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lunes, 30 de enero de 2012

Capítulo 1


Catastrophe, con su calle principal adornada de tiendas de aspecto Victoriano y su paseo central con macizos de flores, era parecida a las demás ciudades por las que habían pasado. Para la cele­bración del centenario, estaba decorada con farolillos y banderas de colores. A Vanessa le llamó la atención el co­lor verde lima de algunas de las banderas por ser un co­lor poco frecuente en una zona como aquélla, donde predominaban los colores marrones y ocres a causa de la sequía crónica que padecía. El calor parecía aplastarlo todo, excepto un par de banderas que la escasa brisa que corría lograba ondular de vez en cuando. Mientras ob­servaba a la compañía trasladarse de sus polvorientos vehículos hasta el pub, Vanessa se preguntó si habrían lle­gado a un pueblo fantasma.

En el
pub se oían voces procedentes del comedor adyacente, pero no había nadie en el mostrador de recepción. Un ventilador movía el aire cargado. Vanessa dejó su bolsa en el suelo y llamó al timbre que descubrió bajo unas postales. Los demás seguían entrando y apilando las bolsas de viaje en la entrada. Alex olisqueó el aire y arrugó su nariz de gourmet.

Alex: Salchichas -dijo con espanto-. Y si no me equivoco, filete quemado servido con un montón de patatas fritas y salsa de tomate de unos horribles frascos de plástico. Por Dios, Vanessa, una cosa es que tengamos que dormir aquí pero, ¿tenemos que comer?

Vanessa maldijo su potente voz de actor. ¿Era su imaginación o la conversación había cesado en el comedor?

Britt: ¡Menudo cuchitril! -dijo en un tono tan audible como el de Alex-.

Ness: A mí me parece muy agradable.

Intentó animarlos al tiempo que deslizaba su mirada por unas es­pantosas plantas de plástico. Se llevó un dedo a los labios y señaló hacia la puerta abierta, pero los demás no se dieron por aludidos. Brittany lanzó una bocanada de humo a la colección de cuadros que cubrían las paredes. Todos ellos llevaban una etiqueta con el precio marcado y encima había un cartel anunciando que estaban a la venta.

Britt: «Arte en venta, de J. Clements». ¿Arte en venta? Clements se merecería que le dieran un tiro por llamar arte a esto -farfulló-.

Will se unió a Alex y a Brittany en sus ácidos comen­tarios. Estaban alterados después de tres semanas via­jando por carreteras secundarias, actuando en teatros se­mivacíos y durmiendo en moteles y
pubs. La compañía estaba buscando cualquier excusa para romper el contrato y abandonar la gira.

Vanessa seleccionó una postal para poner al día a su mejor amiga.

Querida Ashley,
compuso mentalmente, calor polvo y moscas. La semana pasada una rueda pinchada y el parabrisas roto. Ayer atropellé a un canguro. Puede que hoy decida acabar con mis actores. Ojala estuvieras aquí.

Al ver que no acudía nadie, pasó al bar. Siete hombres se callaron en cuanto la vieron entrar. Siete pares de ojos la siguieron. Vanessa era más alta de la media, más voluptuosa de lo que le gustaría y llevaba el cabello recogido en una larga trenza negra que llamaba la atención.

Un crítico de teatro la había descrito en una ocasión como:
la voluptuosa señorita Hudgens de ojos marrones... Estaba acostumbrada a que la miraran, pero la intensidad con la que era observada en ese momento le hizo preguntarse si llevaría algún botón de la camisa desabrochado. A través de la puerta, llegó la voz de Alex con perfecta nitidez.

Alex: ¡Niña, no seas injusta! ¿qué esperabas encontrar en un pueblucho como éste, un Van Gogh?

Vanessa actuó como si no lo hubiera oído y se dirigió al hombre que estaba detrás de la barra.

Ness: ¿Hay alguien que pueda indicarnos cuáles con nuestras habitaciones? Tenemos hecha una reserva.

El camarero hizo el mismo gesto que debía usar para ahuyentar a las gallinas.

**: Ahora mismo me ocupo de ti, nena -dijo, aunque lo que quería indicar era que aquél no era lugar para una mujer-.

Nena.
De no haber estado tan cansada, Vanessa se habría sentado y pedido una copa solo por contrariarlo, pero decidió dejar la lucha por la igualdad para otra ocasión y salió.

Pasaron varios minutos antes de que el hombre apareciera y se presentara como Phil Stanly. Sus malas no­ticias remataron el espantoso día de Vanessa.

Ness: ¿Qué quiere decir con que no hay hecha una reserva? -repitió incrédula, pensando que Phil pretendía vengarse de los comentarios de sus compañeros-. Tiene que haber una reserva a nombre de la compañía de teatro Shoelace. Cinco habitaciones sencillas para diez días. Yo soy Vanessa Hudgens, la directora. Tal vez la reserva esté a mi nombre.

Phil se movió con una lentitud exasperante.

Phil: No -dijo finalmente-.


Ness: Pero hemos venido para la celebración del centena­rio de la ciudad. Vamos a organizar
la ceremonia de inauguración...

Phil mostró cierto interés.

Phil: Ah, sí. Mi hija lleva ensayando con unos pompones de colores desde hace tiempo. No sé qué tal quedará.

Vanessa le aseguró que siempre salía bien.

Ness:
Pero esta semana vamos a representar una comedia en el centro social y nos han contratado para la obra con la que se clausura el festival en el anfiteatro, así que...

Phil: Tengo entradas para la comedia. Me encanta reírme -Miró a Vanessa como si la retara a hacerle reír-.

Los actores dejaron escapar una risa seca.

Ness:
Según el contrato, el presidente del patronato del centenario se iba a encargar de las reservas.

Phil: Ese es el problema. Rick Jackson tuvo que mar­charse repentinamente a ver a su hija a Perth. Debió olvidarse de ustedes.

Ness: Bueno, ¿tiene habitaciones libres?

Vanessa esperó. El ventilador siguió dando vueltas y Phil pasó las hojas del libro de registro con la lentitud que le caracterizaba.

Phil: Lo siento, pero está todo ocupado. También el mo­tel está lleno. Será mejor que hablen con el Jefe. Rick le pasó todos sus asuntos.

Ness: ¿Quién es el Jefe? -preguntó inquieta-. ¿Jefe de qué?

Phil: Jefe Efron -dijo con un timbre de sor­presa, como si asumiera que un hombre tan importante debía ser conocido por todo el mundo-.

El Jefe, dijo Phil, era un tipo estupendo que sabía tomarse bien las cosas. Tenía una casa en las afueras y era presidente de la asociación de ganaderos, concejal y jefe de la brigada voluntaria de bomberos. Por la descripción de Phil, el Jefe era muy polifacético.

Ness: Entonces iré a ver a ese señor Efron. ¿Cómo se llama?

Phil: Basta con que pregunte por el Jefe. Así le llama todo el mundo.

Vanessa estaba segura de cómo era ese tal Efron. Probablemente un tipo quemado por el sol, rudo, que creía que podía mandar a la gente igual que controlaba su ganado. Le gustaba estar entre hombres y consideraba que el lugar de la mujer era la cocina. Sería pater­nalista y machista, la llamaría «nena», «cariño» o «pequeña» y la compadecería por estar soltera.

Pero no te preocupes
-le diría como le había dicho su tío ganadero, refiriéndose a ella como si fuera una sardina que tuviera que atraer a un tiburón-. Eres atractiva y cualquier día llegará un hombre que sepa apreciarte.

Había sonreído, reprimiendo las ganas de decirle que a sus veinticino años se encontraba en la flor de la vida y que no tenía la más mínima intención de dejar que
la apreciaran otra vez. Una escapada a tiempo bastante para una mujer sensata.

Phil:
De todas formas, hoy no va a poder ver a Efron -dijo como si se enorgulleciera-. Está apagando un incendio en la escuela. Los últimos quince días ha habido varios.

Ness: ¿Cuándo acabará? -preguntó perdiendo la
paciencia-.

Phil: Pasará allí todo el día. Incluso la noche si se levanta otro -miró por encima de ella hacia los cuadros que seguían siendo el centro de interés de los demás-. Me alegro de que les interese el arte local. Los ha hecho una pintora muy conocida por aquí -cerró el libro de registros con un golpe seco-.

Brittany apretó los dientes y compró una postal para demostrar que no le guardaba rencor.

Una hora más tarde, estaba fuera de sí. De la oficina del concejal Efron le habían mandado a la del concejal Jackson. Las dos casas de huéspedes y el motel estaban ocupados durante el festival. Y lo que era aún peor, Vanessa tuvo la sensación de que la gente del pueblo cada vez la trataba peor. En un gesto de desesperación, llamó al teléfono móvil de Efron. Un hombre de voz cortante respondió al cabo de un tiempo y Vanessa consiguió transmitirle un mensaje.

Ness: Espero su respuesta -dijo, con firmeza-.

Si hasta ese momento había tenido la sensación de que la ciudad se movía a cámara lenta, a partir de ese instante pareció cesar toda actividad. Un cuarto de hora más tarde, cuando estaba a punto de morir asfixiada en la cabina de teléfonos, el hombre volvió para decirle que el Jefe estaría en la oficina a las siete y media.

Ness: Pero eso es demasiado tarde... -protestó-.

Phil: Lo siento, cariño, pero tiene trabajo que hacer.

El hombre desconectó el teléfono y Vanessa colgó vio­lentamente.

Ness: ¡Yo también tengo trabajo que hacer, Jefe! -mascu­lló-. -Con paso firme fue hasta el pub, entró en el bar y abrió un mapa delante de los escandalizados ojos de Phil-.
Quiero ir al colegio, Phil -dijo, pestañeando con co­quetería-. Y no quiero tomar el desvío equivocado.

Phil: ¿Cómo vas a ir tú sola, cariño? -dijo como si Vanessa quisiera irse a un país remoto-. Un incendio no es lugar para una mujer, y este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años. -Vanessa pensó que un incendio en el noviembre más caluroso del siglo tampoco podía ser un lugar agradable para los hombres-.
Además, al Jefe Efron no le gusta que vayan mujeres a los incendios.

Ness: Supongo que es mejor que preferir quemarlas -dijo secamente, doblando el mapa y guardándolo en la bolso. Sonriendo al ver la mirada de sorpresa de Phil, explicó-. Me refiero a la quema de brujas, una antigua forma de machismo.

Vanessa vio el humo mucho antes que el fuego. Tomó un camino de tierra y al poco tiempo se encontró con un camión de bomberos, una motocicleta y varios vehículos aparcados en un área despejada del bosque, a cierta distancia del fuego. Varios hombres con casco estaban de pie en una zanja, a intervalos de varios metros, comunicándose por
walkie-talkies. Vanessa aparcó junto a la motocicleta y se bajó de la furgoneta.

Una zona amplia estaba quemada y aún quedaban dos focos de llamas. Vanessa buscó en vano una brizna de hierba verde, pero solo se veían ocres y pardos mates, y un negro intenso allí donde el fuego había arrasado.

Varios hombres con tanques de agua y mangueras iban extinguiendo los restos de brasas. Otros, apoyados en árboles, se comunicaban por
walkie-talkies y bebían agua de cantimploras. El aire estaba impregnado de humo e irritaba los ojos. El fuego sonaba en un chisporroteo continuo que se superponía a todos los demás sonidos.

**: Es preciosa, ¿verdad? -dijo una voz a su espalda-.

Vanessa se volvió. Estaba acostumbrada a ver hombres atractivos, pero el que estaba a su lado, extraña­mente elegante con mono y casco, podía inspirar poesía. Tenía ojos azul oscuro, cabello rizado y negro, la piel tostada y una boca de labios llenos y dientes perfectos.

Vanessa disimuló su sorpresa.

Ness: ¿Perdón?

**: El fuego -explicó el hombre-.

Ness: Me ha desconcertado que hablaras en femenino. ¿Desde cuando el fuego es femenino?

El hombre sonrió.

**: Era una forma de hablar -se limpió la mano en el peto y la alargó-. Soy Steve Efron.

Vanessa pestañeó. No debía de tener más de veinte años.

Ness: ¿Eres el Jefe Efron?

Steve:
Resulta difícil de creer, ¿no? -dijo él con humor aunque su boca adoptó un gesto de descontento-. Buscas al otro Efron -señaló a una figura a poca dis­tancia-. Mi hermano mayor. No nos parecemos dema­siado -comentó sin que Vanessa supiera si lo decía con alivio o desilusión, lo cual sería extraño puesto que incluso a esa distancia era evidente que el Efron ma­yor no era tan atractivo como el joven-.

El apelativo de Jefe no era en vano. Estaba de pie con aire autoritario e inclinaba la cabeza para hablar por ra­dio dando instrucciones precisas y seguras. No se pare­cía ni al tipo vulgar que Vanessa esperaba encontrar ni a su hermano menor. Era más alto y más fuerte.

Pensó aprovechar las circunstancias y hacer propaganda de la función.

Ness: Mientras espero, quiero recordar a todos que mañana y el sábado por la noche representamos una comedia en el Centro Cultural. Si no han comprado las entradas todavía, pueden hacerlo el mismo día de la función. Después pueden quedarse y conocer a los actores al tiempo que toman unos refrescos para apoyar a las asociaciones de beneficencia de la ciudad...

Satisfecha consigo misma, apagó la radio. Sabía que esa no era la mejor forma de iniciar unas negociaciones, pero Efron no le había dejado otra salida. Una fi­gura airada bajó del tractor y se dirigió hacia ella a toda velocidad. En una ciudad que parecía moverse a cámara lenta, aquél no podía ser un buen presagio.

Con la precisión que daba la práctica, Vanessa
desconectó el sistema y se sacudió las manos en la parte de atrás de los pantalones cortos. A medida que Efron se aproximaba, la sensación de triunfo iba mezclándose con una de preocupación. Aquél era un hombre de aspecto amenazador, un cliente difícil de contentar. Llevaba el cuello de la camisa levantado y pantalones aislantes sujetos por tirantes, con la parte de abajo metida en unas botas altas. La radio que sujetaba en la mano parecía tan peligrosa como un cuchillo de caza. Tenía el rostro tiznado de carboncillo y polvo, brillante de sudor; sus ojos estaban enrojecidos y bajo ellos se formaban grandes bolsas; la pronunciada barbilla aparecía cubierta por una barba incipiente. Parecía más el padre de Steve que su hermano y Vanessa estuvo segura de que el casco ocultaba unas entradas pronunciadas o incluso una calva.

Ness: ¿Efron? -dijo cordialmente, como si no aca­bara de gritar su apellido a los cuatro vientos-. Soy Vanessa Hudgens.

Zac: Ya lo he oído.

Vanessa rió.

Ness: Bueno, he tenido que subir el volumen para que no se escapara.

Zac: Bien, pues ya me tiene.

Ness: Encantada de conocerlo -dijo con ironía, alar­gando la mano-.

Efron la observó, pero puso las manos en jarras. Vanessa mantuvo el brazo extendido sabiendo que, rechazándola, Efron quería mostrarle el desprecio más absoluto.

Ness: Espero que no me guarde rencor -comentó, sonriendo-. Me han dicho que sabe tomarse muy bien las cosas.

Pero el comprensivo Efron mantuvo las manos en las caderas. Vanessa retiró la suya, con aparente indiferencia. El calor que emanaba de la tierra abrasada pare­ció intensificarse.

Zac: Ha dicho que me necesitaba unos minutos.

Ness: Así es. Supongo que ha recibido mi mensaje y sabrá que tenemos problemas de alojamiento.

Zac: Y usted habrá recibido el mío. La cita era a las siete y media en mi oficina.

Ness: Las siete y media –dijo sin perder la calma- es demasiado tarde.

Zac: No puedo hacer nada hasta entonces. Habrá observado que estoy intentando apagar un incendio.

Ness: No le estoy pidiendo que me haga ningún favor -dijo cortante-. Quiero que se responsabilice del error que ha cometido el patronato del festival.

Efron echó la cabeza hacia atrás y la miró con displicencia.

Zac: No sé de qué me está hablando.

Ness: Alguien ha debido cometer un error. La secretaria de Rick Jackson dice que usted tiene la información.

Zac: Pero no conmigo -abrió los brazos como indicando que podía registrarlo-.

Vanessa se echó hacia atrás y él sonrió con una satisfacción mezquina.

Ness: Al menos podría sugerir alguna alternativa -dijo fríamente-. Sé que está ocupado, pero yo también lo estoy. Llevo toda la mañana conduciendo, tengo que descargar el escenario y montarlo además de hacer un ensayo técnico. Necesito resolver el alojamiento antes de hacer todo eso, no después.

Por primera vez, Efron pareció mirarla con simpatía, pero volvió a cambiar de actitud cuando lo llamaron por radio. Después de dar algunas órdenes, se volvió hacia ella.

Zac: Tengo que irme. Venga a la oficina y veré qué puedo hacer.

Su insistencia en que le hacía un favor irritó a Vanessa.

Ness: ¿Y por qué no ahora? Estoy segura de que podría llamar a alguien para resolverlo.

Pero olvidar y perdonar no parecía ser parte de la filosofía de Efron. La miró con dureza. Una cosa era que hubiera conseguido reclamar su atención y otra que estuviera dispuesto a aceptar sus órdenes.

Zac: Señorita Hudgens, esto es un incendio y no puedo garantizar su seguridad, así que será mejor que vuelva a la ciudad, organice el escenario y se tome un té o lo que sea que tomen los actores. Estaré en mi oficina esta tarde y haré lo que pueda por ayudarla -y sin esperar una respuesta, se alejó de Vanessa dejándola con la boca abierta-.

Se sentía como si le hubiera dado una palmada pater­nalista en la cabeza y le hubiera dicho que fuera a seguir jugando mientras él volvía con los mayores.
O lo que sea que tomen los actores. Seguro que pensaba que todos los artistas eran unos borrachos.

Vanessa fue tras él.

Ness: ¿Qué tiene de especial la oficina? ¿Por qué aquí no puede ayudarme y allí va a poder remover cielo y tierra por mí?

Efron se detuvo.

Zac: Yo no he dicho eso -dijo en tono solemne-. Tendría que conocerla más.

Muy gracioso. Uno de sus hombres rió. Efron continuó andando y Vanessa lo siguió. Él se volvió para mirarla con dureza.

Ness: Ya que vamos a tener que trabajar juntos durante los próximos días, ¿por qué no me llamas Vanessa? -dijo amigablemente, para ocultar su turbación-. ¿Cómo puedo llamarte? «Jefe» no me gusta -sonrió y se quitó las gafas. El la miró entornando los ojos-.

Zac: Basta con Zac.

Ness: De acuerdo, Zac.

Vanessa continuó andando con él y le oyó dar instrucciones de que se quemaran aquellas partes que se habían librado de las llamas.

Cuando Efron se dio cuenta de que seguía a su lado, se detuvo con un gesto de exasperación. Su mirada se posó en su rostro antes de descender hasta su pecho y Vanessa volvió a preguntarse si llevaría la camisa desabrochada. Efron apartó la mirada y se restregó los ojos.

Zac: ¿Has dicho que te has puesto en contacto con la oficina de Rick? -dijo, mirando a lo lejos-.

Vanessa aprovechó la única señal de colaboración que se le presentaba y le explicó todo lo que había hecho para resolver el problema.

Ness: Si hubiera conseguido algo, no estaría aquí -explicó-. Nadie sabía nada o, al menos, no parecían dispuestos a contármelo.

Zac: Somos una comunidad pequeña y los rumores circulan con rapidez. Tú y tu compañía tenéis voces muy... audibles -concluyó Efron, dirigiendo una mirada irónica hacia los altavoces de la furgoneta-.

Tampoco su voz estaba mal. Claro que no tenía una preparación profesional, pero era profunda e insinuante.

Zac: Los rumores circulan con rapidez.

Ness: ¿Quieres decir que lo que dijimos en el
pub sobre las salchichas y los cuadros de Clements...?

Cuando Efron asintió, Vanessa se quitó la gorra y se secó la frente con la mano. Al hacerlo, la trenza se deslizó sobre su pecho y Vanessa la echó hacia atrás. Su cabello pareció llamar la atención de Efron.

Ness No pretendíamos ofender a nadie, Zac. Lo siento. ¿Qué podemos hacer para que nos perdonen?

Efron sonrió con desprecio.

Zac: ¿Te preocupa que los pueblerinos no compren en­tradas para el teatro?

Ness: Desde luego que sí.

Efron dejó escapar una carcajada.

Zac: Al menos eres sincera.

Ness: Pero yo no habría usado la palabra «pueblerinos».

Zac: Eso no es lo que yo he oído.

Efron retomó un paso que Vanessa apenas podía seguir.

Ness: ¿Tienes micrófonos en el hotel? -le preguntó dirigiéndose a su espalda-. Mira… -el ruido del tractor al ponerse el motor en marcha le impidió seguir-. Escucha, Zac -comenzó de nuevo, pero se tropezó con una rama y perdió el equilibrio-.

Él la sujetó por el brazo y la puso en pie, quedándose de frente a ella. A esa distancia, Vanessa pudo apreciar que tenía la misma nariz que su hermano. Sin embargo los labios eran muy distintos, se curvaban hacia arriba y eran delgados. Sus cejas castañas describían una línea recta y tenía los ojos tan azules que eran casi invisibles.

Tal vez eran tan bonitos y cálidos como los de su her­mano, pero Vanessa lo dudaba. El sudor había hecho que el humo y el carbón penetraran en las arrugas de alrededor de sus ojos, envejeciéndolo. Olía a sudor y a humo, y la sujetaba con tal fuerza que Vanessa fue de pronto consciente de su fortaleza y de su gran tamaño. El calor estaba haciéndose insoportable y con un amplio movimiento de la mano Vanessa se puso la gorra. El ala rozó la frente de Efron, haciendo que abriera los ojos y echara la cabeza hacia un lado.

Ness: Tienes los ojos azul claro -comentó sorprendida-.

Efron la miró desconcertado.

Zac: ¿Qué?

Ness: Tienes ojos azul claro. No es frecuente.

Hubo una larga pausa.

Zac: Tú sí que no eres frecuente.

Ness: Deduzco que no lo dices como un piropo.

Zac: ¿Esperabas que te lo devolviera?

Ness:
¿Qué te hace pensar que lo que he dicho fuera un piropo? Puede que no me gusten los ojos azul claro.

Efron sonrió, mostrando unos dientes perfectos y blancos. Cuando la soltó, Vanessa retrocedió, aliviada de poder distanciarse de él aún cuando sentía que Efron la observaba con interés.

Zac: Podría buscaros unos sacos de dormir -dijo en tono indiferente-. O daros permiso para que durmáis en el centro social.

Ness: ¿Dormir en sacos en el suelo? -preguntó sin dar crédito a sus oídos-. ¿Por qué no me das un hacha para que construya un refugio a la intemperie?

Efron rió divertido. Se volvió para hacer una se­ñal y el conductor aceleró el motor. Vanessa observó a Efron con cautela, temiendo que hubiera dado la orden de que la echaran.

Ness: Espero que me hagas una oferta mejor.

Zac: Podríamos instalaros en el camping.

Ness: ¿En tiendas? ¿De verdad crees que esa es una oferta mejor? -sacudió la cabeza-. ¿Podemos hablar en serio? El patronato ha firmado un contrato con la compañía y yo tengo un contrato con los actores. Si no les encuentro alojamiento, se marcharán.

Zac: Se ve que tienes un problema de autoridad. A mí jamás me abandonaría ninguno de mis trabaja­dores. Saben mostrar lealtad.

Era evidente que Efron intentaba provocarla, pero Vanessa no se inmutó. Llevaba demasiado tiempo
esperando aquel proyecto como para tirarlo por la borda.

Ness: Espero que algún día me cuentes tu secreto -dijo con ironía-. Por ahora me bastaría con que me consiguieras habitaciones con baño.

Efron se quitó el casco y se peinó el cabello con los dedos. Lo tenía claro y fuerte, nada parecido a la imagen que Vanessa se había hecho.

Zac: Vanessa -dijo en el mismo tono que utili­zaría con una muchacha rebelde-. Padecemos una sequía. Este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años. Las próximas semanas van a venir numerosos visitantes descuidados que pueden tirar colillas encendidas o prender hogueras sin tomar las debidas precauciones. Mi responsabilidad es evitar incendios a la comunidad. Siento muchísimo que cuatro actores de la capital tengan que pasar una noche incómoda -se sujetó el casco contra el pecho, poniendo cara de pena para despertar la risa en sus hombres, quienes respondieron de inmediato. Vanessa estaba segura de que la lealtad incluía reírse de todas las bromas de su jefe-. Pero esto es más importante y vas a tener que esperar. O vas al camping o esperas a verme a las siete y media en la oficina.

Se puso el casco y se marchó. Vanessa le dirigió una mirada furiosa, pero supo que ya no tenía nada que hacer. Cuando se subió a la furgoneta, uno de los hombres le silbó al ver sus piernas, ofreciéndole entre risas una cama con el servicio incluido. Los demás se hicieron eco de su risa. El comentario hizo que Efron se volviera hacia el hombre y le reprendiera, y Vanessa se preguntó si al decirle que no podía garantizar su seguridad era a eso a lo que se refería. Cerró la puerta de la furgoneta con tanta fuerza que la hizo oscilar.

De camino a la ciudad la adelantó una motocicleta. El conductor le indicó que se detuviera. Vanessa recono­ció a Steve Efron y paró en el arcén. Steve se acercó con la visera del casco levantada y una amplia sonrisa.

Ness: Espero que tengas algo interesante que decirme porque ahora mismo los Efron no me caéis demasiado bien -dijo en tono arisco. Steve rió-.

Steve: No puedo evitar ser hermano del Jefe -sacó un papel y un bolígrafo del bolsillo del mono y apuntó algo-. Estas son las señas de Sara Hardy, es la presidenta del club de teatro. Había alquilado algunas habitaciones durante el festival, pero han cancelado las reservas. Está irritada porque el patronato os contrató a vosotros para la ceremonia final en lugar de a ella, pero pienso que os ayudará.
-Vanessa empezaba a preguntarse si habría alguien en el pueblo que no tuviera algo contra ellos-. Hay un inconveniente. Ha escrito una obra de teatro y puede que quiera que la leas.

Ness: Si ese es el precio que tengo que pagar.... ¿Por qué me ayudas? Tu hermano puede enfadarse.

Steve: Ayudarte es un placer, Vanessa. Y molestar a Zac aún más -dijo antes de dar la vuelta a la moto y arrancar sobre una rueda-.

Zac. La carretera parecía fundirse en la distancia debido al calor. Zac Efron. Un hombre brusco y grosero, pero con ojos del color del fondo del mar y una voz que ponía los pelos de punta.

Sara Hardy superó su enfado y les ofreció cobijo para una noche en su casa perfectamente decorada.

Sara: Pero tengo otro huésped, así que solo pueden quedarse tres -dijo, incluso después de que Vanessa accediera a leer su obra-.

Vanessa aceptó las condiciones para evitar un motín. Al marcharse con el texto bajo el brazo, la casa empezaba a oler a comida casera y a sábanas limpias, y lo re­cordó con tristeza después de comerse una hamburguesa grasienta, cuando se disponía a pasar la noche en la furgoneta frente a la oficina de Efron quien, por otra parte, no había acudido a la cita de las siete y media.

Encendió la luz interior y escribió la postal para Ashley.

El jefe de Catastrophe es un tipo duro que tiene un Adonis por hermano. No sé cómo se me ocurre ir de gira en verano. ¡Este es el noviembre más caluroso de los últimos sesenta años! ¡Hay que ver lo que soy capaz de hacer por conseguir una beca del ministerio de cultura! Esta mañana he atropellado a un canguro. Me he sentido como una asesina. Ojala estuviera contigo.

Puso el sello y al pensar cuánto disfrutaría Ashley cuando le describiera a Steve Efron mientras tomaban un café, sufrió un ataque de melancolía. La gira estaba siendo un desastre desde todos los puntos de vista.

Se metió la mano en el bolsillo para palpar su amuleto, un encendedor de oro que le había regalado Andrew. Cuando la dejó, había estado a punto de tirarlo junto con el resto de los recuerdos de Andrew, pero al final había decidido no hacerlo para que siempre le recordara que no debía dejar que nadie controlara su vida. Y hasta entonces había cumplido su función. Lo pasó de una mano a otra y acarició la inscripción:
Para Vanessa, que ilumina mi vida, Andrew. El mensaje aún removía algo en Vanessa después de cuatro años. Eran unas palabras aparentemente sencillas y sinceras. Vanessa lo encendió y se quedó mirando la llama. Pero Andrew no tenía nada de sencillo.

Transcurrieron las horas y Vanessa cayó en un duer­mevela incómodo. Por su mente pasaba una y otra vez lo ocurrido con el canguro. Volvía a sentir el golpe seco contra la furgoneta, el horrible momento en que descubrió que había matado a un ser vivo. Cada vez que cerraba los ojos, veía el episodio completo hasta que se produjo una variación en la que en lugar del canguro, veía a Efron tumbado y con manchas de sangre. Con un gemido, cambió de lado. A poca distancia, oyó el ruido de una puerta cerrándose.

Unas pisadas se acercaron a la furgoneta. Vanessa alargó la mano para echar el cerrojo. Demasiado tarde. La puerta se abrió bruscamente y la luz interior se encendió. Un hombre se inclinó para mirar en el interior. Era el Jefe.

Vanessa se quedó mirándolo.


Ness: Creía que estabas muerto.


sábado, 28 de enero de 2012

Noviembre en llamas - Sinopsis


Vanessa Hudgens había tomado una decisión y Zac Efron no lograría que la cambiara. Pero le había avisado que una simple chispa podía causar un incendio y Vanessa iba a comprobar pronto que aquél era un noviembre especialmente caluroso... En todos los sentidos.





Escrita por Ann Charlton.

miércoles, 25 de enero de 2012

Capítulo 12


Se acabó, pensó Zac mientras salía de la casa para darse un baño y tranquilizarse. Finalmente, se iba de la casa, y aquella vez era idea suya. Debería haber sabido desde el primer momento que ella intentaría ponerle un traje de oficinista. Era una adicta al trabajo nerviosa y exigente. Lo sabía desde el principio. Pero también era entusiasta y muy divertida.

El nunca se había quedado atrapado en una relación, nunca había querido, y acababa de averiguar por qué. Era una molestia increíble.

Lo superaría. Aquello era algo positivo de haberse mudado tantas veces de sitio de pequeño. Sabía cómo ir hacia delante.

Nadó durante una hora, pero todavía tenía un nudo en el pecho y un vacío que le quemaba en el estómago. Quizá solo estuviera hambriento.

Fue a su restaurante favorito para tomarse un falafel y un batido, y se encontró con un par de sufistas conocidos suyos. Hacía tiempo que no los veía, y se alegró. Había pasado demasiado tiempo intentando relajar a Vanessa.

Había una chica nueva detrás del mostrador. Muy mona. Y lo contrario a Vanessa: rubia, alta y con una sonrisa perezosa. Ella lo miró.

Él intentó devolverle la mirada, pero fracasó lamentablemente. La idea de estar con ella le hacía sentirse cansado. Sintió pánico. ¿Se estaría volviendo viejo, después de todo?

No podía librarse del recuerdo del cuerpo de Vanessa acurrucada entre sus brazos. Se moría de deseo por ella. Incluso echaba de menos su ajetreo y su charla. Era un idiota.

Ni siquiera le apetecía el delicioso batido ni el falafel crujiente cuando se lo sirvieron. Vanessa le había arruinado incluso el apetito. Demonios.

Tenía que hacer algo. Lo primero, convencer a Gary de que lo dejara quedarse en su casa. Volvió a la casa y entró, pero Vanessa ni siquiera levantó la vista del ordenador, donde estaba trabajando con la cabeza gacha. Él metió algo de ropa en una bolsa y se dio cuenta de que había acumulado un montón de cosas. Ella tenía razón. No importaba, lo tiraría todo o lo vendería. No necesitaba aquellas cosas ni ningún lugar para acumularlas, ni a Vanessa, ni nada. Podía empezar de nuevo en cualquier momento y en cualquier lugar.

Cuando Zac entró en la tienda, Gary levantó la mirada de la calculadora.

Gary: Parece que acabas de perder a tu mejor colega. Aunque sé que no es cierto, porque todavía me caes bien, tío.

Zac se encogió de hombros. Se sentía como si la ola más enorme lo hubiera estampado contra la arena. Estaba en carne viva, por dentro y por fuera.

Gary: ¿Problemas en la casa de la playa? -le preguntó moviendo la cabeza lentamente-.

Zac: Se podría decir que sí.

Gary: Lo arreglarás... -le dijo, y lo miró a la cara-. Mejor será que lo arregles. Necesitas a una mujer con la que establecerte.

Zac: Mira quién habla. Tú nunca lo has hecho.

Gary: Es solo una actuación, amigo mío. Las lágrimas de un payaso. Sylvia fue mi gran amor y la perdí porque pensé que era demasiado joven como para atarme a una sola persona.

Zac: Podrías encontrar a otra mujer si quisieras.

Gary: No como Sylvia. Ella es mi única mujer. Puede que no te lo creas, pero no es nada fácil estar conmigo.

Zac: Ya.

Gary era cabezota y maniático.

Gary: Pero estoy bien. Soy feliz. Tengo mi tienda.

Pero una tienda no le abrazaba a uno fuerte por las noches, ni suspiraba por la comida que cocinaba, ni hacía comentarios de sabihondo sobre los hábitos de trabajo, ni colgaba las toallas incluso antes de que uno hubiera terminado de usarlas.

Sí. Pero también era cierto que Vanessa quería cambiarlo. Lo veía en la expresión de su cara, la misma que la de su padre.

Zac: ¿Me puedo quedar en tu casa unos días, Gary?

Gary: Si cocinas y compras la comida, quédate todo el tiempo que quieras.

Arreglado, por el momento. Aunque tampoco era que Zac lo estuviera deseando. El sofá de Gary estaba lleno de bultos y aquel hombre roncaba como una sierra mecánica. Encontraría otro sitio rápidamente y se mudaría. Aquello sería lo mejor.

Era imposible que Vanessa y él tuvieran una relación. Pero él se recuperaría, lo sabía. Salvo que todo aquel asunto le había cambiado algo en lo más profundo... De acuerdo, necesitaría tiempo para superarlo.

Quizá fuera cierto que se estaba volviendo viejo.

Vanessa pasó el día siguiente dejándole mensajes a Mitch Becker y aguantándose las lágrimas por Zac. Se obligó a sí misma a ser razonable. La tristeza que sentía era prueba de lo inteligente que había sido al terminar con él. Se había engañado a sí misma al pensar que Zac sería un compañero compatible con ella.

A las tres y media de la tarde, al ver que Mitch no había contestado a sus llamadas, supo que tenía que tomar medidas drásticas. Llamó a su secretaria, Sue.

Ness: Sé que me está evitando, Sue. Dile que voy a ir a Nueva York. Voy a quedarme a la puerta de su oficina hasta que quiera recibirme. Díselo, por favor. Esperaré.

Sue dejó escapar un gran suspiro, pero dejó a Vanessa escuchando el hilo musical. Después de dos canciones enteras, ella volvió.

Sue: Veinte minutos, no más. Ven mañana a las tres.

En cuanto Vanessa colgó, volvió a descolgar el teléfono para llamar a una floristería y encargó un pequeño arreglo floral para darle las gracias a Sue. Tenía una oportunidad, y aquella vez se encargaría de que todo saliera bien. Sacó un billete por Internet y fue a comer algo antes de hacer la maleta.

La casa estaba muy vacía desde que Zac se había ido. Cuando había llegado allí, habría dado cualquier cosa por tener paz y tranquilidad. Y sin embargo, en aquel momento no podía pensar sin la música de Zac y su ruido continuo.

Abrió el refrigerador y se le llenaron los ojos de lágrimas al ver las sobras de lo que Zac había cocinado. Él nunca volvería a ofrecerle huevos a lo Zac ni le haría magdalenas, ni una ensalada. Cerró la puerta de la nevera e intentó controlarse. Demonios, estaba llorando por unas sobras de comida.

Sonó el teléfono y fue a responder la llamada, agradecida por tener alguna distracción.

Ness: Business Advantage, ¿dígame? -dijo, casi sin aliento-.

Ashley: ¿Vanessa? Soy Ashley. ¿Qué tal te va todo? -su voz sonaba lejana y falsamente alegre-.

Ness: ¿Ashley? ¡Hola! Bien. Todo va bien -No quería contarle la embarazosa metedura de pata que tenía que arreglar-. Más o menos. ¿Y tú? ¿Disfrutando de tu nueva y fabulosa vida?

Para su asombro, Ashley dejó escapar un suspiro tembloroso.

Ashley: En realidad, las cosas están un poco inestables en este momento.

Ness: No hablas en serio.

Ashley rió con amargura.

Ashley: Sí. Puede que esto te parezca una locura, pero Scoot y yo nos pasamos los días viendo cosas maravillosas... -y entonces susurró- y estoy aburrida.

Ness: ¿Estás aburrida?

Ashley: Echo de menos Business Advantage. No tengo ningún objetivo aquí. Por supuesto, quiero a Scoot, pero no hago nada y esto está empezando a afectarme. El otro día estábamos en una fiesta con sus ejecutivos y uno de los directores mencionó un problema. Me pegué a él como una lapa y empecé a darle consejos. Scoot casi tuvo que arrastrarme. Lo avergoncé, ¿puedes creértelo?

Ness: Lo siento, Ashley.

Ashley: Él tenía razón, pero al mismo tiempo no la tenía. Tuvimos una pelea terrible, durante la cual yo lo acusé de tratarme como a un trofeo sin cerebro. ¿Te lo imaginas?

Ness: No -pero sí lo hacía. Ashley podía llegar a ser una fiera-.

Ashley: Creo que quería que se enfadara conmigo. Quería una excusa para... volver a casa -y terminó con un suspiro, casi un sollozo-. ¿Querrías tener una socia de nuevo, Vanessa? Compraré participaciones, por supuesto. No aguanto más aquí. Estaba confundida. El amor no es suficiente.

Ness: Ashley... guau -Ashley sería una gran ayuda en el negocio, por supuesto. Vanessa no sufriría tanta presión y entre las dos podrían pagar una oficina, con o sin AutoWerks-. Eso sería estupendo -respondió-. Si es que estás completamente segura, claro.

Ashley: He aprendido la lección -dijo con tristeza-. La gente es quien es y el amor no puede cambiarla.

Vanessa estaba a punto de decirle que sí, porque aquello era lo que había aprendido con Zac, hasta que oyó el sollozo de Ashley. Había tanta derrota y tanta pena en su voz, que Vanessa supo que aquello no era lo correcto.

Ness: Ashley, escucha. A pesar de que me encantaría que volvieras, creo que deberías darte un tiempo para pensar. Habla con Scoot. Busca algún punto medio donde podáis disfrutar el uno del otro, pero puedas contribuir profesionalmente. -Ashley se quedó silenciosa-. ¿Estás ahí?

Ashley: Estoy pensando -dijo lentamente-.

Ness: Has cambiado tu vida de la noche a la mañana. Tenía que haber algún fallo. Habla con él. Si os queréis el uno al otro, encontraréis el camino.

¿Qué era lo que estaba diciendo? Con la ayuda de Ashley, podrían llevar a cabo su plan original y todo sería pan comido.

Pero el plan original ya no servía, ni para Ashley, ni para ella. El amor era demasiado poderoso. Aquella era otra de las cosas que le había enseñado enamorarse de Zac.

Ashley: ¿Cuándo te has vuelto tan sabia?

Ness: Es una larga historia.

Odiaba que Zac tuviera razón.

Ashley le prometió que la llamaría de nuevo en una semana para hablar de su vuelta, pero Vanessa notó el alivio en su voz. Estaba segura de que Ashley y Scoot lo arreglarían. Zac y ella no tendrían tanta suerte.

Le entró pánico. En el baño, encontró el tubo de pasta de dientes apretujado en mitad del lavabo, sin la tapa, y las toallas mojadas sobre los azulejos recién puestos del suelo. Oh, Zac.

Se apoyó contra el lavabo y empezó a llorar. No habría más habitaciones llenas de cosas, ni bicicletas por todas partes, ni agua de mar en el suelo. Y aquello le rompía el corazón. Para torturarse un poco más, tomó su cuchilla de afeitar y olió la espuma de coco.

Entonces oyó que se abría la puerta y el corazón se le aceleró en el pecho. Zac había vuelto. Quizá se sintiera tan triste como ella. Quizá pudieran llegar a algún tipo de compromiso...

Pero Zac estaba silbando. ¡Silbando! Se había recuperado del golpe, por supuesto. Enamorarse no era nada importante para él. Se acercó al baño y se apoyó en el marco de la puerta, tan guapo, mirándola con el mismo interés y la misma curiosidad de siempre.

Ella escondió la cuchilla de afeitar en la espalda.

Ness: ¿Tienes que entrar? Yo ya he terminado.

Zac: No tengas prisa.

Ness: Estoy haciendo la maleta para irme a Nueva York esta noche.

Zac: Te dije que te daría otra oportunidad.

Ness: Me ha dado veinte minutos. Menos de media hora para recuperar el trabajo.

Había planeado crear un apéndice para el informe que dejaría a Mitch impresionado por la atención que Vanessa le prestaba a los detalles. Lo haría en el avión y en el hotel, antes de ir a la cita.

Zac: Eres la mujer más decidida que he conocido. Lo conseguirás.

Ness: Ojala yo tuviera tu confianza.

Zac: Deberías -dijo y le brillaron los ojos-. He estado intentando demostrártelo. Si no te pusieras tan tensa por todo, lo harías muy bien... pero eso no es nada nuevo -sonrió, una copia de su sonrisa ancha y franca-.

Así que él tampoco se había recuperado. Vanessa se sintió mejor al no estar sola en su tristeza.

Ness: Tu apoyo ha significado mucho para mí, Zac -le tembló la voz-.

Se moría de ganas de meterse entre sus brazos y dejar que la consolara.

La expresión de la cara de Zac se suavizó. Quizá los dos estuvieran deseando lo mismo. Él alargó el brazo para acariciarle la mejilla. Ella cerró los ojos. Quizá él fuera a besarla y lo resolvieran todo...

Zac: Tienes algo ahí -le dijo enseñándole el dedo con el que le había tocado la mejilla-. ¿Espuma de afeitar?

Ella abrió los ojos. Demonios, la había pillado olisqueando su cuchilla de afeitar. Sintió vergüenza y desilusión.

Ness: ¡Toma, aquí tienes! -y le puso la cuchilla en la mano-. E intenta encontrar la tapa de la pasta de dientes -terminó, pasando por delante de él al pasillo-.

«¿Cuál era su problema?», se preguntó Zac. Él solo estaba siendo agradable, solo quería limpiarla. De acuerdo, cualquier excusa para acariciarle la cara, y ella le había ladrado. Además, por la tapa del tubo de pasta de dientes. Y, ¿qué estaba haciendo con su cuchilla de afeitar, además?

Mujeres.

Cerró la puerta del baño, y cuando volvió a salir, se encontró a Vanessa en su habitación, haciendo la maleta. Se quedó en la puerta, observando su trasero firme mientras ella iba de la cómoda a la maleta y de la maleta al armario. Recordó cómo habían bromeado el día que ella había llegado a la casa, un mes antes, sobre la ropa interior de cada uno.

Él había creído que había conseguido ayudarla, pero ella no estaba ni siquiera una poco menos nerviosa que cuando la había conocido. Quería seguir intentándolo, tomarla en sus brazos, calmarla, hacerle el amor suave y lentamente hasta que ella se quedara dormida, relajada.

Pero aquello se había terminado. Ella se iría. Ya no le gritaría más para que bajara la música, ni gemiría de placer por sus magdalenas, ni llenaría su vida de alegría...

Zac: ¿Quieres que te lleve al aeropuerto? -todo por tener un poco más de tiempo-.

Ella dio un respingo, sorprendida al oír su voz, y se apretó las medias contra el pecho, como el primer día.

Ness: No hace falta, he contratado el transporte hasta el aeropuerto.

Zac: Entonces, te recogeré cuando vuelvas.

Ella terminó de hacer la maleta.

Ness: No estoy segura de cuándo vuelvo. Si sale bien, me quedaré y trabajaré allí unos cuantos días.

Zac: ¿Por qué estás tan enfadada? Solo estoy intentando ayudarte.

Ella dejó escapar un suspiro de cansancio. Le pasaron por la mente mil razones, pero todo lo que respondió fue:

Ness: No estoy enfadada, en realidad. Solo estoy... triste.

Zac: Lo intentamos -dijo y se encogió de hombros, sintiendo cómo le dolía todo el cuerpo con aquel gesto-.

Ness: Exactamente -dijo, y se limpió con fuerza las mejillas, donde se le estaban resbalando las lágrimas-.

Dios, la había hecho llorar. Era un estúpido.

Zac: Terminaré la reforma de la casa y sacaré todas mis cosas mientras tú no estás.

Aquello le facilitaría las cosas a Vanessa.

Ness: Como quieras.

Él nunca había oído que su voz sonara tan amarga y no le gustó.

La casa se quedó tan silenciosa cuando ella se fue, que no lo soportaba. Decidió que invitaría a Miley a pasar el fin de semana. Le contaría lo del viaje a Europa, ya que estaba a punto de que le pagaran por la casa. Aquello lo animaría y le haría olvidarse un poco de su asunto con Vanessa. Y si aquello no funcionaba, se mudaría a Florida.

El viernes por la noche, Zac le llevó un daiquiri de fresa sin alcohol a su hermana, que estaba sentada en el porche, con los pies en la mesa, disfrutando de la puesta de sol.

Le alcanzó la bebida y ella tomó un gran trago.

Zac: No tan deprisa, o se te congelará el cerebro.

Miley: Dios, Zac. Es que no puedes dejar de decirme lo que tengo que hacer.

Zac: Siempre te quejabas de eso cuando íbamos a Dairy Queen -se sentó a su lado, sorbiendo el daiquiri con triple dosis de ron que se había hecho, para entumecerse con él-.

Miley: Eso era cuando tenía ocho años -dijo tomando otro buen sorbo-. ¿Y cuáles son esas noticias que tienes para mí? -bajó los pies de la mesa y lo miró-. ¿Y por qué estás tan triste?

Zac: ¿Triste? Yo no estoy triste.

Miley: Y un cuerno que no.

Zac: No hables así -entonces levantó una mano para detener sus objeciones-. Ya sé que ya casi tienes diecisiete años y eres una mujer y puedes elegir qué lenguaje utilizas.

Miley: ¿Qué te pasa, Zac? Y no me digas que nada. No estás gravemente enfermo, ¿no?

Zac: No, por Dios. Es solo que... algo me ha salido mal.

Miley: Es por Vanessa, ¿verdad? ¿Te ha mandado a paseo?

Zac: ¿Mandarme a paseo? No... ¿Por qué dices eso? Olvídalo -sacudió la cabeza-. Fue mutuo. Y ahora déjalo -terminó con más énfasis del que hubiera querido-.

Miley: Está bien, está bien. Pero será mejor que dejes que ella gane la pelea. Te estás haciendo viejo. No siempre seguirás tan guapo como ahora.

Zac: Déjalo, por favor, o empezaré a entrevistar a los chicos con los que sales.

Miley: Muy bien, lo dejo. -Zac rebuscó en el bolsillo de su pantalón, sacó el folleto de «estudie en el extranjero» y se lo tiró a Miley en el regazo-. ¿Qué es esto? -preguntó desplegándolo-.

Zac: Un regalo. Y no te preocupes por el precio. Voy a apartar el dinero que me paguen por esta obra. Te lo digo ahora para que puedas planearlo antes de empezar a rellenar solicitudes para las universidades.

Miley: ¿Me vas a pagar esto? Pero, Zac, esto es demasiado... No sé qué decir...

Zac: Di que estás muy emocionada. Y no te preocupes por papá y mamá, nena. Me aseguraré de que se enteren de que esto es muy bueno para ti. Habrá monitores y excursiones guiadas. Es muy seguro.

Miley: No es por papá y mamá -lo miró, preocupada-. No puedo dejar que te gastes todo el dinero en mí.

Zac: Para eso es el dinero, para gastártelo en las personas a las que quieres.

Miley: Te lo agradezco, pero...

Zac: Pero ¿qué? Yo sé que tú quieres ir. Hablaste de ello.

Miley: Pero todos mis amigos van a ir a la universidad de Santa Bárbara.

Zac: Muy bien. Entonces tú puedes ir allí cuando vuelvas.

Miley: Sí, pero... -frunció el ceño-.

Aquello no estaba saliendo como Zac había planeado.

Zac: Es toda una noticia, ¿no? Tómate algo de tiempo para acostumbrarte a la idea.

Ella sacudió la cabeza y le alargó el folleto.

Miley: No puedo, Zac, de verdad. Te lo agradezco mucho, pero quiero ir a Santa Bárbara con mis amigos. Voy a vivir en casa un par de años más.

Zac: ¿Vivir en casa? ¿Es que el Almirante te ha prohibido que te marches?

«¿Aquel hombre no tenía límites?».

Miley: Cálmate, Zac. A mí me gusta estar en casa. Papá se ha suavizado mucho y a mí me gusta mucho estar con mamá.

Zac: Pero querías ir a Europa.

Ella se encogió de hombros.

Miley: Era solo una idea. Y quizá vaya, algún día. Pero no justo al salir del instituto.

A él nunca se le habría ocurrido que ella pudiera reaccionar de aquel modo.

Zac: No puedes dejar que ellos te limiten, Miley. Puedes hacer todo lo que quieres, ser lo que quieras, viajar por el mundo.

Miley: Ya lo sé, Zac -dijo suavemente, inclinándose hacia él-. Escucha, yo no soy tú. Quizá tú quieras ir a Europa. Entonces, ve. Deja de preocuparte por mí. Y ya que estamos hablando de eso, dales a mamá y a papá una oportunidad, también. Ahora son diferentes. Han cambiado. Y tú también, aunque parece que no te das cuenta. Actúas como si todavía tuvieras que escaparte o algo así.

Él le dio un trago al daiquiri. ¿Tendría razón su hermana? ¿Sería cierto que había encerrado a Miley, a sus padres y a sí mismo en una especie de cápsula del tiempo? Como la fotografía que había sobre su cómoda. Miró el folleto. Miley no tenía ningún interés en ir a Europa.

Zac: No lo entiendo.

Miley: Exacto. Déjame que te lo explique.

Y ella le explicó cómo era su vida con sus padres, le contó cosas sobre el instituto y sus amigos, y le dijo que estaba planeando trabajar en el centro comercial de al lado de casa el año siguiente y que el Almirante iba a dejarle su preciado Mustang cuando empezara la universidad.

Mientras hablaba, Zac se daba cuenta de que había estado ciego acerca de muchas cosas. Se había estado engañando a sí mismo.

Miley se quedó para tomarse otro daiquiri antes de marcharse con sus amigos a dar una vuelta, pero antes, consiguió arrancarle la promesa de que iría a cenar a casa con sus padres el domingo. «Escucha a papá de verdad, Zac. No es el enemigo».

Después de que se fuera, él estuvo nadando en el mar mucho rato. Y pensó sobre sí mismo y sobre lo que estaba haciendo con su vida. ¿Estaba comportándose como si tuviera dieciséis años y estuviera desesperado por demostrar que su padre estaba equivocado? ¿Quería más cosas, tal y como decía Vanessa? ¿Un trabajo de verdad? Era cierto que algunas de sus razones para evitar tener un trabajo no tenían sentido. Y ver a Vanessa tan decidida y tan orgullosa de su empresa le hacía pensar que quizá se estuviera perdiendo algo...

Estaba seguro de que no quería tener una tienda, pero podría dar clases de submarinismo regularmente, cuando él quisiera y como quisiera, sin depender de Gary. Nada le impedía empezar con una escuela, o aceptar un contrato de alguna tienda para dar clases.

Siguió pensando en aquello durante los dos días siguientes mientras terminaba de pintar el exterior de la casa... y mientras ponía los suelos de madera... y al comprar un par de muebles y un par de plantas para la casa, y también mientras negociaba con unos amigos suyos un buen precio para reformar la galería...

Y cuando fue a cenar a casa de sus padres el domingo, escuchó de verdad a su padre. Estuvo con él en el jardín de la parte de atrás de la casa mientras arreglaba la depuradora de la piscina.

**: Tu hermana me ha contado lo que querías hacer -dijo ásperamente sin levantar la vista de lo que estaba haciendo-. Tú vive tu propia vida de la forma que tú quieras. Eso es lo que tu madre quiere para ti -entonces lo miró, carraspeó y le dijo suavemente-: Y lo que yo quiero también.

Zac estuvo a punto de darle un abrazo. Todavía sentía la desilusión de su padre, pero por primera vez, también sintió su amor.

Y Zac empezó a hablar. Sobre su vida, sobre las clases de submarinismo, sobre empezar con una escuela o dar clases en alguna universidad. Se quedaron allí, al lado de la depuradora, hasta que su madre le gritó al Almirante que pusiera los filetes en la parrilla.

Miley estuvo allí sentada, durante la cena, con una sonrisa creída. Él odiaba que ella tuviera razón.

Y en algún momento, quizá mientras fregaban los platos y su madre bromeaba con su padre acerca de dejar su Mustang, o durante la partida de póquer que jugaron después de cenar, se dio cuenta de que quería pasar su vida con Vanessa.

Por muy pesada que fuera, nerviosa, exaltada y ambiciosa, ella iluminaba su vida.

Tenía que dejar que fuera ella misma, exactamente igual que a Miley y al Almirante.... y quererlos de todos modos. Vanessa sería buena para él. Le había ayudado a ver un poco más allá de la siguiente ola, lo cual no era nada malo. Y él la ayudaría también, aunque no intentaría cambiarla. Él también era bueno para ella. Y tenía que demostrárselo.

Incluso después de haber ensayado sus comentarios hasta la perfección y de haber refinado el apéndice del informe hasta hacerlo lo más incisivo posible, a Vanessa le sobraban tres horas antes de la cita. El hotel estaba justo al lado del Empire State Building, así que decidió acercarse, aunque estaba tan nerviosa que no sabía si sería capaz de disfrutar.

Dio un corto paseo y subió hasta lo más alto del edificio para contemplar una de las vistas más asombrosas de la ciudad. A sus pies estaba el pulso de América, Nueva York, con toda su ambición y su pasión, su desesperación y su esperanza, brillo y belleza, y la corriente de gente que iba de arriba abajo por las calles, las venas y arterias de su anatomía.

De repente, oyó una voz nerviosa hablando sobre inventarios y cifras de ventas, y al volver la cabeza vio a una mujer hablando por el teléfono móvil y tapándose el otro oído con una mano.

A su lado había un hombre con una gorra de béisbol, que le tiraba de la manga.

**: Vamos, Jess. Me dijiste que en este viaje no ibas a hacerlo.

La mujer sonrió y levantó un dedo, pidiéndole un minuto más, y después volvió a la conversación.

Con un suspiro, el hombre se acercó a un telescopio y echó una moneda para mirar. Vanessa se dio cuenta de que aquello debía de haberle sucedido muchas veces. Sintió pena por la mujer, atrapada entre el trabajo y el hombre de su vida. Era una lástima que lo que la gente quería los mantuviese separados. Ojala Zac estuviera allí para compartir todo aquello con ella.

Después de pasear un buen rato más por las calles, llegó a AutoWerks veinte minutos antes de las tres. La acompañaron al despacho de Mitch. Él comenzó la reunión mirando el reloj significativamente, y con un tono de voz helado. Sin embargo, las ideas y la energía de Vanessa lo aplacaron poco a poco. Ella se dio cuenta de que, cuando se concentraba, podía conseguirlo todo. Siempre y cuando guardase su objetivo en mente y no se distrajera por el amor o la inseguridad.

Cuando no quedaba otra cosa más que poner el broche final, respiró profundamente y empezó:

Ness: Así que, Mitch, como ves, estoy dispuesta a... «sacrificar mi vida entera al trabajo». ¿De dónde había salido aquello?-. Estoy dispuesta a comprometer... -«toda mi alegría, mis satisfacciones, toda mi valía para hacerle feliz a usted»-.

De repente, se acordó de la imagen de la mujer en el Empire State Building, y del hombre que la quería llamándola, y ella con el teléfono pegado a la oreja.

¿Era aquello lo que quería? Se imaginó a Zac tirando de ella para que trabajara en la galería, llevándosela para bucear o nadar a la luz de la luna. Aquello había sido muy importante. Zac había sido bueno para ella, tal y como era.

Mitch: ¿Sí? -la miró amablemente-. Estabas diciendo que estabas lista para comprometerte a...

Ness: A dedicarle un tiempo razonable a tu negocio -terminó apresuradamente-. Yo trabajo duramente, Mitch, y cometí un error al dejarte en la estacada el otro día. Pero Business Advantage no es toda mi vida. Si no aceptas ese punto, quizá tengas razón en querer terminar con nuestra relación laboral.

Él la miró y sacudió la cabeza tristemente.

Mitch: Me recuerdas a un gurú de la consultoría que trabajó aquí hace unos dos años. Descansos frecuentes, vacaciones generosas... Demonios, hacía lo que quería. -Quizá tuviera una parte de razón-. Te agradezco la sinceridad -le dijo, pero en su tono de voz había algo de irritación-. Tengo que pensar en todo esto. Déjame que te llame otra vez. ¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?

Ness: A menos que me retengas, me marcharé mañana por la mañana.

Sabía lo que quería. Una vida con tiempo para hacer castillos de arena y para nadar a la luz de la luna. Una vida con Zac.

Él se había equivocado al no respetar su trabajo, pero no en cuanto a ayudarla a que se divirtiera. Era posible hacer las dos cosas, el secreto estaba en encontrar un equilibrio.

Cuando llegó a su habitación, se encontró con que Mitch ya le había dejado un mensaje:

Yo exijo un cien por cien de mis empleados, pero supongo que eso es demasiado para un consultor. Si tu propuesta les gusta a los directores mañana, te contrataré para llevar a cabo el plan estratégico. Después de eso, ya veremos.

Vanessa había ganado. Supo que, aunque a los directores no les gustara aquella propuesta, ella estaría bien. Habría otros trabajos. Se las arreglaría. Seguiría hacia delante.

Una parte de ella se entristeció por tener que quedarse toda la semana. Quería hablar con Zac y arreglar las cosas con él. Llamó a casa de Gary, donde estaba Zac, y le dejó un mensaje en el teléfono. Le dijo que volvía a casa en cinco días y que quería hablar con él. Solo le quedaba esperar que quisiera escucharla.

El autobús del aeropuerto la dejó en la calle de arriba de la casa. La dirección de AutoWerks había aceptado el plan estratégico, aunque había tenido que aceptar un sueldo mucho menor que el que le habían ofrecido en un principio.

Sabía que seguiría trabajando sola. Había llamado a Ashley, y su ex socia le había contado que Scoot y ella iban a establecerse en Londres por el momento y que iba a trabajar como consultora, con la nueva dirección de Foster Corporation. «El amor requiere tiempo y trabajo», le había dicho a Vanessa. «No levanté mi negocio en un día, así que tampoco podré hacerlo con mi matrimonio». Vanessa se alegró mucho por ella. Y Ashley se rió con ganas al enterarse de que Vanessa se había enamorado del albañil relajado que ella había contratado.

Por fin, Vanessa estaba en las escaleras que bajaban a. la playa, con el mismo traje que llevaba el primer día que había llegado. De nuevo, miraba hacia delante, pero aquella vez con alegría.

La brisa era suave y el aire olía a sal. ¿Por qué había pensado antes que la playa olía a algas y a pescado? El sol brillaba y plateaba las olas. Tuvo ganas de salir corriendo hacia el agua. Vio a Alex jugando con Lucky en la arena. Había un castillo de arena abandonado que estaba empezando a desmoronarse.

Bajó corriendo las escaleras, se quitó los zapatos y después las medias. Tomó la bolsa y se dirigió a toda prisa hacia la casa.

Le encantó sentir la arena entre los dedos de los pies y el sol en la cara. No podía esperar a ver al hombre al que quería. Al acercarse a la casa, vio un montón de tablas, un cubo de plástico y unas sierras al lado. ¿Zac todavía estaba trabajando allí?

Señor, ¿cómo iba a aguantar su facilidad para distraerse y su informalidad? Se mordió el labio. De la misma forma en que él tendría que aguantar su manía de organizarlo todo. Se comprometerían. Los dos se querían y el amor era una forma de compromiso.

Pensó en su marido soñado, con un trabajo sólido y una profunda comprensión de su ambición. Y en la casa de Thousand Oaks. Cerró los ojos y visualizó la escena. Solo que parecía más un decorado de Hollywood que la vida en la que ella encajaría. Después se imaginó a Zac en bañador, escurriendo agua salada en su cocina, por los tiempos de los tiempos. Sí.

Desde el porche, le llegó el sonido de la música a todo volumen. Dejó la maleta en la escalera y entró. Encontró una visión impresionante. El lugar estaba perfecto. Los suelos de madera brillaban y había papel nuevo en todas las paredes, el que más les había gustado a los dos, pero que ella no podía pagar. Había un ficus enorme en una esquina del salón, y en la otra, una palmera. También había un armario nuevo para la televisión y el equipo de música, y en la mesa de centro, un ramo de tulipanes increíblemente bonito, en un jarrón.

Avanzó por la casa, asombrada, incapaz de llamar a Zac. La cocina estaba empapelada con el papel a rayas amarillo que ella había elegido, y en la mesa había otro jarrón con tulipanes. Ella se inclinó para rozar el pétalo de una de las flores. Precioso.

Se abrió la puerta de la galería y entró Zac.

Zac: Vanessa -dijo con los ojos brillantes de amor-.

Ness: Lo has terminado todo. Y más.

Zac: Sí. Ven a ver.

Le sostuvo la puerta para que saliera y viera la galería. La había transformado en un despacho increíble. La había ampliado y había cerrado las ventanas con Plexiglás, con lo que la habitación ofrecía unas vistas impresionantes del océano. Incluso había sitio para un pequeño sofá y una mesa.

Zac: Es un despacho estupendo, ¿no te parece? Es mejor para ti trabajar aquí que en la ciudad, aunque he puesto el escritorio en este ángulo, para que puedas darte la vuelta cuando te distraigas demasiado.

Ness: No podría darme la vuelta para no verlo. Es una vista de un millón de dólares -dijo, mirando al mar azul y a la arena blanca con los ojos llenos de lágrimas-.

Zac: Oh, no te preocupes por el dinero. Mis amigos me han hecho un buen precio por la ampliación y ya tengo contratadas varias clases. Además, ya que Miley no quiere ir a Europa, tenía dinero que gastar...

Ella lo miró a los ojos.

Ness: No deberías haberte gastado tu dinero en mí, Zac.

Zac: ¿Y en qué otra persona podría habérmelo gastado? Te quiero, Vanessa.

Ness: Zac -dijo acercándose a él. Entonces vio más tulipanes en su escritorio-. Y todos estos tulipanes... -le tembló la voz-.

El se encogió de hombros.

Zac: Me recuerdan a ti.

A ella le encantaban los tulipanes. Mucho más que las rosas. Y además, a Zac le recordaban a ella.

Se acordó de la lista de requisitos para su marido perfecto: «Me conocerá mejor que yo misma». Zac le había hecho la oficina que ella necesitaba, no la que quería. «Me traerá rosas...» Zac le había llevado unas flores mucho más bellas.

Ness: Son perfectos. Igual que tú.

Zac: Yo no soy perfecto. En absoluto. Y nunca tendré un trabajo tradicional. Estoy pensando en algo como una escuela de submarinismo, pero quién sabe. ¿Podrás vivir con eso?

Ness: Por supuesto. Y yo no me convertiré en la mujer del Empire State Building, con la oreja pegada al teléfono, de espaldas al mundo.

Zac: ¿Qué?

Ness: No importa. Solo tienes que ayudarme a que me divierta, ¿de acuerdo? Hasta que yo aprenda sola.

Zac: Todo el tiempo que haga falta -dijo y la abrazó. Después la besó. Tenía los labios salados del agua del mar, y llenos del amor que ella necesitaba-.

Ness: Espero que sea para siempre -más allá de los hombros de Zac, veía el océano-.

Recordó las metáforas de los filósofos... la arena interminable... la marea, el ritmo de las olas suavizando las aristas de las cosas difíciles.

Aquel no era el momento perfecto para enamorarse, pero Zac tenía razón. No se podía planear aquel momento. Uno simplemente se enamoraba y tenía que hacer que las cosas funcionaran.

El único plan que ella tenía en aquel momento era querer a Zac y hacerlo cada vez mejor. En adelante, en vez de planear su sueño, lo viviría.

Odiaba que Zac tuviera razón. Excepto aquella vez.


FIN


sábado, 21 de enero de 2012

Capítulo 11


Lo primero que notó Vanessa cuando se despertó aquella mañana era que Zac había vuelto a marcharse. Le entró pánico mientras tocaba el espacio vacío en la cama. ¿Se habría ido a hacer surf para escaparse de nuevo de ella? Entonces oyó silbar y olió el aroma del ajo, y se dio cuenta de que estaba cocinando. Gracias a Dios.

Miró el reloj. Las nueve. Había dormido poco más de dos horas en total. Pensó a la vez en AutoWerks y en el hombre que estaba haciendo el desayuno en la cocina. Quería ambas cosas, pero tenía el cuerpo demasiado cansado del sexo y la mente demasiado confusa como para trabajar.

Tuvo una punzada de ansiedad. ¿Lo habría echado todo a perder? No. Aquella noche habían hecho el amor de una forma más intensa y sólida que la anterior. Aquello había sido más que unir los cuerpos; había sido una unión de almas. Zac también lo había sentido. Ella lo había leído en su mirada y lo había oído en su voz, lo había sentido en la forma en que la había abrazado.

Él la había tenido entre sus brazos toda la noche, como si tuviera miedo de que se fuera. Vanessa miró el agujero de la pared y sonrió. Zac lo había vuelto a abrir. ¿Podía ser más claro el mensaje?

Zac estaba cambiando. Estableciéndose. Solo necesitaba alguien estable para ayudarle a darse cuenta. Vanessa se sentó en el borde de la cama, intentando aclararse la cabeza, se puso el camisón y salió a la cocina.

Zac: Tortilla y salmón ahumado -le dijo mientras ponía dos platos humeantes en la mesa. Ella se sentó en su sitio-. El pescado es el alimento del cerebro. Me imaginé que lo necesitarías para trabajar -le acercó el plato con un suave empujón-.

Ness: Gracias, Zac -dijo y lo agarró por la muñeca, mirándolo-. Anoche fue...

Zac: Sí, lo fue -Estaba sonriendo, pero Vanessa percibió la ansiedad en la expresión de su cara-.

Ness: Solo tenemos que darnos tiempo el uno a otro para acostumbrarnos a esto.

Zac: Claro. Tiempo -repitió-.

Y, como si quisiera silenciar las dudas, se inclinó a besarla. Vanessa sintió de nuevo aquel deseo que la hacía sentirse segura de que estaban bien juntos. «Todo saldría bien», se dijo.

Disfrutaron relajadamente del desayuno, mirándose el uno al otro y sonriendo. «Un poco vacilante», pensó ella, pero tendrían que acostumbrarse.

Después del desayuno, Vanessa se puso a trabajar y Zac desapareció en el baño, donde estuvo trabajando con una concentración poco característica, con la música a un volumen bajo. Lo llamaron dos mujeres y le dejaron mensajes, pero él no respondió. ¿Qué haría con todas sus novias?

A pesar de lo mucho que tenía que hacer Vanessa siguió pensando en Zac, con la mente perdida. ¿Se mudaría allí Zac para siempre? ¿Debía hacerlo? Tendrían que hablar de ello, pero Vanessa no tenía ganas de comenzar aquella conversación. Todo era muy confuso.

Observó el pez que nadaba y saltaba por el agua de la pantalla del ordenador. Después de la experiencia del submarinismo, había cambiado el fondo de pantalla y había puesto un fondo marino en vez de su lema «hay que mirar hacia delante».

Pensó en la lista de cualidades de su futuro marido, el hombre que tenía tan exactamente dibujado en su mente que reconocería su voz cuando la oyera. Zac tenía una voz preciosa. Y se ocupaba de sus necesidades, como el hombre de sus sueños. Solo tenía que pensar en cómo la había tratado en la cama, y en que cocinaba para ella constantemente. Ella nunca había pensado que su marido maravilloso supiera cocinar.

Pero, ¿qué pasaba con su carrera profesional? ¿Y con su ambición? Zac era un cero a la izquierda en aquel sentido. «Cuando lo necesite, lo conseguiré» le había dicho acerca de un trabajo. Quizá lo necesitara en aquel momento. Le había dicho que no quería trabajar con Gary, pero, ¿no podría poner él su propia tienda? No para hacerle la competencia a Gary, por supuesto, pero de algo que tuviera que ver con los deportes acuáticos.

Vanessa cogió el periódico y miró los anuncios clasificados. Al poco tiempo, había encontrado cuatro, uno de una tienda de vela, otra de surf y dos empresas de excursiones en barcos. Ella misma llamaría. Todo lo que Zac necesitaba era un pequeño empujón y conocería la alegría de trabajar en algo con lo que disfrutaba. Así lo ayudaría.

Cinco días después, Vanessa se dirigía a casa después de un estupendo día en la ciudad. Había hecho muchas cosas. Lo primero, había tenido una reunión de tres horas con el
equipo directivo AutoWerks L.A., y les había explicado su propuesta de proyecto la cual, a pesar de que no había dormido, había conseguido redactar a toda prisa. Parecía que Zac consideraba un reto personal mantenerla en la cama, pero despierta. Pareció que al equipo le gustó lo que les dijo y Becker le había dedicado su sonrisa de Santa Claus. Necesitaba más información de marketing, así que ella tenía que reunirla aquella noche y mandársela al día siguiente. Él llevaría aquel informe a una reunión de planificación que tenía en Nueva York aquella semana.
Ella le había prometido que estaría disponible para más consultas y le había dado otra tarjeta. Pronto tendría que hacerse unas nuevas, dirección de su nueva oficina y el número de teléfono, además del número del móvil, porque se sentía lo suficientemente rica como para dar de alta la línea de nuevo.

Después había llamado a los anuncios que había encontrado para Zac. Las empresas y el trabajo de la tienda de surf era demasiado comercial para Zac. La tienda de vela sería demasiado, pero el dueño tenía un hermano que a su vez tenía otra tienda, de equipo de submarinismo. El hombre quería jubilarse, así que seguramente se la vendería a Zac y ella lo ayudaría a hacerse con el control del negocio poco a poco. Fijó una cita entre Zac y el hombre para el día siguiente por la tarde, y no podía esperar a llegar a casa para contárselo.

Él estaba barnizando la fachada de la casa cuando llegó. Zac bajó de la escalera al instante y la tomó entre sus brazos.

A ella ni siquiera le importó que el barniz pudiera ensuciarle el traje.

Ness: Tengo muy buenas noticias.

Zac: Puedes contármelas en la cama. Escucho mucho mejor cuando estás desnuda -respondió y le tiró de la mano-.

Ness: Pero tengo que trabajar -dijo tropezándose en el umbral al entrar en la cocina, con la risa en los labios. Al cuerno el trabajo. Nunca se había sentido tan deseada en su vida-.

Zac: Trabajar todo el día y no jugar le destroza los nervios a Vanessa -dijo desabrochándole un botón de la chaqueta-.

Ness: Jugar todo el día y no trabajar le hace perder clientes a Vanessa -respondió mientras le sacaba la camiseta por la cabeza-.

Zac: Pero jugar más y trabajar menos te trajo clientes -dijo empezando con los botones de su camisa-. He organizado una sesión de buceo especial para mañana. Un amigo va a sacar su barco a punta Loma, a un bosque de algas que es tan grande como una isla. Hay unos arrecifes estupendos y las algas cuelgan en cascada. No podrás creerlo.

Ness: No puedo, Zac. Tengo que hacer un informe para AutoWerks.

Zac: ¿No puedes hacerlo después de bucear?

Ness: Es para mañana. Además, yo...

El beso silenció sus palabras y le dejó la mente en blanco. Solo pudo sentir lo que él le estaba haciendo con los dedos bajo la ropa interior.

La tienda de submarinismo flotaba en su cabeza y se las arregló para romper el beso y decirle:

Ness: También tengo noticias para ti.

Zac: Estás a punto de tener un orgasmo. Eso no es una noticia -dijo acariciándola-.

Ness: No, no -Consiguió apartarse y le contó lo de la tienda y que había conseguido una cita para el día siguiente-.

Zac: No estoy interesado en tener una tienda, Vanessa -pareció exasperarse, pero solo momentáneamente. La agarró de nuevo, le quitó el sujetador y le acarició los pechos-.

Ness: Pero ese tipo te va a caer muy bien -balbuceó. Era tan delicioso sentir sus manos en la piel-. Me recuerda a Gary y tiene una idea estupenda, de asociarse con u... u... y -él le estaba haciendo algo asombroso con la lengua en el pezón- una agencia turística, para organizar viajes a México pa... pa... para bucear.

Zac: Eres incansable, ¿sabías? -dijo levantando la cabeza de sus pechos-. Si no estuviera tan excitado, me enfadaría.

Ness: Ser incansable es una de mis características más atractivas -dijo pensando que se iba a desmayar-.

Zac: En la cama, quizá... -se fijó en su expresión. Tras el deseo, Vanessa tenía esperanzas en él, y él debía haberse dado cuenta-. Está bien. Podemos volver de bucear antes de las cuatro, supongo.

Ness: Estupendo -dijo y lo abrazó-.

Zac: Por supuesto, yo diría cualquier cosa en este momento con tal de poseerte.

Ness: Mmm -dijo quitándole el bañador-. Pero tengo que terminar el informe. No sé cómo vamos a poder bucear también.

Zac: Hazlo esta noche. No vas a creerte lo estupendo que es ese sitio. Es como un jardín colgante bajo el agua, y hay rayas, peces enormes, y meros tan grandes como mi coche.

Ness: ¿De verdad?

Zac: De verdad -respondió y le sujetó las nalgas con las manos para atraerla hacia él y frotarse contra su punto más suave. El sentido común empezó a desvanecerse-.

Ness: Probablemente, podré hacer el trabajo en dos horas, pero tenemos que dejarlo en AutoWerks antes de irnos.

Zac: Mándalo por correo electrónico esta noche -la levantó del suelo y penetró en ella de un fuerte empujón-.

Oh, Dios. Correo electrónico, Morse, señales de humo. No le importaba nada de aquello en aquel momento. Solo le importaba el exquisito placer de tener dentro de sí a Zac, empujando más profundamente para fundirse con ella.

Con los ojos medio cerrados de sueño, Vanessa escuchó los mensajes del contestador desde una cabina de teléfono desde el muelle de San Diego antes de embarcarse para la sesión de buceo. Debía de estar perdiendo la cabeza. Se había obligado a sí misma a separarse de Zac, que estaba completamente dormido, a las dos de la mañana, para darle los últimos retoques al informe de Mitch y enviárselo por correo electrónico. Le había costado mucho esfuerzo concentrarse y ni siquiera era culpa de Zac. No podía dejar de pensar en su boca y en sus manos, y en lo que le habían hecho a su cuerpo. Estaba obsesionada.

«Tengo que encontrar algo de equilibrio»», pensó mientras colgaba el teléfono con un suspiro. Estaba aturdida. Zac le sonreía resplandeciente. Estaba encantado de haber conseguido cambiar sus costumbres, pero su cara estaba tan llena de amor, que Vanessa ni siquiera podía enfadarse porque él pensara que aquello era bueno para ella.

Subieron al yate y se dirigieron hacia Point Loma. Vanessa bajó un momento al servicio y, cuando subió a cubierta de nuevo, oyó a Zac hablando con Dave, el dueño del barco. Dave dijo algo acerca de Miami, y Zac respondió:

Zac: Sí, yo estaba pensando en mudarme allí. El agua caliente sería estupendo. Además, habría un montón de excursiones por las Bahamas.

Dave: Hay mucho trabajo. Mi primo trabaja siempre que quiere.

Zac asintió. Estaba considerando la idea, Vanessa se dio cuenta, y el corazón le dio un vuelco. ¿Querría mudarse a Florida?

Ness: ¿Qué hacéis? -le preguntó, acercándose a él-.

Zac: Nada, estábamos comprobando el viento.

Dave fue a la popa a cambiar de marcha. Cuando estuvo lo suficientemente apartado, Vanessa le preguntó a Zac:

Ness: ¿Vas a irte a vivir a Florida?

Zac: Solo estábamos charlando -respondió y la abrazó-. Ahora estamos juntos. No voy a ir a ninguna parte.

«Solo por el momento», pensó Vanessa. Ella lo había percibido en su tono de voz y lo había visto en la expresión de su cara. Se sintió intranquila.

Se pusieron manos a la obra para preparar el descenso, y con la emoción, Vanessa se distrajo de las preocupaciones acerca de Zac y acerca del desequilibrio de su propia vida. Y una vez que estuvo bajo el agua, le resultó fácil concentrarse en las maravillas que estaba viendo.

Le encantó tomar la mano de Zac y mirar hacia arriba para ver los árboles de algas que se mecían en el agua, las colinas cubiertas de coral y la luz que bajaba desde la superficie y se filtraba entre las plantas. Era como estar en un bosque de cuento de hadas, casi como un bosque sagrado. Un pez gigantesco pasó nadando perezosamente entre las algas, como si diera por sentado que toda aquella belleza era lo corriente. Vanessa miró a Zac, que la estaba mirando a ella. Qué cosa tan asombrosa para compartir.

Cuando llegaron a la superficie, la tripulación les dio noticias: habían avistado ballenas grises en la superficie, no demasiado lejos de allí.

Zac: Te van a encantar. No te vas a creer lo grandes y lo preciosas que son.

Ness: Pero tenemos que volver -dijo mirando la hora en el reloj de Zac-.

Zac: Llegaremos a tiempo, no te preocupes.

No importaba demasiado, porque Dave ya había tomado rumbo contrario a la costa y el yate empezó a avanzar. Ella cada vez estaba más preocupada, pero Zac le apretó la mano para tranquilizarla.

Las ballenas infundían respeto. Se sumergían y salían a la superficie para respirar con gracia majestuosa, como si se estuvieran dejando ver para ellos. Vanessa vio a una cría nadando al lado de su madre.

Ness: ¡Mira! -exclamó para avisar a Zac-.

Él miró y sonrió.

Zac: Estupendo.

Ness: ¿Estupendo? Es maravilloso, asombroso.

Dijo y Zac se dio cuenta de lo que veía en los ojos de Vanessa, abiertos como platos. Ella estaba interesada en todo, una vez que se conseguía su atención. Se moría de ganas de enseñarle a hacer surf.

Se estaba relajando día a día. Estaba seguro de que dejaría de fastidiarlo en poco tiempo e intentar obligarlo a hacer cosas como aquel estúpido negocio que ella tenía en mente. Y por otra parte, tenía que admitir que un poco de organización le había venido bien. Ya no pasaba horas enteras buscando las llaves, ni perdía clases, como antes. Y tener los platos limpios y los utensilios en lugares predecibles hacía que cocinar fuera mucho más divertido.

Cuando ella ponía su mano en la suya, él sentía el poder de su energía. Nunca la dejaría. Nunca.

¿Qué estaba diciendo? Algo más acerca de la expresión del ballenato... El observó sus ojos brillantes y su boca llena de risa y notó el deseo otra vez, recorriéndole el cuerpo.

Ness: Son muy inteligentes, ¿lo sabías? -le y entonces se quedó callada. Había estado parloteando sin parar, describiendo lo que los dos estaban viendo-. Lo siento, he hablado demasiado.

Zac: Me gusta que te entusiasmes... en todos los sentidos -dijo y la besó, lenta y suavemente-. Sabes a sal. Si esos tipos no estuvieran aquí, te desnudaría y lamería toda la sal de tu cuerpo.

Ella se estremeció al imaginarlo. No podía esperar a llegar a casa y quitarse la ropa y...

¡Un momento! Zac tenía una cita en la tienda de submarinismo a las cuatro en punto.

Ness: ¿Qué hora es? -le tomó la muñeca a Zac y miró la hora-. Son las dos. No vamos a llegar a la tienda a las cuatro.

Zac: Otro día -dijo y se encogió de hombros-.

Ness: Ya había quedado. Tenemos que llamar. Dave, ¿nos puedes prestar el móvil?

Dave: No tiene batería. ¿Hay algún problema?

Zac: No.

Ness: Sí -lo contradijo-.

Zac: Relájate. Lo llamaremos cuando lleguemos al puerto.

Ness: ¿No podemos usar la radio? -le preguntó a Dave-.

Zac: Olvídalo. Eso es solo para emergencias. Relájate -repitió, frunciendo el ceño-.

Ness: No puedo relajarme. Tenemos una cita.

Zac: Concertaremos otra. ¿Habrías cambiado ver al ballenato por una cita de negocios?

Ness: Podríamos haber hecho las dos cosas.

Él hizo un ruido de impaciencia, se encogió de hombros y miró al mar. ¿Por qué tenía que boicotear todas las cosas que no le apetecía hacer? Era una actitud infantil. Era muy bueno disfrutar de la vida, pero también era necesario ser responsable.

En cuanto llegaron al puerto, Vanessa saltó del barco y fue hacia una cabina. Eran las cuatro y media. El dueño de la tienda, que había cancelado un partido de golf por la reunión con Zac, estaba molesto, pero fue amable.

Ness: Por favor, déjeme que le ponga con Zac, para que puedan concertar otra cita.

Pero, para su irritación, Zac tomó el número de teléfono del hombre y le dijo que lo llamaría más tarde. Después, colgó.

Ness: ¿Qué quieres decir con lo de que lo llamarás más tarde? Ve allí mañana mismo, por Dios.

Zac: Si esto tiene que funcionar, funcionará.

Ness: Pero... -lo miró a la cara. Tenía una expresión de «no traspases los límites», que ella había visto cuando miraba a Brittany, unas semanas atrás-. Ni siquiera querías quedar con el tipo, ¿verdad?

Zac: Te dije que lo haría.

Ness: Pero no quieres.

Zac: Me gusta mi vida tal y como es, Vanessa.

Ness: Entonces, ¿por qué has dicho que irías a la cita? No. No me respondas a eso.

Él le había dicho que haría cualquier cosa por poseerla, y ella había creído que era una broma.

Zac: Mira, Vanessa.

Ness: Olvídalo. Tengo que escuchar si hay algún mensaje -se volvió hacia el teléfono para esconder su disgusto-.

Zac: ¿No puedes esperar a que lleguemos a casa?

Ness: No -respondió cortante-. Ya he esperado demasiado.

Había tenido suficiente. No quería permitirle a Zac que continuara obligándola a actuar en contra de sus instintos. Había cuatro mensajes. Empezó a latirle el corazón muy fuerte cuando oyó la voz de Mitch Becker.

Eh, Vanessa, tengo un par de preguntas acerca de tu informe de marketing. Parece que faltan un par de páginas. Estaré en este número durante una hora más. Llámame.

Él había llamado a las ocho de la mañana. Oh, Dios mío. El siguiente mensaje era de las nueve y media.

Todavía estoy esperando las dos páginas que faltan, y me gustaría consultarte un par de dudas sobre las prioridades a corto plazo. Estamos pensando en un cambio y no sabemos cómo podría resultar. Llámame antes del mediodía a mi móvil -
y le dejaba su número-.
Vanessa empezó a sentirse enferma de los nervios. El tercer mensaje, a las doce y media, estaba teñido de irritación, y terminaba diciéndole que se marchaba a Nueva York a las cinco y media, y que esperaba tener noticias suyas antes de esa hora.

La última llamada era desde el aeropuerto.

Esto es inaceptable. Mis directores no estaban contentos con la idea de contratar a un consultor, para empezar. Te pagaré por el proyecto preliminar, pero no creo que esto vaya a funcionar.

Vanessa colgó el auricular sin borrar los mensajes.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Becker ha estado intentando localizarme todo el día. Faltaban dos páginas del informe y tenía algunas preguntas. Yo no estaba allí. Ahora ya no quiere trabajar conmigo.

Zac: Vamos. ¿Te ha despedido por un retraso de unas cuantas horas?

Ness: Le dije que estaría disponible. Completamente. Le aseguré que estaría completamente disponible y desaparecí. Y aunque hubiera conseguido hablar antes con él, habría necesitado mi ordenador para contestarle las preguntas. Lo he estropeado todo. -Se sentía mareada y furiosa, con Zac y consigo misma, por haberle dejado que la convenciera-. No debería haber ido. Lo sabía. Ha sido una irresponsabilidad.

Zac: Vamos. Tienes derecho a divertirte un poco.

Ness: Un poco, sí, pero no veinticuatro horas al día, siete días a la semana, como tú. ¿Cómo puedo haber sido tan estúpida?

Zac: ¿Por qué quieres trabajar para un tipo que te despide por un malentendido?

Ness: Por miles de razones. Porque es un hombre importante. Por que yo contaba con su sueldo. Porque necesito sus referencias. Esto es una relación de negocios nueva y todos los detalles son muy importantes. Él no estaba seguro de mí, yo estaba a prueba.

Zac: Pues llámalo. Dile que ha sido por culpa mía. O déjame que se lo diga yo.

Ness: Ya has hecho suficiente -le cortó-. Yo lo manejaré. Ha sido un error mío. Lo llamaré a Nueva York y le dejaré un mensaje para cuando llegue.

Si Becker no se echaba atrás, tendría que dejar la oficina y perdería la señal que había dado. Tendría que haber sido más cautelosa antes de haberla alquilado tan pronto. Había aprendido de su madre cosas como no gastar lo que no tienes, pero se había enamorado de Zac Efron y había empezado a actuar siguiendo sus impulsos, casi sin darse cuenta. «Mantén tus prioridades», le había enseñado también su madre. Ella tenía mucha razón. Vanessa había permitido que sus objetivos se alterasen. Se había escapado con Zac, como había querido hacer con Andrew.

Zac: Se resolverá.

Ness: No me digas eso -respondió sintiendo que la ira la invadía, recuperando el sentido común en un instante-. Las cosas salen bien cuando se trabaja en ellas, no cuando se deja que sucedan. Yo no voy dando tumbos por la vida como tú, Zac. Yo trabajo para tener éxito.

La mirada de Zac se hizo helada.

Zac: Pues vamos a casa.

Durante el trayecto a casa, no hablaron una sola palabra. Vanessa quería decir algo para arreglarlo, pero no se le ocurría nada.

Miró a Zac. Tenía la mandíbula tensa. Él no la entendía. Ella se había estado engañando a sí misma cuando había pensado que el amor encontraría un modo de arreglar las cosas.

Debería haberse ceñido por completo a su lista de requisitos. Sabía la clase de hombre que necesitaba, uno bueno, trabajador, responsable, un compañero cariñoso que quisiera las mismas cosas que ella, que luchara por ellas, y no un adolescente demasiado grande, obstinado y arrogante que ponía la diversión por encima de todo como excusa para ser irresponsable.

Cuando llegaron a casa, Vanessa le dejó a Mitch un mensaje en el contestador de Nueva York.

Después, le mandó por correo electrónico las páginas que faltaban del informe e intentó escribir un guión sobre las explicaciones que le daría por su inaceptable y poco característico comportamiento, cuando por fin consiguiera hablar con él por teléfono.

¿Cómo había olvidado lo que de verdad era importante? ¿Cómo había dejado que su relación con Zac la alejara tanto de su sentido común y de sus metas? Su madre tenía razón cuando había intentado advertirla.

Se quedó asombrada cuando él apareció con una ensalada de aguacate, queso y beicon para ella, y la dejó a su lado.

Ness: Gracias -le dijo mirándolo-.

Zac: Me imaginé que tendrías hambre.

Ness: Siento haberme enfadado tanto. Estaba muy preocupada por el hecho de perder algo que significa tanto para mí.

Zac: Lo arreglarás. Si es lo que verdaderamente quieres.

Ness: Todo depende de esto. Mi negocio y mi futuro, incluso mi oficina. Todo se irá al garete si pierdo AutoWerks. Me encantaba ese edificio. Era perfecto. Y puede que lo pierda.

Zac: Tú no necesitas otra oficina. La galería será estupenda. Si la ampliamos tendrás mucho espacio.

Ness: La galería no tiene ventanas, Zac, por si no lo has notado. Arrancaste las pantallas y no hay ni rastro del Plexiglás. Necesito una oficina de verdad, no una tormenta de arena.

Zac: ¿Preferirías una oficina en la ciudad, llena de humo y tráfico, que trabajar en la playa?

Ness: Se supone que los negocios están en las ciudades, Zac.

Zac: Ese es tu problema, entonces. Desprecias lo que tienes por cómo se supone que tienen que ser las cosas. Mira lo que hay más allá de las ventanas. Ni siquiera te permites disfrutar de las vistas cuando estás trabajando.

Ness: Tengo que concentrarme. La playa es... una distracción.

Zac: Exacto. El placer y la belleza solo son distracciones para ti. Mira ahí fuera: hay gente, sol, arena, olas, todas esas cosas maravillosas y tú te escondes en una esquina y te entierras en el trabajo.

Ness: Eso no es justo. Yo disfruto de las cosas a su debido momento.

Zac: Todo tiene un momento apropiado, ¿verdad? Por ejemplo, nosotros. Tú piensas que este no es el momento, ¿no? Me ves como una distracción más. Algo que te mantiene alejada de tu poderoso trabajo.

Ness: Tú no respetas mi trabajo.

Zac: Lo respeto, pero no le rindo adoración. Y tú tampoco deberías hacerlo. Si yo no hubiera conseguido que te relajaras un poco, no tendrías los clientes que tienes ahora.

Ness: Estoy orgullosa de haber conseguido esos clientes. Tú puedes huir de la responsabilidad si quieres, pero no intentes convencerme de que tienes razón. Y no esperes que me una a ti.

Zac: ¿Piensas que porque no quiero una tienda de submarinismo soy irresponsable? Mira, mi vida funciona muy bien para mí.

Ness: Y la mía funciona para mí. No hay nada malo en trabajar por mis sueños.

Zac: Esa es la cuestión. Yo estoy viviendo mi sueño, Vanessa, y tú solo estás trabajando por el tuyo.

Ness: Eso es una tontería. Tú quieres algo más que dar vueltas por la playa. Yo sé que lo quieres. Quieres un hogar, un lugar para todas tus cosas. Para ser un nómada sin preocupaciones ni ataduras, has acumulado un montón de equipo.

Zac: ¿Adónde quieres llegar?

Ness: Yo no soy tu padre para decirte cómo debes llevar tu vida. Solo estoy intentando ayudarte a que hagas algo más que podría gustarte si no fueras tan sumamente tozudo.

Zac: Deja a mi padre fuera de esto. Y, por lo menos, yo admito que soy tozudo. Así es como soy, Vanessa. O lo tomas o lo dejas.

Ella lo miró durante un momento. ¿Cómo podría tomarlo? La lucha sería interminable. El siempre intentaría apartarla de todo lo que ella consideraba importante y no querría ceder ni un ápice. ¿Cómo iba a seguir viendo siempre bicicletas apoyadas en la pared y el equipo de buceo desperdigado por todas partes? Llevaba semanas trabajando en la casa y ni siquiera estaba cerca de terminar. Y además estaba pensando en mudarse a Florida, por Dios.

Ness: Creo que deberíamos hablar de esto cuando los dos estuviéramos más calmados.

Zac: No te preocupes. Lo he entendido. Hemos terminado. Me mudaré a casa de Gary.

Ness: No tienes que marcharte -le dijo sintiendo pánico ante la idea-. No inmediatamente, quiero decir.

Zac: Sí. Debería haberme ido cuando me lo pediste la primera vez. Habría sido lo más responsable -le lanzó la palabra como si fuera un Frisbee directamente apuntado a su estómago-.

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