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jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo 7


Cuando Vanessa despertó, el sol de la mañana entraba por la ventana de su cuarto. Miró el reloj. Eran las siete menos cuarto, y fuera el día era ya húmedo y sofocante. Un típico día de junio en Nueva Orleáns. Sin embargo, por más que subiera la temperatura, jamás podría igualar la de la noche anterior. Una sonrisa curvó sus labios. No le hacía falta mirar para saber que Zac seguía en su cama, todavía dormido. Él tenía una mano apoyada sobre su cadera. La suave caricia de su aliento le rozaba el cuello.

Después de su encuentro apasionado en el patio, Vanessa lo había convencido de que estarían más cómodos y protegidos si pasaban el resto de la noche en su cama. Y aunque no habían dormido mucho, había sido una buena idea. El musgo y el aire de una noche de verano estaban bien, pero no había nada como una cama. Una cama y Zac. ¿Qué más podía pedir?

Vanessa se dio la vuelta y miró a los ojos a Zac.

Ness: Estás despierto.

Zac: Sí.

Ella sintió una oleada de excitación. Se inclinó hacia él y lo besó en la boca.

Ness: Quedémonos en la cama todo el día, haciendo el amor.

Zac: No podemos. Tú tienes cosas que hacer. Y yo también.

Ella asintió. Él tenía razón, desde luego. Pero oírselo decir la desanimó.

Ness: Tengo que ir a ver a David. Voy a recomendarle que no comparezca en la vista preliminar. Lo último que necesitamos es que los medios de comunicación se enteren de las pruebas que tiene la fiscalía contra él y difundan la noticia. Este caso ya va a ser bastante duro sin necesidad de que los periodistas contaminen la opinión del jurado.

Zac: Me parece una buena estrategia.

Ness: ¿Tú qué vas a hacer hoy?

Le sorprendió el tono ansioso de su voz. Salvo en su trabajo, ella nunca mantenía un horario estricto, ni exigía que los demás lo hicieran. Pero por primera vez en su vida quería planear cada instante de su tiempo para saber exactamente cuánto tiempo faltaba para volver a ver a Zac.

Zac: El funeral de Daniels es esta tarde. Quiero ver quién va.

Ness: ¿Acabará a tiempo de que salgamos a comer algo? ¿O prefieres saltarte la cena y volver aquí a pasar la noche? -Lo miró a los ojos. Pero en lugar del amor y el deseo que esperaba encontrar, descubrió que sus ojos tenían una expresión impenetrable. Y fría. Un escalofrío le recorrió la piel-. ¿Qué ocurre? -él apartó la mirada-. Zac, ¿qué pasa?

Un músculo vibró en su mandíbula.

Zac: Nada.

Vanessa sintió miedo.

Ness: ¿Te arrepientes de lo de anoche?

Él movió las manos como si intentara borrar aquellas palabras.

Zac: No. Lo de anoche fue increíble.

Ness: ¿Pero? -contuvo el aliento, temiendo lo que oiría a continuación. Había advertido la reserva de Zac nada más despertar. Solo quería que le explicara la razón-. Fue increíble, pero no quieres que vuelva a pasar.

Él se sentó. La sábana cayó hasta su cintura, dejando al descubierto su torso desnudo.

Zac: No es eso. Es que... -apretó los labios-.

Ness: ¿Qué? -intentó controlar su voz-.

Zac: Todo ha ocurrido muy deprisa. Necesito un poco de tiempo. Tengo que pensar.

Ness: Pues piensa. Me parece bien. Nos lo podemos tomar con calma, ir conociéndonos mejor.

Él bajó las piernas de la cama. Le dio la espalda y se pasó una mano por el pelo.

Zac: Cuando estoy contigo, no puedo pensar. Necesito estar solo.

Aquello era lo que Vanessa temía. Si solo se hubiera tratado de que Zac necesitaba tiempo, no se habría preocupado. Pero no era solo eso. Notaba que Zac se estaba alejando de ella, replegándose en la actitud defensiva que seguramente mostraba desde los diecisiete años.

Ness: Mis armarios están vacíos, Zac.

Zac: ¿Qué?

Ness: No tengo esqueletos escondidos. Lo que ves es lo que hay. No tienes que preocuparte, no descubrirás nada que de pronto ponga tu vida patas arriba.

Él sacudió la cabeza.

Zac: No me preocupan los esqueletos. Tú pones mi vida patas arriba cada vez que nos vemos.

Ness: ¿Y por eso...?

Él levantó una mano.

Zac: No. No es por eso por lo que necesito tiempo. Me encanta tu espontaneidad, tu pasión.

Ness: Entonces, ¿qué ocurre?

Él se quedó callado un rato. La tensión crispaba los músculos de su espalda. Por fin, dijo:

Zac: Crecí sintiendo la distancia, la tensión que había entre mis padres. Estaba allí antes incluso de que mi madre se enterara de lo de la aventura de mi padre y de la existencia de William. No quiero que esa clase de distancia se instale entre nosotros. No quiero ver cómo ese fuego de tus ojos se apaga.

Ness: A juzgar por lo de anoche, no creo que tengamos que preocupamos por eso -dijo intentando parecer despreocupada sin conseguirlo-.

Zac: Anoche fue solo una noche. ¿Y si las cosas cambian? ¿Y si alguno de los dos acaba sufriendo?

Ness: Yo no te haré daño, Zac.

Zac: No soy yo quien me preocupa.

Ella sintió una punzada dolorosa en el corazón.

Ness: Yo soy muy fuerte, ya lo sabes.

Él se pasó una mano por la cara.

Zac: No sé si creo en el amor duradero, Vanessa. Pero estoy seguro de que no he visto ninguna prueba de su existencia en toda mi vida.

Ness: Y nunca la verás, a no ser que te arriesgues -le tocó el hombro. Su piel era cálida y suave. Vanessa deseaba acariciar su cuerpo como la noche anterior, desvanecer su tensión y sus dudas. Pero no podía. No, si él no se lo permitía-. Lo de anoche fue algo mágico, Zac. No lo tires por la borda.

Zac: Yo no voy a tirar nada por la borda. Solo necesito tiempo para pensar.

Ness: Tómate tu tiempo -dijo reprimiendo las lágrimas-. Y, cuando hayas acabado de pensar, yo estaré aquí. Pero no tardes demasiado.

Él asintió, pero no la miró.

La desesperación se hundió en el pecho de Vanessa como una espada oxidada.


Zac permanecía en el portal de una galería de arte, mirando desde el otro lado de la calle Dauphine la verja del patio de Vanessa. Aunque el guardia de seguridad al que había contratado estaba sentado en el patio, vigilando, Zac no conseguía alejarse de allí. Llevaba todo el día recordando los acontecimientos de la noche anterior. Durante todo el funeral de Daniels y, luego, intermitentemente, durante su entierro en el cementerio de Saint Louis Número 1, no había dejado de pensar en Vanessa. En su vitalidad. En su espontaneidad. En su calor. Deseaba más que nada en el mundo cruzar la calle, entrar en su casa y tomarla entre sus brazos.

Apoyó la frente contra la piedra áspera de la pared del portal. Lo que le había dicho esa mañana era cierto. Entre ellos todo había sucedido demasiado deprisa. Necesitaba tiempo para digerirlo. Para analizarlo. Para asegurarse de que estaba haciendo lo correcto. No podría vivir sabiendo que le había hecho daño a Vanessa o, peor aún, que la había atrapado en una relación abocada al fracaso. No soportaba la idea de ver cómo su espontaneidad y su vitalidad se secaban como se habían secado esas emociones en su madre.

Estaba haciendo lo correcto. Estaba seguro de ello. Pero, entonces, ¿por qué estaba escondido en un portal, en mitad de la noche, observando la casa de Vanessa como un acosador?

Sacudió la cabeza, pero no se movió de allí. No podía rendirse a sus sentimientos, y tenía que asegurarse de que ella estaba a salvo. Vigilar su casa desde el otro lado de la calle era su único modo de conseguir ambas cosas.

Un destello de luz en el patio de Vanessa captó su atención. El reflejo de una cabellera negra entre las sombras. Se irguió. Echó mano a su pistola. La puerta se abrió. Vanessa salió, seguida por el guardia de seguridad. Ella se volvió para hablar con el hombre. Zac agudizó el oído, intentando oírla. Pero no oyó nada, salvo la música que arrastraba el aire desde la calle Bourbon. Si pudiera leer sus labios...

Vanessa puso fin a la conversación, salió a la acera y cruzó la calle. Zac se retiró entre las sombras. Apretó los dientes. ¿Qué demonios estaba haciendo ella? ¿Y cómo demonios había convencido al guardia para que la dejara salir sola a aquellas horas de la noche? Él se fue tensando a medida que ella se acercaba. Tendría que seguirla cuando pasara de largo. Iba a asegurarse de que estaba a salvo, aunque no sabía qué se proponía ella. Pero, en lugar de pasar de largo, Vanessa se detuvo delante del portal de la galería de arte. Ladeando la cabeza, observó la oscuridad.

Ness: ¿Zac?

Él salió de entre las sombras.

Zac: ¿Qué demonios haces aquí?

Ness: Lo mismo podría preguntarte yo.

Zac: Quería asegurarme de que estabas a salvo.

Ness: Entonces, ven conmigo.

Zac: ¿Adónde?

Ness: A la calle Bourbon. Hoy he estado haciendo averiguaciones sobre las costumbres de Tony Fortune. Al parecer frecuenta un bar de la calle Bourbon. El barman acaba de llamarme. Parece que Tony se ha pasado por allí antes de asistir a una ceremonia vudú. ¿Te interesa?

A él le interesaba, y mucho.

Zac: Adelante.

Tardaron muy poco en llegar a la calle Bourbon. Pequeños grupos de gente se paseaban por la calle de bar en bar, con vasos de plástico en las manos. Por las puertas de los night-clubs, abiertas de par en par, se derramaba la música. Zac siguió a Vanessa a un pequeño bar en el que un pianista tocaba blues a la manera del Profesor Longhair.

Zac vio a Tony Fortune en el extremo más alejado de la barra. Parecía bebido y se tambaleaba sobre el taburete mientras conversaba entre balbuceos con un turista sentado a su lado. Vanessa se deslizó en un taburete y le hizo una seña al barman. Este se acercó a ellos de inmediato.

**: Eh, Vanessa, has llegado a tiempo.

El hombre le sonrió con la misma sonrisa que Zac había puesto muchas veces al mirarla. Zac odió a aquel tipo de inmediato.

Ella asintió.

Ness: Gracias por el soplo. Te debo una.

La sonrisa del barman se agrandó.

**: ¿Qué os pongo?

Zac: Un par de cervezas.

El barman puso dos botellas de cerveza sobre la barra, recogió los billetes que Zac le tiró y se acercó a otro cliente. Vanessa agarró la botella sin dejar de mirar a Tony Fortune.

Ness: Es más o menos de mi estatura, ¿no crees? Y seguramente no pese mucho más.

Zac observó a Fortune.

Zac: La misma estatura de la persona que te atacó.

Ness: Y de la sacerdotisa vudú que atacó a Brittany.

Zac: Es posible -miró a Fortune, intentando imaginárselo con una capa blanca y una máscara-.

Sin embargo, sus ojos se desviaban hacia Vanessa. Le costaba gran esfuerzo no tocarla. Se obligó a agarrar la botella.

Al otro lado del local, Tony Fortune se bajó de su taburete y se puso en pie sobre sus piernas vacilantes. Cruzó sinuosamente la pista de baile y salió. Zac y Vanessa lo siguieron discretamente.

La cabeza morena de Fortune oscilaba entre la multitud de turistas que recorría la calle. Pero, en lugar de seguir bajando por la calle Bourbon, dobló en la esquina de la calle Conti. Zac y Vanessa se rezagaron un poco para que no los viera. Fortune siguió tambaleándose hasta que llegó a la calle Basin y a las puertas del cementerio de Saint Louis Número l. Entró en él. Zac y Vanessa lo siguieron.

Una vez dentro, Zac vio de inmediato a Odette. Ésta sostenía entre las manos una vela y llevaba un vestido blanco y un turbante del mismo color enrollado en la cabeza. Permanecía de pie frente a una de las criptas, hablando en voz baja. A su alrededor había reunidas cuatro personas. Vestidas de modo similar, pero en negro y púrpura, en lugar de blanco, tenían las cabezas agachadas y velas en las manos. Tony Fortune se unió al grupo. A la luz vacilante de las velas, Zac distinguió unas marcas negras y rojas en la piedra blanca de la cripta.

Odette: Esta es la tumba de Mary Larson -dijo en voz baja-. Esta noche nos hemos reunido aquí para pedirle a ella y a los Gede, los dioses de la muerte y los cementerios, que protejan las almas de aquellos que hoy se han unido a la Ciudad de los Muertos. Y para que lleven al asesino de Smith Daniels y de Sally Meadows ante la justicia.

Odette se dio la vuelta y se adentró en el cementerio. El grupo la siguió. Al cabo de un rato, la sacerdotisa se detuvo frente a una gran cripta con el nombre Daniels labrado en granito. Zac y Vanessa se escondieron detrás de una tumba cercana.

Odette metió la mano en un bolso que llevaba colgado al costado y sacó un zapatito de niño.

Odette: En este zapato pondré polvo de la tumba de Smith Daniels. Los niños tienen el espíritu tierno, fácil de guiar. Y cuando quememos este zapatito en oración, los dioses traerán al asesino de nuevo junto a su víctima. Para enfrentarse a la justicia.

Ness: Odette dijo que iba a hacer algo para detener al asesino -musitó-. Supongo que se refería a esto -miró a Zac-.

Un mechón cayó sobre su frente y le tapó los ojos. Zac alzó una mano para apartárselo de la cara, pero luego se lo pensó mejor y dejó caer la mano. ¿En qué estaba pensando? No se atrevía a tocar a Vanessa. A no ser que quisiera que se volvieran los dos locos. Cuando estaba con ella, no podía pensar con claridad. Solo deseaba tocarla, amarla y perder el control.

Sin dejar de mirarlo, ella rozó sus dedos como si le ofreciera la mano. Él no la aceptó. No podía, por más que quisiera. Apartando los ojos de ella, volvió a mirar a Odette.

La sacerdotisa se arrodilló al pie de la cripta y dejó en el suelo la vela que sostenía. Los otros cinco la siguieron. Las llamas de seis velas iluminaron la mano de Odette mientras recogía un poco de arena de la base de la tumba. Sosteniéndola entre el índice y el pulgar, depositó la arena en el zapatito. Ella se levantó, pero los otros permanecieron agachados en torno a las velas. Odette se movió lentamente alrededor del mausoleo, recogiendo más arena e introduciéndola dentro del zapato. Su canto aparentemente inarticulado flotaba, melodioso e hipnótico, en el aire inmóvil.

Zac avanzó hacia una tumba cercana y se escondió tras ella, intentando ver la escena sin obstáculos. Vanessa permaneció donde estaba. La sacerdotisa regresó al fin a la parte delantera de la cripta. Sacó de su bolso un saquito de tela y añadió su contenido a la arena del zapato. Luego, tomando la vela que había dejado junto a la entrada de la cripta, la acercó al zapatito hasta que éste echó a arder.

La luz del fuego se reflejó en el rostro de Odette. Profundas sombras se agrupaban en los huecos de sus mejillas. Ella comenzó a cantar más rápido, subiendo y bajando la voz. El zapatito crepitaba y se retorcía, ardiendo. Odette lo dejó entre las velas, al pie de la tumba. El grupo se sumó a sus cánticos. Las cuatro figuras vestidas de oscuro oscilaban detrás de Odette.

¿Cuatro figuras? Zac sintió un sobresalto.

Unos segundos antes, había cinco.

Zac: Vanessa, ¿sabes cuál falta?

Vanessa abrió la boca para contestar a Zac, pero en ese instante un brazo se cerró alrededor de su garganta, cortándole el aliento y empujando la hacia atrás. Alejándola de la ceremonia vudú. Y de Zac.

Ella se debatió, intentando soltarse. Abrió la boca para chillar, pero no logró emitir ningún sonido. La hoja de una navaja rozó la piel suave de debajo de uno de sus oídos.

**: Te advertí que te mantuvieras al margen -siseó una voz-. Debiste hacerme caso. Ahora es demasiado tarde.

Vanessa sintió un dolor frío e intenso. El pánico cortocircuitaba su mente. Algo caliente y pegajoso le bajaba por el cuello. Intentó concentrarse. Ya se había librado una vez. Podía volver a hacerlo. Reunió todas sus fuerzas y dio una patada hacia atrás. Su pie golpeó contra una espinilla.

**: ¡Maldita seas!

El brazo le apretó con más fuerza la garganta. Algo duro golpeó con fuerza su cráneo.

Sus pensamientos se emborronaron. Su mente se nubló. Sentía que sus piernas eran arrastradas por el suelo áspero, notó que su cuerpo caía pesadamente sobre la piedra, pero no pudo hacer nada por impedirlo. Su mejilla se posó sobre la grava. Un olor la envolvió como una manta mojada, cerrándole la garganta, ahogándola.

El hedor de la muerte.

Intentó aclarar sus pensamientos, hacer que su mente funcionara. Oyó un chirrido. El sonido de la piedra rozando contra la piedra. Extendió un brazo y su mano tocó la pared de piedra labrada de un sarcófago. Se obligó a abrir los ojos y alzó la cabeza. Estaba rodeada por muros fríos y húmedos. La rendija se hacía cada vez más estrecha.

Se hallaba en una cripta. Y la puerta se estaba cerrando.

Dolorida, se obligó a ponerse de rodillas. Se lanzó con todas sus fuerzas hacia la puerta, pero ésta se cerró, sumiéndola en la oscuridad.




Oh... my... God... =S
¡Solo queda un capi! Y mirad como ha acabado este =S
Esperemos que todo salga bien...

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¡Un besi!


martes, 27 de agosto de 2013

Capítulo 6


Zac cayó hacia atrás y Vanessa aterrizó sobre él. Zac sintió que sus pulmones se quedaban sin aire. Intentó respirar, pensar qué había ocurrido. El coche había estado a punto de atropellarlos. A punto de matarlos a ambos. Él no lo había visto. Ni siquiera lo había oído. De no haber sido por Vanessa, los dos estarían muertos.

Zac envolvió a Vanessa en sus brazos y la estrechó con fuerza.

Zac: ¿Estás bien? -ella se apartó un poco y lo miró atemorizada, con los ojos muy abiertos-.

Zac deslizó una mano por su espalda suave y la acunó. Rozó con los labios su frente, su mejilla, su linda naricilla. Por fin encontró sus labios.

Ella dejó escapar un profundo gemido, un gemido que reproducía el deseo, el ansia que a Zac le oprimía el pecho.

Él siguió besándola. Quería saborearla por entero, deseaba convencerse de que estaban vivos.

Ella abrió los labios y entrelazó su lengua con la de él. Lo estrechó entre sus brazos. Se apretó contra su cuerpo.

El deseo, empujado por la adrenalina, atravesó como una descarga el cuerpo de Zac. Nunca se había sentido así. Nunca había deseado tanto a una mujer. Nunca se había sentido tan fuera de sí. Deslizó las manos sobre la espalda desnuda de Vanessa.

No podía hacerlo.

Puso fin al beso y se sentó, abrazando todavía a Vanessa.

Zac: Tenemos que informar de esto.

Vanessa asintió. Se apartó de él y se levantó con dificultad.

Zac se incorporó. No podía detenerse a pensar en cuánto deseaba abrazarla, estrecharla contra su pecho. Sacó su teléfono móvil y llamó a comisaría. Tras denunciar el intento de atropello, pidió que enviaran a alguien al teatro.

Unos minutos después, un coche de policía se detuvo junto a la acera, a su lado. Un agente uniformado se bajó de él.

Zac se puso tenso. A pesar de que trabajaba en la misma comisaría que William Hemsworth, evitaba a su medio hermano siempre que le era posible. El parecido de William con los Efron le producía un profundo nerviosismo. William hasta andaba como un Efron. La verdad era que sus intensos ojos azules se parecían tanto a los de su padre como los de Zac o los de David.

William achicó aquellos ojos azules mientras los observaba.

William: ¿Qué ha pasado, Efron?

Zac apretó los dientes al notar el énfasis con que William pronunciaba su apellido.

Vanessa miró a Zac preguntándose por qué no contestaba y luego se fijó en William.

Ness: Un coche ha intentado atropellarnos. Un sedán de color burdeos.

William: No se habrá fijado en la marca o en el modelo, ¿verdad, señora? -un leve acento acariciaba cada palabra-.

Ella sacudió la cabeza.

Ness: Todo ha ocurrido muy deprisa.

William: Entonces, imagino que no se habrá quedado con el número de la matrícula.

Zac sintió que la rabia se agitaba en sus tripas. Ver a la señorita Lulú y a Tony juntos en el teatro le había recordado la traición de su padre. Tener que vérselas con William y su encanto francés esa noche precisamente era más de lo que podía soportar.

Zac: Ya te ha dicho que todo ha ocurrido muy deprisa. ¿Crees que le habría dado tiempo a ver el número de la matrícula?

William arqueó una ceja.

Vanessa le lanzó a Zac una mirada sorprendida. Luego miró a William. De pronto, lo comprendió todo.

Ness: Tú eres el medio hermano de Zac.

William no dijo nada. Se limitó a mirar a Zac como si esperara que éste confirmara las palabras de Vanessa.

En la garganta de Zac se formó un nudo amargo. Le guardaba rencor a William desde que conocía su existencia, hacía ya once largos años. David nunca había sentido aquel resentimiento. Incluso su madre lo había superado hacía tiempo. Tal vez Vanessa tuviera razón. Quizá fuera hora de seguir adelante. Por lo menos, hora de intentarlo.

Zac respiró hondo.

Zac: Vanessa, éste es William Hemsworth. El otro hijo de mi padre. Su hijo mayor.

Vanessa asintió.

Ness: Encantada de conocerte, William.

William miró a Zac con sorpresa. Una mirada recelosa se deslizó en sus ojos, como si el reconocimiento de Zac fuera una especie de broma cruel. Luego miró a Vanessa.

William: Encantado.

Zac: David está en la cárcel, acusado de dos asesinatos.

William: Lo sé. A fin de cuentas, también es mi hermano.

Zac: Si realmente quieres que sea tu hermano, harás lo posible por ayudarlo a salir de ésta. Empezando por proteger a su abogada -señaló con la cabeza a Vanessa-.

William: Será un placer -su sonrisa era agradable, pero el timbre de su voz seguía siendo receloso, como si no acabara de creerse el cambio de actitud de Zac-.

Antes de que pudiera decir nada más, otro coche se detuvo tras el de William. Harris y Miley Cyrus salieron de él y se aproximaron al grupo.

William miró a Cyrus con los ojos entornados. Si a Zac no le fallaba la memoria, Cyrus y su medio hermano habían sido compañeros antes de que ella fuera ascendida a detective. Tal vez, de haber sabido que el ascenso suponía convertirse en compañera de Harris, Cyrus se lo habría pensado dos veces.

Harris se tiró de los puños de la camisa y se dirigió hacia ellos.

Harris: Puedes irte, Hemsworth. Nosotros nos encargamos de esto.

William se puso tenso.

A Zac le pareció que su medio hermano despreciaba tanto como él al detective.

Miley Cyrus se aclaró la garganta.

Miley: Gracias, agente Hemsworth.

William clavó la mirada en su antigua compañera. Tras unos segundos, dejó escapar un profundo suspiro, dio media vuelta y se alejó hacia su coche.

Harris miró fijamente a Zac.

Harris: ¿Se puede saber de qué va todo esto, Efron? Han informado de un intento de atropello -Zac le contó lo ocurrido. El detective frunció el ceño-. ¿Y esperas que os pongamos protección?

Zac: Si no recuerdo mal, eso forma parte del trabajo de la policía.

Harris: Si no recuerdo mal, en esta zona cuarenta peatones están a punto de ser arrollados por un coche cada noche.

Zac: Esto no ha sido un accidente.

Harris: ¿Tienes alguna prueba?

Vanessa se acercó a Harris.

Ness: Tenemos testigos presénciales, detective.

Harris: ¿Cuáles?

Ness: Nosotros mismos. El coche aceleró y enfiló directamente hacia nosotros.

Harris se sacudió una mota de polvo imaginaria de su americana de diseño y sacudió la cabeza.

Harris: Me temo que eso no es suficiente, señorita Hudgens. No tenemos efectivos disponibles para proporcionar protección a todas las personas a las que ha estado a punto de atropellar un coche.

Ella ladeó la cabeza.

Ness: ¿Ni siquiera si el intento de atropello está relacionado con el caso de los asesinatos del vudú?

La cara de Harris adquirió un tono rosado algo más claro que su corbata.

Harris: Malditos periodistas y sus titulares sensacionalistas. Esos asesinatos son obra de un poli corrupto que quería saldar una vieja deuda sin dejar pistas. No tienen nada que ver con el vudú.

Zac cerró los puños.

Zac: David no ha matado a nadie, Harris. Si te preocuparas más por hacer tu trabajo que por impresionar a los jefazos para que te asciendan, te darías cuenta.

Harris frunció el ceño.

Harris: Tu hermano es un policía corrupto y violento. Es hora de que te des cuentas, Efron, y dejes de defenderlo -se volvió hacia Vanessa-. Si alguien la ataca con un cuchillo o una pistola, llámenos. Si no, no nos haga malgastar nuestro tiempo.

Zac reprimió una maldición. Nunca perdía fácilmente los nervios, pero esa noche se sentía a punto de estallar. Miró a Cyrus. Había notado anteriormente que ella dudaba a la hora de secundar a Harris. Seguramente, dadas las circunstancias, ella se daba cuenta de que era necesario proteger a Vanessa. Pero que se atreviera a contradecir a Harris era otro cantar.

Miley tocó la cruz de oro que llevaba colgada de una cadena alrededor del cuello como si se enfrentara a un dilema. Por fin se dio la vuelta y siguió a Harris hacia el coche. Zac dejó escapar un suspiro.

Zac: En fin, parece que estamos solos.

Ness: ¿Y ahora qué hacemos? -alzó la mirada hacia él-.

Zac: Encontraré un modo de protegerte.

Ness: El sofá de mi casa está libre -sus labios se entreabrieron ligeramente como si recordara el beso de Zac. El marrón de sus ojos pareció oscurecerse-. A no ser que esta noche no quieras dormir en el sofá.

Zac sintió una oleada de deseo. Daría cualquier cosa por compartir la cama con Vanessa, para pasar las manos por su piel suave, por hundirse en...

Sacudió la cabeza. Esa noche no podía acercarse a Vanessa, y lo sabía. Pero, mientras permanecía allí parado, hablando con ella, el deseo de tomarla en sus brazos se le hacía casi insoportable.

Zac: Esta noche haré guardia en tu patio -dijo al fin-. Nadie se acercará a ti.

Nadie... ni siquiera él.


Vanessa miró hacia el patio desde la ventana de la cocina. No podía ver a Zac. Él permanecía sentado junto a la fuente, en un rincón escondido por las grandes hojas del banano y las ramas del magnolio. Sin embargo, no le hacía falta verlo para notar su presencia.

Los acontecimientos de esa noche le daban vueltas en la cabeza. El dolor de Zac al hablar de la infidelidad de su padre y del hijo secreto de éste. El miedo que la había atravesado al ver que el coche iba a toda velocidad hacia él. El calor de los brazos y el sabor embriagador del beso de Zac. El modo en que la protegía...

Ella sabía por qué no quería entrar Zac. Si lo hacía, no dormiría en el sofá. No, si dependía de ella. Cuanto más conocía a Zac Efron, más lo deseaba y más deseaba creer que entre ellos existía un vínculo auténtico.

Si pudiera convencerlo para que se abriera a ella... Para descubrir qué había entre ellos. Para mandar al diablo la cautela y tener fe. Se apartó un mechón de la frente de un soplido. No tenía muchas esperanzas de conseguido. Zac jamás cedería el férreo control que ejercía sobre sí mismo. Demonios, ni siquiera quería poner un pie en su casa.

Observó la cocina a su alrededor y su mirada se posó en la cafetera. Una sonrisa afloró a sus labios. No tenía que esperar a que él se aventurara a entrar. Podía salir ella.


Un ruido casi imperceptible rompió el silencio del patio. Zac se irguió en la silla de hierro forjado y agarró automáticamente la pistola que había dejado sobre la mesa, frente a él. Permaneció inmóvil, agudizando el oído. El ruido volvió a oírse. Era el chasquido de una cerradura que se abría. Una figura salió de la casa. Era Vanessa. Aún llevaba el vestido negro, pero se había soltado el pelo. La luz de las lámparas de gas titilaba en su pelo y se reflejaba en las tazas y una cafetera que llevaba en las manos.

Zac dejó la pistola sobre la mesa, pero no se relajó. Por el contrario, sintió que el nudo de su estómago se cerraba un poco más. Si el ruido lo hubiera hecho un intruso, él habría sabido qué hacer. Pero tratándose de Vanessa... No tenía ni idea de cómo reaccionar ante ella. Por lo menos, si quería conservar la cordura.

Ness: He pensado que a lo mejor te apetecía un café -dejó la cafetera y las tazas sobre la mesa y se sentó en una silla, a su lado-.

Al acercarse, su olor eclipsó el del café Y el de las flores que los rodeaban. Era más dulce, más rico, más embriagador. Zac se inclinó hacia ella sin poder evitarlo. Agarrándose a los brazos de la silla, se obligó a permanecer sentado.

Zac: Te dije que no salieras. Dentro sé que estás a salvo.

Ness: No me gusta cumplir órdenes -esbozó una sonrisa y su nariz se arrugó de modo irresistible-. Además, aquí fuera estoy a salvo contigo y tu pistola.

Tal vez estuviera bromeando, pero tenía razón. Con las altas paredes de piedra que los rodeaban y la puerta de la verja asegurada con cadena y candado, nadie podía entrar en el patio sin que él se diera cuenta. Quería que Vanessa permaneciera dentro de la casa para no tener que verla. Para no sentir lo que sentía en ese momento.

Zac: Me cuesta mucho controlarme cuando estás cerca.

Vanessa se inclinó hacia él.

Ness: ¿Qué hay de malo en perder el control, Zac? ¿Qué hay de malo en intentar averiguar qué puede haber entre nosotros?

Él respiró hondo. Quería averiguarlo. Ardía en deseos de hacerlo. Pero no podía arriesgarse.

Zac: Tú me trastornas. Cuando estoy contigo, no pienso con claridad.

Ness: A mí me pasa lo mismo.

Él observó su cara, intentando adivinar si estaba bromeando.

Zac: Lo dices en serio, ¿no?

Ness: ¿Te sorprende?

Zac: Sí.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Eres tan espontánea, tan vital... Yo no soy así. Nunca podré serlo.

Ness: Quizás ésa sea una de las cosas que me gustan de ti -ladeó la cabeza-. Cuando era niña, nos mudábamos tanto que nunca eché raíces en ningún sitio. Puede que, en cierto sentido, tú me hagas sentirme arraigada -alzó una mano hasta su cara y siguió el contorno de sus labios con un dedo. Zac sintió un estremecimiento. Él no se sentía arraigado. Cuando estaba con Vanessa, se sentía desvalido, vivo y estremecido hasta la médula-. Nunca me he sentido en casa en ninguna parte. Hasta que te conocí -movió su dedo sobre el labio inferior de Zac y lo posó sobre el hoyuelo de su barbilla-. El día que fuimos a la tienda de Odette, te dije que estaba buscando algo en lo que creer. Creo en la magia que hay entre nosotros. Y quiero que tú también creas en ella.

Zac se inclinó hacia ella. Posó una mano sobre su hombro y la deslizó bajo su pelo para acariciar su nuca. Quería creer. Deseaba a Vanessa. Más que a nada en el mundo. Antes de darse cuenta de lo que hacía, bajó la cabeza y la besó.

Ella tenía un sabor dulce y exótico. Y él deseaba más. Se levantó de la silla, apretándola contra su cuerpo. Ella abrió la boca y le rodeó el cuello con los brazos. Lo atrajo hacia sí, comprimiéndolo entre sus muslos, derritiéndose contra él. Zac no podía saciarse de ella. Su sabor, su olor, su cuerpo frágil y fuerte a un tiempo... Pasó la mano sobre su espalda de seda. Localizó el botón que cerraba el vestido en su nuca, lo desabrochó y le bajó el vestido hasta la cintura.

Ella no llevaba sujetador y sus pechos brillaban, blancos, a la luz de las lámparas de gas. Sus pezones se endurecieron como si suplicaran una caricia. Zac posó una mano sobre uno de sus pechos. Bajando la cabeza, se metió el pezón, erecto en la boca y comenzó a acariciarlo en círculo con la lengua.

Ella era dulce, embriagadora. Zac siguió acariciándole y lamiéndole el otro pecho. Luego le deslizó el vestido sobre las caderas y lo dejó caer al suelo. Sus bragas fueron detrás. La luz tenue relucía en la piel de Vanessa, dándole una apariencia tan preciosa que parecía de otro mundo. Zac deslizó las manos por sus costados y sobre la redondez de sus nalgas hasta que encontró la fuente de su ardor.

Ella dejó escapar un gemido. Se frotó contra él, jadeando. Por fin, exhaló un leve grito y se deshizo bajo sus caricias.

Él hundió un dedo en su sexo caliente y la besó con ansia. No podía cansarse de ella.

Recobrando el aliento, Vanessa comenzó a besarlo. Buscó los botones de su camisa y los desabrochó uno a uno. Después le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera. Deslizó la mano bajo la cinturilla del pantalón y se los bajó junto con los calzoncillos. Su sexo, duro por el deseo, quedó libre. Vanessa cerró una mano sobre él y comenzó a sacudirlo hasta que Zac pensó que iba a estallar. La agarró de la muñeca, deteniendo el movimiento de su mano.

Ness: Relájate, Zac. Relájate y cree -él la besó en los labios, sin dejar de sujetarle la muñeca. No podía soltarla. Si lo hacía...-. Vamos. No te morderé -arrugó la nariz-. Bueno, no mucho.

Él se echó a reír. Respiró hondo y le soltó la muñeca.

Ella apoyó las manos sobre sus hombros, lo empujó para que se sentara en el suelo de piedra y puso las manos sobre su pecho. Acariciándole la piel, lo obligó a recostarse. Él se apoyó contra el borde de la fuente. Vanessa se arrodilló frente a él. Sus pezones rozaban el pecho de Zac. Ella empezó a derramar besos sobre su pecho y su abdomen. Luego siguió más abajo. Finalmente, se introdujo en la boca su sexo.

Zac sintió una descarga de placer que lo dejó aturdido. Ella lo acariciaba y lo provocaba con la lengua. Justo cuando creía que iba a estallar, ella comenzó a besarle de nuevo el abdomen y el pecho, hasta llegar a su boca. Se alzó sobre él. Sus pechos oscilaban sobre Zac. El tomó un pezón en la boca y lo besó, lo chupó y lo lamió. Vanessa deslizó una mano entre sus cuerpos sudorosos. Acercó el miembro de Zac a su sexo y se sentó sobre él.

Zac se hundió en la suavidad de su vulva. Comenzaron a moverse rítmicamente. Su ardor creció, sus ansias se hicieron cada vez más sofocantes, hasta volverse arrolladoras. Hasta que no quedó nada más que ella, la pasión y la magia. Hasta que él no pudo evitar creer al fin.




Sin comentarios... XD

Bueno, la escena X de esta nove creo que ha sido de las más fuertes de las noves que he puesto. Espero no haberos traumado XD.

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¡Un besi!


sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 5


**: El Estado de Luisiana contra David Efron. Se lo acusa de asesinato -el áspero ladrido del secretario resonó en la sala del tribunal-.

Una descarga de adrenalina recorrió la sangre de Vanessa, como le ocurría siempre que entraba en un tribunal. Ocupó su puesto en la mesa mientras un guardia conducía a David junto a ella. Vestido con el mono de la prisión, David parecía extrañamente sereno, a pesar de que estaba a punto de saber si podría esperar el juicio en libertad o tendría que hacerlo entre rejas.

En la mesa del otro lado de la sala, la ayudante del fiscal del distrito, que parecía incluso más joven que Vanessa, respiró hondo antes de iniciar su intervención.

Ayte. Fiscal: El estado solicita que el acusado permanezca en prisión, Señoría. Creemos que no debe gozar de privilegios especiales por ser agente de policía.

Ness: Señoría -dijo intentando controlar su impaciencia-, la libertad bajo fianza no es un privilegio especial. Y me gustaría hacer constar ante este tribunal que David Efron no ha solicitado ningún trato de favor.

Ayte. Fiscal: Puede que no -replicó la ayudante del fiscal del distrito-, pero no queremos que en este caso existan siquiera sospechas de irregularidad. Además, el acusado podría escapar. Estaba preparando su huida cuando el detective a cargo de la investigación lo detuvo.

Vanessa le lanzó al juez una mirada severa.

Ness: Mi cliente no hizo nada parecido. Pensaba entregarse.

Ayte. Fiscal: ¿Por eso su hermano ha sido suspendido del servicio en el departamento de policía acusado de intentar ayudarlo a escapar? -preguntó la ayudante del fiscal del distrito con una sonrisa-.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Señoría, todo eso fue un malentendido alentado por los prejuicios del detective a cargo de...

El juez, un hombre mayor y de gesto desabrido, levantó una mano.

Juez: Ahórrese la teoría de la conspiración, letrada. Se deniega la fianza. El acusado permanecerá en la prisión del condado a la espera de juicio.

Vanessa sacudió la cabeza.

Ness: Pero Señoría...

Juez: Ya es suficiente, señorita Hudgens. He tomado una decisión.

Vanessa se mordió la parte interior de la mejilla. Discutir con el juez no ayudaría a David. Era preferible claudicar y reservar fuerzas para batallas más importantes. Vanessa se volvió hacia David.

Ness: Lo siento.

David asintió.

David: No podías hacer gran cosa. El juez Roth no es precisamente famoso por tenerles aprecio a los policías -un guardia apareció junto a David. Antes de marcharse, David tocó el codo de Vanessa-. Cuida de Brittany y de Zac, ¿quieres, Vanessa? Sobre todo, de Zac. Verme pasar por esto tiene que ser más duro para él que sufrirlo en carne propia.

Vanessa comprendía la preocupación de David. En la morgue, Zac se había tomado muy mal lo que el ayudante del forense les había dicho sobre las huellas dactilares atribuidas a su hermano. Se había quedado más blanco que el cadáver que aguardaba sobre la mesa de disección.

Vanessa no tuvo que volver la vista hacia los bancos del público para saber que, en ese momento, Zac estaba aún más pálido.

Ness: Cuidaré de ellos.

David asintió y dejó que el guardia se lo llevara. Vanessa recogió sus papeles y su maletín, recorrió el pasillo central y salió de la sala. Brittany estaba en el pasillo, rodeada por un guardaespaldas, su familia, Zac y una pareja de ancianos que, a juzgar por su parecido, tenían que ser los padres de Zac y David. Vanessa se unió al grupo. Tras hablar con ellos un momento y pedirles perdón por la denegación de la fianza, se excusó y echó a andar por el pasillo. Zac se apartó del grupo y le dio alcance.

Zac: No tenías que disculparte por nada, ¿sabes? El juez Roth preferiría pasar algún tiempo en la cárcel antes que soltar bajo fianza a un policía.

Vanessa asintió. Sabía que sus oportunidades habían sido muy escasas desde el principio, pero la alegraba saber que Zac veía las cosas del mismo modo. Volvió la cabeza hacia el grupo del que acababan de separarse.

Ness: Brittany procura conservar la entereza, pero ¿cómo está en realidad?

Zac: Asustada, pero bien. Por fin ha aceptado dejar su apartamento y mudarse a la casa de invitados de mis padres. David ha contratado a un guardaespaldas y mi padre también la vigilará. Así que estará a salvo. Incluso podrá mantener abierto el restaurante.

Ness: Entonces, ésos eran tus padres. Te pareces mucho a tu padre.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Zac.

Zac: Sí. De tal palo, tal astilla -dijo con aspereza, y miró hacia delante fijamente-.

Vanessa observó su perfil. Le habría encantado saber por qué había reaccionado así, pero no se atrevía a preguntárselo. Por lo menos, en ese momento. Zac ya había tenido bastante por un día. Aunque procuraba controlar sus emociones, estaba pálido como un muerto.

Ness: ¿Qué tal estás?

Zac: Genial -contestó con voz áspera. Mientras caminaba, desvió la cara para que ella no pudiera verla-. Esta tarde voy a ir a hablar con algunos de los participantes en esas ceremonias vudús. Brittany me ha dado unas fotos, así que sé a quién tengo que buscar.

Ella asintió sin dejar de observarlo.

Ness: Parece el paso lógico a dar en este momento.

Zac: Te dejaré en tu despacho de camino.

Ness: ¿Sigues preocupado por mí? -preguntó intentando proporcionar un tono burlón a su voz-.

Él la miró, pero no se molestó en contestar.

Zac: ¿A qué hora sales de trabajar?

Ness: A las cinco y media, más o menos -miró su reloj. Esa noche no tenía que quedarse hasta tarde en el despacho, pero aun así quedaban cuatro horas para las cinco y media..., cuatro horas que tal vez Zac no debería pasar solo-. Pensándolo bien, no tengo nada urgente que hacer.

Zac: ¿Estás segura?

Vanessa sabía que no debía hacerlo. Tenía montañas de papeleo que resolver y, además, debía preparar la vista preliminar del caso de David.

Ness: No quiero dejarte solo en este momento -una mirada desconfiada se deslizó en los ojos de Zac. Ella refrenó el deseo de extender los brazos hacia él, de tocarlo-. Enterarte de que existen pruebas contra David debe de haber sido muy duro para ti. Y, luego, que le hayan denegado la fianza...

Él alzó una mano.

Zac: Estoy bien -a pesar de que su voz era firme, no la miró a los ojos-.

Ness: Las pruebas no lo son todo, ¿sabes?

Zac: ¿Ah, no? ¿Es eso lo que piensas decirle al jurado?

Ness: Las pruebas pueden llevar a conclusiones equivocadas. O pueden estar equivocadas desde el principio. Y, sí, eso es lo que pienso decirle al jurado.

Él exhaló un lento suspiro.

Zac: Equivocadas o no, tienen suficientes pruebas para mandar a David a la prisión estatal de Angola.

«Y al corredor de la muerte», pensó ella.

Ness: Estás considerando todo este asunto desde el punto de vista de un agente de policía. Puede que haya pruebas suficientes para que presenten cargos contra David o incluso para que monten un caso sólido. Pero un juicio no es lo mismo. Las pruebas pueden ser ignoradas.

Zac: ¿Cómo? ¿Con uno de tus amuletos vudús?

Ella pasó por alto su sarcasmo. Era natural que estuviera furioso. Quería a su hermano. Eso era evidente. Y no le gustaba hallarse fuera de su elemento.

Ness: Un jurado no condena a nadie basándose solo en las pruebas. Los miembros del jurado se darán cuenta de que David es inocente. Yo me encargaré de ello. Lo único que necesitamos es que uno de los jurados tenga una duda razonable.

Un músculo vibró de nuevo en la mandíbula de Zac. Vanessa posó una mano sobre su brazo, duro como la roca, y reprimió el deseo de deslizar la mano sobre su fina camisa de algodón para aliviar su tensión. Lo único que podía hacer era intentar darle ánimos. Intentar tranquilizarlo.

Ness: Lo más importante de todo es que tú crees que tu hermano es inocente. Encontraremos las respuestas que necesitamos para que sea absuelto. Ten fe.

Zac: Yo no creo en las corazonadas, ni en la fe, ni en la suerte. Creo en las pruebas materiales.

Ness: ¿Aunque digan que David es culpable de asesinato en primer grado? -él apretó los labios en una línea pálida-. Debes tener confianza, Zac -a pesar de su cautela, Vanessa deslizó la mano hasta la cara de Zac y tocó su mandíbula-. Si me dejas, yo te enseñaré a tenerla.


Una fría ráfaga de aire acondicionado golpeó a Zac como una bofetada en la cara cuando abrió la puerta de la funeraria. Aquel lugar parecía tranquilo y silencioso como una tumba. Lo cual era lógico, supuso Zac.

Sostuvo la puerta abierta para que pasara Vanessa y entró tras ella. No se habían dicho ni una palabra durante el trayecto a la funeraria, la cual no se hallaba muy lejos del lago Pontchartrain. La tensión aleteaba entre ellos. Zac podía sentir aún la suave caricia de Vanessa y oía su promesa de enseñarlo a tener confianza. Y seguía sintiendo la ardiente tentación de aceptar su ofrecimiento.

Se obligó a concentrarse en una puerta de doble hoja que permanecía abierta al otro lado del corto pasillo. No podía pensar en la mujer que caminaba a su lado, ni en sus caricias, ni en sus promesas, ni en cuánto deseaba él conocerla mejor. Vanessa tenía el don de hacerlo dudar de todo aquello que creía cierto. Y él no necesitaba más complicaciones. Tenía que recuperar el dominio de sí mismo. Debía cumplir con su obligación, obtener una respuesta y seguir adelante. Trabajo policial elemental. Algo que él conocía muy bien.

Cruzaron las puertas abiertas y observaron la amplia sala que se extendía ante ellos. A juzgar por sus hileras de urnas vacías, parecía una sala de exposición. Al final de una de las hileras, Helen Giles permanecía inclinada sobre una urna de acero color azul cielo con apliques plateados.

Zac se acercó a ella y Vanessa lo siguió. A él le repugnaba tener que molestar a Helen mientras lloraba la pérdida de su hermana, Sally Meadows, pero sabía que no tenían elección.

Helen, una mujer gruesa y mofletuda, levantó hacia ellos sus ojos secos.

Helen: Es bonita, ¿verdad? A Sally le habría encantado.

Él miró la urna y asintió.

Zac: Sí, es bonita.

Helen: ¿Cuánto cuesta?

Vanessa se acercó a la anciana.

Ness: No trabajamos aquí, señora Giles -dijo con voz suave-. Hemos venido a hacerle unas preguntas.

Helen: Señorita -la corrigió-. Soy la señorita Giles. Gracias a Sally.

Zac: ¿Gracias a Sally? -repitió-.

Helen asintió y siguió pasando soñadoramente la mano por encima de la urna plateada.

Helen: Ella me robó a mi novio cuando yo tenía veinte años. Él iba a casa de mis padres a buscarme. Y, mientras esperaba, Sally coqueteaba con él tan descaradamente que, al final, él acabó enamorándose de ella. Quedé tan abatida que nunca me casé.

Interesante. Hacía dos días que Sally había muerto, y Helen Giles parecía más celosa que entristecida por su muerte. Claro que ¿quién podía decir cuál era la reacción normal en una situación así? Zac había visto reaccionar de cien maneras distintas a personas que acababan de perder a un ser querido.

Vanessa apretó los labios con simpatía.

Ness: Él se lo perdió, señorita Giles.

Helen: Oh, llámenme Helen.

Vanessa sonrió.

Ness: ¿Podría contarnos algo más sobre su hermana, Helen?

La anciana miró de nuevo a Vanessa y a Zac.

Helen: ¿Quiénes han dicho que eran?

Zac se puso tenso. En cuanto Helen supiera que estaba hablando con el hermano de David y su abogada, no diría ni una palabra más.

Vanessa se inclinó hacia la mujer.

Ness: Estamos intentando averiguar quién mató a su hermana.

Las comisuras de los labios de Helen se inclinaron hacia abajo en una mueca.

Helen: Pero la policía dice que ya han detenido al culpable.

Zac: David Efron no ha matado a nadie -dijo sin poder contenerse-.

Helen suspiró.

Helen: Oh, cuánto me alegro. Parecía un joven tan encantador en la ceremonia vudú... Y tan guapo... No quiero ni pensar...

Miró de nuevo la urna que tenía frente a sí y, sacando un pañuelo de encaje de un bolso del tamaño de una maleta, se secó los ojos, a pesar de que Zac no había visto en ellos ni el destello de una lágrima.

Vanessa tocó a la mujer en el brazo compasivamente.

Ness: Poco después de la última ceremonia vudú, Sally llamó a Brittany Snow. Le dijo que sabía algo sobre la muerte de Smith Daniels. ¿Sabe usted qué podía ser?

Helen sacudió la cabeza y sus mofletes temblaron.

Helen: Ella nunca me contaba nada. Yo era solo su hermana la solterona. No había razón para confiarme las cosas importantes.

Zac: ¿Podría tener algo que ver con los rituales vudús a los que asistían juntas? -preguntó adoptando el tono compasivo de Vanessa-.

Helen: No sé. Tal vez.

Era el turno de Vanessa.

Ness: ¿Recibió su hermana algún amuleto vudú antes de su muerte?

Helen sacudió la cabeza negativamente.

Helen: ¿Han hablado con la señorita Lulú? ¿Les ha contado ella lo del amuleto?

Zac se puso tenso.

Zac: ¿La señora Daniels recibió un amuleto?

Helen: No, ella no. Alguien dejó esa porquería en el despacho de Smith el día que murió. Al menos, eso he oído. Si quieren saber algo más, tendrán que hablar con la señorita Lulú. Esta noche estará en el teatro Saenger. Nos pidió a Sally y a mí que los acompañáramos antes de que Smith... -de nuevo alzó el pañuelo y se secó unas lágrimas inexistentes-. Tal vez ella pueda asistir al teatro después de lo ocurrido, pero a mí me resulta imposible.

Un hombre delgado vestido con un traje oscuro se unió a ellos. Se había acercado tan sigilosamente que Zac no notó su presencia hasta que estuvo a pocos centímetros de distancia. El hombre lanzó a Helen una sonrisa sombría.

**: Esa urna es muy bonita -dijo en voz baja-. Por lo que me ha contado, creo que es perfecta para su hermana.

Helen alzó la cabeza como si acabara de salir de un trance. Miró por encima de la nariz al director de la funeraria y sacudió la cabeza.

Helen: No. Creo que será mejor una de madera sencilla. Pero me gustaría reservar ésta para mí. Todos morimos tarde o temprano, ¿sabe? Y yo quiero estar preparada.


El teatro Saenger de Nueva Orleáns se alzaba como una joya antigua y polvorienta al borde del Barrio Francés. Zac había pasado ante él innumerables veces durante sus rondas y su vida cotidiana, pero nunca había puesto un pie en su interior.

Aquel sitio era tal y como se lo imaginaba: decoración barroca con esculturas griegas y romanas, estatuas de mármol y arañas de cristal componían el escenario por el que deambulaba una multitud con los vestuarios más diversos, desde sobrios trajes negros a túnicas y boas de plumas.

Vanessa encajaba perfectamente en aquel lugar. Vestida con un vestido negro de cuello alto y un elaborado broche en la garganta, relucía entre la multitud, al lado de Zac. Llevaba la espalda desnuda hasta la cintura, dejando al descubierto su piel morena. Se había recogido el pelo hacia arriba y unos cuantos rizos negros enmarcaban su rostro. Estaba muy guapa.

Zac, en cambio, se removía inquieto en su esmoquin. De pronto, Vanessa paró de hablar. Allí, junto a una de las barras del vestíbulo, había una mujer que tenía que ser Lulú Daniels. Llevaba un vestido color turquesa con tantas lentejuelas que parecía una cota de malla, el pelo rojo recogido sobre la coronilla y los dedos cargados de valiosos anillos. En cada mano sostenía una copa de champaña. La mujer se apartó de la barra y observó la multitud como si buscara a alguien.

Vanessa alzó la mirada hacia Zac.

Ness: ¿Quieres probar tú primero?

Zac había visto a Vanessa en acción interrogando a Helen. Había advertido su paciencia, su delicadeza, su compasión. La anciana había reaccionado como si fueran viejas amigas. Tal vez la señorita Lulú reaccionara del mismo modo.

Zac: Tú primera, por favor.

Vanessa alcanzó a la señorita Lulú al otro extremo de la barra.

Zac iba detrás.

Ness: Perdone, ¿la señora Daniels?  -sonrió a la mujer, más alta que ella, arrugando la nariz encantadoramente-.

Lulú: Llámeme señorita Lulú. Todo el mundo lo hace. ¿Y usted es...?

Vanessa le tendió la mano.

Ness: Vanessa Hudgens.

Los ojos de la señorita Lulú se achicaron.

Lulú: Es la abogada de ese tipo -se volvió hacia Zac-; Y usted es su hermano, ¿verdad? El detective me advirtió sobre ustedes.

Maldito Harris. Aquel hijo de perra pomposo no se detenía ante nada. Vanessa hizo un gesto indiferente como si aquello no fuera más que un malentendido sin importancia.

Ness: Solo queremos hacerle unas preguntas. Nada que merezca una advertencia.

La señorita Lulú alzó la barbilla y miró indiferentemente a Vanessa.

Lulú: Quieren hacerme preguntas para ver si pueden sacar de la cárcel al asesino de Smith.

Zac: Mi hermano no mató a su marido, señorita Lulú.

Lulú: ¿Ah, no? Entonces, ¿por qué está en la cárcel?

Ness: El detective Harris ha cometido un error. El verdadero asesino sigue suelto. Y necesitamos su ayuda para atraparlo. A él, o a ella.

La señorita Lulú palideció bajo la gruesa capa de maquillaje.

Zac dio un paso hacia ella.

Zac: ¿Recibió su marido un amuleto vudú el día antes de morir? ¿Un amasijo marrón oscuro con plumas clavadas?

Los labios de la viuda se tensaron.

Lulú: ¿Quién les ha dicho eso?

Zac: Es un amuleto maléfico, señorita Lulú -continuó-. Un presagio de muerte -los ojos de ella se agrandaron-. Otras personas relacionadas con las ceremonias vudú de Odette LaFantary también han recibido esos amuletos. Después de que mi hermano fuera arrestado.

Lulú: ¿Insinúan que Odette mató a Smith? No lo creo.

Vanessa miró a Zac y luego a la señorita Lulú.

Ness: Yo tampoco creo que fuera Odette. Pero alguien colocó esos amuletos. Alguien que sigue ahí fuera, dispuesto a cumplir sus amenazas.

La señorita Lulú, tragó saliva. Alzó un poco más el mentón, intentando disimular su temor. Pero Zac no se dejó engañar.

Zac: Tal vez quiera usted quedarse de brazos cruzados y hacerle caso al detective Harris. Tal vez crea usted que él la protegerá. Pero tres personas relacionadas con esas ceremonias han muerto ya. Si lo que pretende el asesino es acabar con todos los miembros del grupo, ¿quiere usted arriesgarse a ser la siguiente?

Ella se llevó una mano temblorosa a la garganta. Apartó la mirada de ellos como si buscara entre la multitud a alguien que la ayudara.

Ness: Por favor, señorita Lulú, ayúdenos y ayúdese a sí misma.

La mirada inquieta de la señorita Lulú se detuvo como si al fin hubiera encontrado a quien buscaba. Respiró hondo, se irguió y miró a Vanessa fijamente a los ojos.

Lulú: El detective Harris me dijo que no debía contestar a las preguntas del abogado de la defensa y no pienso hacerlo. Es hora de que vuelva a mi sitio. Si me disculpan... -con ésas, dio media vuelta y se fue-.

Vanessa observó a la señorita Lulú perderse entre el gentío que entraba en el auditorio del teatro. Habían estado cerca, muy cerca.

Ness: Estaba a punto de hablar. Hasta que encontró a quien estaba buscando.

Zac asintió. Miró las escaleras con balaustrada de mármol que llevaban a los palcos del piso superior.

Zac: Vamos a ver quién es -agarró a Vanessa de la mano y comenzó a subir las escaleras-.

Ella sintió una descarga de calor al sentir su mano. Intentando concentrarse en la señorita Lulú, siguió a Zac hasta el segundo piso. Pero antes de que él pudiera conducirla hacia la zona de asientos, Vanessa se detuvo en seco.

Ness: Espera. Sé de un sitio desde donde podremos mirar sin que nadie nos vea.

Apretó los dedos de Zac, lo llevó hasta una escalera lateral y empezó a subir. Cuando llegaron al piso siguiente, en lugar de dirigirse a las puertas que llevaban a la parte de atrás de los palcos, se acercó a una puerta aislada que se parecía a la verja de hierro forjado del lateral del teatro. Agarró el picaporte y empujó. La puerta se abrió chirriando y Vanessa y Zac pasaron por ella agachando la cabeza.

Zac siguió a Vanessa por un estrecho pasillo con el suelo de cemento cubierto de polvo. Luces parpadeantes brillaban como estrellas en el techo del teatro, tan solo a unos metros por encima de sus cabezas. A un lado, el pasillo se abría a una galería rodeada de estatuas griegas. De pie tras el torso desnudo de una mujer, miraron por encima del borde. El teatro se abría bajo ellos.

Zac: Desde aquí se ve todo el teatro. ¿Cómo es que conoces este sitio?

Ness: ¿Qué quieres que te diga? Siempre me ha gustado observar las representaciones que no tienen lugar en el escenario -metió la mano en su bolso y sacó unos gemelos. Se los acercó a los ojos y observó al público. No tardó en localizar el llamativo pelo rojo de la señorita Lulú. Y, gracias a las fotos que Brittany les había proporcionado, tampoco tardó en reconocer al hombre delgado de pelo oscuro sentado a su lado-. Ahí están. En la parte central, cerca del pasillo. Y jamás adivinarías con quién está -le dio los gemelos a Zac-.

Él se los llevó a los ojos.

Zac: Tony Fortune.

Sin necesidad de los prismáticos, Vanessa vio que Fortune deslizaba un brazo por encima de la butaca y atraía a la señorita Lulú hacia sí mientras se alzaba el telón. Zac cerró los ojos. Al cabo de un momento, volvió a abrirlos y le devolvió los gemelos a Vanessa.

Zac: Olvídate del vudú. Me parece, que, sencillamente, Daniels era un estorbo -dijo con aspereza-.

Vanessa lo observó por el rabillo del ojo.

Ness: Parecen muy amigos.

Zac: Sobre todo, teniendo en cuenta que al marido de ella lo entierran mañana.

Una amargura inconfundible impregnaba sus palabras. Pero ¿de dónde provenía aquella amargura?, se preguntó Vanessa.

Zac: Ya hemos visto cuanto necesitábamos. Salgamos de aquí.

Ella lo agarró del brazo.

Ness: No hasta que me digas qué te pasa.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: He notado que te molestaban las infidelidades de la señorita Lulú. ¿Cuál es el verdadero motivo?

Él dejó escapar un leve suspiro entre los labios apretados y sacudió la cabeza.

Zac: No importa. Ocurrió hace mucho tiempo.

Ness: Cuéntamelo. Si algo te molesta, me gustaría saber qué es.

Él apartó la mirada y observó las luces tenues del techo. Finalmente dijo:

Zac: Mi padre tuvo una aventura extramatrimonial.

Ella asintió. Solo un recuerdo doloroso podía haber provocado la amargura que impregnaba su voz.

Ness: ¿Hace cuánto tiempo?

Zac: Antes de que yo naciera. Cuando mi madre y él eran novios.

Ella no pudo ocultar su sorpresa.

Ness: ¿Antes de que tú nacieras? ¿Y no crees que ya va siendo hora de que lo superes, Zac?

Zac: No es tan sencillo -se volvió a mirarla con los ojos empañados por dolorosos recuerdos y viejas traiciones-. Tuvo un hijo con su amante, una francesa. Su primer hijo. Hasta los diecisiete años, yo pensaba que era su primogénito.

Vanessa le pasó la mano por el brazo. Deseaba poder decir algo que lo hiciera sentirse mejor, pero sabía que no podía. Lo único que podía hacer era escucharlo. E intentar comprenderlo.

Ness: Yo soy hija de militar. Mi vida cambiaba por completo cada vez que a mi padre lo trasladaban a un nuevo destino.

Zac: No es lo mismo.

Ness: Claro que no, pero te entiendo. Por lo menos, un poco -reprimió el deseo de tocarlo de nuevo. No podía curar sus heridas, dijera lo que dijera. Eso solo él podía hacerlo-. ¿Conoces a tu hermano?

Zac: Mi medio hermano, querrás decir.

Ness: ¿Lo conoces?

Zac: Sí.

Ness: ¿Has hablado con él de ese tema?

Zac alzó una mano como si intentara defenderse.

Zac: Mira, ya he contestado a tu pregunta. No quiero hablar más de esto. Tengo que asegurarme de que la prometida de mi verdadero hermano no les ha dado esquinazo a sus guardaespaldas y ha decidido intentar exculpar a David ella sola, y este maldito teléfono no funciona aquí dentro -levantó el teléfono móvil, dio media vuelta, cruzó la puerta de hierro forjado y se dirigió en línea recta a la escalera-.

Ella se quedó mirándolo mientras se alejaba.


Vanessa salió del teatro y se adentró en la noche húmeda. Los mechones que encuadraban su cara se le pegaron a la frente de inmediato. Observó la acera. No había ni rastro de Zac. Dentro tampoco había podido encontrarlo.

Desilusionada, sintió un nudo en el estómago. Se sentía atraída por él desde la primera vez que lo había interrogado en la sala de un tribunal. Y, desde que habían empezado a trabajar juntos en la defensa de David, la atracción que sentía por él había crecido sin cesar. Incluso había llegado a fantasear con que entre ellos hubiera algo más profundo. Al menos, tenía la esperanza de que pudiera haberlo. Algo que trascendiera sus diferencias. Algo que ella llevaba buscando toda la vida.

Sacudió la cabeza. Tal vez Zac tuviera razón. Tal vez ella estuviera intentando creer en simples mitos. Tal vez aquella cosa vaga y esquiva que percibía entre ellos no fuera más que otro de aquellos mitos. Estaba claro que, esa noche, a Zac no lo había costado ningún trabajo alejarse de ella.

Vanessa comenzó a cruzar la calle Burgundy sin pensar lo que hacía. Estaba tan acostumbrada a ir a todas partes andando en el Barrio Francés, que por un momento había olvidado que la noche anterior la habían agredido en el patio de su casa. Vio que un taxi se acercaba por la calle Canal y levantó la mano para pararlo. Aunque su casa estaba tan solo a unas manzanas de allí, sería más prudente tomar un taxi que hacer el camino sola y a pie. Pero el taxi, lleno de turistas cargados de lentejuelas que no sabían que el carnaval se había terminado hacía tiempo, pasó de largo.

**: Vanessa.

Dijo una voz alzándose por encima del sonido del tráfico y la música procedente de una esquina alejada de la calle. Era la voz de Zac.

Vanessa se detuvo en medio de la calle y se volvió hacia él. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. Zac se acercó a ella despacio, con la cara sofocada.

Zac: Quiero disculparme. He sido un idiota -se bajó de la acera-.

El chirrido de unos neumáticos resonó en los edificios cercanos. Un coche dio un frenazo en medio de la calle Canal y dobló, derrapando, la esquina. Se enderezó y enfiló directamente hacia ellos. Zac, que estaba de espaldas, no lo vio.

Ness: ¡Zac! -gritó abalanzándose hacia él-.




Ay, ay, ay... =S
¿¡Ahora también van a por Zac!?

Espero que os esté gustando la nove.
El próximo capi será el más esperado ;)

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miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo 4


Un grito estrangulado recorrió la callejuela. Una descarga de adrenalina inundó la sangre de Zac. Pisó el freno, detuvo el coche y abrió la puerta. Echó a correr antes de que sus pies tocaran el pavimento. Alguien tenía problemas. Y su instinto le decía que era Vanessa.

Sacó el revólver del calibre 22 de la tobillera y corrió hacia la verja que daba al patio de la casa de Vanessa. Agarró el picaporte de hierro y empujó. La puerta estaba cerrada. Entre la parte superior de la puerta y la pared de piedra había una rendija. Una mujer o un hombre menudo podrían haber cabido por ella, pero él no.

Agudizó la vista, intentando ver entre las sombras. Dos figuras luchaban junto a la entrada de la casa. Dos mujeres, si no se equivocaba. Y, a juzgar por el reflejo de una melena negra que se veía en la penumbra, una de ellas era Vanessa.

Zac alzó su arma, pero no apretó el gatillo.

No se atrevía a disparar. Podía darle a Vanessa tan fácilmente como a su atacante.

Zac: ¡Policía! ¡Póngase de rodillas con las manos detrás de la cabeza!

Las sombras se quedaron inmóviles, entrelazadas. Luego, una pierna dio una fuerte patada. Se oyó un quejido de dolor que resonó en las paredes de ladrillo. Una forma oscura se tambaleó hacia atrás. Vanessa dio otra patada. Su atacante se echó hacia delante, agarrando a Vanessa del cuello.

Zac sacudió la puerta. El temor le provocaba un dolor palpitante en el pecho. Tenía que entrar. Tenía que ayudar a Vanessa. Retrocedió y dirigió el cañón de la pistola hacia la vieja cerradura de hierro. Confiando en que la bala no rebotara, apretó el gatillo. El disparo restalló en el aire, amplificándose en el estrecho corredor.

La oscura figura soltó el cuello de Vanessa. Ésta cayó de rodillas, boqueando; Zac empujó la puerta. La cerradura aguantó. Él empujó con todo el cuerpo la puerta de hierro forjado y ésta dejó escapar un chirrido de protesta. Un empujón más y se abrió. Zac empuñó la pistola, listo para disparar.

Zac: ¡Tírese al suelo boca abajo! ¡Ahora mismo!

La agresora se giró, pero en lugar de tirarse al suelo, dobló la esquina de la casa y echó a correr por el patio. Zac se acercó corriendo a Vanessa. Tosiendo, ésta le hizo señas de que siguiera adelante.

Ness: Estoy bien. Vete.

Zac sintió una oleada de alivio. Siguió corriendo por el corredor y entró en el patio. Era pequeño y estaba lleno de plantas. En el centro había algunos muebles de hierro forjado, rodeados por un magnolio, begonias y un banano de largas hojas. De la boca de un rostro de fauno brotaba el agua de un surtidor, que caía en un estanque rodeado de ladrillos cubiertos de musgo y helechos. Por encima del sonido de la fuente, Zac oyó el roce de un zapato contra la piedra.

El muro. La persona que había atacado a Vanessa debía de haber trepado por la hiedra y saltado al patio vecino desde lo alto de la pared de ladrillo. Zac se acercó a la fuente, agudizando el oído. Pero solo el chapoteo de la fuente quebraba el silencio.

Zac: Sea quien sea, se ha ido.

Entró tras Vanessa en el pequeño vestíbulo de la casa de ella. Tras asegurarse de que Vanessa estaba bien, había llamado a la policía. Los agentes de servicio se habían pasado las dos horas anteriores interrogándolos a ambos y registrando la zona. No habían encontrado nada.

Vanessa cerró la puerta y corrió el cerrojo. Se dio la vuelta, echó la cabeza hacia atrás y miró a Zac.

Ness: Esta noche me has salvado la vida.

Sus ojos marrón chocolate brillaron en la penumbra del vestíbulo. Su cara pálida parecía tan... tan vulnerable. Hasta esa noche, Zac jamás hubiera utilizado esa palabra para describir a Vanessa Hudgens. Pero, al mirarla a los ojos, fue ésa la palabra que se le ocurrió.

Vulnerable. Frágil. Dulce.

Zac sacudió la cabeza, intentando ahuyentar aquellos pensamientos. Vanessa se le había metido bajo la piel desde la primera vez que la había visto en el juzgado.

Zac: No tiene importancia. Si yo no hubiera estado aquí, te las habrías arreglado sola.

Ness: Me alegro de que no hiciera falta -apoyó una mano sobre el brazo de Zac-. Gracias.

Zac sintió un cálido estremecimiento al notar su contacto. Sabía que debía moverse, cruzar el pasillo y entrar en el cuarto de estar. Sabía que debía poner distancia entre ellos. Pero sus pies no se movían. El deseo de tomarla en sus brazos, de sentir el corazón de Vanessa palpitando contra su pecho, de hacerle saber el miedo que había pasado por ella, lo tenían clavado en el sitio.

Zac: Me hice policía para poder llevar un arma, para poder controlar cualquier situación en la que me encontrara. Pero esta noche, mientras estaba al otro lado de la verja... -sintió una punzada de dolor en el pecho y contuvo el aliento-.

Ness: Estoy bien. Gracias a ti, los dos estamos bien.

Zac miró la mano de ella posada sobre su brazo. Sería tan fácil rodearla con sus brazos, atraerla hacia sí... Obligó a sus pies a retroceder. No podía jugar con fuego. Sobre todo, tratándose de Vanessa Hudgens, por muy fuerte que fuera la tentación.

Zac: No tendrás algo que beber, ¿verdad? Me vendría bien una copa. Y creo que a ti también.

Vanessa asintió. Apartó la mirada de la de Zac y echó a andar por el pasillo. Cruzó el cuarto de estar y se acercó al carrito de las bebidas, situado junto a la pared del fondo. Agarró una botella de cristal, vertió un líquido amarillo en dos vasos y le dio uno a Zac.

Ness: Espero que te guste el bourbon.

Zac: ¿Y a qué americano que se precie no le gusta? -aceptó el vaso y tomó un largo sorbo-.

El alcohol le calentó la garganta y aquietó su pulso acelerado.

Vanessa apuró su vaso antes de señalar hacia la mesita baja del centro de la habitación.

Ness: Encontré eso delante de la puerta. Supongo que lo dejó la mujer que me atacó.

Sobre la mesa yacía un amasijo oscuro del que salían plumas negras. Zac aspiró profundamente.

Zac: ¿Se lo has dicho a la policía?

Ness: Sí, pero creo que han pensado que no estaba relacionado con la agresión, así que no he insistido. Se me ha ocurrido que nos convenía más quedárnoslo.

Zac: Bien pensado -se acercó a la mesa. Se inclinó y observó el objeto-. Hoy he hablado con Cory Snow, el primo de Brittany. Puede que él dejara un amuleto vudú como éste en la puerta de Brittany, pero no lo confeccionó él.

Ness: Entonces, ¿quién lo hizo?

Zac: Cory me ha dicho que una mujer que aseguraba ser una sacerdotisa lo llamó y le dijo que los dioses le habían revelado que necesitaba ayuda. Prometió entregarle un amuleto para que lo dejara en el umbral de su enemigo.

Vanessa lo miró por el rabillo del ojo, como si supiera lo que estaba pensando.

Ness: Odette no va por ahí dejando muñecos amenazadores delante de las puertas.

Zac dejó su vaso sobre la mesita.

Zac: Tú no la consideras sospechosa, pero tres personas que asistían a sus ceremonias han muerto ya.

Ness: Daniels, Sally Meadows y esa mujer que murió hace un mes.

Él asintió.

Zac: Janet Phillipp. Y ahora Brittany, Lisa Collins y tú habéis recibido amuletos maléficos. Y a Brittany y a ti os han atacado.

Ness: Parece que tenías razón. Me he convertido en una posible víctima.

Zac: Ojala no fuera así -se irguió y la miró a los ojos-.

A la luz más intensa del cuarto de estar, Vanessa parecía más fuerte, más segura de sí misma. Parecía de nuevo la Vanessa de los juzgados. Una mujer con pleno dominio de la situación. Pero Zac ya no se dejaba engañar por las apariencias. Había visto la fragilidad que se ocultaba bajo su duro caparazón. Y aunque ella parecía haberse recuperado de la conmoción, seguía estando en peligro. Todavía necesitaba protección. En la delicada piel de su cuello podían verse aún las marcas enrojecidas de los dedos de su agresora. Y a pesar de que Zac sabía que debía dar media vuelta y huir de allí mientras aún pudiera hacerlo, no lograba moverse. Tenía que asegurarse de que ella estaba a salvo. Se sentó en el sofá.

Zac: Espero que esta cosa sea cómoda, porque voy a quedarme aquí a pasar la noche.


Vanessa le dio una almohada y una manta, y al hacerlo sus dedos se rozaron. Ella sintió que un cosquilleo le recorría el cuerpo y apartó la mano. Tenía que intentar controlarse. No sabía qué la inquietaba más, si el ataque del que había sido víctima o el anuncio de Zac de que iba a quedarse a pasar la noche en su casa. En cualquier caso, estaba inquieta. Más que en toda su vida.

Ness: Bueno, entonces, buenas noches. Supongo que nos veremos por la mañana.

Él asintió.

Zac: ¿Mañana estás libre a mediodía?

Ness: La vista para fijar la fianza de David es a la una.

Zac asintió.

Zac: Antes de eso. Digamos a las once y media.

Vanessa revisó mentalmente su agenda.

Ness: No tengo nada que no pueda dejar para otro día.

Zac: Entonces, quedamos para comer.

Ella sintió un intenso hormigueo en el estómago. Ahuyentó la idea de un almuerzo íntimo con Zac y procuró poner la misma expresión fría y profesional que tenía él.

Ness: ¿Para comer?

Zac: Sí, con un amigo mío.

Vanessa sintió una punzada de desilusión en el estómago. Aquello era ridículo. Debía sentirse aliviada porque no fueran a comer solos. Salir con el hermano de un cliente no podía ser buena idea. Y, además, con un poli cabeza cuadrada. Zac y ella eran como la noche y el día. Pero, por alguna razón, no se sentía aliviada.

Ness: ¿Qué amigo?

Zac: Ray Becket. Es ayudante del forense.

Vanessa sintió que su desilusión disminuía. Había participado como abogada en algunos casos de asesinato a lo largo de su carrera, pero nunca se había entrevistado con un forense para repasar el informe de una autopsia. Trabajar con Zac estaba resultando excitante en muchos aspectos.

Vanessa asintió con la cabeza, intentando no mostrar mucho entusiasmo.

Ness: ¿En qué restaurante?

Zac: No vamos a vernos en un restaurante.

Ness: ¿Dónde, entonces?

Zac: En la morgue.


Zac puso dos bolsas con dos sándwiches y dos vasos de café solo sobre el mostrador de acero inoxidable, junto al codo de Ray Becket, y procuró no mirar el cadáver sobre el que su amigo estaba inclinado. Siendo como era policía, Zac había visto muchos cadáveres, pero eso no significaba que le gustara tener uno delante de las narices mientras comía. Tan solo el olor podía matar el apetito de cualquiera.

Excepto el de Ray. Su cara redonda de cajún dejaba a las claras que su apetito era invencible. Se quitó los guantes y señaló los sándwiches.

Ray: ¿Los has comprado en Central Grocery?

Zac: Claro.

Ray: Son mis favoritos -miró hacia Vanessa-. ¿Quieres que salgamos a hablar al pasillo? Tu amiga se está poniendo verde.

Zac siguió su mirada. Era cierto: la cara de Vanessa había adquirido un tono extraño. Al parecer, a ella también se le había quitado el apetito.

Salieron al pasillo.

Ray se reunió con ellos unos minutos después, llevando la comida.

Ray: He revisado los casos que me dijiste -dijo mientras desenvolvía un sándwich-.

Zac: ¿Y?

Ray: Daniels fue envenenado con tetradotoxina, y a Sally Meadows le rebanaron el pescuezo. Pero la otra mujer, Janet Phillipp, no fue asesinada.

Zac se inclinó hacia delante.

Zac: ¿De qué murió?

Ray: De muerte natural. De un fallo cardiaco -le dio un enorme mordisco al sándwich-.

Zac: ¿Es posible que fuera provocado por algún tipo de veneno?

Ray levantó una mano y terminó de masticar.

Ray: No. Estaba enferma del corazón. Además, los análisis toxicológicos dieron negativo.

Zac: ¿Qué buscabais?

Ray: Lo dices por la tetradotoxina, ¿no? -Zac asintió-. No, no había nada. También buscamos arsénico, cianuro, estricnina y casi todo lo que se te ocurra.

Vanessa ladeó la cabeza y miró a Ray con el ceño fruncido.

Ness: ¿Soléis realizar análisis tan exhaustivos cuando le hacéis la autopsia a una octogenaria que ha muerto de un fallo cardiaco?

Ray sacudió la cabeza.

Ray: Normalmente no hacemos análisis toxicológicos. Pero, en este caso, la familia insistió. Su hija estaba convencida de que había sido asesinada.

Vanessa frunció más aún el ceño.

Ness. ¿Y por qué pensaba eso?

Ray se encogió de hombros.

Ray: Recuerdo que dijo algo del vudú. A decir verdad, me pareció que estaba como una cabra.

Zac empezó a pensar aceleradamente. Tal vez aquella mujer no estuviera tan loca como creía Ray. Aunque pareciera que Janet Phillipp había muerto por causas naturales, ¿quién podía asegurar que no la había matado el vudú? O, al menos, la misma persona que estaba asesinando a los asistentes a las ceremonias de los jueves por la noche.

Zac: ¿Qué más puedes decimos, Ray?

El cajún miró a un lado y a otro del pasillo vacío. Viendo que no los oía nadie, se acercó un poco más a Zac y a Vanessa.

Ray: Yo no os he dicho nada, ¿de acuerdo? -Zac asintió-. He hecho unas cuantas averiguaciones sobre el caso de David y lo que he descubierto no tiene buena pinta.

Zac intentó prepararse para lo que iba a decirle su amigo.

Zac: Dispara.

Ray: Tienen huellas dactilares, Zac.

Zac: Saben que David estuvo en la escena de ambos crímenes. Él mismo se lo ha dicho.

Ray: No solo en la escena de los crímenes. La daga con la que fue asesinada esa tal Meadows también tiene sus huellas. Es muy probable que también lo acusen de ese asesinato.

Zac sintió una opresión en el pecho. La cabeza empezó a palpitarle con fuerza. David no había matado a nadie. Pero, con pruebas como aquéllas, tal vez la verdad no tuviera importancia. Con pruebas como aquéllas, tal vez David fuera de camino al corredor de la muerte a pesar de su inocencia.




Bueno, a Ness no le pasó nada. Aún...
Y las cosas no se están poniendo mejor, precisamente =S

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Espero que comentéis en este capi y que os haya gustado.

¡Un besi!


domingo, 18 de agosto de 2013

Capítulo 3


Vanessa se detuvo frente al edificio de oficinas que albergaba su despacho y miró a Zac. Durante todo el trayecto entre la tienda de Odette en el Barrio Francés y el distrito comercial, él no había parado de mirar hacia atrás. Estaba claro que algo lo preocupaba.

Ness: ¿Qué ocurre? -él la miró como si no supiera de qué estaba hablando-. Algo te preocupa.

Zac: ¿Te lo han dicho los Loa o te lo ha soplado ese amuleto vudú?

Ness: No te pases de listo. Lo he adivinado porque no has dejado de girar la cabeza desde que salimos de la tienda de Odette.

Él dejó escapar un suspiro como si decidiera que ya era hora de poner las cartas boca arriba.

Zac: No consigo librarme de la sensación de que alguien nos observa.

Ness: Odette ha dicho que estamos rodeados por el mal. No me digas que estás empezando a creer.

Él la miró por el rabillo del ojo y esbozó una sonrisa.

Zac: Me da igual quién lo diga. Yo sé que estamos en peligro. Tienes que andar con cuidado.

Ness: El culpable de esas muertes no va detrás de mí.

Zac: Eso no lo sabes. Alguien está matando a la gente e intentando cargar las culpas sobre mi hermano. Tú vas a defenderlo. Puede que te conviertas en su siguiente objetivo.

Vanessa sintió un agradable calorcillo al percibir el tono preocupado de la voz de Zac y le lanzó una sonrisa burlona.

Ness: Si no te conociera, diría que estás preocupado por mí. Vaya cambio con respecto a tu enemistad habitual.

Zac no pareció saber qué contestar.

Vanessa se echó a reír. Estaba claro que a Zac no le gustaba que lo pillaran desprevenido, lo cual a ella le daban más ganas de provocarlo. Sin embargo, hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por ella. Era agradable saber que él estaba preocupado.

Ness: Esta noche salgo tarde de trabajar, pero cuando me vaya tomaré un taxi hasta la puerta de mi casa.

Él frunció el ceño y sus cejas descendieron sobre sus penetrantes ojos azules. Vanessa se cambió la cartera y el amuleto que le había dado Odette a la mano izquierda y alzó la derecha como si jurara decir la verdad y nada más que la verdad con ayuda de Dios.

Ness: Tendré cuidado, te lo prometo.

Él guardó silencio un momento y luego asintió.

Zac: Veré qué puedo averiguar sobre los asistentes habituales a las ceremonias de Odette. Llámame al móvil cuando llegues a casa. Te contaré lo que haya averiguado -dándole su tarjeta con una mano, abrió la puerta del edificio con la otra-.

Cuando ella entró, Zac se dio la vuelta y echó a andar calle abajo. Mientras lo veía alejarse, Vanessa no pudo evitar pensar en lo bien que la hacía sentirse que se preocupara por ella. Y en cuánto deseaba hablar con él esa noche.


El largo día de juicios, declaraciones y papeleo pasó factura a Vanessa, que estaba agotada cuando se dejó caer en el asiento del taxi para recorrer las seis manzanas que la separaban de su casa en la calle Dauphine. Pero, a pesar del cansancio, una sensación de inquietud recorría sus nervios.

Aquel maldito Zac y sus advertencias... A ella nunca le había dado miedo volver sola a casa de noche. Debía acordarse de decirle que se guardara para él sus paranoias cuando lo llamara.

Al llegar a la casita con patio que había comprado el año anterior, pagó al taxista, le dio una generosa propina para que esperara hasta que ella cruzara la verja y salió del taxi a la húmeda noche de junio. Introdujo la llave en la elaborada puerta de hierro forjado que daba al corredor de entrada y, más allá, al patio. La puerta se abrió suavemente. Vanessa se dio la vuelta y le hizo una seña al taxista antes de entrar. Tras cerrar con llave la verja, recorrió el corredor lateral que llevaba a la puerta de la casa. Estaba maldiciendo de nuevo la paranoia de Zac cuando vio algo oscuro junto a una maceta, en el umbral.

Ness: ¿Qué demonios...?

Se agachó para mirar aquel objeto. La luz tenue de las lámparas de gas que iluminaban el patio se reflejaba en su negra y reluciente superficie. Aquel amasijo tenía plumas negras clavadas a un lado, como el amuleto vudú que Lisa le había llevado a Odette esa mañana. Estaba tan concentrada mirando aquel objeto que tardó unos segundos en darse cuenta de que oía algo. Pasos...

Un brazo le rodeó la garganta antes de que pudiera incorporarse.




Corto, lo sé. Seguro que os ha sabido a poco. Pero, como ya os dije, la cosa empieza a animarse un poco. Esperemos que a Ness no le pase nada =S

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miércoles, 14 de agosto de 2013

Capítulo 2


Zac se paseaba por el pasillo, fuera de la sala de interrogatorios en la que David permanecía encerrado. Su supervisor lo había mandado llamar nada más llegar a comisaría. Y como resultado de ello, por primera vez en su carrera Zac había sido suspendido del servicio, acusado de intentar ayudar a escapar a David. Su supervisor debía investigar la acusación vertida por Harris, pero mientras tanto él no tendría pistola, ni placa, ni uniforme.

La noticia había corrido por la comisaría a la velocidad de un rayo. Ahora ningún miembro del cuerpo querría hablar con él, ni mucho menos pasarle información sobre el caso de David.

Zac cerró los puños. Tenía, ganas de pegarle un puñetazo a la pared. O a la cara de Harris. Odiaba sentirse tan impotente. No experimentaba aquella sensación dolorosa desde los diecisiete años. Y no quería sentirla otra vez.

Se apoyó contra la pared cruzando los tobillos. La pesada pistolera del tobillo le rozaba la pierna contraria. Le habían quitado su arma reglamentaria y su placa, pero por lo menos seguía teniendo su calibre 22. No estaba totalmente indefenso.

**: Vengo a ver a David Efron -dijo con firmeza una voz femenina-.

Zac giró la cabeza, sorprendido. Caminando hacia él con el cabello negro enmarcándole la linda cara y los sensuales labios rojos prietos en una línea firme, vio nada menos que a Vanessa Hudgens.

Zac sintió que se le encogía el estómago y se le aceleraba el pulso. Se había enfrentado con la abogada defensora un par de veces en los tribunales. Solo había tenido que experimentar una vez en carne propia su particular concepto del interrogatorio para saber todo lo que necesitaba sobre ella. Tal vez fuera tan guapa como Meg Ryan en una de esas comedias disparatadas, pero también era tan despiadada como un tiburón que oliera sangre en el agua. Zac se giró hacia ella, cerrándole el paso.

Zac: ¿Para qué quieres ver a David?

Los fluorescentes se reflejaban en el gran broche representando a Pegaso que ella llevaba en la solapa del traje sastre. Se detuvo a unos centímetros de él y alzó la mirada. Una de las alas doradas del caballo casi rozaba el pecho de Zac. Los ojos marrones de la abogada, ligeramente rasgados, eran tan exóticos como su olor.

Ness: Hola, agente Efron.

Él se apartó de la pared y descruzó los tobillos, colocando un pie ligeramente detrás del otro para mantener el equilibrio.

Zac: ¿Para qué quieres ver a David? -repitió-.

Ness: Me han pedido que lo represente. Tu hermano es ahora mi cliente.

Zac dio un paso atrás. Si hubiera podido pensar con claridad, no le habría sorprendido la noticia. A fin de cuentas, no podía haber otra razón para que Vanessa Hudgens se presentara en la comisaría a esas horas de la mañana, pidiendo ver a David. Pero, por alguna razón, la abogada lo había pillado desprevenido. Siempre lo hacía. Y eso era lo que más lo irritaba de ella.

Zac: ¿Te ha llamado Brittany Snow?

Los labios de ella se suavizaron.

Ness: Brittany es amiga mía. Una buena amiga. Removería cielo y tierra para ayudarla a ella y a su prometido. Tu hermano está en buenas manos, Zac.

Él deseaba creerla, por el bien de David. Y todo cuanto sabía acerca de Vanessa Hudgens sugería que era perfectamente capaz de defenderlo de cualquier cargo que le imputara la oficina del fiscal del distrito. Sin embargo, Zac había aprendido hacía tiempo a no fiarse de nada que no pudiera controlar personalmente. Y no tenía ni la menor idea de cómo controlar a Vanessa Hudgens.

Vio a Harris al otro lado del pasillo. El detective llevaba una gruesa carpeta bajo el brazo y se dirigía a la sala de interrogatorios donde permanecía encerrado David. Vanessa siguió la mirada de Zac. Alzando una mano, cruzó corriendo el pasillo.

Ness: No pensará interrogar a mi cliente sin la presencia de su abogado, ¿verdad, detective?

Harris se volvió hacia ella.

Harris: Así que va usted a defender a Efron. ¿Por qué será que no me alegro?

Estaba claro que el detective no se alegraba de verla, lo cual mejoró la opinión que Zac tenía de ella. Por lo menos, un poco.

Vanessa sonrió.

Ness: Usted conoce la ley, detective. Sentiría mucho tener que acusarlo de no cumplirla. Ahora, si no le importa, me gustaría hablar con mi cliente a solas.

Harris: Tómese todo el tiempo que quiera. No va a ir a ninguna parte, salvo al corredor de la muerte, claro.

Ness: Eso ya lo veremos -entró en la sala de interrogatorios sin mirar atrás-.

Zac la vio entrar. A pesar de la inquietud que ella le causaba, tenía que admitir que Vanessa Hudgens era una mujer impresionante. Tal vez fuera una suerte que defendiera a David. Una abogada astuta y agresiva era justamente lo que su hermano necesitaba. Eso, y alguna prueba que lo exculpara.

Y, con suspensión o sin ella, allí estaba Zac para conseguirla.

Se apoyó en la pared, se quedó mirando la puerta cerrada y aguardó a que Vanessa saliera de la sala de interrogatorios. Cuando lo hizo veinte minutos después, Zac le cortó el paso.

Zac: Tengo que hablar contigo.

Ella miró su reloj.

Ness: Entonces, acompáñame. Tengo que hacer una cosa antes de mi siguiente cita, a las once.

Él echó a andar a su lado. En cuanto salieron, el calor y la humedad golpearon a Zac como un mazazo. La lluvia que se había introducido en las grietas y agujeros del empedrado de la calle era el único rastro que quedaba de la tormenta de la noche anterior. Ella miró a Zac y se puso unas gafas de sol.

Ness: ¿De qué querías hablarme?

Zac: Quiero que David tenga la mejor defensa posible. Así que voy a ayudarte.

Ella lo miró fijamente un momento, como si considerara su ofrecimiento.

Ness: Agradezco la oferta, Zac, de veras, pero tengo un investigador que se encarga del trabajo de campo.

Zac: Pero no está tan motivado como yo. Y seguro que no trabaja gratis. Yo sí.

Ness: Esto no tendrá nada que ver con el hecho de que no te fías de mí, ¿verdad?

Zac: Sé que eres buena en tu trabajo.

Ness: No es eso lo que he dicho. No te fías de mí. ¿Por qué?

Zac: Ningún poli se fía de un abogado defensor.

Ness: Pero tu desconfianza es personal.

¿Qué podía decirle? ¿Que cada vez que estaba cerca de ella se sentía inquieto? ¿Que se le encogía el estómago? ¿Que se le aceleraba el corazón? Parecería uno de esos tipos patéticos a los que les dan miedo las mujeres fuertes. O peor aún, un colegial enamorado.

Zac: Me han suspendido. El único modo que tengo de ayudar a mi hermano es ayudarte a ti.

Ness: ¿Que te han suspendido? ¿Por qué? -él le contó que Harris lo había acusado de intentar ayudar a escapar a David-. ¿Y es cierto? -alzó las cejas curiosa-.

Zac: Iba a llevarlo a la comisaría para que se entregara -extendió las manos con las palmas hacia arriba-. David no ha matado a nadie. Déjame que te ayude a demostrarlo.

Ella apretó los labios, pensativa. Por fin asintió con la cabeza.

Ness: El trabajo es tuyo -le tendió la mano y sonrió, y su nariz se arrugó como la de una niña-. Bienvenido a bordo.

Él le estrechó la mano. Ella se la apretó con firmeza. Su piel era extrañamente suave. Zac sintió que lo recorría un cálido estremecimiento. Su estómago se encogió un poco más. Había conseguido exactamente lo que quería. Un papel en la defensa de David. La oportunidad de hacer algo para ayudar a su hermano. Debía sentirse feliz. Pero ¿por qué se sentía más impotente que nunca?


Vanessa escuchaba el paso rítmico del agente Zac Efron mientras bajaban juntos por la calle Conti. A pesar de que unos vaqueros gastados ceñían sus muslos y de que una camiseta de los Saints de Nueva Orleáns se extendía sobre su amplio pecho en lugar del uniforme azul, Zac Efron seguía pareciendo un poli. Con su corte de pelo desenfadado y su actitud vigilante, Zac no tenía que vestirse de azul para ir de uniforme. Él era el uniforme. Y también era más atractivo que cualquier policía de ficción que hubiera honrado alguna vez la pequeña pantalla.

Vanessa apartó la mirada y se fijó en los adoquines desiguales que pisaba. Debía de estar loca por aceptar trabajar con él. Si había algo que caracterizara a Zac Efron, era su testarudez. Interrogarlo en los tribunales siempre había sido una lucha a brazo partido. Y sin duda trabajar con él en el caso de su hermano sería un desafío aún mayor. Pero, naturalmente, como a cualquier buen abogado, a ella le encantaban los desafíos.

Al llegar a la calle Chartres, Vanessa giró a la izquierda y se adentró en el Barrio Francés. Zac dudó.

Zac: Pensaba que tu oficina estaba en el distrito comercial.

Ella asintió, sorprendida de que supiera dónde estaba su despacho.

Ness: Tengo que hacer una cosa, ¿recuerdas? -él siguió caminando a su lado, mirándola con una ceja levantada como si esperara una explicación. Ella suspiró-. Cada vez que consigo un caso importante, me paso por la tienda de una amiga.

Zac: ¿Una amiga?

Ness: Una sacerdotisa vudú. Me hace un talismán especial. Desde que empecé a llevarlos al juzgado, no he perdido ni un solo caso.

Zac: He oído que algunos polis llevan amuletos para que los protejan en las calles -frunció el ceño-. ¿De veras crees en esas cosas?

Su extrañeza no sorprendió a Vanessa. Se la esperaba. Zac Efron no creía en nada que no pudiera documentar en un informe policial. Naturalmente, tampoco ella podía decir que creyera completamente en el vudú.

Ness: A decir verdad, todavía estoy buscando algo en lo que creer -él soltó un soplido burlón. Vanessa intentó no reírse-. ¿Tú en qué crees?

Zac: En mitos y supersticiones, no, eso seguro. Yo controlo mi propia vida.

Ness: Vaya, me alegro de que estés tan seguro de ti mismo. A mí me gusta cubrirme las espaldas. Además, supongo que, aunque no creas en el vudú, te interesará acompañarme.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque la sacerdotisa vudú que me hace los amuletos es Odette LaFantary.

Los ojos de Zac centellearon.

Zac: Tienes razón, me interesa. Muchísimo.

Ness: Me alegro de que coincidamos en algo.


Zac observó el interior pintado de color melocotón y plata de la parte delantera de la tienda de Odette. Nunca había entrado en una tienda vudú, pero aquella sencilla y moderna decoración no era lo que esperaba. Miró a Vanessa.

Zac: ¿Estás segura de que es aquí?

Ella asintió y sus mechones negros se agitaron.

Ness: Odette vende cosméticos naturales. Las cosas del vudú están en la parte de atrás -haciéndole una señal, cruzó la tienda y sus tacones resonaron en el suelo de baldosas-.

Entró en la habitación contigua.

Zac la siguió. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la luz tenue, vio los colores rojos y dorados, y los cráneos, las muñecas, las plumas y cirios que esperaba. Una mujer afroamericana de aspecto imponente, que estaba frente a una de las estanterías, se volvió hacia ellos. Tenía una sonrisa reservada.

Odette: Vanessa, sabía que ibas a venir. Lo vi en las cartas esta mañana -su voz era profunda y tenía un leve acento haitiano-.

Ness: Entonces sabrás por qué estoy aquí. David Efron ha sido detenido por el asesinato de Smith Daniels.

Odette: Sí. Casi he acabado de hacer el amuleto. Un amuleto poderoso para proteger a un hombre inocente -su mirada se posó en Zac-.

No dijo nada, pero lo miró con los ojos entornados.

Ness: Odette, éste es Zac Efron, el hermano de David.

La sacerdotisa asintió.

Odette: También he visto en las cartas que vendría.

Zac se removió, inquieto. La penumbra, el vudú y tanto hablar de leer el futuro en las cartas le estaban crispando los nervios. Incluso tenía la sensación de estar siendo observado.

Zac: Tengo un par de preguntas que hacerle, señora LaFantary.

Odette: Dudo de que pueda darle las respuestas que busca. Los espíritus no me han mostrado gran cosa sobre el destino de su hermano.

Zac sacudió la cabeza.

Zac: No son ésas las respuestas que busco. Me interesa más el pasado que el futuro místico. Quiero saber dónde estuvo usted anoche.

Sonó una campanilla. Odette miró por la puerta abierta del fondo de la habitación.

Odette: ¿Mary? Tenemos un cliente.

Una chica esbelta con la piel color café con leche apareció en la puerta de la trastienda. Cruzó la habitación y entró en la tienda de cosméticos. Zac entrevió a una mujer mayor de pie entre los colores melocotón y plateado de la habitación.

Odette: La señora Garner, una buena clienta. Si me perdonan... -agarró algo del mostrador que había tras ella y salió a la tienda de cosméticos-.

El murmullo de su voz mientras saludaba amablemente a la clienta se coló en la habitación.

Vanessa miró hacia el lugar de donde provenían las voces y luego miró a Zac frunciendo el ceño.

Ness: ¿Quieres saber dónde estuvo Odette anoche? No creerás que fue ella quien atacó a Brittany, ¿verdad?

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque ella no haría eso. Ni a Brittany, ni a nadie.

Zac: ¿En qué te basas?

Ness: En que la conozco.

Zac: Ese no es un buen argumento, letrada. Deberías saberlo.

Ness: Puede que no lo sea, pero yo sé lo que me digo. Odette no le haría daño a nadie.

Zac: Me alegro de que estés tan segura. Yo prefiero reservarme mi opinión hasta que vea pruebas.

Odette volvió a entrar en la zona de la tienda dedicada al vudú.

Odette: Ahora contestaré a sus preguntas, si puedo.

Zac: ¿Dónde estuvo anoche? -repitió-

Odette: Aquí, confeccionando un amuleto. Acabo de entregárselo a la señora Garner. Y también hice unos cuantos hechizos.

Zac: ¿Qué clase de hechizos?

Odette miró a Vanessa antes de volver a mirar a Zac.

Odette: Ninguno que le interese.

Zac: Le aseguro que me interesa.

Odette se acercó al mostrador y apartó de un montón nueve ramitos de hierba de alguna clase.

Metió los ramitos en una bolsita ya llena con otras hierbas y con Dios sabría qué. Cerró la bolsa hábilmente y la ató con un trozo de cinta de lentejuelas. Alzó la mirada hacia Zac y sus ojos negros se clavaron en los de él.

Odette: Yo no maté a Sally Meadows, si es eso lo que quiere saber.

Zac: ¿Cómo sabe que Sally ha muerto? La noticia no saldrá en el Times-Picayune hasta mañana. -Odette apretó los labios con dureza y no dijo nada. No hacía falta. Zac sabía cuál sería su respuesta-. Supongo que los espíritus se lo habrán revelado también en las cartas.

Odette: No hasta después de que la mataran.

Zac: ¿Y Daniels? ¿Le dijeron los espíritus que iba a ser envenenado?

Odette: Yo no lo veo todo. Solo veo lo que los espíritus quieren revelarme.

Zac: Una explicación muy conveniente. ¿Y espera que me crea todo eso?

Odette: Estoy diciendo la verdad, Zac Efron. Allá usted si me cree o no.

Zac respiró hondo. Lo último que quería era enzarzarse en una discusión sobre creencias religiosas. Necesitaba hechos, no supersticiones.

Zac: Sally solía asistir a las ceremonias de los jueves por la noche en el restaurante de Brittany Snow, ¿verdad?

Odette: Nunca se perdió una.

Zac: Smith Daniels tampoco -ella asintió con la cabeza-. Y ahora están los dos muertos.

El rostro de Odette se endureció. La luz tenue realzaba sus altos pómulos.

Vanessa ladeó la cabeza.

Ness: ¿Quién más solía asistir a las ceremonias, Odette?

La sacerdotisa se volvió hacia Vanessa y su semblante se suavizó ligeramente.

Odette: La señorita Lulú Daniels, por supuesto. Tony Fortune, un amigo de los Daniels. La hermana de Sally, Helen -la campanilla sonó de nuevo, interrumpiendo su recitación. Ella miró hacia la tienda de cosméticos. Un murmullo de voces se coló en la habitación: la voz más suave de Mary, la ayudante de Odette, y otra más chillona y temerosa. Odette se acercó a la puerta-. ¿Qué ocurre, Lisa?

Una joven se acercó apresuradamente a ella con una bolsa de papel en la mano.

Lisa: Oh, Dios mío. La que acaba de salir era la señora Garner, ¿verdad?

Odette apoyó una mano sobre el brazo de la joven para tranquilizarla.

Odette: Sí.

Lisa: Pero iba andando.

Odette: Les pedí a los dioses que se recuperara. Y han respondido.

Lisa sacudió la cabeza y su pelo castaño y liso osciló sobre sus mejillas.

Lisa: Estaba en silla de ruedas. Es imposible que les pidas a los dioses que la curen y que eche a andar un momento después.

Odette: Los dioses pueden hacer muchas cosas. ¿No es por eso por lo que te uniste al grupo, Lisa? ¿No crees que los espíritus puedan ahuyentar tu mala suerte?

Lisa: No sé. Confiaba en que sí, pero...

Odette: ¿Qué llevas en esa bolsa, chiquilla?

Lisa: Yo... -miró su mano como si hubiera olvidado que sostenía la bolsa de papel. Sus ojos se agrandaron atemorizados otra vez-. He encontrado esto delante de mi puerta.

Odette agarró la bolsa. Se acercó al mostrador junto al cual esperaban Vanessa y Zac y vació su contenido. Un revoltijo informe y negro del que salían unas plumas cayó sobre el mostrador. Al otro lado de la habitación sonó un gemido. Zac giró la cabeza. Mary, la ayudante de Odette, estaba en la puerta.

Mary: Otro hechizo maléfico -susurró-. La otra pareja trajo uno. La cocinera y el policía.

Zac asintió. Sabía por David que Brittany había recibido un amuleto vudú parecido al que yacía sobre el mostrador. Odette miró aquel amasijo entrecerrando los ojos.

Odette: Esto no me gusta.

Lisa la miró.

Lisa: ¿Qué quieres decir?

Odette: Que estás en peligro -se volvió hacia Zac-. Esta es Lisa Collins. También forma parte del grupo de los jueves por la noche.

Lisa seguía mirando fijamente a Odette.

Lisa: ¿Peligro? ¿Qué clase de peligro?

Odette: Eso no lo sé. Pero debes volver a casa, cerrar las puertas con llave y no dejar entrar a nadie. Ni siquiera a alguien que conozcas y en quien confíes. Yo intentaré hacer algo con esto.

La joven asintió. Sin decir una palabra, dio media vuelta y salió de la tienda. Vanessa se inclinó sobre el mostrador y examinó aquel emplasto.

Ness: ¿Quién haría algo así?

Odette: Alguien que lleva la muerte en el corazón.

Su voz era baja, falta de emoción, y Zac tuvo la sensación de que no le había sorprendido la aparición de aquel hechizo maléfico.

Zac: ¿Hace usted amuletos como ése?

La sacerdotisa levantó una mano.

Odette: No contestaré más preguntas. Tengo cosas que hacer. Y ustedes también. Esperemos que entre todos podamos evitar que el mal siegue otra vida.

Le entregó a Vanessa la bolsita de terciopelo que había preparado antes y de dos zancadas cruzó la puerta de la trastienda y desapareció.

Mary la siguió.




¡Capi misterioso! E interesante también, ¿no?

¡Gracias por los coments!

Espero que os esté gustando la novela. Más adelante se animará.

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¡Un besi!


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