encendía un pitillo con su mechero plateado.

Zac: Los recuerdos pueden ser inexactos -dijo echándole una bocanada de humo-.

A Vanessa le habría gustado toser, pero, en realidad, nunca había sido particularmente sensible al humo. Además, era evidente que Zac intentaba incomodarla, y no pensaba darle la satisfacción de conseguirlo.

Ness: Quizá los tuyos lo sean. Creo que yo tengo los detalles mucho más claros que tú.

Zac: Lo que tú digas.

Ness: ¿Dónde está el teléfono?

Zac: En el taller. Es un teléfono público. Asegúrate de llevar suficientes monedas.

Ness: ¿Cómo es posible que no tengas una línea telefónica propia?

Zac: No me gusta que se inmiscuyan en mi vida privada.

Ness: Entonces, haré lo posible por irme de aquí cuanto antes. Tráeme las cosas de Mike y llamaré al seguro.

Zac: ¿A qué tanta prisa, princesa? Mike lleva muerto tres meses. No va a ir a ninguna parte.

Ness: ¿Ni siquiera te importa? -inquirió-. ¡Era tu mejor amigo! Erais como hermanos, y murió bajo tu techo. ¿Es que no sientes nada? ¿Pena, dolor, culpabilidad?

Zac: Yo no soy responsable de la muerte de Mike -repuso con voz distante-.

Ness: No he dicho que lo seas. Pero debiste haberlo protegido. Si se había mezclado con mala gente, debiste haber hecho algo para ayudarlo, lo que fuera...

Se interrumpió al ver la expresión irónica de él.

Zac: Será mejor que hagas esas llamadas -dijo mientras se servía una taza de humeante potingue negro-. ¿Quieres café?

Ness: Preferiría morir antes que beber eso.

Zac: Antes o después, carita de ángel, tendrás que aprender a rebajar tus exquisitos niveles de exigencia.

El olor del café era tentador. Vanessa estaba segura de que sabría fatal... demasiado fuerte y amargo, haría estragos en su estómago y en sus nervios. Ni siquiera con leche y azúcar estaría pasable... Aun así, le apetecía.

Se levantó y se pasó una mano por el cabello húmedo. Zac la estaba observando, cosa que no le gustaba ni pizca. Cuanto antes se marchara de allí, mejor.

Ness: Así que mi coche sigue en la cuneta de la carretera... ¿Qué carretera dijiste que era?

Zac: La 31.

Ness: Bien. Llamaré a la compañía aseguradora y a mi madre, y haré las gestiones necesarias para dejar de perturbar tu intimidad. Eso es lo que quieres, ¿no? Que me vaya pitando de aquí.

Zac: ¿Tienes alguna duda al respecto?

Apagó el cigarrillo mientras la miraba por encima de la estela de humo.

En realidad, Vanessa sí tenía dudas al respecto. Resultaba ilógico, pero Zac no parecía tener prisa por que se fuera.

Ness: Voy a buscar mi bolso. A lo mejor mi móvil funciona aquí.

Zac: A lo mejor -dijo mientras sorbía el café sin siquiera hacer una mueca-. Pero yo no estaría muy seguro. En tu lugar, no estaría seguro de nada.

Vanessa no se molestó en discutir con él. Subió las estrechas y oscuras escaleras, evitando pisar la mancha que había dejado el cuerpo de la rata, y fue derecha a su cuarto.

A la grisácea luz de aquella mañana de noviembre, la sobria habitación resultaba aún menos acogedora que antes. Tan solo contenía el colchón, el saco de dormir y la maleta de Vanessa.

Del bolso no había ni rastro.


Qué frío hacía allí arriba. Mike nunca creyó que llegaría a sentir tanto frío, mientras los observaba desde lo alto. Era extraña la sensación de flotar, etéreo, hasta que todo se enfocaba ante sus ojos. Debió suponer que ella acudiría. Lo que no entendía era cómo había tardado tanto en llegar. Seguramente había quedado destrozada con su muerte y no podía seguir viviendo en paz sin obtener respuestas. Había ido allí para enfrentarse a su viejo colega Zac. El hombre que lo había dejado morir.

Todavía no sabía con seguridad qué iba a hacer al respecto, a pesar de que había tenido mucho tiempo para pensarlo. El tiempo había dejado de tener sentido, los días se confundían unos con otros. Estaba atrapado en aquel viejo edificio, incapaz de marcharse, pero la había oído moverse por el almacén y había sabido que era ella.

Lo de la rata muerta había sido un buen detalle. Dejaba una cada pocos días. No había esperado que fuese Vanessa quien la encontrase, pero tampoco le importaba. Ahora Zac tendría que improvisar una explicación, y deprisa. Conociéndolo, no le diría a Vanessa que el fantasma de su primo asesinado rondaba la vieja fábrica.

No, era preferible explicar que estaba infestada de ratas. Lo cual era cierto. Infestada por una rata que había traicionado a su mejor amigo y lo había enviado a la muerte. Y por el propio Rey Rata, Mike Hudgens.

Los buenos siempre volvían.




Oh my God... =S
Esto va de mal en peor y Zac es cada vez más estúpido ¬_¬
Y la rata... ¡oh, Dios! ¡Qué asco! Vanessa, ¡sal de ahí!

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


domingo, 27 de abril de 2014

Capítulo 2


Vanessa encontró el baño, un alivio relativo dadas las condiciones en que se hallaba. No se explicaba cómo los hombres podían ser tan cerdos; debía de ser por algo relacionado con el cromosoma extra. La única toalla a la vista presentaba un mugriento color gris, así que Vanessa utilizó las manos para lavarse la cara y después se miró al espejo.

A sus veintiocho años, lucía el mismo aspecto que había lucido siempre: tez morena, ojos marrones, cabello negro.

Se apartó el pelo de la cara y observó su reflejo pensativamente. Buena estructura ósea, buen cutis y buenas facciones. Nada del otro mundo, aunque tampoco podía quejarse. Nunca atraería la peligrosa atención de hombres poco recomendables. Zac había reparado en su existencia solamente por su primo Mike. De no ser por Mike, Zac jamás se habría fijado en una santita como Vanessa. Jamás se habrían relacionado con la misma gente en el instituto.

No podía decirse, en realidad, que Zac hubiese asistido al instituto. En su casa no había nadie que lo obligara a ir a clase con regularidad. Su madre los abandonó cuando era pequeño y su padre murió en un accidente de tráfico mientras conducía borracho cuando Zac tenía dieciséis años. Dejó los estudios poco antes de graduarse a raíz de cierto asunto sobre el que se corrió un tupido velo. Quizás había dejado embarazada a alguna chica, aunque tal falta parecía relativamente poco grave comparada con los rumores. ¿Le había dado una paliza a alguien? ¿Lo había arrestado la policía? Lo único que Vanessa sabía era que tanto el instituto como la familia de ella estaban indignados con él, que a Mike pareció divertirle lo ocurrido y que Zac mantuvo en todo momento una actitud desafiante.

Aún la mantenía, viviendo en aquella ratonera, llevando aquella existencia marginal. Probablemente no podía aspirar a nada mejor dados sus problemas con el alcohol y las drogas. Aunque la adicción aún no había hecho mella en su aspecto físico. Su rostro seguía siendo tan atractivo como doce años antes, con algunas líneas añadidas que lo hacían aún más interesante.

Ja. Como si necesitara algo para ser más interesante.

Estremeciéndose, Vanessa se retiró del espejo. Aquello estaba resultando más difícil de lo que había predecido. Al ver de nuevo a Zac había vuelto a experimentar toda clase de sentimientos, recuerdos no deseados que bullían en su mente, sensaciones que recorrían su rebelde cuerpo. Zac hacía que se sintiera joven y vulnerable, como antiguamente. Había sido una estúpida al ir allí.

Se marcharía al día siguiente, en cuanto el coche estuviera listo. Zac quería que se fuera, y ella quería irse. Recogería las cosas de Mike y se pondría en marcha. Zac no iba a darle las respuestas que necesitaba. Debió haber tenido presente aquel rasgo de su carácter: jamás daba nada si no deseaba hacerlo.

Vanessa cerró la puerta del cuarto, tomó la lámpara y la sostuvo por encima del colchón. Era delgado y estaba plagado de manchas, pero al menos no tenía bichos, y Vanessa se sentía exhausta. Desplegó el saco de dormir, abrió la cremallera y se introdujo en él.

De inmediato volvió a deslizarse fuera del saco, con tanto pánico que volcó la lámpara. Era un saco de dormir viejo, y olía a Zac.

Olía a su piel, a un único aroma que resultaba tan inconfundible como perturbador. Casi... erótico. No podría dormir envuelta en aquel saco; era casi como estar entre los brazos de Zac.

Permaneció sentada en el colchón, temblando. No podía emprender el largo viaje de regreso a casa, no podía escapar sin dormir. Y no podía dormir sin taparse con algo.

Se tumbó en el colchón y se cubrió con el saco. El tejido cayó sobre su piel como una sedosa nube.

No tenía medio posible de escapar de Zac, al menos esa noche. Ella misma había decidido adentrarse en la guarida del león. Tendría que aguantarse.

Al día siguiente se marcharía, volvería a sus cabales. Si su madre deseaba respuestas, tendría que recurrir a un detective privado para conseguirlas.

Mike había muerto. Nada lo haría volver, y, en aquellos momentos, las respuestas, la justicia y la venganza parecían metas demasiado arriesgadas. Quizá después de dormir un poco vería las cosas de otro modo, aunque no lo creía. Una simple mirada a los ojos de Zac Efron le había bastado para recordar lo peligroso que podía ser. Y Vanessa era una mujer que valoraba la seguridad.

Apagó la luz, y el cuarto se sumió en una espesa oscuridad, traspasada únicamente por los puntos de luz de un cartel de neón situado en la calle. Zac no le había dado una almohada, así que Vanessa hizo una bola con su suéter y recostó en él la cabeza al tiempo que se subía el saco de dormir hasta la barbilla.

Zac estaba en todas partes. Debajo de ella, encima, a su alrededor. Era imposible resistirse. Vanessa cerró los ojos y recordó.


Doce años antes…

Vanessa Hudgens se hizo adulta una hermosa noche de primavera, en Rhode Island. Era una joven de dieciséis años privilegiada, amada, que vivía en un mundo de ensueño sin más preocupaciones que las notas y los chicos. Las notas no suponían ninguna dificultad. Como le decía siempre Mike, su primo, era más lista de lo que le convenía.

Los chicos tampoco solían ser un problema. Había estado saliendo con un chico amable y comedido que se limitaba a besarla sin separar los labios. Vanessa se sintió más molesta que dolida cuando la dejó justo en el momento en que iba a celebrarse el baile del instituto. Ya tenía el vestido para el baile y había colaborado en el comité de organización. No pensaba faltar, de modo que tanteó a su primo Mike para que la acompañase.

Mike era como un hermano para Vanessa. Llevaba nueve años viviendo con sus tíos Victor e Isabella, desde que sus padres perecieron en un incendio. Vanessa era hija única y siempre había deseado tener un hermano mayor. Para la pequeña Vanessa, Mike, que por entonces tenía diez años, fue un sueño hecho realidad.

Después de nueve años, cuando ya se había desvanecido el encanto de la novedad, aún seguía adorándolo. Claro que todo el mundo adoraba a Mike. Era increíblemente guapo, con una sonrisa deslumbrante, ojos claros, cabello rubio liso y una complexión fuerte que lo hacía perfecto para los deportes y el objeto de las fantasías de las jovencitas adolescentes. Era amado tanto por los profesores como por los estudiantes, por sus tíos y, sobre todo, por su encandilada prima Vanessa.

Mike: ¿Qué pasa, gatita?

Ella alzó los ojos del suelo. El vestido de fiesta rosa pálido flotaba como una nube a su alrededor, y Vanessa se preguntó si las lágrimas estropearían su maquillaje. No valía la pena llorar porque la hubiesen dejado.

Logró esbozar una media sonrisa. Su primo Mike detestaba la sensiblería. Dueño de un encanto natural, iba por la vida sin preocuparse por nada, y prefería que las personas que lo rodeaban hicieran lo mismo. Dado que Vanessa lo adoraba, se esforzaba en complacerla.

Ness: Acaban de darme plantón. Derek ha roto conmigo e irá al baile con Sara Larson.

Mike meneó la cabeza.

Mike: En menudo momento se le ocurre romper. Siempre dije que Derek era un desgraciado. ¿Quieres que Zac y yo le demos una paliza?

Vanessa reprimió un leve estremecimiento. Su primo solo bromeaba, aunque era imposible saber de lo que era capaz su amigo Zac Efron.

Ness: No te molestes. Ya me vengaré antes o después.

Mike: Supongo que aún quieres ir a la fiesta. ¡Pues olvídalo, preciosa! Te quiero como a una hermana, pero no pienso llevarte al baile del instituto. Con uno ya tuve bastante.

Ella negó con la cabeza.

Ness: No pensaba pedírtelo. No voy a ir.

Mike: ¿Y qué vas a hacer? Tía Isabella y tío Victor ya han salido, y yo he hecho planes con Asesino. ¿Quieres venir?

Asesino era el apodo afectuoso que Mike utilizaba para referirse a su amigo Zac. Por desgracia, había veces en que Vanessa se preguntaba si aquel apodo no tendría algo de cierto.

Ness: No te preocupes. Seguro que la compañía de una cría de dieciséis años os fastidiaría. Hay un libro que quería leer, y...

Mike: Ni hablar -repuso tajantemente-. No vas a perderte el baile del instituto para quedarte en casa leyendo un libro. Vendrás con nosotros. Ha llegado la hora de que des un paseo por el lado salvaje de la vida. De que vivas la emoción del peligro.

Ness: No se me da bien el peligro.

Mike: Tu primo te protegerá. Y Zac se asegurará de que no te pase nada.

Ness: Como si fuera de fiar -se mofó-.

Zac: ¿Quién no es de fiar? -preguntó apoyado en la viga de la puerta-.

Era una de las cosas que a Vanessa no le gustaban de él. Siempre se presentaba por sorpresa, como surgido de la nada. Parecía saber cuándo se hallaban ausentes sus padres. Victor e Isabella no aprobaban al amigo de Mike, y Zac era lo suficientemente juicioso cómo para desaparecer cuando ellos andaban cerca. No obstante, cuando no estaban en la casa, ahí estaba él, repantigado delante del enorme televisor, comiendo, fumando cigarrillos, observando a Vanessa con sus fríos e insolentes ojos azules. Cuando se dignaba a prestarle alguna atención, claro.

Mike: Mi primita te considera un hombre peligroso -dijo con una risotada-.

Era algunos centímetros más bajo que Zac; rubio, mientras que Zac era castaño; afable y cariñoso, mientras que Zac hacía gala de una burlona arrogancia próxima a la grosería.

Zac: Y tiene razón -dijo mirando a Vanessa-. Bueno, ¿estás listo?

Mike: Estoy intentando convencer a Vanessa para que venga con nosotros. Acaban de darle plantón, y he pensado que ya es hora de que amplíe sus horizontes.

Vanessa creyó que Zac protestaría, pero simplemente la miró y se encogió de hombros.

Zac: Si crees que será capaz...

Mike: Es mi mayor fan. Nunca nos delataría. Además, dado que esta noche no tienes cita con ninguna chica, Vanessa puede ser tu pareja.

Ness: ¡No! -exclamó, el horror desbordando su habitual cortesía-.

Zac se mostró más divertido que ofendido.

Zac: No necesitaré pareja allí adonde vamos. Creo que te estás buscando problemas, Mike.

Mike esbozó aquella ancha sonrisa que conquistaba a amigos y enemigos por igual, que nublaba las mentes de las mujeres y también las de los hombres.

Mike: Ya sabes que me encantan los problemas.

Alargó una mano hacia Vanessa y la puso de pie.

Zac: ¿No vendrá vestida así?

Mike: Qué poco divertido eres, Asesino -protestó-. Creo que deberíamos presentarnos en Crazy Jack's con mi prima, la reina del baile.

Ness: No creo que sea una buena idea -dijo nerviosa-.

Mike: Claro que lo es. Ve y ponte algo sexy. Vístete como una chica mala, para variar. ¿No te gustaría ser una chica mala, solo por una vez?

Ness: No especialmente -dirigió una cauta mirada a Zac. Éste tendía a ignorarla, y Vanessa apenas habría intercambiado una docena de palabras con él en toda su vida-. ¿Qué opinas tú, Zac? ¿Crees que debo ir con vosotros?

Debió imaginar que no obtendría respuesta alguna de Zac.

Zac: Haz lo que quieras. Pero date prisa.

Vanessa fue a cambiarse. Se quitó el traje de fiesta y se puso unos pantalones vaqueros y una amplia camisa blanca, que se abotonó hasta arriba para no darle ideas a Zac. Después, antes de poder arrepentirse, volvió con ellos.

Estaban en la cocina, bebiendo cerveza. A su padre no le habría gustado nada eso. Los chicos tenían tan solo diecinueve años y uno de ellos iba a conducir.

Mike: Así estás mucho mejor, preciosa -dijo con aprobación-.

Zac se concentró en su cerveza, sin decir nada.

Zac: Será mejor que nos vayamos ya. Rachel se va a cabrear.

Ness: ¿Quién es Rachel? -inquirió-.

Tal vez Zac sí tenía novia, después de todo. De hecho, era muy atractivo, alto y delgado, con los ojos azules y unas piernas largas y bien formadas. Tenía los mejores pómulos que Vanessa había visto en un hombre, y una boca que cualquier chica encontraría atractiva. Cualquier chica que amara el peligro.

Mike: No te preocupes por Rachel -dijo en tono cariñoso-. No es nada serio. Pura diversión, solo eso.

Ness: ¿Sale contigo o con Zac?

Zac: Lleva esto -le puso en los brazos una caja de seis cervezas-. Has olvidado que esta noche salgo contigo.

Vanessa lo miró con cautela, dudando si hablaba en broma o en serio. Con Zac, nunca se sabía.

Su única opción era no hacerle caso. Sujetó las cervezas con ambos brazos y los siguió hasta el camino de entrada.

Era una tibia noche de mayo. Corría una suave brisa que mecía el verde follaje de los árboles. Vanessa notó una sensación de anhelo en el centro del estómago, aunque no sabía bien qué era lo que anhelaba.

El coche de Zac estaba aparcado en la entrada. Era inconfundible: un Cadillac descapotable de color amarillo, muy antiguo, que había reparado él mismo. Era grande y rápido, muy capaz de dejar atrás a los vehículos de la policía si Zac se lo proponía.

Zac siempre había tenido afición a arreglar coches. Conducía desde los trece años, y Vanessa ignoraba si por entonces tendría ya carné de conducir. Zac rodeó el coche y se subió de un salto, sin molestarse en abrir la puerta. Y sin molestarse en abrírsela a ella; desde luego.

Vanessa alargó la mano hacia la portezuela trasera, pero Mike se le adelantó.

Mike: Tú te sentarás delante, gatita. Quiero el asiento de atrás para mí y para Rachel.

Le dirigió una sonrisa cautivadora, como de costumbre, y ella fue incapaz de protestar.

Zac: Las cerraduras no funcionan. Tendrás que saltar para subir. Pásame las cervezas.

Vanessa dudó. Aún estaba a tiempo de ir al baile. ¿Qué elegiría, la seguridad o el peligro?

Zac la estaba mirando con ojos retadores. Al fin, Vanessa subió por el costado del coche y se deslizó en el raído asiento de cuero del coche. Zac agarró una lata de cerveza, la abrió y se la colocó entre los muslos, atrayendo de inmediato la atención de Vanessa hacia su entrepierna. Ella retiró los ojos enseguida y miró hacia delante. Seguramente Zac no repararía en el rubor que había aflorado a sus mejillas. No le interesaba.

Conducía deprisa, pero bien. Introdujo una cinta de heavy metal en el reproductor del salpicadero y subió el volumen al máximo. Apuró la cerveza, tiró la lata y abrió otra, sin dirigir una sola mirada a Vanessa.

Ella ignoraba adónde iban, y la leve sensación de excitación que sentía en el estómago se mezcló con el miedo cuando Zac enfiló un camino de tierra, sin aminorar apenas la velocidad. El coche se precipitó por el abrupto camino, internándose en el bosque, hasta que por fin salieron a un claro. En él había aparcada una vieja y veterana camioneta, junto a las mohosas carcasas de otros dos automóviles. Del claro partía un angosto sendero que llegaba hasta una estructura en ruinas apenas visible.

Mike ya se había apeado del asiento trasero.

Mike: Vosotros quedaos aquí, chicos. Le dije a Rachel que se reuniera conmigo en la casa. Voy a por la mercancía y vuelvo enseguida.

Zac paró el motor y se estiró en el asiento del conductor.

Zac: No te des ninguna prisa -dijo perezosamente-. Mi pareja me hará compañía.

¿Era miedo o excitación lo que Vanessa notaba en el estómago? ¿O una mezcla de ambas cosas?

Ness: Debería ir con él... -dijo nerviosa-.

Zac: No lo creo. Rachel y él querrán tener un poco de intimidad. Volverá dentro de un rato.

Ness: ¿Dentro de un rato? -repitió consciente del pánico de su voz-.

Zac: No te asustes tanto, cielo. No muerdo. Bueno, no mucho.

Vanessa se había retirado de él tanto como se lo permitía el ancho asiento delantero del Cadillac. Zac alargó la mano hacia las cervezas, arrancó una lata de la cubierta de plástico y dejó las demás en el suelo. Ya nada se interponía entre ambos.

Zac: Tómate una cerveza.

Vanessa no estaba segura de si era una invitación o una orden.

Ness: No creo que deba...

Zac: Creí que ésta era tu gran noche de rebeldía. Tómate la cerveza, Vanessa.

Ella obedeció.

No era la primera vez que bebía cerveza; simplemente, no le gustaba mucho. Pero estaba tan nerviosa que sentía mariposas en el estómago, y pensó que tal vez la cerveza la calmaría y la ayudaría a relajarse. No quería que Zac pensara que era una idiota integral. Aunque prefirió no pensar por qué motivo su opinión, de repente, le importaba.

La cerveza estaba tibia y sabía a levadura. Vanessa tomó un largo trago. Zac se repantigó contra la portezuela, sin moverse hacia ella, observándola con los ojos entornados.

Zac: Si prefieres la hierba, Mike traerá alguna.

Ness: ¡No! -se apresuró a decir-.

Zac: ¿Ah, no? -se burló-. Apuesto a que dices que no a todo, cielo. ¿Alguna vez dices que sí?

Vanessa no respondió, ni él parecía esperar que lo hiciese. Se recostó en el asiento, clavando los ojos en el oscurecido cielo, totalmente relajado, mientras Vanessa permanecía sentada a miles de kilómetros de distancia, en el otro extremo del asiento, aferrando la lata de cerveza.

Zac era la fantasía secreta de toda joven, pensó. Un James Dean moderno, un chico malo con una sonrisa arrebatadora y una boca capaz de tentar a una monja. Y ella no era ninguna monja.

Ness: ¿Quieres besarme? -preguntó de pronto-.

Él se giró para mirarla, lenta, perezosamente.

Zac: ¿Es una invitación?

Ella se removió, incómoda.

Ness: Bueno, si es cierto que soy tu pareja...

Zac: No lo eres. Aunque agradezco la oferta de una virgen, creo que de momento paso. Yo no besuqueo.

Ella bebió otro sorbo de cerveza. Casi la había apurado, y se preguntó si Zac le ofrecería otra. Probablemente no.

Ness: ¿No? ¿No te gustan las chicas?

La sonrisa de él fue lo más peligroso que Vanessa había visto en toda su vida.

Zac: Me gustan mucho las chicas. Pero no las besuqueo, no me divierto simplemente dándoles besos.

Ness: ¿Entonces qué haces?

Zac: Me las tiro.

A Vanessa se le atragantó el último sorbo de cerveza.

Ness: ¿Cómo dices?

Zac: Lo que has oído. Me las tiro. No beso a las mujeres a no ser que quiera tirármelas. Y, desde luego, no beso a jovencitas como tú a menos que sea un polvo seguro. Y no creo que estés dispuesta a quitarte los pantalones por mí. ¿Me equivoco?

Ella se quedó mirándolo. Caía la noche y la brisa soplaba con algo más de fuerza, recorriendo el pelo castaño de Zac como la caricia de un amante.

Ness: No -respondió con un hilo de voz-.

Él esbozó una sonrisa leve y burlona.

Zac: Eso me parecía. No hay más que ver cómo te aprietas contra tu lado del asiento. No te preocupes, pequeña. No te tocaré -volvió la cabeza para escrutar la creciente oscuridad-. Mike no tardará mucho. No tiene mucho aguante.

Ness: ¿Aguante? ¿De qué estás hablando?

Zac: Rachel y él están echando un polvo. Mike prefiere la cantidad antes que la calidad, y Rachel le va bien. Dentro de unos minutos, saldrán oliendo a sexo y medio colocados. Por el polvo y por el hachís que Mike fue a buscar.

Ness: ¿De quién es esa casa?

Zac: Mía.

Ness: ¿La droga es tuya?

Zac: Sí.

Vanessa guardó silencio. Había asistido a todas las clases obligatorias de educación en materia de droga, de modo que conocía todos los peligros. Había estado lo bastante cerca de la marihuana como para reconocer su olor, había visto cómo la gente se ponía contenta fumándola y luego se colocaba.

Ness: ¿Eres un camello?

Zac: ¿Por qué? ¿Quieres mercancía?

Ness: No. Era simple curiosidad.

Zac: Me parece que deberías reprimir esa curiosidad, cielo -Echó una ojeada al reloj y soltó un taco-. Quizá Mike está siendo más creativo que de costumbre -la miró pensativo-. Creo que he cambiado de idea.

Ness: ¿Qué? -dijo con una vocecita chillona-.

Zac: Ven aquí.




Oh, oh... =S
Zac de joven era mucho más que un busca líos... ¡Da miedito!
Y Vanessa, como de costumbre, es tan tonta de irse con ese par de impresentables.

De cada vez habrá más misterios...

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 1


Era una fría noche de noviembre, y la calefacción del viejo Volvo había dejado de funcionar. Vanessa mantuvo los ojos fijos en la carretera sin prestar atención a las luces indicadoras que parpadeaban en el salpicadero, concentrada tan solo en su destino. Había puesto un CD de música New Age para relajarse, aunque solo sirvió para que su tensión aumentara mientras trataba de combatir los efectos adormecedores de la suave melodía. Sentía las manos entumecidas obre el volante.

¿Qué diablos estaba haciendo allí? Mike había muerto tres meses antes, asesinado... Yendo allí no solucionaría nada, no eludiría el dolor.

Se concentró en la carretera, procurando seguir despierta después de diecisiete horas al volante. Mike había muerto y nadie sabía cómo había ocurrido. Lo encontraron muerto de una paliza en un antiguo garaje de Cooperstown, en Virginia, y a nadie pareció importarle un comino. La policía se limitó a llevar a cabo una investigación superficial. Dijeron que había sido una disputa por un asunto de drogas. Tenían cosas más importantes en las que emplear su tiempo. Después de tres meses, nadie se acordaba ya de lo sucedido.

Nadie salvo Vanessa Hudgens y su madre. Mike había vivido con su familia desde que tenía diez años, cuando sus padres murieron en un incendio. Para Vanessa había sido un hermano, más que un primo. Isabella y Victor Hudgens habían querido a su sobrino como si fuese su propio hijo. A veces Vanessa tenía la impresión de que lo querían más que a ella, aunque siempre desterraba tan paranoico y desleal pensamiento. Sus padres la amaban tanto como a Mike. Todos querían al simpático e irresponsable Mike, con su espléndida sonrisa y su encanto natural. Incluso se parecía físicamente a los padres de Vanessa, con su atractiva tez clara y sus ojos azules. Un parecido del que Vanessa, que era hija adoptada, carecía.

Pero eso a ella nunca le había importado. En su pequeña familia había existido suficiente amor para hacer frente a la fatalidad. Una fatalidad que había acompañado a Mike como un vengativo ángel de la guarda y que culminó con su muerte a miles de kilómetros de su hogar.

La policía no dio importancia al asunto. Isabella, sí. Tras enterarse de la muerte de Mike, se sumió en una profunda depresión, negándose a comer y a salir de casa, llorando la pérdida de su sobrino con una pasión casi bíblica. Pero tanto Isabella como Vanessa necesitaban respuestas antes de dejarlo descansar en paz. Después de un triste día de Acción de Gracias, Vanessa se había subido a su viejo coche y había recorrido miles de kilómetros para buscar esas respuestas.

De haberse parado a reflexionar, no habría salido de Marshfield, Rhode Island. Las carreteras estaban abarrotadas, pues la gente solía desplazarse para pasar la festividad con la familia. Además, el coche de Vanessa se hallaba en las últimas. Apenas le servía para ir al pequeño colegio privado donde impartía clases. No estaba para trotes, y ya empezaba a dar señales de ello.

Los limpiaparabrisas habían dejado de funcionar horas antes. Por suerte, la lluvia había cesado. Después de cruzar la frontera de Wisconsin, Vanessa salió de la interestatal y tomó las oscuras y húmedas carreteras de las afueras de la ciudad. Morir en Wisconsin había sido como una especie de ofensa final, se dijo. Un personaje extravagante y especial como Mike debería haber muerto de forma más espectacular, no en una sórdida habitación situada en el piso superior un garaje.

Pero Zac Efron lo había dispuesto así. El mejor y más antiguo amigo de Mike, la persona que lo había arrastrado al arroyo. El hombre al que Mike solía llamar «asesino». Tal vez había hecho honor a su apodo tres meses antes.

La policía llegó a interrogarlo, pero lo dejó en libertad. No se presentaron cargos contra él y simplemente se cerró el caso cuando surgieron asuntos más importantes.

La pregunta que atormentaba a Vanessa era muy sencilla. ¿Lo había asesinado Zac Efron impunemente?

Ya en el oeste de Pensilvania, se preguntó qué diablos estaba haciendo, cómo se le había ocurrido ir en busca de un hombre capaz de cometer un asesinato. Un hombre que ya le inspiraba pavor cuando no era más que un raterillo adolescente. Llevaba doce años sin verlo. Zac ni se había molestado en asistir al funeral de su más antiguo amigo. Aunque él no hubiese matado a su primo, pensó Vanessa, seguía siendo culpable. Le había suministrado la droga a Mike, lo había empujado por el oscuro sendero que desembocó en aquella sórdida muerte. Zac tenía la culpa, aunque no hubiera sido el asesino.

Al llegar a Ohio, sin embargo, Vanessa había dejado de pensar en ello. Tanto ella como su angustiada madre necesitaban respuestas. Y Zac no se atrevería a hacerle daño. Quizá fuera un canalla sin estudios y con un amplio historial delictivo, pero era muy inteligente. Demasiado inteligente como para cometer otro asesinato sin temer las consecuencias.

Vanessa tenía un pretexto convincente para ir a verlo. Zac guardaba una caja con las pertenencias de Mike. A pesar de que Isabella se la había pedido con insistencia, él no se había dignado a enviársela. Solo Dios sabía que contendría la caja. Quizás el reloj suizo que había pasado de generación en generación, quizás alguna pista sobre lo ocurrido. O tal vez ropa sucia y facturas sin pagar. No importaba. Isabella estaba obsesionada con tener todo aquello que había pertenecido a Mike, de modo que, después de la triste comida de Acción de Gracias, Vanessa accedió a ir por la caja.

Empezó a notar el cansancio en Indiana. Solo había tomado café y galletas saladas, y el fuerte dolor de cabeza que la acompañaba era tan constante como un viejo amigo. Probó a quitar el CD para escuchar la radio, pero únicamente encontró cadenas que ofrecían hip-hop y música clásica que le daba sueño, así que volvió a poner el CD y agarró con más fuerza el volante.

Illinois pasó de largo como un borrón. Ni siquiera le importó conducir por Chicago, cuando normalmente el tráfico de la ciudad le causaba pánico. Ya estaba cerca, a pocos kilómetros de su destino. Tenía la dirección y un mapa.

También tenía un coche a punto de venirse abajo, pensó, justo cuando empezaba a caer una ligera nevada. Activó los limpiaparabrisas, sin acordarse de que estaban averiados. Las tinieblas de la noche parecían más densas en aquella carretera secundaria, la luz de los faros apenas disipaba la oscuridad.

Comprendió entonces que no eran imaginaciones suyas, ni cosa del cansancio. Las luces empezaban a debilitarse y el coche iba cada vez más despacio, hasta que se paró, con un súbito petardeo, en medio de la carretera. La música New Age seguía sonando, aunque distorsionada. Luego también el CD enmudeció, las luces se extinguieron del todo y Vanessa se quedó allí sentada a oscuras.

Llorar era una opción, pero Vanessa se resistía a hacerlo. En realidad, no había llorado desde que se enteró de la muerte de Mike. Temía no poder parar si empezaba. Y, desde luego, no se echaría a llorar antes de verse cara a cara con Zac Efron. No le daría esa satisfacción.

Bajó la ventanilla, puso el vehículo en punto muerto y salió. El coche estaba situado sobre una ligera pendiente, y Vanessa no podía dejarlo allí, en mitad de la carretera, por desierta que ésta estuviera.

Empujar un coche con el hombro era más difícil de lo que parecía, aun contando con la ayuda de la pendiente. Y guiarlo a través de la ventanilla abierta resultaba casi imposible. No hubo forma de pararlo cuando comenzó a deslizarse cuesta abajo y cobró velocidad, haciendo que Vanessa cayera de rodillas sobre el húmedo pavimento mientras veía cómo el vehículo se estrellaba de costado contra un bosquecillo de árboles.

Se estremeció al oír el estrépito del choque. Los Volvo eran resistentes; ya encontraría a alguien que la ayudara a remolcarlo y a repararlo al día siguiente.

Diablos, Zac vivía en un viejo taller de reparación de vehículos. A lo mejor el taller aún funcionaba y así podría matar dos pájaros de un tiro.

Su reloj de pulsera era una elegante reliquia de familia. Había que darle cuerda a diario, y llevaba horas parado. Vanessa no sabía qué hora era, aunque calculaba que debían de ser más de las doce de la noche. No había visto otros coches desde que se internó en la carretera secundaria que llevaba a la pequeña ciudad de Cooperstown. Tenía una alternativa: bajar por la pendiente, acurrucarse en el asiento trasero del coche y esperar a que amaneciese. La nieve caía con más fuerza, pero no se moriría por pasar una noche en el coche sometida a temperaturas bajo cero.

Lo malo era que quizá por la mañana se despertaría dolorida y entumecida, y se arrepentiría de haber hecho aquel impulsivo viaje. Tal vez alquilaría un coche más seguro, dejaría allí el Volvo y regresaría a su casa. Total, ¿qué información esperaba poder sacarle a Zac Efron, un hombre que jamás revelaba sus secretos?

No, eso no iba a ocurrir. Había llegado demasiado lejos, se había mentalizado para enfrentarse a él. No se volvería atrás en ese momento.

Estaba segura de haber seguido la dirección correcta. Su única opción era avanzar por la carretera desierta hasta encontrar lo que buscaba. Tan solo tenía que bajar por la cuesta nevada y sacar el bolso del coche sin caerse de nuevo.

Al final, no le resultó tan difícil. Tenía los pies entumecidos del frío y de tanto andar. Se había arañado una rodilla al desplomarse sobre el duro pavimento y se había dejado el abrigo en Rhode Island, donde hacía un tiempo muy suave para esa época del año.

Vanessa siguió caminando, envuelta en un grueso jersey de lana ya algo gastado, abriéndose paso a través de la nieve que caía lentamente.

El edificio donde Mike había muerto se alzaba solitario en las afueras de la pequeña ciudad deteriorada. Cooperstown ni siquiera figuraba en el atlas de carreteras. Vanessa había tenido que buscar el itinerario en Internet. Aquel lugar no era sino un pálido fantasma de la ciudad industrial que fue antiguamente, y el edificio, que seguramente había sido una fábrica, parecía abandonado. Vanessa habría pasado de largo si no hubiera visto la luz mortecina que iluminaba una de las mugrientas ventanas. Y el letrero de la puerta: Taller de Efron.

Permaneció inmóvil delante de la puerta, temiendo dar el último paso. De repente oyó voces y, al cabo de un momento, la puerta se abrió, llenándose la noche de luz y ruido, y dos hombres se precipitaron al exterior enzarzados en un furioso abrazo.

Vanessa retrocedió justo a tiempo mientras los hombres caían sobre la fina capa de nieve. Uno de ellos se ahorcajó encima del otro y comenzó a darle una serie de puñetazos en la cara, con una violencia que, en otras circunstancias, habría horrorizado a Vanessa. Hacía doce años que no veía cómo una persona golpeaba a otra. Y en aquella ocasión había sido el mismo hombre que en aquel momento era el autor de la paliza, comprendió con súbito miedo.

El hombre dejó a su oponente en el suelo y se levantó. Vanessa vio cómo se limpiaba despreocupadamente en el pantalón los puños llenos de sangre.

Zac: No vuelvas por aquí -advirtió-.

Era la misma voz. Algo más ronca, pero la misma. Mike había sido asesinado a golpes en aquel mismo edificio. Quizá víctima de aquellos mismos puños.

Vanessa siguió inmóvil en la oscuridad, sin hacer ruido, aterrada. Pero él la vio, de todas formas.

Zac: ¿Quién anda ahí? -preguntó irguiendo la cabeza hacia las sombras-.

No estaba solo. La silueta de otro hombre bloqueaba la puerta, impidiendo que la luz iluminara la escena. El que estaba en el suelo gemía entre maldiciones, pero fue lo bastante prudente como para no moverse. Por un momento, Vanessa se sintió tentada de huir, pero no lo hizo. Salió de la oscuridad y avanzó. Él la reconocería, por supuesto, a pesar de que no la había visto desde aquella noche de hacía tantos años, cuando la vida de ambos cambió irremisiblemente.

Zac: ¿Qué coño estás haciendo tú aquí?

Vanessa no se había equivocado. Él la había reconocido.

Ness: Vengo en busca de respuestas.

Fue lo único que logró contestar.

Zac: Mike ha muerto -dijo con una voz tan fría e inexpresiva como sus ojos-.

Ness: Eso ya lo sé. Lo que necesito saber es por qué.

Él no respondió. Era tal como ella lo recordaba y, al mismo tiempo, totalmente distinto. No podía verle la cara, pues quedaba a contraluz, pero distinguía la sangre de sus manos.

Zac: Vuelve a tu casa, Vanessa -dijo al fin-. Vuelve a tu seguro y cómodo mundo, a tu escuela. Aquí no hay nada para ti.

Ella ni siquiera se preguntó cómo sabía que impartía clases en una escuela.

Ness: No puedo. Se lo prometí a mi madre. Necesitamos respuestas.

Zac: Tu madre... -emitió una risotada gutural-. Debí suponer que la «Duquesa» tenía algo que ver. Me importa una mierda lo que queráis tu madre y tú; solo me importa lo que quiero yo. Y quiero que metas ese enclenque trasero en el coche y te largues antes de que pierda la paciencia. Ya estoy de mala leche y, como recordarás, no soy agradable cuando me enfado.

El comentario era tan absurdo que Vanessa se rió.

Ness: Tú no eres agradable nunca.

Zac: Tienes razón -miró tras ella-. ¿Dónde está tu coche?

Ness: Por ahí, averiado.

Zac: ¿Y se supone que yo he de rescatarte?

**: ¡Vamos, Zac! -dijo el hombre de la puerta-. Deja que la pobre chica entre y se resguarde del frío. La estás asustando.

Zac: Se asusta con mucha facilidad -repuso-.

**: ¡Venga, tío! De todos modos, ya hemos acabado la partida. No creo que Tom esté en condiciones de jugar a las cartas, al menos por un tiempo -el hombre salió al callejón; era un individuo menudo, flaco, más bajo que Vanessa-. Soy Max -se presentó-. ¿Tú te llamas Tessa?

Zac: Vanessa -corrigió-. Vanessa Hudgens. Es la hermana de Mike.

Instintivamente, Max dio un paso atrás. Parecía nervioso.

Max: No sabía que tuviera hermanas. Creí que había salido del huevo de una serpiente.

Ness: Era mi primo -dijo sorprendida-. Nos criamos juntos.

Max: Entonces sabes qué clase de persona era -respondió asintiendo-. No le hagas caso a Zac. Se pone así siempre que alguien hace trampa jugando a las cartas. Por eso Tom ha acabado tirado en el barro. Pero no consentirá que te quedes ahí fuera y te mueras de frío.

Zac: ¿Quién dice que no?

Con ese comentario sarcástico, volvió adentro, pero dejó la puerta abierta.

Max: En Zac, eso es lo más parecido a una invitación. Mejor será que entres antes de que cambie de opinión y nos deje a los dos a la intemperie.

La habitación estaba cargada de humo de tabaco y el desorden era total. Habían estado jugando al póquer en una vieja mesa, y había cartas y patatas de bolsa esparcidas por el suelo. Dos de las sillas estaban volcadas. Zac permanecía de pie en el rincón, fumando un cigarrillo y mirando a Vanessa con los ojos entornados.

Ella reprimió un golpe de tos. La habitación era una pocilga, pero ¿acaso cabía esperar otra cosa de un hombre como Zac?

Max: Así que eres hermana de Mike -dijo mientras la observaba mejor a la luz-. No os parecéis mucho.

Ness: Prima -volvió a corregir-. Simplemente nos criamos juntos. Y soy adoptada.

Max: Una suerte para ti -dijo en tono críptico; luego miró a Zac-: Quizá debería dejaros solos para que rememoréis los viejos tiempos.

Zac: Dudo que hagamos tal cosa -afirmó-.

Maax: Bueno, pues para que resolváis vuestras diferencias. Sé amable con ella, Asesino. No todos los días llega a tu puerta una preciosidad como ésta. Pórtate como un héroe, para variar -insistió en tono severo-.

Zac: Vanessa sabe que no soy un héroe. Recoge a Tom cuando salgas, ¿quieres? No quiero más complicaciones esta noche. Con ella ya tengo bastante.

Max: Descuida. Pero te lo advierto, la próxima vez que vea a Vanessa quiero que esté perfectamente bien y contenta.

Zac: Estará perfectamente bien, te lo garantizo. Lo de «contenta» ya no es responsabilidad mía.

Max: Qué curioso, eso no es lo que dicen tus mujeres -murmuró-.

Zac: Por si no te has dado cuenta, ella no es una de mis mujeres -espetó-.

Max: Oh, sí que me he dado cuenta -dijo con desenfado-. Me doy cuenta de todo. No te dejes intimidar por él, Vanessa. Es perro ladrador, pero poco mordedor.

No era eso lo que ella recordaba. Pero Max salió y cerró la puerta, dejándolos solos en la mugrienta habitación cargada de humo.

Zac se retiró del rincón, poniendo derechas las sillas volcadas mientras se dirigía hacia el fregadero. Se hallaban en una especie de cocina, con microondas, hornillo, un fregadero metálico y un viejo frigorífico lleno, sin duda, de cervezas. La mesa de roble del centro de la habitación ocupaba la mayor parte del espacio, y Zac pasó muy cerca de Vanessa para llegar al fregadero. No hizo intento alguno de esquivarla, y ella tuvo que retroceder para apartarse de su camino.

Mientras Zac se limpiaba la sangre de los nudillos, Vanessa observó sus manos. Eran grandes, fuertes, surcadas de pequeños cortes y cicatrices. Tenía los nudillos en carne viva. La sangre no era solamente de la víctima. Sin muestras aparentes de dolor, se quitó la sangre y se secó los castigados nudillos con una toalla de papel. A continuación, se giró y se apoyó en el fregadero para mirar a Vanessa de arriba abajo.

Max había sido muy generoso al calificarla de «preciosidad». Llevaba dos días sin dormir, no se había maquillado y su húmedo cabello negro se adhería desordenadamente a su rostro. Nunca había sido el tipo de Zac, a Dios gracias, ni siquiera cuando lucía su mejor aspecto, de modo que no corría ningún peligro. Si era posible no correr peligro con un hombre así.

Zac: Puedes pasar la noche aquí -dijo bruscamente-. Son más de las tres, y no estoy de humor para remolcar tu coche. Mañana pediré que lo traigan, lo arreglaré y podrás largarte.

Ness: ¿Lo arreglarás? -repitió-.

Zac: Soy mecánico, ¿recuerdas? Sé arreglar un coche. Pero no tengo grúa. Otros se encargan de traerme los vehículos -abrió el frigorífico, y Vanessa se sorprendió al no ver ninguna cerveza. Debían de habérselas bebido todas-. Supongo que has venido por las cosas de Mike. Por mí, estupendo. No hacen más que ocupar espacio.

Ness: ¿Y por qué no nos las enviaste?

Zac: No tuve tiempo.

Sacó una caja de leche, la abrió y empezó a beber.

Vanessa se preguntó cómo reaccionaría él si se desmayaba. Después de tantas horas sin comer, y tras la larga caminata, se sentía mareada y débil como un gatito, pero Zac ni siquiera la había invitado a sentarse. Deseaba ir hasta la silla más próxima, pero, por algún motivo, no conseguía moverse.

Advirtió que él la estaba observando otra vez. Sus ojos eran tan fríos y azules como ella los recordaba.

Zac: Pareces hecha mierda.

Ness: Gracias.

Zac se retiró del fregadero.

Zac: Vamos. Puedes desmayarte, y no me apetece nada tener que llevarte en brazos arriba.

Era más observador de lo que ella había supuesto. Zac abrió una puerta que daba a unas estrechas y oscuras escaleras. Luego empezó a subirlas de dos en dos. Vanessa se aferró al pasamanos y subió despacio, sabiendo que él la esperaba arriba.

Zac no se apartó cuando Vanessa llegó al piso superior. Hizo gesto de tomarle el brazo, pero ella se retiró bruscamente de él, presa de un súbito pánico. El respingo la hizo retroceder otra vez hacia la destartalada escalera. Si no se cayó fue porque Zac la agarró rápidamente y tiró de ella hasta situarla de nuevo en el rellano.

Zac: ¿Es que quieres matarte? -espetó-.

Era un hombre muy fuerte. Más fuerte de lo que ella recordaba.

Ness: Puedes soltarme ya.

Zac: ¿Para que te lances escaleras abajo? De eso ni hablar.

Avanzó por el pasillo, arrastrándola consigo.

La bombilla desnuda del techo apenas iluminaba el corredor. Aquel sitio apestaba a gasolina, comida y otras cosas en las que Vanessa prefería no pensar. Zac abrió una puerta y, acto seguido, tiró de un cordón. La luz no se encendió.

Zac: Mierda -musitó-. No te muevas de aquí.

Al menos, la había soltado. Vanessa esperó en el pasillo mientras él desaparecía por otra puerta. Cuando regresó, llevaba un saco de dormir y una lámpara pequeña. Empujó a Vanessa al interior de la habitación, enchufó la lámpara y la colocó en el suelo, al lado del colchón que constituía el único mobiliario del siniestro y pequeño cuarto.

Zac arrojó el saco encima del colchón.

Zac: Tendrás que apañártelas con esto. El baño está al final del pasillo. ¿Quieres un pijama?

Ness: Dormiré con la ropa puesta.

Él esbozó una sonrisa fría y fugaz.

Zac: Seguro que sí. Acuéstate, Vanessa. Mañana podrás volver a tu casa.

Y, antes de que ella pudiera contestar, cerró la puerta, dejándola encerrada en la pequeña y vacía habitación.

Había alguien allí, en el enorme y viejo edificio. Él no necesitaba verlo ni oírlo para saberlo. Sabía que había llegado alguien, por fin, para liberarlo de su confinamiento.

¿Temería el recién llegado a los fantasmas? Él no deseaba asustarlo, al menos por el momento. Primero debía ver si podía serle de utilidad. Si podía ayudarle a matar a Zac Efron. Llevaba esperando demasiado tiempo. Ya era hora de que Zac pagase.




¡Menudo primer capi!
Vanessa se ha metido en la boca del lobo y Zac, a parte de ser un mal hablado, es un idiota. Y el mote que le han puesto sus amigos da miedito =S
¡Ness, sal de ahí!

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


martes, 22 de abril de 2014

Jugando con el peligro - Sinopsis


Ya había pasado un año desde que su querido primo Mike había sido asesinado, y Vanessa no podía seguir adelante con su vida hasta encontrar algunas respuestas. Sabía que su amigo Zac Efron, quien había encontrado el cadáver, podría darle algunos detalles sobre la muerte de Mike, así que se dirigió a su casa.
Al llegar allí, descubrió que Zac seguía siendo tan peligroso y seductor como lo recordaba. Pero a pesar de su manifiesta hostilidad, Vanessa se dio cuenta de que no podía marcharse. Lo que ella no sospechaba era que algo terrible estaba sucediendo y Zac sabía mucho más de lo que decía. ¿Sería él quien estaba detrás de los misteriosos acontecimientos… o la única oportunidad de salvación de Vanessa?




Escrita por Anne Stuart.




¡Thank you por los coments del último capi!
Me alegro de que os gustara la novela y de que os gusten tanto las novelas que pongo.

Esta es super diferente a lo que os tengo acostumbradas. Tiene 23 capítulos y muchos misterios.

¡Comentad, please!

¡Un besi!


sábado, 19 de abril de 2014

Capítulo 19


Zac: No estoy de humor para esto, Heather -advirtió mirándola desde detrás de su despacho, en el último piso de la Casa de Cristal-.

Heather: Zacky, hace tres meses que estás como un oso con una espina en la pata. Tu hermana viene hasta aquí para hacerte un regalo de Navidad y actúas como si te hubiera hecho una gran ofensa.

Zac: Muy bien, Heather. Dime qué he hecho mal. Puedo dedicarte unos minutos.

Heather: Necesitaría días para decírtelo. Pero te diré solo los pecados mortales.

Zac: Ah, gracias por la mermelada, pero ya me habías mandado una caja.

Heather: Ésta no es mía. Es de Vanessa.

Él se quedó helado, mirando los dos pequeños tarros, tomándolos en sus grandes manos.

Zac: Muy bien. ¿Qué tienes que decirme? -preguntó finalmente-.

Heather: No has hecho nada malo, Zacky. Solo tonterías. Y no es propio de ti -dijo mirando a su alrededor-. Esto está bien. Ha sido un noble gesto. Pero no es suficiente. Tienes que ir a buscarla.

Zac: ¿Por qué? -preguntó exasperado-.

Heather: No serás feliz hasta que lo hagas. Admite que estás enamorado de ella. Eres tonto por luchar contra lo invencible.

Zac: ¿Quién dijo que es invencible? Ella no es mi tipo.

Heather: ¿Crees que Jack Garret era lo que yo buscaba? El amor no tiene nada que ver con los planes. O con el sentido común, o con las finanzas. Es la cosa más tonta y menos práctica que Dios ha creado. Pero a tu edad deberías saber cuándo una batalla está perdida de antemano.

Zac: Ella sabe dónde estoy -dijo bajando los ojos-.

Heather: Y tú dónde está ella.

Zac: Nos volveremos locos los dos.

Heather: No será peor que ahora.

Zac la miró detenidamente, y miró pensativamente por la ventana.

Zac: Lo peor de ti, Heather, es que siempre tienes razón.

Heather: No lo olvides nunca, Zacky. ¿Te irás esta noche?

Zac: En el primer vuelo que encuentre.

Heather: Tienes un avión particular. ¿Qué excusa es ésa?

Zac: Esta noche -asintió sonriendo-.

Eran las dos y media. En menos de una hora su jet privado despegaría de Newark. Su secretaria, la señora Jackson, le interrumpió por el interfono.

**: Tiene una visita, señor.

Zac: Le dije que no vería hoy a nadie. Además tengo que salir ya.

**: Pero señor...

Zac: ¡Nadie! -dijo, interrumpiendo la comunicación-.

Se abrió la puerta del despacho y entró una chica dudosamente. Y con motivo, puesto que había contravenido imperdonablemente sus órdenes. Levantó la vista, traspasándola fieramente con sus ojos.

Era una mujer, y no tan joven como le había parecido a primera vista. Tenía el pelo negro, y caía en ondas por su espalda. Su cuerpo era pequeño y armónico, y se retorcía las diminutas manos. Llevaba un vestido de color lavanda, suelto y sorprendentemente incitante. Zac miró sus pies, calzados en zapatos de tacón de aguja, y volvió a mirarla a la cara, atónito.

Ness: Sí, soy yo -dijo con una risilla nerviosa-. No creí que me hubieras olvidado tan rápidamente.

Zac: Estás diferente -dijo levantándose y saliendo a su encuentro-. Estás preciosa.

Zac sacudió la cabeza, intentando apartar la avalancha de imágenes que se agolpaban en su mente. No había escuchado lo que ella estaba diciendo. Estaba tan asombrado, que no podía reaccionar.

Ness: Quería darte las gracias por esto. No sé por qué lo has hecho, pero quería agradecértelo. Espero que no fuera por complejo de culpabilidad. No debes culparte por nada de lo que sucedió. Fue todo culpa mía. Ganaste la Casa de Cristal limpiamente. Podías hacer con ella lo que quisieras. Perderla no destrozó mi vida, como creía.

Zac: Me alegro.

Ness: Y tampoco fue culpa tuya que me lanzara en tus brazos. No tienes que sentirte culpable por haberme seducido y abandonado.

Zac empezó a enfadarse.

Zac: Desde luego que no. Yo no te abandoné.

Ness: Pero no habrás olvidado que sí me sedujiste -dijo con un relámpago de su antiguo fuego en los ojos-.

Zac se sintió vagamente aliviado. Le gustaba la nueva Vanessa, más suave, pero no quería que fuera demasiado dulce.

Zac: ¿Entonces no tengo que sentirme culpable por acostarme contigo? -preguntó muy serio-.

Ella asintió.

Ness: Me he dado cuenta de que no era nada especial para ti. Te viste atrapado por la situación.

Zac: En mi vida he oído de nadie que se vea atrapado en una seducción. Pero si te hace más feliz pensarlo...

Ness: ¿Qué más puedo pensar? -dijo sintiendo que su voz se debilitaba-.

Buena señal. Muy buena señal. Dando la vuelta a su alrededor. Zac salió a la antesala y mandó a la señora Jackson a su casa con una mirada que no admitía discusión. Entonces, cerró con llave, se dio la vuelta y contempló a su pobre prisionera, que todavía no se había dado cuenta de que lo era. Simplemente le miraba con la cabeza alta, desafiante.

Zac: Puedes creer lo que quieras -dijo volviendo a su mesa y sacando el documento que quedaba por firmar-. ¿Estás dispuesta a firmar esto?

Ness: Claro -dijo firmándolo elegantemente sin mirarlo-.

Zac: ¿No vas a leerlo?

Ness: Confío en ti.

Zac: ¿Por qué?

Ness: No lo sé. Es así.

Zac: ¿Por qué no lo lees de todas maneras? Quiero que sepas lo que has firmado.

Ness: ¿Qué has hecho, víbora? -siseó entrecerrando los ojos-.

Finalmente Zac se acercó a ella, poniéndole las manos en los hombros, y obligándola a sentarse en el mullido sofá.

Zac: Lee, Nessi. Y entonces hablaremos de trampas.

Vanessa pensó que estaba loca. No debía haber ido allí. El poder que emanaba de Zac la estaba debilitando por momentos. Con gesto desmayado, bajó la vista al papel y volvió a mirarle con los ojos muy abiertos.

Ness: ¿Contrato prenupcial? ¿Te has vuelto loco?

Zac: Sí -dijo de pie frente a ella-. Déjame que te lo resuma. A cambio de la propiedad del Casa de Cristal Plaza, que será solamente tuyo, no podrás reclamar derechos sobre ninguna de mis posesiones anteriores al momento de la boda. Cualquier cosa adquirida después de esa fecha, será común.

Ness: Estás loco.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Creo que es aceptable. El Plaza va a tener un valor casi similar a la mitad de mi actual fortuna, y así comenzaremos más igualados. Así ninguno gana.

Ness: Ni pierde. ¿Por qué, Zac?

Al llegar el momento de decirlo, Zac pareció curiosamente tímido.

Zac: Pregúntale a Heather -dijo con cierta aspereza-. Le encantará contártelo.

Ness: Ya me lo ha contado, y no lo creo. Necesito oírtelo a ti.

Zac: Ven aquí.

Ness: No -dijo negando con la cabeza-. Te lo pondré difícil. Dilo sin tocarme.

Zac: ¿Qué es esto, venganza? -preguntó todavía con aire combatiente-.

Ness: No, Zac. Justicia.

Él cruzó la habitación, plantándose a pocos centímetros de ella, tan cerca que su aliento hacía temblar el cabello de Vanessa.

Zac: Muy bien. Te quiero. No tiene ningún sentido, pero ya no puedo negarlo. Te daré todo lo que tengo si te casas conmigo. Ni siquiera tienes que corresponderme si no quieres. Eso ya lo solucionaremos.

Los zapatos de tacón no eran suficientemente altos. Vanessa le echó los brazos al cuello, sonriendo, sintiendo su pecho contra el de Zac.

Ness: No necesitas sobornarme -susurró-. Ya te quiero. Y me casaré contigo. Daría la vuelta al mundo descalza sobre carbones encendidos por ti. Solo tienes que decirlo.

Él la besó, levantándola en sus brazos y besándola con un hambre infinita. Cuando volvió a dejarla en el suelo sus brazos temblaban, pero consiguió sonreír.

Zac: ¿Quieres decir que no tengo que regalarte el Plaza?

Ness: Demasiado tarde -dijo con una sonrisa traviesa-. Ya he firmado. Es mío.

Entonces Vanessa le cogió del cuello de la camisa y la rompió lentamente, mientras los botones saltaban en todas direcciones.

Zac: Avariciosa -murmuró quitándole el suéter por encima de la cabeza-.

Ness: Víbora -replicó feliz mientras los dos caían al suelo-.

Zac: Amor mío -musitó contra su piel-.

Ness: Amor mío -dijo cerrando los ojos con placer-.

En el exterior, el sol de Nueva York brillaba benevolente a través de las ventanas ahumadas de la Casa de Cristal, haciendo sentir su calor a los dos amantes.


FIN




¡Qué reencuentro! ¡Qué final! ¡Qué bonito todo!
Una novela preciosa que nos ha tenido en ascuas desde el principio. A mi me ha gustado mucho, espero que a vosotras también.

¡Thank you por los coments!
¡Comentad pronto para que pueda poner la siguiente!

¡Un besi!


miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 18


Zac estaba tendido en la cama, mirando cómo la lluvia se deslizaba por los paneles de cristal ahumado del edificio con el que quería acabar. La lluvia se introducía por los cristales agrietados, formando riachuelos.

Estuvo tentado de despertar a Vanessa para demostrarle el mal estado en que se encontraba su tesoro. Pero desistió, sabiendo que si lo hacía, volverían a hacer el amor sin solucionar la lucha que los separaba.

Acostarse con el enemigo había sido un grave error. Pero había tenido increíbles compensaciones. Una vez que Vanessa había aceptado el hecho de que estaba con él en la cama, había resultado ser tan apasionada como esperaba. No era extraño que no pudiera mantener sus manos apartadas de ella. Solo con pensar en su cuerpo volvía a excitarse violentamente.

Pero no podía abandonar un proyecto de millones de dólares solo porque él sintiera una atracción caballerosa por una enemiga. Frank tenía razón. Podía haber utilizado el informe contra Vanessa mucho antes, y el problema no existiría ya. De cualquier forma, seguía siendo reacio a hacerlo.

No veía salida a aquel dilema. No podía abandonar su proyecto, pero tenía que reconocer que jamás había sentido por una mujer lo que estaba sintiendo por Vanessa. Se resistía a llamarlo amor, pero si no ¿qué era?

Ella murmuró algo entre sueños, dándose la vuelta y acurrucándose junto a él. Cómo había cambiado desde su primer y tímido encuentro, apenas hacía unas horas. Zac no pudo resistirse. Inclinándose sobre ella la besó en la boca ligeramente al principio, y más profundamente a continuación. Ella le pasó los brazos por el cuello. Cuando él se retiró, Vanessa le estaba sonriendo confiada e indefensa.

Ness: Eres insaciable -murmuró-.

Él sonrió también.

Zac: Hago lo que puedo.

Ness: Pues lo haces muy bien -dijo con voz acariciante mientras Zac apartaba las sábanas descubriendo su cuerpo desnudo-. Muy bien.


Vanessa despertó de un sueño profundo a causa de un temblor que pareció sacudir todo el edificio. Abrió los ojos y se vio sola en el dormitorio de Zachary Efron. Se sentía saciada y muy soñolienta mientras el resplandor de un relámpago penetraba a través de sus párpados cerrados. Entonces, el edificio volvió a temblar, pero no fue acompañado de un trueno. Vanessa abrió los ojos.

El resplandor se debía a la instalación eléctrica del edificio, que parpadeaba esporádicamente. Vanessa vio con horror cómo habían aparecido nuevas y mayores grietas en el cristal. El edificio pareció estremecerse de nuevo.

Zac entró como un ciclón en la habitación, vestido con sus vaqueros y la sudadera, empapado de agua.

Zac: Vístete, Vanessa. Están evacuando el edificio.

Ness: ¿Qué has hecho? -preguntó horrorizada, ignorando al grupo de obreros que se había quedado en el umbral-.

Zac: ¿Qué he hecho? -gritó furioso-. ¡Qué has hecho tú! Los cimientos de este edificio han comenzado a tambalearse. Toda la manzana está acordonada, el cuerpo de ingenieros del ejército viene hacia aquí, y hay un hombre, un buen hombre, atrapado bajo tu estúpido y anacrónico montón de cristal y hierro.

Nes: ¡Oh, Dios mío! -gimió-. ¿Quién...?

Zac: Uno de mis obreros. Un chico de veintisiete años con dos hijos. Están trabajando con toda la rapidez posible, pero no ha hecho ningún ruido en los últimos diez minutos. Levántate y sal.

Zac tenía las piernas llenas de barro. Vanessa no dudó que había estado abajo, cavando con sus manos, intentando rescatar a aquel hombre. El horror y la culpabilidad estuvieron a punto de hacer presa de ella, pero inmediatamente los rechazó.

Ness: Si no hubieras enviado a tus excavadores tan cerca de los cimientos, probablemente esto no habría ocurrido.

Zac: Quizá. ¿Y crees que eso te libra de toda culpa? -Ella le miró sin decir una palabra, sentada desnuda en la cama. En aquella cama que horas antes habían compartido. Zac se pasó una mano por el cabello empapado-. Escucha. Ahora no podemos hablar. Vístete y sal del edificio. Ya veremos qué hacemos con esto. Mientras tanto estás en peligro...

Frank: ¡Zac! -gritó entrando precipitadamente, ignorando la presencia de Vanessa en la cama-. Ya le han sacado. Lo han llevado al hospital, pero parece que no tiene nada grave. Tengo un coche esperando.

Zac: Voy. Vanessa, sal de aquí -dijo sin el menor rastro de dulzura-. Vete a casa de tu madre.

Sin decir una palabra más salió.

Vanessa quedó un momento inmóvil en la cama. La luz seguía parpadeando. Imaginó que debía estar sola en el edificio. Si se derrumbaba, solo ella moriría. Había una cierta justicia en ello.

Las luces volvieron poco a poco. El edificio dejó de temblar. Parecía haber pasado todo. Pero de repente Vanessa levantó la cabeza al llegar a una clara conclusión.

La Casa de Cristal no merecía más muertes. Ya había costado la vida de su abuelo, tiroteado por el marido de su amante, el pobre idiota que había financiado el edificio. Ahora un obrero había estado también a punto de morir.

Y desde luego tampoco valía la muerte de una estúpida y orgullosa mujer de treinta y dos años llamada Vanessa Hudgens. Ya era suficiente. Por primera vez en muchos años, había llegado el momento de que Vanessa Hudgens reconociera la derrota.

Consiguió encontrar el kimono y se envolvió en él lentamente. Saliendo de la habitación sin mirar atrás, subió por la escalera interior al despacho de Zac. No tardó nada en encontrar los papeles. Los firmó rápidamente, sin preocuparse de leer las condiciones. El precio ofrecido por la Casa de Cristal era absurdamente alto. Desproporcionado.

Tardó apenas una hora en hacer las maletas y un par de llamadas telefónicas. Lo que quedaba en su casa le daba igual. Si el edificio no se derrumbaba, le pediría a Ashley que lo empaquetase y lo guardase.

La lista de los sobornos de Zac estaba todavía en su caja fuerte. La miró y la partió en cuatro. Metiéndola en un sobre, lo cerró y lo dejó sobre su cama. Si Zac lo encontraba, bien. Y si no, también podía hundirse con el resto de la casa.

Cuando Vanessa salió a la lluvia vio a Ashley y a Scott tras el cordón de policía. Ashley consiguió traspasarlo y acercarse a Vanessa.

Ness: Hazme un favor -dijo sin preámbulos-. Si el edificio resiste, busca un nuevo local para Rostros de Cristal. Todavía puede dar buenos beneficios. Y Scott estará dispuesto a ayudarte. Si quieres la agencia, es tuya.

Ashley: No seas ridícula...

Ness: Te enviaré las escrituras de propiedad. O de copropiedad. Creo que voy a necesitar algún ingreso extra.

Ashley: ¿Dónde vas?

Ness: A California. Ya conoces a Amelia. Siempre necesita a alguien para que le ayude a pasar estas rachas. Y si le va bien, no sé lo que haré.

Ashley: Pero la Casa de Cristal...

Ness: Se la he vendido a Efron. Supongo que desaparecerá en cuestión de días.

Ashley: Oh, Vanessa -murmuró con cariño y dolor-.

Vanessa sacudió levemente la cabeza, sonriendo con decisión.

Ness: Ya era hora. Las dos lo sabemos. Te llamaré cuando todo se calme.

Ashley: ¿Y Zac?

Ness: ¿Qué ocurre? -dijo con frialdad-.

Ashley: ¿Se acabó?

Ness: Se acabó. Te llamaré dentro de unos días.

Echándose su bolsón de piel al hombro, echó a andar bajo la lluvia, sin mirar atrás ni una sola vez.


Vanessa llevaba tres meses instalada en California, ayudando a Amelia con el lanzamiento de su carrera cinematográfica, y el tiempo parecía pasar despacio. Había conseguido un número de teléfono sin su nombre y en cuanto supo que Ashley y Scott estaban bien, dejó de interesarse por el mundo exterior.

July, de regreso de su luna de miel, había dejado un mensaje tras otro en su contestador automático. La respuesta de Vanessa había sido cálida pero breve y distante. Ashley y Scott la habían visitado un fin de semana, y habían pasado todo el tiempo planeando la nueva sociedad entre los tres. Pero tampoco le importaba. Sabía que Ashley, con la ayuda de Scott, la convertiría en la mejor agencia de la ciudad.

Tampoco le afectó saber que Brittany Dawson había aparecido en la portada de Vogue con una cantidad asombrosa de diamantes rodeando su preciosa cara. Cuando Ashley y Scott se lo contaron, Vanessa siguió hablando de Amelia, y de lo que le gustaba California.

De lo único que no había querido hablar era de la Casa de Cristal ni de Zachary Efron.

Él sabía dónde estaba. Sus abogados no habían dejado de molestarla, diciendo que quedaba un último documento para firmar. Ella había respondido con cortesía a sus peticiones, y las había olvidado. Ella ya había hecho bastante. Si Zac quería más, podía hacerlo solo. Pero él no había dicho una palabra. Ni de agradecimiento, ni de disculpa, nada.

Hasta Heather sabía dónde estaba. Le había enviado un tríptico como regalo de Navidad, de colores antiguos y suaves y tonos dorados. Era la única decoración Navideña que Vanessa había puesto en su casa. Pasó la Nochebuena bebiendo té ruso y vodka y brindando con la Sagrada Familia del tríptico. Y obligándose a no pensar en aquella otra familia de rusos de Nueva York.

Fue a principios de enero cuando recibió la llamada de Ashley. Estaba muy nerviosa e insistía en que viera el programa de Dan Rather en la televisión.

Ness: Son solo las tres y media, Ashley, y no empezará hasta las seis.

Ashley: ¡Por Dios, Vanessa! Tienes que verlo -dijo cortantemente-.

Ness: No seas así. ¿No te sienta bien el matrimonio?

Ashley: Calla. Pensé que por lo menos vendrías a mi boda. Eres una ingrata.

Ness: No me hagas sentir culpable.

Ashley: Simplemente mira el programa de Dan Rather, y luego dime cómo te sientes.

No pensaba hacerlo. Había rehuido las noticias desde que estaba en California. Sería alguna nueva noticia sobre la señora Dawson. Igual iba a tener mellizos. O quizá se trataba de otra persona, que también podía haberse casado.

El dolor que la invadió fue de una intensidad abrumadora. No podía ser. Ashley se lo habría dicho personalmente. Estuvo a punto de llamar a Nueva York.

Para no pasar tres horas de agonía, decidió ir al supermercado a hacer la compra. Cuando volvió a casa, el programa de Dan Rather había empezado hacía rato. El tráfico la había retrasado excesivamente. Corrió a la televisión soltando todas las bolsas en el vestíbulo y la encendió.

A medida que aparecía la imagen oyó las palabras «Casa de Cristal» en la voz calmada y persuasiva del locutor. Con asombro, Vanessa vio la imagen de su querida casa en la pantalla. No un montón de escombros, ni un horrible rascacielos, sino su casa, rodeada de andamios, en medio de nuevos edificios que ascendían vertiginosamente hacia el cielo. Seguía allí.

Cayó de rodillas delante de la pantalla, sin creer lo que veía y oía. La historia era breve. El famoso edificio protegido de Nueva York, la Casa de Cristal, era el centro del último proyecto del multimillonario Zachary Efron, una gigantesca construcción de cristal y acero que había sido bautizada como «Casa de Cristal Plaza». La maqueta que aparecía a continuación hablaba mejor que mil palabras. Altos edificios se elevaban con agudas agujas de cristal, con ángulos cortados hacia el interior para no robar ni un rayo de luz al núcleo del complejo. En el centro se erguía la Casa de Cristal, una diminuta joya engarzada en el centro de la estructura. Delicada, inviolable, restaurada y fortalecida para resistir el paso de los siglos.

Esperó a dejar de llorar para llamar al aeropuerto. No pudo encontrar un vuelo hasta dos días después. Pensó en llamarle, pero no era suficiente. Tenía que verle, para darle las gracias, para exorcizar a los viejos demonios, para poder continuar con su vida. Si podían olvidar sus antiguos rencores, quizá pudieran ser amigos. Era lo mejor que podía esperar, y en realidad eso ya era mucho esperar.




Awww... ¡Qué mono, Zac! Se nota que la quiere mucho. 
Solo queda un capi y seguro que pasa de todo así que no os lo perdáis.

¡Thank you por los coments!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


domingo, 13 de abril de 2014

Capítulo 17


Estaba lloviendo. Vanessa estaba en su apartamento, viendo la lluvia chorrear por los agrietados paneles de cristal con los ojos llenos de lágrimas.

Se acercó al teléfono y marcó el número de su madre. Tras unos momentos, colgó con un golpe seco. Muy típico de July, desaparecer cuando Vanessa necesitaba a alguien con quien hablar. Había llegado a abrigar la esperanza de que su madre la comprendiera. Durante la comida lo habían pasado mejor que nunca. Por supuesto, su madre había pasado la mitad del tiempo hablando de Peter Morton, uno de los ejecutivos de Zachary Efron que la había invitado a cenar, pero había prestado atención a las confidencias de Vanessa. Después de todo, nadie sabía más de amor y sexo que su madre. Sin embargo, en un principio omitió mencionar nombres.

July: ¿Pero por qué te acostaste con ese hombre? -preguntó cuando abrieron la segunda botella de champán-.

Ness: No lo sé. Supongo que deseo animal.

July: Pues debe hacer falta todo un hombre para hacerte sentir a ti deseo animal, querida. Sé cuál es tu problema, pero no vas a querer oírlo.

Ness: Adelante. Necesito tu consejo.

July: Estás enamorada de él. Si no lo estuvieras, no te habrías ido a la cama con él. Eres demasiado testaruda.

Vanessa miró a su madre de mal humor.

Ness: Eso ya lo sé. Dime algo más.

July: Sospecho que él también está enamorado de ti. ¿Por qué si no iba Zachary Efron a cortejar a su enemiga declarada?

Ness: ¿Por qué crees que es Zac?

July: Porque he visto su expresión cuando te maldice. Y a ti te conozco lo suficiente como para saber que harías lo menos convencional. Sumé dos y dos y salieron cuatro.

Ness: Fue una casualidad. Un accidente.

July: Es la primera vez en mi vida que oigo que dos personas acaban juntas en una cama por accidente. Explícame cómo se hace.

Ness: Necesito comprensión, madre, no sarcasmo.

July: Querida, tienes toda mi comprensión. Pero no estoy segura de lo que esperas de mí.

Ness: Yo tampoco -dijo repentinamente deprimida-. Te llamaré esta tarde cuando lo averigüe.


Pero July no respondía al teléfono. Probablemente había salido a algún cóctel. Vanessa pensó que sería mejor que la llamara por la noche, después de la confrontación con Britt y de la charla con Zac.

Al rato, llegaron Scott y Ashley, estrechamente abrazados y sonrientes. Vanessa supo inmediatamente lo que habían estado haciendo poco antes, y reprimió una punzada de envidia. Casi a continuación apareció Zac. Llevaba unos vaqueros y una sudadera de algodón. La misma ropa que la noche anterior. Debía haberlo hecho a propósito, pensó Vanessa al ver la leve sonrisa de sus labios y el brillo de sus ojos.

Ness: Son las siete menos veinte -dijo intentando borrar de su mente los pensamientos eróticos que la invadían-. ¿Vamos a hacer una fiesta o a por nuestros chantajistas?

Los cuatro bajaron por las escaleras hasta la oficina de Steinberg. Los zapatos de Vanessa repiqueteaban contra el suelo secamente.

Zac: ¿Por qué no te quitas los zapatos? Estás haciendo un ruido de mil demonios, y estoy seguro de que así no podrás correr.

Ness: No pienso correr, y no me importa el ruido. No pienso quitármelos. Ya estoy en bastante desventaja con respecto a ti con tacones.

Zac: Me alegro de que pienses que estás en desventaja. Posiblemente eso quiere decir que no sabes el efecto que produces en mí.

¿Era posible que él hubiera quedado tan impresionado como ella por lo que había sucedido la noche anterior? Pero eso era imposible. ¿O no?


En la oficina desierta no había ni rastro de Britt. El sobre de dinero que Scott había dejado antes seguía allí. Había sido Zac el que le había dejado el dinero.

Ashley: ¿Crees que ha cambiado de idea? -susurró-. Puede haberse asustado. Quizá piensa que sospechamos de ella.

Ness: Mayor razón para coger el dinero y echar a correr. Vamos, todos a esconderse.

Scott: A la orden.

Ashley y él se encerraron en el despacho interior, y al momento se escuchó una risilla nerviosa.

Vanessa se escondió detrás de la mesa, y al cabo de unos segundos vio con horror que Zac se sentaba en el suelo tras ella.

Ness: Escóndete en otro sitio... -Zac la abrazó en el suelo, y Vanessa no pudo seguir protestando al sentirse acogida entre sus brazos-. Esto no era necesario -dijo al cabo de un momento-.

Zac: Pero hace la situación mucho más placentera -murmuró en su oído-. Te he echado de menos.

Ness: Estate quieto -dijo mientras él le mordisqueaba el lóbulo, intentando soltarse, pero los dientes de Zac se cerraron sobre la suave carne, impidiéndola huir-.

Vanessa podía sentir perfectamente la excitación de Zac, y se apretó contra él.

Zac: No hagas eso. Me lo pones muy difícil.

Ness: Pervertido -murmuró-.

Zac: No. Creo que soy bastante sano. Es una reacción natural, especialmente cuando tú estás cerca.

Ness: Si no te callas, nos va a oír cuando entre.

Zac: Ni una palabra más -dijo deslizando sus manos desde la cintura de Vanessa hasta ponerlas sobre sus pechos, por encima de su suéter de algodón-.

Ella intentó apartar sus manos, pero él había comenzado a besarle el cuello, y sin darse cuenta, puso las manos sobre las de él, apretándolas contra su pecho, y apoyó la cabeza sobre su hombro.

Desde luego, Vanessa no esperaba que Zac deslizara sus manos por debajo de la blusa y le apretara los pechos a través del sujetador de encaje. Ni que desabrochara el cierre delantero, tomando en sus manos su carne caliente y sedosa. Vanessa tuvo que morderse los labios para reprimir el gemido de placer que brotó de su pecho cuando él frotó su durísimo pezón con los dedos. A pesar de sus buenas intenciones, se apretó contra él cuando empezó a desabrocharle los botones de la blusa hasta el ombligo.

Ness: No... -susurró-.

Zac: Shhh.

Vanessa pensó que debía guardar silencio. No iba a ser fácil, ya que Zac le acariciaba el estómago con una mano y un pecho con la otra. Pero no podía arriesgarse a alertar a Britt. De modo que se quedó inmóvil, atrapada en sus brazos, mientras su piel se calentaba cada vez más, haciéndose dolorosamente sensible.

Los dedos de Zac jugaban ahora con el borde de su braguita. Ella contuvo el aliento, pero solo consiguió dejarle el camino más libre. Scott y Ashley seguían en la otra habitación, posiblemente igual de concentrados en jugar con sus cuerpos. Vanessa intentó apartar a Zac con el codo, pero él lo ignoró, alcanzando con los dedos finalmente el aterciopelado centro de su placer.

El estrangulado gemido de Vanessa no pasó de sus labios. Paralizada, se quedó allí sentada, y antes de que pudiera pensar nada más, sintió que la excitación la dominaba por completo.

Zac sintió su respuesta y emitió un sordo gruñido alentándola aún más, sin dejar de acariciarla. Ella se estremeció ligeramente y se volvió para protestar, pero la boca de Zac acalló sus quejas.

Todo su cuerpo comenzó a temblar. Estaba cubierta de una fina película de sudor y su respiración era rápida y entrecortada. El placer que aquel hombre le estaba proporcionando era tan exquisito, que Vanessa creyó que iba a morir.

Ness: Para -murmuró roncamente-. No puedo...

Zacc: Sí. Sí puedes.

La voz de Zac era un susurro apenas audible en la noche. Y de repente ocurrió. Vanessa se mordió el labio inferior mientras su cuerpo se tensaba con una reacción que todavía era demasiado nueva para ella. Zac la sostuvo con fuerza, prolongando su éxtasis hasta que Vanessa creyó que iba a explotar. Las lágrimas rodaron por sus ojos.

Lenta y cariñosamente, Zac la hizo recostarse contra su pecho, calmándola con repentina suavidad, besándole la nuca, limpiando sus lágrimas, meciéndola entre sus brazos. Vanessa nunca hubiera pensado que Zac fuera capaz de mostrar tal ternura, pero así era, y se sintió inmensamente agradecida por ello.

No notó el paso del tiempo. Se sentía completamente relajada entre sus brazos. Era consciente de la insistente dureza de su cuerpo bajo el de ella, y le producía un curioso placer. Aquello no había sido idea suya. Si ahora lo estaba pasando mal, allá él. Había sido por su culpa. Y también de ella, pensó con femenino placer.

Scott: No va a venir -resonó su voz en la oscuridad-.

Eran las ocho y cuarto. Algo tenía que haber pasado. Scott y Ashley salieron del despacho y se reunieron con Vanessa y Zac.

Ashley: ¡Silencio! -murmuró-. Creo que alguien se acerca.

Todos se refugiaron detrás de la mesa, en un increíble caos de brazos y piernas. Ninguno se atrevía a respirar. Zac se las había arreglado para quedar encima de Vanessa, y aunque apenas se movía, ella era plenamente consciente de su erección. Vanessa movió la cabeza ligeramente hasta alcanzar el hombro de Zac, y hundió los dientes en su carne.

Ashley: ¡Shhh! -siseó mientras Zac profería una exclamación de dolor-.

Vanessa se dio cuenta de que con su salvaje acto solo había aumentado la excitación de Zac. Entonces se abrió la puerta y una sombra apareció en el umbral.

**: Señorita Hudgens -susurró la voz de Lance, el portero-. ¿Está ahí?

Vanessa no pudo emitir más que un quejido mientras los otros tres se levantaban.

Ness: ¿Qué ocurre, Lance? -preguntó cuando consiguió ponerse de pie-.

Lance: Vino un mensajero con una carta de la señorita Snow. Creí que querría leerla enseguida.

Vanessa abrió el sobre blanco y leyó la nota que contenía.

Ness: Vaya, vaya. Nuestra pequeña chantajista se ha largado con Patrick Dawson.

Scott: ¿Bromeas? -exclamó-. ¿Con ese viejo verde?

Zac: Es un viejo verde muy rico -señaló-. Más rico que yo, y eso es bastante. Se dice que le gusta más mirar que actuar, y a Britt le encanta que la miren. Una pareja perfecta. ¿Dice algo más?

Ness: Sí. Que se lleva una copia del informe, por si le sirve en el futuro.

Zac: Será una curiosidad, teniendo en cuenta que dentro de poco el edificio dejará de existir.

Vanessa sintió un aguijonazo de rabia. Había llegado a olvidar que seguían siendo enemigos mortales.

Ness: Muy bien. Pues ya no hacemos nada aquí. Vámonos -dijo dirigiéndose a la puerta-.

Zac: ¿Dónde vas? -preguntó con voz contrariada-.

Ness: A ver a mi madre. Le prometí que mantendríamos una amigable charla femenina -dijo desapareciendo por el pasillo hacia las escaleras-.

Cuando llegó al vestíbulo vio que la lluvia seguía cayendo insistentemente. El parte meteorológico había dicho que podía producirse un huracán. Había muy poco tráfico, y se dio cuenta de que no iba a encontrar taxi con facilidad. Quizá la lluvia le aclarara las ideas. Al fin y al cabo, su madre solo vivía a cinco manzanas.

Cuando llegó a casa de July, se enteró con horror de que su madre no estaba.

Ness: ¿Cuando vuelva mi madre le dirá que vine a verla?

**: Me gustaría hacerlo -dijo Maxwell, el viejo y atento portero-. Pero no volverá en un período indefinido de tiempo.

Vanessa se quedó de piedra.

Ness: ¿Dónde ha ido?

Maxwell: A París, creo. Con un joven llamado Peter Morton. Se me olvidaba mencionárselo, señorita, pero me enseñó su anillo de compromiso.

Ness: Típico de mi madre -dijo con una desmayada sonrisa-. Buenas noches, Maxwell.

Volvió caminando bajo la lluvia las cinco manzanas, sin dejar de sollozar como una niña que ha perdido su juguete favorito. Al llegar a casa tomó el ascensor hasta el piso onceavo. Temía que Zac la estuviera esperando, pero su apartamento estaba felizmente vacío. Abrió los grifos de la bañera de mármol y se preparó un buen baño.

Tardó casi una hora en quitarse el frío de los huesos, y la mayor parte de otra en tomarse tres copas de Chardonnay y decidir que jamás volvería a dejar acercarse a Zachary Efron. Después se puso un kimono de seda sobre su camisón de seda verde lima y sus zapatos de tacón, y se dirigió al apartamento de Zac.

Él salía por la puerta cuando Vanessa llegó a su piso. Al verla, Zac la miró con expresión de incertidumbre. Aquello sorprendió a Vanessa.

Ness: ¿Ibas a algún sitio? -preguntó con frialdad-.

Zac: Iba a subir a buscarte. Creí que no ibas a venir -dijo volviendo a entrar en el apartamento, seguido de Vanessa-.

Ness: No recuerdo haber sido invitada.

Zac: Lo de antes no fue otra cosa que una invitación -dijo con voz baja y sensual, pero no la tocó-.

Ness: No voy a firmar esos papeles -dijo ferozmente-. No voy a venderte este edificio.

Zac: No me importa este edificio. No ahora. Lo que está ocurriendo entre nosotros en la cama no tiene nada que ver con un trozo de terreno.

Ella le miró un momento sin decir nada. Entonces dejó caer al suelo el kimono de seda melocotón y se quedó de pie con el corto camisón casi transparente y sus altos zapatos de tacón.

Entonces Zac sonrió, mirándola con gesto de aprobación.

Zac: ¿Sabes qué? No me importa que te metas en la cama con zapatos -murmuró-.

Ness: Eres más alto que yo cuando estamos tumbados. No serviría de nada -dijo con una ligera sonrisa-.

Él se acercó, abrazándola, y ella se abandonó a él, temblando de ansiedad.

Zac: Ojala confiaras en mí -murmuró-.

Ness: Confío en ti. Hasta cierto punto. Si no fuera así, no habría venido.

Él sonrió con malicia.

Zac: Supongo que tendré que conformarme con eso.

Ness: Tendrás que conformarte... -asintió pasándole los brazos por el cuello y besándole-. Por ahora.

Pronunció las últimas palabras en voz tan baja, que él ni siquiera las oyó.




¡Madre mía! ¡Menudo final de capítulo! ¡Estos dos están on fire! XD
Me ha encantado el mordisco que le dio Vanessa a Zac XD XD XD
¡Se lo merecía!

¡Thank you por los coments!
¡Solo quedan dos capis!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


jueves, 10 de abril de 2014

Capítulo 16


Zachary Efron estaba sentado en su escritorio en el décimo piso de la Casa de Cristal. Cogió su taza de café y la arrojó contra uno de los paneles de cristal ahumado. El café comenzó a chorrear por el cristal, manchando la nueva alfombra gris claro. Sin moverse, comenzó a maldecir en inglés, francés y ruso. En aquel momento, entró Frank, miró el destrozo de la pared y se sirvió un café sin decir una palabra.

Zac: ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó furiosamente-.

Frank: Tienes uno de tus días especiales ¿no es eso? -dijo fríamente, sentándose frente a su irritable socio-. Toma, quizá esto te alegre el día.

Frank dejó sobre la mesa varios papeles.

Zac: ¿Qué es eso?

Frank: El contrato de compraventa de la Casa de Cristal. Todos los papeles necesarios. Incluso he puesto ya el precio más alto que llegaste a ofrecer la semana pasada. Todo lo que tienes que hacer es conseguir que la señorita ponga la firma, y todo esto habrá acabado.

Zac: Dame tu café, Frank. Te lo voy a tirar a la cabeza.

Frank: ¿Qué demonios te ocurre? Esa mujer sería pan comido si emplearas con ella toda tu fuerza. Todo vale. ¿Cuál es el problema?

Zac le miró.

Zac: El problema es que me siento como un despreciable canalla. Una serpiente despreciable, por citar las palabras de una conocida.

Frank: Eso no es propio de ti, Zac. En tu trabajo no puedes permitirte tener conciencia.

Zac: Soy uno de los cincuenta hombres más ricos de este país, y pronto me contaré entre los diez primeros. Si no puedo permitirme tener conciencia ¿quién más que yo puede hacerlo?

Frank: ¿Quieres abandonar todo este proyecto? ¿Dejar a Vanessa Hudgens salirse con la suya? Esa no es la respuesta, y tú lo sabes. Si tú no lo haces, lo hará el tiempo. O quizá algún otro tiburón con menos escrúpulos que tú. Acéptalo, Zac. Va a perder este edificio, de una forma u otra. Y tú puedes beneficiarte de ello.

Zac: Lo intento. No puedo abandonar. He invertido demasiado tiempo y dinero en este proyecto. No voy a dejarlo solo porque sienta pena de una mujer.

Frank: ¿Solo se trata de lástima? -preguntó con incredulidad-.

Zac: No lo sé, Frank. Todo lo que desearía es no haber oído hablar jamás de la Casa de Cristal ni de Vanessa Hudgens.

Frank: De acuerdo -dijo notando que no quería hablar del tema-. ¿Te lo pasaste bien con esa modelo?

Zac: ¿Cómo?

Frank: Bueno, se oyen cosas. Dicen que te llevaste a Britt de Maxim's a paso ligero. A Brooke le encantaría ayudarte a preparar la boda.

Zac: Dios santo. Espero que eso no ocurra.

Frank: Déjame ser el primero en felicitarte -dijo levantándose y dándole una palmada en el hombro-.

Zac: Creo que harías mejor en compadecerme. Dejemos mis proyectos nupciales por el momento. ¿Qué tenemos para hoy?

Frank: ¿Has decidido qué hacer con el extorsionista?

Zac tardó un momento en volver a tan terrenales asuntos.

Zac: Lo había olvidado. ¿Qué quería?

Frank: Diez mil dólares a cambio de un informe sobre el estado de la Casa de Cristal. El mismo que compramos hace dos meses por setecientos.

Zac: No llamaré a la policía. Por una parte, no quiero que Vanessa sepa que tengo ese informe. No estoy seguro de que sea suficiente para hundirla, y no quiero desperdiciarlo.

Frank: ¿Qué vas a hacer entonces?

Zac: Espera. Quizá nuestro amigo secreto se saque alguna otra información de la manga.

Frank: Bueno. Oye, de verdad ¿cuándo es la boda? A Brooke le encantaría ayudar.

Zac: Solo Dios lo sabe -dijo mirando por la ventana-. Todavía no se lo he propuesto a la novia. Y puede que lo que quiera sea mi cabeza en una bandeja de plata.

Frank: A mí Britt me parece una chica inteligente.

Zac: Sí ¿verdad? -murmuró intencionadamente evasivo-.

Frank: Vale, pues tenme al corriente.

Zac: Serás el primero en saberlo, Frank. Gracias por los papeles.

Frank sonrió.

Frank: Úsalos sabiamente.

Zac: Me conformo con poder utilizarlos rápidamente.


Vanessa había bebido demasiado champán con su madre. Se sentía agotada y confusa cuando llegó a la Casa de Cristal tres horas después. Por primera vez, comprendía lo que había pasado Ashley por culpa de Scott, y estaba deseando echarse a llorar en su hombro cuando finalmente entró en la oficina.

Ashley estaba en su mesa, con un halo beatífico alrededor del rostro, lo que hizo que a Vanessa se le formara un nudo en la garganta. La sonrisa que Ashley le dedicó era resplandeciente.

Ashley: ¿Dónde has estado toda la mañana? No has respondido al teléfono y luego me dijeron que habías salido.

Ness: Me quedé dormida -dijo dejándose caer en un sillón y frotándose las sienes-. ¿Tienes algo para el dolor de cabeza?

Ashley: Parece que te saliste con la tuya. ¿Dónde está Andrew Seeley?

Ness: Espero que ya haya llegado a Kansas.

Ashley: ¿Se llevó a la Bruja con él?

Ness: ¿Britt?

Ashley: Sabes que no me gusta.

Ness: Pues me parece que va a ser quien traiga a esta agencia el dinero para pagar tu sueldo -señaló-.

Ashley: Me conformaría con un recorte salarial.

Ness: En cualquier caso, no me fui a la cama con Andrew. Supongo que te gustará saberlo.

Ashley: ¿Entonces con quién?

Ness: ¿Quién dice que me fui a la cama con alguien? -dijo a la defensiva-. Dios mío, no hay manera de engañarte.

Ashley: ¿Por qué ibas a hacerlo?

Ness: Porque soy aún más estúpida que tú. Enamorarse de un hombre que desaparece a la mañana siguiente y al que le importa un comino...

Scott: Diría que se habla de mí -dijo desde el umbral de su despacho, sonriendo sensualmente-.

Vanessa miró la cara de Ashley, y a continuación la de su ex-modelo.

Ness: Debería haberlo comprendido antes -dijo con un suspiro-. Me alegro de que algo marche bien. Eh... ¿Qué hacías en mi despacho, Scott?

La sospecha volvió a aparecer en la mente de Vanessa. Si Scott resultaba ser el chantajista, quizá valiera la pena pagar antes que ver a Ashley destrozada de nuevo.

Scott: Mirando tus papeles privados -dijo inocentemente-. ¿Te habías dado cuenta de que te han roto la cerradura?

Ness: ¿Por qué estabas ahí?

Scott: Porque alguien me ha estado chantajeando acerca de aquella estúpida película, y supuse que solo podía haber conseguido la información aquí.

Ness: ¿A ti también? -preguntó atónita-.

Ashley: No me digas más -murmuró-. Ya está claro lo de la carta de ayer.

Ness: Exacto. Alguien quiere diez mil dólares a cambio de no darle a Efron una copia del informe técnico sobre este lugar.

Ashley: ¿Tan malo es?

Ness: Lo suficiente -replicó-.

Scott: Quienquiera que sea, le gusta la cifra de diez mil dólares. A mí me parece bastante mezquino, pero debe tratarse de alguien bastante mezquino.

Ness: ¿Tienes alguna idea?

Scott: Ajá.

Las dos mujeres le miraron, pero fue Ashley la primera en preguntar.

Ashley: ¿Quién?

Scott solo sonrió enigmáticamente. Aquella sonrisa hubiera hecho vender millones de frascos de perfume.

Scott: Dejadme pensarlo un poco más. Tengo que asegurarme de que no es solo porque le tenga manía.

Ness: ¿Vas a pagar?

Scott: Conoces mi situación económica. Ahora mismo no puedo pagarme casi ni la comida. Mucho menos a un chantajista. ¿Y tú?

Ness: Todavía no me he decidido. Esperaré a que me digas quién es.

Ashley: Puede que no tengas tiempo -dijo tendiéndole un sobre blanco-. Ha llegado esto para ti, y juraría que es del mismo remitente.

Scott lo cogió.

Scott: ¿Te importa?

Ness: Adelante.

Scott rasgó el sobre.

Scott: Tienes que dejar diez mil dólares en billetes sin marcar en la oficina de Steinberg, en el cuarto piso de este edificio.

Ness: Entonces es alguien que sabe más de lo que yo pensaba. Se les estropeó la cerradura, y no pude conseguir que viniera ningún cerrajero hasta la semana que viene. Maldita sea.

Scott: Son las dos y media. No tienes que dejar el dinero hasta las siete, y después se supone que debes abandonar el edificio.

Ness: Eso es una estupidez. Puedo entrar por la puerta de servicio y ver quién retira el dinero.

Scott: No me parece que nuestro chantajista tenga demasiadas luces. De lo contrario, habría escogido mejor sus objetivos y habría pedido más dinero.

Ness: ¿Donde debes dejar tú el dinero?

Scott: En el mismo lugar, a una hora diferente. Yo solo tengo hasta las cinco.

Se hizo el silencio, y Vanessa se puso a mirar la bandeja de asuntos pendientes. Había llegado el reportaje de Britt del estudio fotográfico. Se sentó cómodamente y empezó a hojearlo. Al cabo de un rato lo cerró.

Ness: Voy a cancelar el contrato de Britt.

Ashley estaba sentada en el regazo de Scott, y casi se cayó al suelo de la sorpresa.

Ashley: Estás loca. Esa chica es lo mejor que ha aparecido en escena desde hace años. Lancôme está a punto de hacer una oferta astronómica. No puedes despreciarla así como así.

Ness: Sí que puedo -la corrigió-.

Ashley: ¡Es el rostro de los noventa! -gimió-. ¿No te han gustado las fotos?

Ness: Sí. Son fabulosas. Llegará a lo más alto de su profesión. Pero no seré yo quien la haga llegar. Por fin me he dado cuenta de lo que hay en el fondo de sus ojos. No es solo su belleza. Hay muchas mujeres bellas en este gremio. Bajo esa inocente mirada no hay más que un frío y mortal rencor. Es odio hacia el mundo. Si ese es el rostro de los noventa, no me gusta. -Nadie dijo una palabra. Al rato Vanessa volvió a hablar-. A ninguno de los dos os gusta ¿verdad?

Ashley: Bueno, para ser sincera no mucho, pero pensé que con el tiempo me acostumbraría a ella.

Los ojos de Vanessa se entrecerraron.

Ness: Crees que es ella la chantajista ¿verdad? -preguntó a Scott-.

Scott: Me ha pasado por la cabeza. Es una corazonada. Pero no tenemos pruebas.

Ashley: Nunca ha estado sola aquí -replicó-. Ahora que lo pienso... Sí, sí que ha estado. El miércoles pasado estuvo sola más o menos una hora. Debió de abrir el fichero entonces.

Scott: ¿Qué planes tienes para hoy?

Ness: Nada. Es domingo. ¿No lo sabías? Salió con Efron anoche, pero creo que no acabó la cosa nada bien para ella -dijo enrojeciendo hasta las raíces del cabello-.

Ashley abrió los ojos de par en par.

Ashley: ¿Quieres decir que fue Zachary Efron? ¿Dejó a Britt por ti?

Ness: Difícil de creer ¿verdad?

Scott: Tú vales más que una docena de Britts, y lo sabes -dijo calmadamente-.

Ness: Sí. Pero no pensaba que nadie se diera cuenta.

Scott: Entonces ¿qué vamos a hacer?

Ness: Escondernos en la oficina de Steinberg y esperar a que aparezca -dijo con decisión-. Y voy a ser yo quien tenga unas palabras con ella.

Scott: Cuidado. Es bastante más grande que tú.

Ness: Pero yo estoy furiosa. Dios santo, si la vida se me complica más, creo que voy a gritar.

Ashley: Pues ya puedes empezar. Por ahí viene Zachary Efron.

Vanessa pensó encerrarse con llave en su despacho, pero no iba a servir de nada. Probablemente rompiera la puerta de una patada.

Zac: Tienes problemas -dijo secamente, deteniéndose frente a ella-.

Ness: ¿Ah, sí? -dijo observando que «el Torbellino» parecía cansado, confuso y muy enfadado-.

Zac: ¿Podemos hablar en privado?

Ness: Mis amigos pueden oír cualquier cosa que tengas que decir -declaró aterrada ante la posibilidad de quedarse a solas con él-.

Zac estaba manteniendo la compostura con un gran esfuerzo.

Zac: ¿Quieres que hablemos de control de la natalidad delante de tan amable público? Por mí perfecto.

Ness: Vamos a mi oficina.

Zac: Alguien está intentando extorsionarme -dijo sin más preámbulos en cuanto Vanessa cerró la puerta-.

Ella le miró atónita.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Alguien quiere venderme un informe técnico sobre la Casa de Cristal por diez mil dólares.

Vanessa cerró los ojos. Todo había terminado.

Ness: Maldita sea.

Zac: Cuando informé al extorsionista que había comprado ese informe por mucho menos y que no tenía intención de hacerlo público, cambió de actitud.

Ness: ¿Tienes el informe? ¿Por qué no lo has usado?

Zac: No me mires así. No lo he usado porque no estaba seguro de que fuera suficiente por sí solo para acabar con la Casa de Cristal. Esperaba a tener más armas en la mano.

Ness: Muy amable.

Zac: No soy amable. Soy concienzudo. Lo sabes.

Ness: Lo sé. ¿Qué dijo el chantajista cuando le dijiste que no te interesaba?

Zac: Me sugirió que entonces pagara los diez mil dólares por suprimir la información.

Ness: ¡Eso es ridículo! Más ridículo que todo lo que ha planteado hasta ahora. -En pocas palabras, le explicó lo que les había sucedido a Scott y a ella-. ¿Qué respuesta le diste?

Zac: ¿A quién?

Ness: A Britt, la chantajista.

Zac: Esa perra -murmuró secamente-. Dije que lo pensaría. Iba a dejarte a ti la decisión.

Ella le miró atónita.

Ness: ¿Por qué? Podías haberte beneficiado de la situación.

Zac: No me gusta que me chantajeen.

Ness: Estamos esperando la venganza. ¿Te apuntas?

Vanessa pensó que estaba demasiado cerca de él. Sintió un poderoso impulso de abrazarle, de apretarse contra él, pero se mantuvo en su sitio.

Zac: No me lo perdería por nada del mundo -dijo con su sonrisa lobuna-. ¿A qué hora vamos a enfrentarnos a la chantajista?

Ness: A las seis y media. Ven a mi apartamento y bajaremos todos juntos.

Zac: Perfecto. Por cierto, tengo los papeles dispuestos.

Ness: ¿Qué papeles?

Zac: Los de la venta de la Casa de Cristal a Efron Enterprises. Frank me los ha traído. Cuando estés dispuesta a firmar, ven a mi casa.

Ness: Puedes decirle a Frank que se los meta...

Zac: Vale, vale. ¿Qué diría mi hermana si te oyera hablar así? -bromeó-.

Ness: Diría «Bravo».

Zac: Sí, probablemente. A las seis y media. Después tenemos que hablar.

Ness: No quiero hablar contigo.

Zac: Soy más fuerte y grande que tú, y siempre consigo lo que quiero. Supongo que has decidido no acusarme de violación.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Me imaginé que sería difícil probarlo.

Zac: Mentirosa. También hablaremos de eso.

Ness: La próxima vez no seré tan cariñosa -advirtió-.

Zac: La próxima vez yo seré mucho más cariñoso -dijo con un grave y sensual murmullo-. Te veré a las seis y media.

Vanessa esperó a que los pasos de Zac se alejaran por el pasillo, y entonces apoyó la cabeza en la mesa y dejó escapar un largo y triste gemido.


Britt recorrió con la mirada su espaciosa habitación en el Helmsey Palace, y su perfecto labio superior se curvó con desagrado. Había andado un largo camino en pocos días. Cuando Vanessa Hudgens la había llevado a Nueva York, realmente había pensado que aquello era un palacio, un sueño de lujo y elegancia.

Pero ya sabía que no era así. Tenía una habitación, no una suite. Y no tenía vistas. Y el mobiliario estaba bien, pero no era de lo mejor. Aparentemente la señorita Hudgens, a pesar de sus alabanzas, no pensaba que Brittany Anne Snow mereciera lo mejor. Quizá Brittany Anne no lo mereciera, pero Britt sí. Y muy pronto le daría una lección a Vanessa Hudgens.

«Estos neoyorquinos y su desprecio hacia los del Medio Oeste», pensó con una sonrisa mordaz. Por supuesto, ella compartía aquel desprecio, pero aquella gente fina no la había impresionado. Estaba a punto de humillarlos a todos, de obligarles a pagar por su estupidez. Les demostraría que era más inteligente y despiadada que todos ellos juntos.

Y lo mejor de todo, lo más delicioso de su venganza, era que ya no la necesitaba. Al cabo de unas pocas horas, se habría ido, estaría fuera de su alcance. Y cada vez que pensara en ellos se reiría.




Oh, oh... =S
Van a pasar cosas y muchas. ¡Estamos ya en la recta final de la nove! No os podéis perder el próximo capitulo.

Cambiando de tema... HAPPY BIRTHDAY TO ME!!
Un año más que comparto mi día especial con vosotras. Sed buenas y comentadme mucho ;)

¡Un besi!


Perfil