topbella

jueves, 29 de noviembre de 2012

Capítulo 10


Ness: ¡Eh, esperadme!


La visión de Vanessa corriendo por el muelle hacia el crucero hizo que Zac sintiera una oleada de alivio.


Cuando llegó el momento de tener que irse al embarcadero, Ness seguía encerrada en su cuarto, de modo que Zac llamó a la puerta y le expuso cuáles eran los planes para esa tarde. Él interpretó su falta de respuesta, aparte de un vehemente «¡Bien, espero que naufraguéis y os devoren los tiburones!», como una negativa silenciosa a acompañarlo. Por primera vez en su carrera profesional estuvo a punto de anteponer los sentimientos personales a los negocios y cancelar la excursión náutica para intentar reparar los daños en una amistad que valoraba por encima de todas las demás; lo único que lo detuvo fue saber que no había modo de razonar con Vanessa hasta que se calmara... supuso que le quedaba una espera de dos décadas.


Miró de reojo a Tracy cuando Ness saltó a la cubierta y vio que, a diferencia de él, se alejaba mucho de sentirse complacida por la inesperada llegada de su «esposa». Y tampoco fingió lo contrario cuando Vanessa la saludó.


Tracy: ¿Qué haces aquí? -demandó-.


Ness: ¿Perdón? -llevaba unos pantalones cortos y la miró por debajo de una gorra de béisbol gastada; aún así su expresión y tono habrían puesto en su sitio a la realeza-.


Sorprendió a Tracy, pero no hasta el punto de disculparse.


Tracy: Zac comentó que no vendrías -explicó con voz que sugería que eso le había gustado. Miró a Zac con ojos acusadores y añadió-: Dijo que te sentías mal. Otra vez.


Ness: Y así era -respaldó su mentira-.


Tracy: Entonces, ¿qué haces aquí? -desafió-. No me parece adecuado que te sometas al calor del sol y a los vaivenes de un barco. Es evidente que tienes una constitución poco robusta, siendo patéticamente delgada y todo eso.


Zac: ¡Oh, por lo general Ness tiene una salud de hierro! -intervino para evitar la demoledora respuesta de Ness-. Pero ya sabes cómo pueden ser los mareos por la mañana. Ella... -calló en cuanto notó que Tracy ya no era el blanco de la mirada furiosa de Vanessa-.


Tracy: ¿Está embarazada? -su sorpresa fue tan aguda como las dagas visuales que le lanzó Ness-.


Zac: Bueno, eh... -intentó remediar el error cometido-, es decir, creemos que lo está. Hmm... podría estarlo. Bueno, podría ser. Eh... aún no ha sido confirmado. ¿No, cariño?


Ness: No, cariño, razón por la que deseaba mantenerlo en secreto -le sonrió con expresión asesina-.


Zac: Cielos -intentó esbozar una sonrisa tímida-. Pero no hay motivo para molestarse, estoy seguro de que Tracy no lo comentará. ¿Verdad, Tracy?


Tracy: ¡Dudo que alguna vez esté tan necesitada de conversación! -el tono despectivo se vio acompañado por un escalofrío y una mirada gélida-. Si me perdonas, Zac, dejaré que ambos solucionéis vuestras diferencias personales en privado. Y de verdad creo que sería mejor que convencieras a tu mujer de que no nos acompañara. No quiero que la tarde me la estropee una posible embarazada vomitando por la borda.


Ness: Oh, no te preocupes, lady Mulligan. Creo que el hecho de que aún no haya vomitado demuestra que tengo un estómago excepcionalmente fuerte.


Riendo con la inútil esperanza de que Tracy confundiera el comentario por una broma, Zac sujetó el codo de Vanessa y se la llevó a popa.


Zac: No dejes que te irrite -musitó-. Ella no merece la pena.


Ness: No es ella quien me irrita. ¿Por qué demonios has dicho que estaba embarazada?


Zac: Fue lo primero que se me ocurrió para justificar tus constantes indisposiciones.


Ness: ¡Pues deja de decir que estoy enferma!


Zac: Mira, debía tener alguna explicación para tu ausencia. Decirle que habíamos discutido hubiera sido como regalarle un millón de dólares. Para ser sincero, no esperaba que aparecieras.


Ness: Para ser sincera -imitó-, no esperaba aparecer; no estoy con ánimos de hacer favores...


Zac: Pero has venido -sonrió, y alargó la mano, incapaz de contenerse de acariciarle la sedosa mejilla con los nudillos-. Gracias, Ness. Lo aprecio.


Ness: ¡No lo hagas! -se apartó y cruzó los brazos-. Solo he venido porque este trato es importante para
Norris y en especial para Dan. Al padrino no le gustaría que lo estropeáramos por dejar que nuestras diferencias personales se interpusieran entre nosotros. Además -añadió con expresión reacia-, te debo una disculpa.

Zac: ¿Sí?


Ness: No te entusiasmes -advirtió-. La doy a regañadientes. Pero la cuestión es que no fue justo echarte toda la culpa por lo que te pasó. Anoche me diste la oportunidad de retirarme. Y si hubiera prestado atención a mi cabeza y no a mis hormonas, lo habría hecho. Creo que me excedí en mi reacción porque en el pasado solo me he acostado con dos chicos...


Zac: ¡Ness, para! No necesito oír eso -¡demonios, ni siquiera quería pensar en Vanessa en brazos de otro!-.


Ness: No. Desde luego -se mordió el labio con cierto pudor, y se encogió de hombros-. En cualquier caso, quería que supieras... bueno, que me has hecho un gran favor.


Zac: ¿Sí?


Ness: He estado tan obsesionada con el compromiso y la duración en mis relaciones pasadas que probablemente me he privado de algunos momentos de sexo estupendos, y...


Zac: ¡Vanessa!


Ness: ¿Qué? -abrió mucho los ojos, desconcertada-.


Zac: ¿Qué quieres decir con qué? -la miró con ojos furiosos-. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?


Ness: Digo que has tenido razón en todo momento, Zac -respondió con calma-. La variedad es la sal de la vida. Y... -el guiño y la mueca que le hizo debían ser clasificados de «X»-, gracias a ti, a partir de ahora Vanessa Hudgens va a buscar las comidas picantes.



Descartada la esperanza de poder lograr dormir algo en el sofá, Zac miraba el techo.


Solo eran palabras, por supuesto. Cuando tuviera que llevarlas a la práctica, era imposible que Vanessa se metiera en la cama con alguien solo por el sexo. No era de ese tipo. Y él debía saberlo. El anuncio de ese día había sido un mecanismo de autodefensa para convencerlos a los dos de que lo sucedido la noche anterior no había sido de gran importancia.


No obstante, era una maldita bendición que estuvieran en esa isla, casados a todos los efectos, porque la historia demostraba que Vanessa era famosa por ser impulsiva. Si hubieran estado en el continente, no resultaba inconcebible que hubiera intentado sazonar su vida antes de haber analizado las consecuencias.


Con un poco de suerte, en cuanto cerraran el trato con Mulligan, volvería a fomentar el ideal del amor eterno y una casita con vallas.


Ness: Zac... ¿estás despierto? -se sentó de golpe ante el sonido de su voz suave. Apretó los dientes al ver iluminada por la luna una buena extensión de piernas desnudas bajo una camiseta grande y trató de contener su excitación-. ¿Podemos hablar un minuto? -aunque su libido le sugería otra cosa, y durante más de un minuto, asintió-. No sé cómo decir esto...


Zac: ¿Decir qué, Ness? -preguntó con voz ronca; la vacilación que percibió en su voz le aceleró el pulso-.


Ness: Es acerca de lo de anoche... y lo que comentaste en el barco.


Zac: ¿Qué pasa con lo sucedido anoche? -por ese entonces le palpitaba algo más que el pulso-.


Ness: Bueno -lo miró con ojos tímidos antes de bajar la cabeza-, me preocupa que tal vez me hayas dado mala suerte. Bueno, en realidad, a los dos.


Zac: ¿Mala suerte? ¿Cómo?


Ness: Al decirle a Tracy que estaba embarazada.


Zac: ¿Quie... quieres decir que... podrías estar em... embarazada? -tragó saliva-. ¿Embarazada?


Ness: ¡Maldita sea! Sabía que no tendría que haberlo mencionado. Ahora tú también estás preocupado -¿preocupado? ¿Es que bromeaba? Se había quedado catatónico-. Por favor, Zac -instó-. Que no te domine el pánico. Solo existe una posibilidad muy remota de que lo esté.


Zac: Pero... pero usamos preservativos. ¿Por qué crees...? ¡Oh, demonios! Uno se salió después de...


Ness: Sé que en su momento nos pareció gracioso. Pero me puse a pensar en lo sucedido, y al reflexionar... bueno... Mira, Zac -continuó-. Es probable que mi reacción sea exagerada. De hecho, estoy segura de que no se me habría ocurrido si tú no se lo hubieras mencionado hoy a Tracy -le palmeó la pierna en un gesto para darle confianza, pero el calor de su mano en el muslo de él bastó para atribuir su aumento de temperatura a otras cosas que una inminente paternidad. Sin embargo, cuando apoyó la mano en la suya, ella se levantó como impulsada por un resorte y forzó una risa-. En realidad, creo que me estoy comportando como una tonta. Las posibilidades de que esté... -sacudió la cabeza-. Todo es ridículo. Olvida que lo mencioné y...


Zac: ¡Qué lo olvide! Demonios, Vanessa, podrías pedirme que dejara de respirar -saltó del sofá y se puso a ir de un lado a otro-.


«Vanessa está embarazada de mi hijo». Intentó imaginar su vientre liso hinchado con el niño. No pudo. Pero al mismo tiempo sintió una oleada de estímulo recorrer sus venas. Pensó... pensó... ¡Maldición, no podía pensar! Hasta respirar le costaba.


Ante la prueba de la evidente y extrema agitación de Zac, Vanessa se sintió dominada por la culpa. Lo que le había dicho no se hallaba más allá de las posibilidades de lo posible, pero fue la maldad lo que la motivó a añadir que estaba preocupada. No era verdad. Las probabilidades de que tuvieran un niño eran casi tan remotas como que él le dijera que se había enamorado perdidamente de ella. Como la había herido mucho, quiso castigarlo.


La había impulsado a pensar en lo bien que desempeñaría el papel de marido y que le haría el amor como si fuera la persona más preciada del mundo, para luego anunciar en público que iban a ser padres. Era como si le hubiera proporcionado su sueño más descabellado para arrebatárselo momentos después.


Lo odiaba por ello, pero, al mismo tiempo, lo amaba demasiado para disfrutar con su sufrimiento.


Ness: Zac... por favor. No tiene sentido inquietarse. Yo... tengo la convicción de que no estoy embarazada.


Zac: No, no es verdad que estés segura -su boca fue una línea sombría al mirarla-.


Ness: De acuerdo. Pero... es muy improbable.


Zac: Improbable no significa imposible -dejó de caminar y se detuvo ante ella. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no besarla-. ¿Cuándo lo sabrás?


Ness: Hmm... En nueve o diez días.


Zac: Muy bien. Bueno, si estás... embarazada, yo... -tragó saliva con esfuerzo-. Yo... estoy dispuesto a casarme contigo.


Ness: Si me lo pides, te diré que no -aunque su corazón se excitó más que su cabeza ante tan noble ofrecimiento-.


Zac: ¿Qué? ¿Por qué?


Ness: Porque no me motiva el sacrificio humano, Zac -le irritó que él pareciera tan sorprendido-.


Zac: ¿Estás diciendo que casarte conmigo sería un sacrificio?


Ness: ¡Por el amor de Dios, Zac! Has dejado bien claro que jamás has querido casarte...


Zac: Sí, pero lo decía de forma voluntaria. Esto es distinto. Si llevas a mi hijo, entonces casarme contigo es una obligación. De hecho, estaría preparado para casarme con cualquiera en estas circuns... ¡grrrugh!


Cuando el trasero de Zac impactó contra el suelo, Vanessa siguió su inesperado gancho de derecha con una descripción furiosa y colorida de su herencia, resaltándola con una serie de patadas lanzadas al azar sobre áreas de su perpleja forma.


Ness: ¡Por lo que a mí respecta... -patada- ...puedes meterte tus obligaciones... -patada- ...en el trasero, Zac Efron! -patada-. ¡No me casaría contigo ni aunque estuviera embarazada de diez meses de quintillizos y ya tuviera siete de tus hijos! Un...


Zac aferró su tobillo en mitad de una patada, desequilibrándola lo suficiente como para que cayera encima de él. De inmediato ella se puso a luchar para liberarse.


Ness: Suéltame, hijo de...


Zac: Shhh, Ness. Tranquila, cariño.


Ness: Nada de cariño... -aporreó un puño contra su hombro- ...¡insensible, arrogante y libidinosa pieza de escoria! -el hombro recibió otro golpe-. ¡Suéltame!


Zac: ¡No! ¡Ay! ¡Ness, para! -insistió, sujetándole las muñecas-.


Ness: ¿Por qué? -demandó, sin dejar de intentar soltarse-.


Zac: Porque no es bueno para el bebé que te excites tanto -al instante ella se quedó quieta, y él solo pudo discernir en su expresión confusión y angustia-.


Ness. Zac... yo...


Zac: ¿Qué?


Ness: Nada -meneó la cabeza-. Es que, aunque estuviera embarazada, lo poco que sé sobre el tema indica que puedo realizar un ejercicio suave.


Zac: Bueno, como yo no sé nada sobre el tema, aceptaré tu palabra. Pero... -se frotó la mandíbula- ...lo que me preocupa es mi salud. Y como tengo una resistencia instintiva a defenderme de una mujer posiblemente embarazada, ¿crees que podrías dominar tus impulsos homicidas hasta que lo sepamos con certeza?


Ella se incorporó para quedar sobre él, y las manos a la cintura alzaron aún más la ya corta camiseta. El intimidador paso adelante que dio acercó sus preciosas y desnudas piernas a unos centímetros de su contacto.


Ness: ¡Resistencia instintiva, un cuerno! ¡Tus instintos son tan lentos que ni siquiera viste llegar el puñetazo! -esbozó una sonrisa complacida-.


Zac: Tienes razón, no lo vi -concedió, pero no hablaba solo de su poderosa derecha-.


En los últimos días Vanessa había logrado desequilibrarlo física y emocionalmente hasta tal punto que ni siquiera la idea de poder ser padre le resultaba tan devastadora como habría esperado una semana atrás.


Desde luego, quizá parte de la calma que sentía se debía al hecho de que Vanessa no había saltado de placer ante su promesa de casarse con ella si de verdad estaba embarazada. Aunque podría haber mostrado algo de gratitud. Hacía unos días estaba dispuesta a casarse con ese imbécil de Seeley solo porque creía estar enamorada de él.


Momentos después ella se despidió de forma apenas audible, pero Zac sabía que a él le sería imposible dormir. Podía dedicarse a pensar en algo sobre lo que nada podía hacer en ese momento o tratar de centrarse en el motivo que lo había llevado a
Illusion Island, y dar los primeros pasos positivos para conseguir que Mulligan bajara el ridículo precio que pedía por el complejo.

Lo más inteligente era decidirse por la segunda opción; que pudiera realizarlo era otra cuestión.



Zac: Vamos, Vanessa -dijo ante su reflejo-. Ve con garra. No puedes quedarte toda la mañana en el cuarto de baño. -Se sobresaltó al oír una llamada fuerte del otro lado de la puerta-. ¡Ha llegado el desayuno, Ness!


Ness: Hmm... bien. Gracias. Salgo en seguida.


Necesitó otros cinco minutos para reunir valor para mirar a Zac, algo ridículo si tenía en cuenta que se suponía que era una adulta madura y que lo conocía de toda la vida. Igual de ridículo fue que el corazón le diera un vuelco en el instante en que él alzó la vista cuando se sentó a la mesa.


Zac: Espero que pudieras dormir algo anoche, porque a mí me fue imposible -dijo con una sonrisa que no funcionó-.


Parecía agotado, y ella no pudo atribuirlo solo a la incomodidad del sofá.


Solo una mujer insensible podría haberle hecho lo que ella le hizo. ¡Y pensar que había juzgado a Tracy! Llena de remordimiento, le cogió la mano. Sintió su temblor incluso antes de que sus ojos claros se abrieran para reflejar lo mismo, pero casi al instante él se reclinó contra la silla y rompió el contacto.


Ness: Lo siento, Zac. No debí soltarte todo eso ayer. No cuando te encuentras en medio de unas negociaciones cruciales. Fue desconsiderado y poco profesional. Si lo supiera, Dan me despellejaría.


Zac: ¿Si supiera qué? -enarcó una ceja-. ¿Que dormimos juntos o que me alertaste a las posibles repercusiones de dicho acto?


Ness: No seas denso. Lo último, por supuesto. Dan y yo sabemos que tu libido jamás ha dominado tu comportamiento en la sala de juntas -complacida por lo objetiva que sonaba, se sorprendió cuando él aporreó la mesa con un puño-.


Zac: ¡Gracias por recordármelo, Ness! ¡Me aseguraré de señalárselo si estropeo este trato y resulta que estás embarazada!


Ness: ¡No estoy embarazada!


Zac: ¡Podrías estarlo!


Ness: Solo existe una infinita posibilidad. No hace falta que te preocupes hasta que nos aseguremos de ello.


Zac: ¡No me preocupa!


Ness: Pues me habías engañado. Hace un minuto, cuando te cogí la mano, te comportaste como si tuviera la peste bubónica -contuvo las lágrimas y se obligó a proseguir con tono racional-. Esperemos a ver qué pasa. Luego, si estoy embarazada, podemos decidir si le contamos o no a Dan quién es el padre.


Zac se levantó de repente, sacudiendo la mesa y derribando algunos vasos.


Zac: ¡No hay nada que decidir! -rugió. Nunca había deseado con tantas ganas matar a alguien con sus propias manos-. Entiende... esto... Vanessa -bajó la voz, pero avanzó hacia ella con cada palabra que pronunciaba-. Si tienes a mi hijo, Dan y todo el mundo sabrán que yo soy el padre -se inclinó con lentitud y apoyó ambas manos en el respaldo de la silla, atrapándola-. ¿Has recibido el mensaje, Vanessa Anne Hudgens? Porque no tengo ninguna intención de hacerme a un lado en silencio mientras tú te lanzas al camino de la abandonada madre soltera.


Ness: Pe... pero... tú... sabes que a Dan no... le gusta que... exhibamos nuestras... hmmm... relaciones personales en la oficina -tragó saliva y echó la cabeza hacia atrás para establecer algo de distancia entre ellos-.


Zac contrarrestó su esfuerzo acercándose más.


Zac: Al demonio Dan y su ceño fruncido. Y olvida cualquier idea de negarte a casarte conmigo, porque ningún hijo mío va a crecer sin tener a sus dos padres.


Ness: Una... una persona no tiene que estar casada para ser padre o madre, Zac.


Prácticamente tenían las narices pegadas. Estaban tan cerca que estrangularla ya no era lo que más ocupaba su agotado cerebro. Cuando el olor de su champú se mezcló con el aroma que reconocía como exclusivo de ella, no pudo detener a su hambrienta boca de buscar sus labios.


En el momento en que su lengua encontró la suave humedad del labio inferior de Vanessa, el deseo que lo desgarraba era visceral. Gimió y su gloriosa intensidad lo hizo cerrar los ojos.


Zac: ¡Oomph!


Por segunda vez en menos de doce horas ella lo pilló desprevenido. En esa ocasión con un empujón en el pecho que lo obligó a trastabillar hacia atrás, aunque no lo tumbó al suelo. De inmediato ella se puso de pie.


Ness: Apártate, Zac -le advirtió-.
¡Bien, perfecto! Si estoy embarazada me aseguraré de que tú recibas todos los méritos. ¡Pero que ni se te ocurra que podrás convencerme de que me case contigo y, así, convertirte en el último mártir vivo con una sesión de besos sexys y ardientes! Porque jamás repito mis errores.

Zac: Mentirosa -bromeó-. Olvidas que he comido dos veces lo que tú has cocinado.


Ness: ¡Muy gracioso! Pero te voy a dar un consejo, Zac... En tu lugar yo no volvería a comerlo, porque la próxima vez que digas que he hecho algo demasiado amargo no será porque me haya olvidado de echarle azúcar. Y ahora, ¿quieres hacemos un favor a los dos y olvidar esa... esa idea acerca de querer casarte conmigo para que podamos concentramos en cerrar el trato? Cuanto antes llegue al santuario de mi casa, mejor.


Zac: Estoy tan ansioso como tú de llegar a casa, Vanessa. Pero, para que quede claro, jamás dije que quería casarme contigo -sintió la necesidad de señalarlo ante la obstinación de ella sobre el tema-. Dije que me casaría contigo. ¡Hay una diferencia! -«¿cómo un hombre del intelecto de Zac podía ser tan... tan emocionalmente retardado?», pensó Vanessa, furiosa. Ajeno al peligro potencial para partes vitales de su anatomía, él metió una carpeta azul bajo su nariz-. Esta -gruñó- es mi última oferta por
Illusions. Échale un vistazo mientras me doy una ducha. Debemos reunimos con Mulligan en una hora.

El comentario hizo que olvidara su ira como no hubiera podido conseguirlo otra cosa.


Ness: ¿Quieres que vaya? ¿Por qué? Solo estoy aquí de adorno. Nunca antes participé en una compra.


Zac: Mulligan no lo sabe -se encogió de hombros-. Espero que dé la impresión de que estamos más comprometidos con el asunto si vamos los dos.


Ness: Pero yo no podré contribuir con nada. En todo caso, si abro la boca puedo estropearlo todo.


Zac: Tonterías, Ness. Desde que tienes seis años llevas escuchando a Dan hablar de los motivos para comprar hoteles -la miró fijamente-. Quiero que estés presente.


Ness: Muy bien. ¿Me deseas en modo de pleno rendimiento?


Si se tenía en cuenta lo que sentía Zac, era una pregunta cargada, pero él contuvo la respuesta y asintió.


Zac: A partir de este momento será mejor que empleemos toda nuestra artillería;
Kingston acecha en la sombra, sin duda listo para ofrecer una suma ridículamente obscena.

Ness: Quizá Mulligan mienta sobre
Kingston con la esperanza de que aceptes su oferta. Sabe lo que siente Dan sobre las propiedades en manos de extranjeros -aventuró-.

Zac: Es cierto. Le creo cuando afirma que le gustaría que
Illusions esté en manos de Norris, pero me incomoda tratar de deducir el precio de sus sentimientos. Creo que nos dará dos posibilidades para negociar una cantidad que le guste, y si no acertamos, aceptará lo que le ofrezca Kingston.

Ness: Dan recalcó que no quería que
Kingston lo derrotara en esto -frunció el ceño-.

Zac: Lo sé -se pasó una mano con gesto cansado por la nuca-. Pero yo no soy Dan; no puedo comprar a un precio que signifique que necesitaremos veinticinco años para obtener un beneficio decente. ¿Dónde nos deja eso?


Ness: Imagino que dependemos de tu instinto -sonrió-. Si te sirve de consuelo, el día que me marché Dan comentó que tenía una confianza absoluta en tu juicio.


Zac: A la vista de los acontecimientos recientes, no esperaba que defendieras que siguiera mis instintos.


Ness: Me refería a tus instintos en los negocios, Zac. Y ahora, a menos que quieras que nos pongamos a discutir otra vez, sugiero que vayas a ducharte.



Zac estuvo magnífico.


Durante la larga e intensa reunión con sir Frank, su actitud fue tan imparcial que un observador neutral habría pensado que no tenía interés en el trato; pero con apenas una ceja enarcada o una pregunta sutil haría que el otro corrigiera un hecho o una cifra que acercaba las negociaciones a favor de
Norris Corporation. En varias ocasiones pidió la opinión de Ness, pero de tal modo que ella no podía evitar confiar en su respuesta. El apoyo a sus comentarios y su inagotable capacidad de exponer números para respaldar todas las afirmaciones de ella cuando sir Frank las cuestionó, la llenó de una nueva admiración por la forma exhaustiva en que conocía todas las facetas de las operaciones de Norris Corporation. No había duda de que la fe que tenía depositada en él el padrino estaba justificada, pero cuando al final sir Frank se reclinó en su asiento, después de cinco horas de debate, y anunció que estaba satisfecho con la oferta de Norris, el orgullo que Ness experimentó por Zac fue más personal que profesional.

Su primer deseo fue rodearle el cuello con los brazos, pero, imitándolo, limitó su entusiasmo a una sonrisa tan profesional como la que él le dirigió a sir Frank.


Frank: Bueno -comentó-, creo que esto requiere una celebración. ¿Os parece una cena a las ocho?


Zac: Lo siento, sir Frank -repuso-, pero debemos regresar al continente tan pronto como sea posible. ¿Puedes arreglar que tu piloto nos lleve al aeropuerto de Cairns esta tarde?


La solicitud de Zac provocó un dolor agudo en todo el cuerpo de Vanessa. Se había terminado. Misión cumplida. En unas horas su falso matrimonio con Zac Efron habría concluido. No más peleas. No más besos. No más amor.


¡Bien!


Cuanto antes volviera a su vida normal, mejor. Zac quería ponerle fin al fiasco lo antes posible, casi de inmediato. Ella también. Le alegraba que terminara.


Había desempeñado su parte y el padrino estaría exultante con el cierre del trato.


Cielos, era tan grande el alivio de que todo hubiera acabado, que no podía pensar en lo que debía hacer a continuación... Las maletas. Sí, su primera prioridad eran las maletas. Oh, y tendría que llamar a Ashley o a Dan para que fueran a recogerla al aeropuerto de Sydney. No, a su padrino no... probablemente querría hablar de las negociaciones, querría que los tres cenaran juntos.


Frank: Vanessa... un brindis -parpadeó ante el sonido de la voz de sir Frank y descubrió que le ofrecían una copa para champán llena con zumo de naranja. Su rostro debió mostrar confusión, porque él le explicó-: No debes tomar alcohol si estás embarazada, querida.


«¡No estoy embarazada!», gritó mentalmente, pero de forma automática sonrió, aceptó la copa y la alzó para brindar por el éxito del trato. Había bebido dos sorbos cuando Tracy entró en la estancia con una bata abierta y un biquini que hacía que te preguntaras por qué se había molestado en ponérselo. Antes de que la morena hubiera podido quejarse de que la dejaran al margen del brindis, Vanessa depositó la copa en la mesa y se excusó, aduciendo que debía empezar a hacer las maletas.


Zac murmuró algo similar y comenzó a guardar documentos en su maletín, pero la idea de quedarse a solas en la cabaña con él era algo superior a lo que podía hacer frente en ese momento.


Ness: No, hmmm... cariño -se obligó a sonreír-. Uno de los dos debería quedarse para celebrar el acuerdo del modo que se merece. Está bien... yo haré las maletas -ignoró la mirada hostil de él y le estrechó la mano a sir Frank; luego se preparó para enfrentarse a los ojos felinos de Tracy-. Adiós, lady Mulligan -sonrió, después observó fugazmente la abundante cantidad de carne desnuda potenciada por el plástico-. Sin duda ha sido una verdadera... «revelación» conocerte -dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Zac se la abrió, pero la lentitud de sus movimientos la obligó a alzar la vista-.


Zac: ¿Qué sucede? -preguntó de modo que solo ella pudiera oírlo-.


Ness: Nada.


Zac: ¿Por qué estás enfadada conmigo?


Ness: ¿Por qué iba a estarlo? Has realizado unas negociaciones extraordinarias.


Zac: Los dos. No podría haberlo logrado sin ti.


Ness: Lo que tú digas -sonrió para no llorar-. La buena noticia es que se ha terminado, y dentro de unas horas podremos acabar con esta charada. ¡Pensando en ello voy a hacer las maletas!





¿Vanessa embarazada? ¿Qué pensáis?
Yo, si fuera Vanessa, les diría a todos que sí para que me dejaran en paz XD. Porque ya se ve que decir que no, no sirve de nada.

Por cierto, me encanta la escena de las patadas XD.

Ooohhh... Acabó todo. No más amor, no más besos... ¿Creéis que será así de verdad?

¡Dejad vuestra opinión en el comentario!
Bye!
Kisses!

lunes, 26 de noviembre de 2012

Capítulo 9


Esperaba que el beso fuera un asalto apasionado y pleno pensado para trasladarla al siglo siguiente. Pero la boca de Zac se mostró tentativa hasta el punto de que si no lo conociera habría creído que era indeciso. Su lengua se movió con tanta gentileza que pareció temblar en su labio inferior, aunque tal vez ello se debiera a la inseguridad de su propio cuerpo.


Mantuvo las manos plantadas contra la pared y el cuerpo separado, negando el contacto más íntimo que ella anhelaba mientras con los labios repetía el beso delicado y casi imaginario. La pausada exploración del contorno de su boca fue lo más excitante y fascinante que Vanessa había experimentado jamás, pero codiciaba más.


La impaciencia y el deseo le corroían las entrañas mientras la piel le hormigueaba y los pezones se le endurecían como piedras por la anticipación.


«¡Vamos!», gritó mentalmente. Pero Zac apenas le rozaba los labios, como si fuera frágil como el cristal y corriera el peligro de quebrarse en cuanto tomara posesión completa de su boca y le arrasara el cuerpo.


Entonces, y de manera increíble, él se detuvo.


Vanessa seguía con los ojos cerrados, pero no tuvo necesidad de abrirlos para saber que Zac se apartaba de ella; la sensación de aire fresco le bastó para reconocerlo. Automáticamente rebobinó para tratar de descubrir qué había hecho mal.


Zac: Ness... -el nombre se oyó como si lo pasaran por papel de lija. Ella abrió despacio los ojos para encontrar los suyos bajo el ceño fruncido-. Ahora mismo te deseo con tanta fiereza...


La convicción que oyó en su voz paralizó sus pulmones y probablemente sus cuerdas vocales, ya que los angustiados gritos de su cuerpo de «¡Tómame! ¡Tómame!» jamás salieron de su boca. Todas esas emociones desconocidas volvieron a invadirla, hirviendo en su interior en un manto de calor que, combinado con el deseo que veía en sus ojos azules, hicieron que sintiera que era engullida por una densa y calurosa noche.


Zac: Pero... no quiero hacerte daño. Jamás me perdonaría -su ronca declaración se vio acompañada por la hipnótica suavidad de su dedo pulgar sobre el labio inferior de ella-. Necesito saber que te encuentras cómoda con lo que está sucediendo, Vanessa. Que puedes manejarlo.


Su cerebro sensualmente abotargado registró que Zac intentaba asegurarse de las repercusiones a largo plazo que tendría sobre ellos dormir juntos.


Trataba de asegurarse de que no saldría herida albergando ideas de que cualquier relación entre los dos terminaría en matrimonio. A pesar de lo conmovedor que parecía en la superficie, Vanessa era lo bastante cínica y conocía lo suficiente a Zac como para identificar que sus instintos de autoconservación eran casi toda la motivación existente detrás de su nobleza.


No sabía si golpearlo, reír o asustarlo confesándole que la advertencia era inútil porque ya se había enamorado de él. No... lo último no era una opción, porque si de una cosa estaba segura era de que quería hacer el amor con Zac. Esa noche. En ese momento. La más ligera insinuación de la profundidad de sus sentimientos haría que atravesara la puerta y saliera de su vida en menos de un abrir y cerrar de ojos. De pronto su deseo de casarse y tener una familia había descendido de su lista de prioridades hasta ocupar un patético segundo lugar, a favor del anhelo de experimentar el placer de hacer el amor con Zac Efron. Sea lo que fuere lo que sucediera entre ellos esa noche, sería algo que no se repetiría, ya que ninguno de los dos cambiaría su punto de vista sobre el matrimonio; y a pesar de eso, Vanessa no era capaz de alejarse. Por lo menos no esa noche... «Nunca», susurró su corazón, sabiendo que en última instancia sería Zac quien se fuera.


Zac: Ness...


Ness: En realidad, Zac, no me encuentro cómoda con lo que ha estado sucediendo -irguió los hombros. Quitó una de las manos de él de la pared y le devolvió la caja de preservativos-. ¡Sostenlos tú! Porque es evidente que no tienes ni idea de lo que hacer con las manos; yo, sin embargo, tengo grandes planes para las mías -lo aferró del pelo y atrajo su asombrada boca hacia la suya-.


¡En ese beso de Zac no hubo nada tentativo! Su boca se fundió con la suya con un ansia ardiente y codiciosa que amenazó con consumirla al asumir el rápido control del beso. Su cuerpo le pegó la espalda contra la pared al tiempo que sus manos abrasaron cada centímetro de su piel expuesta y encendieron una pasión que Vanessa no reconoció como propia. Soltó un gemido sensual de placer en el momento en que su mano se cerró sobre un pecho y la uña del dedo pulgar frotó su cumbre.


Zac: Te gusta eso, ¿eh?


Ness: Hmm... -se retorció cuando lo repitió-.


Zac: ¿Estás dispuesta a retirar la acusación de que no sabía qué hacer con las manos?


Ness: Hmmm -sacudió la cabeza y se puso de puntillas para reclamar su boca-. Una persona necesita motivación para no dejar de mejorar.


Rió, esquivó el beso que pretendía darle y la alzó en brazos.


Zac: Oh, no te preocupes, cariño... Estoy muy motivado. Todavía no has visto nada.


La presumida arrogancia de su declaración era tan entrañable como sexualmente estimulante. «Bueno, no, no era del todo cierto», corrigió mientras el colchón de agua se onduló con suavidad bajo ella. Entrañable evocaba calidez, sentimientos confusos, mientras que el estímulo sexual parecía más un incendio fuera de control. Así se sentía Vanessa a medida que sus dedos exploradores le proporcionaban las lecciones más sensuales a su cuerpo hasta ese momento mal educado. Allí donde la tocaban encendían una hoguera cuyas chispas se adelantaban a la lucha principal para inflamar otras partes de su cuerpo.


Continuó avivando la pasión hasta que el calor interior se intensificó tanto que Vanessa creyó que ardería de placer en combustión espontánea. Esas sensaciones nuevas eran adictivas. Su cuerpo quería más, mucho más. Y sin pudor le suplicó que se lo diera. No solo con palabras, sino con actos. Con las manos exploró el cuerpo bronceado y musculoso; los ojos entornados de él y las murmuradas palabras de aprobación llenaron a Vanessa con un sentido exultante de arrogancia ante su propia feminidad y sexualidad, y la retaron a ser tan autocomplaciente como sus deseos la impulsaran a ser...


Zac sentía que se veía abrumado por sus instintos más básicos. Sabía que tenía que frenar las cosas. Pero a pesar de todas sus buenas intenciones no fue capaz de reunir fuerza para ejecutarlo a medida que iba perdiendo capa tras capa de su control físico y mental. Era demasiado débil para retirarse del calor de la mujer que tenía debajo, para negarse el gozo egoísta de oírla gemir su nombre y de observar cómo su precioso cuerpo respondía al mínimo contacto. Y demasiado, demasiado egoísta para negarse las sensaciones creadas por la fascinada exploración que ella realizaba de su cuerpo.


El roce de sus uñas sobre su torso resultaba casi invisible, pero sus entrañas centellearon ¿Quién habría imaginado que sus manos delicadas y elegantes serían tan firmes y posesivas mientras le recorrían la piel, tanteando, moldeando, apretando y acariciando hasta que él creyó que moriría por el éxtasis de su contacto?


Había creído que conocía a Ness mejor que a ninguna mujer en el mundo. Aunque el lado arrogantemente optimista en él había insistido en que no podía estar imaginando la química sexual que había estallado entre ellos durante su estancia en la isla, el lado pesimista había esperado su inevitable rechazo. Pero aún así, había pensado que tendría que actuar con cautela y lentitud, tener paciencia con esa mujer conservadora que creía que el sexo y el amor estaban entrelazados y que veía como una ruta directa al matrimonio... ¡Pero Vanessa le demostraba que se había equivocado en todos los sentidos!


No había nada conservador ni ingenuo en el modo en que actuaba o reaccionaba. El que se hallara tan relajada con su sensualidad y sexualidad era en sí mismo un acto de erotismo; los movimientos de su cuerpo contra el suyo tenían tanta fluidez que él creía ser ungido con un aceite cálido y aromático.


No había nada inhibido en los pequeños gemidos de placer que emitía a medida que la boca de Zac buscaba probar su néctar más dulce. Ni rastro alguno de timidez momentos más tarde cuando se retorció bajo su peso, demandando que lo deseaba todo.


La tentación de ceder fue la más poderosa que Zac había experimentado. Ninguna mujer lo había afectado con tanta fuerza ni bombardeado sus emociones tan rápida ni exhaustivamente. Pero su ego insistía en que mantuviera el control, en no dejarse arrastrar por el torrente de su sensualidad.


En un intento por reafirmarse y mitigar su propia impaciencia, dedicó varios minutos a provocar la pasión de ella hasta llevarla al borde de la satisfacción, donde la dejó temblando y suplicándole que llegara al final. Pero la pasión era una espada de doble filo, y llegaba un momento en que la promesa no satisfecha de placer flotaba próxima al dolor. Un momento en que silenciar sus súplicas de liberación plena con simples besos quedaba más allá de él. Denotado por el anhelo de su propio cuerpo, se sumergió en su húmeda calidez...


En ese inconmensurable instante minúsculo de tiempo Zac fue consciente solo de dos cosas. De su ronco gruñido de satisfacción cuando le clavó las manos en los glúteos. Y de que su intención de experimentarla solo una vez se hizo pedazos.



Zac se esforzó por dar la impresión de que analizaba lo que sir Frank acababa de proponerle.


Zac: Me gustaría poder pensar en lo que me acabas de decir -dijo, dudando seriamente de haber retenido algo de las dos horas que llevaban hablando, aparte de los buenos días-.


Mientras observaba los números sobre los beneficios del hotel durante los últimos cinco años no había parado de ver la imagen de Vanessa tal como la dejó dos horas atrás, su desnudez semicubierta por una sábana mientras yacía dormida.


Frank: No espero otra cosa -repuso con tono de aprobación, antes de que sus ojos se desviaran hacia la puerta, donde Tracy había aparecido de repente-.


Como siempre, la morena estaba vestida con ropa de marca, y entró en la estancia con un paso que resaltaba la extensión y firmeza de sus piernas. Plantó un beso en la frente de su marido y por primera vez a Zac se le ocurrió que la sexualidad de Tracy era tan sintética como su rutina de esposa amante. No le sorprendió tanto el hecho como haberlo observado. En el pasado se había esforzado en no pasar de la fachada con las mujeres. En cuanto un hombre empezaba a mirar debajo de la superficie, corría el riesgo de encontrar rasgos atractivos e involucrarse emocionalmente, y lo siguiente que sabía era que bailaba el vals nupcial y asistía a clases de parto sin dolor.


Zac: ¡Maldición! -no se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que los Mulligan lo miraron con ojos curiosos-. Lo siento. Acabo de pensar en algo que tendría que haber hecho.


Frank: ¿No habrás aceptado mi propuesta ya? -bromeó-.


Zac: Jamás salto sin mirar, sir Frank -sonrió. «Bueno, no hasta la noche anterior», corrigió-. Le plantearé a la junta lo que hemos hablado y te haré saber su opinión.


Frank: Por supuesto. De ti, Zac, no espero otra cosa. Y, para ser totalmente sincero, prefiero ver que
Illusion termina en Norris Corporation que en una de las otras cadenas menos rigurosas.

Zac no mordió el cebo y no preguntó que otros grupos pujaban por las instalaciones, aunque era de esperar que hubiera por lo menos media docena; el tono de Mulligan bastó para transmitir que su rival más serio era Cole Kingston.


Frank: Como dije antes -continuó-, me encantaría ver que la isla pasa a manos de alguien a quien de verdad le importe la industria turística de este país. Aunque en el pasado hemos sido competidores, tengo un respeto enorme por Dan Norris como hombre de negocios -emitió lo que parecía una auténtica sonrisa melancólica-. Por desgracia, Zac, ambos sabemos que al ser yo también un hombre de negocios, no puedo permitir que los sentimientos nublen mi decisión para la venta, de modo que si quieres aclarar algún punto, estaré en mi despacho toda la tarde...


Tracy: ¡Oh, cariño! -gimió-.
¿Toda la tarde? Quería salir a navegar unas horas. Incluso iba a sugerir que lleváramos a Zac y a... hmmm... hmmm.

Zac: Vanessa -aportó conteniendo una sonrisa-.


Tracy: Oh, Frank, cariño, ¿no puedes posponer tus planes para esta tarde?


Frank: Lo siento, Tracy, pero por desgracia no puedo. No obstante, no hay motivo para que no podáis ir vosotros tres. ¿Quién sabe? -sonrió-. Quizá unas horas de ver la belleza de
Illusion desde el mar ayude a Zac a tomar una decisión.

Zac apenas pudo ahogar un gemido. Lo último que necesitaba era pasar una tarde con la vampiresa de Tracy. Pero su intento de rechazar la invitación no fue aceptado con imparcialidad por lady Mulligan, y cuando se mantuvo firme en su negativa ella recurrió a los gestos y las súplicas. Fue un truco que le proporcionó una mirada furiosa de sir Frank, a quien no le gustaba que nadie irritara a su malcriada y mimada esposa.


Mentalmente los mandó a los dos al infierno. A pesar de las afirmaciones de Mulligan de que en primer lugar era un hombre de negocios, sus excentricidades, cuando se trataba de su esposa, eran bien conocidas; Zac no podía arriesgarse a descubrir si una negativa pondría en peligro las negociaciones.


Tracy: ¡Estupendo! -irradió cuando al final aceptó-. Dame unos minutos para cambiarme y luego bajaremos al embarcadero.


Zac: Me temo que tendrá que ser más tarde. Estoy seguro de que Ness tendrá el almuerzo preparado cuando vuelva. Que sea a... ¿la una y media?


Tracy: Oh, de acuerdo -pareció tan abatida como podía estarlo alguien con sus bien dotadas dimensiones-. Me había olvidado de ella.


Era una mentira patética, pero Zac deseó poder decir lo mismo con la mitad de convicción.



Zac: Vanessa, una relación física entre nosotros no funcionará...


Desde el instante en que Zac atravesó la puerta con aire tenso, pero decidido, con un saludo de «Tenemos que hablar», había estado repasando la escena que Vanessa había imaginado toda la mañana. Y, tal como había predicho ella, no le dio oportunidad de contradecirlo, ya que de inmediato se lanzó a un extenso monólogo sobre todos los motivos por el que tuvieron sexo.


Hasta ese momento le había echado la culpa al aislamiento, la proximidad, el estrés, la curiosidad e incluso al «exceso de identificación con su papel de pareja casada», como factores que contribuyeron a ello. Pero como Ness había esperado que citara todo, incluyendo los problemas en Oriente Medio, permaneció en silencio, dejando que se extendiera a sus anchas.


Zac: ¿Y bien? -preguntó él al final con cara expectante-. Tendrás algo que decir...


Ness: Sí -con una sonrisa se acercó a él y con gesto seductor le acarició el pecho-. Bésame...


Zac: ¿No has oído ni una palabra de lo que dije? -se retiró con tanta precipitación que ella estuvo a punto de caer de bocas-. ¡Lo que pasó anoche pasado está!


Oh, Dios... Zac no había intentado encontrar razones para justificar lo sucedido porque se negara a creer en el concepto del amor. ¡Le estaba diciendo que lo de la noche anterior había sido la primera y la última vez! En cuanto despertó sola en la cama había sabido que la próxima vez que lo viera estaría asustado, pero en ningún momento había imaginado que elegiría la negación total como un modo de enfrentarse a las cosas. Ella había pasado toda la mañana tratando de decidir cuánto tiempo necesitaba su relación antes de poder revelarle lo que sentía por él sin espantarlo... ¡Y ahí estaba él, descalificándolos a los dos para cualquier futura competición!


Zac: ¿Ness?


Ness: He oído lo que has dicho, Zac. Pero al parecer no en el contexto que tú querías -su voz no sonó tan firme como deseaba, pero nada lo era-.


Tenía las piernas como gelatina y el estómago revuelto. Santo cielo, no podía ser. No... no era justo.


Zac: Los dos sabemos que lo que digo es verdad, Ness.


Ness: ¿Sí? -clavó con fuerza las uñas en las palmas de las manos para mantener la calma y no llorar delante de él-.


Zac: La cuestión es que sin importar lo estupendo que fuera el sexo... hmm... entre nosotros, no queremos lo mismo en una relación. Tú sueñas con un compromiso y a mí me espanta. Ninguno cambiará, sin importar lo mucho que deseemos creer lo contrario. Intentar llevar esto más lejos solo sería...


Ness: ¡Un error impulsivo! -espetó-. Sí, de acuerdo, Zac, ya lo he entendido. Pero, contéstame a esto: ¿este particular error impulsivo ocurrió la primera, la segunda, la tercera o la cuarta vez que hicimos el amor?


Zac: Ness, cariño...


Ness: ¡No me toques! -jadeó, apartándose del alcance de su mano-. Solo contesta la pregunta. ¿Cuándo crees que tuvo lugar este error impulsivo?


Zac: Pasó -soltó un suspiro- cuando mezclé el valor a largo plazo de la amistad con la satisfacción a corto plazo del sexo; en cuanto recogí esa caja de preservativos y entré en tu habitación.


Ness: Entonces tú eres el único que cometió ese error impulsivo, Zac. Porque yo... -se clavó un dedo en el pecho- ...dormí contigo sabiendo exactamente lo que hacía. No fui lo bastante estúpida como para visualizar que eso conduciría a una proposición de matrimonio, aunque imaginé que nuestra amistad podría sobrevivir a una aventura. Pen...


Zac: ¡Una aventura! -mostró una expresión de atontada incredulidad- ¡No podemos tener una aventura! ¡Tú no tienes aventuras! -le informó-. Para ti el matrimonio siempre ha sido el fin. Siempre has jurado que jamás te rebajarías a ser la amante de un hombre.


Ness: Es cierto. Y la buena noticia es que no rompí ese juramento. Pero gracias a ti mi elevada posición moral en contra de un revolcón de una noche ha perdido toda credibilidad -la satisfacción de verlo palidecer ante la acusación no bastó para derrotar la amenaza de las lágrimas; solo el orgullo lo consiguió-.


Zac: No... no sé qué decir...


Ness: ¿No? Pues no te preocupes, porque no estoy interesada en escucharte -giró en redondo y salió de la habitación-.


Zac: ¡Ness, espera!


No lo hizo, ni miró atrás para mandarlo al infierno ni cerró de un portazo, aunque Zac sintió que jamás había quedado tan aislado de alguien. Bajó la vista a la impecable mesa con el mantel blanco de algodón, una bandeja con fruta, copas de cristal y una cubitera con una botella de champán. No supo si era el idiota, el bastardo o el mártir más grande del mundo.




Valió la pena la espera, ¿no?
Pasó lo inevitable y además cuatro veces XD.
Al final parece que las cosas se torcieron. Tendréis que comentar para saber lo que pasará en el próximo capi ;)

Por cierto, gracias por los coments del capi anterior y por vuestra paciencia. Ya se arregló mi inter, por fin. Lo que pasó es que se rompió la "tarjeta de red" y tuve que ponerle una nueva.

¡Gracias otra vez!
Bye!
Kisses!

sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 8


Vanessa luchó por mantener los ojos abiertos. Si los cerraba la explosión de gozo sin igual que sintió con el anuncio de Zac se evaporaría. Pero su fuerza de voluntad no era rival para el efecto hipnótico del cuerpo varonil pegado al suyo ni para las debilitantes sensaciones de la boca y la lengua de Zac. Pero cuando inevitablemente cerró los párpados, descubrió que la rendición bajo ningún concepto disminuía las percepciones que recorrían su cuerpo; de hecho, pareció magnificarlas fuera de toda proporción, distorsionando la lógica hasta que la realidad se tornó surrealista...


El aroma de Zac sustituyó el fresco aire marino que había estado respirando, y el océano que momentos antes había roto sobre la arena se convirtió en su sangre, que se deshacía en sus venas como espuma azotada por la tormenta. Era una lucha para respirar; la excitación, la confusión y el pánico se agitaron con violencia en su interior hasta dejarla tan agotada físicamente que las piernas comenzaron a temblarle. Aunque su corazón latía aún con más fuerza.


El gemido agradecido que oyó cuando le agarró el cuello y pegó su lengua a la de Zac podría haber salido de cualquiera de los dos, pero reverberó por todo su ser. Se aferró con más fuerza a esa fuente masculina de placer y se entregó a su magia, para descubrir que esas extrañas y nuevas sensaciones crecían y se multiplicaban hasta que tuvo la certeza de que podría tocarlas. Pero resultaron esquivas, y cada vez que creía que era capaz de identificar una, otra la distraía y nublaba más su cerebro. Así hasta que se sintió mareada... hasta que sintió que los huesos se le derretirían y...


Débilmente oyó que alguien pronunciaba su nombre, y en ese momento fugaz de distracción las sensaciones comenzaron a retroceder, suave, lenta y sosegadamente... hasta que solo quedó una, su solitaria supervivencia testamento de su supremacía.


Amor.


En el pasado esa emoción y ella habían sido únicamente conocidas, pero en ese momento Vanessa ya no solo la reconoció por su nombre, sino también con el corazón. La sentía, y sabía que estaba tan arraigada que jamás se marcharía. Sorprendida y atontada, despacio abrió los ojos, y el sol hizo que parpadeara en su bienvenida a la realidad de
Illusion Island.

Pero la realidad no modificaba nada... Ella, Vanessa Anne Hudgens, estaba enamorada de Zac Efron.


Zac: Quizá era a mí a quien deberían habérselo advertido.


El comentario susurrado de Zac apenas se registró en su cerebro nublado, pero la expresión cauta en la cara de él al mirar hacia la playa le recordó que la motivación para besarla no había surgido del corazón. Solo lo hizo para evitar que los reconociera el hombre que podía tirar abajo su fachada. Zac, como siempre, se mostraba pragmático y no romántico.


Ness: ¿Se ha...? -al oírse casi sin aliento, Vanessa se detuvo para respirar-. ¿Se ha ido?


Zac: Sí... se han ido -los ojos claros la estudiaron en un intento por penetrar en sus más recónditos secretos-.


Ella se apartó del árbol y trató de imitar normalidad.

Ness: Bien. Entonces larguémonos de aquí antes de que él decida regresar.


Zac: No me has escuchado, Ness -su tono fue seco-. Dije «se han ido...» Kelly estaba con él.


Ness: Yo no vi a nadie con Drew.


Zac notó que la primera emoción en aparecer en su rostro fue sorpresa, seguida de inmediato por confusión y, como él había temido, incredulidad y negación.


Experimentó un momentáneo deseo de no herir sus sentimientos y decirle que iba solo. Luego los recuerdos de su sabor y la sensación de tenerla en los brazos estallaron en su cabeza, y el puro egoísmo hizo que adoptara el dicho que rezaba que había que ser cruel para ser amable. Vanessa iba a superar lo que sentía por Seeley, porque él la ayudaría. ¡Maldita sea, la obligaría!


Zac: Era Kelly Dawson. Marchaba por detrás de Seeley con una mujer mayor, y admiraban la vegetación.


Vanessa solo pudo mirarlo. Mientras la había tenido total e inconscientemente inmersa en un beso aniquilador, él había mantenido la suficiente compostura como para, al mismo tiempo, realizar una inspección que habría enorgullecido a James Bond. La indiferencia de Zac resultaba mutiladora, pero el orgullo requería que lo dejara pasar. Su orgullo tenía mucho de qué responder, pero no tanto como su estúpido corazón.


Vanessa se mostró tan distante y silenciosa en el trayecto de vuelta a la cabaña que Zac tuvo ganas de sacudirla. Como mínimo de despertarla. El beso que habían compartido estuvo a punto de hacerle perder el juicio, y su sangre aún circulaba a la velocidad de la luz. Le había producido un impacto tan fuerte que tuvo que invocar toda su voluntad para ponerle fin; de lo contrario, la habría desnudado allí mismo antes de que ella se hubiera dado cuenta. Y sin importar lo abierta que había parecido mientras se besaban, la reacción que tuvo al enterarse de que la esposa de Seeley lo acompañaba fue como un cubo de agua fría sobre cualquier esperanza egoísta que Zac hubiera podido tener de que conseguiría que olvidara a ese idiota.


¡Maldición! Quería estar furioso con ella, pero la cabeza baja y la expresión retraída que mostraba mientras subían por el sendero lo obligó a buscar algo que la animara.



Con valor Zac volvió a tomar otro bocado. Así como al principio tragar sin masticar había parecido la mejor manera de minimizar el daño para su paladar, dos intentos le habían demostrado que eso podía tener peligrosos efectos secundarios. No estaba seguro de si Ness había confundido la receta para los huevos pasados por agua con la de los huevos fritos, o si los hacía con la cáscara, pero eran los más crujientes que jamás habían pasado por su boca.


Ness: Sé que has dicho que el beicon te gustaba crujiente -comentó, su propio plato ya medio vacío-. Pero temía quemarlo si lo dejaba mucho más tiempo. Si quieres, puedo freírlo un poco más.


Zac: Eh... no. No. Así... está bien.


Ness: He mejorado, ¿no lo crees, Zac? -para evitar una mentira descarada, se metió más comida en la boca y soltó un gruñido ambiguo-. Si no es suficiente para ti, queda algo más. ¿Quieres que lo fría ahora?


Zac: ¡Por Dios, no! Eh... quiero decir, gracias, pero es más que suficiente.


Unos dientes blancos perfectos, que su lengua sabía que eran tan suaves como parecían, centellearon en una sonrisa brillante un segundo antes de que mordieran una tostada quemada. Zac contuvo un gemido cuando un dolor agudo le apuñaló el pecho. En otro momento habría echado un vistazo a lo que comía, culpando de ello a una indigestión, salvo que los síntomas no eran los correctos. No recordaba que jamás una indigestión lo hubiera dejado con una erección.


«Oh, Dios», gimió interiormente, moviéndose en la silla, «cuando un hombre aspira a ser un trozo de pan carbonizado está metido en serios problemas».


Vanessa estaba metida en serios problemas.


Enamorarse de un soltero empedernido era un gran error. Y cuando el soltero en cuestión era Zac Efron ello se convertía en un error que rayaba en la locura. Asimismo le negaba la opción de decir «Qué demonios, tendré una aventura intensa y guardaré algunos recuerdos».


No es que jamás hubiera tenido una aventura, pero hipotéticamente, si decidía arriesgarse a vivir una, no podría ser con Zac Efron. No, eso sería una absoluta locura. Para empezar, ponerle fin a una aventura con Zac crearía una situación difícil, incómoda y potencialmente complicada para muchas personas, entre ellas Dan. Además, iniciar una aventura con Zac crearía una situación aún más difícil, incómoda y potencialmente complicada... también para ella, ya que él solo la consideraba «alguien capaz de pensar de pie».


Ness: Maldita sea -musitó esforzándose por sentarse en la cama de agua-. ¡Quiero que me desee inconsciente y echada de espaldas!


Oír la verdad, en alto y con su propia voz, la sobresaltó. ¿Cuándo había llegado a esa decisión? Y, más importante, ¿por qué, si apenas veinticuatro horas antes no era consciente de ningún interés sexual por Zac?


«Porque te has enamorado de él», se mofó su sentido común.


Con un gemido, bajó los pies al suelo, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cara en las manos.



Era casi la una de la mañana y ahí estaba, incapaz de llorar hasta quedarse dormida, lo cual era significativo en sí, ya que era lo que había hecho con todos los chicos desde que tenía catorce años. En todas las posibles comparaciones, Zac Efron era distinto a los hombres que hasta entonces le habían atraído; no se parecía en nada a la imagen que tenía del hombre con el que siempre había aspirado casarse.


El anillo de su madre contra su mejilla fue otro recordatorio de la ironía de la vida tal como ella la conocía.


Durante años había deseado enamorarse perdidamente y casarse. ¿Y qué recibía? Un amor perdido y un falso matrimonio con un hombre que consideraba el matrimonio la peor epidemia después de la peste negra. Pero lo realmente cruel era descubrir que Zac podía ser un marido perfecto.


Era ordenado, tenía humor... bueno, casi todo el tiempo. Si ese día servía como indicador, su mejor momento no era antes del desayuno, pero había mejorado en cuanto comió. También era considerado... Sí, cuando la noche anterior le había anunciado que le iba a preparar el desayuno se desvivió por ayudar.


Sonrió al recordar cómo se dejó llevar y pidió seis filetes a la cocina del hotel. Suspiró. Sí, Zac tenía el potencial para ser un marido estupendo; lo lamentable era que sentía tanta inclinación por ello como Tracy Mulligan por hacerse monja carmelita.


La fortuita referencia a la vampiresa fue otro cruel recordatorio de que no era el tipo de mujer con el que Zac Efron tenía aventuras. Se puso de pie.


Herida, furiosa y nerviosa como para subirse por las paredes, decidió que si no hacía algo para salir de ese círculo vicioso no tardaría en estallar.


Ness: Muy bien, Vanessa. Piensa. ¿Qué puede hacer una persona sola en una isla tropical a la una de la mañana?


Tuvo una inspiración y se dirigió a toda velocidad al baño, abrió el grifo de la bañera y vertió el contenido de los dos frascos de sales, delicadeza del hotel. Lo único que le hacía falta ya era un buen libro y una botella de vino. Sonrió complacida; había vino en la nevera, y en la maleta llevaba el último libro de Stephen King...



¡Zac despertó ante el sonido de una sirena aguda, un grito desgarrador y el olor a humo!


Se levantó del sofá, atravesó el salón y echó un rápido vistazo a la cocina antes de abrir la puerta del dormitorio. El corazón le dio un vuelco al ver la cama vacía.


Zac: ¡Ness! -su voz apenas era audible por encima de la alarma-.


Sin detenerse, corrió hacia el cuarto de baño y abrió la puerta.


Y ahí estaba ella, con una expresión aterrada en la cara... y sin nada más encima.


Sintió como si hubiera recibido una descarga de dos mil voltios. Su mundo se movió a cámara lenta.


Se hallaba metida hasta las rodillas en burbujas, el pelo largo brillando bajo la luz, las puntas rizadas por la humedad de un collar de espuma que caía por sus hombros hasta los pechos firmes y erguidos, el estómago liso y duro y la sutil curva de sus caderas...


Zac vio que los labios de ella formaban su nombre, pero no oyó nada. Era como si todos los sentidos, menos la visión, lo hubieran abandonado. Se quedó aún más paralizado cuando Vanessa se movió, con su cuerpo lleno de diminutos arco iris por la luz. Incluso después de que agarrara una toalla, derramando una botella de vino en la bañera al salir, sus reacciones siguieron siendo pesadas. Eso probablemente explicaba por qué cuando ella lo aferró por la muñeca con una mano húmeda, apenas consiguió sacarlo de su aturdimiento en vez de electrizarlos a los dos.


Ness: ¡Zac! ¿Qué es ese ruido? ¡Zac!


Zac: La alarma contra el humo...


Ness: ¡Oh, Dios mío, las tostadas!


Por suerte cuando Vanessa salió del cuarto él recuperó la cordura.


Zac: ¡Ness! -fue tras ella y la agarró por un brazo resbaladizo antes de que entrara en la cocina llena de humo-. ¡Quédate aquí! Yo me ocuparé.


A pesar del humo, por fortuna aún no había señal de fuego, y decidió que silenciar el detector de humo montado encima de la pila era la primera prioridad. Se subió a una banqueta y apagó el interruptor. ¡Una, dos... tres malditas veces! Pero el aullido de la alarma ahogó sus juramentos mientras se afanaba con la tapa de la batería. Cuando al fin cedió, le permitió sacar los dos pulmones artificiales que le daban vida y acercarse a la tostadora.


Ness: ¡Zac, ten cuidado! -oyó su voz como un rugido en el súbito silencio, pero la mueca que hizo la provocó ver que Zac desconectaba el aparato con un tirón fuerte del cable-. ¡Zac, idiota! ¿Es que intentas matarte? De ese modo te puedes electrocutar.


Zac: Es un modo más rápido de morir que asfixiado -con la tostadora aún humeante en el extremo del brazo estirado, le indicó la dirección del patio-. ¡Abre la puerta!


Le obedeció y lo siguió al exterior mientras observaba cómo invertía la tostadora sobre la mesa de hierro forjado. De ella cayeron dos pequeños ladrillos humeantes.


Zac: ¿Me equivoco al dar por hecho que ni siquiera tú querrás comerte los restos? -preguntó con sarcasmo. Luego maldijo-. Demonios, será mejor que llamemos al hotel antes... -se vio interrumpido por gritos alarmados y llamadas a la puerta-. Antes de que envíen a las tropas -concluyó-. ¡Un momento! -rugió-. ¡Ya voy! ¡Ya voy!


Ness: No, está bien -intervino-. Yo provoqué el lío; yo daré las explicaciones -antes de que pudiera dar un paso él le puso la mano en el cuello-.


Zac: ¡No vas a abrir la puerta de esa manera!


Al recordar las limitaciones de la toalla, se la ciñó más al cuerpo y corrió al dormitorio.


Supuso que Zac tardaría unos minutos en tranquilizar al personal del hotel de que todo estaba bajo control, lo cual le brindaba la misma cantidad de tiempo antes de que le exigiera una explicación. Lo único que tenía que hacer era imaginar algo mejor que «Enamorarme de ti me ha convertido en una mezcla de insomne y pirómana».


Antes de poder terminar de ponerse unos pantalones cortos y una camiseta oyó la llamada en la puerta del dormitorio; el pánico hizo que se dirigiera a un rincón de la cama antes de recordar que había echado el cerrojo.


Zac: La costa está despejada, Ness. Puedes abrir. Ness... vamos, abre. Me gustaría oír tu explicación.


Ness: No.


Zac: ¿No? ¿No crees que merezco una explicación para tu intento de asarme?


Ness: Fue un accidente.


Zac: Menos mal, eso hace que me sienta mejor.


Ness: ¿No podemos hablar por la mañana? -aferró la camiseta y apoyó la cabeza contra la puerta- Estoy cansada, Zac.


Zac: Levantarte en medio de la noche para tomar un baño e incendiar la casa agota mucho.


Ness: Tenía problemas para dormir -a pesar de todo, sonrió-. Un baño relajante parecía una buena idea. Supongo que olvidé que había puesto unas tostadas, y la tostadora debió atascarse.


Zac: ¿Crees que eso es lo que pasó? -sonó incrédulo-. Debiste beberte gran parte de la botella de vino para no oler el humo, Ness. Parecías bastante rara cuando te encontré. No estarás borracha, ¿verdad?


Ness: ¡Claro que no estoy borracha! Solo tomé una copa y algo antes de...


Zac: Tranquila, cariño -cortó la acalorada negativa-. Solo preguntaba. Aunque beber en la bañera cuando estás cansada puede ser peligroso. Si no hubiera sido por el detector de humos, te podrías haber ahogado antes de resultar incinerada.


Ness: ¿De verdad? -miró al techo-. ¿Eso habría convertido mi fallecimiento en una doble fatalidad, o únicamente habría significado que estaba doblemente muerta?


Zac: Abre y hablaremos de ello -rió con calidez y habló con voz tentadora-.


Ness: Zac, estoy cansada.


Zac: Los dos podremos irnos a la cama en cuanto me hayas contado la historia.


Ness: De acuerdo; para que podamos dormir, he aquí una versión condensada.


Zac: Dispara.


Ness: No podía dormir -«por tu culpa», añadió en silencio-. Así que decidí relajarme en la bañera con un buen libro y una copa de vino.


Zac: Y las tostadas -insertó-. No quiero que las olvides una segunda vez.


Ness: ¡Todavía no había llegado a ellas! -plantó las manos en las caderas y contempló la puerta-. ¿Quién cuenta esta historia? ¿Tú o yo?


Zac: Lo siento. Continúa.


Ness: Gracias. Mientras la bañera se llenaba fui a buscar el vino, y ahí es cuando vi las tostadas del desayuno. Las metí en la tostadora, llevé el vino al cuarto de baño, me serví una copa y debi... -calló al decidir que por interés de resumir la historia sería mejor eliminar «y debido a que me tenías tan tensa me lo bebí de un trago»-. Y entonces, hmm, me metí en el agua. En algún momento me serví otra copa de vino -reconoció-. Pero debes achacarle al cautivador estilo de Stephen King el que no pueda darte la hora exacta -dijo, aún irritada por insinuar que estaba borracha-. Es evidente que me dormí algo, de lo contrario habría olido el humo. Lo siguiente que sé es que me desperté con un aullido endemoniado. De modo que si tenía «aspecto raro», como has dicho tú, es porque pensé que de repente me hallaba inmersa en el capítulo quince como la siguiente víctima. Además, Zac, así como sé que soy responsable de todo este... drama, detesto que hayas dado a entender que se produjo porque estaba ebria y sumida en un estupor. Pues no es así.


Zac: No, el que está en un estupor soy yo.


Al principio la sorpresa la paralizó. Luego hizo que girara en redondo y se quedara mirando boquiabierta al hombre apoyado en el marco de la puerta del cuarto de baño.


Se lo veía tan atractivo y sexy con los brazos musculosos cruzados al pecho, que Vanessa tuvo la certeza de que le faltaba poco para fundirse con la alfombra. Cuando la navidad pasada le regaló esos calzoncillos amarillos como broma, nunca pensó que se los pondría, y menos aún que le sentaran tan bien.


Zac: Dios mío... eres tan preciosa, Vanessa Hudgens -no fue el tono seductor de su comentario lo que la sacó de su ensoñación, sino el efecto colateral de que se le hiciera un nudo en el estómago ante el destello de aprecio en sus ojos al recorrer todo su cuerpo. Ruborizándose, se tapó los pechos con la camiseta-. Es demasiado tarde, Ness -sonrió con gesto divertido-. Ya te he visto con mucho menos que unos pantaloncitos -con paso débil comenzó a avanzar hacia ella-.


Ness: Eh... Zac... yo... hmmm... -el inteligente intento de contrarrestar su avance y sus caricias visuales farfullando, tartamudeando y tratando de retroceder a través de una puerta cerrada no funcionó. Él plantó la mano derecha contra la puerta a la izquierda de su cabeza, y con la otra apartó con facilidad el brazo de la camiseta que separaba sus torsos desnudos-. Zac... ¿Para qué... has... has venido aquí?


Él no respondió, y el corazón de Ness se desbocó al sentir el contacto sedoso de los calzoncillos contra su muslo. Luego el vello de su pecho le rozó los pezones y el nivel de decibelios de su corazón se disparó hasta hacerle vibrar todo el cuerpo.


Ness: ¿Qué... qué haces? -jadeó mientras experimentaba un escalofrío erótico-.


Zac: Adivínalo, Ness.


Las imágenes que pasaban por su cabeza estaban más allá de la adivinación. Pero como expresarlas en voz alta la harían quedar como una buscona o, peor aún, como una tonta enamorada, pretendió aligerar la situación.


Ness: Hmm... Ah... ¿intentas conseguir... no dormir en el sofá?


Zac: Ness, esa es una conjetura conservadora -su sonrisa fue tan suave como los nudillos con que le rozó la mejilla-. Espero que seas más lanzada. Te diré una cosa -añadió, y movió la mano que tenía al costado de su cabeza hasta colocarla detrás de su nuca-. Sostén esto y te daré una pista.


Bajó la vista a lo que le había metido en la mano y descubrió que se trataba de una caja de preservativos. Quizá no representara un compromiso de por vida, pero una caja entera, sin abrir, tenía que significar que Zac pensaba más allá de esa noche. Sintió un nudo en la garganta.


Zac: Ness -musitó, alzándole la barbilla. No apartó los ojos de ella mientras le acariciaba el cuello y bajaba la cabeza-. Concéntrate -instó-. Esta es una pista...




¡Por fin!
¿Han tenido que casi morir ahogados para darse cuenta de que se quieren? ¡No me jodas!
Bueno, espero a ver qué pasa ahora. Porque, conociéndolos, todavía pueden torcerse las cosas.

¡Comentad!
Bye!
Kisses!


P.D.: Viendo HSM3 en Disney Channel ;)

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Capítulo 7


Cuando Vanessa se unió a Zac en el patio, éste calculó que habían pasado unos veinte minutos. Verla recién salida de la ducha, libre de maquillaje, le resultó casi tan excitante como cuando llevaba puesta su camisa. Pero a pesar de apreciar su figura en la tumbona, fue incapaz de contener una mueca de disgusto cuando levantó la taza fría de café y se puso a beberlo.


Zac: Hay un microondas en la cocina, ¿sabes?


Ness: No, así está bien. Lo que necesito es el contenido y no la temperatura. Tomaré uno caliente cuando vayamos al hotel a desayunar.


Zac: No iremos -le informó-. No podemos arriesgamos a encontramos con Seeley.


Ness: Puedes llamarme poco profesional, Zac -lo miró-, pero no pienso morirme de hambre por defender los intereses de
Norris. ¡Eso es llevar las cosas demasiado lejos!

Zac: Trazas la línea de dedicación a la empresa en nuestro matrimonio, ¿eh? -rió-.


Ness: Hmm. Si realmente hubiera sabido en qué me metía, la habría trazado más cerca de casa... ante la puerta de mi despacho -afirmó-.


Zac: Relájate. No te pido que des tu vida por la empresa... En cualquier caso, hoy no.


Ness: Cielos, gracias, pero con Tracy esperándome no me siento tranquila.


Zac: ¿Recuerdas que en un gesto de generosidad sir Frank nos concedió servicio de habitaciones las veinticuatro horas? Pues vamos a aprovechar su ofrecimiento y evitar el hotel durante los próximos días. Quizá eso no impida que Tracy aparezca de forma inesperada, pero debería solucionar el problema de Seeley -ante su gesto de enarcar la ceja explicó-: Sé con certeza que debe volver a la oficina en tres días. Si tenemos en cuenta las molestias que se tomó para conseguir el ascenso, no va a arriesgarlo empezando por llegar tarde.


Ness: Te equivocas, Zac.


Zac: ¿Crees que arries...?


Ness: No, no. Me refiero a sus vacaciones. Su secretaria me dijo que volvería en dos semanas.


Zac: ¿Cuándo te lo contó? -frunció el ceño-.


Ness: El día después de mi regreso. El día antes de que te pidiera que... hmmm...


Zac: Sí, sé lo que me pediste -cortó con sequedad. No necesitaba recordatorios de lo lejos que estaba dispuesta a llegar por Seeley-. La cuestión es que cuando ese día pasé por el despacho de Seeley, sin saber que se había ido de luna de miel -añadió adrede-, me informaron de que estaría fuera una semana. Lo cual significa que, como máximo, tendrá que irse de aquí en tres días.


Ness: Quizá lo entendiste mal.


Zac: Lo mismo se aplica a ti.


Ness: Imagino que es posible -se encogió de hombros y miró el café-. Me hallaba en un estado muy emocional -Zac no le encontró sentido a explicarle que tenía ganas de aporrear unas cuantas cabezas después de dejarla en su despacho para dirigirse a la planta del departamento de diseño. Menos mal que Seeley no había estado-. Zac -comentó con la vista baja-. ¿Hasta dónde llegarías por la ambición? -él apretó los dientes y maldijo en silencio; tuvo el impulso de largarse o decirle otra vez que Drew Seeley no la merecía-. ¿Y bien? -insistió-.


Zac: Si me preguntas si me casaría para...


Ness: No -cortó rápidamente-. Me... me refiero... ¿considerarías utilizar a tus hijos del modo en que todo el mundo piensa que hicieron nuestros padres?


La triste incertidumbre que vio en sus ojos le rompió el corazón. Lo último que esperaba es que sacara las circunstancias por las que habían sido criados por Dan Norris.


Zac: Me preguntaba qué efecto tendría en ti el comentario de anoche de Mulligan -musitó. Ella no respondió; se la veía pensativa mientras estudiaba el contenido de la taza de café-. Nunca antes habíamos hablado de nuestros padres.


Ness: Para ser sincera, y a pesar de lo horrible que pueda sonar... casi nunca pienso en ellos -apretó los labios-. Solía hacerlo, pero lo dejé porque me sentía culpable.


Zac: ¿Por qué?


Ness: Tengo dos álbumes llenos de fotografías de ellos y yo cuando era pequeña. Antes los miraba todos los días y deseaba que estuvieran vivos para poder tener una familia de verdad -se encogió de hombros-. Luego, más o menos al cumplir los doce años, empezó a molestarme pensar que era desleal con Dan. Jamás se me pasó por la cabeza que mis padres le hubieran pedido que fuera mi padrino como una estrategia profesional. No hasta que escuché a algunos ejecutivos hablar de ello en una barbacoa durante una celebración de la fiesta nacional.


Zac: ¿Qué edad tenías cuando sucedió?


Ness: No sé... once, doce. Le pregunté a la señora Clarence si era verdad...


Zac: ¿Y qué te contestó “la Terrible Fiona”? -le alegró que Ness soltara una risita-.


Fiona Clarence había sido la ama de llaves y niñera que Dan había contratado cuando los dos se fueron a vivir con él. La mujer brusca, pero amable se había jubilado hacía ocho años, cuando Ness terminó la escuela secundaria, pero había seguido manteniendo contacto con sus dos antiguos pupilos.


Ness: Oh, me dijo que era una tontería y que si era feliz viviendo con Dan eso no debería representar ningún problema. Después, dejé que los rumores me resbalaran. Pero, si pudiera disponer de un deseo, no sería que mis padres no hubieran muerto, sino saber con absoluta certeza que me querían. Que no le pidieron a Dan que fuera mi padrino para que papá se lo ganara. Dan se merece algo mejor -se encogió de hombros-. Es tu turno. ¿Te has preguntado alguna vez qué sentían tus padres?


Zac: No -la respuesta breve y la mirada impenetrable le indicaron que había contestado y que no iba a ofrecer nada más. Justo cuando ella iba a cambiar de tema él soltó una risa-. ¡Qué demonios! Si voy a comparar cicatrices con alguien, ¿quién mejor que tú?


Como era evidente que no le entusiasmaba nada hablar de sus padres, Vanessa supo que lo más considerado sería decirle que no era necesario. Pero calló, ya que de pronto anhelaba saber todo lo que pudiera sobre Zac.


Zac: Todos mis abuelos estaban muertos cuando nací yo -comenzó-. Mi madre era hija única y mi padre solo tenía una hermana menor, a la que rara vez veíamos, ya que papá y ella no congeniaban. Grace vivía en una comuna en el norte de Nueva Gales del Sur, y era tan hippy y de espíritu libre como mi padre un tiburón corporativo y un arribista. Por algún motivo, vino a visitamos cuando yo tenía ocho años. Para mí, un joven estudiante de la clase media alta, Candy, así se hacía llamar -explicó-, no podía ser más alienígena que si fuera verde y tuviera antenas en la cabeza. -El leve titubeo indicó que examinaba recuerdos que se habían vuelto borrosos por la falta de uso-. En ese momento Candy estaba pasando por una fase en que la muerte y la familia le obsesionaban. Y, desde luego, la reencarnación. No paró de hablar de ese tema. Durante meses después de su visita me fue imposible pasar delante de un perro o un gato sin preguntarme quién habría sido en una vida anterior... -rió, en esa ocasión con diversión y ternura-. En cualquier caso -continuó con expresión de nuevo impasible-, una noche estábamos cenando todos cuando Candy anunció que mis padres debían estar plenamente preparados para su muerte y que deberían redactar sus testamentos para asegurar mi futuro, nombrándola mi tutora ante el caso de que murieran juntos. Bueno, cuando mis padres dejaron de reír, le dijeron que ya tenían hechos los testamentos. Imitando a mi madre, no solo garantizaban mi bienestar cuando pasarán a la próxima vida, sino que también garantizaban su futuro en ésta nombrando a Dan mi tutor -clavó sus duros ojos azules en ella-. Como puedes ver, Ness, a diferencia de ti, a mí se me ahorró la angustia de preguntarme cuál era la motivación de mis padres al nombrar a Dan como mi tutor. -Era imposible pasar por alto la aspereza en la voz de Zac, y Vanessa no supo cómo responder a ella. Tras un silencio que amenazaba con durar una eternidad, él volvió a hablar-: Tenía diez años cuando aconteció el accidente. Era lo bastante mayor como para saber que mis padres no eran perfectos, o que ni siquiera se parecían a los de mis compañeros de clase, ya que ninguno se ofrecía voluntario para realizar alguna tarea en la escuela. Como adulto, puedo mirar atrás y reconocer que no tuvieron un matrimonio feliz, pero me es imposible afirmar que permanecieron juntos por algo tan noble como darme una infancia estable. Fueron las ambiciones profesionales de mi padre y su éxito financiero lo que los mantuvo unidos. Nada más. En cierto sentido, su muerte durante una recepción de la empresa fue un modo extraño, pero adecuado de partir. Lo irónico es que probablemente lo mejor que hicieron jamás por mí fue usarme como medio para acercarse a Dan, porque para mí él es más padre que lo que ninguno de ellos fue capaz de ser. Las historias de que nuestros padres competían entre sí, siempre me han parecido creíbles, porque sé exactamente qué tipo de hombre era mi padre. No sé cómo era el tuyo, de modo que no puedo exponer sus motivos; quizá no quería que el mío tuviera una ventaja sobre él; quizá hacer que Dan fuera tu padrino surgió por algún motivo sincero. No lo sé. Pero sí sé que los dos hemos sido muy afortunados por tener a Dan, Ness -ella sonrió. No era necesaria ninguna respuesta verbal-. La contestación a tu pregunta original, que es hipotética, ya que no tengo intención de tener hijos, es no. No usaría a mis hijos para progresar en mi carrera. Como tampoco me casaría por conveniencia para conseguir un ascenso. Y eso... -sonrió- ...me obliga a señalar que si Drew Seeley hubiera tenido una disposición similar, no nos hallaríamos en este aprieto.


Aliviada al oír que la amargura se había evaporado de su voz, estaba más que dispuesta a evitar sondear más su pasado y a centrarse en sus problemas presentes.


Ness: Aunque tú tengas razón y yo me equivoque en la fecha de regreso de Drew a Sydney, ¿cómo puedes esquivar ir al hotel? Mulligan va a insistir en reunirse contigo allí para disponer de la ventaja de ser local.


Zac: Esa es la parte del plan que aún estoy meditando. Es nuestra mala suerte que Seeley no aprovechara el descuento a los empleados y fuera a uno de nuestros hoteles.


Ness: ¿Por qué no llamamos a Dan para que compruebe cuánto tiempo se quedará Drew aquí? -sugirió-.


Zac: Los únicos teléfonos conectados con el continente están en el ático de Mulligan y en la oficina principal del hotel. No puedo correr el riesgo de que me oiga explicarle a Dan por qué quiero saberlo.


Ness: Podemos probar con el móvil.


Zac: Lo intenté cuando llamé para pedir que vinieras. Apenas tiene cobertura.


Ness: No puede ser tan mala. Después de todo, estoy aquí.


Zac: Sí... -la miró un largo rato-. Pero lo atribuyo a mi cuota anual de buena suerte -ella sintió una súbita timidez y se forzó a soltar una risa incrédula-. Hablo en serio, Ness.


El pulso se le aceleró; alzó la taza vacía y fingió beber un trago de café, solo para romper el contacto visual sin que resultara demasiado evidente. Buscó desesperada algo impersonal que decir para llenar el silencio. Al no encontrar nada, comenzó a urdir una excusa creíble para levantarse y marcharse. Se la dio un vegonzoso crujido del estómago.

Ness: No digas nada -advirtió cuando Zac enarcó una ceja con gesto divertido-.


Zac: Eh... yo no hice ningún ruido.


Ness: Voy a pedir el desayuno -se incorporó-. ¿Quieres algo especial?


Zac: Bueno, eso depende, Vanessa -repuso, al tiempo que realizaba una lenta evaluación de su cuerpo antes de volver a mirarla a los ojos-. ¿Tu pregunta se refiere al desayuno o es algo... más general?


Ness: ¡Al desayuno! -esperó no tener la cara colorada-.


¿Por qué de repente su mente empezaba a darle a cada comentario inocente un matiz sexual? Comprendió que él había preguntado algo y le pidió que lo repitiera, ya que no había oído nada.


Zac: He dicho que, como solo te estás ofreciendo a pedir el desayuno, me tendré que conformar con algo aburrido, como fruta, café y beicon con huevos.


Su risita la siguió hasta el interior de la cabaña, aunque retuvo en la cabeza el tono seductor de su respuesta inicial durante mucho más tiempo.



Zac dejó a un lado la propuesta de compra que había estado intentando estudiar en cuanto oyó una llamada a la puerta y a Ness yendo a abrirla. Entró en la cabaña justo cuando ella empujaba un carrito con platos cubiertos en dirección a la cocina.


Zac: Justo a tiempo -comentó, levantando las tapas-. Me estoy muriendo de hambre. ¿Qué...? -calló con expresión de desagrado y observó a la sonriente morena que aún no había visto el contenido de la bandeja-. No te entusiasmes demasiado -le advirtió-. ¡Todo está crudo!


Ness: Lo sé -indicó con expresión radiante-. Lo pedí así.


Zac: ¿Qué?


Ness: Cuando llamé, preguntaron si lo quería hecho o crudo. Dije...


Zac: Adivino lo que dijiste, Ness. Lo que quiero saber es por qué.


Ness: Para poder prepararlo yo, desde luego.


Zac: Oh, Dios -fue una auténtica plegaria para una intervención divina-.


Ness: Al principio no imaginaba por qué la cocina era tan completa -continuó-. Pero al parecer sir Frank ha tenido esta idea fabulosa para la gente que considera que cocinar es una actividad de recreo y a la que, como a mí, le encantaría hacerlo durante su estancia.


A Zac no le cabía ninguna duda de que a Ness le gustaría cocinar en cualquier parte, pero la verdad era que no podía. Y sin descartar que cocinar podía ser una actividad de recreo para algunas personas, él, y probablemente todos los gobiernos extranjeros, habrían clasificado sus esfuerzos como experimentos con armas químicas.


Zac: Ness, creo que lo mejor es que pidiéramos nuestras comidas preparadas.


Ness: ¿Por qué?


Zac: Hmm... porque representará menos molestias. No tenemos lavavajillas.


Ness: Eso no es problema. Todo vuelve al hotel; después de todo, nadie considera lavar platos una actividad de recreo.


Zac: Ness, cariño... sigue siendo mucho trabajo para ti. De verdad que odio verte ocupada en...


Ness: ¡Para ya, Zac! -estalló enfadada-. No soy estúpida. Tus objeciones se deben a que crees que no sé cocinar, ¿verdad? ¡Vamos, sé sincero! ¿Verdad?


Zac: No -repuso. ¿Quería sinceridad?-. No se debe a que crea que no sabes cocinar. Se debe a que sé que no sabes.


Ness: ¡Te he dicho que he estado yendo a clases!


Zac: ¿A cuántas has asistido?


Ness: Medio semestre.


Zac: ¿Cuántas lecciones, Ness?


Ness: ¡Cinco, de acuerdo! Asistí a cinco lecciones antes de tener que irme a Perth. Y si no hubiera tenido que viajar, ya casi habría acabado la fase de principiante. Para tu información, mi maestro dijo que yo era una verdadera promesa.


Zac: Lo mismo me dijo mi profesor de ciencias de octavo, y dos años más tarde casi hago volar el laboratorio.


Ness: Bueno, si eres tan inútil, mantente alejado de la cocina. ¡Toma! -le empujó un plato con beicon y dos huevos crudos-. No me importa cómo te los comes, si te los llevas al hotel o te los metes por...


Zac: ¡Por el amor de Dios, Vanessa! No es un pecado que una mujer no sepa cocinar. ¿Por qué volverte loca por hacer algo para lo que no has nacido? ¿Cuál es tu obsesión por demostrar que puedes cocinar? ¿Acaso crees que saber montar un suflé te hará más femenina o atractiva?


Ness: ¡Deja mi feminidad en paz! Para tu información, soy feliz con ella. ¡Cuando no lo sea, estudiaré procedimientos de implante de pechos y no libros de cocina!


Zac: ¿Qué?


Ness: Y además -agitó un tenedor ante su cara-, no intento probar nada ante nadie. Y menos ante ti, Zac Efron. Disfruto cocinando. Me relaja y hace que me sienta creativa... -Zac dio un paso atrás y permaneció mudo-. Y un día seré tan buena que abriré mi propio restaurante. Y cuando lo haga -entrecerró los ojos con férrea convicción-, voy a contratar al portero más grande y duro, y le daré instrucciones para que no te deje entrar -él no pudo evitar esbozar una leve sonrisa-. ¿Qué es tan gracioso? -demandó-.


Zac: Un restaurante, ¿eh? Bueno, sí, supongo que es posible...


Ness: ¿De verdad? -su expresión se animó en el acto-.


Zac: Mmm. Por supuesto, tendrás que esperar que el portero sea barato... -le guiñó un ojo-. Porque, cariño, con tu fama el seguro te comerá todos los beneficios.


Dominada por el dolor y la furia, empujó el carrito en su dirección y salió de la cabaña mientras él saltaba sobre una pierna y se agarraba la otra, maldiciendo.


Durante un momento ella pensó que iba a decirle algo que la animara, algo como «supongo que es posible... con trabajo duro y decisión». ¡Pero no! Tenía que seguir machacándola. ¡Cómo si él fuera un experto! Probablemente no había entrado en una cocina desde que descubrió que no tenían camas.


Vanessa siguió un sendero que había a su derecha, demasiado indignada para considerar las exóticas plantas tropicales y los enormes árboles como algo que no fuera un lugar para ocultarse en caso de que Zac decidiera perseguirla. Pero cuando plantó el pie descalzo sobre una rama lanzó un juramento, y estudió con más detenimiento la densa vegetación de la isla, preguntándose si no debía revisar su plan. ¿Qué podía ser peor? ¿Enfrentarse a una serpiente escurridiza y venenosa o a Zac? Nerviosa, miró por encima del hombro, luego rió. ¡Cómo si hubiera alguna diferencia perceptible!


Al comparar a Zac con los reptiles más mortíferos del mundo no fue consciente de la luz del sol cada vez más intensa, hasta que parpadeó ante su brillo cuando la vegetación terminó. Alzó la mano para protegerse los ojos y contempló una escena de tanta belleza y tranquilidad que eliminó gran parte de la tensión acumulada en su cuerpo.


Se hallaba en el extremo exterior de una playa de arena blanca con forma de herradura, bañada por un agua tan centelleante que parecía aguamarina líquida.


Zac: Bastante espectacular, ¿eh?


Ness: Hasta que tú apareciste -repuso sobresaltada-.


Zac: Mira, lo siento.


Ness: Los actos hablan mejor que las palabras, así que demuéstralo y piérdete.


Zac: Ness... -un manantial de chispas estalló en el interior de Vanessa cuando las manos de Zac se posaron en sus hombros desnudos-. Escucha...


¿Escuchar? El corazón le latía con tanta fuerza que ahogaba todo sonido. Y como si eso no fuera suficiente, sus traidoras hormonas habían pasado al modo festivo y la tentaban para que se apoyara en él.


Zac: No pretendía molestarte -continuó-. De verdad, pensé que bromeabas con lo del restaurante; nunca antes lo habías mencionado.


Ness: No... no hablo de ello porque prefiero no invitar las burlas -Zac gimió mentalmente; Ness parecía a punto de llorar. Si alguna vez se había sentido un cerdo mayor, no recordaba cuándo-. Aparte de ti... jamás se lo mencioné a nadie. Pero no te preocupes, no volveré a cometer el error de expresar mis sueños en público. Ni siquiera te lo habría dicho a ti si no me hubieras enfadado tanto -hundió los hombros-. Reaccionaste como si querer prepararte el desayuno fuera el crimen del siglo. Como si fuera a envenenarte adrede o algo parecido.


Zac: Cariño... lo siento. La verdad es que... no fue tanto la idea de que cocinaras, sino...


«¿Qué, idiota?», se burló su cerebro. «¿Que de pronto te diste cuenta de que aunque es incapaz de preparar un bocadillo de mantequilla de cacahuetes comerías cristal para conseguir meterla en tu cama? ¡Vamos, dile eso! Responderá de miedo ante esa explicación».


Ness: ¿Qué, Zac?


Zac: Es toda esta demencial situación -improvisó, haciéndola girar para que lo mirara-, de verdad lamento haberte herido, Ness. Y si... -de pronto ella le agarró la camisa y redujo a nada el metro que los separaba. Tenía los ojos tan abiertos como platos, y él experimentó al mismo tiempo alarma y excitación-. Ness, ¿qué...?


Ness: Shhh -siseó-. Esa situación demencial de la que hablas está a punto de alcanzar su apogeo; Drew baja por el sendero que hay detrás de ti.


Zac: ¿A cuánta distancia se encuentra? -contuvo el impulso instintivo de dar la vuelta y maldijo-.


Ness: A unos veinte metros. ¡Y acercándose! Tal vez podamos desaparecer en la playa -le aferró el brazo y se volvió hacia esa dirección-. ¡Vamos, vamos!


Zac: ¡No! -la frenó-. Si corremos notará nuestra presencia.


Ness: ¡Y si no también nos identificará! -otra vez tiró de su brazo, pero su resistencia la frustró de nuevo-.


Zac: Ness, este es el único camino para salir de la playa. Si se planta aquí, estaremos paralizados hasta que se marche. Podría tardar horas.


Ness: ¡Bien, nos arriesgaremos a una insolación! -musitó, empezando a creer que el único modo de mover a Zac era llamar a Drew para que lo agarrara del otro brazo-. ¡Zac, vamos! -aunque tiró con todas sus fuerzas, fue un ejercicio inútil ante la superioridad física de él- ¡Zac! -susurró frenética cuando él la pegó a un árbol por el que Drew pasaría en unos segundos-. ¿Qué haces?


Zac: Besarte. Considérate advertida...





¡Otro beso más!

Zac, ¡eres un insensible! ¿¡Por qué te burlas de los sueños de Ness!? ¿Eso es lo que la quieres? (¬_¬).
Enserio, me dio pena Ness. ¡Ella hace lo que puede y él no lo valora! Si es verdad que comería cristal por ella, ¿por qué no se lo dice? Eso la dejaría helada XD.

Bueno, Ness sigue estando obsesionada con Drew (¬_¬). A ver si se le pasa y centra su obsesión en Zac, que es él a quien quiere XD.

¡Comentad!
Bye!
Kisses!

Perfil