topbella

domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 19 - El baile de la compasión


Vanessa sonrió débilmente al doctor Efron, mientras él le abría la puerta trasera del coche alquilado y le hacia un gesto galante con la mano.

Dr. Efron: Después de ti, querida -le dijo su suegro-.

Por fortuna, parecía haber superado la ira de la víspera contra Hertz y casi no hubo rabietas durante el trayecto.

Vanessa se sintió orgullosa de sus modales por no hacer ningún comentario respecto al nuevo sombrero de Elizabeth, que esta vez consistía en un mínimo de medio kilo de tafetán pinzado y un ramillete de peonías artificiales, todo ello combinado con un espléndido vestido de fiesta de YSL, un elegantísimo bolso Chanel y unos Manolos preciosos, con adornos de cuentas. Esa mujer era una lunática.

Elizabeth: ¿Has sabido algo de Zac? -preguntó mientras giraban para entrar en el camino privado-.

Ness: Hoy no. Me dejó varios mensajes por la noche, pero volví demasiado tarde para devolverle la llamada. ¡Dios! ¡Esos estudiantes de medicina saben ir de fiesta y les importa muy poco si estás casada o no!

A través del espejo retrovisor por el que Elizabeth la miraba, Vanessa vio que su suegra arqueaba bruscamente las cejas, y sintió una pequeña nota de júbilo ante su pequeña victoria. Prosiguieron en silencio el resto del camino. Cuando llegaron a la impresionante valla con portón gótico que rodeaba la casa de Gisele, Vanessa vio que su suegra asentía casi imperceptiblemente en señal de aprobación, como diciendo: «Si no tienes más remedio que vivir fuera de Manhattan, ésta es exactamente la manera de hacerlo». El sendero entre el portón y la casa serpenteaba entre viejos cerezos y altísimos robles, y era lo suficientemente largo para decir que aquello era una «finca», y no una simple casa. Aunque era febrero y hacía frío, la sensación era de exuberante verdor y, en cierto modo, de salud. Un sirviente vestido de esmoquin se hizo cargo de su coche y una joven encantadora los acompañó al interior. Vanessa notó que la chica miraba con el rabillo del ojo el sombrero de su suegra y que por educación evitaba quedarse mirando.

Rezaba para que los Efron la dejaran en paz, y sus suegros no la defraudaron, porque se apartaron de ella en el instante en que localizaron a los camareros con corbata de pajarita que servían las copas. Vanessa se sintió transportada a su época de soltería. Era curioso lo rápido que había olvidado cómo era asistir sola a una boda o a cualquier otra fiesta en la que todos los demás estuvieran en pareja. Se preguntó si así sería su vida a partir de entonces.

Sintió que su teléfono vibraba dentro del bolso y, tras recoger, para darse fuerzas, una copa de champán de una bandeja que pasó a su lado, se metió en un aseo cercano.

Era Ashley.

Ash: ¿Cómo va todo?

La voz de su amiga fue como una manta tibia y acogedora, en aquella mansión fría y de aspecto intimidante.

Ness: Si quieres que te diga la verdad, me está costando bastante.

Ash: ¿Qué te había dicho? Todavía no puedo entender para qué te sometes a esa...

Ness: No sé en qué estaría pensando. ¡Dios! Hacía por lo menos seis o siete años que no iba sola a una boda. ¡Es horrible!

Ashley resopló.

Ash: Gracias, amiga mía. Tienes razón, es horrible. No hacía falta que fueras hasta allí para descubrirlo, porque yo misma habría podido decírtelo.

Ness: Ashley, ¿qué estoy haciendo? No me refiero solamente a este momento, sino en general.

Vanessa se daba cuenta de que estaba hablando en tono agudo y con cierto pánico en la voz, y sintió que el teléfono se le empezaba a deslizar de la mano sudorosa.

Ash: ¿Qué quieres decir, corazón? ¿Qué te pasa?

Ness: ¿Que qué me pasa? ¡Querrás decir qué no me pasa! Estamos en esa extraña tierra de nadie donde ninguno de los dos sabe qué hacer a continuación, incapaces de olvidar o perdonar, y sin saber si podremos salir adelante o no. Yo lo quiero, pero no confío en él y siento que nos hemos distanciado. Y no es solo por lo de la chica, aunque eso no me deja dormir, sino por todo lo demás.

Ash: ¡Calma, tranquilízate! Mañana estarás en casa. Estaré en tu portal, soy incapaz de ir a buscar a nadie al aeropuerto, y hablaremos de todo. Si hay alguna manera de que Zac y tú superéis este problema y arregléis lo vuestro, te aseguro que la encontrarás. Y si decides que no es posible, yo estaré contigo para acompañarte, y también mucha gente más.

Ness: Dios mío, Ashley... -gimió por la tristeza y el temor de oír que alguien considerara la posibilidad de que Zac y ella no lograran salir adelante-.

Ash: Pero ve poco a poco, Vanessa. Esta noche, lo único que tienes que hacer es apretar los dientes y sonreír durante toda la ceremonia, los cócteles y los aperitivos. En cuanto recojan los platos de la cena, llama a un taxi y vete al hotel. ¿Me oyes? -Vanessa asintió-. ¿Sí o no, Vanessa?

Ness: Sí.

Ash: Escucha, sal ahora mismo del baño y sigue mis instrucciones, ¿de acuerdo? Nos veremos mañana. Todo saldrá bien. Ya lo verás.

Ness: Gracias, Ash. Solo una cosa: ¿cómo estás tú? ¿Sigue todo bien con Andrew?

Ash: Sí, de hecho estoy con él en este momento.

Ness: ¿Estás con él en este momento? Entonces ¿por qué me llamas?

Ash: Estamos en el entreacto y ha ido al lavabo.

Algo en el tono de Ashley le sonó sospechoso a Vanessa.

Ness: ¿Qué obra estáis viendo?

Hubo una pausa.


Ash: El rey León.

Ness: ¿Has ido a ver El rey León? ¿En serio? ¡Ah, sí, ya lo entiendo! Estás practicando tu nueva función de madrastra.

Ash: Sí, bueno. El niño está aquí con nosotros. ¿Qué tiene de malo? Es una monada.

A su pesar, Vanessa tuvo que sonreír.

Ness: Te quiero, Ashley. Gracias.

Ash: Yo también te quiero, y si alguna vez le cuentas esto a alguien...

Vanessa seguía sonriendo cuando salió del lavabo y se topó directamente con Ivan... y su novia la bloguera.

Ivan: ¡Oh, hola! -dijo con el entusiasmo sexualmente neutro del que ha pasado toda la noche anterior flirteando con alguien con propósitos puramente egoístas-. Vanessa, te presento a Susan. Creo que ya te he dicho antes cuánto le gustaría...

Susan: Entrevistarte -completó la frase mientras le tendía la mano-.

La chica era joven, sonriente y razonablemente guapa, y Vanessa pensó que ya no podría soportar mucho más la situación, de modo que recurrió a una olvidada reserva de aplomo y confianza en sí misma, miró a Susan directamente a los ojos y le dijo:

Ness: Me alegro muchísimo de conocerte. Espero que me disculpes, pero tengo que ir ahora mismo a contarle una cosa a mi suegra.

Susan asintió.

Agarrada a su copa alta de champán como si fuera un salvavidas, Vanessa casi se sintió aliviada cuando encontró a los Efron en la carpa instalada para la ceremonia, con un asiento reservado para ella.

Ness: ¿No os encantan las bodas? -preguntó en el tono más risueño que consiguió fingir-.

Era una tontería, pero ¿qué otra cosa habría podido decir?

Su suegra se miró en el espejo de la polvera y se corrigió una mancha casi invisible en la barbilla.

Elizabeth: Me parece simplemente asombroso que más de la mitad de los matrimonios acaben fracasando, y sin embargo, ninguna pareja va hacia el altar pensando que les va a pasar a ellos.

Ness: Hum -murmuró-. ¿A que es fantástico estar hablando de los índices de divorcio en una boda?

Era probablemente lo menos amable que le había dicho a su suegra desde que la conocía, pero ella ni se inmutó. El doctor Efron levantó la vista de su BlackBerry, donde estaba siguiendo la cotización de unas acciones, pero cuando vio que su mujer no reaccionaba, volvió a concentrarse en la pantalla.

Por fortuna, empezó la música y todo el recinto guardó silencio. Alex y sus padres fueron los primeros en entrar en la carpa, y Vanessa sonrió cuando vio que su amigo parecía auténticamente feliz y nada nervioso. Uno a uno, los padrinos, las damas de honor y las niñas del cortejo entraron detrás del novio, y después le llegó el turno a Gisele, rodeada por sus padres, resplandeciente como suelen estarlo las novias. La ceremonia fue una perfecta combinación de las tradiciones judía y cristiana, y pese a la tristeza que sentía Vanessa, fue un placer ver a Gisele y a Alex mirándose de aquella manera tan especial.

Solo cuando el rabino empezó a explicar por qué un toldo cubre a los novios durante la ceremonia judía, diciendo que simboliza el nuevo hogar que construirá la pareja, que los protegerá del mundo exterior, pero a la vez estará abierto a los cuatro vientos para recibir a la familia y a los amigos, Vanessa empezó a derramar lágrimas. Había sido la parte que más le había gustado de su propia boda y era el momento en que Zac y ella solían cogerse de la mano en todas las bodas a las que habían asistido desde entonces. En ese instante, se miraban de la misma manera en que lo estaban haciendo Alex y Gisele. Pero en aquella boda, además de estar sola, era imposible no reconocer lo evidente: que su apartamento hacía mucho tiempo que no parecía un hogar, y que Zac y ella estaban a punto de convertirse en un número más de las estadísticas de su suegra.

Durante la fiesta, una de las amigas de Gisele se inclinó hacia su marido y le susurró algo al oído, que hizo que la mirase de una manera que parecía decir: «¿En serio?» La chica asintió con la cabeza y Vanessa se preguntó de qué estaría hablando, hasta que el hombre se materializó a su lado, le tendió la mano y le preguntó si quería bailar. Era el baile de la compasión. Lo sabía bien, porque muchas veces, en las bodas a las que habían asistido, le había pedido a Zac que invitara a bailar a las mujeres solas, pensando que estaba haciendo una buena obra. Ahora que sabía cómo se sentía la beneficiaria de ese tipo de caridad, se prometió no volver a hacerlo nunca. Agradeció profusamente la invitación, pero la rechazó, aduciendo que necesitaba ir a buscar una aspirina para el dolor de cabeza. Esta vez, cuando se dirigió hacia sus lavabos preferidos, en el pasillo, no sabía con certeza si iba a poder reunir fuerzas para salir de nuevo.

Miró la hora. Eran las diez menos cuarto. Se prometió que si los Efron aún no se habían marchado a las once, pediría un taxi. Se adentró por el pasillo, que por ser bastante ventoso estaba desierto. Miró rápidamente el teléfono móvil y vio que no tenía llamadas perdidas ni mensajes de texto, aunque para entonces Zac ya habría tenido tiempo de llegar a casa. Se preguntó qué estaría haciendo, si ya habría ido a buscar a Cookie a casa del chico que lo sacaba a pasear y si estaría arrellanado con el perro en el sofá. O quizá hubiera ido directamente al estudio. Vanessa no quería volver todavía a la fiesta, de modo que se quedó un rato más en el pasillo, yendo y viniendo. Primero miró el Facebook en el teléfono y después buscó el número de una compañía local de taxis, por si acaso. Cuando se le acabaron las excusas y las distracciones, guardó el móvil en el bolso, se abrazó el torso con los brazos desnudos y se encaminó en dirección a la música.

En ese momento, sintió que una mano se apoyaba sobre su hombro, y antes de volverse o de que él dijera una sola palabra, supo que era Zac.

Zac: ¿Ness?

Su tono era interrogante e incierto. No estaba seguro de la reacción de ella.

Vanessa no se volvió en seguida (casi tenía miedo de equivocarse y que no fuera él), pero cuando lo hizo, el aluvión de emociones se precipitó sobre ella como un camión por la autopista. Allí estaba Zac, delante de ella, con su único traje formal, y una sonrisa tímida y nerviosa que parecía decirle: «Por favor, abrázame». Y pese a todo lo que había pasado y a la distancia que los había separado durante las últimas semanas, Vanessa no habría querido hacer ninguna otra cosa. No podía negarlo: por reflejo y por instinto, entraba en éxtasis cada vez que lo veía.

Tras caer rendida en sus brazos, no pudo hablar durante casi treinta segundos. Su tacto era tibio, su olor era perfecto y la abrazaba con tanta fuerza, que ella se puso a llorar.

Zac: Espero que sean lágrimas de felicidad.

Vanessa se las secó con las manos, sin importarle que se le corriera el rímel.

Ness: De felicidad, de alivio y de un millón de cosas más.

Cuando finalmente se separaron, notó que Zac llevaba puestas las Converse con el traje. Él siguió su mirada hasta las zapatillas.

Zac: Se me olvidó guardar zapatos formales en la maleta -dijo, encogiéndose de hombros. Después se señaló la cabeza, que tampoco llevaba la kipá propia de las ceremonias judías-. Y además, tengo el pelo hecho un desastre.

Vanessa se le acercó y volvió a besarlo. ¡Era tan agradable y tan normal! Habría querido enfadarse, pero estaba tremendamente contenta de verlo.

Ness: A nadie le importará. Todos se alegrarán de verte y nada más.

Zac: Ven, vamos a buscar a Alex y Gisele. Después, tú y yo hablaremos.

Había algo tranquilizador en la forma en que lo dijo. Había ido allí, había tomado el mando y ella se alegró de poder ir tras él. La condujo por el pasillo, donde varios invitados a la boda se quedaron boquiabiertos (entre ellos Ivan y su novia, como observó Vanessa complacida) y, después, directamente a la carpa. La orquesta estaba haciendo una pausa, mientras los invitados tomaban el postre, por lo que era imposible que pasaran inadvertidos. Cuando entraron, el cambio en el recinto fue palpable. Todos se volvieron para mirarlos y se pusieron a cuchichear, y una niña de diez u once años incluso señaló a Zac con el dedo y le gritó su nombre a su madre. Vanessa oyó a su suegra, antes de verla.

Elizabeth: ¡Zac! -exclamó que pareció salir de pronto de la nada-. ¿Cómo vienes vestido así?

Vanessa meneó la cabeza. Esa mujer nunca dejaría de sorprenderla.

Zac: Hola, mamá. ¿Dónde están...?

El doctor Efron apareció solo un segundo después que su esposa.

Dr. Efron: Zac, ¿dónde demonios estabas? ¡Te has perdido la cena previa a la boda de tu primo, has dejado sola a la pobre Vanessa durante todo el fin de semana y ahora te presentas así! ¿Qué diablos te pasa?

Vanessa se preparó para una discusión, pero Zac simplemente contestó:

Zac: Me alegro mucho de verte, papá. Y a ti también, mamá. Pero ahora tendréis que disculparme.

Y a continuación, se fue directamente hacia Alex y Gisele, que estaban haciendo la ronda por todas las mesas. Vanessa sintió que cientos de ojos se clavaban en ellos, mientras se acercaban a la feliz pareja.

Zac: Alex -dijo en voz baja, mientras apoyaba la mano en la espalda de su primo-.

La expresión de Alex, cuando se volvió, fue primero de asombro y después de alegría. Los dos primos se abrazaron. Vanessa vio que Gisele le sonreía y supo que no era preciso preocuparse. Era evidente que no estaba enfadada por la repentina aparición de Zac.

Zac: ¡Ante todo, mi enhorabuena a los dos! -dijo dándole otra palmada en la espalda a Alex, antes de inclinarse para besar a Gisele en la mejilla-.

Alex: Gracias, primo -dijo claramente feliz de verlo-.

Zac: Gisele, estás preciosa. No sé qué habrá hecho este tipo para merecerte, pero ha tenido mucha suerte.

Gisele: Gracias, Zac -dijo con una sonrisa. Después, alargó el brazo y cogió a Vanessa de la mano-. Este fin de semana, por fin he podido compartir algún tiempo con Vanessa, y yo también diría que tú has tenido mucha suerte.

Vanessa le apretó la mano a Gisele, mientras Zac le sonreía.

Zac: Yo también lo diría. Escuchad los dos. Siento mucho haberme perdido la boda.

Alex hizo un gesto para quitar importancia a su comentario.

Alex: No te preocupes. Nos alegramos de que hayas venido.

Zac: No, no, tenía que haber estado aquí todo el fin de semana. Lo siento mucho.

Por un momento, pareció como si Zac fuera a llorar. Gisele se puso de puntillas para darle un abrazo y dijo:

Gisele: No ha sido nada que no pueda solucionar un par de entradas de primera fila para tu próximo concierto en Los Ángeles, ¿no es así, Alex?

Todos se echaron a reír, y Vanessa vio que Zac le daba a Alex una hoja de papel doblada.

Zac: Es mi discurso para el brindis. Lamento no haber estado aquí anoche para leerlo.

Alex: Podrías leerlo ahora.

Zac pareció estupefacto.

Zac: ¿Quieres que lea el discurso ahora?

Alex: Es lo que has preparado para el brindis, ¿no? -Zac asintió-. Entonces creo que hablo por los dos cuando te digo que nos encantaría oírlo. Si no te importa, claro...

Zac: ¡Claro que no me importa! -exclamó-.

Casi de inmediato, alguien apareció a su lado con un micrófono. Tras algún entrechocar de vasos y un par de siseos para que los presentes guardaran silencio, el recinto se aquietó. Zac carraspeó, cogió el micrófono y pareció relajarse al instante. Vanessa se preguntó si toda la carpa estaría pensando lo muy natural que resultaba su marido con un micrófono en la mano: totalmente a sus anchas y absolutamente adorable. Sintió que la invadía el orgullo.

Zac: Hola a todos -dijo con la sonrisa que le formaba hoyuelos en las mejillas-. Soy Zac, primo hermano de Alex. Nacimos con solo seis meses de diferencia, por lo que me creeréis si os digo que lo nuestro viene de lejos. Siento interrumpir vuestra diversión, pero quería desear a mi primo y a su preciosa novia, que acaba de convertirse en su esposa, toda la felicidad del mundo.

Hizo una pausa por un momento y desplegó el papel, pero después de repasar con la vista unas palabras, se encogió de hombros y volvió a metérselo en el bolsillo. Levantó la vista y guardó silencio durante un segundo.

Zac: Veréis. Hace mucho que conozco a Alex y puedo deciros que nunca en toda mi vida lo había visto tan feliz como ahora. Gisele: eres una incorporación muy bienvenida a nuestra familia de locos, un soplo de aire fresco. -Todos rieron, excepto la madre de Zac. Vanessa sonrió-. Lo que quizá no todos sepáis es lo mucho que le debo a Alex. -Tosió y la carpa se volvió aún más silenciosa-. Hace nueve años, me presentó a Vanessa, mi mujer, el amor de mi vida. ¡No quiero ni imaginar lo que habría pasado si su cita a ciegas de aquella noche hubiera salido bien! -Hubo más risas-. Pero siempre me alegraré de que no haya funcionado. Si alguien me hubiera dicho el día de mi boda que hoy estaría aún más enamorado de mi mujer que entonces, me habría parecido imposible. Pero esta noche, mirándola, os puedo asegurar que así ha sido. -Vanessa sintió que todas las miradas se volvían hacia ella, pero no pudo dejar de mirar a Zac-. Os deseo, Alex y Gisele, que el amor siga creciendo entre vosotros día a día, y que por muchos obstáculos que la vida ponga en vuestro camino, logréis superarlos. Esta noche es solo el principio de vuestra vida juntos, y creo que hablo por todos cuando digo que es un honor para mí poder compartirla con vosotros. ¡Levantemos nuestras copas y brindemos por Alex y Gisele!

Todos los presentes prorrumpieron en una sonora ovación, mientras entrechocaban las copas. Incluso se oyeron gritos de «¡Otra, otra!».

Zac se sonrojó y se inclinó hacia el micrófono.

Zac: Ahora, si os parece, cantaré una versión especial de Wind beneath my wings, en honor de la feliz pareja. No os importa, ¿verdad? -Se volvió hacia Alex y Gisele, que parecieron horrorizados. Se produjo un silencio incómodo durante una fracción de segundo, hasta que Zac quebró la tensión-: ¡Era broma! Aunque si de verdad os apetece, yo...

Alex se le echó encima, fingiendo que iba a derribarlo, y Gisele se le acercó en seguida, para darle un lloroso beso en la mejilla. Una vez más, toda la carpa rió y aplaudió. Zac le susurró algo a su primo al oído y los dos se abrazaron. La orquesta empezó a tocar una música suave y Zac se dirigió hacia Vanessa. Sin decir palabra, la cogió de la mano y la condujo a través de la multitud, otra vez hacia el pasillo.

Ness: Ha sido un discurso precioso -le dijo con la voz quebrada por la emoción-.

Él le cogió la cara entre las manos y la miró directamente a los ojos.

Zac: Cada palabra me ha salido del corazón.

Ella se acercó para besarlo. Solo duró un instante, pero Vanessa se preguntó si podría considerarlo el mejor beso de toda su relación. Estaba a punto de rodearlo con sus brazos, pero él se la llevó hacia la salida, diciendo:

Zac: ¿No tienes abrigo?

Mirando con el rabillo del ojo al pequeño grupo de fumadores que los miraba a su vez desde el otro extremo del sendero, Vanessa respondió:

Ness: Está en el guardarropa.

Zac se quitó la chaqueta y se la puso a Vanessa.

Zac: ¿Vienes conmigo?

Ness: ¿Adónde vamos? Me parece que el hotel está un poco lejos para ir andando -le susurró, mientras pasaban al lado de los fumadores y doblaban la esquina de la casa-.

Zac le apoyó la mano en la base de la espalda y la empujó suavemente en dirección al jardín.

Zac: Tenemos que volver a la fiesta, pero creo que nadie nos echará de menos si desaparecemos un ratito. -La llevó por el jardín, siguiendo un sendero que acababa en un estanque, y le indicó que se sentara en un banco de piedra que miraba a la orilla-. ¿Estás bien?

La piedra del banco le pareció a Vanessa un bloque de hielo a través de la fina tela de la falda, y los dedos de los pies se le estaban entumeciendo.

Ness: Tengo un poco de frío. -Él la rodeó con sus brazos y la apretó con fuerza-. ¿Por qué has venido, Zac?

Zac la cogió de la mano.

Zac: Antes de irme, ya sabía que estaba equivocado. Intenté racionalizar que era mejor apartarse de todos, pero no era cierto. Tuve mucho tiempo para pensar y no he querido esperar ni un minuto más para hablar contigo.

Ness: Muy bien...

Le apretó la mano.

Zac: En el viaje de ida, me senté al lado de Tommy Bailey, el cantante, el chico que ganó «American Idol» hace un par de años. ¿Lo recuerdas? -Vanessa asintió, sin mencionarle su relación con Amber, ni decirle que ya sabía todo lo que había que saber sobre Tommy-. Verás -prosiguió-. Éramos los únicos que viajábamos en primera clase. Yo iba a trabajar, pero él estaba de vacaciones. Tenía un par de semanas libres entre giras y había alquilado una mansión carísima en algún sitio. Me fijé en una cosa: iba solo.

Ness: ¡Por favor! El hecho de que estuviera solo en el avión no significa que no fuera a encontrarse con alguien cuando llegara.

Zac levantó una mano.

Zac: Claro que no, tienes razón. De hecho, no paró de hablar acerca de todas las chicas que iba a ver, de las que lo iban a visitar... También esperaba recibir a su agente y a su representante, y a varios supuestos amigos, a los que había pagado el billete. Me pareció un poco patético, pero pensé que quizá me equivocara y que tal vez a él le gustaba todo ese tinglado. A muchos tipos les habría gustado. Pero entonces se puso a beber, siguió bebiendo, y cuando estábamos en medio del Atlántico, se le empezaron a caer las lágrimas, literalmente, se puso a llorar, y me contó lo mucho que echa de menos a su ex, a su familia y a los amigos del barrio. Me dijo que nadie de los que lo rodean lo conoce desde hace más de dos años y que todos están con él por algún tipo de interés. Está destrozado, Vanessa. Es un auténtico desastre. Oyéndolo, lo único que podía pensar era: «Yo no quiero ser como este tipo».

Vanessa finalmente soltó el aire. No se había dado cuenta, pero había estado conteniendo el aliento, y no era la primera vez que lo hacía desde que había empezado la conversación.

«No quiere ser como ese tipo».

Eran unas pocas palabras sencillas, pero hacía muchísimo tiempo que estaba esperando oírlas.

Se volvió para mirarlo a los ojos.

Ness: Yo tampoco quiero que seas como ese tipo, pero no quiero ser la mujer que te controla y que constantemente refunfuña, te amenaza y te pregunta cuándo volverás a casa.

Zac la miró y arqueó las cejas.

Zac: ¿Cómo que no? ¡Si te encanta!

Vanessa fingió reflexionar al respecto.

Ness: Hum, sí. Tienes razón. Me encanta.

Los dos rieron.

Zac: Mira, Ness. No hago más que darle vueltas en la cabeza. Sé que te llevará un tiempo volver a confiar en mí, pero haré todo lo que sea preciso. Esta extraña tierra de nadie donde estamos... es un infierno. Si solo vas a prestarme atención a una cosa de lo que diga esta noche, por favor, presta atención a esto: no voy a renunciar a lo nuestro. Ni ahora, ni nunca.

Ness: Zac...

Él se acercó un poco más.

Zac: No, escúchame. Te mataste trabajando en dos empleos durante muchísimo tiempo. Yo no... no me daba cuenta de que era muy duro para ti...

Ella lo cogió de la mano.

Ness: No, no digas eso. Lo hice porque quise, por ti y por nosotros. Pero no debí insistir tanto en conservar los dos trabajos cuando tu carrera empezó a despegar. No sé por qué lo hice. Empecé a sentir que yo ya no contaba, que todo se descontrolaba e intenté mantener cierta normalidad. Pero he pensado mucho al respecto y creo que al menos debí dejar el empleo en Huntley cuando salió tu álbum. Probablemente, también debí pedir una reducción de horario en el hospital. Quizá de ese modo habríamos tenido cierta flexibilidad para vernos. Pero incluso si ahora vuelvo a trabajar media jornada, o si algún día tengo suerte y abro mi propia consulta, no sé si conseguiremos que funcione...

Zac: ¡Tiene que funcionar! -dijo con una urgencia que Vanessa no le notaba desde hacía mucho tiempo-.

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un fajo de papeles doblados.

Ness: ¿Son los...?

Vanessa estuvo a punto de decir «los papeles del divorcio», pero logró contenerse. Se preguntó si parecería tan irracional como se estaba sintiendo.

Zac: Es nuestra estrategia, Ness.

Ness: ¿Nuestra estrategia?

Vanessa veía su aliento en al aire y estaba empezando a temblar incontrolablemente.

Zac asintió.

Zac: No es más que el principio -dijo, pasándose la mano por el pelo-. Vamos a deshacernos de una vez para siempre de las influencias venenosas. ¿El primero de todos? Leo.

Solo el sonido de su nombre hizo que Vanessa se estremeciera.

Ness: ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

Zac: Mucho. Ha sido tóxico para nosotros de todas las maneras imaginables. Probablemente tú ya te diste cuenta desde el principio, pero yo he sido demasiado tonto para verlo. Filtró un montón de información a la prensa y, aquella noche, metió al fotógrafo de Last Night en el Chateau. Además, puso a aquella chica en mi mesa, con la ridícula idea de que siempre es bueno que la prensa hable, aunque sea por un escándalo. Él lo preparó todo. Yo tuve la culpa, no digo que no, pero Leo...

Ness: ¡Qué asco! -dijo meneando la cabeza-.

Zac: Lo he despedido.

Vanessa dio un respingo y vio que Zac estaba sonriendo.

Ness: ¿De verdad?

Zac: ¡Claro! -Le dio a Vanessa una de las hojas dobladas-. Mira, aquí tienes el segundo paso.

La hoja parecía impresa de una página web. Se veía la cara de un señor mayor de aspecto amable, llamado Howard Liu, su información de contacto y un resumen de los pisos que había vendido en los últimos años.

Ness: ¿Conozco a Howard?

Zac: Pronto lo conocerás -respondió sonriendo-. Howard es nuestro nuevo agente inmobiliario. Y si te parece bien, tenemos una cita con él, el lunes a primera hora de la mañana.

Ness: ¿Vamos a comprar un piso?

Zac le dio varios papeles más.

Zac: Éstos son los que vamos a ver. Y si tú quieres ver alguno más, también lo veremos, claro.

Vanessa lo miró un momento, desplegó las hojas y se quedó boquiabierta. Eran más páginas impresas, pero esta vez de preciosos edificios antiguos de Brooklyn, quizá unos seis o siete, y en cada página había fotos, planos y listas de las características y las comodidades de cada vivienda. Sus ojos se congelaron en la última hoja, donde se veía un edificio de cuatro pisos con la escalera exterior tradicional y un pequeño jardincito vallado, delante del cual Zac y ella habían pasado cientos de veces.

Zac: Es tu preferido, ¿verdad? -preguntó señalándolo. Ella asintió-. Ya me lo parecía. Será el último que veamos, y si te gusta, haremos una oferta de compra allí mismo.

Ness: ¡Dios mío!

Eran demasiadas cosas que asimilar. Se habían acabado los elegantes lofts de Tribeca y los apartamentos ultramodernos en un rascacielos. Ahora Zac quería un hogar (un hogar de verdad), y lo quería tanto como ella.

Zac: Mira -dijo, mientras le pasaba otra hoja-.

Ness: ¿Hay más?

Zac: Ábrela.

Era otra página impresa. En ésta se veía la cara sonriente de un hombre llamado Richard Goldberg, que aparentaba unos cuarenta y cinco años, y trabajaba para la firma Original Artist Management.

Ness: ¿Y ese simpático caballero? -preguntó con una sonrisa-.

Zac: Mi nuevo representante. Hice un par de llamadas y encontré a una persona que entiende cuáles son mis aspiraciones.

Ness: ¿Me permites que te pregunte cuáles son?

Zac: Lograr el éxito en mi carrera, sin perder lo que más me importa en la vida: tú -respondió él en voz baja. Después, señalando la foto de Richard, añadió- : Hablé con él y lo entendió a la primera. No necesito maximizar mi potencial económico. Te necesito a ti.

Ness: Pero aun así podremos comprar esa casa en Brooklyn, ¿no? -dijo con una sonrisa-.

Zac: ¡Claro que sí! Aparentemente, si estoy dispuesto a renunciar a algunas ganancias, puedo salir de gira solamente una vez al año, e incluso por un período limitado: entre seis y ocho semanas, como máximo.

Ness: ¿Y tú qué piensas al respecto?

Zac: Me parece muy bien. Tú no eres la única que detesta las giras. Ésa no es vida para mí. Pero creo que los dos podremos soportarlo unas seis u ocho semanas al año, si de ese modo podemos tener más libertad en otros sentidos. ¿No te parece?

Vanessa asintió.

Ness: Sí, creo que es una buena solución, mientras tú no sientas que te estás engañando a ti mismo...

Zac: No es perfecto, nada puede serlo, pero creo que es una buena idea, para empezar. Has de saber, además, que no espero que lo dejes todo para venirte conmigo. Ya sé que para entonces tendrás otro trabajo que te encantará y tal vez un bebé... -La miró, arqueando las cejas, y ella se echó a reír-. Puedo instalar un estudio de grabación en el sótano, para estar en casa con la familia. He mirado y he comprobado que todas las casas que vamos a ver tienen sótano.

Ness: Zac... Dios mío, esto es... -Señaló las páginas impresas, maravillada ante el esfuerzo y el interés que él había puesto-. Ni siquiera sé qué decir.

Zac: Di «sí», Vanessa. Vamos a solucionarlo; sé que podemos. O espera... No digas nada todavía.

Abrió la chaqueta con la que ella se envolvía los hombros y buscó algo en el bolsillo interior. Sobre la palma de su mano abierta, había un pequeño estuche de joyería.

Vanessa se llevó la mano a la boca. Estaba a punto de preguntarle a Zac qué había dentro, pero antes de que pudiera decir una palabra, él se arrodilló delante del banco de piedra, con la otra mano apoyada sobre su rodilla.

Zac: Vanessa, ¿querrás hacerme el hombre más feliz del mundo y casarte otra vez conmigo?

Zac abrió el estuche. Dentro no había un costoso anillo nuevo de compromiso con un diamante enorme, ni un par de pendientes de brillantes, como ella sospechaba. Inserta entre dos pliegues de terciopelo, estaba la sencilla alianza de bodas de Vanessa, la que aquella estilista le había arrancado del dedo la noche de los Grammy, el mismo anillo de oro que había llevado puesto día tras día, durante seis años, y que empezaba a pensar que ya no volvería a ver.

Zac: Lo llevé colgado de una cadena desde que me lo devolvieron.

Ness: No fue mi intención dejármelo -se apresuró a decir-. Se perdió en la confusión. Te juro que no fue una especie de símbolo...

Él le acercó la cara y la besó.

Zac: ¿Me harás el honor de ponértelo otra vez?

Vanessa le echó los brazos al cuello, llorando una vez más, y asintió. Intentó decir que sí, pero no consiguió articular ni una sola palabra. Zac se echó a reír y le devolvió con fuerza el abrazo.

Zac: Mira -dijo, sacando el anillo del estuche. Le señaló la cara interna, donde había mandado grabar, al lado de la fecha de su boda, la fecha de ese día-. De este modo -le explicó-, no olvidaremos nunca que nos hemos hecho la promesa de empezar de nuevo. -Le cogió la mano izquierda y le puso la alianza de matrimonio, y solo entonces Vanessa se dio cuenta de lo desnuda que había sentido la mano hasta ese momento-. Eh, Ness, no quiero pecar de exceso de formalidad, pero todavía no me has dicho que sí.

Se la quedó mirando con expresión tímida y ella notó que todavía estaba un poco nervioso. Le pareció muy buena señal.

No podían solucionarlo todo en una sola conversación, pero aquella noche no le importaba. Todavía se querían. No podían saber qué les depararían los meses y los años venideros, o si sus planes tendrían éxito, pero Vanessa estaba segura (completamente segura, por primera vez en muchísimo tiempo) de que quería intentarlo.

Ness: Te quiero, Zac Efron -dijo, con las manos de él entre las suyas-. Y sí, quiero volver a casarme contigo. Sí, sí, sí...


FIN




¡Aaaawwww!
¡Bieeeen!
Al final todo ha salido bien y hemos tenido un final feliz.
Yo creo que era lo que todas esperabais XD

Comentadme mucho, ¿vale?
Y me decís que os parecido esta novela.
Mañana pongo la sinopsis de la próxima.

¡Bye!
¡Kisses!

sábado, 29 de septiembre de 2012

Capítulo 18 - Loca antes de llegar al mostrador del hotel


Sonó el teléfono de la mesilla y Vanessa se preguntó por milésima vez por qué los hoteles no ofrecerían el servicio de identificación de llamada; pero como cualquier otra persona la habría llamado al móvil, alargó el brazo, descolgó el auricular y se preparó para la arremetida.

PZ: Hola, Vanessa. ¿Sabes algo de Zac?

La voz del doctor Efron sonó en el teléfono como si le estuviera hablando desde la habitación contigua, que era precisamente donde estaba, pese a los esfuerzos de Vanessa para que no fuera así.
Vanessa se obligó a sonreír al teléfono, para no decir nada verdaderamente desagradable.

Ness: ¡Ah, hola! -dijo en tono risueño-.

Cualquiera que la conociera habría reconocido al instante su tono profesional de fingida simpatía. Como había hecho en los últimos cinco años, evitó llamar de ninguna manera al padre de Zac. «Doctor Efron» era demasiado formal para un suegro; «Matthew» le parecía un exceso de confianza, y desde luego, él nunca le había propuesto que lo llamara «papá».

Ness: Sí -respondió a la pregunta, quizá por milésima vez-. Todavía está en Londres y probablemente se quedará hasta principios de la próxima semana.

Sus suegros ya lo sabían. Ella misma se lo había dicho en el instante en que cayeron sobre ella en la recepción del hotel. Ellos, a su vez, le dijeron que la administración del hotel había intentado alojarlos en extremos opuestos del edificio de doscientas habitaciones (como Vanessa había pedido), pero que ellos habían insistido en ocupar habitaciones contiguas «para mayor comodidad».

Llegó el momento de que su suegro empezara a hacer reproches.

PZ: ¡No puedo creer que vaya a perderse la boda! Esos dos nacieron con menos de un mes de diferencia. Crecieron juntos. Alex pronunció un discurso emocionante en vuestra boda y ahora Zac ni siquiera va a asistir a la suya...

Vanessa tuvo que sonreír ante la ironía de la situación. Ella misma le había insistido a Zac para que no se perdiera la boda y lo había hecho más o menos con los mismos argumentos que ahora exponía su suegro. Pero bastó que el doctor Efron los mencionara, para que ella sintiera el impulso de salir en defensa de Zac.

Ness: De hecho, tiene un compromiso bastante serio. Va a actuar delante de gente muy importante, entre ellos el primer ministro británico. -Omitió mencionar que iban a pagarle doscientos mil dólares por un acto de cuatro horas-. Además, no quería convertirse en el centro de atención en lugar de los novios, por todo... por todas las cosas que han pasado últimamente.

Era lo más cerca que había llegado cualquiera de ellos de reconocer en voz alta la situación. El padre de Zac parecía satisfecho fingiendo que todo iba bien y que no había visto las fotos infames, ni leído los artículos que contaban con todo lujo de detalles el aparente colapso del matrimonio de su hijo. Y en ese momento, pese a haber sido informado una docena de veces de que Zac no iba a asistir a la boda de Alex, seguía negándose a creerlo.

Vanessa oyó al fondo la voz de su suegra.

Elizabeth: ¡Matthew! ¿Para qué la llamas por teléfono, si está aquí al lado?

A los pocos segundos, llamaron a la puerta.

Vanessa se levantó de la cama y enseñó a la puerta el enhiesto dedo corazón de las dos manos, mientras articulaba en silencio: «¡Iros a la mierda!».

Después, compuso cuidadosamente una sonrisa, quitó el pasador y saludó:

Ness: ¡Hola, vecina!

Por primera vez desde que conocía a su suegra, la veía incoherente e incluso ridícula. El vestido de punto de cachemira era de un precioso tono berenjena y le sentaba como un guante a su figura esbelta. Lo había combinado con el matiz perfecto de medias moradas y con un par de botines de tacón, que pese a ser bastante espectaculares, no llegaban a parecer excesivos. El collar de oro era moderno, pero sobrio, y el maquillaje parecía aplicado por un profesional. En líneas generales, era la imagen de la sofisticación urbana y un auténtico modelo para cualquier mujer de cincuenta y cinco años. El problema era el sombrero. El ala medía lo que una bandeja de canapés, y aunque su tono era exactamente idéntico al del vestido, era difícil fijarse en algo que no fueran las plumas, los ramilletes de flores falsas y el encaje que imitaba una nube de gipsófilas, todo ello unido por un gran lazo de seda. Lo llevaba en escaso equilibrio sobre la cabeza, con el ala artísticamente caída sobre el ojo izquierdo.

Vanessa se quedó boquiabierta.

Elizabeth: ¿Qué te parece? -preguntó tocándose el ala del sombrero-. ¿A que es explosivo?

Ness: ¡Oh! -exclamó sin saber qué hacer-. ¿Para qué... es?

Elizabeth: ¿Qué quieres decir con eso? ¡Es para quedar bien en Tennessee! -rió, antes de empezar a hablar con su mejor imitación del acento sureño, que sonaba como un híbrido entre un extranjero intentando hablar inglés y un cowboy en un western antiguo-. ¡Estamos en Chattanooga, Vanessa! ¿No sabes que las damas sureñas se ponen sombreros como éste?

Vanessa hubiera querido meterse en la cama y morir. Aquello era humillante hasta extremos indecibles.

Ness: ¿Ah, sí? -replicó. Fue todo lo que consiguió articular-.

Afortunadamente, Elizabeth volvió a hablar con su acento neoyorquino normal, ligeramente nasal.

Elizabeth: ¡Claro que sí! ¿No has visto nunca el derby de Kentucky?

Ness: Sí, pero no estamos en Kentucky. ¿Y no es el derby una situación especial para... ponerse esos sombreros? No estoy segura de que la costumbre sea aplicable a otras... ejem... circunstancias sociales.

Hizo lo posible para que el tono de su voz suavizara las palabras, pero su suegra no le prestó atención.

Elizabeth: ¡Ay, Vanessa, no tienes ni idea! ¡Estamos en el sur, cariño! ¡El sombrero que he traído para la ceremonia de la boda es todavía mejor! Mañana tendremos tiempo de sobra para ir a comprarte uno, así que no te preocupes. -Hizo una pausa, todavía de pie delante de la puerta, y miró a Vanessa de arriba abajo-. ¿Aún no te has vestido?

Vanessa se miró primero el chándal y después el reloj.

Ness: Creía que no íbamos a salir hasta las seis.

Elizabeth: Sí, pero ya son las cinco. Prácticamente no tienes tiempo.

Ness: ¡Oh, es verdad! -exclamó, en tono de falsa sorpresa-. Tengo que correr. Si me permites, voy a meterme ahora mismo en la ducha.

Elizabeth: Muy bien. Llámanos cuando estés lista. O mejor todavía, ven a nuestra habitación a tomar un cóctel. Matthew ha pedido que nos envíen un vodka decente, para no tener que beber esa horrible agua sucia del hotel.

Ness: ¿Qué te parece si nos encontramos en la recepción a las seis? Como puedes ver... -Se apartó y señaló con un gesto la camiseta medio rota y el pelo desarreglado-. Tengo mucho trabajo por delante.

Elizabeth: Hum, sí -replicó, que evidentemente le daba la razón-. De acuerdo. Nos vemos a las seis. Y... Vanessa... ¿podrías maquillarte un poco los ojos? Un poco de maquillaje hace maravillas.

La ducha caliente y el episodio de Millionaire Matchmaker que puso de fondo no consiguieron que se sintiera mucho mejor, pero la pequeña botella de vino blanco que sacó del minibar la ayudó un poco. Lo malo fue que se acabó en seguida. Cuando por fin se puso el vestido negro de rigor, se aplicó un poco de sombra en los ojos como una nuera obediente y se encaminó a la recepción del hotel, volvía a estar muy estresada.

El trayecto en coche al restaurante fue de pocos minutos, pero le pareció una eternidad. El doctor Efron se quejó amargamente todo el tiempo: ¿Qué hotel era ese que no tenía servicio de planchado? ¿Cómo era posible que Hertz solo alquilara coches de fabricación nacional? ¿A quién se le ocurría programar la cena para las seis y media de la tarde, por el amor de Dios, cuando prácticamente era la hora de almorzar? Incluso llegó a quejarse de que no hubiera suficiente tráfico un viernes por la noche en Chattanooga. Después de todo, ¿qué ciudad respetable tenía las calles despejadas y muchísimo espacio para aparcar? ¿En qué lugar del mundo los conductores eran tan amables que se paraban diez minutos delante de cada señal de stop y se hacían mutuamente gestos con la mano para que pasara el otro? En ningún lugar donde él quisiera estar, desde luego. Las auténticas ciudades tenían congestión, suciedad, aglomeraciones, nieve, sirenas, baches y todo tipo de desgracias. Y así siguió, en la bronca más ridícula que Vanessa hubiese oído en su vida. Cuando los tres entraron en el recinto, Vanessa se sentía como si hubiera estado fuera toda la noche.

Para su alivio, los padres de Alex estaban de pie junto a la puerta. Se preguntó qué pensarían del absurdo sombrero de su suegra. El padre de Alex y el de Zac eran hermanos, y estaban muy unidos pese a la gran diferencia de edad que había entre ellos. Los cuatro se retiraron inmediatamente hacia el bar, que estaba en el otro extremo de la sala, mientras Vanessa se disculpaba, diciendo que iba a llamar a Zac. En seguida notó las miradas de alivio. Después de todo, las mujeres que llaman por teléfono a su marido para saludarlo no se divorcian al minuto siguiente, ¿no?

Recorrió la sala con la mirada en busca de Alex o de Gisele, pero no vio a ninguno de los dos. Fuera, hacía unos diez grados, lo que podía considerarse tropical en comparación con el mes de febrero en Nueva York, por lo que no se molestó en volverse a abotonar el abrigo. Estaba convencida de que Zac no iba a contestar (serían más o menos las doce de la noche en Gran Bretaña y él aún no habría terminado la jornada), pero marcó el número de todos modos y se sorprendió al oír su voz.

Zac: ¡Hola! ¡Qué bien que hayas llamado! -dijo, que parecía tan asombrado como ella. No había ruido de fondo. Solo se notaba emoción en su voz-. Estaba pensando en ti.

Ness: ¿De verdad? -preguntó detestando la inseguridad en su propia voz-.

Durante las dos últimas semanas, habían hablado una vez al día, pero siempre por iniciativa de él.

Zac: Me da mucha pena que estés allí en esa boda, sin mí.

Ness: Sí, bueno... A tus padres les da todavía más pena.

Zac: ¿Te están volviendo loca?

Ness: Decir que me están volviendo loca es quedarse muy corto. Ya me habían vuelto loca antes de llegar al mostrador del hotel. Ahora hemos entrado de lleno en la fase de aniquilación.

Zac: Lo siento -dijo en voz baja-.

Ness: ¿Crees que estás haciendo lo correcto, Zac? Todavía no he visto a Alex y a Gisele, pero no sé qué voy a decirles.

Zac carraspeó.

Zac: Diles otra vez que no quería convertir su boda en un circo mediático.

Vanessa guardó silencio un segundo. Estaba segura de que Alex se habría arriesgado a tener un par de reporteros chismosos en su ceremonia, con tal de que su primo y amigo de toda la vida estuviera a su lado el día de su boda; sin embargo, no dijo nada.

Ness: Eh... ¿y cómo ha ido todo esta noche?

Zac: ¡Cielo santo, Ness, ha sido increíble! Sencillamente increíble. Hay un pueblo cerca de la finca, con un casco antiguo medieval en lo alto de una colina, y desde allá arriba se ve la parte nueva del pueblo al pie de la ladera. La única manera de subir a la parte antigua es coger un pequeño funicular, en el que no caben más de quince personas a la vez, y cuando te bajas, es como un laberinto: un montón de muros enormes de piedra, con antorchas, que se extienden desde lo alto, y pequeños huecos donde se ocultan las tiendas y las casas. Justo en medio de todo eso, hay un anfiteatro antiguo, con las vistas más maravillosas que te puedas imaginar del campo escocés, con sus colinas. Y allí actué yo, en la oscuridad, iluminado únicamente por las antorchas y las velas. Servían unas bebidas calientes de limón con algo fuerte, y había algo en el aire frío, en las bebidas calientes, en la iluminación espectral o en las vistas... No sé explicarlo bien, pero era impresionante.

Ness: Parece fabuloso.

Zac: ¡Lo fue! Y cuando terminó, nos trajeron de vuelta al hotel... a la finca... a la mansión. No sé cómo llamar a este sitio, pero también es increíble. Imagina una granja antigua, rodeada de docenas de hectáreas de colinas, pero con pantallas planas por todas partes, calefacción de suelo radiante en los baños y la piscina desbordante más fantástica que hayas visto. Las habitaciones cuestan algo así como dos mil dólares por noche y cada una tiene chimenea privada, una pequeña biblioteca, ¡y derecho a mayordomo propio! -Hizo una pausa durante un minuto y después dijo, dulcemente-: Sería perfecto, si tú estuvieras aquí.

A Vanessa le gustó que estuviera tan feliz (realmente le gustó mucho) y tan hablador. Era evidente que había decidido asumir la postura de compartir las cosas con ella. Quizá había sufrido una crisis de conciencia respecto a sus comunicaciones de los últimos tiempos. Pero todo lo que le contaba era muy difícil de asimilar, teniendo en cuenta las circunstancias de Vanessa, que en aquel momento no gozaba de la compañía de jefes de Estado ni de supermodelos internacionales, sino de sus suegros; que no veía campos bucólicos, sino una sucesión de centros comerciales, y que se alojaba en una aburrida habitación del Sheraton de la ciudad, donde no había mayordomos por ninguna parte. Y por si fuera poco, estaba asistiendo sola a la boda del primo de Zac. Si por un lado era fantástico saber que él lo estaba pasando maravillosamente bien, por otro, no le habría molestado en absoluto que él le hubiese ahorrado al menos algunos detalles de su maravillosa vida.

Ness: Mira, ahora tengo que entrar. La cena previa a la boda está a punto de empezar.

Una pareja más o menos de su edad pasó a su lado, de camino hacia la entrada del restaurante, e intercambiaron con ella una sonrisa.

Zac: En serio, ¿cómo están mis padres?

Ness: No lo sé. Bien, creo.

Zac: ¿Se están comportando bien?

Ness: Al menos lo están intentando. Tu padre se ha puesto a despotricar contra la compañía de alquiler de coches (no me preguntes por qué) y tu madre parece haber entendido que esto es un baile de disfraces; pero aparte de eso, sí, creo que están bien.

Zac: Eres una campeona, Vanessa -dijo con voz serena-. Siempre más allá del cumplimiento del deber... Estoy segura de que Alex y Gisele te lo agradecen.

Ness: No podía hacer otra cosa.

Zac: Pero mucha gente no hubiera hecho lo mismo. Por mi parte, espero haber hecho también lo correcto.

Ness: No tenemos que pensar en nosotros, ni en lo que estamos pasando -dijo con calma-. Tenemos la responsabilidad de poner buena cara y celebrar la gran noche de Alex y de Gisele, y es lo que intentaré hacer.

La interrumpió otra pareja que pasó a su lado. Algo en sus miradas le indicó que la habían reconocido. Cuando la gente viera que estaba sola, se pondría a suponer cosas.

Zac: ¿Vanessa? Créeme que lo siento mucho, pero te echo de menos y no veo la hora de volver a verte. Realmente pienso que...

Ness: Ahora tengo que irme -dijo consciente de que había oídos indiscretos a su alrededor-. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?

Zac: De acuerdo -respondió pero ella notó que estaba dolido-. Saluda a todos de mi parte e intenta divertirte esta noche. Te echo de menos y te quiero mucho.

Ness: Ajá. Yo igual. Adiós.

Desconectó la llamada y la asaltó una vez más la sensación de querer desplomarse en el suelo y ponerse a llorar a gritos, y lo habría hecho de no haber sido porque Alex salió a su encuentro. Vestía lo que Vanessa consideraba el clásico uniforme de niño bien de colegio privado: camisa blanca, blazer azul, corbata color arándano, mocasines Gucci y (como un guiño al paso imparable del tiempo) unos atrevidos pantalones sin pinzas. Incluso en aquel momento, después de tantos años, Vanessa revivió en un instante su cita en aquel soso restaurante italiano y la intensa sensación de mariposas en el estómago que se apoderó de ella cuando Alex la llevó al bar donde actuaba Zac.

Alex: ¡Eh, ya me había llegado el rumor de que estabas por aquí! -dijo inclinándose para darle un beso en la mejilla-. ¿Era Zac? -preguntó, señalando con un gesto el teléfono-.

Ness: Sí, está en Escocia, aunque sé que preferiría estar aquí -dijo débilmente-.

Alex sonrió.

Alex: Si así fuera, estaría aquí. Le he dicho mil veces que esto es propiedad privada y que podemos contratar guardias de seguridad para mantener a raya a los paparazzi, pero él sigue insistiendo en que no quiere convertir mi boda en un circo. Nada de lo que le he dicho lo ha convencido, así que...
Vanessa le cogió una mano.

Ness: Siento mucho todo esto. Hemos sido horriblemente inoportunos.

Alex: Ven, entra y sírvete una copa.

Ella le apretó cariñosamente el antebrazo.

Ness: Tú también te servirás una, ¿no? -le dijo, sonriendo-. Después de todo, es tu noche. ¡Ah, y todavía no he saludado a la novia!

Vanessa pasó por la puerta que Alex había abierto para ella. Para entonces, la sala estaba muy animada, con unas cuarenta personas que iban y venían con vasos de cóctel en la mano, hablando de las intrascendencias habituales. La única persona que Vanessa reconoció, aparte de su familia política y de los novios, fue el hermano pequeño de Alex, Trevor, un estudiante universitario que se había parapetado en un rincón y miraba fijamente la pantalla de su iPhone, rezando para que nadie se le acercara. Con la excepción de Trevor, pareció como si durante una fracción de segundo toda la sala contuviera el aliento y levantara la vista cuando Alex y ella entraron en la sala. Su presencia (y la ausencia de Zac) fue debidamente observada. Sin darse cuenta, apretó la mano de Alex, que a su vez apretó la suya.

Ness: Vamos, vete. Ve a atender a tus invitados. ¡Disfrútalo, porque todo esto pasa muy de prisa!

Por fortuna, el resto de la cena transcurrió sin complicaciones. Gisele había tenido la amabilidad, sin que hiciera falta pedírselo, de sentar a Vanessa lejos de los Efron y cerca de ella. De inmediato, Vanessa descubrió su atractivo: contaba historias interesantes, hacía bromas divertidas, preguntaba a todo el mundo por su vida y hacía de la humildad un arte. Incluso consiguió romper el momento de incomodidad, cuando uno de los viejos compañeros de Alex de la facultad de medicina, completamente borracho, brindó por la antigua afición de su amigo por las chicas con pechos operados y tuvo la desfachatez de mirar ostensiblemente por el escote de Gisele, diciendo:

Viejo compañero: ¡Bueno, ya veo que lo ha superado!

Cuando terminó la cena y los Efron se acercaron para llevarse a Vanessa al hotel, Gisele la enganchó por un brazo, batió las largas pestañas mirando al padre de Zac y, con su encanto sureño, dijo:

Gisele: ¡Oh, no, no se la lleven! -Vanessa notó divertida que alargaba las vocales, exagerando a propósito su acento-. Esta chica se queda con nosotros. Cuando todos los mayores se hayan ido a sus habitaciones, haremos una fiestecita. No se preocupen. Nos aseguraremos de que regrese sana y salva.

Los Efron sonrieron y le tiraron un beso con la mano a Gisele y otro a Vanessa. En cuanto salieron del comedor, Vanessa se volvió hacia Gisele.

Ness: Me has salvado la vida. Me habrían obligado a tomar una copa con ellos en el hotel y después me habrían acompañado a mi habitación, para hacerme otras seis mil preguntas sobre Zac, y probablemente mi suegra habría hecho algún comentario odioso sobre mi peso, mi matrimonio o ambas cosas. No sé cómo agradecértelo.

Gisele desechó con un gesto los agradecimientos.

Gisele: ¡Por favor! No podía dejar que te marcharas con alguien que lleva puesto un sombrero como ése. ¡Imagina si te viera la gente! -Se echó a reír y Vanessa se reafirmó en su opinión de que era una persona muy agradable-. Además, quiero que te quedes por motivos egoístas. A todos mis amigos les encantas.

Supuso que Gisele solo lo decía para hacerla sentir bien. Después de todo, no había tenido ocasión de hablar con casi nadie en toda la velada, aunque era cierto que los amigos de Alex y de Gisele le habían parecido simpáticos. Pero ¿qué más daba? El halago tuvo los efectos deseados y la hizo sentirse bien, tanto que aceptó brindar con tequila con Alex, en nombre de Zac, y después bebió dos Lemon Drops con Gisele y sus amigas de la fraternidad universitaria (cuya capacidad para beber era superior a la de cualquier mujer que Vanessa hubiese conocido). Siguió sintiéndose bien en torno a la medianoche, cuando apagaron las luces y alguien encontró la manera de conectar un iPhone al sistema de audio del restaurante, y se sintió bien durante dos horas más, durante las cuales bebió, bailó y (si había de ser completamente sincera) flirteó como en los viejos tiempos con uno de los médicos internos compañeros de Alex. Todo completamente inocente, desde luego. Pero se le había olvidado lo que era tener a un hombre atractivo totalmente pendiente de ella durante toda la noche, llevándole copas e intentando hacerla reír. Aquello también la hizo sentirse bien.

Lo que ya no la hizo sentir nada bien, como era de esperar, fue la espantosa resaca de la mañana siguiente. Aunque eran casi las tres cuando volvió a su habitación, se despertó a las siete mirando al techo, segura de que iba a vomitar en cualquier momento y preguntándose cuánto tiempo tendría que sufrir hasta entonces. Media hora después, estaba en el suelo del baño, respirando trabajosamente y rezando para que los Efron no llamaran a la puerta. Por fortuna, consiguió arrastrarse de vuelta a la cama y dormir hasta las nueve.

A pesar del tremendo dolor de cabeza y del gusto desagradable que tenía en la boca, sonrió cuando abrió los ojos y miró el teléfono. Zac había llamado y enviado mensajes media docena de veces, preguntando dónde estaba y por qué no contestaba al teléfono. Iba de camino al aeropuerto para coger el avión de vuelta a casa, la echaba de menos, la quería y no veía la hora de encontrarse con ella en Nueva York. Fue agradable que se volvieran las tornas, al menos por una noche. Por fin había sido ella la que había trasnochado, la que había bebido demasiado y la que había estado de fiesta hasta la madrugada.

Vanessa se duchó y bajó al vestíbulo para tomar un café, rezando para no toparse con los Efron por el camino. Le habían dicho la noche anterior que tenían pensado pasar el día con los padres de Alex; las dos mujeres tenían cita para una sesión de peluquería y maquillaje, y los dos hombres pensaban jugar una partida de squash. Elizabeth la había invitado para que fuera con ellas, pero Vanessa le había mentido descaradamente y le había dicho que planeaba ir a casa de Gisele, para almorzar con ella y sus damas de honor. Acababa de sentarse, con el periódico y un tazón de café con leche, cuando oyó que la llamaban por su nombre. Junto a su mesa estaba Ivan, el atractivo internista con el que había estado flirteando la noche anterior.

Ivan: ¿Vanessa? ¡Hola! ¿Qué tal estás? Tenía la esperanza de verte por aquí.

Ella no pudo evitar sentirse halagada por su interés.

Ness: Hola, Ivan. Me alegro de verte.

Ness: No sé tú, pero yo estoy destrozado después de lo de anoche.

Vanessa sonrió.

Ness: Sí, fue demasiado. Pero me divertí mucho. -Para asegurarse de que el comentario sonara completamente inocente (el flirteo había sido divertido, pero ella era una mujer casada), añadió-: A mi marido le dará mucha pena habérselo perdido.

Una extraña expresión apareció en la cara de Ivan. No era de asombro, sino de alivio de que ella finalmente hubiera dicho algo al respecto. En ese momento, ella lo comprendió.

Ivan: Entonces ¿es cierto que estás casada con Zac Efron? -preguntó, mientras se sentaba en la silla de al lado-. Oí que todo el mundo lo comentaba anoche, pero no estaba seguro de que fuera verdad.

Ness: Sí, con el auténtico -replicó-.

Ivan: ¡Es una locura! ¡Si yo te contara! Lo sigo desde que actuaba en el Nick's, en el Upper East Side. ¡Y de pronto está en todas partes! No puedes abrir una revista, ni encender el televisor, sin ver a Zac Efron. ¡Es increíble! ¡Debe de ser fantástico para ti!

Ness: Ni te lo imaginas -dijo automáticamente, mientras poco a poco se reafirmaba en su impresión de que la había perseguido por eso-.

Se preguntó cuánto tendría que esperar, hasta poder levantarse sin resultar abiertamente grosera, y calculó un mínimo de tres interminables minutos.

Ivan: Espero que no te molestes si te pregunto...

«¡Oh, no!», pensó Vanessa. Estaba segura de que iba a preguntarle por las fotos. Había disfrutado de dieciocho horas de paz, durante las cuales nadie se las había mencionado, y ahora Ivan estaba a punto de estropearlo todo.

Ness: ¿Te apetece un café? -lo interrumpió en un intento desesperado de distraerlo de lo inevitable-.

Él pareció confuso durante un momento, pero en seguida negó con la cabeza. Metió la mano en el bolso de lona que tenía apoyado en el suelo, sacó un sobre de papel marrón y dijo:

Ivan: Quería preguntarte si no te importaría darle esto a Zac en mi nombre. Ya me imagino que estará terriblemente ocupado, y de entrada te digo que no tengo ni la décima parte de su talento, pero llevo mucho tiempo dedicándole a mi música el poco tiempo libre que tengo, y... bueno, ya sabes, me gustaría que me diera su opinión.

Y a continuación, sacó del sobre un cedé metido en una funda y se lo dio a Vanessa.

Ella no supo si reír o llorar.

Ness: Hum, claro, desde luego. O mejor, ¿qué te parece si te doy la dirección de su estudio y se lo envías tú mismo por correo?

La cara de Ivan se iluminó.

Ivan: ¿De verdad? Sería genial. Creía que con todo lo que está pasando... Bueno, pensaba que ya no...

Ness: Sí, todavía pasa todo el tiempo en el estudio, trabajando en su próximo álbum. Oye, Ivan, ahora tengo que subir a la habitación a hacer una llamada. Nos vemos esta noche, ¿de acuerdo?

Ivan: Claro, sí, de acuerdo. Eh... ¡Vanessa! Otra cosa... Mi novia, que todavía no ha venido, vendrá esta noche, tiene un blog en el que habla de famosos, fiestas de sociedad y ese tipo de cosas. Bueno, verás, le encantaría hacerte una entrevista. Me ha pedido que te lo diga, por si necesitas un foro justo e imparcial donde contar tu versión de la historia. En cualquier caso, estoy seguro de que le gustaría mucho que...

Vanessa sintió que si no se marchaba en ese instante, iba a decir algo horrible.

Ness: Gracias, Ivan. Dile que le agradezco que haya pensado en mí, pero de momento no necesito nada. Gracias.

Antes de que él pudiera articular una palabra más, Vanessa se metió en el ascensor.

Cuando volvió a su habitación, se encontró que se la estaban limpiando, pero no podía arriesgarse a volver al vestíbulo. Le sonrió a la señora de la limpieza, que en todo caso parecía agotada y necesitada de un descanso, y le dijo que lo dejara todo como estaba. Cuando la limpiadora recogió sus cosas y se marchó, Vanessa se dejó caer en la cama deshecha e intentó mentalizarse para trabajar un poco. No tenía que empezar a arreglarse hasta seis horas más tarde y había resuelto dedicar ese tiempo a buscar ofertas de empleo, enviar su curriculum y escribir un par de cartas generales de presentación, que podría personalizar cuando llegara el momento.

Sintonizó en la radio despertador una emisora de música clásica, como pequeña rebelión contra Zac, que le había llenado el iTunes no solo con su música, sino con la de todos los otros artistas que Vanessa «debía» escuchar, y se sentó a la mesa de escritorio. Durante la primera hora, mantuvo maravillosamente la concentración (lo cual no fue fácil, teniendo en cuenta que aún le dolía la cabeza) y consiguió enviar el curriculum a las principales webs de búsqueda de empleo. En la segunda hora, pidió al servicio de habitaciones una ensalada de pollo asado y se distrajo viendo en el portátil un episodio antiguo de Prison Break. A continuación, hizo una siesta de media hora. Cuando poco después de las tres recibió una llamada sin identificar en el móvil, estuvo a punto de no contestar, pero lo hizo, pensando que quizá fuera Zac.

Margaret: ¿Vanessa? Aquí Margaret, Margaret Walsh.

La sorpresa fue tal que el teléfono estuvo a punto de caérsele de las manos. Su primera reacción fue de miedo (¿habría vuelto a perderse una guardia?), pero en seguida recuperó la lógica y recordó que lo peor ya había pasado. Fuera cual fuese el motivo de la llamada de Margaret, Vanessa podía estar razonablemente segura de que no la llamaba para despedirla.

Ness: ¡Margaret! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?

Margaret: Sí, todo está muy bien. Escucha, Vanessa. Siento molestarte en fin de semana, pero no he querido dejar esto pendiente hasta la semana próxima.

Ness: No es ninguna molestia. De hecho, ahora mismo estaba enviando mi curriculum a diferentes sitios -dijo, sonriendo al teléfono-.

Margaret: Bueno, me alegro de oírlo, porque creo que tengo un sitio adonde puedes enviarlo.

Ness: ¿En serio?

Margaret: Acaba de llamarme una colega, Anita Moore. En realidad, es una ex empleada mía, pero de hace muchos años. Trabajó durante años en el Hospital Mount Sinai, pero lo ha dejado hace poco y está a punto de abrir un centro sanitario.

Ness: Ah, qué interesante.

Margaret: Ella misma te contará todos los detalles, pero creo haber entendido que le han concedido una subvención federal, para establecer una especie de centro de intervención temprana, en una zona de riesgo elevado. Está buscando un logopeda especializado en niños y un nutricionista con experiencia en asesoramiento prenatal y posnatal, así como para la lactancia y el puerperio. El centro funcionará en un barrio sin acceso regular a la atención prenatal, con pacientes que no tienen ni la más remota idea de nutrición, por lo que gran parte del trabajo será muy básico, habrá que convencer a las futuras mamás de que se tomen el ácido fólico y ese tipo de cosas, pero creo que por eso mismo será interesante y gratificante. Como mi amiga no se quiere llevar a ninguno de los nutricionistas actualmente en plantilla en el Mount Sinai, me ha llamado para ver si podía recomendarle a alguien.

Ness: ¿Y me has recomendado a mí?

Margaret: Así es. Te seré sincera, Vanessa. Le conté todo acerca de Zac, los días que faltaste y la vida agitada que llevas, pero también le dije que eras una de las mejores y más brillantes nutricionistas que han trabajado a mis órdenes. De este modo, nadie podrá llamarse a engaño.

Ness: ¡Margaret, me parece una oportunidad fabulosa! No sé cómo agradecerte que me hayas recomendado.

Margaret: Vanessa, solo te pido una cosa. Si crees que tu agitada vida seguirá interfiriendo en tu trabajo, te ruego que seas sincera con Anita. No creo que pueda cumplir con sus objetivos si no puede contar con todas las personas de su equipo.

Vanessa asintió frenéticamente con la cabeza.

Ness: Ni siquiera hace falta que lo digas, Margaret. Te lo aseguro. La carrera de mi marido no volverá a interferir en mi trabajo. Os lo prometo a Anita y a ti.

Casi incapaz de contenerse para no gritar de felicidad, Vanessa copió con cuidado la información de contacto de Anita y le dio profusamente las gracias a Margaret. Después de abrir una lata de Coca-Cola Light que encontró en el minibar, con el dolor de cabeza mágicamente curado, abrió un mensaje nuevo en su correo electrónico y empezó a teclear. ¡Iba a conseguir ese trabajo!




¡Trrrrrrrrrr! -Redoble de tambores-. XD
¡Último capítulo chicas!
¿Qué creéis qué pasará?
¿Pensáis que las palabras de Zac eran sinceras?
Si fuerais Vanessa, ¿le daríais otra oportunidad?
Yo sí, pobrecito XD

Y una última cosa antes de despedirme; Vanessa no está embarazada. XD

¡Bye!
¡Kisses!

viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo 17 - El bueno de Ed tenía debilidad por las prostitutas


Cuando Vanessa se despertó a la mañana siguiente y vio que eran las nueve y media, se le aceleró el corazón y saltó de la cama. Pero entonces recordó que no llegaba tarde a ningún sitio. En ese momento, tenía que ir exactamente a cero lugares, y aunque no era la situación ideal (ni tampoco sostenible), había tomado la decisión de pensar que tampoco era el fin del mundo. Además, tenía un plan para el día, lo que constituía el primer paso para establecer una rutina diaria (las rutinas eran muy importantes, según un artículo reciente de Glamour sobre el desempleo).

El punto uno de la lista de consejos de Glamour era: «Haz en primer lugar lo que más te horrorice». Así pues, antes incluso de quitarse el albornoz, Vanessa se obligó a coger el teléfono y llamar a Margaret. Sabía que su ex jefa habría terminado la reunión matinal del equipo y estaría de vuelta en su despacho, preparando el calendario para la semana siguiente. Como esperaba, respondió a la primera llamada.

Ness: ¿Margaret? ¿Cómo estás? Soy Vanessa Efron.

Le resultaba difícil hablar, por los latidos de su propio corazón en el pecho.

Margaret: ¡Vanessa! Me alegro de oírte. ¿Cómo va todo?

Era evidente que la pregunta no quería decir nada (era solo una fórmula de cortesía), pero por un segundo, Vanessa sintió pánico. ¿Le estaría preguntando cómo iba todo con Zac? ¿Con la situación de la chica del Chateau? ¿Con todas las conjeturas de la prensa acerca de su matrimonio? ¿O era solo una manera amable de iniciar la conversación?

Ness: Todo va muy bien, ya sabes -respondió, y de inmediato se sintió ridícula-. ¿Y tú?

Margaret: Bueno, nos vamos arreglando. He estado haciendo entrevistas para cubrir tu vacante, y tengo que decirte una vez más, Vanessa, que siento muchísimo lo sucedido.

Vanessa vio una señal de esperanza. ¿Se lo estaba diciendo para que le pidiera que la readmitiera? Porque si era así, ella estaba dispuesta a suplicarle y a hacer cualquier cosa para congraciarse con Margaret. Pero no, no era lógico. Si quisiera volverla a contratar, no la habría despedido de entrada. «Actúa con normalidad -se dijo-. Di lo que querías decir y cuelga el teléfono».

Ness: Margaret, sé muy bien que no estoy en situación de pedirte ningún favor, pero... Me preguntaba si podrías acordarte de mí, en caso de que surja alguna oportunidad de empleo. No digo en el hospital universitario, claro, pero si te enteras de alguna otra cosa...

Hubo una breve pausa.

Magraret: Muy bien, Vanessa. Estaré pendiente y te informaré de lo que vea.

Ness: Te lo agradecería muchísimo. Estoy ansiosa por volver a trabajar y te prometo, como prometeré a cualquier futuro empleador, que la carrera de mi marido no volverá a ser un problema.

Aunque quizá sintiera curiosidad, Margaret no hizo ninguna pregunta al respecto. Hablaron de intrascendencias durante un minuto o dos, antes de despedirse, y Vanessa lanzó un gran suspiro de alivio. Asunto horrendo número uno: hecho.

El asunto horrendo número dos (llamar a la madre de Zac para concretar los detalles del viaje a la boda de Alex) no iba a ser tan sencillo. Desde la gala de los Grammy, su suegra había adquirido la costumbre de llamarla casi todos los días, para darle interminables consejos que nadie le había pedido sobre la manera de comportarse como una esposa que sabe apoyar y perdonar a su marido. Normalmente, sus monólogos incluían ejemplos de las faltas cometidas por el padre de Zac (que variaban en gravedad desde flirtear con todo el personal de enfermería y recepción, hasta dejarla sola muchos fines de semana al año, para irse a lugares lejanos a jugar al golf con sus amigos y «Dios sabe qué más») y siempre ponían de manifiesto la enorme paciencia de Elizabeth Efron y su profunda comprensión del macho de la especie humana. Los tópicos del tipo «Los hombres son así» o «Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer» empezaban a resultar no solo repetitivos, sino directamente agobiantes. En el aspecto positivo, Vanessa no habría adivinado ni en un millón de años que la madre de Zac estuviera preocupada porque ellos dos siguieran casados, se divorciaran o se vaporizaran de la faz de la Tierra. Por fortuna, le saltó el buzón de voz de su suegra y pudo dejarle un mensaje, pidiéndole que le enviara por correo electrónico los planes de viaje, ya que no iba a poder hablar con ella durante el resto del día.

Estaba a punto de tachar el siguiente asunto de la lista, cuando sonó el teléfono.

Ness: ¡Nerea! ¡Hola, guapa! ¿Cómo estás?

Nerea: ¿Vanessa? ¡Hola! Tengo una noticia estupenda. Roger y yo volvemos definitivamente a Nueva York. ¡Este verano!

Ness: ¡No me digas! ¡Qué bien! ¿Roger ha conseguido trabajo en una firma de la ciudad?

Vanessa ya había empezado a pensar en todas las emocionantes posibilidades: qué nombre pondrían a su sociedad, cómo atraerían a sus primeros clientes y todas las ideas que tenía para que corriera la voz. ¡Ya estaba un paso más cerca de que su sueño se hiciera realidad!

Nerea: A decir verdad, el trabajo lo he conseguido yo. Es una locura, pero una amiga mía acaba de firmar un contrato para sustituir a una nutricionista que estará de baja por maternidad durante un año. El problema es que ahora mi amiga no puede trabajar, porque tiene que atender a su madre enferma, y me ha preguntado si estaba interesada en trabajar para... ¡Adivina para quién!

Vanessa repasó mentalmente la lista de famosos, convencida de que Nerea iba a mencionarle a Gwyneth, a Heidi o a Giselle, y a la vez sintiendo pena por su sociedad, que ya no iba a poder ser.

Ness: No lo sé. ¿Para quién?

Nerea: ¡Para los New York Jets! ¿Te lo puedes creer? Seré la asesora nutricional del equipo durante la temporada 2010-2011. No sé absolutamente nada de las necesidades nutricionales de una masa de músculos de ciento cincuenta kilos, pero supongo que tendré que aprender.

Ness: ¡Oh, Nerea, es increíble! ¡Qué oportunidad tan estupenda! -dijo, con toda sinceridad, porque reconocía que si se le hubiese presentado una oportunidad como aquélla, ella también habría renunciado a todo lo demás sin pensárselo dos veces-.

Nerea: Sí, estoy muy emocionada. ¡Y deberías ver a Roger! En cuanto se lo anuncié, lo primero que dijo fue: «¡Entradas!» Ya tiene todo el calendario de la temporada impreso y pegado a la nevera.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Ya te veo a ti, con tu metro y sesenta centímetros, recorriendo el vestuario con una carpeta y un megáfono en la mano, arrebatando Big Macs y cajas de KFC a esos jugadores enormes.

Nerea: Sí, ¿verdad? Les diré, por ejemplo: «Lo siento mucho, señor Estrella de la NFL con una ficha de ocho mil trillones de dólares al año, pero voy a tener que eliminar de su dieta el jarabe de maíz rico en fructosa». ¡Será fantástico!

Cuando Vanessa colgó el teléfono, unos minutos después, no pudo evitar la sensación de que todos tenían su carrera encarrilada, excepto ella. Ya no iba a fundar una empresa con Nerea. El teléfono volvió a sonar de inmediato. Segura de que era Nerea, que la llamaba para contarle algún detalle más, Vanessa contestó diciendo simplemente:

Ness: ¿Y qué plan tienes, exactamente, para cuando uno de ellos te dé un puñetazo?

Oyó un carraspeo y, después, una voz masculina preguntó:

Voz masculina: ¿Vanessa Efron?

Durante un segundo (y sin ninguna razón en absoluto), estuvo convencida de que la llamaban para decirle que Zac había sufrido un accidente terrible, o estaba enfermo, o...

Alec: Vanessa, soy Alec Mitchell, de la revista Last Night. Quería saber si quieres hacer algún comentario sobre el artículo aparecido en «Página Seis» esta mañana.

Hubiese querido gritar, pero por fortuna consiguió controlarse lo suficiente para colgar el teléfono y desconectarlo. Le temblaban las manos, cuando se sentó delante de la mesita del cuarto de estar. Nadie, aparte de sus familiares más directos y sus amigos más íntimos, tenía su nuevo número privado. ¿Cómo era posible?

Pero ya no había tiempo para pensar en eso, porque ya había abierto su portátil y estaba tecleando la dirección de «Página Seis», la sección de cotilleos del New York Post. Y ahí estaba, en lo alto de la página, ocupando casi toda la pantalla de su ordenador. Había dos fotos: una de ella, del día que había salido con Ashley, llorando en el Cookshop y secándose claramente las lágrimas con una servilleta, y la otra de Zac, saliendo de una limusina en algún sitio (probablemente Londres, a juzgar por el taxi clásico que se veía al fondo), mientras dejaba en el interior del vehículo a una chica sumamente atractiva. El pie de ilustración bajo la foto de Vanessa decía: «Vanessa Efron lloraba ayer el fin de su matrimonio, mientras almorzaba con una amiga». Había un círculo en torno a la mano que secaba las lágrimas, presumiblemente para indicar la ausencia de la alianza matrimonial. La leyenda proseguía: «La ruptura es definitiva, según una fuente muy cercana a Vanessa, quien asegura asimismo que el próximo fin de semana la esposa del cantante piensa asistir sola a una boda de la familia». El pie de ilustración de la foto de Zac tampoco era agradable: «¡No ha escarmentado con el escándalo! Efron sigue la fiesta en Londres, después de que su mujer lo echase de su apartamento de Manhattan».

Parecía imposible librarse de la combinación de cólera y náuseas que a Vanessa empezaba a parecerle habitual, pero hizo un esfuerzo para respirar profundamente y pensar. Suponía que debía de haber una explicación para la presencia de la chica en la limusina (ingenua o no, estaba absolutamente convencida de que Zac no podía ser tan irrespetuoso ni tan estúpido), pero el resto era indignante. Miró su foto y, por el ángulo y la mala definición, dedujo que la habría tomado un comensal del restaurante con un teléfono móvil. Disgustada, dio un puñetazo tan fuerte en el sofá, que Cookie gimió y se bajó de un salto.

Sonó el teléfono fijo y, por la identificación de la llamada, vio que era Stefany.

Ness: ¡Stefany, no puedo más! -dijo, en lugar de saludar-. ¿No se supone que tú te encargas de sus relaciones con la prensa? ¿No puedes hacer nada para evitar estas cosas?

Vanessa nunca le había levantado la voz a Stefany, pero no podía quedarse callada ni un segundo más.

Stef: Comprendo que estés afligida, Vanessa. De hecho, esperaba hablar contigo antes de que vieras el artículo, pero...

Ness: ¡¿Antes de que yo lo viera?! -chilló-. ¡Pero si ya me ha llamado un cretino para pedirme que lo comente! ¿Cómo tienen este número?

Stef: Mira, tengo que decirte dos cosas. En primer lugar, la chica que iba con Zac en el asiento trasero de la limusina es su peluquera y maquilladora. El vuelo a Edimburgo se retrasó y no había tiempo para arreglarlo antes de la actuación, así que lo estuvo maquillando en el coche. Ha sido un malentendido.

Ness: Muy bien -dijo sorprendida por el alivio que sintió, sobre todo teniendo en cuenta que ella ya suponía que debía de haber una explicación lógica-.

Stef: En segundo lugar, yo puedo hacer muy poco si tus allegados se ponen a hablar con la prensa. Puedo controlar las cosas en cierta medida, pero esa medida no incluye a tus amigos y familiares chismosos.

Vanessa sintió como si le hubieran dado una bofetada.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Stef: Que obviamente alguien ha difundido tu número privado, sabe de la boda de este fin de semana y habla de tu vida con los periodistas. Porque te aseguro que nada de eso ha salido de nosotros.

Ness: Pero eso es imposible. Sé con toda seguridad que...

Stef: Vanessa, no quiero ser grosera, pero tengo una llamada entrante y me quedan muchas cosas por hacer. Habla con tu gente, ¿de acuerdo?

Y diciendo esto, Stefany cortó la comunicación.

Demasiado nerviosa para concentrarse en nada (y sintiéndose culpable por no haberlo hecho antes), le puso la correa a Cookie, se calzó las Uggs, cogió unos guantes del armario del vestíbulo y salió a la calle casi corriendo. No supo si habría sido por el gorro con pompón o por el plumífero enorme que llevaba puesto, pero lo cierto era que ninguno de los dos paparazzi que vio en la esquina echó ni una sola mirada en su dirección, y ella sintió que se colmaba de orgullo por aquella pequeña victoria. Fueron hasta la Undécima Avenida y después hacia el norte, moviéndose con tanta rapidez como pudieron entre la multitud de un día laborable. Vanessa solo se detuvo para que Cookie bebiera del cuenco de agua que había a las puertas de una peluquería canina. El perro estaba jadeando al llegar a la calle Sesenta y Cinco, pero Vanessa no había hecho más que empezar.

En cuestión de veinte minutos, dejó una serie de mensajes semihistéricos a su madre, a su padre, a Natalie, a Will y a Ashley (Ashley fue la única que respondió. Su respuesta fue: «¡Cielo santo, Vanessa! Si quisiera hablar de ti a la prensa, tendría historias mucho más jugosas que contar, aparte de la boda del friki de Alex y de su novia el Helecho. ¡No me hagas reír!»), y se dispuso a marcar el número del móvil de Miley.

Ness: Ejem... ¡Hola, Miley! -dijo, después de oír la señal-. No sé muy bien dónde estás, pero solo quería hablarte de un artículo que ha aparecido esta mañana en «Página Seis». Ya sé que lo hemos hablado un millón de veces, pero me preocupa que quizá por accidente hayas respondido a las preguntas de algún reportero, o que tal vez hayas hecho algún comentario a una amiga que acabó en oídos de quien no debía. No sé si ha sido así, pero en cualquier caso, quería pedirte o mejor dicho suplicarte que simplemente cuelgues el teléfono si alguien te llama para hacerte preguntas sobre Zac o sobre mí, y que no hables con nadie de nuestra vida privada, ¿de acuerdo?

Hizo una pausa, preguntándose al principio si habría sido lo bastante firme, y después, si no se habría pasado de severidad, pero al final decidió que probablemente había transmitido el mensaje y cortó la comunicación.

Arrastró a Cookie a casa y pasó el resto del día terminando el curriculum, que ya había preparado y reorganizado mil veces, con la esperanza de estar lista muy pronto para empezar a enviarlo. Era una pena que Nerea ya no pudiera ser su socia, pero no iba a permitir que esa decepción hiciera descarrilar sus planes: le faltaban entre seis meses y un año más de experiencia clínica y después, con suerte, podría abrir su propia consulta.

Hacia las seis y media, consideró la posibilidad de llamar a Amber para cancelar su asistencia a la cena de esa noche (de pronto, la perspectiva de conocer a todo un grupo nuevo de mujeres le pareció muy mala idea); sin embargo, cuando se dio cuenta de que ni siquiera tenía su teléfono, se obligó a ducharse y a ponerse el uniforme de vaqueros, botas y blazer. «En el peor de los casos, si resulta que todas son horribles y detestables, pondré una excusa y me marcharé en seguida -pensó, mientras el taxi cubría la distancia entre Times Square y el Village-. Al menos salgo de casa por la noche y eso ya es una novedad». Creía que se había tranquilizado, pero volvió a sentirse nerviosa cuando salió del taxi en la calle Doce y vio a una chica rubia razonablemente guapa, con cierto aspecto de duendecillo, que fumaba un cigarrillo en la escalera de entrada de un edificio.

Chica rubia: ¿Vanessa? -dijo la chica, mientras exhalaba un penacho de humo que pareció quedar suspendido en el aire frío y húmedo-.

Ness: Hola, ¿eres Amber?

Con mucho cuidado, Vanessa pasó por encima de la nieve sucia acumulada junto al bordillo. Amber estaba dos peldaños por encima de ella, pero aun así Vanessa seguía siendo cuatro o cinco centímetros más alta. Le sorprendieron las mallas de color rojo brillante que asomaban bajo el abrigo y los taconazos de Amber. Nada de aquello, y mucho menos aún el cigarrillo, era lo que esperaba de la amiga dulce, ingenua y puntual de la iglesia que le había descrito Heather.

Amber debió de sorprender su mirada.

Amber: ¿Éstos? -preguntó refiriéndose a sus zapatos, aunque Vanessa no había dicho ni una palabra-. Son de Giuseppe Zanotti. Los llamo mis «pisahombres».

Su acento sureño era dulce, casi suave en su lentitud y totalmente opuesto a su aspecto.

Vanessa sonrió.

Ness: Avísame si piensas alquilarlos.

Amber le hizo un gesto para que la siguiera por la escalera.

Amber: Te encantarán todas -dijo, mientras abría la puerta, que daba paso a un pequeño vestíbulo, con una minialfombra persa y dos buzones-. Es un grupo estupendo de mujeres, con el beneficio añadido de que cada vez que piensas que estás mal, seguro que hay otra que está muchísimo peor que tú.

Ness: Sí, supongo que eso tiene que estar muy bien, ¿no? -dijo entrando en un pequeño ascensor detrás de Amber-. Aunque después de lo que han publicado esta mañana en «Página Seis», no estoy segura de...

Amber: ¿Qué? ¿Esa tontería con fotos de aficionado? ¡Por favor! Espera a conocer a Isabella. A la pobre la sacaron a toda página, en biquini, con círculos para resaltarle la celulitis. ¡Eso sí que es chungo!

Vanessa consiguió sonreír.

Ness: Sí, eso es bastante chungo, sin duda. ¿Así que tú también has visto el artículo de «Página Seis»?
Se abrieron las puertas en un vestíbulo alfombrado con una mullida moqueta y suavemente iluminado con apliques de cristal tintado, y las dos salieron del ascensor.

Amber: Claro que sí; todo el mundo lo ha visto. A todas nos ha parecido una tontería, una pequeñez sin importancia. La foto donde apareces con tu amiga, llorando, hará que te ganes la simpatía de la gente (no hay mujer que no se identifique con eso), y esa insinuación de que tu marido se lo estaba haciendo con una chica en el asiento trasero de una limusina, mientras iba de camino a una actuación, es completamente ridícula. ¡Por favor! Todo el mundo sabe que debía de ser su encargada de relaciones públicas, su maquilladora o su peluquera. Yo no me preocuparía ni un segundo.

Tras decir aquello, Amber abrió la puerta del apartamento y reveló un gigantesco ambiente diáfano, que se parecía mucho a... ¿una cancha de baloncesto? En la pared del fondo, había una canasta que parecía de las dimensiones reglamentarias, con su reluciente suelo de parquet, sus líneas laterales y su línea de tiros libres. La pared más cercana parecía pintada para jugar a squash, y un cubo gigantesco lleno de diversos balones, bolas y raquetas destacaba sobre la pared que daba a la calle, entre dos ventanales que iban del techo al suelo. Una pantalla plana de sesenta pulgadas colgaba de la única pared restante y, aparcado justo delante, había un largo sofá verde, con dos adolescentes de pelo castaño, en shorts de algodón, que comían pizza y jugaban a un videojuego de fútbol que Vanessa no pudo identificar. Habría sido difícil decir cuál de los dos parecía más aburrido.

Amber: Ven -dijo mientras atravesaba la pista de baloncesto-. Las chicas están arriba.

Ness: ¿De quién me has dicho que es la casa?

Amber: ¿Conoces a Diana Wolf? Su marido, Ed, era congresista, no recuerdo su distrito, pero era uno de Manhattan, y también presidía el Comité de Ética, claro.

Vanessa subió por la escalera abierta detrás de Amber.

Ness: Sí, creo que sí -murmuró, aunque conocía perfectamente la historia-.

Para no conocerla, habría tenido que pasar seis semanas metida en una cueva el verano anterior.

Amber se detuvo, se volvió hacia Vanessa y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.

Amber: Sí, bueno, ¿recuerdas que el bueno de Ed tenía debilidad por las prostitutas? Ni siquiera buscaba señoritas de compañía de alta gama, no, nada de eso, sino putas callejeras. Lo peor fue que Diana acababa de presentar su candidatura para fiscal general de la ciudad. Una pena.

Mujer: ¡Bienvenidas! -canturreó una mujer de poco más de cuarenta años desde lo alto de la escalera-.

Llevaba una falda malva de corte impecable, unos zapatos realmente preciosos de piel de serpiente y el collar de perlas más elegante que Vanessa había visto en su vida.

Amber llegó a lo alto de la escalera.

Amber: Vanessa Efron, te presento a Diana Wolf, la dueña de esta casa adorable. Diana, ésta es Vanessa Efron.

Ness: Gra-gracias por recibirme -tartamudeó, intimidada al instante por aquella mujer mayor que ella y exquisitamente arreglada-.

Diana desechó su tono formal con un gesto.

Diana: Por favor, nada de solemnidades. Pasad y picad algo. Como seguramente te habrá contado Amber, mi marido tiene... tenía... En realidad no sé si «tiene» o «tenía», porque ya no es mi marido, aunque no es fácil perder los hábitos. Verás, mi marido tiene cierta inclinación por las prostitutas. -Vanessa no debió de ser capaz de disimular el asombro, porque Diana se echó a reír-. ¡Ay, querida, no te estoy contando nada que no sepa ya todo el país! -Se inclinó y le tocó el pelo a Vanessa-. Pero no sé si todo el mundo sabe lo mucho que le gustan las morenas. ¡Ni yo misma lo sabía, hasta que vi los vídeos secretos del FBI! Después de las primeras veinticinco chicas, más o menos, empiezas a detectar patrones, y se puede decir que Ed tiene un tipo de chica muy definido. -Rió de su propia gracia, y dijo-: Kim está en el salón. Isabella no puede venir, porque se ha quedado sin niñera. Pasad vosotras. Yo iré dentro de un minuto.

Amber condujo a Vanessa al salón completamente blanco, y Vanessa reconoció de inmediato a la escultural afroamericana en pantalones de cuero y suntuoso chaleco de pieles, como Kim Dean, ex mujer de Quincy Dean, atractivo protagonista de un sinfín de películas y aficionado a las menores de edad. Kim se puso en pie y recibió a Vanessa con un abrazo.

Kim: ¡Me alegro mucho de conocerte! Siéntate -le dijo, señalándole un lugar a su lado, en el sofá blanco de piel-.

Cuando Vanessa iba a darle las gracias, Amber le sirvió un vaso de vino. Vanessa dio un largo sorbo agradecido.

En ese momento, Diana entró en la habitación con una bandeja grande de mariscos sobre hielo: cócteles de langostinos, ostras de diferentes tamaños, pinzas de cangrejo, colas de langosta y vieiras, todo ello acompañado de platillos de mantequilla y salsa rosa. Depositó la bandeja sobre la mesa baja central y dijo:

Diana: ¡No agobiemos a Vanessa! ¿Qué os parece si le contamos un poco nuestras experiencias, para que se sienta a gusto entre nosotras? Amber, empieza tú.

Amber dio un mordisquito a un langostino.

Amber: Todas conocéis mi historia. Me casé con mi novio del instituto de secundaria, que por otra parte era un completo tarado en el colegio, y al año siguiente de casarnos, va y gana el programa «American Idol». Digamos que Tommy no perdió el tiempo, en cuanto pudo disfrutar de la fama. Cuando terminó el recorrido por Hollywood, se había acostado con más chicas que jerseys con cuello en pico tiene Simon, el presentador. Pero eso no fue más que el calentamiento, porque ahora ya debe de llevar un número próximo a las tres cifras.

Ness: Lo siento muchísimo -murmuró sin saber qué otra cosa decir-.

Amber: No, no lo sientas -replicó mientras cogía otro langostino-. Me llevó un tiempo comprenderlo, pero estoy mucho mejor sin él.

Diana y Kim asintieron.

Kim volvió a servirse vino y bebió un sorbo.

Kim: Sí, yo pienso lo mismo, aunque no creo que lo pensara cuando lo mío estaba tan reciente como lo tuyo -dijo, mirando a Vanessa-.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Kim: Solo que después de la primera chica, pensé que no volvería a pasar nunca, e incluso que mi marido no había hecho nada malo. Pensé que quizá le habían tendido una trampa. Pero después siguieron llegando las acusaciones y al poco empezaron los arrestos, y las chicas eran cada vez más jóvenes: dieciséis años, quince... Al final, ya no lo pude negar.

Diana: Sé sincera, Kim. A ti te pasó lo que a mí. La primera vez que detuvieron a Neel, no creíste que hubiera hecho nada malo.

Kim: Es cierto. Pagué la fianza. Pero cuando «48 Hours» mostró imágenes tomadas con cámara oculta de mi marido acechando a las chicas en un partido de fútbol escolar y tratando de hablar con ellas, entonces empecé a creérmelo.

Ness: Oh.

Kim: Fue espantoso. Pero al menos la mayor parte del horror mediático se concentró en mostrarlo a él como el absoluto cretino que es. Para Isabella Prince, que no ha podido venir esta noche, fue mucho peor.

Vanessa sabía que Kim se refería al vídeo de contenido sexual que el marido de Isabella, el famoso rapero Major K, había enviado deliberadamente a los periódicos y canales de televisión. Zac lo había visto y se lo había descrito a Vanessa. Al parecer, mostraba imágenes de Isabella y de Major K metidos en el jacuzzi de una terraza, bebidos, desnudos y desinhibidos, y captados por la cámara profesional de alta definición del propio Major K, el mismo que poco después había enviado el vídeo a toda la prensa de Estados Unidos. Vanessa recordaba haber leído entrevistas en las que le preguntaban por qué había traicionado la confianza de su mujer. Su respuesta había sido: «Porque es una máquina, tío, y creo que todo el mundo merece disfrutar al menos una vez de lo que yo disfruto todas las noches».

Amber: Sí, fue espantoso para ella. Recuerdo que las revistas publicaban fotogramas del vídeo sexual y señalaban con círculos rojos las mollas de Isabella. Los presentadores de los programas nocturnos estuvieron haciendo bromas a su costa durante semanas. Debió de ser horrible.

Hubo un momento de silencio, mientras todas reflexionaban al respecto, y Vanessa se dio cuenta de que empezaba a sentirse sofocada, atrapada. El piso blanco y espacioso le parecía cada vez más una jaula y aquellas mujeres tan amables (que unos minutos antes le habían parecido simpáticas y acogedoras) la hacían sentirse todavía más sola e incomprendida. Sentía pena por sus problemas y le parecían agradables, pero no eran como ella. El mayor delito de Zac había sido emborracharse y tener un lío con una chica corriente de su edad, algo que tenía muy poco que ver con la difusión de vídeos pornográficos, la adicción al sexo, la pederastia o la prostitución.

Algo en su expresión debió de revelar lo que estaba pensando, porque Diana chasqueó la lengua y dijo:

Diana: Estás pensando que tu situación es muy diferente de la nuestra, ¿verdad? Ya sé que es difícil, querida. Tu marido solo ha tenido una o dos aventuras fugaces en una habitación de hotel, ¿y qué hombre no las ha tenido? Pero no te engañes, por favor. Puede que así sea como empieza... -Hizo una pausa y señaló con un movimiento de la mano el espacio en torno al sofá-. Y así es como termina.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Vanessa no pudo aguantar más.

Ness: No, no es eso. Es que... Veréis, aprecio muchísimo vuestra hospitalidad y agradezco que me hayáis invitado esta noche, pero ahora me tengo que ir -dijo, quedándose casi sin voz, mientras recogía el bolso y evitaba el contacto visual con todas ellas-.

Sabía que estaba siendo grosera, pero no pudo contenerse. Tenía que salir de aquel lugar cuanto antes.

Diana: Espero no haberte ofendido -dijo en tono conciliador, aunque Vanessa notó que estaba disgustada-.

Ness: No, no, en absoluto. Lo siento, es solo que...

La frase se perdió en la nada. En lugar de buscar algo que decir, para llenar el silencio, Vanessa se puso en pie y se volvió hacia sus interlocutoras.

Amber: ¡Ni siquiera te hemos dejado contar tu historia! -dijo que parecía consternada-. Ya te dije que hablamos demasiado.

Ness: Lo siento mucho. Por favor, no quiero que penséis que ha sido algo que ha dicho alguna de vosotras. Es solo que... Supongo que todavía no estoy preparada para esto. Gracias a todas otra vez. Muchas gracias, Amber. Lo lamento -dijo, mascullando las palabras, mientras cogía el bolso y el abrigo y se dirigía a la escalera, donde vio que uno de los chicos iba subiendo-.

Tras apartarlo para bajar con más fuerza de la necesaria, oyó que murmuraba:

Chico: ¡Qué imbécil! -Y un momento después, en voz alta-: ¡Mamá! ¿Hay más Coca-Cola? Dylan se la ha bebido toda.

Fue lo último que oyó mientras atravesaba la pista de baloncesto, antes de bajar por la escalera, en lugar de usar el ascensor. En seguida estuvo fuera y el aire frío le azotó la piel, lo que le hizo sentir que ya podía respirar de nuevo.

Un taxi libre pasó a su lado y después otro, y aunque la temperatura debía de rondar los cero grados, no les prestó atención y empezó a caminar o casi correr hacia su casa. La cabeza le funcionaba a toda velocidad, mientras repasaba todas las historias que había oído aquella noche, para desecharlas una a una, tras encontrar en cada una las lagunas o los detalles que la diferenciaban de su historia con Zac. Era ridículo pensar que Zac y ella iban a acabar así, solo por un único tropiezo, por un solo error. Se adoraban. Estaban pasando por una época difícil, pero eso no significaba que su matrimonio estuviera condenado. ¿O sí que lo estaba?

Vanessa cruzó la Sexta Avenida y después la Séptima y la Octava. Las mejillas y los dedos se le estaban empezando a entumecer, pero no le importaba. Había salido de esa casa y estaba lejos de todas aquellas historias espantosas, de todas aquellas predicciones de que su matrimonio no iba a durar. Esas mujeres no conocían a Zac ni a ella, ni sabían cómo eran. Cuando logró calmarse, aminoró el paso, hizo una inspiración profunda y se dijo que todo iba a terminar bien.

¡Si solo hubiese podido deshacerse de la vocecita tenaz que le repetía lo mismo una y otra vez! «¿Y si tienen razón?».




¿Y si tienen razón?
¿Vosotras que creéis chicas?
¿Terminará Vanessa como todas esas chicas?
¿Será Zac uno más del club de los maridos idiotas?

¡Solo quedan dos capítulos!
Opinad sobre lo que creéis que pasará.

Por cierto Lau, lo siento v.v
No puedo hacer realidad tu petición.
Es que resulta que después de esta novela, ya tengo otras 17 ya preparadas.
No son como las que a ti te gustan, pero te aseguro que serán interesantes.
Pero si encuentras alguna novela de esas de época que te guste, estaré encantada de adaptártela.

¡Comentad!
¡Bye!
¡Kisses!


Perfil