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lunes, 30 de abril de 2012

Capítulo 4


«Para el centro de ancianos...». Vanessa resopló mientras esa tarde fumigaba el rosal trepador que había en la parte trasera de la casa. Realmente, no había sido una mentira. Daba cupones al centro de ancianos, pero después de haber decidido cuáles no le servían a ella.

Notó que las mejillas le abrasaban al recordar el bochorno. Él sonrió, ella pensó que se reía de ella mientras se esforzaba por recoger los cupones antes de que él los viera, pero luego habló de su madre y se dio cuenta de que sonreía por el recuerdo. ¿También habría tenido una infancia llena de penurias? Si era así, no parecía que le hubiera afectado.

Se imaginaba que a ella tampoco le había afectado. Su padre la quería mucho y, a pesar de su ineptitud para administrar el dinero, ella también lo había querido mucho. Aun así, su infancia había trascurrido entre cortes del suministro eléctrico y de la línea de teléfono. Cuando cumplió trece años, empezó a abrir el correo y a recordarle a su padre que pagara puntualmente las facturas. Se hizo una experta en estirar las pequeñas cantidades que él le daba para hacer la compra de la semana. Cuando murió él y revisó sus papeles, se dio cuenta de que todos los boletos que tenía eran apuestas de caballos. Ella nunca se había planteado por qué no tenían dinero y había dado por supuesto que su sueldo de bibliotecario sería insuficiente. Comprobar que había sido un adicto a las apuestas fue una conmoción para ella, aunque no disminuyó su amor por él.

Fue a la universidad con una beca e iba a su casa lo suficiente como para asegurarse de que su padre no se quedaría sin agua o electricidad. Su colegio universitario era muy selecto y a él iban muchos hijos de las familias más influyentes de
la Costa Este. Algunos eran simpáticos, pero otros muchos eran demasiado conscientes de las diferencias de posición social con los demás alumnos. A ella le resultó difícil superar el hecho de que estudiara con una beca y, además, tuviera que trabajar para llegar a finales de mes.

Después de casarse, el dinero dejó de ser una preocupación, pero nunca podría olvidarse de la humillación que sufrió por no tener dinero para hacerse socia del prestigioso club femenino al que le habían invitado. O por tener que hacer de niñera para poder pagarse los libros. O por haber llevado la misma ropa durante cuatro años cuando las demás alumnas cambiaban de modelos cada temporada. Se había dicho que todo aquello no importaba, que no quería ser tan superficial como las otras chicas, que había cosas más importantes que el dinero.

Las había. La muerte de Mike fue un amargo ejemplo de la insignificancia del dinero en comparación con la muerte de un ser querido. Pero aun cuando Mike vivía y el dinero no era un problema, ella nunca había sido frívola. Llevaba ropa buena, no demasiado llamativa ni a la moda, que le duraba años y no iba a cambiar sus costumbres porque hubiera mejorado su situación económica.

Agradeció aquella actitud cuando Mike murió y ella comprobó sus apuros económicos.

Zac: Vanessa...

Volvió bruscamente a la realidad y se encontró con que Zac la observaba con curiosidad desde el sendero.

Ness: Ah, hola. Perdona -dijo intentando no hacer caso del pulso que se le había desbocado-. Estaba soñando despierta.

Zac: ¿Dónde está tu compañero inseparable? -preguntó mirando alrededor-.

Ella sonrió y se señaló el reloj.

Ness: Son las ocho y media. Michael suele acostarse a las ocho. Quería fumigar las rosas para que no se las coman los pulgones.

Zac: Son preciosas. He visto que tienes muchas rosas. Dan bastante trabajo, ¿no?

Ness: Sí, pero no me importa. La jardinería me viene muy bien. Con un par de horas a la semana todo está perfecto.

Zac: Yo había supuesto que alguien se ocuparía de esto -dijo con cierto tono de sorpresa-. ¿Lo haces tú todo?

Ness: Casi todo. -Mantuvo la mirada fija en el rosal, aunque notaba que las mejillas se le ponían como tomates. Afortunadamente, estaba anocheciendo y él no podría notarlo-. No es para tanto -siguió-. La jardinería no lleva mucho trabajo si le dedicas un poco de tiempo a la semana. Además, yo no corto la hierba.

Él sacudió la cabeza.

Zac: Eres una mujer sorprendente, ¿lo sabías?

Ella negó con la cabeza.

Ness: No, no lo soy -dejó los utensilios en la cesta que llevaba-.

Zac: Según Penny, eres una mezcla de superheroína y ama de casa perfecta.

Ella se rió mientras se levantaba.

Ness: Es aterrador.

Zac: Está decidida a que vuelvas al mercado. -Se acercó un poco y le ofreció la mano para ayudarla, pero ella fingió no darse cuenta. Tocar a Zac no habría sido una buena idea, sobre todo cuando su mera vecindad hacía que tuviera todo el cuerpo en efervescencia-. Piensa que eres demasiado seria para ser tan joven.

De repente se sintió furiosa. Mucho más furiosa de lo que se merecían las palabras de Zac y tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

Ness: Si soy seria es porque tengo que ocuparme de una familia y una casa -dijo cortantemente-. Penny no se da cuenta de que alguien tiene que ser responsable.

Se hizo un silencio sepulcral. El remordimiento se abrió camino entre la furia dejando un rastro de vergüenza. Penny la quería y dependía de ella. No era culpa suya si nunca había tenido que preocuparse por el dinero y tenía que estarle agradecida por preocuparse por su felicidad. Si tenía que culpar a alguien de su situación... ¡No! No podía seguir ese razonamiento. Hizo un esfuerzo por calmar la ira que todavía le bullía en su interior.

Ness: Lo siento -dijo en voz baja-.

Zac volvió la cabeza e, incluso en la penumbra, ella pudo notar la intensidad de su mirada.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Sabes por qué -dijo con tono de cansancio por intentar eludir las maniobras de Penny-. Sé que a veces he sido poco hospitalaria. Es que...

Se dio cuenta de que estaba a punto de hacer una confidencia a un hombre al que casi no conocía y se mordió la lengua.

Zac: ¿Es que...? -el tono era profundo y tranquilizador-.

Ella suspiró.

Ness: Nada.

Zac se quedó en silencio y ella se volvió para mirar el jardín. Las flores blancas de una clemátides trepaban por la valla que rodeaba la piscina y brillaban en la penumbra como si tuvieran luz propia.

Zac: ¿Es que...? -volvió a preguntar-.

En ese mismo instante, dos grandes manos cayeron sobre los hombros de ella y empezaron a hacerle un masaje.

Vanessa casi dio un salto fuera del sendero. No lo había oído acercarse. Intentó apartarse, pero sus manos mantuvieron el ritmo, los pulgares le deshacían los nudos de la base del cuello que ella ni siquiera sabía que tenía.

Era la primera vez que la tocaba desde el baile y le pareció algo muy íntimo en la creciente oscuridad.

Zac: No te muevas. Tienes los hombros como si fueran de cemento.

Ness: Es... la... tensión.

Tenía los nervios más tensos que nunca. Se quedó en silencio y rígida mientras oía el roce de sus dedos con la tela. También oía su respiración en el silencio que los rodeaba.

Él le pasó los dedos por debajo del pelo.

Zac: ¿Qué te pone tan rígida?

Ness: Tú. -Él paró inmediatamente y se hizo el silencio. Ella se arrepintió en cuanto oyó lo que acababa de decir. ¿Qué estaría pensando? Era un invitado de la familia, nada más... y nada menos-. Quería decir...

Zac: Shhh. -La giró delicadamente, le puso un dedo sobre los labios y con la otra mano le sujetó el cuello por la nuca, los largos dedos entraban por debajo del pelo hasta rozarle la oreja-. Sé lo que querías decir. Tú también me pones bastante tenso. -Ella levantó las manos y agarró sus muñecas. ¿Para apartarlas? Ella misma no lo sabía-. Vanessa -la voz era ronca y rebosante de deseo-. Tengo que besarte.

Era una forma extraña de decirlo, pero ella sabía exactamente lo que quería decir. El se inclinó hacia ella y ella levantó la cara como si algo le obligara a hacerlo. Se aferró a sus muñecas como si fueran una tabla de madera en medio de una tormenta. Eran fuertes y musculosas y él olía a una virilidad embriagadora, a una mezcla de colonia y aroma masculino.

Cuando los labios se encontraron, ella supo que había estado mintiéndose. Él era mucho más que un invitado de Penny o un inquilino de la casa de invitados. Era el peligro. Era el deseo. Era todo lo que había tenido y un instante brutal le había arrebatado. Era lo que había añorado durante dos años. Si era sincera consigo mismo, era mucho más que todo eso.

Era un desconocido que le resultaba conocido y, por algún motivo, tenía la sensación de haber estado ya en sus brazos. Su abrazo le era conocido, aunque su cuerpo fuera más grande y más duro que el de su marido. La rodeaba ardientemente y la estrechaba contra sí con fuerza.

Le rodeaba la espalda con un brazo y con la otra mano le sujetaba la nuca. Todo era fácil y fluido, como si hubieran estado así un centenar de veces, y ella se sentía relajada.

Tenía la boca sobre la de ella y ella se entregaba ciegamente, como si el cuerpo le cobrara vida por el contacto. Hacía tanto tiempo... No pudo evitar un leve ruido que le salió de lo más profundo de la garganta y una parte de ella, la que no estaba concentrada en corresponder a sus ardientes besos, no salía de su asombro.

Hacer el amor con su marido había sido un placer y divertido, pero no había sido como aquel maremoto que la arrastraba y la convertía en un amasijo de anhelantes terminaciones nerviosas.

Él le rozó los labios con la lengua y ella se estremeció. El leve contacto hizo que le bullera todo el cuerpo y que los pezones y las entrañas se le contrajeran al instante. Le flaquearon las rodillas y él la abrazó con más fuerza, con un contacto pleno que le presionaba la virilidad rampante contra el vientre. Ella volvió a gemir y separó los labios para tomar aliento. El introdujo la lengua y se deleitó con un paladeo erótico que la llevó a un juego del escondite arrebatador.

No podía permanecer quieta, no podía dejar de agitarse en sus brazos, no podía evitar rodearlo con una pierna para apresarlo contra sí. Sentía toda su dureza en contacto con su centro suave y palpitante y volvió a gemir en su boca.

El bajó las manos hasta rodearle el trasero para mantener la firmeza del contacto y apartó la boca.

Zac: Estás acabando conmigo, corazón -gruñó-.

Corazón... La expresión cariñosa retumbó en la calidez de la noche. ¡Mike la había llamado exactamente lo mismo! Mike. Su marido.

La idea fue como un jarro de agua helada sobre las llamas de su pasión. Se quedó rígida y bajó las manos hasta los bíceps de Zac para apartarlo.

Él no se quejó ni intentó detenerla, lo que en cierta forma le molestó a Vanessa. Ella no quería que se quejara, pero también le habría gustado que le molestara tener que soltarla.

Zac: Vanessa. Lo... lo siento. -Se apartó y se volvió. Estaba jadeante y los hombros le temblaban. Solo veía una espalda enorme y sus manos que le agarraban la cabeza. Ella se preguntó si el querría volver a abrazarla tanto como ella quería abrazarlo sin temer a las consecuencias-. No quería que ocurriera...

Por algún motivo, a Vanessa le pareció gracioso y no pudo evitar que se le escapara una risita histérica.

Ness: Si ha sido sin querer, ¿cómo será cuando quieras?

Él se volvió bruscamente y ella dejó de reírse al instante. Pudo ver el brillo de sus ojos.

Zac: Yo no... yo no iba a tocarte.

Lo dijo con un tono tan desesperado que ella estuvo a punto de abrazarlo, pero se cruzó los brazos para evitar males mayores.

Ness: No pasa nada -dijo con poca convicción y consciente de que era inapropiado-.

Hasta que comprendió que estaba consolándolo...

Zac: Sí -dijo con rotundidad-. Si pasa.

Dio un paso a tras y ella dejó caer las manos con impotencia. Era evidente que no estaba contento consigo mismo y, seguramente, tampoco lo estaría con ella. Las últimas llamas de deseo que todavía le ardían en lo más profundo se apagaron definitivamente. La vergüenza empezaba a apoderarse de ella, se tapó la cara y se fue corriendo.

La pared de la casa le detuvo en su huida y ella, con la cabeza gacha, buscó el picaporte de la puerta corredera mientras deseaba que se la tragara la tierra para acabar con todo aquello.

Ness: Lo siento. Yo tampoco quería que pasara lo que ha pasado -su voz parecía la de una desconocida-. Nos... mantendremos alejados. No pasará nada.

Sin embargo, claro que pasaba algo, se dijo Zac tumbado en la cama de la casa de invitados de los Hannigan. Su cuerpo ardía con solo recordar su delicada carne que la acariciaba; necesitaba un alivio tan apremiantemente que cerraba los puños para no acabar por sus medios con esa situación.

No quería una solución temporal. Quería a Vanessa Hudgens en su cama, rodeándolo con sus piernas y mirándolo mientras lo aceptaba en su cuerpo anhelante. Quería ver su sonrisa, como si su vida cobrara sentido cuando él entraba en la habitación. Quería poder abrir sus brazos para que ella se refugiara en ellos.

¿Cuándo había empezado a pensar que todo aquello era posible? Nunca ocurriría ni podría ocurrir. Vanessa casi no podía soportar la idea de hablar de la persona que había recibido el corazón de su marido y mucho menos conocerla. Enloquecería si supiera que había dado el beso más ardiente de su vida al hombre que tenía el corazón de Mike.

No quería haberla tocado, nunca debería haber cedido a la necesidad de aliviarle la tensión de sus hombros ni a acariciarle la sensible piel de la nuca.

Pero lo había hecho y ella había reaccionado tan inmediatamente, tan plenamente, que él había perdido la poca objetividad que le quedaba de ella.

Ella estaba avergonzada de sí misma y eso era lo que más le dolía.

A la mañana siguiente decidió que tenía que rectificar eso inmediatamente. Ni a lo largo del día ni al cabo de un tiempo, en aquel preciso instante. No quería que Vanessa se sintiera culpable por lo que había pasado.

Desayunó, fue hasta la casa principal y llamó a la puerta. Ella y su hijo ya estaban levantados. Al parecer, estaban acabando de desayunar y pidió al cielo que Penny no apareciera mientras le decía a Vanessa lo que tenía que decirle.

Entonces, la mirada de Vanessa se encontró con su mirada a través de los paneles de cristal. Sintió un ardor tal que le sorprendió que el cristal no se derritiese.

Sin embargo, si ella sintió lo mismo, lo disimuló muy bien. Apartó la mirada sin cambiar de expresión, como si no lo hubiera visto. Pero se dirigió hacia la puerta y él supo que lo había visto.

Ness: Buenos días -entreabrió la puerta, pero se quedó dentro como si temiera que se le pudieran escapar algunas moléculas-.

Zac: Vanessa... -movió la cabeza y dudó-. ¿Puedo hablar un momento contigo?

Entonces fue ella la que dudó. Miró por encima del hombro a Michael que estaba tirando todos los cereales por la bandeja mientras miraba un programa infantil en la televisión de la cocina.

Ness: Solo un momento.

Estaba claro que la idea no la emocionaba, pero él sabía que estaba demasiado bien educada como para rechazarlo sin un buen motivo.

Vanessa salió, cerró la puerta y mantuvo las manos en la espalda y sobre el pomo de la puerta. La posición le mantenía los hombros hacia atrás y los pechos erguidos contra el fino algodón de la camisa.

Mientras miraba ensimismado, sus pezones se convirtieron en dos protuberancias que pugnaban por librarse de la camisa.

Ella soltó el pomo, movió las manos e hizo que él la mirara a los ojos. Estaba sonrojada.

Zac: Lo que pasó anoche no fue culpa tuya. Fue culpa mía. No quiero que le des más vueltas, ¿de acuerdo? -Ella no se movió. Ni siquiera dio la más mínima señal de que lo hubiera oído-. Yo fui hacia ti, ¿te acuerdas? Tú no hiciste nada malo.

Ella se rió, pero no porque la divirtiera. Fue un sonido de burla de sí misma que se reflejaba en sus ojos.

Ness: No me obligaste a nada, precisamente, Zac. Te limitaste a tocarme y me enredé a ti como, como una planta trepadora y estúpida, ¿te acuerdas?

Claro que se acordaba. Lo había rodeado con sus brazos como si quisiera absorberlo y él estuvo a punto de ceder al impulso irrefrenable de tumbarla en el suelo y entrar en ella. Sin embargo, no lo dijo.

Dejó que las palabras quedaran un momento en suspenso.

Zac: Me acuerdo de todo perfectamente y he pasado toda la noche recordándolo -dijo delicadamente y sin apartar la mirada de sus ojos-. Vanessa, eres una mujer preciosa y me atraes como no me ha atraído ninguna otra mujer, pero... -no pudo contener la mano y le pasó la yema del dedo índice por la mejilla-. Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo. -Los ojos de Vanessa reflejaron la impresión y se llenaron de lágrimas-. Lo siento -se disculpó-.

Se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente. Luego, se dio la vuelta y se marchó. Quiso tomarla en sus brazos y consolarla. Quiso volver a sentir su boca en sus labios, compartir la pasión que la abrasaba, saber que ella sabía quién estaba besándola. Pero no podría volver a acariciarla. Ya había rebasado los límites que se había prometido respetar durante las pocas semanas que estaría en su vida.

Él quizá abandonara la vida de Vanessa muy pronto, pero ella permanecería en la suya para siempre.

No era Zac. Era cuestión de la edad. Zac era el único hombre en su vida, aunque fuera secundariamente. Zac había sido el único hombre que la había besado desde la muerte de Mike. No era raro que sus ansias sexuales se hubieran concentrado en él.

Pero...

Mike nunca había conseguido que con solo una mirada se le estremecieran los muslos y humedeciera la ropa interior. Siempre la había excitado cuando hacían el amor y había aprendido qué era lo que más le gustaba, pero... ella nunca había sentido un deseo tan físico por el cuerpo de un hombre.

Cuando Zac clavó los ojos en su camisa, ella había tenido la disparatada idea de arrancársela y agarrarle la cabeza para que le lamiera los ávidos pezones.

¿Sería Zac y solamente Zac? Esa mañana había estado con el presidente de una empresa para presentarle el programa de recaudación de fondos y no había sentido la más mínima necesidad de arrojarse sobre él.

Cerró la puerta y se apoyó en ella con las mejillas ardientes entre las manos. ¿Qué estaba pensando? En apenas dos semanas, Zac Efron había conseguido que no se reconociera. Además, parecía como si él la conociera mucho mejor de lo que correspondía a tan poco tiempo.

«Sé que sigues enamorada de tu marido, independientemente de lo que diga tu cuerpo».

Zac había dicho aquellas palabras con un tono amable y comprensivo que contradecía la pasión de sus ojos. Ella se había quedado tan atónita que no pudo replicar mientras él se alejaba. No se había quedado atónita por pensar que seguía enamorada de su difunto marido, sino impresionada por darse cuenta de que no podía recordar claramente los rasgos de Mike. Impresionada y tan conmocionada que no pudo evitar que le brotaran las lágrimas.

¿Qué había pasado? ¿Cuándo había sido la última vez que intentó recordar su cara? Zac tenía razón, seguía amando a Mike, pero como algo del pasado. Pensó que había aceptado la viudedad arrastrada por la lucha diaria, que había aceptado que Mike se había ido y nunca volvería.

El rostro de Zac volvió a aparecérsele y se dio cuenta por primera vez de que incluso había aceptado la posibilidad de que algún día pudiera tener otra relación, quizá otro matrimonio.

Sin embargo, no con Zac Efron. Quizá él pudiera fundirle todos los plomos, pero no podía correr el riesgo de tener algo que ver con él. Incluso tenerlo en la casa de invitados podía disparar las habladurías más desagradables.


No, Zac no estaba en sus planes. Aunque quizá... algún día... ella podría encontrar a alguien que la hiciera sentirse tan viva como lo hacía él.


jueves, 26 de abril de 2012

Capítulo 3


Él habría preferido comer en la cocina, pensó Zac, mientras observaba la preciosa mesa a la que acababa de sentarse. Daba igual cuánto tiempo hiciese desde la última vez que tuvo que preocuparse por el dinero, en el fondo, seguía sin sentirse cómodo rodeado de tanta riqueza.

Se había acostumbrado a usar jerséis de cachemir y no podía negar que le gustaba conducir coches deportivos, de los que tenía demasiados. El jacuzzi y el gimnasio de su casa le encantaban, como le encantaba poder donar dinero a las obras de caridad que le apetecieran.

Pero dudaba mucho que alguna vez aceptara que otra persona le lavara la ropa y le hiciera la comida. El césped se lo cortaban unos chiquillos por una cantidad muy prudencial y, aun así, tenía remordimientos por no hacerlo él mismo. Seguía apagando las luces cada vez que salía de una habitación y nunca dejaba el grifo abierto mientras se lavaba los dientes. Preferiría que le cortaran una mano antes de contratar un mayordomo o un chofer como la gente esperaba que hiciera.

Sin duda, era más un hombre de acero inoxidable que de plata.

En cambio, Penny y Vanessa eran metales preciosos. Muy pulidas y bien cuidadas. Todavía no estaba seguro de si eran ostentosas o discretas, pero no creía que ninguna de las dos supiera lo que era salir a trabajar por la mañana sin saber si tendría electricidad cuando volviera por la tarde.

Era una cena interesante. Penny habló sin parar y pasaba de contar historias de sus amigas del golf o de sus organizaciones cívicas a contar anécdotas de su nieto.

Se enteró de que Michael había cumplido diecisiete meses el primer día del mes, que hablaba increíblemente bien para un niño de su edad y que no había empezado a andar hasta que tenía más de un año, lo que preocupó tanto a su madre como a su abuela.

Penny: Al fin y al cabo, aunque nos habían garantizado que el niño no resultó herido en el accidente, nos preocupaba que pudiera surgir algún efecto secundario.

Ness: A Penny la preocupaba -le corrigió-. Según todo lo que yo había leído, el niño era completamente normal.

Penny: En cualquier caso, estábamos muy agradecidas de tenerlo. Volvió a traer algo de vida a la casa, que era una tumba desde la muerte de Mike -se hizo un silencio y debió de darse cuenta de que no había elegido las palabras más adecuadas-. Bueno, ya sabes lo que quiero decir.


Zac sonrió para intentar aliviar la tensión del momento.

Zac: Supongo que un bebé ilumina el corazón más apesadumbrado.

La palabra corazón le retumbó en la cabeza y se preguntó si habría sido el único que pensó inmediatamente en trasplantes.

Ness: ¿Eres de Filadelfia? -era la primera vez desde el baile que le hacía una pregunta-.

Él sabía que en gran medida lo había hecho para romper el silencio, pero tenía los ojos marrones fijos en él con interés sincero.

Zac: Sí.

Penny: ¡Oh! -sintió curiosidad inmediatamente-. Es una ciudad encantadora y majestuosa. ¿Tu familia vive allí?

Él dudaba que a Penny le hubiera parecido encantador su barrio.

Zac: No -se limitó a decir-. Soy hijo único y mi madre murió cuando yo estaba en la universidad.

Penny: ¿Y tu padre?

Zac: Murió en un accidente antes de que yo naciera -también podría haberle contado todo lo demás, su vida había salido a la luz en los artículos que habían escrito sobre él-. Supo de mi existencia, pero murió antes de que pudieran casarse.

Penny: Tu pobre madre... -tenía lágrimas en los ojos-. Es espantoso perder un hombre joven. Además, entonces, criar un hijo ilegítimo suponía un estigma mucho mayor que hoy en día.

Zac podría haberla besado. Debió haber sabido que alguien con un corazón tan bueno como ella no la juzgaría. Podría haberle contado infinidad de ejemplos sobre lo difícil que había sido para su madre y él, pero Vanessa hizo un sonido como si se hubiera atragantado. Zac la miró y estaba sonrojada y miraba a su suegra con expresión de escándalo. Se dio cuenta de que estaba... estaba incómoda por él porque su suegra lo había llamado bastardo, aunque lo hubiera hecho con las mejores intenciones. Le gustó que ella se preocupara por sus sentimientos, pero sabía que Penny no tenía intención de ofenderlo. Sencillamente, había veces que no pensaba lo que decía. Tuvo que contener una carcajada.

Zac: Me llamo como mi padre -dijo para disimular la risa-. Él se llamaba Zac.

Vanessa se aclaró la garganta.

Ness: Entonces, mi hijo y tú tenéis algo en común. Los dos os llamáis como vuestros padres y nacisteis después de su muerte.

Zac asintió con la cabeza sin saber muy bien qué hacer con aquella conversación.

Ness: Mis padres también han muerto -siguió diciendo con una voz tranquila y bien modulada-. Mi madre murió joven, como tu padre, y no la conocí. Perdí a mi padre cuando yo estaba en la universidad. Fue... terrible.

Zac: ¿Os llevabais bien?

Ella asintió con la cabeza y los ojos clavados en la mesa.

Ness: Mucho. Me quedé destrozada.

Penny: Pero Mike se ocupó de ella -intervino con un tono cantarín-. Se casaron cuando ella se licenció y yo me llevé la nuera más maravillosa del mundo.

Vanessa sonrió forzadamente mientras se dirigía a su suegra.

Ness: Yo también fui muy afortunada. Penny ha sido como una madre para mí.

Penny: ¿Sabes una cosa, Zac? -dijo untando minuciosamente una tostada de mantequilla-. Me parece una tontería que te prepares la cena para ti solo. ¿Por qué no cenas con nosotras todas las noches?

Lo inesperado de la propuesta lo dejó desconcertado.

Zac: No querría abusar -contestó prudentemente sin mirar a Vanessa-.

Sabía perfectamente lo que estaba pensando ella.

Penny: No es un abuso -afirmó alegremente-. En realidad, creo que sería una forma maravillosa de que Michael se acostumbre a que haya un hombre en casa.

Vanessa arqueó las cejas.

Ness: ¿Por qué tiene que acostumbrarse a que haya un hombre en casa? -preguntó con un tono delicado-.

Penny: Bueno, cariño, estoy segura de que te casarás algún día.

Zac miró a Vanessa y ella sonrió mientras sacudía la cabeza.

Ness: Penny no descansará hasta que vuelva a casarme.

Penny: Bah -agitó una mano-. Solo quiero lo mejor para Michael y para ti.

Zac no pudo evitar reírse.

Zac: Me imagino que Vanessa lo resolverá cuando le parezca oportuno.

Ness: Gracias -había cierto tono de desesperación en su voz-.

Penny: Entonces, ¿cenarás con nosotras mientras estés aquí? -insistió-.

Zac comprendió que era testaruda.

Zac: Me encantará venir de vez en cuando -contemporizó para que Vanessa no se sintiera abrumada-, pero prefiero no comprometerme a venir todos los días. Sin embargo, gracias por el ofrecimiento.

Quería tanto conocer al hijo de Vanessa que no podía más. Sin embargo, no podía entrar en la casa para conocer a Michael sin ser un incordio o sin inventarse una excusa que Vanessa descubriría.

Pasaron tres días antes de que conociera al hijo del hombre que le había dado su corazón. También fue la primera vez que volvió a ver a Vanessa desde que Penny lo invitó a cenar.

Él estaba en el dormitorio que había acondicionado como estudio. Estaba trabajando en el proyecto de una casa de tres pisos que le había encargado un actor para un terreno en Colorado. Le estaba saliendo muy bien y se planteaba presentarlo a un prestigioso concurso de arquitectura. Además, no tenía ni una ventana solar, se dijo con satisfacción.

Se alegraba mucho de todas las ventajas que tenía su invento, pero empezaba a cansarse de que siempre le encargaran casas con cuatrocientas ventanas de esas por las fachadas.

Estaba dándole vueltas al salón cuando oyó una voz estridente. Se levantó, fue hasta le ventana abierta y separó las cortinas.

Vanessa iba por uno de los senderos empedrados del jardín. Llevaba unos pantalones caqui, unas sandalias y una camisa azul claro. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo bastante suelta. Junto a ella, agarrado de su mano, un niño con un peto vaquero y una cabeza llena de rizos rubios andaba torpemente.

Zac se agarró al alféizar y se sintió desbordado por una inesperada oleada de orgullo.

Casi al instante, se apartó de la ventana preso de la conmoción. ¿Qué le pasaba? Había leído las teorías sobre la memoria celular en los trasplantes, sabía que había pruebas reales que las sustentaban, pero lo que había sentido no era memoria, había sido una reacción.

Se dio un momento para comprenderlo, pero no consiguió encontrar una explicación lógica. Se sentía como si hubiera asimilado parte del alma de Mike Hannigan, como si realmente se hubiera emocionado al ver a su hijo por primera vez. Pero eso era imposible.

¿O no lo era?

La risa penetrante de un niño le sacó de sus pensamientos, bajó las escaleras de dos en dos y abrió la puerta de la calle.

Zac: Hola, Vanessa.

Iban a desviarse por otro sendero y ella tuvo que mirarlo por encima del hombro. No fue un gesto de coquetería, pero las miradas se encontraron, y Zac sintió como si se desgarrara por dentro. ¿Habría sentido ella lo mismo?

Ness: Hola, Zac.

Le encantó cómo sonaba su nombre dicho por ella, pero fue una sensación lejana. Estaba concentrado en el niño que se volvió para mirarlo.

Zac: Hola -dijo amablemente mientras se agachaba para estar a la altura del niño-.

Le costaba hablar. Notaba una opresión en el pecho y tuvo que aclararse la garganta. No podía entender por qué se sentía así, pero estaba claro que se sentía abrumado por conocer al hijo de Vanessa.

El niño se había soltado de la mano de su madre, se había puesto detrás de ella y lo miraba entre sus piernas. Lo miraba con gesto serio, hasta que una sonrisa traviesa iluminó sus ojos azules. Miró a su madre.

Michael: ¿Qué es?

Ness: El señor Efron. Va a ser nuestro vecino una temporada.

Michael: Cenó Efon -dijo con aire de satisfacción-.

Ness: Efron -repitió-.

Michael: ¡Efon! -insistió con una sonrisa-.

Zac se rió.

Zac: Efon está bien -le dijo a Vanessa, sin apartar los ojos del niño-. ¿Cómo te llamas?

El niño se metió el pulgar en la boca y sonrió, pero no dijo nada.

Ness: Dile cómo te llamas al señor Efron -intervino-.

Michael: ¡Efon!

Ness: Eso, dile a Efon cómo te llamas.

Michael: Maicol.

Zac: Encantado de conocerte Michael -alargó la mano-. ¿Me das la mano? -El niño se la estrechó enérgicamente y los rizos se agitaron. Volvió a ponerse detrás de las piernas de su madre, pero Zac vio que le sonreía-. Muy bien -se levantó-.

Estaba dándole el sol y se refugió automáticamente en la sombra. Uno de los efectos secundarios de los medicamentos que tomaba era que aumentaban el riesgo de cáncer de piel.

Zac: ¿Vais de paseo? -le preguntó a Vanesa-.

Ella asintió con la cabeza mientras le revolvía los rizos a su hijo.

Ness: A Michael le encanta salir fuera. Si le dejara, se pasaría el día escarbando en la tierra.

Michael: ¡Escavando! -había oído la única palabra que le interesaba-. Escavando ya.

Vanessa se rió y se despidió con la mano de Zac.

Ness: Muy bien. Despídete del señor Efron.

Michael: Adiós -lo dijo por encima del hombro mientras arrastraba a su madre-.

Zac se quedó donde estaba con los ojos clavados en la mujer y su hijo hasta que desaparecieron por una curva sombría del camino. Ella tenía una risa maravillosa y no sabía cuánto lo afectaba a él.



«Él estaba junto a la chimenea en una fiesta con algunos amigos. Tres chicas jóvenes entraron y se pararon al lado del árbol de Navidad para echar una ojeada como hace todo el mundo cuando entra en un sitio e intenta ver quién está. La más baja reconoció a un chico y fue hacia él seguida por las otras dos. Se presentaron unos a otros. Uno de los chicos dijo una tontería y ellas dejaron escapar unas risitas. A él le parecía que las chicas que se reían de aquella manera eran tontas, pero la de la melena negra tenía una risa preciosa y él quiso escucharla otra vez. Se llamaba Vanessa y se acercó a ella sin dudarlo.

Mike: Hola, Vanessa, me llamo Mike Hannigan. ¿Quieres beber algo?

Ella lo miró y él quedó atrapado por unos ojos tan marrones y puros que sencillamente lo conquistaron.

Cuando volvió a poder pensar, lo primero que le vino a la cabeza fue que se casaría con ella».


¡Caray!

Zac se llevó las manos a la cabeza sin poder creérselo. Se dio cuenta de que estaba de rodillas en medio del camino, pero no recordaba haberse arrodillado. En cambio, recordaba perfectamente la escena que acababa de ver en su cabeza...

Se sacudió como aturdido. Nunca había pensado que tenía demasiada imaginación, pero menos aún había pensado que necesitaría un trasplante de corazón a los veintiséis para tenerla.

Era un disparate.

Se levantó, se limpió los pantalones y se le ocurrió que había una forma de saber si estaba soñando o no.

Zac: ¡Eh, Vanessa! -Salió camino abajo antes de pensar que podía ser una mala idea. Cuando llegó hasta ellos, Vanessa y Michael estaban en el césped aterciopelado. El niño se fue hacia una zona de juegos que había en el extremo del jardín-. Vanessa... -repitió-.

Ella se volvió sorprendida de verlo.

Ness: Sí...

Zac dudó.

Zac: Te parecerá una pregunta rara, pero... ¿cómo conociste a tu marido?

La sonrisa se tornó vacilante y la duda se reflejó en sus ojos.

Ness: Efectivamente, es una pregunta muy rara.

Zac. Es una apuesta con un amigo -improvisó sin apartar los ojos del niño para que ella no notara su inquietud-. Se lo pregunto a todo el mundo que conozco.

Ness: Ah -su expresión se serenó y volvió a sonreír-. Bueno, si es una cuestión científica... Volví a casa para pasar las navidades del último año de universidad y fui a una fiesta con unas amigas. Mike estaba allí. Conectamos al instante -se rió y, como la vez anterior, el sonido le tocó una fibra tan profunda que tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en lo que decía-. Pero la historia de Penny es completamente distinta. Ella y Glenn, el padre de Mike, eran vecinos y él no paraba de meterse con ella y tirarle del pelo. Ella no podía soportarlo.

Zac: Entonces, ¿cómo llegaron a casarse?

Quería que ella siguiera hablando para disimular la impresión que había tenido al confirmarse lo que ya sabía.

Ness: A él lo llamaron a filas. Se escribieron cartas y ella asegura que se enamoró a distancia. Se casaron tres días después de que él volviera a casa al terminar el primer año.

Michael: Mamá... puja.

La voz chillona de Michael hizo que los dos fueran hacia el niño que intentaba subirse a un columpio.

Ness: Ya voy, Michael.

Zac se quedó a un lado mientras Vanessa montaba a su hijo en un columpio para niños pequeños.

Michael: ¡No! -protestó-. Lumpio ande.

Ness: De acuerdo -lo sacó del asiento y lo puso sobre su regazo en uno de los columpios grandes-. Mamá se columpiará contigo.

Agarró al niño con un brazo y empezó a balancearse impulsándose con los pies.

Michael: Efon, puja.

Zac pensó divertido que Michael tenía muy claro como era todo el asunto de los columpios.

Zac: Claro -se puso detrás de ellos-. Agárralo -le advirtió a Vanessa-.

Ness: ¿Qué vas...? ¡Zac! -fue un alarido-.

Zac tiró del columpio y lo soltó. No fue muy alto, pero Michael se reía y gritaba.

Michael: ¡Más!

Él obedeció y los empujó durante un rato, hasta que Michael empezó a agitarse. Vanessa paró el columpio y lo dejó en el suelo. Él salió disparado hacia una zona de tierra que había al lado. Vanessa se bajó del columpio y se le cayó al suelo un sobre que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Unos trocitos de papel, algunos de ellos como si fueran recortes de revistas, quedaron desperdigados por el suelo y ella se agachó para recogerlos.

Zac la ayudó y se dio cuenta de que eran cupones. Sonrió, los cupones le recordaban a su madre.

Ness: No hace falta... -empezó a decir pero él le dio un puñado de cupones que había rescatado de la leve brisa-. Gracias -estaba sonrojada y volvió a meterlos en el sobre-. Son para el centro de ancianos.

Zac: Ah -la observó mientras guardaba todo en el sobre-. Mi madre era la reina de los cupones. No he conocido a nadie que estirara tan bien un presupuesto como ella.

Vanessa suavizó el gesto.

Ness: Los cupones pueden ser muy útiles para alguien con ingresos escasos.

Él asintió con la cabeza.

Zac: Es un detalle de tu parte.

Ella dudó y Zac se preguntó qué habría estado a punto de decir, pero ella desvió la atención hacia Michael que se había dejado caer en un montón de tierra.

Ness: Michael, no te comas la tierra.

Zac se rió al ver que el niño se sacaba un puñado de tierra de la boca con gesto de culpabilidad.

Zac: Algunos lo hacemos.

Ella también se rió.

Ness: Unos más que otros -dijo irónicamente mientras iba hacia su hijo-. No puedo quitarle el ojo de encima. Quiere probarlo todo.

Zac: Lo tendré presente.

Vanessa se había sentado en el borde del recinto de tierra y ayudaba a su hijo a llenar un cubo. Le sonrió y a él casi se le para el pulso. Era maravillosa.

Ness: Gracias. No queremos distraerte de tu trabajo. Intentaré que no grite.

Zac: No me molestáis.


Michael: ¡Efon! -le señalaba con el dedo y él se agachó con una sonrisa-.

Zac: ¿Qué pasa, amigo?

Michael: Efon -le ofreció una de las palas de juguete-.

Su vocabulario sería limitado, pero el significado estaba muy claro.

Zac: Muy bien -cogió la pala-. ¿Quieres que te haga un castillo?

Los ojos del niño se iluminaron y mostró unos dientes diminutos y perfectos.

Michael: ¡Uhhhh!

La tierra estaba fría gracias a la sombra de unos árboles y un poco húmeda por la lluvia de la noche anterior. Era perfecta para darle forma.

Zac agarró un cubo y empezó a llenarlo. Michael se unió a él inmediatamente y golpeó la superficie cuando estuvo lleno. Zac le dio la vuelta con cuidado y cuando lo levantó, una torre perfectamente redonda se erguía sobre la tierra que había allanado Vanessa. Lo repitieron varias veces como si fuera una fortaleza y Zac hizo unos muros entre las torres. Casi había terminado de dibujar los ladrillos de la última torre cuando se dio cuenta de que Michael había perdido el interés y estaba llenando de tierra un camión rojo. Se sentó en los talones y se limpió las manos y la ropa. Miró a Vanessa por encima de la cabeza de Michael.

Zac: Me parece que la cuadrilla de construcción ha terminado por hoy.

Ella sonrió cariñosamente y miró a su hijo.

Ness: Su capacidad de concentración deja algo que desear. Según lo que he leído, concentrarse durante poco tiempo es cuestión de la edad... ¡Michael! -gritó apremiantemente-. No... -Zac volvió la cabeza y vio al niño que se sentaba en medio del castillo-. ...te sientes ahí... -terminó con un tono resignado-.

Zac la miró atentamente mientras ella levantaba a su hijo y le sacudía la tierra. Él no había estado mucho con niños, pero suponía que el comportamiento de Michael era el normal. Michael estaba divertidísimo y no paraba de reírse. Se soltó de su madre y fue al césped en busca de otra aventura.

Vanessa miró a Zac por encima de las ruinas del castillo. Sus ojos brillaban de alegría y a él le pareció muy divertido. Ella estalló en una carcajada y él la siguió.

Vanessa se rió hasta que le brotaron las lágrimas.

Ness: Tu expresión no tenía precio -balbuceó mientras se sujetaba el vientre-. Tu obra maestra destruida por unos pañales malolientes.

Zac: Mereció la pena -aseguró cuando pudo hablar-. ¿Te has dado cuenta de lo contento que estaba consigo mismo?

Vanessa asintió con la cabeza sin dejar de reírse.

Ness: Es un bicho. En cuanto veo ese brillo en sus ojos, sé que está tramando algo.

Zac: Tendré que recordarlo.

Vanessa dejó de reírse y se hizo un silencio cómplice mientras miraban al niño que se tambaleaba y farfullaba algo en un idioma incomprensible. Ella suspiró.

Ness: Es muy gracioso. Se me rompe el corazón al pensar que va a criarse sin conocer a su padre y que Mike no podrá compartir estos momentos conmigo.

El tono no era lastimero sino reflexivo.

Zac tuvo que morderse la lengua para no decirle la verdad, pero cuál era la verdad, se preguntó a sí mismo. Ella pensaría que estaba como una cabra y a lo mejor era verdad. ¿Cómo podía saber cosas tan íntimas solo por un trasplante de corazón?

El trasplante de corazón. Todo pasó mientras jugaba al rugby. Recibió una patada en pleno pecho que le rompió las costillas y le afectó el corazón. Pasó de ser la viva imagen de la salud a entrar en una lista de trasplantes con pocas esperanzas de que llegara un corazón compatible a tiempo.

¿Qué jugada del destino hizo que Mike Hannigan muriera en un hospital de Baltimore, a menos de una hora en helicóptero del hospital donde agonizaba él? Además, ¿cómo era posible que encima sus corazones fueran perfectamente compatibles?

Era motivo casi suficiente para que creyera en la predestinación. Lo único que sabía con certeza era que deseaba a Vanessa, que la deseaba más de lo que había soñado desear a una mujer.


Sin embargo, no podía tenerla. Nunca podría explicarle por qué había mantenido el trasplante y todo lo demás en secreto.




¡Qué capi tan chachi! XD
¡Comentad mucho, ¿vale?!

En respuesta a tu pregunta Abigail, te diré que sí. Le puse Scarlett por la de "17 Again". Soy así de original XD

¡Bye!
¡Kisses!


martes, 24 de abril de 2012

Capítulo 2


Vanessa llevaba un ceñido vestido veraniego azul claro y el pelo negro lo tenía recogido en un brillante moño en la nuca. El serio peinado no favorecería a ninguna mujer que no fuera Vanessa, pero ella no era una mujer cualquiera. Le resaltaba la belleza clásica de sus rasgos, la línea cincelada de los pómulos y mandíbula, los labios carnosos y perfectamente dibujados y sus enormes ojos marrones.

Estaba fascinado con aquellos ojos. No eran de un vulgar marrón chocolate, sino de un tono más claro y delicado que se iluminaba con el genio y la burla, así como con el cariño cuando estaba relajada y feliz. A pesar de que se habían conocido en pleno verano, tenía una piel blanca como la leche que se tornaba ligeramente rosa en los pómulos. Supo, sin tener que acariciarla, que era sedosa, que era tan suave detrás de las rodillas como en la deliciosa curva donde el cuello se encontraba con los hombros.

Sin embargo, eso era imposible. No podía saberlo. Aunque tuviera una seguridad íntima que iba más allá de un anhelo imaginario. Su cuerpo también lo sabía, se dijo a regañadientes mientras agitaba las piernas debajo de la mesa.

Penny: Me llamaban mami. Se me quedó cuando Mike empezó a balbucear. El me llamó así toda su vida y Michael también lo hace ahora.

Zac asintió con la cabeza distraídamente sin poder apartar la mirada de Vanessa.

Zac: Ya lo sé.

Ness: ¿Lo sabes? -su tono de voz era tan penetrante como la mirada que le dirigió-. ¿Cómo lo sabías? Ni siquiera conoces a Michael.

Él se encogió de hombros impresionado por la rapidez de ella y por su metedura de pata. Tendría que tener más cuidado si no quería que ella sospechara algo. Se sintió muy orgulloso; ella siempre había sido muy lista...

Ness: Señor Efron... -su tono era interrogativo, pero igual de penetrante que antes-.

Zac: Perdón. Estaba distraído.

Ness: ¿Por qué sabías que a Penny la llamamos mami?

No era una pregunta muy sutil.

Penny: Cariño, a lo mejor se lo oyó a alguien en el baile -intervino-. La verdad es que solo hablo de Michael. Seguramente, Zac me oyó contarle una anécdota a alguien sin darse cuenta siquiera de que lo había oído.

Penny sonrió y miró impacientemente a los dos.

Zac: Tú misma lo dijiste hace un rato -le dijo a Vanessa-. Supongo que he dado por supuesto que era como tu hijo llama a Penny.

Ness: Ya -susurró-.

No estaba nada convencida, pero Zac se dio cuenta de que no quería incomodar a su suegra.

Penny: ¿Qué tal te ha ido la comida? -le preguntó desenfadadamente-.

La cara de Vanessa se iluminó como si se hubiera olvidado de algo durante un instante.

Ness: ¡Maravillosa! Tengo algunas noticias apasionantes.

Se desabrochó la chaqueta azul y se la quitó desafiando al descubierto una camisa sin magas de seda color marfil. La seda dejaba entrever una especie de camisola de encaje que le retenía los pechos. Zac deseó que no se hubiera quitado la chaqueta. Ella la colgó del respaldo de la silla y se sentó antes de que Zac pudiera levantarse para ayudarla.

Ness: El consejo de administración del museo me ha ofrecido un puesto como directora ejecutiva.

Penny sonrió vagamente.

Penny: Está muy bien, cariño -se volvió hacia Zac-. Vanessa trabaja de voluntaria con varias organizaciones.

Zac comprendió que la mujer no había entendido lo que había dicho Vanessa.

Ness: Pero esto no es un trabajo de voluntaria -le aclaró-. Seré directora ejecutiva y tendré un sueldo. Además, seguiré ocupándome de la recaudación de fondos.

Parecía emocionada.

Zac: Enhorabuena -le felicitó-. ¿Cuáles serán tus funciones?

Ness: Supervisaré el personal, gestionaré el presupuesto y llevaré la publicidad, pero, en gran medida, me concentraré en recaudar fondos.

Zac: ¿Cómo se financia el museo?

Ness: Con fondos federales, estatales y locales.

Zac tuvo la sensación de que a ella no le gustaba su participación en la conversación, aunque no hizo ni dijo nada que fuera descortés.

Ness: Campañas especiales -continuó-, fiestas, donaciones, aportaciones de fundaciones... el museo, como cualquier institución sin ánimo de lucro, recibe dinero de muchos sitios.

Zac: En Filadelfia fui miembro de un par de consejos de administración. Tengo algo de experiencia en reunir fondos de explotación.

Se recordó que tenía que hacer una donación anónima al museo.

Penny: Vanessa... -su voz denotaba preocupación-. ¿Quieres decir que vas a trabajar?

Ness: Sí -su tono era firme-. Solo es media jornada. Puedo hacer algo del trabajo de casa mientras Michael duerme la siesta, así que no creo que haya ningún problema. Amy y tú no vais a tener que ayudar más con Michael de lo que ya lo hacéis.

Penny: No es por eso, pero... yo nunca he trabajado.

Zac comprendió que Penny no estaba siendo esnob ni displicente; no entendía, sinceramente, por qué Vanessa quería trabajar.

Ness: Penny, va a ser como un trabajo voluntario, pero más entregado -le explicó con paciencia-. Te prometo que no voy a quitar tiempo de las otras cosas que hago ni de ti ni de Michael.

Aquello pareció tranquilizar a su suegra.

Penny: Sabes, como Zac es nuevo aquí, deberías ir a comer con él alguna vez y explicarle las organizaciones que tenemos y a lo mejor le gustaría afiliarse a alguna.

Ness: Es una idea muy buena, Penny -no parecía muy sincera-.

Zac: Mañana estoy libre.

Zac no sabía por qué había dicho eso. Quizá fuera porque quería que aquellos ojos marrones volvieran a fijarse en él en vez de pasarlo por alto como llevaban haciendo un buen rato.

Ness: Lo siento, mañana tengo cosas que hacer -replicó-. Quizá otro día.

Penny: ¿Tienes cosas que hacer? -su tono era de decepción-. Cariño, no lo sabía, creía que el martes era el día que pasabas en casa. Le he prometido a Bonnie que la invitaría con su grupo de bridge

Ness: Eso es lo que quería decir -la tranquilizó-. El martes paso todo el día con Michael.

A Zac le hizo gracia ver el tono rosado que adoptaban las mejillas de Vanessa al decir la mentira.

Zac: Otra vez será.

Sus miradas volvieron a encontrarse y él sonrió amablemente.

Ness: Sí. Claro -se levantó y agarró su chaqueta-. Tengo que ir a ver cómo está Michael. Encantada de volver a verlo, señor Efron.

Zac: Zac -le corrigió mientras se levantaba-. Llámame Zac, ¿de acuerdo?

Ness: Zac -estaba a medio camino cuando se dio la vuelta y lo miró-. Adiós.

Penny: Vaya, vaya... -susurró-. Esta tarde está un poco... nerviosa. No sé si lo del trabajo es una buena idea.

Él podría haberle dicho exactamente por qué estaba nerviosa, pero no era cuestión de alterarla. Vanessa Hudgens no se encontraba nada cómoda con él, pero estaba demasiado bien educada como para demostrarlo. Saltaban chispas cuando los maravillosos ojos de ella se clavaban en él y aunque no estaba seguro de lo que estaba pasando exactamente, sí empezaba a tener muy clara una cosa: Vanessa lo atraía en todos los sentidos. Y no era solo porque había recibido el corazón de su marido. Era su pulso el que se aceleraba cuando ella entraba en la habitación; era su boca la que se secaba como la piedra pómez; era su estómago el que se encogía por el deseo.

Se reconoció que eso podía ser un problema y se recordó cómo había reaccionado ella cuando su suegra habló de conocer al receptor. El jamás podría decirle que tenía el corazón de su marido.


A la noche siguiente, mientras entraba en su dormitorio, Vanessa pensó que gracias a Dios Zac se había empeñado en ocuparse de la electricidad y el agua de su casa. No sabía cómo explicarle a Penny que no tenían dinero para actos de generosidad.

Se levantó diestramente el pelo y se lo sujetó con unas horquillas. Acababa de dar de cenar a Michael y no podía perder ni un minuto. Fue hacia al armario mientras se preguntaba qué tramaba su suegra como si no estuviera terminantemente claro. Penny había llegado de la partida de bridge y se había dirigido directamente a la casa de invitados. Cuando volvió, comentó despreocupadamente a Vanessa que Zac cenaría con ellas.

¡Cenar! Resopló con desesperación. No podía culpar a Penny, su suegra no asimilaba las dificultades económicas que a ella le abrumaban todos los días. Para ella, lo natural era ser hospitalaria con su invitado. Penny quería que Amy fuera a comprar un trozo de carne que era demasiado caro, pero Vanessa le había dicho que hiciera pollo Kiev, un plato cuyos ingredientes ya tenían. Además, aquella era la noche que Michael solía cenar con ellas. Como había un invitado, Vanessa le había dado de cenar antes y había pedido a Amy que lo bañara ese día en vez del viernes, cuando ella solía tener compromisos y cenaba fuera.

Una cena. En vez de estar con Michael tendría que poner la mesa en el comedor, cortar flores y sacar brillo a la plata que apenas usaban. Penny, naturalmente, no pensaba en esas cosas. Su suegra había nacido en la riqueza y el servicio doméstico se ocupaba de los molestos detalles como el trabajo. No era una persona desconsiderada o insensible. Sencillamente se había criado así: elegante, distinguida, consentida. A veces, sobre todo últimamente, Vanessa daba gracias a Dios por su educación nada refinada. Si no hubiera tenido experiencia en arañar cada céntimo, no sabía qué habría sido de Penny, de Michael y de ella misma.

Estaba segura de que Penny no habría sabido qué hacer cuando se hubiera enterado de que Mike había invertido casi todo el dinero en un negocio que los había dejado prácticamente arruinados. El único consuelo era que la casa estaba libre de cargas y que si podía hacer frente a los gastos para vivir y los impuestos, también podrían conservarla. Aunque tendría que decirle a Penny que existía la posibilidad de que la perdieran.

Suspiró. Una cena con Zac Efron. Bastante era que Penny intentará organizarle planes cuando estaban en público, pero esa vez iba a llevarle un hombre a su casa.

Mike había muerto hacía dos años. Durante el primer año y medio ni siquiera se le pasó por la cabeza mirar a otro hombre. Solo había sufrido y se había ocupado de su hijo. Cuando se dio cuenta de su situación económica, se dedicó por completo a intentar mantener el barco a flote sin preocupar innecesariamente a Penny, quien no tenía cabeza para los números y parecía incapaz de asimilar la necesidad de apretarse el cinturón.

Sin embargo, hacía unos meses, Penny había empezado a preocuparse porque Michael creciera en una casa llena de mujeres. Había organizado una conspiración con sus compañeras de bridge, sus parejas de golf y sus amigas de almuerzos para presentarle nietos, sobrinos, ahijados, vecinos, abogados, contables y cualquier hombre que se les ocurriera.

Ella había conseguido esquivar a casi todos, aunque se citó con tres desconocidos y una de aquellas citas fue tan espantosa que nunca la olvidaría.

Sacó un vestido negro y se lo puso, se calzó unas sandalias, se paró un instante y tomó aire. Intentó serenarse y se dijo que no solucionaría nada enfadándose.

Además, sabía que Penny no quería incomodarla. La buena mujer la había recibido en la familia con tanto cariño que a veces le parecía como su propia madre. Al pensar en su madre, que murió cuando ella nació, sus pensamientos se dirigieron inevitablemente hacia su padre. Volvió a tomar aire y los ojos se le empañaron de lágrimas.

Había sido bibliotecario de la universidad y vivía en su mundo, pero quería mucho a Vanessa, como ella lo quería a él. Su muerte, cuando ella estaba en el último curso de la universidad, fue devastadora. Lo único que hizo que lo superara fue Mike, a quien había conocido unos meses antes. Le pareció natural acudir a él cuando se enteró de las deudas de juego de su padre y le pareció más natural todavía aceptar su petición de matrimonio unos meses más tarde. Todavía lo echaba de menos. No llevaban ni un año casados cuando murió.

Volvió a suspirar y se miró en el espejo de cuerpo entero para asegurarse de que no tenía rastros de lágrimas. No quería que Zac percibiera ningún signo de debilidad.

El timbre de la puerta sonó con un tono imperativo mientras ella bajaba las escaleras. Amy cruzó el vestíbulo y Vanessa pudo oír el saludo. La voz era inconfundible y notó un escalofrío en la espina dorsal. ¿Qué tenía Zac que la alteraba tanto? Había sido educado y amable en el baile. No podía encontrar un fallo aunque lo intentara. No se la había comido con los ojos descaradamente como el idiota con el que había salido. Era encantador con Penny y la escuchaba como si le interesara lo que decía. Debería ser el hombre perfecto.

Sin embargo... había algo que la molestaba. Algo tan profundamente instintivo que no podía pasarlo por alto. Estaba segura de que no era que fuese increíblemente sexy y atractivo, aunque era algo que no se le escapaba.

En ese momento, el objeto de sus preocupaciones entró en el vestíbulo. Amy cerró la puerta.

Amy: Le diré a la señorita Hudgens que ha venido. Pase a la sala -le dijo el ama de llaves antes de volver corriendo por donde había ido-.

Vanessa sabía que Michael estaría gateando por el suelo impecable de la cocina en busca de algún cajón que no estuviera completamente cerrado.

Zac empezó a cruzar el vestíbulo, pero se paró al verla a mitad de las escaleras.

Zac: Buenas tardes. Estás más guapa que nunca.

Ness: Gracias.

Ella inclinó la cabeza e intentó no hacer caso del rubor de placer por las palabras.

Él también estaba impresionante, pero no iba a decírselo. Llevaba una camisa de seda negra de manga corta y unos pantalones también negros. La combinación era elegante y desenfadada e increíblemente atractiva. El pelo rubio le brillaba con destellos castaños y la sonrisa era como un corte blanco en la cara.

Esperó al pie de las escaleras mientras bajaba y ella era consciente de que no le quitaba los ojos de encima, aunque no lo miró y prestó una atención innecesaria a dónde ponía los pies en los escalones.

Zac: Te he traído una cosa.

Hasta ese momento, ella no se había dado cuenta de que tenía una mano en la espalda.

Ness: No puedo aceptar un regalo.

Él sonrió.

Zac: ¿Una mujer a la que no le gustan las sorpresas? Increíble -sacó la mano con dos pequeños paquetes-. Solo es una muestra de mi agradecimiento -le dijo mientras le daba uno-. Uno para ti y otro para Penny en agradecimiento por vuestra generosidad.

Vanessa no sabía qué decir. No solo había dado un carácter personal a la situación, sino que había hecho que se sintiera increíblemente culpable por su avaricia. El remordimiento hizo que sonriera radiantemente.

Ness: Está bien, en ese caso, acepto encantada.

Fue a coger el paquete, pero él no lo soltó inmediatamente y sus dedos se rozaron mientras ella levantó los ojos para mirarlo.

Él le miraba la boca.

El tiempo quedó suspendido como las motas de polvo en las franjas de luz que atravesaban la habitación.

Tenía el rostro tenso y ella se quedó inmóvil mientras él levantaba los ojos hasta que las miradas se encontraron. Tenía la mirada intensa y voraz y ella tuvo que tomar aire por la impresión.

Penny: Hola, Zac -su voz alegre y cantarina llegó desde las escaleras-.

Zac cambió la expresión y un distanciamiento amable sustituyó al anhelo. Ella parpadeó cuando él le soltó la mano, dio un paso atrás y la dejó caer con el paquete entre los dedos.

Vanessa se dio la vuelta para saludar a Penny, tomó aire e intentó serenarse. Aquella mirada podía haberla derretido.

Zac: Penny -cogió las manos que le ofrecía la mujer y le dio un beso en la mejilla-.

Luego, le entregó el regalo.

Penny: ¿Un regalo? No era necesario -hizo un gesto con la mano como si se avergonzara, pero Vanessa vio que levantaba la cajita y la agitaba junto a la oreja-. ¿Qué será? ¿Tú también tienes una? Es delicioso. Bueno, pasa a tomar algo mientras los abrimos por turnos.

Penny entró en la sala. Después de otro momento en suspenso, Vanessa la siguió y se sintió como una hoja en el camino de una apisonadora.

Penny mandó inmediatamente a Zac al bar donde le sirvió un poco de jerez, Vanessa no quiso tomar alcohol.

Ness: Un poco de agua con gas y lima, por favor.

Se le hacía raro volver a tener un hombre en casa. Había vivido sola con Penny el doble de tiempo que con Mike y a veces ni se acordaba de lo que era aquello. Le pareció un pensamiento sacrílego o traicionero, pero aquella situación no tenía ni pies ni cabeza. Quería gritar, pero se sentó en la butaca tapizada de seda a rayas que estaba junto al piano, se alisó recatadamente la falda y cruzó los tobillos sin pensar lo que estaba haciendo.

Mantuvo la vista clavada en el suelo mientras Zac cruzaba la alfombra persa con su bebida y una igual para él. Su mano enorme empequeñecía los vasos y ella no pudo evitar volver a rozarle los dedos mientras cogía su bebida. El acto, completamente inocente, le pareció demasiado íntimo para lo susceptible que estaba hacia cualquier gesto de él.

Penny: Vamos, Vanessa -se había sentado en un sofá color Burdeos y agitaba el paquete en el aire-. ¡Tenemos que abrirlos!

Empezó a soltar el lazo, pero se paró para esperar a Vanessa. Ella habría dado cualquier cosa por no abrirlo, pero sabía que su suegra no lo entendería. Soltó el lazo de mala gana y separó una punta del papel sin romperlo.

Penny: Vanessa es de las personas que da mala fama a abrir paquetes -le dijo a Zac-. Puede tardar media hora con un solo paquete.

Zac sonrió.

Zac: Mi madre era igual y también guardaba el papel para volver a usarlo. Es más, lo planchaba para quitarle las arrugas.

Penny: ¡Dios mío! Qué aplicada. -Sacó una cajita dorada y esperó a Vanessa. Luego levantaron las tapas a la vez-. ¡Ohhh! -exclamó-. Es absolutamente precioso y delicadísimo -mostró un broche con forma de azucena y con un esmalte que daba vida a la flor-. Adoro las azucenas... Gracias, Zac.

Zac inclinó la cabeza.

Zac: Es un placer, te lo aseguro. Agradecí mucho tu ofrecimiento de un sitio para vivir, pero ahora que lo he visto lo agradezco mucho más.

Penny: ¿Qué es tu regalo? -estiró el cuello-.

Ness: Un lirio. Mi flor favorita -miró a Zac que estaba al otro lado de la mesa baja-. También es mi tono de color favorito. Muchas gracias.

Zac: De nada -sus ojos eran cálidos y profundos-. Cuando lo vi, pensé en ti inmediatamente.

¿Por qué tenía ella la sensación de que quería decir exactamente eso? Agitada, miró el reloj.

Ness Dios mío, Amy va a matarnos. Será mejor que nos sentemos a la mesa.

Zac: ¿Dónde está tu hijo? -tenía el ceño fruncido-. Daba por supuesto que cenaría con nosotros

Ness: Ha cenado antes -de dijo mientras él apartaba la silla de Penny en la cabecera de la mesa-. Suele cenar hacia las cinco.

Zac: Tenía que habérmelo imaginado -reconoció-.

Estaba detrás de ella y separó su silla para que se sentara. Al volver a colocar la silla, inclinó la cabeza y ella notó su aliento en la nuca. Sintió un estremecimiento en toda la espalda.

Zac: La recepcionista que tengo en Filadelfia tiene dos hijos de tres y cinco años. Se ponen como furias si se retrasa la cena -sonrió mientras se sentaba-.

En la mesa había ensaladas y consomé frío y Vanessa comió deprisa y dejó que Penny se ocupara de la charla durante los dos primeros platos. Cuando todos hubieron terminado, pidió disculpas y llevó los platos a la cocina. Con movimientos diestros, cortó las pechugas del pollo que había hecho esa tarde, las puso en los platos, las acompañó de espárragos y las cubrió de salsa holandesa...

Zac: ¿Puedo ayudar?

Vanessa dio un respingo y solo los reflejos de Zac evitaron que la maravillosa porcelana de Penny acabara en el suelo.

Ness: Dios mío, no esperaba que aparecieras tan sigilosamente.

Zac: Perdona -arqueó las cejas-. No quería asustarte. He pensado que podía ayudarte.

Ness: No, gracias. Todo está controlado.

Zac: Ya lo veo -tenía los ojos muy oscuros y una arruga separaba las cejas-. Vanessa... siento haberte causado tantos problemas. Cuando me invitó Penny, supuse que tendríais gente para cocinar y servir la mesa. Yo no habría...

Ness: No importa -dijo apresuradamente-. No creo que haga falta mucha gente si solo estamos Penny, Michael, Amy y yo. Amy y yo solemos ocuparnos de las comidas. Si vamos a dar una cena o una fiesta, contratamos personal preparado, naturalmente.

Zac: Bueno, sigo agradeciéndote el esfuerzo que has hecho. Yo habría cenado encantado en la cocina.

Ness: A Penny le habría dado algo si se me ocurre decir que nuestro invitado iba a cenar en la cocina -sonrió. Estaba segura de que él solo quería tranquilizarla. Cogió dos platos con las manos, se puso el tercero en el antebrazo y señaló con la cabeza una cesta con pan-. Ya que estás aquí, ¿te importaría llevarla?

Zac: En absoluto.

Cogió la cesta de pan, sujetó la puerta batiente que separaba la cocina del comedor y esperó a que Vanessa dejara los platos para volver a ayudarla a sentarse.

Ness: Gracias.

Cada poro de su cuerpo sentía su cercanía y estuvo a punto de dar un salto cuando notó su aliento en la oreja.

Zac: De nada.

La voz era grave y profunda e hizo que esa frase convencional adquiriera un tono tan íntimo que inmediatamente le evocó cuerpos resbaladizos y sábanas de seda. Podía imaginarse demasiado bien el placer que podría alcanzar con él.


Alejó aquellas imágenes de su mente y reunió toda la fuerza de voluntad que tenía.


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