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miércoles, 31 de octubre de 2012

Capítulo 1


La puerta del despacho de Zac se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la habitación iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una morena de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.


Zac: Buenos días, Ness -saludó, dejando el informe que había estado leyendo-. Dan me dijo que habías vuelto.


Ness: ¡Él lo sabía! -respondió a modo de saludo-.


«Oh, oh», pensó Zac, que habría preferido a los bomberos. Vanessa Hudgens furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano. El modo en que podía oscilar de la sutilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional.


Ness: ¿Puedes creerlo? -demandó-. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y...


Zac: Vanessa -interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada-. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?


Ness: El padrino, por supuesto -fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su largo pelo-. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así... -chasqueó los dedos-. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!


Cualquiera que no conociera a Dan Norris habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Zac conocía a Dan Norris. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante morena que no paraba de moverse en el despacho de Zac.


Ness: Quiero decir, ¿puedes creértelo? -repitió. Zac no podía. La idea de que Dan, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Vanessa-. ¡Maldita sea, Zac! -bufó-. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.


Zac: Lo siento -murmuró, luchando por contener una sonrisa-. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.


Ness: ¡Hablo de Drew Seeley! -su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombre debería significar algo para él-.


Zac: Seeley... Seeley... -el nombre resultaba vagamente familiar, pero...- ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Dan ascendió a “Director de Diseño” hace más o menos una semana?


Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre. Zac apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Seeley y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.


Zac: ¿Y? -instó cuando Ness no añadió nada más-. ¿Qué pasa con él?


Ness: Te lo acabo de decir -espetó-. Se casó.


Zac: Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú -ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Ness; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia-. ¿Ness? ¿Qué pasa?


Ness: ¡Se casó con Kelly Dawson!


Zac: Hmmm...
¿su secretaria? -tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre-.

Ness: ¡Sí! -exclamó antes de menear otra vez la cabeza-. Todo es una locura. Quiero decir, ¿puedes creerte que de verdad se casara con ella?


Zac: Bueno, ella siempre me dio la impresión de ser más el tipo de persona orientada hacia su carrera que la amante de un ejecutivo -ofreció, ya que estaba claro que Vanessa quería su opinión-. Pero es atractiva, así...


Ness: ¡Zac! -le lanzó una mirada de «¿eres un completo imbécil?»- ¡Solo se casaron para que Drew pudiera conseguir el ascenso! -el tono rebosaba desaprobación e indignación-. Es lo que se conoce como matrimonio de conveniencia.


Zac: Un matrimonio de conveniencia... -rió-. Esa sí que es una tontería.


Ness: ¡El único tonto eres tú! -replicó, antes de musitar lo que podría haber sido una disculpa y respirar hondo para calmarse-. Por si no te has dado cuenta, este asunto no me parece gracioso.


Zac: Es evidente. Pero desde donde estoy yo, siempre y cuando no sea mi boda, pequeña, no me parece el fin del mundo.


Ness: ¡No lo entiendes! -en esa ocasión se pasó las dos manos por el pelo, revolviéndolo por completo-. ¡Zac, no se quieren! ¡Toda la situación es un desastre!


Vanessa era una romántica incurable y, por ende, sus emociones y reacciones siempre resultaban más extremas que razonables, aunque a Zac le sorprendió la pasión con la que reaccionaba ante el matrimonio de dos empleados de la empresa.


Zac: No sabía que tú y esa tal Kelly fuerais tan amigas.


Ness: Bueno, lo éramos. Lo somos. ¡Oh, no lo sé! -respiró hondo y suspiró-. Solo llegamos a conocernos cuando quise que alguien trazara algunos planos para mejorar mi cocina...


Hizo falta toda la voluntad de Zac para que no estallara en una carcajada. La única mejora útil que Ness podía hacer en su cocina era forrarla con plomo y donarla al gobierno como contenedor para residuos nucleares. El solo hecho de recordar su reciente intento de hacerle una tarta de cumpleaños a Dan bastaba para que se le encogiera el estómago.


Ness: Descubrimos que teníamos mucho en común, y por ello a veces al salir del trabajo salíamos. Nada especial, ir al cine, a cenar o a dar un paseo por la playa, ya sabes. Pero una noche regresamos a mi casa y... bueno, nos sorprendió descubrir que nos atraíamos mutuamente, pero una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos y...


Zac: ¿Qué? ¡Vanessa!


Ness se sobresaltó al oír el tono de su voz. Zac no había pretendido gritar, pero... Demonios, no era un puritano, aunque...


Ness: ¡No me mires así! Besarse es algo perfectamente normal. Tengo veinticinco años y estoy enamorada
de él.


Zac: ¿De él? ¿Te refieres a Seeley?


Ness: Sí -lo miró con expresión cansada-. Drew Seeley, del departamento de diseño. Bueno, como iba diciendo...


Zac sintió un profundo alivio. Había mezclado a Kelly con Seeley y durante unos segundos su actitud abierta de vivir y dejar vivir se había visto sacudida.


Ness: Oh, Zac... me siento tan confusa.


Zac: Cuéntamelo -musitó-.


Una elección desgraciada de palabras, ya que Vanessa las tomó al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Seeley. En una crisis de negocios Ness podía ser el “Peñón de Gibraltar”, pero cuando se trataba de su vida personal se venía abajo en seguida, al menos delante de él. Con Dan siempre lograba mantener un aire de estoicismo en deferencia al credo de reserva del hombre mayor.


Ness: No sé si me siento más desgraciada o furiosa -dijo con suavidad-. Fue tal sorpresa. El padrino me lo dijo en el momento en que bajé del avión y... y...


Así como Ness rara vez lloraba, el frágil temblor de los labios pintados y el rápido parpadeo le indicaron a Zac que era hora de intervenir y distraerla.


Zac: Cariño, estoy seguro de que todo esto te parece devastador en este momento, pero a riesgo de sonar poco sensible y cínico... bueno, te enamoras más veces que las que yo me duermo.


Ness: ¡No es verdad! -la expresión de indignación herida la tenía muy dominada. Él la había visto usarla innumerables veces en su juventud para convencer a Dan de que era inocente de cualquier travesura en que la hubieran descubierto; pero Zac era menos ingenuo. La miró fijamente hasta que ella no pudo dejar de esbozar una sonrisa tímida-. De acuerdo -musitó-. Corrige eso a «más veces que las que duermes en tu propia cama», y lo aceptaré. Pero esta vez es diferente.


Zac: Hmm.


Ness: Hablo en serio, Zac -afirmó con convicción-. Lo que siento por Drew era... es -corrigió- realmente especial. Él es... bueno... es único.


Zac: Único, ¿eh? Me lo imagino -dijo con asombro-. ¿Quién habría pensado que Drew tendría tanto en común con todos los chicos de los que te enamoraste en los últimos diez años?


Ness: ¡Pero de eso trata! Drew no es como los chicos de los que me enamoré antes -una sonrisa extasiada apareció en su cara-. Es inteligente, considerado, compasivo, divertido y... y... -agitó los brazos-. Y maravilloso.


Zac: ¡Y está casado! -le recordó-. Palabra que no solo hace sonar campanillas, sino que incluso evoca imágenes de anillos y campanillas -el rostro de ella quedó consumido por una expresión de absoluta desolación, haciendo que Zac deseara no haber sido tan directo. Demonios, quizá ese Seeley era especial de verdad. Rodeó el escritorio y le pasó un brazo por los hombros abatidos-. Lo siento, cariño. No ha sido justo. Lo último que necesitas es que yo te lo recuerde. Pero puedes conseguir algo mejor que un tipo que es lo bastante estúpido como para dejarte. En este caso el perdedor es él.


Ness: Gracias, Zac. Pero, por desgracia, en esta ocasión eso no hace que me sienta mejor.


Zac: Funcionó cuando te separaste de Tom -adoptó una expresión cómicamente asombrada-. Y con Dick y con Harry. Por no mencionar a Risueño, Gruñón, Dormilón y todos sus predecesores.


Ness: Sí -ante su intento de humor hizo una mueca-, supongo que después de mil repeticiones todo pierde impacto.


Zac: Muy bien, pero no deja de ser menos cierto. Entonces, qué te parece si dejas de ir de víctima y empiezas a mirar el lado bueno, ¿eh?


Ness: Cielos, Zac, tu simpatía y compasión resultan abrumadoras -hizo una mueca-.


Zac: Tal como yo lo veo, Ness, tú ya sientes bastante pena por ti misma. Alimentar tu desgracia con una falsa compasión solo te animara a pensar más en ese idiota -tiró de un rizo moreno-. Y pienso que eres más divertida cuando estás dispuesta a comerte el mundo, Vanessa Hudgens -sonrió, le abrazó fugazmente y le dio un beso en la cabeza-.


La suavidad sedosa de su pelo era familiar, pero la leve fragancia de su champú no. Se centró en el aroma, pero lo distrajo el modo en que sus dedos jugaron con el puño de su camisa y el cosquilleo en su muñeca.


Ness: Zac...


Zac: Hmm -¿qué perfume era ese? No era el de siempre. Resultaba más aromatizado y empalagoso-.


Ness: ¡Zac! -su mano dejó de ser gentil al tirar de la muñeca-. ¿Me estás escuchando?


Zac: ¿Eh? Lo siento; ¿qué has dicho?


Ness: Que tenías razón...


Zac: ¿Me lo puedes dar por escrito?


Ella sacó la lengua y le golpeó el hombro.


Ness: He decidido que estar abatida no le hace ningún bien a mi situación, razón por la que estoy aquí. Necesito tu ayuda, Zac.


Zac: ¿Mi ayuda?


Ness: Sí, porque en esta ocasión no pienso arrastrarme como una criatura patética y rechazada para desperdiciar meses curándome las heridas en un exilio social autoimpuesto.


La idea de que alguna vez perdiera una semana en un exilio social autoimpuesto, por no mencionar meses, resultaba fantástica en extremo. Durante los últimos diez años de su vida Vanessa había saltado de «un amor de su vida» a otro con apenas un día o dos para recuperarse.


Zac: Vas a luchar, ¿eh? Es un buen síntoma. Deja que adivine. Piensas quitarle la alfombra de los pies al oportunista Seeley diciéndole a Dan que su matrimonio es un truco para ser ascendido en...


Ness: ¡No seas ridículo! -exclamó perpleja-. El padrino lo despediría en el acto si lo supiera.


Zac: ¿Y? ¿Qué mejor manera de vengarte de él?


Ness: Pero yo no quiero vengarme, Zac; solo quiero recuperarlo.


Zac: ¿Estás loca? El tipo se ha casado.


Ness: En realidad, no -sacudió la cabeza-. No es un matrimonio de verdad. No se casaron en una iglesia y no duermen juntos.


Zac: ¿Te lo contó Seeley? -la expresión de ella hizo que la pregunta fuera retórica-. ¿Y tú le creíste?


Ness: Por supuesto. Drew no me mentiría.


Zac: Claro. ¿Se te ha ocurrido que el sincero y viejo Drew podría estar intentando conseguir la tarta y comérsela también?


Ness: No. No conoces a Drew como yo.


Zac: Te conozco a ti, Ness, y no estás hecha para el papel de amante. Por el amor del cielo, siempre has comparado la infidelidad con el asesinato; recuerdo que cuando salí con dos chicas al mismo tiempo lo llamaste «violación emocional». ¡Y eso que no me acostaba con ninguna! ¿De verdad crees que eres capaz de tener una aventura con un hombre casado y vivir contigo misma?


Ness: Te lo repito, Zac, no está casado de verdad.


Zac: Escucha, puede que no haya pasado por el altar, pero, pequeña, ¡casarse es casarse! Créeme, ¡a su esposa no le va a gustar tu intento de arrebatárselo! Sin importar los motivos calculadores que haya podido tener Seeley para casarse con esa pobre mujer, te apuesto dinero contra donuts que el único motivo por el que ella se casó es porque se imagina enamorada de él.


Ness: ¡Oh, Zac, eres tan ingenuo! -lo absurdo de esa acusación lo dejó mudo, pero, por desgracia, Vanessa no sufrió ese problema-. Fue Kelly Dawson quien en primer lugar le sugirió a Drew lo del matrimonio fingido -explicó-. Dio por hecho que él querría conseguir la dirección del departamento cuando éste quedó vacante y le pidió que la recomendara para ocupar su puesto. Cuando él le informó de que ni siquiera lo considerarían para el ascenso porque al padrino le gustaba que sus ejecutivos estuvieran casados, a Kelly se le ocurrió la idea de un matrimonio de conveniencia. Tenías razón con la evaluación que hiciste de ella, Zac -continuó-. Kelly es una mujer que solo piensa en su carrera. El interés que tiene por Drew es solo profesional, nada más.


Zac: ¡Tonterías! -replicó-. Puede que tenga planes para su futuro profesional, pero también los tiene sobre Seeley. Piensa en ello, Ness. Si solo persiguiera el anterior puesto de él, le habría bastado con convencerlo de que se casara con alguien... -calló para dejar que las palabras surtieran su impacto-. Por lo que tú has dicho, se ofreció voluntaria al papel.


La duda nubló los ojos de Vanessa mientras se mordía el labio.

Ness: ¡Te equivocas! -exclamó con énfasis-. Kelly le dijo a Drew que no ponía objeción alguna a que tuviera relaciones durante su falso matrimonio, siempre y cuando fuera discreto.


Zac: Imagino que eso también te lo contó Drew, ¿no es cierto? -gimió-.


Ness: Sí, y le creo.


Zac: Entonces se reduce a un cara o cruz entre proponerte a ti para el premio a la “Señorita Ingenua” del año o a él para un “Oscar”.


Ness: Basta, Zac -imploró-. ¿No puedes ver que lo que tienen Kelly y él es solo... un acuerdo de negocios? Un acuerdo temporal. Lo que yo siento por él es... -enderezó los hombros-. Bueno, de verdad creo que le quiero.


Zac: ¡Pues tu proceso mental apesta! -rugió, incapaz de contener la frustración-. Dios mío, Vanessa, ¿te oyes a ti misma? Estás ahí tratando de justificar tu participación en un asunto sórdido con un hombre casado. Bueno, cariño, si esperas que te dé mi bendición, tendrás que esperar mucho. ¡Puede que a mí no me interese el matrimonio, pero considero sagrado el de los demás!


Ness: ¡Deja de ser tan santurrón, Zac! ¡Te repito que no es un matrimonio de verdad!


Zac: ¡Si es legal... es real!


Ness: ¡No es espiritualmente real!


Zac: Dame fuerzas -alzó la vista al cielo en busca de una pista sobre cómo tratar a una mujer decidida a sabotear su cordura-. De acuerdo -decidió cambiar de táctica-. De acuerdo, finjamos que debido a tus estrechos conceptos de cómo debe ser un matrimonio de verdad, Drew Seeley esté «técnicamente» libre. ¿Por qué, entonces, armas tanto revuelo por el asunto? Quiero decir, dado que lo quieres y él te quiere a ti, si no lo consideras «casado de verdad», ¿dónde demonios radica tu problema?


Ness: El problema -repuso- es que todo el mundo sabe que Kelly no sale mucho, y Drew es tan agradable que siente que no está bien colocarla en una posición en la que, si alguien averiguara que él y yo nos veíamos, quedaría como una tonta.


Zac: ¡Pero si el tipo es un santo!


Ness: Pero para mí no tiene sentido esperar hasta que Kelly empiece a salir con alguien -hizo caso omiso de su sarcasmo-. Santo cielo, Zac, ¡lo único que hace es trabajar! Está tan entregada a su carrera que los hombres a los que es probable que conozca son otros ejecutivos que, gracias al pensamiento medieval del padrino, estarán todos casados.


Zac: Bueno, quizá tengas suerte y el chico que se encarga del mantenimiento de las fotocopiadoras se encapriche de ella -sugirió con tono seco-.


Ness: Imposible -repuso como si lo hubiera considerado-. Scott es gay. Lo sé porque el año pasado perdí casi todo un mes tratando de conquistarlo.


Zac: ¿Quisiste seducir al mecánico de las fotocopiadoras?


Ness: Está muy bueno -se encogió de hombros-. ¡Cielos! Qué sentido del humor tan retorcido tiene... -antes de que él pudiera digerir ese comentario fascinante, continuó-: Mira, Zac, sé que no te gusta mucho la idea de que vea a Drew...


Zac: ¿Qué te hace pensar eso?


Ness: ¡Por favor, Zac! Necesito tu ayuda. ¿Al menos puedes escucharme? -unos enormes ojos marrones le suplicaron hasta que hicieron que pensara que era él quien se equivocaba-.


«¡Maldita sea! ¿Cómo lo conseguía?», se preguntó, y se resignó al hecho de que probablemente estaría muerto antes de ser inmune a ello. Y a pesar de que le encantaría echarla de su despacho y olvidar que alguna vez habían mantenido esa absurda conversación, no podía, no cuando se la veía tan vulnerable; Ness y Dan eran lo más próximo a una familia que jamás iba a tener. Si no podía darle su simpatía, al menos le debía dejarla hablar para descargar su problema.


Zac: De acuerdo -dijo con voz cansada-. Te escucho. Pero en diez minutos tengo una reunión con Dan y los chicos del departamento financiero, así que dispones de ocho para decir lo que quieras decir. Y no se te ocurra pedirme que te cubra el trasero -alzó la voz ante el gesto de ella de querer interrumpirlo- si el jefe llega a averiguar que te acuestas con un hombre casado.


Ness: ¡No me acuesto con él!


Zac: ¿No?


Ness: ¡Solo he salido con él una media docena de veces!


Zac: ¡Demonios! Vanessa, prácticamente me dijiste...


Ness: Cielos, Zac -quedó boquiabierta, con una expresión entre asombrada y dolida- ¿Cómo puedes decir algo semejante? ¿Cómo puedes pensar siquiera que me metería en la cama con un chico que apenas conozco? ¿Cómo...?


Zac: Quizá -cortó su insinuación de que él era el villano ahí- se debe a que acabas de contarme que tu objetivo inmediato en la vida es ser la amante de ese tipo.


Ness: ¡Jamás dije eso! -negó con pasión, desterrado ya su aspecto vulnerable-.


Zac: Pues es la impresión que recibí.


Ness: Para tu información, el amor tiene algo más que sexo. En contra de tu experiencia personal, no todas las relaciones entre un hombre y una mujer son físicas.


Zac: Es cierto, no todas -coincidió-. Algunas son simplemente exasperantes -se enfrentó a su mirada indignada, sin saber si la emoción que predominaba en él era el enfado o el alivio-.


Se sintió aliviado al saber que no era amante de Seeley, pero, maldita sea, quiso estrangularla por dejar que pensara lo peor y por su resistencia a no cortar dicha relación.


La estudió, preguntándose cómo una mujer tan atractiva, inteligente y culta como Vanessa podía ser tan estúpida cuando se trataba de su vida personal. A pesar de que su pelo revuelto, su graciosa boca y su falda demasiado corta en las reuniones con clientes varones hacían sospechar que solo era una decoración, Vanessa era un miembro valioso de
Norris Resort Corporation. Aunque su objetivo en la vida era el matrimonio, una casita con valla blanca en un suburbio, un montón de hijos y un perro labrador, durante las horas de negocios se centraba absolutamente en su trabajo.

Ness: ¿Y bien? -preguntó, con los brazos cruzados como una institutriz que recibe a su desobediente pupilo-.


Zac: ¿Y bien, qué?


Ness: Estoy esperando que te disculpes por sacar conclusiones precipitadas.


Zac no pudo dejar de esbozar una leve sonrisa ante su tono de voz. Intentó ocultar la facilidad con que podía aprovecharse de él. Fue un sentimiento sincero de culpabilidad lo que lo impulsó a romper su duelo de silencio.


Zac: Más que sacar conclusiones, me empujaron a ellas, -y alzó una mano cuando ella hizo señal de debatir esa cuestión-. Sin embargo, lamento haber dicho lo que dije.


Ness: Entonces, ¿me ayudarás? -su rostro expresó felicidad-.


Zac: ¿Ayudarte cómo? -frunció el ceño-.


Ness: Seduciendo a Kelly.


Zac: ¿Qué?


Ness: Oh, Zac, por favor -suplicó-. Si consigues que Kelly salga contigo, entonces Drew no se sentirá culpable por salir conmigo -incapaz de hablar por la audacia de su petición, Zac solo pudo menear la cabeza, pero Vanessa dominó incluso su pequeño logro al enmarcarle la cara en sus manos-. ¿No lo ves, Zac? -habló con voz ligera y amable, sin duda en deferencia a su estado de estupefacción-. Es la solución perfecta. De hecho, es la única. Y será fácil. ¡Kelly no se te resistirá! Después de todo, eres inteligente, rico, atractivo, sexy... -casi ronroneó la palabra-. Y, mejor aún, el siguiente en la línea para ser presidente de
Norris Resort Corporation. Reconócelo -añadió con sonrisa confiada-, por ser una mujer dedicada a su carrera, aunque Kelly te considere el idiota más grande de la historia, no salir contigo sería la peor decisión profesional que podría tomar.

Sintió una cierta dosis de satisfacción al cogerle las muñecas y apartar sus brazos. Se inclinó y pegó la nariz a la suya.


Zac: No.


Ness: No, ¿qué? -parpadeó-.


Zac: No, no pienso caer ante una sonrisa dulce, una voz suave o alguno de los trucos femeninos con los que acabas de intentar machacarme. Y, no, no voy a pedirle a Kelly Seeley que salga conmigo.


El intento de Vanessa de soltarse hizo que pegara su torso al de Zac; su furia era tan evidente como el subir y bajar de sus pechos contra su camisa y su rostro acalorado.


Ness: Ella... se hace llamar... Kelly Dawson.


Zac: Puede hacerse llamar como mejor le plazca; no altera el hecho de que está casada con Drew Seeley.


Ella trató de soltarse con más vehemencia, algo que él le negó durante unos segundos, tentado a meterle cierto sentido común en la cabeza. Pero cuando ese impulso afectuoso de pronto se vio dominado por uno más perturbador de hacerle perder el sentido con un beso, Zac la dejó libre; de inmediato lo lamentó al darse cuenta de que Ness empleaba todo su cuerpo para soltarse. Sus esfuerzo fueron en vano, y un segundo después ella terminó con el trasero en la alfombra.


En el acto se puso en cuclillas a su lado.


Zac: Demonios, Ness, ¿te encuentras bien? Cariño, lo siento -extendió una mano para ayudarla a incorporarse-. No esperaba...


Ness: ¿Cuánto lo sientes? -los ojos le brillaron con un placer y una expectación casi infantiles-.


Zac: No tanto...


Ness: Lo cual demuestra que hablar es fácil -le apartó la mano-. Si de verdad lo lamentaras aceptarías invitar a Kelly. Es lo menos que puedes hacer por tirarme al suelo y lastimarme el trasero.


Zac: No te tiré al suelo -apretó los dientes-. Y si pensara que serviría para algo y le daría algo de cordura a tu tonta cabeza romántica, te azotaría el trasero.


Ness: Y si yo pensara que serviría para algo -repitió con ardor, poniéndose de pie con una rapidez que le proporcionó a él una tentadora visión de su pierna-, apelaría a tu gentil corazón y te pediría que lo reconsideraras. ¡Pero es evidente que no tienes corazón, Zac Efron!


Zac: ¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules -más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio-. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.


Ness: ¡Zac, espera! -le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo-. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por solo invitar a Kelly a comer?


Zac: Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos.


Ness: ¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?


El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al “Señor Perfecto” dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Seeley, casado o no, no era su “Señor Perfecto”.


Zac: Diría -respondió con los puños apretados para contener su creciente frustración-, que si supones que con eso me vas a convencer... te equivocas. Ahora mismo la única lección que necesitas, Vanessa, es no jugar con hombres casados. Un plato caliente no es lo único que puede quemarte los dedos.


Ness: Zac, por favor.


Zac: Lo siento, Ness, no. Si quieres fastidiar tu vida, adelante; depende de ti. Pero no esperes que te ayude.


La dejó sola en su despacho, sabiendo que no tenía más que dos opciones para tratar el asunto. O bien podía pasar por el departamento de diseño de camino a la reunión y darle un puñetazo a Drew Seeley por tontear con Ness, o bien podía comportarse de una manera racional y mantenerse al margen hasta que ella recuperara el sentido común... ¡y luego darle un puñetazo a Seeley por tontear con Ness!




¡Tio! ¡Menos mal que se ha ido!
¡Me estaban dando dolor de cabeza con tanta discusión!
Yo de Zac, ¡le hubiera dicho a todo que sí a Ness para que me dejara en paz! ¡Qué pesada!
Pero fue divertido XD.

HAPPY HALLOWEEN!

¡Comentad!
Bye!
Kisses!

domingo, 28 de octubre de 2012

Su seductor amigo - Sinopsis



Casi todas las mujeres encontraban irresistible a Zac Efron, pero para Ness simplemente era el chico con el que había crecido... sexy, estupendo, pero nada más.
             Y Zac sentía mucho cariño por Ness... ¡aunque a menudo criticaba su desastrosa manera de cocinar y su aún más desastrosa vida amorosa! Era una mujer imposible, pero en el momento de necesitar una esposa falsa para asegurarse un trato de negocios, no pudo pensar en alguien mejor. Sin embargo, fingir estar casados significaba compartir un dormitorio... ¡y descubrir una atracción sexual que no era nada fingida!



Escrita por Allison Nelly.

viernes, 26 de octubre de 2012

Capítulo 10


¡El hombre de verdad está dispuesto a comprome­terse! Cuando ese hombre se enamora, lo siente de veras, y querrá llevarte al altar sin dilación.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad. Revista Hombres, Abril, 1949.


Zac estaba escribiendo. Sus protagonistas acaba­ban de pasar la noche juntos y Zac no sabía qué les iba a ocurrir. Todos sus otros libros acababan siempre igual: el malo entre rejas y el protagonista y la chica desnudos en la cama, lo que le hizo acordarse de la noche que había pasado con Vanessa. Resultaba que era más romántico de lo que creía.


Se estiró en la silla y cruzó las manos detrás del cuello. Se sentía muy bien esa mañana. Casi había terminado el libro, y, después de la noche que había pa­sado con Vanessa, se imaginaba que también había conse­guido ser uno de esos hombres ideales. Solo le quedaba encontrar un buen final para Hunter y Brigitte.


Iba por la tercera versión cuando llegó John.


John: He leído la primera parte de tu manuscrito. No está mal -dijo dejando el taco de hojas en la mesa de la cocina-. No está mal. Un poco distinto de tu tono habitual, pero no está mal. ¿Cuándo estará terminado?


Zac: Pronto -prometió-. O tal vez nunca, si no imagino un final.


John: Ya lo encontrarás -se sentó frente a él a la mesa-. Pero no te agotes en la búsqueda. Pareces exhausto. ¿Has estado toda la noche despierto escribiendo otra vez?


Zac: Algo así.


Había estado despierto casi toda la noche, y había ensayado un par de escenas. Sonrió al recordarlo. Esa noche ensayarían otra, y la noche siguiente otra, y así toda la vida. Detuvo el hilo de pensamiento al darse cuenta de algo. No solo quería unas cuantas noches con Vanessa. Quería pasar todas las noches de su vida con ella. Y exactamente eso era lo que Hunter quería ha­cer con Brigitte.


Zac: ¿Puedo preguntarte algo, John?


John: Claro -una sombra cruzó su rostro-. Siempre que no tenga nada que ver con las mujeres.


Zac: Oh, no. ¿Tina y tú no lo habéis solucionado?


John: No. He hecho todo lo imaginable para demostrarle que soy su hombre, pero sigue queriendo que vayamos a ver al consejero matri­monial.


Zac: Bueno... -dudó un momento cómo pre­guntar a John-. Mi pregunta tiene algo que ver con las mujeres, pero creo que es algo que tú debes dominar.


John: Lo dudo, pero pregunta.


Zac: ¿Cómo te declaraste?


John abrió mucho los ojos y por un momento se quedó mudo de sorpresa. Finalmente se rió.


John: ¿Cuál de las tres veces?



El teléfono estaba sonando cuando Vanessa llegó a su apartamento.


Ness: ¿Sí?


Ash: Ya era hora de que llegaras -dijo casi histérica-. ¿Dónde has estado? Estaba volviéndome loca.


Ness: He ido a recoger las pruebas de las fotos que hi­cimos en Wutherspoon. Tienes que ver­las. No están mal.


Ash: No me importa. Quiero detalles, Vanessa, detalles.


Ness: ¿Sobre qué? -preguntó inocentemente-.


Ash: Sobre anoche, tonta -dijo impaciente-. La investigación con Zac.


Ness: Ah, eso. -Tuvo que hacer un con­siderable esfuerzo para no pensar en la noche que ha­bía pasado con Zac-. Bueno, le ayudé con una es­cena del libro -añadió, aunque había sido más de una-.


Después de la escena de la playa, habían probado con una escena en la ducha, una escena en la cocina mientras buscaban algo para comer y una escena de rescate realmente erótica en el sofá.


Ash: ¿Era una escena de sexo?


Ness: Podrías llamarlo así, sí.


Ash: Sigue. Sigue. ¿Estuvo bien?


Ness: Estuvo genial -admitió-.


Ash: Es tan bueno como en sus libros, ¿verdad? -dijo con satisfacción-. Pensé que tenía que serlo. Me alegro mucho por ti. ¿Cuándo volverás a verlo?


Ness: No lo sé. Tenemos una entrevista con un ortodoncista esta tarde, pero...


Ash: ¿Un qué?


Ness: Un ortodoncista -dijo mientras comproba­ba que otra tabla del suelo se había levantado-. Pare­ce que cuatro de cada cinco mujeres identifican a su ortodoncista con el hombre ideal.


Ash: ¿Pero dónde habéis encontrado a esas mujeres? Escucha, tengo malas noticias. Martin pidió
Volaise a la Grecque, pero no sabía lo que era. Ni siquiera leyó la carta. El camarero lo sugi­rió y él lo pidió. La señora Grisly oyó cómo lo pedía. ¿Te lo imaginas? ¿Quién va a un restaurante francés y pide de esa forma?

Ness: Parece que Martin. Supongo que, después de todo, la muerte de Franklin fue un acci­dente.


Ash: Sí -reconoció abatida-. Estaba tan se­gura de que tenía razón, pero no ha sido así. Una pena.


Ness: Sí, una pena -dijo con descuido-.


Colgó el teléfono, decepcionada, y aliviada al mismo tiempo. Así ya no tenía que preocuparse de las advertencias de Zac.


¡Zac! Vanessa se apoyó en la encimera de la cocina y pensó en el cuerpo de Zac y sus largas piernas, desnudo para ella, mirándola con unos ojos llenos de pasión en el momento en que la penetró. No era bueno en la cama. Era genial. Desafortunadamente, eso era todo.


Se dejó caer en el sofá y se puso a revisar las fotos. Había unas cuantas buenas de Anna delante de una tienda de campaña, la ropa interior de cuero y un par de Gerald, con su aspecto elegante y cortés tan pareci­do al de Cary Grant.


¡Y tan distinto de Zac! No había duda. Pasar la noche con Zac había sido un gran error y debería haber tenido más sentido común. Había sido genial y Zac le gustaba pero no era el tipo de hombre que ella buscaba. No era elegante, ni sofisticado, y creía que una tarde divertida era jugar con sus sobrinos. No tenía sentido del gusto en decoración ni del estilo y no sabía cómo seducir y enamorar a una mujer. Desayunaba cereales y bebía té, y, aunque era un buen ejemplo del hombre actual, sabía muy bien que no tenía ningún futuro con él. Acostarse con él estaba fuera de toda lógica porque no quería darle ideas equivocadas. Además, los hombres como él no eran maduros y no pensaban en el compromiso. Sin embargo, sería mejor que pusiera fin a aquello ya antes de darle ideas.


Cuando Zac llegó a recogerla para ir a la entre­vista con el ortodoncista, Vanessa ya tenía preparado el discurso de despedida. Había roto con muchos hom­bres y sabía cómo hacerlo, pero debía tener cuidado de mostrarse diplomática. Algunos de esos hombres se habían mostrado sorprendidos de que quisiera cortar con ellos, otros se habían mostrado irritados, y el resto aliviados. Pensó inconscientemente que eso sería lo que ocurriría con Zac. Estaba concentrada en que era lo mejor.


Pero casi cambió de idea al verlo entrar por la puerta de muy buen humor, vestido para hacer la en­trevista, increíblemente atractivo.


Zac: Hola -saludó al entrar, dirigiéndose hacia ella para darle un rápido beso que Vanessa trató de no disfru­tar-. ¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Qué se ha roto esta vez?


Ness: Nada -dijo esforzándose por sonreír-. Todo funciona perfectamente. Escucha, he cambiado la cita con el ortodoncista. Está libre mañana por la tarde, si te viene bien.


Zac: Claro. Así tendré todo el día para lavarme los dientes -dijo con una sonrisa que rápidamente se congeló al mirarla-. Estás pálida. ¿Te ocurre algo?


Ness: No exactamente. He estado pensando.


Zac: Yo también, y creo que deberías traerte ropa limpia. Mañana tenemos cita con el hombre del tiempo por la mañana temprano.


Ness: No creo que pueda hacerlo. ¿Crees que podrías ocuparte tú solo? -dijo tragando con dificultad-.


Zac: Supongo que sí -repuso frunciendo el ceño-, pero aun así, puedes ir a hacer lo que tengas que hacer directamente desde mi casa.


Ness: No creo que sea una buena idea. De hecho, no creo que sea buena idea que sigamos viéndonos, al menos de forma extra-profesional -dijo retor­ciéndose las manos con nerviosismo-.


Zac: ¿Qué? -preguntó atónito-.


Ness: No creo que sea una buena idea. Me gustó mu­cho estar contigo pero... no deberíamos dejar que se convirtiera en un hábito. Después de todo, solo esta­mos escribiendo juntos un artículo. Cuando lo terminemos, también lo nuestro terminará.


Zac: ¿Terminará? -repitió pálido-.


Ness: Sí -dijo aclarándose la garganta-. De he­cho, creo que sería mejor que dividiéramos la lista en dos -dijo tomando un trozo de papel de la mesa del salón-. Ya tienes mucha práctica haciendo entrevis­tas, así es que no creo que tengas problemas.


Zac: A mí me toca el ortodoncista y el hombre del tiempo -dijo cuando leyó el papel que Vanessa le había entregado-.


Ness: Sí. Y yo me quedo con el arqueólogo y el presi­dente de una empresa.


Zac: Crees que ellos son mejores que yo, ¿verdad?


Zac la miró con una expresión tan sorprendida y dolida que Vanessa quiso que se la tragara la tierra.


Ness: No, no es eso. Yo...


Zac: No lo estás haciendo bien, ¿sabes? -dijo metiéndose la mano en el bolsillo y apoyándose en el quicio de la puerta-.


Ness: ¿Cómo dices?


Zac: Se supone que tienes que decirme que aunque lo pasamos bien juntos y soy una persona muy especial, crees que los dos seríamos más felices si viéramos a otras personas. Entonces yo estaría de acuerdo porque normalmente lo estoy -bajó la vista y la vol­vió a subir para mirar, lleno de tristeza, a Vanessa-. De­safortunadamente, en este caso no es así. No seré más feliz viendo a ninguna otra mujer -se encogió de hombros-. Lo siento, pero no es así.


Ness: Lo siento. Yo no...


Zac: No tienes que dar explicaciones, Vanessa. Conozco bien este tipo de escenas -abrió la puerta para mar­charse-. De hecho, soy experto en ellas.



John: Tengo unas noticias excelentes -anunció un par de semanas después al llegar a casa de Zac- . Tina y yo hemos ido al consejero matri­monial.


Zac: ¿Eso son buenas noticias? -preguntó confundido-. Pensé que ir al consejero significaba el final de tu matrimonio.


John: Pues no -se sentó en el sofá con expre­sión de absoluta felicidad-. Parece que la razón de Tina para ir es porque quiere tener un hijo.


Zac trató de conciliar el adjetivo «maternal» con los otros adjetivos que describían a Tina: «fashion-victima» y «sofisticada».


Zac: ¿De veras?


John: Así es -dijo con una sonrisa-. No sa­bía cómo me lo tomaría. Tenía miedo. Pensó que al­guien con un historial como el mío no querría comprometerse lo necesario para tener un hijo.


Zac: Lo entiendo.


John: ¡Pues yo no! A mí me encanta la responsabili­dad y el compromiso. Me gusta la idea de formar una familia. Me costó un poco convencer a Tina y al consejero de que lo sentía de verdad, pero cuando lo hice, Tina se mostró contenta. Pero insistió en que aprovecháramos el resto de la sesión para discutir so­bre mi extraño comportamiento de los últimos días. Pensó que había sufrido una crisis nerviosa -sacudió la cabeza-. Mujeres. ¿Quién las comprende?


Zac: Yo desde luego no -gruñó-.


Bueno, no; sabía exactamente cómo funcionaba la mente de una mujer.


John: Tengo más noticias -anunció mirándo­lo preocupado- Tu editor llamó. Está encantado con el libro.


Zac: Bien -dijo tratando de mostrarse algo interesado en el libro que había terminado unos días antes-.


John: Según él, es más que bueno. Dice que es el me­jor libro que has escrito. Mejores escenas de sexo, me­jor construcción argumental y mejores personajes. Está seguro de que se convertirá en otro éxito de ven­tas y está intentando vender los derechos a una pro­ductora de cine.


Zac: Estupendo -dijo hundiéndose aún más en la silla-.


Al menos era capaz de crear a un héroe que era el ideal de muchas mujeres, aunque él no consi­guiera ser ideal para la mujer que quería.


John: También he hablado con la editora de la revista -dijo aclarándose la garganta-. Me dijo que le ha encantado el artículo y que piensa que has hecho un trabajo espléndido y está muy agradecida.


Zac: ¿De veras?


Entonces Vanessa había terminado el artículo. Él había entrevistado a los dos hombres de su lista y decidió que ambos iban bien vestidos, eran inteligentes, tenían una boca perfecta y un gran sentido del humor, y le había pasado la información por fax a Vanessa. Tal vez le gustara salir con alguno de ellos si los de su lista no le habían gustado lo suficiente. Se la imaginó con otro hombre y su tristeza y su rabia aumentaron.


John: Chelsea mencionó algo de que no estaba termi­nado. Algo sobre la última cualidad, que no estaba perfecta...


Zac: No me sorprende -gruñó-. Probable­mente Vanessa esté demasiado ocupada con el millón de cosas que le gustan en un hombre -añadió, to­das ellas cualidades que él no tenía-.


John: ¿Qué te pasa, Zac? Llevas quejándote desde que Vanessa y tú...


Zac: Claro que he estado quejándome. Me dejó, ¿re­cuerdas? ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Reír, cantar y enrollarme con otra?


John: Eso es lo que siempre has hecho.


Zac parpadeó rápidamente varias veces. John tenía razón. Eso era lo que solía hacer. Lo había hecho muchas veces, pero nunca antes se había sentido así.


Se pasó la mano por el pelo y notó que lo tenía muy largo. Tendría que cortárselo. Después de todo, los hombres de verdad siempre llevaban el pelo perfectamente arreglado.


Maldijo a Vanessa y el día que se conocieron. Nunca antes había pensado eso, pero ahora pensaba en eso y en muchas otras estúpidas cosas. Incluso había re­puesto el cartucho de tóner él solo en vez de llamar a alguien para que lo hiciera. Podría también escribir un libro sobre buenas maneras y sabía más de lo que que­ría sobre moda masculina. ¡Incluso había leído Moby Dick después de oír a Vanessa decir que le había gustado mucho!


Pero en su interior sabía que por mucho que se es­forzara, nunca conseguiría que Vanessa sintiera por él lo que él sentía por ella. Estaba loco por ella. Nunca ha­bía pensado antes que alguna vez se sentiría tan desgraciado. Y no podía hacer nada. Cuando salió del apartamento de Vanessa, estaba furioso; furioso por haber sido rechazado, y furioso consigo mismo por haberse enamorado. Él sabía lo que ella quería de un hombre, y sabía que él no lo tenía. Debería haberlo dejado es­tar. Decidió que tenía que olvidarla.


Desafortunadamente, el amor no funcionaba así. Zac no podía creer que fuera posible echar tanto de menos a alguien. Pensaba en ella cada segundo. Cada vez que sonaba el teléfono, esperaba que fuera ella con alguna otra estúpida cualidad sobre el hombre de verdad. Cuando estaba leyendo las pruebas de su no­vela, pensaba en ella haciendo el helicóptero, en el brillo de sus ojos cuando sonreía, en los reflejos de su pelo cuando le daba el sol, en sus cuerpos unidos.


John: Lo estás pasando mal, ¿verdad? -continuó mirándole con comprensión y afecto-.


Zac: Sí -admitió- . Seguro que tú has pasado por esto. ¿Cuándo dejaré de sentirme así?


John: Por lo que parece, dentro de bastante tiempo.


Zac echó la cabeza hacia atrás y miró al techo. Si seguía con aquel peso en el corazón se volvería loco.


Zac: Hunter tiene suerte -gruñó-. En su próxima aventura se habrá olvidado de Brigitte.


John: Hunter es ficción. Y, desafortu­nadamente para ti, tú eres real.



Vanessa seguía sin dar con la última cualidad exigible para el hombre de verdad. Sentada en la cocina, bus­caba la inspiración con los papeles desparramados a su alrededor.


Tiró el lápiz frustrada. Todo lo que se le iba ocu­rriendo le parecía que estaba mal. Igual que Zac, pero no podía dejar de pensar en él a pesar de haber conocido a un par de hombres estupendos, casi perfec­tos, con los que ni siquiera se había planteado salir.


En realidad sabía por qué. Romper con Zac ha­bía sido muy difícil. Había intentado salir con alguien desde entonces, pero no se lo había pasado bien. Incluso había cenado con Gerald en un restaurante de lujo. Aunque ésa era la clase de cita que ella quería, se había sentido aliviada cuando terminó.


Trató de encontrar la última cualidad pero ninguna le parecía la adecuada, así es que cuando Ashley se pre­sentó en su casa inesperadamente, se sintió más feliz de lo normal de verla.


Su amiga, sin embargo, no parecía muy feliz. En­tró y tiró el abrigo sobre el sofá antes de echar un vis­tazo a la casa.


Ash: ¿Te he dicho alguna vez que no me gusta nada este apartamento?


Ness: Constantemente.


Ash: Bien, pues no me gusta. Pero no te lo tomes como algo personal. Ahora mismo, creo que nada me gusta.


Ness: ¿Qué ha ocurrido? ¿Tienes otro sospechoso?


Ash: No. De hecho, he abandonado la investigación. Por muy triste que me parezca, Franklin murió de forma natural.


Ness: Bien -murmuró. Ashley la miró y añadió-: Tienes que admitir que es mejor que darte cuenta de que estás trabajando con un asesino.


Ash: Supongo que sí -se apoyó en un cojín-. Sigo estando decepcionada. Creía de veras que algo raro estaba ocurriendo, pero supongo que fue mi imaginación. Quise ver algo que no había. Igual que con Drew.


Ness: ¿Drew?


Ash: Sí, Drew -dijo alzando la voz-. Pensé que Drew también quería resolver el misterio, pero no era así.


Ness: ¿Me he perdido algo?


Ash: No, fui yo -dijo cruzándose de brazos-. ¿Sabes lo que hizo Drew anoche? ¡Se me insinuó!


Ness: Vaya... mala suerte.


Ash: Y que lo digas. Y lo que es peor. Cuando le dije que no, y le dije lo sinvergüenza que era por querer ligar conmigo cuando estaba prometido con Lucy, me preguntó que qué esperaba, que si realmente creía que él estaba interesado en esa estúpi­da investigación mía.


Ness: Es horrible.


Ash: Lo sé. Me dijo que él supo todo el tiempo quién había pedido
Volaise a la Grecque -repuso dando un suspiro- . Y pensar que le consideraba un gran tipo... ¿Cómo pude ser tan idiota?

Ness: No ha sido culpa tuya.


Ash: Claro que sí -dijo levantando la cabeza-. Ahora que lo pienso, me lanzó un par de insinuaciones antes pero yo no quise verlo. No quería creer que era como los demás. Quería creer que él era todo lo contrario a Jared, probablemente para poder pensar que los hombres de verdad existen.


Ness: Y existen, solo que Drew no es uno de ellos.


Ash: No, no lo es, pero me engañé a mí misma pen­sando que lo era -sacudió la cabeza-. Creía que solo tú lo hacías, pero resulta que yo también.


Ness: ¿Qué pensaste que solo yo lo hacía? -preguntó confundida-.


Ash: Engañarte. Ignorar la realidad.


Ness: ¡Yo no hago eso! -dijo indignada-.


Ash: ¡Sí lo haces, Vanessa! Por ejemplo este apartamen­to. No tiene nada bueno. Un segundo sin ascensor, todo se está cayendo, es demasiado caro, no tienes su­ficiente espacio y no puedes sentarte en el suelo por­que es muy incómodo. Pero tú sigues diciendo que es perfecto.


Ness: No es verdad.


Ash: Claro que sí. Y lo mismo ocurre con ese mítico hombre que quieres encontrar. "Don Elegante y Cortés". Te has convencido de que ése es el tipo de hombre que necesitas y por eso has abandona­do al único hombre que realmente te ha hecho sentir algo en tu vida.


Ness: No lo entiendes, Ashley -objetó, aunque te­nía la desagradable sensación de que Ashley tenía razón-.


Ash: Sí lo entiendo -dijo poniéndose en pie-. Matthew se queda a dormir en casa de un amigo y voy a alquilar una película de vídeo. ¿Quieres venir?


Ness: No. Tengo que terminar el ar­tículo -dijo mirando a Ashley esperanzada-. Supon­go que no sabrás qué otra cualidad debería tener el hombre de verdad.


Ash: No, a no ser que quieras incluir que el hombre de verdad no es un idiota.


Ness: Creo que ya la he puesto antes -murmuró-.


Cerró la puerta detrás de Ashley y entró en el salón. Ashley estaba equivocada. Aquél era un precioso apar­tamento y Zac no era...


De pronto un trozo de moldura de escayola cayó al suelo. Vanessa lo miró y decidió que Ashley sí tenía razón en lo del apartamento. Pero no en lo de Zac. Sim­plemente no cumplía los requisitos que ella quería en un hombre.


Pero sí tenía algunas buenas cualidades. Era hon­rado y tierno; bueno con su familia, trabajador y di­vertido; ella estaba loca por él aunque no fuera sofisticado y cortés y su gusto en cuestión de ropa fuera atroz. No le importaban esas cosas. De hecho, le gus­taban. No, las adoraba porque formaban parte de Zac.


Ness: ¡Eres una idiota! -se dijo en voz alta-.


No le im­portaba que no cumpliera todas las cualidades que ha­bía puesto en aquella estúpida lista. Lo amaba. Amaba todas las cosas malas de Zac más de lo que jamás podría amar todas las cosas buenas de otro.


Se preguntó qué podía hacer para reparar el daño. Siempre podía volver a mudarse, pero entrar en la vida de Zac de nuevo no parecía tan fácil. Lo había herido profundamente y no parecía desear arriesgarse a que se lo hicieran otra vez. Ella había escrito un artí­culo sobre cómo recuperar a tu hombre, o algo así. Tal vez le sirviera.


Media hora después, tras revisar el artículo, no te­nía un plan muy definido. Mandarle flores sería estú­pido teniendo en cuenta que él nunca se las había enviado a ella. Un poema romántico tampoco sería eficaz. Presentarse en su puerta en ropa interior negra era una posibilidad, aunque Zac no era de ese tipo de hombres. Probablemente le gustaría más que apareciera vestida con jersey negro de cuello alto y mallas, dispuesta a representar la escena del helicóptero de nuevo, pero si lo hacía los vecinos creerían que quería robarle.


Claro que también podía usar el artículo como ex­cusa. Llamarle para hablar de la cualidad número cincuenta. De pronto sonó el teléfono y Vanessa deseó fer­vientemente que fuera Zac.


Ness: ¿Sí?


Ash: ¿Vanessa?


Ness: Creía que estabas viendo una película -contes­tó decepcionada-.


Ash: Pues no. Escucha. He estado pensando...


Ness: Yo también he estado pensando -admitió-, y creo que tienes razón, en todo.


Ash: Eso es estupendo. Mira, yo he estado pensando también. Si la causa de la muerte del señor Wutherspoon fue la salsa de marisco, ¿por qué no murió hasta la mitad de la cena? Si la alergia que sufría era tan grave habría muerto en cuanto probara la salsa...


Ness: No lo sé -dijo sin mostrar el más mínimo interés por la investigación-.


Ash: Yo tampoco -declaró-. Le preguntaré a Gerald.


Ness: ¿Gerald? Pensé que él era tu principal sospechoso.


Ash: No lo es. Pidió ensalada César, así es que no puede haber sido él. También es alérgico al pescado. Él sabrá lo que tarda en hacer reacción la alergia.


Ness: Claro -no se sentía muy cómoda con todo aquello-. Pero no estoy segura de que de­bieras...


Ash: Tengo que hacerlo. Voy a hablar con él ahora mismo. Estoy solo a unos minutos de la oficina y creo que está allí. Te llamaré cuando llegue a Wutherspoon para contarte lo que haya averiguado.


Ness: No creo que sea una buena idea, Ash. ¿Por qué no...? -se detuvo cuando notó que estaba ha­blando sola porque Ashley había colgado-.


Colgó el teléfono y se puso a dar vueltas por la ha­bitación, intranquila. Aquello no tenía buena pinta. Ashley no debería ir a ver a Gerald, sola, para hablar de sus alergias. Pero aquello era ridículo. Gerald no era peligroso. Él tampoco podía haber pedido pescado porque es alérgico, por eso pidió ensalada César y... De pronto recordó lo que había dicho Andy sobre la ensalada César: que todo el mundo olvidaba que tenía salsa de anchoas.


Vanessa sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Ella también lo había olvidado y no le había dicho nada a Ashley. Seguro que Gerald también se habría ol­vidado. No, era imposible. Un hombre como él sabría muy bien los ingredientes del plato que iba a comer. Pero no debería haberla comido si es que era alérgico. ¿Entonces por qué la había pedido?


Ness: ¡Deja de pensar cosas raras, Vanessa! -se rega­ñó-. Seguro que hay una buena razón para que la pidiera y aunque no fuera así, no haría daño a nadie. Es un hombre encantador, no un asesino.


Ella lo conocía; había salido a cenar con él y no te­nía el aspecto de un asesino a sangre fría. Parecía un hombre normal. Eso precisamente era lo que Zac le había dicho de los asesinos, que parecían gente normal.


Vanessa levantó el auricular del teléfono aunque no sabía a quién llamar. ¿A la policía? ¿Pero qué podría decirles? ¿Que Gerald Charmichael sabía que la ensa­lada Cesar contenía salsa de anchoas? Tendría que ha­cerlo sola. Recogió el bolso pero se dio cuenta de que tampoco ésa era una buena idea. Le llevaría al menos una hora llegar a las oficinas de Wutherspoon y Ashley estaba a solo unos minutos. Tenía que hacer algo pero no sabía qué. Su Cary sabría qué hacer, pero no estaba por allí. Necesitaba a un hombre de verdad.


Se dirigió al teléfono y tropezó en una tabla suelta de camino. Sabía exactamente a quién necesitaba. Inspiró profundamente y marcó el número de Zac.


Dos horas después, Vanessa estaba en el apartamento de Ashley tomando un té con una temblorosa pero triunfal Ashley, un detective de la policía llamado Frank, y el hombre más fantástico que había conocido nunca, Zac.


Ash: Fue muy extraño -explicaba-. Le dije a Gerald todo lo que había averiguado, y cómo supe lo que todos habían pedido y entonces le pregunté si recordaba algo más de la noche de la cena.


Se detuvo para dar un sorbo de té. Vanessa miró a Zac. Estaba sentado en un sillón y tenía el aspecto que ella recordaba: el pelo revuelto, un poco de barba, camiseta y pantalones de pinzas. Le estaba costando mucho no mirarlo, pero él apenas si la miraba a ella. Vanessa cruzó los dedos. Su plan tenía que funcionar.

Frank: Siga -le dijo a Ashley-.


Ash: Gerald tenía una expresión extraña en la cara y lo siguiente que recuerdo es que cerró la puerta y... -sintió un escalofrío-, ¡y me atacó! ¿Lo po­déis imaginar? Fue como si estuviera en un mal sue­ño. Tuve mucho miedo -miró a Frank con absoluta gratitud-. Si la policía no hubiera llegado...


Frank: No fue solo la policía, señora -dijo son­rojándose y haciendo un gesto hacia Zac-. Si el señor Efron no nos hubiera llamado cuando lo hizo, insistiendo en que su vida corría peligro y en que teníamos que ir rápidamente...
 

Zac: Vanessa me llamó a mí -intervino mirándo­la brevemente- . Ella fue quien tuvo la sospecha. Cuando yo llegué, ya lo tenían todo bajo control. Lle­gué a tiempo para ver el arresto, lo cual fue muy ins­tructivo para mí. Hasta pude tomar notas.


Vanessa sintió que se derretía en el sofá. Aquél sí era un hombre de verdad. Se estaba quitando el mérito para dárselo a Vanessa cuando él había insistido en que él llamaría a la policía y que ella tratara de tranquilizar­se.


Ash: ¿Cómo lo supiste, Vanessa?


Vanessa estaba tan distraída mirando a Zac que ape­nas si lo recordaba. Explicó lo de la ensalada y dejó que Ashley le contara a Frank lo de su artículo.


Frank: No tendrá ningún problema en vender ese artí­culo a una revista -dijo cuando Ashley hubo terminado-. Ha sido un buen trabajo de detectives. Pero la próxima vez que quiera escribir un artículo de investigación, deberá acudir a la policía antes.


Ness: Nunca más volveré a hacerlo.


Zac: Me parece una buena idea -comentó le­vantándose. Luego le agradeció a Ashley la taza de té-.

Vanessa se levantó también. No podía dejar que se marchara.


Ness: ¿Quieres que me quede contigo esta noche, Ashley? ¿O prefieres venir a mi casa?


Ash: No, gracias. Estoy bien -dijo para alivio de Vanessa-. Matthew está con un amigo y Frank se quedará aquí un poco más.


Frank: Así es -confirmó-. Me aseguraré de que está bien. ¿Le importa que utilice su teléfono? Tengo que decirle a mi mujer dónde estoy.


Puso mucho énfasis en la palabra mujer y Ashley lo miró con ojos resplandecientes. Todavía tenía esa expresión mientras acompañaba a Vanessa y a Zac a la puerta y les daba un abrazo de agradecimiento.


Zac echó a andar por el pasillo y Vanessa tuvo que acelerar el paso para alcanzarlo.


Ness: Yo... también quería darte las gracias.


Zac: No tienes que nacerlo, Vanessa. Lo único que hice fue llamar por teléfono -dijo abriendo la puer­ta del portal y sujetándola para que saliera Vanessa prime­ro-.


Ness: No fue solo eso. Te las arreglaste para conven­cer a la policía de que una ensalada César constituía un asunto grave.


Zac: No fue tan difícil -dijo encogiéndose de hombros-, aunque ayudó mucho que el hombre con quien hablé había leído todos mis libros.


Ness: Estoy segura de que sí lo fue -murmuró-.


Zac: Imagino que un hombre de verdad habría actua­do de otra manera. Habría ido hasta allí y se habría ocupado personalmente de Gerald -dijo junto a su coche-.


Ness: No, no lo habría hecho -aseguró mirándo­lo a los ojos en el aparcamiento iluminado- . Un hombre de verdad habría hecho exactamente lo que tú hiciste. Buscar la mejor solución al problema.


Zac: Sí, bueno -dijo comenzando a darse la vuelta-.


Ness: Necesito tu ayuda para otra cosa -insistió en un último y desesperado intento-.


Zac: ¿Qué? ¿Tienes más amigas que se dedican a in­vestigar asesinatos? -dijo mirándola de nuevo-.


Ness: No. Es el artículo. Tengo un pequeño problema con la cualidad número cincuenta.
 

Zac: A mí no me quedan ideas -dijo con la mandíbula rígida-.


Ness: A mí sí. Se me han ocurrido algunas, pero que­ría consultarlas contigo.


Zac: Mándamelas por fax y les echaré un vistazo -dijo encogiéndose otra vez de hombros-.


Ness: Te las puedo decir ahora -no quería que Zac se mantuviera tan alejado de ella. Se acercó a él un poco más-. ¿Qué te parece «toleran­te»? Digamos que una hubiera hecho una gran estupi­dez, él siempre lo entendería.


Zac: No está mal -admitió asintiendo con la cabe­za tras meditarlo un poco-.


Ness: Y tengo otra «Un hombre de verdad siempre te dará una segunda oportunidad» -lo miró a los ojos con expresión suplicante-. Digamos que una mujer hubiera estropeado la relación entre ambos, él siempre estaría dispuesto a volver a intentarlo.


Zac: Creo que ésa podría funcionar -dijo ponién­dose el dedo en la barbilla en actitud pensativa-.


Ness: Pero ésta es la que más me gusta -dijo con el corazón a punto de estallar-. «El hombre de verdad es aquél a quien amas». Eso es lo único que importa.


Zac se mantuvo en silencio durante unos largos minutos. Cuando finalmente habló, su tono fue grave y hasta un poco ronco.


Zac: ¿Y tienes a alguien en mente?


Ness: Solo tú -Zac no respondió y Vanessa avanzó hacia él un poco más-. Mira, no te estoy su­giriendo nada. No, realmente. Quiero decir que no es­pero que tú... bueno, que podríamos, pero... podría­mos tomar un café o en tu caso té, y... dar una vuelta en coche o... tal vez quieras que te ayude con alguna otra escena del libro con la que tengas dificultades. Ver, en fin, si algún día podrías...


Zac: Ya lo he hecho -dijo avanzando hacia ella y Vanessa se apresuró a abrazarlo. Casi lloraba de lo feliz que se sentía de estar junto a él de nuevo. Zac le acariciaba la cabeza mientras la abrazaba como si fuera a perderla-. Será mejor que estés segura esta vez -le susurró al oído-. No quiero sentirme abandonado de nuevo. Esto es para siempre.


Ness: Nunca volveré a hacer algo así -prometió-. Y sí, esto es para siempre.


Zac: ¿Estás segura? -dijo mirándola a la cara-. Después de todo, me gustan los cereales. Los como a todas horas.


Ness: No me importa. Los hombres de verdad comen lo que quieren.


Los ojos de Zac resplandecían aunque seguía habiendo en ellos un resquicio de duda.


Zac: No viviremos en tu apartamento, por muy boni­to y maravilloso que creas que es. Ese sitio es un desastre. Te mudarás a mi casa que a partir de ahora se convertirá oficialmente en nuestra casa.


Ness: No me importa dónde sea, siempre que tú estés conmigo.


No todos los hombres tenían un gran sentido de la decoración, pero no era tan impor­tante. Ella se ocuparía de algunos detalles, y de los muebles...


Zac: ¿Nunca volverás a cenar a solas con un ecolo­gista?


Ness: ¿Un qué? Claro que no. Los evitaré como si fue­ran una plaga -dijo acomodándose entre los bra­zos
de Zac, sonriendo-.

Parecía que los hombres de verdad eran celosos.


Zac: ¿Y harás todas las tareas de la casa? -preguntó presionándole con una mano el trasero para acercarla a él aún más-.


Ness: No -susurró a pesar de lo cerca que esta­ban y del calor que emanaba de sus cuerpos ansiosos-. A los hombres de verdad les gusta hacer las tareas de la casa -dijo mordisqueándole el lóbulo de la oreja-.


Zac: Pues a mi no.


Ness: ¿Y que te parece si las hacemos los dos desnudos?


Zac: Entonces sí -dijo emitiendo una carcajada y agarrándola con más fuerza- .


Ness: ¿Ves? Todo el tiempo supe que eras un hombre de verdad.


Zac: ¿Lo piensas de veras? -preguntó con un sonrisa feliz-.


Ness: Por supuesto.


FIN




¡Pues claro que sí!
El hombre de verdad... ¡es aquél a quien amas!
Que bonito eso.
¡Y qué bonita la novela! ¿Verdad?

Espero que os haya gustado y hayáis aprendido más cosas sobre los hombres XD.
Yo, desde luego, sí XD.

Comentadme mucho, eh. Así podréis ver prontito la sinopsis de la siguiente novela. Ya os adelanto que será muy divertida. A mi me encantó. Me reí muchísimo todas las veces que la leí y es de mis favoritas. ¡Os va a encantar!

¡Bye!
¡Kisses!

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 9


Un hombre de verdad es romántico por naturaleza. Nadie mejor que tu hombre para prepararte una ro­mántica cena con velas y flores.

De Las 49 cualidades del hombre de verdad. Revista Hombres, Abril, 1949.


Andy: No es solo la comida. Es el ambiente -decía de pie en medio de la cocina de su restauran­te-. Ven conmigo y te lo enseñaré. -La guió hacia la elegante zona de mesas donde los camareros se afanaban en prepararlo todo para la hora de la cena-. Éste es el sitio al que uno llevaría a una mujer para una cita romántica -continuó-.


Ness: Es perfecto -dijo tomando nota mental­mente de los cojines y las mesas estratégicamente co­locadas con suficiente separación como para dar la adecuada intimidad, con la cubitera de plata junto a cada una-.


Andy tenía razón. Aquélla era la forma de seducir a una mujer. Era el tipo de lugar que elegi­ría un hombre como Gerald.


Andy: Ésta es la forma de ganarse el corazón de una mujer -continuó haciendo un amplio gesto con el brazo-. Y el plato de la cena sería pescado.


Ness: ¿Pescado?


Andy: Eso es -dijo acompañando sus pala­bras de un gesto de asentimiento-. No hay nada como el pescado para incitar a un hombre o a una mu­jer. Lenguado con salsa de langostinos y cangrejo, o tal vez una langosta. Si un hombre te invita a cenar langosta, ten cuidado. En su mente hay algo más que una cena tranquila.


Ness: Eso suena maravilloso -reconoció si­guiéndole de nuevo hacia la cocina-. Pero me temo que no tendría mucho efecto sobre mí porque no me gusta el pescado.


Andy: Eso no significa nada -dijo dándole unos suaves golpecitos en el hombro-. Una de mis creaciones de pescado tiene un sabor tan especial que no sabrías lo que es:
Volaise a la Grecque. No dirías que contiene una deliciosa salsa de ostras si solo lees el nombre en la carta. Lo mismo ocurre con la ensalada César, todo el mundo olvida que tiene salsa de anchoas. Aparece en la carta, pero en letra pequeña. Pero tendremos que cambiar eso -el buen humor se esfumó de su rostro-. Después de lo que nos pasó hace un par de meses, he dado orden a to­dos los camareros de que se aseguren de que expli­can a todos los clientes los ingredientes de todos los platos.

Ness: ¿Qué ocurrió? -preguntó con suspicacia-.


Andy: Fue terrible -dijo con abatimiento-. Un hombre tenía alergia al pescado...


Ness: ¿No se referirá al señor Wutherspoon, verdad?


Andy: Exacto -empezó a batir unos huevos en un recipiente-. Pero no fue culpa de nadie. Al­guien lo pidió y lo preparé.


Ness: ¿Está diciendo que alguno de los empleados del señor Wutherspoon pidió su
Volaise á la Grecque?

Andy: ¡Por supuesto! -replicó un tanto indig­nado-. Es una de nuestras especialidades. Pero no tie­ne nada que ver con la muerte del señor Wutherspoon. No fue él quien lo pidió.


Ness: Y supongo que no sabrá quién lo pidió...


Andy: Pues no, pero estoy seguro de que no fue el se­ñor Wutherspoon.


Vanessa condujo hasta casa pensando en lo que Andy acababa de contarle. Tal vez Ashley tuviera razón en sus sospechas, claro que también pudo haber sido una casualidad, aunque inevitablemente aquello hacía más creíble la teoría de Ashley. La llamó por teléfo­no en cuanto llegó a casa.


Ash: Nadie mencionó nada de
Volaise á la Grecque -admitió-, pero apuesto a que fue Martin. Te dije que era sospechoso. No puedo esperar a ver a Drew para contárselo.

Ness: No deberíamos sacar conclusiones precipitadas -dijo con cautela, aunque estaba tan nerviosa como Ashley-.


La euforia duró poco, no obstante, porque a los po­cos minutos subió el portero de la casa para decirle que estarían sin corriente eléctrica otra vez y no sabía durante cuánto tiempo. Era evidente que no podría usar la cocina y la idea de quedarse allí en un aparta­mento a oscuras no era nada tentadora.


Se estaba cambiando de ropa rápidamente pensando en preparar una ensalada de nuevo, cuando Zac llamó.


Zac: Te llamo para invitarte a cenar.


Ness: ¿Por qué? -preguntó mirando el horno-.


Zac: ¿Cómo que por qué? -dijo irritado-, porque quiero que vengas a cenar. ¿Qué otro motivo debería haber?


Ness: Podrías hacerlo para convencerme para ir a tu casa y ayudarte a representar alguna otra escena de tu libro.


Zac: Podría, pero no es así.


Ness: ¿Lo prometes?


Zac: Lo prometo -le aseguró-. Nada de re­presentaciones. Solo tú, yo y la cena.


Vanessa no le creyó pero pensó que incluso ensalada y pizza vegetal eran mejor que el plan que ella tenía en su casa.


Ness: De acuerdo.


Cuando llegó a casa de Zac cuarenta minutos después, vio que la ensalada y la pizza no estaban en el menú. La casa estaba recogida y la mesa puesta, y Zac estaba impecable en la cocina vestido con unos pantalones claros y un polo de color verde.


Zac: Estoy preparando
Espaguetis á la Zac. No ha­brá carne en el menú pero sí suficientes tomates para darte todas las vitaminas que necesitas en un mes.

Sonaba y olía delicioso, por no decir que también parecía delicioso. Vanessa se apoyó en la encimera y ob­servó cómo cocinaba mientras le contaba las últimas noticias.


Ness: Estamos a punto de resolver el misterio. ¿No es emocionante?


Zac: No sé si yo lo definiría como emocionante -dijo frunciendo el ceño-. No creo que Ashley y tú debierais ir por ahí tratando de cazar a un asesino. Si tenéis razones para sospechar de alguien deberíais acudir a la policía.


Vanessa quedó un poco decepcionada con aquella con­testación. Su Cary no habría dicho algo así, sino que se habría ofrecido para ir a por él. Pero Zac no era Cary. Miró sus brazos y la soltura con la que se movía por la cocina y deseó que lo fuera.


Ness: ¿Puedo hacer algo? -se ofreció pensando que tal vez si hacía algo se olvidaría de él-.


Zac: Ponte cómoda. Terminaré la ensalada y estaré contigo en un minuto -dijo haciendo un gesto ne­gativo con la cabeza-.


Ness: De acuerdo -dijo dirigiéndose hacia el sa­lón, que también estaba recogido-.


Lo mismo que el cuarto de baño y al pasar por el dormitorio de Zac pudo comprobar que también lo había ordenado. Re­gresó al salón y de pronto se detuvo y pensó en todo aquello: la casa perfectamente recogida, cena especial, una bonita mesa... todo lo que incitaba al sexo. Si fuera otro hombre, pensaría que estaba intentando se­ducirla.


Pero no era otro hombre. Era Zac. La idea de Zac de seducir probablemente sería preguntar direc­tamente «¿Quieres que nos acostemos?» Claro que tal vez estaría cambiando. Debería poner alguna excusa y marcharse.


Regresó a la cocina y vio a Zac removiendo la salsa, con el pelo húmedo por el vapor que subía de la olla. Vanessa absorbió el maravilloso aroma y su estóma­go gruñó. Tal vez Zac no estaba intentando seducir­la. La gente ordenaba sus cosas por muchas otras ra­zones. Parecería una idiota si salía de allí gritando. Ya se le ocurriría la manera de salir de allí de forma ele­gante.


Zac alzó la vista y sonrió, una sonrisa sexy e in­citadora y Vanessa tuvo que esforzarse por respirar. Tal vez no tuviera que salir de allí, después de todo. El teléfono sonó en ese momento rompiendo el encanto. Zac murmuró algo casi ininteligible y fue a contes­tar. Vanessa se puso a darle vueltas a la salsa.


Zac: Cambio de planes -dijo mientras le qui­taba la cuchara-. Miley tiene que ir a una reunión del colegio y Will no puede llegar pronto a casa. Quiere dejar a los niños aquí -parecía tan decepcionado como ella-. Solo será una hora.


Ness: No pasa nada.


Con los niños por allí no pasaría nada; él no se le insinuaría y ella tam­poco.


Zac se pasó una mano por el pelo.


Zac: No es lo que yo había planeado, pero Miley...


Ness: No pasa nada, de verdad -dijo señalándo­le con el dedo-. Pero no te creo. Sospecho que tu plan era interpretar otra escena para tu libro.


Zac: Te prometo que no era ésa mi intención -dijo con una mueca-.


Aunque finalmente es lo que terminó siendo. Co­mieron los espaguetis mientras los niños veían la tele­visión en el cuarto de estar pero cuando terminaron, Andrew y Alex pidieron a su tío representar alguna escena del libro. Zac se negó.


Zac: Ya hemos hecho la del helicóptero. Ya la he es­crito.


Alex: ¿No tienes ninguna otra escena más? -pidió-.


Zac: Solo la de la huida del yate, pero no somos sufi­cientes.


Andrew: Llamemos a Matthew -propuso-. A lo mejor puede venir.


Al final lo hicieron. Ashley estaba encantada de po­der salir un rato y Matthew estaba encantado de hacer de malo. Eran más de las diez cuando Zac decidió que ya era suficiente.


Zac: Ya está bien. Chicos, a ver la tele al cuarto de estar.


Los chicos se quejaron pero obedecieron. Zac preparó té para Vanessa y él y se fueron al salón. Vanessa se sentó y se hizo un ovillo en un extremo del sofá y Zac se acomodó en el otro. El juego la había hecho olvidar el cuerpo del hombre pero estirado en el sofá, volvió a pensar en él.


Buscó algún tema de conversación... cualquier cosa... que la ayudara a no pensar en aquel increíble cuerpo y cómo le gustaría estar con él.


Ness: Esa escena, la que hemos estado ensayando, ¿cómo termina?


Zac: Veamos. Hunter rescata a Brigitte, llegan a una isla, y allí tienen una aventura.


Ness: Entiendo -dijo tratando de ignorar la sen­sación que tenía de que aquello no era una buena idea-. Han estado a punto de morir y por eso se van a la cama.


Zac: No es una cama exactamente. Están en una isla, ¿recuerdas? Lo hacen en la arena, pero es muy pareci­do -Vanessa frunció el ceño-. Oye, ha sido idea tuya.


Ness: Yo no recuerdo ni siquiera haberlo sugerido.


Zac: Pues lo hiciste. Hablar contigo me ha hecho dar­me cuenta de que si algo así ocurriera, si la mujer por la que Hunter siente algo estuviera en grave peligro, querrían estar juntos cuando todo hubiera terminado.


Aquello no sonaba mal. De hecho, sería justo lo que ella sugeriría.


Zac: ¿Quieres leerla? -añadió-.


Ness: Bueno, yo...


Zac: Iré a buscar el manuscrito.


Vanessa abrió la boca para rechazar el ofrecimiento, pero Zac ya había desaparecido por el pasillo. Vanessa dudó un momento. En realidad, pensó que no tenía por qué pasar nada porque ella había leído escenas de sexo escritas por Zac antes y podría controlarse. Además, tenía curiosidad por saber cómo expresarían sus sentimientos.


Zac: Tendrás que leer la versión anterior. La impreso­ra está estropeada y no puedo imprimir lo nuevo. Es solo el tóner. Sé cómo arreglarlo pero me llevará una hora -dijo dándole los papeles a Vanessa-. Pri­mero tienes que leer esto, y después esto. No, así no es. Es primero esto y luego...


Ness: Está bien. Puedo...


Zac: Será más fácil que te lo lea yo -dijo sentán­dose-. Puedo seguir mis anotaciones mejor que tú.


Vanessa recordó la sensación que había tenido cuando Zac le recitó la escena del beso y pensó que aquélla era una malísima idea.


Ness: No tienes que hacerlo. Ya lo leeré en otra oca­sión.


Zac: No me importa hacerlo -insistió estirándose en la silla y tomando los papeles-. Además, las his­torias deberían leerse en voz alta al menos una vez.


Zac empezó a leer.


Hunter bajó corriendo las escaleras esquivando las balas mientras un reloj invisible marcaba la cuen­ta atrás dentro de su cabeza. Treinta, veintinueve, veintiocho…

Vanessa cerró los ojos y se dejó transportar hasta la es­cena en la que Hunter buscaba a Brigitte desesperada­mente mientras los malos lo acosaban. Pasó por todas las emociones posibles, desde el miedo a que Laromee la hubiera matado, hasta el alivio más absoluto cuando por fin la encontró.


Ness: ¡El barco de Laromee ha explotado!


Zac: Sí, pero Laromee no estaba dentro. Saltó en el úl­timo momento. ¿Pero dónde estábamos? Ah, sí, Hunter encuentra a Brigitte, saltan del barco y nadan hasta una isla. Ahí empieza la escena de amor. ¿Preparada?


Ness: No puedo esperar -dijo sin contenerse-.


Zac: De acuerdo.



Hunter la rodeó con sus brazos. Brigitte apoyó la cabeza en el hombro de Hunter, con su cuerpo presio­nando el de él para estar aún más cerca. El abrazo de Hunter se hizo más fuerte. Él no había planeado que ocurriera algo entre ellos. Todavía había un misil suelto que tenía que recuperar, un villano y un buen número de sus matones a los que capturar. No había tiempo para nada más que planear su próximo movi­miento. Pero en ese momento lo único que quería ha­cer era abrazarla, sentirla cerca de él, asegurarse de que estaba bien. Notó los labios de la chica en su cue­llo, suaves y tibios, y algo en su interior despertó. El frío del océano dio paso a un calor apremiante. Era ella. La deseaba, más de lo que había deseado nunca a otra mujer. Bajó la cabeza y halló sus labios. Brigitte se retorcía entre sus brazos devolviéndole el beso con desesperada pasión, como si no fuera suficiente. Hunter la besó una y otra vez, profundamente, mien­tras sus cuerpos se adaptaban perfectamente al del otro, y los jadeos apasionados lo animaban a conti­nuar. De pronto, Brigitte lo apartó de sí un momento.


Brigitte: Te quiero, Hunter, y quiero hacer el amor conti­go ahora, aquí.


Hunter dudó un momento. Una voz en su interior le decía que aquél no era el momento ni el lugar. Brigitte se quitó el jersey negro y se desabrochó el sujetador dejando a la vista dos pechos turgentes. Hunter los miró y después la miró a ella. Al demonio con todo. No le importaba otra cosa en ese momento la necesitaba con urgencia. Acercó su boca y mordió uno de aquellos pezones y Brigitte le acarició el pelo mientras. Hunter rodó arrastrándola con él hasta que quedó sobre ella y fue recorriendo aquel cuerpo suave con sus labios; el otro pezón, después sus labios ardientes mientras acariciaba con la mano los senos. Brigitte se retorcía de placer bajo el cuerpo masculino, gi­miendo. Le había puesto las manos en las nalgas, ani­mándole a entrar en ella. Sus caderas se arqueaban hacia arriba mientras Hunter luchaba por recuperar el control.


Hunter: Dame un minuto, cariño.


Brigitte: No, hazlo ahora.


Hunter: Todavía no -contestó quitándole el resto de las prendas y buscando con sus labios el húmedo cen­tro del deseo femenino-.


Quería saborear y oler el cuerpo excitado de la chica, aunque los movimientos agitados lo estaban llevando a su límite. Hunter la acarició con la lengua y Brigitte gimió en voz alta. Quería oír aquel sonido una y otra vez. Abrió enton­ces las piernas de Brigitte y...



Zac dejó el manuscrito a un lado y se quitó las gafas para frotarse el arco de la nariz.


Zac: Esto no funciona, ¿verdad?


Vanessa estuvo a punto de caerse del sofá. ¿Qué no funcionaba? Ella sentía frío y calor al mismo tiempo. Le hervía la sangre y no podía dejar de imaginarse a Zac haciéndole a ella lo mismo que Hunter a Brigitte. Si funcionara un poco mejor saldría ardiendo en el sofá.


Ness: Bueno... yo no diría eso -contestó tratan­do de formar la frase-.


Zac: Hay algo que no me gusta cómo suena. La forma en que empieza es algo confusa. Tal vez no deberían es­tar en la arena. Tal vez deberían estar sentados junto a un riachuelo proveniente de las montañas, o una casca­da. Además, él todavía está completamente vestido -dijo con el ceño fruncido y de pronto se tiró al suelo-. Ayúdame a representar la escena.


Vanessa no se movió. ¿Le estaba sugiriendo que...?


Zac: ¿Qué ocurre? -preguntó mientras daba unos golpecitos en el suelo junto a él-.


El ruido de la televisión y la risa de los niños se oían en el cuarto de estar. Zac no estaba sugiriéndo­le nada raro. Solo representarían el principio de la escena.


Ness: Nada -dijo sentándose junto a él-.


Zac: No te sientes así sin más -le indicó-. Has llegado a la isla nadando. Estás exhausta, y no puedes apoyarte en el sofá, tampoco. Estamos en la arena, ¿recuerdas? Solo lo tienes a él para apoyarte.


Vanessa se acercó más a Zac y éste la rodeó con un brazo mientras miraba atentamente las hojas escritas.


Zac: Así está mejor -continuó-. Ah, y recuerda que tienes un vendaje en el brazo -añadió apuntando algo en la hoja mientras Vanessa trataba de ig­norar el calor que sentía entre las piernas ante la pro­ximidad de Zac, abrazándola-. Había olvidado lo del brazo. Hunter deberá tener cuidado. Veamos, él la está abrazando, están en el suelo y bla, bla, bla... vale, y esto también está bien. Ahora llegamos a la parte que...


Ness: ¿Qué parte es ésa? -preguntó tratando de ocultar los nervios en su voz entrecortada-.


Zac: La parte en que Hunter la besa. Es algo así.


Zac la besó. Sus labios eran suaves y los utilizó para acariciar con ellos los labios de Vanessa y a continuación introdujo la lengua en la boca de ella, con sus cuerpos muy cerca el uno del otro. Vanessa emitió un lige­ro sonido de placer mientras levantaba el brazo hasta el cuello de él y lo acercaba más a ella para poder seguir saboreándole, sintiéndole, oliéndole, pero con cuidado porque se suponía que estaba herida. Zac le mordis­queó el labio inferior, recorrió con la lengua la mejilla y finalmente hundió la cara en el cuello de Vanessa.


Zac: Creo que no es así como lo quiero -gimió al oído de ésta-.


Ness: ¿Qué? -preguntó entre jadeos-.


Zac: Probemos de nuevo -dijo y cambió de pos­tura de forma que su espalda se apoyó en el sofá y en el movimiento la arrastró con él hasta que quedó con las piernas abiertas sobre él-.


Zac la volvió a besar, apasionadamente, y Vanessa respondió rodeándole el cue­llo con los brazos, con los senos contra el torso de él, sintiendo entre sus piernas la potente erección. Vanessa lo deseaba, quería...


El sonido del timbre, seguido de las pisadas de los chicos por el pasillo, hizo que se detuvieran.


Matthew: Mi mamá ha venido.


Andrew: La nuestra también -gritó a continua­ción-. Tío Zac, ¿dónde estás?


Zac: Aquí -gritó en respuesta pasándose la mano por el pelo y respirando profundamente para calmarse antes de ponerse en pie-. No te muevas de aquí. Yo me ocupo.


Vanessa no podía hacerlo. Se apoyó en el sofá mien­tras oía a Miley dar las gracias y después a Ashley, que preguntó si Vanessa todavía estaba allí.


Vanessa se levantó. Todavía estaba allí y no debería porque cuando Miley se fuera, y Ashley se fuera, y los niños se fueran se quedaría a solas con Zac y no sa­bía lo que podía pasar. Vale, sí sabía lo que pasaría y no creía que fuera buena idea. No quiso recordar la suavidad de los labios de Zac y el deseo que desper­taba en ella. Miley y sus niños se habían ido ya. Ashley seguía allí, dando las gracias a Zac y preguntando a Matthew, mientras miraba por encima de los hombros de ambos con curiosidad.


Ash: Ah, aquí estás -dijo al ver a Vanessa-. Quería darte las gracias por haberte hecho cargo de Matthew esta noche.


Ness: De nada. Ha sido divertido, de verdad -miró a su alrededor buscando su abrigo-. Debería irme yo también. Tengo que...


Zac: No, no deberías. No puedes irte ahora -dijo rodeándola con un brazo y acariciándola ligera­mente-. Te necesito para mi pequeña labor de investigación literaria.


Vanessa notó que su cuerpo reaccionaba al contacto. Se apoyó contra él y miró a Ashley sonriente.


Ness: Eso es lo que estábamos haciendo. Le estoy ayudando con su labor de investigación.


Ash: Claro. Investigación. Pasadlo bien -dijo to­mando a Matthew de la mano-. Vamos, Matthew. Tú eres demasiado joven para ese tipo de investigación -salió y cerró la puerta-.


Ness: Es tarde. Debería...


Zac: No es tarde, y además, ¿qué pasa con mi libro? -dijo poniéndole los brazos por encima de los hombros-. ¿Quieres ser la responsable de otra escena mal escrita?


Vanessa lo miró a los ojos llenos de pasión. No era su hombre ideal, pero en aquel momento no importaba.


Ness: No.


Zac: Bien -dijo acercándola más a sí y besándola-.


Eran besos impacientes y apasionados que la deja­ron sin aliento, pero con una exquisita sensación de placer. Apenas se dio cuenta de que estaban movién­dose hasta que notó que estaba contra la pared y al abrir los ojos vio que se encontraban en el dormitorio de Zac. La visión de la cama le recordó lo que estaban a punto de hacer.


Ness: Pensé que se suponía que estábamos en una pla­ya.


Zac: Esto es la playa. ¿Es que no tienes imaginación? -dijo mirándola con su sonrisa más sexy. La em­pujó aún más contra la pared y le abrió los tembloro­sos muslos con una pierna, mientras le desabrochaba la blusa-. Vayamos directamente a la parte en que la chica está sin ropa.


Ness: Podrías utilizar tu imaginación.


Zac: A la mierda con eso -dijo mientras le aca­riciaba el pezón bajo el sujetador-.


Ness: Tienes razón -accedió temblando de pla­cer-. A la mierda.


Zac se puso entonces de rodillas para quitarle los pantalones. Tenía los ojos tan oscuros que parecían negros y Vanessa pronunció su nombre entre jadeos.


Ness: Zac.


Zac: ¿Qué? -contestó introduciendo un dedo bajo sus braguitas-.


Ness: Nada -dijo apoyándose con fuerza en la pa­red para no caer, al tiempo que abría más las piernas-.


Zac acercó la boca a su sexo cubierto por las braguitas y Vanessa se excitó aún más al notar el cálido aliento contra la piel sensible. Él subió entonces trazando su camino con la lengua hasta llegar al sujeta­dor; lo desabrochó y lamió con placer los dos pechos. Después buscó ansioso su boca y en un rápido movimiento la llevó en volandas a la cama.


Ness: Espera un minuto -objetó al darse cuenta que ella era la única que estaba en ropa interior-. ¿Qué pasa contigo? ¿No deberías...?


Zac: Se supone que yo sigo vestido, con la ropa mo­jada -dijo acariciándole el cuello-. Imaginemos que estamos mojados.


Pero Vanessa no podía imaginarse nada si Zac se­guía besándola así. Entonces se detuvo y lo empujó hacia atrás.


Ness: Ya sé cómo Hunter quedará desnudo.


Zac: ¿Qué?


Ness: En el libro. Sé cómo se desnudará -dijo quitándole la camisa-. Así.


Zac: ¿Quieres decir que ella lo desnudará?


Ness: Exactamente -confirmó-.


Por fin estaba desnudo como ella, y sus manos lo acariciaban mien­tras él gemía sin dejar de acariciarla hasta que terminó estirándose para abrir el cajón de la mesilla.


Zac: El hombre ideal toma medidas anticonceptivas -sugirió mientras se colocaba al lado de Vanessa-. ¿Crees que deberíamos incluirlo en el artículo?


Ness: Dejémoslo en que el hombre ideal es responsa­ble -dijo y a continuación sintió que Zac la penetraba y durante el resto de la noche no pensó en ningún otro hombre que no fuera él-.




El hombre de verdad tiene que ser escritor.
¡Por Dios! ¡Quién no querría interpretar una escena así con Zac Efron!
Yo me sé de una que sí XD XD.

Bueno, vamos a ver. Que tengo cosas que responder, comentar y no sé que más... XD

En primera decirle a los "anónimos" que, si quieren, pueden ponerme algún nombre para que les agradezca por decirme que era buena escritora, refiriéndose a la que escribo, no a estas. Me quedé impresionada de saber que pensáis que escribo bien XD. Yo no lo pienso, pero se agradecen los halagos XD.

Otra cosa, Lau, gracias por comentarme hasta 3 veces en el capi anterior XD.
Lamento que la nove no sea más larga... Las quejas a la autora XD.
Pero tengo más, ¡no te preocupes! Y sí, me acuerdo de tu petición ;)

Lo siguiente, Lu, pasará de todo solo en dos capis porque ya has visto que el 9 ha sido largo. ¡Pues el 10 es una rayada de largo! XD XD
Y, contestando a tu pregunta, nunca digo los nombres de las próximas noves que pondré.
Eso es surprise ;P

Y por último y no menos importante...
¡¡HOY HACE 4 AÑOS QUE SE ESTRENÓ HSM3!!

¡Compartid vuestros recuerdos en los coments! ;)
¡Bye!
¡Kisses!

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