topbella

jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 4


Mientras Vanessa doblaba y guardaba cuidadosamente las prendas inmencionables que Zac había mencionado tantas veces, lo oía haciendo cosas en su habitación. «El blanco es muy provocativo», había dicho él. «Sencillo e inocente». Le ardían las mejillas. Aquel chico no tenía pelos en la lengua.

Cuando terminó de colocar sus cosas, miró la habitación. Necesitaba poner sus fotografías en la pared, y quería la mecedora y las sábanas que tenía en el guardamuebles. Con la camioneta del amigo de Zac, podría llevarlo todo a casa de una vez.

Y en aquel momento, decidió que iba a llamar a su madre.

**: Lo siento, cariño. Tenías tanta ilusión puesta en lo de Londres...

Ness: Pero esto también es un desafío. Montar mi propio negocio será divertido -el estómago se le encogió de la tensión-.

**: ¿Cómo es la casa de la playa?

Ness: Muy... de playa. Ashley la estaba arreglando. Así que yo estoy... mm... encargándome de lo que quedaba.

**: Cuando te propones algo, lo consigues. Eres como yo en ese sentido.

Ness: Espero ser como tú.

**: Por supuesto que lo eres. Tu padre era muy distraído. Siempre estaba dispuesto a cambiar de objetivo. Tú tienes una buena cabeza sobre los hombros.

Aunque con Zac en escena, Vanessa no estaba segura de poder enfrentarse a las cosas con su eficiencia habitual.

**: ¿Qué pasa? -le preguntó su madre-.

Ness: Nada. El hombre que está haciendo la reforma también vive aquí.

**: Oh. Bueno. ¿Y eso es aconsejable?

Ness: No lo creo. Le he pedido que se buscara otro alojamiento.

**: Muy lista. ¿Es habilidoso?

Ness: A mí me parece que es demasiado relajado, pero Ashley me ha dicho que es bueno.

**: ¿Tiene un contrato con él?

Ness: No lo sé. Al menos, yo no he visto ninguno -seguramente, Zac habría hecho un barquito de papel y lo habría echado al mar-.

**: Pues eso es un gran error con los obreros demasiado relajados. He oído de todo en el restaurante. Dile que tenéis que firmar uno.

Ness: Me ocuparé de que haga lo que tiene que hacer.

**: No dudo que lo harás. Tú eres muy inteligente Vanessa.

Pensó que ojala ella tuviera tanta confianza en sí misma como la que le otorgaba su madre.

De repente, oyó un suspiro.

Ness: ¿Estás bien, mamá? Pareces agotada.

**: He tenido un día largo. Voy a poner los pies en alto -dijo. Vanessa oyó cómo se sentaba-. Mucho mejor.

La salud de su madre le preocupaba y recordó lo que le había dicho Zac. A Vanessa le dolía mucho estar separada de su madre.

Ness: ¿Por qué no te vienes a la playa conmigo?

**: Eso sería muy agradable, querida.

Ness: No, quiero decir que tenemos que planearlo. Tómate un sábado libre y ven a pasar el día conmigo. El fin de semana completo, si quieres Zac ya se habría marchado para entonces.

**: Estamos bastante ocupados en el restaurante.

Ness: A nadie le importaría que te tomaras un fin de semana libre.

**: Quizá no... Pero, ¿qué hay de tu negocio?

Ness: Todo el mundo necesita un descanso, ¿no?

**: Tengo muchas ganas de pasar el día contigo, pero ya sabes que no me gusta demasiado la playa.

Ness: Ni a mí tampoco, pero si no queremos bañarnos, nos quedaremos en el porche mirando al mar. ¿Qué te parece eso?

**: Eso suena muy bien.

Ness: Pues vamos a fijar un día para que puedas coordinarte con todo el mundo -quedaron el sábado de tres semanas después-.

**: Ahora, cuéntame cosas sobre el negocio -le pidió su madre, y Vanessa le explicó su plan-.

Empezaría con la lista de contactos de Ashley y se dirigiría a los anteriores clientes de Business Advantage, sobre todo a aquellos con los que ya había trabajado.

Mientras hablaba, la confianza crecía y el apoyo de su madre contribuyó también. En cuanto colgó, tuvo un momento de visualización positiva y se vio haciendo llamadas y asistiendo a reuniones con nuevos clientes. Se imaginó los detalles, el momento en que estrecharía la mano de un cliente después de firmar un contrato.

Lo conseguiría. Solo que no en aquel momento. En aquel momento se dio cuenta de que estaba exhausta y de que tenía que dormir. Al día siguiente, se pondría a trabajar, descansada y fresca.

Tomó sus cosméticos y el camisón, un camisón rosa de cuello cerrado del que Zac se reiría, porque indudablemente él dormía desnudo, y se dirigió al baño.

El baño estaba masculinamente desordenado y las cosas de su compañero de piso estaban esparcidas por todas partes. Sin embargo, encontró sitio en el armario del botiquín y colocó todos sus frascos, el cepillo de dientes y la pasta.

Después vio que la cuchilla de afeitar de Zac estaba en el lavabo, todavía con algo de espuma. La tomó y la olió. Esencia de coco, dulce y densa. Aquella era la fuente de aquel olor tan agradable. Aspiró profundamente, sintiéndose culpable, y después aclaró la cuchilla.

Oía los sonidos que hacía Zac levantando pesas en la otra habitación. Aquel hombre no era capaz de hacer nada sigilosamente, estaba claro.

Debería haberse mostrado más firme a la hora de decirle que tenía que mudarse. Estaba segura de que iba a estirar aquellos dos días si se lo permitía.

En realidad, la conversación sobre la ropa interior había sido divertida, tenía que admitirlo. El sentido del humor era importante en la vida. Aquello le recordó la lista de cualidades de su futuro marido que había hecho dos años antes. Hacer una lista de aquel tipo era algo extraño, pero fijar los objetivos era el secreto del éxito en la vida, tanto como en los negocios.

Recordó aquella lista mentalmente. Sería un hombre responsable, ambicioso y emocionalmente digno de confianza. Se preocuparía por los demás y sabría escuchar. Le afectaría tanto el dolor de Vanessa como el suyo y la conocería muy bien, algunas veces mejor que ella misma.

Ah, y le regalaría rosas. El romanticismo era un ingrediente muy importante del amor, aunque no el primero. Una no se podía dejar hechizar por alguien que no cumplía otros requisitos más elementales.

Y tendría sentido del humor, añadió en aquel momento. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado aquello? Desde luego, Zac era lo contrario a su sueño en casi todo, incluso en el color rubio del pelo. Pero tenía sentido del humor. El sentido del humor sí era importante.

Los ruidos cesaron y Zac empezó a silbar, perfectamente afinado. Esperaba que su marido también tuviera buena voz, aunque eso sería la guinda del pastel. Lo principal era que fueran compatibles, que buscaran lo mismo en el futuro, que disfrutaran con las mismas cosas y tuvieran los mismos planes.

Zac: Vamos, amigo -dijo suavemente-.

Después oyó que la puerta se abría y se cerraba. Zac se marchaba al partido de voleibol, con Lucky y con Brittany. Se sintió extrañamente sola. Verdaderamente, Zac Efron llenaba un espacio.

Por otra parte, si él no estaba en casa, se sentiría más cómoda con su camisón. Se lavó los dientes, se puso la crema hidratante y se cepilló el pelo, y después volvió a la cama rápidamente, con la esperanza de quedarse profundamente dormida y perderse cualquier actividad que pudiera producirse tras el partido de voleibol al otro lado de la tela que servía de cortina.

Más tarde, Vanessa se despertó de repente, y se sentó en la cama de un respingo. Miró el despertador: solo era medianoche, lo cual significaba que había dormido tres horas. Por supuesto, eran las ocho de la mañana en Londres, lo cual explicaba, probablemente, porqué se había despertado. Decidió que se haría un té. Aquel era uno de los recuerdos que se había llevado con ella de vuelta a casa: algunas latas de un té estupendo, que tenía apiladas en la cocina.

Salió de puntillas al pasillo, intentando evitar que el suelo crujiera mucho. La puerta de la habitación de Zac estaba cerrada, pero ella contuvo la respiración. Por experiencia, sabía que había que ser cortés con una persona dormida.

Unos minutos después, mientras aspiraba el delicioso aroma que desprendía la infusión en el cazo de agua, pensó en lo mucho que echaba de menos Londres. Ni siquiera el tiempo lluvioso le había quitado un ápice de atractivo a aquella ciudad. Pero todo se había desvanecido, igual que se disolvía un Alka Seltzer en un vaso de agua. Un día volvería a aquella ciudad, cuando el negocio estuviera en marcha, quizá con su marido, antes de tener al primero de sus dos hijos...

Se sirvió una taza y la sostuvo entre las palmas de las manos. Después se acercó a la ventana y vio la luna llena sobre el mar. Por primera vez, se dio cuenta de lo maravilloso que era aquello. Cualquiera podría quedarse mirando el océano durante horas. El sonido de las olas era relajante... casi hipnótico. De repente, captó un movimiento en el agua. ¿Un pez enorme? No. Era una persona. Estaba nadando a la luz de la luna, dando brazadas largas y fuertes. Era un hombre, a juzgar por la longitud del tronco desnudo. Después de un rato, se dio la vuelta y empezó a nadar de espaldas, mirando al cielo. El agua debía de estar muy fría, pensó Vanessa. Y nadar en la oscuridad le daba miedo. Por otra parte, había gente que pagaba grandes cantidades de dinero por tener una casa en la playa, para poder hacer cosas como nadar por la noche.

Ella no. No lo entendía.

Bajo la luz de la luna, el nadador parecía misterioso, efímero, como una criatura mítica del mar, un dios, o un fantasma. Extraño.

De repente, su vista se detuvo en una mancha de moho que había en el marco de la ventana, y siguiendo hacia arriba, vio una humedad en el techo. Habría que arreglar también aquello. Respiró hondo y tomó otro trago de té. «Relájate» pensó. En aquel momento, incapaz de conciliar el sueño, envidiaba la capacidad de Zac de tomarse la vida con tranquilidad.

Ya que estaba despierta, empezaría a escribir una lista de las cosas que tenía que hacer. Fue de puntillas hasta su habitación, cogió un cuaderno de su bolso y volvió a la cocina. Se sentó a la mesa y empezó. Lo primero, sacar las cosas del guardamuebles. En aquello dependía de Zac y de la furgoneta de su amigo. Intentaría meterle prisa para hacerlo lo más pronto posible. Aunque era difícil ponerse muy exigente cuando alguien te estaba haciendo un favor.

Lo siguiente sería comprar material de oficina y encargar unas tarjetas nuevas. Poca cantidad, para mantener bajos los costes. ¿Contratar una segunda línea de teléfono para el negocio? No, todavía no. Demasiado caro. Empezar a llamar a los contactos de la lista de Ashley. Aquello lo haría en cuanto llevara a casa los muebles.

De repente, sintió que la ansiedad le atenazaba el pecho. «Hay que mirar hacia delante», se dijo. Tenía ahorros suficientes para dos meses, y si no conseguía clientes rápidamente, se pondría a trabajar por cuenta ajena un tiempo. Aunque, ¿cómo iba a conseguir clientes si empezaba a trabajar para otro y solo estaba disponible por las tardes? Los consultores a media jornada no inspiraban mucha confianza...

Se le hizo un nudo en el estómago. Parecía que aquella lista no era de gran ayuda para relajarse, así que volvió la página y empezó otra de asuntos personales. Tenía que domiciliar el pago del agua, gas, etc., en su cuenta, arreglar los papeles de propiedad de la casa, hacer un presupuesto de gastos y apresurar a Zac para que se mudara.

Pensar en Zac la puso aún más nerviosa. Cerró el cuaderno, se levantó de la mesa y fue hasta la ventana.

El nadador ya se había marchado. Probablemente, a dormir, como una persona normal. Vanessa también debería intentar irse a dormir. Aunque primero quitaría todas las cosas de pintar del salón, donde organizaría la oficina al día siguiente.

Cuando iba a salir de la cocina, oyó un ruido en la puerta y se volvió. Por la ventana vio que había un hombre en la galería. Se le subió el corazón a la garganta y se quedó petrificada de miedo.

La puerta se abrió... Ella intentó moverse, gritar, hacer algo. Entonces vio que era Zac, calado, mojando el suelo, con una toalla alrededor del cuello. Él era el misterioso nadador nocturno.

Ness: ¡Me has dado un susto de muerte! -le dijo mientras se ponía la mano en el corazón para intentar aminorar el ritmo de los latidos-.

Zac: ¿Qué haces levantada? -preguntó frotándose el pelo con la toalla-.

La luz de la luna se reflejaba en los planos de su cara y en sus músculos al moverse.

Ness: Supongo que es por la diferencia horaria. ¿Eras tú el que estabas nadando en el mar?

Zac: Sí. Me sobraba energía y hay una luna estupenda -se acercó a ella. A la suave luz, parecía que no era real, que acababa de salir de un sueño-. Es algo más que la diferencia horaria -dijo, observando su cara atentamente-. Estás haciendo eso con tu labio inferior.

Ness: ¿Qué?

Zac: Mordiéndotelo. Como en la cena. ¿Qué te pasa?

Ness: Nada. Tengo muchas cosas en la cabeza -no se había dado cuenta de que se estuviera mordiendo el labio-.

Para ser tan despreocupado, a Zac no se le escapaba una.

Zac: Sé exactamente lo que necesitas. Ve a ponerte el traje de baño.

Ness: ¿El traje de baño?

Zac: Sí, vamos a nadar un rato.

Ness: Pero si acabas de nadar. Y está oscuro, hace frío y...

Zac: Perfecto. Nadar por la noche es lo mejor del mundo. Es justo lo que necesitas para conciliar el sueño. Confía en mí.

Ness: No soy muy buena nadadora, y mucho menos en el mar.

Zac: Yo te vigilaré -Dijo guiñándole un ojo-. Ve a ponerte el bañador. O, mejor pensado, ¿quién necesita bañador? -hizo gesto de quitarse el suyo-.

Ness: ¡No! No. Voy a ponérmelo -dijo y salió corriendo a su habitación-.

«Esto es una locura. Es medianoche. Puede que haya tiburones», pensó, y acto seguido: «Oh, vamos, relájate. Sé espontánea por una vez en tu vida. Quizá Zac tenga razón y esto hará que te entre sueño».

Se miró al espejo con el bañador: pálida, asustada y nerviosa. ¿Se estaría volviendo loca?

Salieron juntos a la playa. La noche de mayo era agradable, cálida, con una suave brisa. La arena le hacía cosquillas entre los dedos y se movía bajo sus pies de aquel modo tan irritante, pero se las arregló para seguir el ritmo de los largos pasos de Zac. Enseguida llegaron a la arena húmeda. No estaba demasiado fría.

Sin embargo, el agua estaba helada. Vanessa dejó escapar un gritito y después se tapó la boca con la mano.

Zac: Grita libremente. No vas a molestar a nadie.

Ella se dio cuenta de que tenía razón. La playa estaba vacía, al menos hasta donde su vista alcanzaba en ambos sentidos, y las luces de las casas estaban apagadas.

El agua le golpeaba suavemente los tobillos y las pantorrillas. Se abrazó a sí misma y dio unos pasos atrás.

Ness: Está demasiado fría.

Zac: Vamos -le dijo tomándola de la mano. Ella sacudió la cabeza y se echó hacia atrás-. Salta, métete dentro -dijo y avanzó. Se tiró y nadó un poco. Después fue hacia ella-.

Su sonrisa irritó a Vanessa, que hizo un esfuerzo y avanzó también.

Ness: No sé qué demonios es esto -dijo al sentir algo abombado bajo sus pies, rogándole al cielo que no la mordiera ni le cortara un pie-.

Zac: No pasa nada.

Se acercó a ella a través del agua y la tomó en brazos. Ella dio un grito ahogado. Sintió su pecho húmedo y frío contra la piel.

Ness: ¿Qué estás haciendo? -Él la llevó más adentro-. Bájame.

Zac: ¿Estás segura? -preguntó y la dejó caer de repente-.

Ella salió chillando, respiró profundamente y le golpeó el brazo mientras él huía.

Ness: Eres malo.

Zac: Lo superarás. ¿No te das cuenta de lo agradable que es ahora? -dijo nadando hacia ella de nuevo, con el agua al nivel de la barbilla-.

Ness: Prefiero tomarme las cosas de un modo más... suave -dijo sorprendida al darse cuenta de que el agua no estaba tan fría, después de todo. Él tenía razón, demonios-.

Zac: Me apuesto lo que quieras a que te quitas el esparadrapo de una herida poco a poco.

Ness: En realidad, sí.

Zac: De esa manera la agonía es más larga -se puso de espaldas-. Esto es vida, ¿no te parece?

Ella miró al horizonte. El océano estaba oscuro y parecía amenazador. Sin embargo, allí mismo, con Zac, las olas la mecían suavemente, la reconfortaban, acercándola y luego alejándola de él. Ella se puso también de espaldas, como Zac, y miró al cielo fijamente, donde las estrellas brillaban sobre un manto oscuro.

Ness: Es bonito -admitió-.

Se volvió y sorprendió a Zac mirándola. Sus miradas se cruzaron y la energía se movió entre ellos como las olas en las que se estaban meciendo. Asombrada, se hundió bajo el agua.

Zac la sacó rápidamente.

Zac: ¿Estás bien? -dijo, agarrándola por los dos brazos-.

Ness: Perfectamente -dijo atrapada todavía por aquella energía-.

Zac: Parece que perteneces al mar -le dijo suavemente-.

Ness: Lo dudo.

Sin embargo, en el caso de Zac aquello sí era cierto. Parecía una criatura marina, hechizándola, atrayéndola. El agua la acercaba a él cada vez más. «Ve hacia allí, es mágico, es mejor...», parecían decir las olas. Se dio cuenta de que estaba cada vez más cerca, hipnotizada por el momento, por la mirada de Zac.

Zac: Para ya -murmuró-.

Ness: ¿De qué?

Zac: Te estás mordiendo el labio otra vez -dijo acercándose-.

Ness: ¿Sí?

Zac: Sí. Yo tengo una idea mucho mejor para tu boca.

Ness: ¿Qué? -susurró-.

Zac: Esto... -cuando juntó sus labios salados con los de Vanessa, ella no se sorprendió en absoluto-.

El calor se extendió por su cuerpo y emitió un sonido. Zac la atrajo suavemente hacia él, rozándola con la lengua, esperando a que ella se abriera para él...

Aquello era una locura.

Vanessa rompió el beso y se apartó de Zac.

Ness: Has dicho que nunca te acostabas con compañeras de piso -dijo intentando que su voz sonara indignada-.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Voy a mudarme, ¿no te acuerdas?

Ness: Esto es una mala idea. Mi vida está del revés y yo necesito toda mi concentración...

Zac: ¿Toda tu concentración?

Ella tragó saliva.

Ness: Estoy muy ocupada.

¿Demasiado ocupada para los labios de Zac, para sus brazos, para pasar unas horas increíbles en su cama? Su lado salvaje estaba luchando por ganar como un niño que quería escapar del rincón del castigo.

Zac: Eres taaan estricta... -dijo sacudiendo la cabeza y con la risa en los ojos. Pero ella vio que aceptaba su decisión-.

Ness: Alguien tiene que serlo -dijo retirándose hacia atrás para evitar tirarse a sus brazos-.

Zac: ¿Te vas? Si no hemos terminado de nadar.

Ness: Yo sí he terminado. -Había terminado de nadar en aguas infestadas de lujuria-. Y necesito dormir algo.

Zac: Podríamos hacer eso también.

Ness: No, gracias -dijo mientras seguía andando hacia atrás-. El objetivo era relajarse. Y ya estoy relajada. Muy relajada -repitió, y antes de que él pudiera contradecirla, se dio la vuelta para llegar a la orilla-.

«¿Relajada?», se preguntó tristemente Vanessa, unos cuantos minutos después, tumbada en la cama. Se había quitado la arena y la sal en la ducha y se había metido corriendo en su habitación para evitar otro encuentro con Zac. Pero lo último que sentía era relajación. Todavía sentía sus labios, fuertes, cálidos y listos para lo que ella quisiera. Sentía un cosquilleo en la boca. Pensó en la mirada de Zac clavada en ella, observándola con una mezcla de curiosidad y aprecio mientras las olas se movían a su alrededor, con aquella sensación mágica de que se pertenecían el uno al otro. Demonios. Se estaba volviendo igual de débil que Ashley.

Oyó que él entraba en casa, y después, silencio. Se volvió hacia un lado, intentando dormirse. Finalmente, parecía que estaba a punto de caer...

Bang... troc... clink... Zac estaba dando martillazos contra una puerta o una pared. Después pareció que arrancaba algo. ¿Qué? ¿Estaba trabajando a aquellas horas? ¿A mitad de la noche?

Podría levantarse y chillarle, pero ¿quién sabía cómo podrían acabar? En vez de hacerlo, se puso la almohada por encima de la cabeza. Al menos, estaba trabajando. Cuanto antes terminase de reformar la casa, antes se alejaría de ella.

Aquella mujer tenía algo, pensó Zac, intentando entender por qué la había besado, cuando todo en su cabeza le decía que era una mala idea. Estaba tan bien en el agua... Parecía más suave, más femenina, menos única. Desprendía una gracia y una sensualidad que ella, seguramente, ignoraba que tenía. Aquella sensación lo había tomado por sorpresa, y la había abrazado para sentir toda la energía contra su propia piel, probarla con la lengua.

Sin embargo, sabía que no podía acostarse con ella. Vanessa tenía razón con respecto a aquello. Si había alguna mujer que haría que el sexo se complicara, esa era Vanessa. Quedarse en la casa de la playa iba a ahorrarle mucho dinero... y quizá le proporcionase diversión, como llevar a Vanessa a nadar aquella noche. Quizá podría enseñarle a navegar o a bucear. La ayudaría. Era casi una ayuda benéfica, se dijo, con algo de cinismo.

Ya sabía que una de las formas de ablandar su corazón era a través de la comida, así que tenía la intención de cocinar platos increíbles hasta que ella quisiera que se quedara, solo por aquella razón por el momento, transformaría la galería en una oficina. Aquello satisfaría su adicción al trabajo y haría que lo presionase menos para que dejara la habitación.

Trabajó un rato más y tomó medidas para instalar unas pantallas de Plexiglás nuevas. Eran las tres de la madrugada cuando se fue a la cama. Tendría que levantarse a una hora decente al día siguiente para prepararle un buen desayuno y convencerla de que era el mejor compañero de piso que ella pudiera desear.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lo dejo todo - ¡¡¡INOCENTES!!! XD


Hola lectoras.
Dejo el blog de noves adaptadas para siempre, ya me aburrí. Es definitivo.
Y mi otro blog también.
Bueno, eso es todo.
Adiós.

P.D.: Aceptaré cualquier comentario bueno o malo que me dejéis en esta entrada.




JAJAJAJAJAJAJAJAJA

Bueno, solo han sido 13 personas que lo han visto, pero bueno...
¡¡FELIZ DIA DE LOS INOCENTES!! XD XD XD

Lo siento si alguien se ha puesto triste o se ha enfadado, pero tenía ganas de gastar una inocentada XD

Y aclaro que no voy a dejar ninguno de los dos blogs.
Es más, ahora os voy a poner cap.
Y de la otra, depende de que me venga la inspiración.

Bueno, no os enfadéis, eh ;)

¡Bye!
¡Kisses!

sábado, 24 de diciembre de 2011

Capítulo 3


Ness: ¿Qué hago? -preguntó cuando llegó a la cocina-.

Zac: Solo hazme compañía.

Abrió la nevera y se inclinó, demostrando la maravilla de la ingeniería biológica que era su cuerpo. Los músculos se le movieron suavemente, se tensaron y se relajaron mientras buscaba las cosas dentro del refrigerador. Y tenía la piel dorada del sol...

Alto. ¿Qué estaba haciendo? Su cerebro debilitado por el viaje continuaba fijándose en la anatomía de Zac. Debería estar preocupándose por «cualquier cosa que hubiera en la nevera». Si Zac era como el resto de los hombres, habría sobras de comida china, ketchup y, a lo mejor, una lechuga mustia.

Se sintió aliviada cuando vio que se trataba de comida fresca: un aguacate, unos champiñones, queso y espinacas.

Ness: ¿Estás seguro de que no quieres que te ayude en nada?

«Para dejar de comerte con los ojos».

Zac: Nada.

Por la forma en que él encendió el fuego y puso la mantequilla en la sartén, ella comprobó que sabía apañárselas en la cocina.

La cocina de aquella casa era pequeña... no, acogedora, se corrigió, pensando como una vendedora de pisos. La encimera no era muy grande, pero encantadora, de azulejos blancos y azules bien colocados. El fregadero y el grifo, sin embargo, estaban viejos y oxidados. Tendría que invertir unos cuantos dólares en reemplazarlos, porque el baño y la cocina de una casa eran dos grandes bazas para venderla. La cocina era antigua, pero estaba limpia y parecía que funcionaba bien.

Ness: Al menos, voy a poner la mesa.

Dijo acercándose a un armario que estaba al lado de él, donde imaginó que estarían los platos. Sin embargo, encontró cuencos, frascos de harina y azúcar y legumbres.

Zac: Ahí arriba -dijo y levantó la barbilla para señalarle el lugar mientras cortaba champiñones-.

Ness: Perdona -dijo, que se estiró para tomar los platos por delante de él-.

Zac: No te preocupes -dijo sin moverse ni un centímetro-.

Vanessa sintió sus ojos en el cuerpo y su sonrisa perezosa, y se sintió molesta por la intimidad que desprendía aquella situación. Tomó dos platos y decidió esperar a que él se alejara de la encimera para alcanzar los vasos de agua de la estantería más alta.

Gracias a Dios, los cubiertos estaban en el primer cajón que abrió. Sin embargo, no se arriesgó a buscar las servilletas, que seguramente estarían en un cajón a la altura de la ingle de Zac, y tomó dos trozos de papel de cocina. Después se acercó a la mesa, en la que había más cosas de Zac, un manual para reparar bicicletas, un set de llaves inglesas y un taco de revistas de surf, de buceo y de vela.

Ness: Parece que haces muchos deportes acuáticos -le comentó para darle conversación mientras ponía la mesa-.

Zac: ¿Y qué otra cosa podía hacer, viviendo en la playa? Me gusta pasarme el día en el agua.

Vanessa pensó que quizá estuviera bien pasarse el día en el agua de una piscina, limpia y clara, pero no en el agua asquerosa del océano, llena de algas y de criaturas misteriosas que no se veían. Además, el agua salada le irritaba los ojos.

Cuando terminó de poner la mesa, observó cómo Zac picaba con destreza un trozo de cebolla y la echaba en la mantequilla que borboteaba en la sartén. Estupendas manos.

Vanessa se obligó a apartar la mirada y se fijó en el linóleo del suelo. Estaba descolorido, agrietado y abombado. Habría que cambiarlo también. Esperaba que fuera parte del trabajo de Zac. Si no, tendría que pagarlo ella.

Era la ocasión perfecta para preguntarle qué era lo que le había pedido Ashley. Se lo preguntaría amablemente, no con su estilo directo habitual. Después de todo, aquel hombre estaba cocinando para ella.

Ness: Supongo que la empresa de construcción para la que trabajas te deja mucho tiempo libre para hacer deporte.

Zac soltó una suave carcajada.

Zac: ¿Empresa de construcción? -La miró mientras tomaba el aguacate. Lo agarró con la palma de la mano ahuecada e hizo que saliera la carne con tanta facilidad que ella casi no pudo creérselo-. Yo trabajo por cuenta propia.

Ness: ¿Y... mm… cómo te metiste en esto de las reformas?

Zac: Realmente, no estoy en esto de las reformas -respondió mientras colocaba el aguacate cortado en forma de abanico sobre la tabla-. Tengo amigos en el negocio -empezó a cortar el queso-.

¿Había aprendido la albañilería de los amigos? De los amigos del bar, sin duda, mientras fanfarroneaban de sus hazañas en la construcción con unas jarras de cerveza. Aquel chico era un vagabundo que vivía en la playa. Un vagabundo encantador, pero un vagabundo, al fin y al cabo. Quizá el sentido común de Ashley se hubiera ido al garete incluso antes de llegar a Londres.

Ness: Ashley dice que trabajaste para su vecino -le comentó, en busca de alguna credencial-.

Zac: Sí. Fue muy divertido. Y después Ashley me encargó este trabajillo.

¿Trabajillo? ¿Aquello era un trabajillo?

Ness: Así que no eres exactamente un albañil.

Zac: No. Doy clases de buceo, de vela, de surf, reparo bicicletas, esto y aquello.

Al menos, él tendría otros ingresos y sería capaz de pagar otro alquiler cuando se mudara.

Ness: Bueno, cuéntame lo que Ashley te pidió que hicieras.

Zac: Esto y aquello -dijo mientras rompía los huevos con una sola mano y los echaba en un cuenco a la velocidad del rayo-.

Ness: Especifica, por favor.

Zac: Muy bien... Veamos... Reparar el tejado, el agujero del muro entre las dos habitaciones, quitar el linóleo del suelo y poner azulejos... empapelar, arreglar el baño, pintar el interior y el exterior... Eso es todo, creo.

Ness: Eso es mucho -dijo agradecida por que Ashley le hubiera encargado que hiciera tantas cosas, pero preocupada por tener que vivir con el caos y el desorden que todo aquello supondría. Por otra parte, si cancelaba algo, tendría que pagarlo ella misma y no podía permitírselo-. ¿Y cuánto tiempo crees que tardarás?

Zac: Dos o tres meses. Depende.

Ness: ¿Depende de qué? -¿de a qué hora se levantara por las mañanas? ¿De si tenía que consultar un manual?-. Eso es mucho tiempo.

Zac: No se puede meterle prisa a la calidad -dijo mientras vertía los huevos batidos en la sartén, haciendo una pausa para lanzarle a Vanessa una sonrisa increíble-.

Ness: Oh, sí se puede. Creo que un mes es suficiente. Vamos a intentar hacerlo en un mes. La rapidez es crucial porque esto también será mi oficina hasta que me pueda permitir alquilar un despacho.

Zac: Pero no me molestarás -dijo echando unos cubitos de queso en la tortilla-.

Ness: Pero tú a mí sí -dijo tan amablemente como pudo-. Yo voy a intentar tener las reuniones con los clientes en sus despachos, pero estoy segura de que tendré que recibir a algunas personas aquí, y para eso necesitaré orden y tranquilidad. La segunda habitación será mi oficina, pero hasta que te mudes, tendrá que ser el salón. Eso significa que las cosas tendrán que estar organizadas.

Zac: La terraza de atrás sería una oficina estupenda -dijo señalando con la espátula la puerta trasera-.

A través de la ventana de la puerta, se veían las ventanas de la terraza rayadas, el mobiliario de plástico, otra tabla de surf y mucha arena.

Ness: No. Tengo equipo electrónico, un fax, el ordenador, la impresora... el viento y la arena los estropearían. Por no mencionar lo fácil que sería que entraran a robar.

Zac tiró de la sartén para que la tortilla se doblara en dos y la llevó hacia la mesa.

Zac: Puedo poner Plexiglás y una puerta sólida. El tejadillo le da una sombra muy agradable. La mayoría de la gente mataría por tener una oficina con vistas al océano -cortó la tortilla en dos y dejó que una mitad se deslizara en el plato de Vanessa, y la otra en el suyo. Después se sentó enfrente de ella-.

Ness: Pero no puedo permitirme gastos extra.

Zac: No te preocupes por el dinero. Habrá suficiente.

Ness: Nunca hay suficiente dinero si no se es muy cuidadoso con él -replicó, y se distrajo momentáneamente con la tortilla, que olía tan celestialmente que hizo que el estómago rugiera de impaciencia-. De todas formas, me gustaría que terminaras primero el salón. La electricidad es muy importante también. Y preferiría que hicieras las faenas más ruidosas cuando no esté trabajando, es decir, a primera hora de la mañana y al principio de la tarde, o, por lo menos, que te coordines con mis horarios. Cuando vayas a empezar con la cocina, avísame y traeré comida preparada.

Zac: Yo me ocuparé de la comida. Si te gusta como cocino, por supuesto -dijo, y le echó una cucharada de salsa de tomate, hecha con tomates, cebolla y cilantro fresco, sobre la tortilla-. Pruébalo -le dijo él, acercándole el plato-.

Ella quería acabar con su plan primero, pero para contentarlo, tomó un poco.

Oh. Guau. Increíble.

Ness: Esto está taaaan bueno... -dijo, casi sin pararse a tragar antes de tomar otro bocado-.

Zac: Me alegra que te guste. -Sus miradas se cruzaron y Vanessa sintió un chisporroteo alarmante que hizo que dejara de masticar. Zac observó su cara, y después deslizó los ojos hasta su pecho, para hacer un examen carnal involuntario. Después volvió a mirarla a los ojos, con expresión de estar satisfecho por lo que había visto-. ¿Tienes alguna restricción en la dieta? ¿Alguna cosa que te guste o que no te guste, especialmente? -le preguntó, entonándolo como si le estuviera preguntando por sus preferencias sexuales-.

Ness: Me gusta, mmm, todo.

Aquello sonó mal.

Zac: Podría poner los suelos de madera también, ¿sabes? -murmuró en un tono igualmente sugerente-. Si tuviera tiempo suficiente...

Parecía que estaba intentando seducirla... con suelos brillantes de madera y tortillas. Y estaba funcionando. Un suelo recién entarimado atraería a los compradores...

Alto. Zac solo estaba coqueteando con ella, sobornándola.

Ness: No puedo pagar el suelo nuevo -dijo apartando la mirada deliberadamente-.

Zac se encogió de hombros. Parecía que estaba diciendo «ya veremos».

Vanessa se puso a comer tortilla de nuevo.

Zac se rió y ella volvió a mirarlo, masticando.

Zac: Me gusta que disfrutes comiendo. Odio que las mujeres piquen y mordisqueen la comida y finjan que no tienen hambre.

Ness: Yo no suelo fingir mucho -dijo tragando su último bocado. A Zac todavía le quedaba la mitad-.

Zac: No, en realidad, vas directamente al grano. Por ejemplo, sé perfectamente que quieres que me vaya de aquí lo antes posible.

Ness: Creo que eso sería lo mejor -dijo y dejó el tenedor sobre el plato de mala gana, mirando la tortilla que Zac no se estaba comiendo. Debería haber saboreado más la suya-.
 Tengo mucho que hacer y esta casa es muy pequeña como para albergar a dos personas y una obra -se sentía culpable devorando con los ojos la tortilla de Zac mientras hablaba de echarlo a dormir a la playa-.
Zac: Toma. -Cortó un trocito de su tortilla y se la ofreció con su propio tenedor. Un gesto íntimo, y sin embargo, él lo hizo de una forma perfectamente natural-.

Ness: No, no -dijo y negó con la cabeza-. Ya he comido mucho.

Él le acercó más el tenedor, tentándola.

Ella tomó el bocado rápidamente, evitando el contacto visual, temblando por dentro. Entonces sintió el fabuloso gusto de la comida de nuevo.

Ness: Mmm. Esto es asombroso.

Zac: A la gente le encantan mis parrilladas también. ¿Comes carne?

Ness: Sí.

Zac: Bien. La comida mexicana tampoco se me da mal.

Ness: Ya me lo imagino -dijo disfrutando del sonido de aquellas palabras-.

Tendría que poner en marcha un plan de aeróbic inmediatamente si iba a seguir comiendo la comida de Zac... cosa que no haría durante más de dos días. Como mucho.

Zac: Y hago un café estupendo -estaba atacando su punto más débil, por lo menos en aquel momento, que era su estómago-. Y soy buena compañía -continuó, inclinándose hacia delante, cálido, agradable... Ella tuvo la extraña sensación de que él tenía ganas de besarla. Y lo peor fue que le gustó la idea. Se humedeció los labios, lo que hizo que Zac tomara aire antes de continuar-. ¿Y qué te parece...

«¿Un beso? Me encantaría. Sería increíble». Vanessa notó que, sin querer, se inclinaba hacia él y se quedaba atontada con sus fabulosos labios y su sonrisa burlona.

Zac: ¿El póquer? -terminó-.

Ness: ¿El póquer?

¿Era la palabra póquer un término codificado para denominar el tema sobre el que estaban hablando?

Zac: Sí. Me gusta organizar partidas que a veces duran toda la noche.

Ness: ¿Toda la noche?

Zac: Sí. Rondas de cinco partidas. Se fija el límite de antemano.

De repente, la situación se aclaró. ¿Qué le pasaba? Zac estaba hablando realmente sobre el póquer. Era evidente que aquella situación y todos aquellos cambios la estaban abrumando y estaba usando la atracción física como válvula de escape. Pero aquello era contraproducente. Tenía que concentrarse en su objetivo, no en besos, ni en el póquer, ni en dobles sentidos.

Ness: ¿Así que solo llevas aquí tres semanas y ya tienes amigos para jugar al póquer durante toda la noche y comer comida mexicana?

Zac: Conozco gente de Playa Linda y he vivido bastante tiempo por la costa. El puerto deportivo donde trabajo está muy cerca. Y hago amigos con facilidad.

Amigos... y amigas, como por ejemplo Brittany. Amigos y amigas que Vanessa no quería durmiendo en casa.

Ness: Estoy segura de que eres muy sociable y de que cocinas muy bien, Zac, pero eso no resuelve el problema.

Entonces él dijo con acento de John Wayne:

Zac: Esta ciudad no es lo suficientemente grande para los dos, forastero. ¿Es eso lo que quieres decir?

Ness: Exactamente.

Zac: ¿Hago que te sientas incómoda? ¿Es eso? -le preguntó, clavándole los ojos azules en la cara-.

No tenía sentido mentir.

Ness: Sí. En realidad, sí.

Zac: No es mi intención. No tienes que preocuparte. No creo en las relaciones entre compañeros de piso.

Ness: ¿Disculpa? -notó que le ardían las mejillas-.

Zac: No es nada personal. Solo que es demasiado complicado.

Ness: Oh, ¿sí?

Por alguna razón se había sentido molesta por que él lo hubiera dicho tan deprisa, como si ella ni siquiera representara una tentación.

Zac: Alguno de los dos siempre quiere convertirlo en algo que no es -añadió-.

Ness: Y ese alguien, supongo, nunca eres tú.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Vivir juntos excita el instinto de anidar de las mujeres, me parece, y empiezan a reunir ramitas y palitroques.

Ness: Así que tú piensas que todas las mujeres que vivan contigo intentarán atraparte en una relación permanente. Qué arrogancia...

Él sonrió.

Zac: Buena observación. No todas, pero ¿por qué arriesgarse? Una buena compañera de piso vale su peso en oro...


Ness: Dudo mucho que tú creyeras que soy una buena compañera de piso. Me gusta que todo esté impecablemente limpio y ordenado, y la paz y la tranquilidad. Y la música clásica.

Zac: La música clásica está muy bien. Y no te infravalores.

Ness: No me infravaloro. Solo estoy intentando decirte que... -entonces se interrumpió, al darse cuenta de que él le estaba tomando el pelo-.

Zac: Está bien, Vanessa. Encontraré algún sitio donde quedarme durante una temporada. Quizá en el barco de un amigo. Aunque... ¿puedo dejar mis cosas aquí?

Ness: ¿Tus cosas? Si puedes meterlo todo en el armario del cuarto de invitados... -entonces, recordó las tablas de surf y el banco de ejercicios. Aquello no cabría de ningún modo en el armario. Suspiró-. Tómate un par de días para encontrar un sitio para ti y para tus cosas.

Zac: Estupendo -dijo en tono de alivio-.

Demasiado aliviado. Ella tendría que mantenerse firme hasta que él se marchara.

Ness: Gracias por la comida -dijo mientras recogía la mesa-.

Fregaría los platos en agradecimiento.

Zac: Yo recogeré cuando vuelva del partido de voleibol. ¿Por qué no vienes? Saldré dentro de un par de horas.

Ness: No, gracias -jugar al voleibol era lo último que tenía en la cabeza-. ¿Qué te parece si sacas todas tus cosas de mi habitación mientras yo friego los platos?

Antes de que él pudiera contestar, hubo un golpe en la puerta y Zac fue a abrir. Lucky entró con cara de «¿me echabais de menos?».

Zac: Así que has olido la comida, ¿eh, amigo? -le dijo al enorme perro-. Ella se ha comido tu parte -dijo señalando a Vanessa, pero Lucky no apartó los ojos de Zac-. Muy bien, muy bien, te haré algo.

Ness: Yo creía que las sobras de la mesa no eran buenas para los perros.

Zac: Pero los huevos hacen que les brille el pelo -respondió acariciando a Lucky-. Le gusta como cocino, ¿verdad, amigo?

Vanessa fregó los platos mientras Zac hacía los huevos para el perro. Cuando él terminó, deslizó la sartén en el agua jabonosa.

Ness: ¿Vas a vaciar la habitación ahora? -le recordó-.

Zac: Sí, señora -respondió, y saludó militarmente-. Vamos, Lucky, acatemos las órdenes.

Mientras él salía de la cocina, con el perro detrás, Vanessa se quedó mirando su estupendo trasero. Los músculos se le flexionaban y relajaban poderosamente. Dio un respingo al darse cuenta de que el agua se estaba saliendo del fregadero y le estaba cayendo sobre los pies. «Concéntrate en la tarea», se ordenó. Al menos, había conseguido que Zac se mudara de su habitación. Lo próximo sería que se mudara de casa.

Sin embargo, cuando diez minutos después asomó la cabeza por la puerta de su habitación, el único cambio que vio fue una pila de camisas hawaianas encima de su cama, recién sacadas del armario, donde además había botas de montaña y zapatillas de ciclismo. Y otra tabla de surf.

Zac estaba al lado de la cómoda mirando una revista mientras hacía giros de muñeca con una pesa.

Ness: ¿Qué tal va la mudanza? ¿Te ayudo?

Zac: Muy bien -sonrió-.

Ella iba a objetar algo, pero el comentario murió en sus labios al observar cómo su bíceps y su tríceps se movían al compás de la muñeca. Desvió la mirada y se fijó en una fotografía que había sobre el mueble. Había cuatro personas: un hombre de aspecto severo con un uniforme de
la Marina, una mujer muy guapa, una niña y un adolescente de unos dieciocho años. Era Zac, con el pelo por los hombros, ropa que le quedaba muy grande y una expresión malhumorada en el rostro, que no tenía nada que ver con la expresión despreocupada y sabelotodo de aquel momento.
Ness: ¿Esta es tu familia?

Zac dejó de hacer giros de muñeca y la miró.

Zac: Sí. Yo tenía diecinueve años, creo. Hace seis años.

Ness: No pareces muy feliz.

Zac: No lo era -dijo, y estudió la foto-. Mi padre y yo nos peleábamos todo el rato. Él es almirante y yo no quería ni oír hablar de hacer carrera en
la Marina.
Ness: Tuvo que ser duro.

Zac: Todo el mundo se rebela en algún momento -respondió, pero Vanessa se dio cuenta de que había más cosas que él no iba a contarle-.

Ness: Así que debiste mudarte muchas veces. ¿Has vivido en bases militares?

Zac: Algunas veces.

Tan cerca de él, ella se dio cuenta de lo grande y robusto que era, y percibió el agradable olor a coco de su piel.

Ness: Debió de ser muy duro, dejar los amigos, la escuela y todo...

Zac: Se hacen nuevos amigos. Yo aprendí a viajar ligero de equipaje.

Ella se acordó de todas las cosas que tenía acumuladas en la casa y se preguntó a qué se estaría refiriendo.

Zac: Creo que fue más difícil para mi hermana que para mí.

Ness: ¿Es esta? -preguntó señalando a la chica de la fotografía-.

Zac: Sí. Esta es Miley.

Ness: Es muy guapa. Y tu madre también.

Zac: Miley es una gran chica. Si puedo evitar que mis padres le estropeen el espíritu.

Ness: ¿De verdad?

Zac: Creo que tienen miedo de que se vuelva como yo.

Ness: ¿Y eso es malo?

Zac: Para ellos, sí. Mi padre vive bajo unos preceptos muy rígidos. A mí me fue bien en la facultad, pero no tanto como él quería. Y además, no solo no estaba interesado en seguir la carrera en
la Marina, sino que discutía sobre el gasto militar del estado a la hora de la cena.
Ness: Oh.

Zac: Supongo que debieron de adoptarme -sonrió, pero Vanessa vio la tristeza en sus ojos-.

Ness: Aquí está muy contenta -dijo tomando una foto en la que Miley aparecía con un chico, el día del baile de graduación-.

Zac: Sí, pero tiene que hacer muchos esfuerzos para llevarse bien con mis padres y sé que no quiere que yo me preocupe -dijo, y miró la fotografía. A Vanessa le parecía muy tierno que Zac estuviera tan preocupado por su hermana-. Ahora que sabes cosas de mi familia, cuéntame cosas de la tuya.

Ness: No hay mucho que contar. Mi madre vive en Pasadena.

Zac: ¿Tienes hermanos o hermanas?

Ness: No. Solo somos mi madre y yo. Mi padre murió cuando yo tenía tres años.

Zac: Lo siento -Estaba tan cerca de ella, que la incomodaba; observaba su cara con mucha atención-.

Ella dio un paso atrás y chocó contra la cómoda.

Ness: No pasa nada. No lo recuerdo. Mi madre y yo formamos un buen equipo. Siempre solas contra el mundo, ¿sabes? -Dijo y sonrió-.

Zac: ¿Y estáis muy unidas?

Ness: No tanto como yo querría. Las dos estamos muy ocupadas. Hablamos mucho por teléfono -se sentía culpable por aquello, pero últimamente, con su nuevo negocio, había estado obsesionada. Preocupada por aquel pensamiento, intentó concentrarse en la tarea que tenía entre manos-. Será mejor que te ayude a vaciar la habitación. ¿Qué te parece si empiezo por el armario?

Zac: ¿Siempre tienes tanta prisa?

Ness: Así es como consigo hacer las cosas.

Zac: Tengo la sensación de que, si no te vigilo, me vas a llevar por delante.

Ness: No parece probable -ella ya lo sabía, porque había chocado contra su poderosa anatomía en la puerta de la casa. Al acordarse, se estremeció. Intentó no imaginarse a sí misma tropezándose con él al lado de una cama-.

Zac sacudió la cabeza con resignación. Tomó las camisas de la cama y después sacó el calzado del armario y se lo llevó todo a la otra habitación a través del agujero que había en la pared.

Entonces, Vanessa empezó a colgar su ropa. Al día siguiente, se encargaría de sacar de la maleta todo aquello que haría que se sintiera en casa. Justo cuando Zac volvió, estaba sacando la ropa interior.

Zac: ¿Qué tienes ahí? -bromeó-.

Ella se apretó la ropa contra el pecho, consciente de que la mayoría eran braguitas blancas de algodón.

Zac: Si me enseñas lo tuyo, yo te enseñaré lo mío -dijo y abrió un cajón de la cómoda, lleno de calcetines y de calzoncillos de todos los colores, la mayoría de ellos de seda-.

Ness: Ya es suficiente -Dijo apretando más contra el pecho las prendas inmencionables-.

Zac: No hay nada malo en que tus braguitas sean blancas. El blanco es muy provocativo -continuó haciendo caso omiso de las mejillas enrojecidas de su interlocutora-. Es sencillo e inocente. Por ejemplo, el sujetador que tú llevas. Es tan fino que un chico podría pensar que no llevas nada... estoy hablando en teoría, por supuesto.

Ness: Por supuesto -dijo y cruzó los brazos sobre el pecho-.

Zac: No tienes ni idea del efecto que tiene en un hombre saber que una mujer no lleva ropa interior -dijo mirándola fijamente-.

Ella notó un calambre en las piernas, así que tuvo que volverse a recoger más ropa de la maleta. Se volvió justo cuando él comentaba:

Zac: Ni broches, ni cierres, ni ganchos... Solo una fina capa de tela entre nosotros y la gloria -tomó todas las camisetas que había en un cajón, lo vació y la miró sonriendo-. Y si descubres que no lleva braguitas... bueno, eso es todo un premio.

Ness: ¿Y por qué piensas que a mí me interesa saber todo eso? -preguntó mientras llenaba el cajón con sus cosas, pasando a dos centímetros de Zac, que estaba apoyado en la cómoda-.

Zac: ¿No se preguntan las mujeres en qué piensan los hombres?

Ness: Ya lo sabemos. En el sexo, cada quince segundos, ¿no? -cerró el cajón de un enérgico empujón con la cadera-.

Zac: Bueno, yo no llevo ropa interior -dijo, y le guiñó un ojo-. Por si tienes curiosidad.

Ella no pudo evitar mirarle el bañador y cuando elevó la mirada, él estaba esperando para sonreírle con suficiencia. La había pillado.

Zac: Las mujeres me compran estos -dijo él levantando la carga que llevaba en los brazos-. Solo Dios sabe por qué.

Seguramente no perdía un segundo a la hora de quitárselos, pensó Vanessa.

El se marchó, con Lucky siguiéndolo de cerca. Vanessa lo observaba mientras salía, preguntándose cómo era posible que hubiera estado bromeando sobre su ropa interior con un hombre al que había conocido hacía cuatro horas.

Al menos, pareció que Zac se contagiaba de su energía y tomó buen ritmo. Mientras ella vaciaba su segunda maleta, Zac sacó el banco de ejercicios y otras cosas que tenía apiladas en una esquina, silbando alegremente durante todo el rato.

Vanessa puso una foto suya con su madre en su mesilla de noche y Zac se paró a mirar.

Zac: ¿Es tu madre? -dijo tomando el marco para examinar la imagen de cerca-.

Ness: Sí. Es
la Navidad de hace tres años.
Zac: Te pareces a ella. La misma mandíbula y la misma boca. Y también tenéis los mismos ojos marrones. Son bonitos.

Ness: Gracias -Miró la foto de nuevo y se concentró en su madre-. Parece cansada en esta foto, ¿verdad? Trabajó turnos dobles para poder celebrar
la Navidad.
Aquello tenía que terminar. Vanessa no podía esperar más a ganar dinero para que su madre pudiera trabajar solo media jornada, y quizá estudiar algo, tomarse unas buenas vacaciones, hacer algo que realmente le apeteciese además de trabajar todo el día. Aquel pensamiento hizo que se le encogiera el estómago. Tenía que hacer que aquel negocio funcionara, o moriría en el intento.

Zac: Pues invítala a pasar el fin de semana -sugirió-. Así podrá disfrutar de la playa.

Vanessa se rió.

Ness: ¿Mi madre en la playa? No me la imagino.

Y, sin embargo, estaría bien que se tomara un respiro y pudieran hablar durante horas. En cuanto tuviera arreglada la casa y el negocio funcionara, le diría a su madre que fuera a visitarla.

Zac dejó la foto y después paseó la mirada por la habitación.

Zac: Parece que ya estás instalada.

Ness: Por ahora. Mañana sacaré el equipo de oficina y traeré algunas cosas que tengo en un guardamuebles. Alquilaré una furgoneta, supongo.

Zac: ¿Necesitas una furgoneta? Yo puedo pedir una prestada si quieres.

Aquello era una buena idea que le ahorraría bastante tiempo, pensó Vanessa.

Ness: No me gustaría molestarte. Tienes mucho trabajo que hacer aquí en la casa.

Zac: Tengo mucho tiempo.

Ness: Solo un mes.

Él sonrió, reconociendo que ella tenía razón, pero desviando la conversación de nuevo.

Zac: Déjame que te ayude.

Ness: Muy bien. Te lo agradezco mucho. Yo pagaré la gasolina, por supuesto.

Zac: Vamos. Somos compañeros de piso.

Por alguna razón, los dos miraron a la cama deshecha. Vanessa tuvo la repentina necesidad de que él se marchara de la habitación, iluminada por una suave luz dorada, y que resultaba demasiado íntima para dos extraños que acababan de examinar la ropa interior del otro.

Miró hacia lo que sería la habitación de Zac, al menos aquella noche, y vio el hueco en la pared.

Ness: ¿Te importaría colgar la sábana ahora? Quizá pudiéramos usar una de las telas que hay sobre los sofás. Más opaca, gruesa y agradable que una sábana.

Zac: ¿Estás segura? No me molestarás, a menos que andes en sueños. Y eso no tendría por qué ser un problema, obligatoriamente... -estaba bromeando, pero ella sintió un escalofrío por la espalda-.

Ness: Soy muy silenciosa cuando duermo, pero me gustaría que pusieras la tela, por favor.

Zac: Tú eres la jefa -dijo y salió, con Lucky siguiéndole los talones-.

Al minuto, Zac volvió con la tela y entre los dos la colgaron tapando el hueco. Era gruesa, pero no amortiguaría el sonido. Vanessa estuvo tentada de decirle a Zac que no llevara a Brittany aquella noche, pero pensó que ya le había dado suficientes órdenes y rezó por quedarse dormida antes de que empezaran los jueguecitos.

Un resoplido hizo que se diera la vuelta. Allí estaba Lucky, con su último par de medias colgándole del morro.

Ness: ¿De dónde has sacado estas? -le preguntó mientras se las quitaba rápidamente y las miraba-. Destrozadas.

Zac se rió.

Zac: Lucky, esa no es forma de inspeccionar la ropa interior de una señora.

Ness: Me costaron una fortuna.

Zac: Tienes unas piernas estupendas, ¿por qué te las tapas?

Ness: Es por una cuestión de principios -dijo, aunque el cumplido no se le pasó por alto-.

Sus medias caras estaban destrozadas, igual que su plan de vida en aquel momento. Le dedicó a Lucky una mirada furiosa. «¿Quién, yo?», parecía estar diciendo el perro.

Zac: Vamos, Lucky. Creo que ya hemos terminado de darle la bienvenida -abrió la cortina hasta que el perro pasó a la otra habitación y dudó antes de seguirlo-. Llámame si necesitas ayuda.

¿Ayuda? ¡Ojala Dios la salvara de su ayuda por aquella noche!

Ness: No te preocupes, estaré perfectamente -respondió, aliviada cuando por fin él dejó caer la cortina tras él-.




¡¡HAPPY HOLIDAYS!!

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Capítulo 2


Zac le dio a Alex un par de tablones y un bote de pintura y le prometió que lo ayudaría a construir la cabaña sobre el árbol al día siguiente. Alex había estado pidiendo aquella cabaña desde el día que Zac había llegado, hacía tres semanas. El niño estaba solo y sus padres se estaban divorciando, así que Zac había jugado unas cuantas veces con él y después había ido a presentarse a su madre, para que la mujer estuviera tranquila. Además, había conocido a la niñera, una cita en ciernes y las cosas habían mejorado mucho.

En aquel momento no podía salir. Tenía que arreglarle la bicicleta a Joe y quería estar por allí cuando se levantara su nueva compañera de piso. Bajó el volumen de la música, en consideración hacia la bella durmiente, aunque creía que la había oído moverse por la habitación.


Nerviosa. La manera de comportarse con él le había demostrado que estaba preparada para la acción. A pesar de la confusión del jet-lag, el moño, el traje y su postura erguida hablaban alto y claro sobre su personalidad. Era algo agresiva y muy seria.


Él no iba a mudarse. Había dejado su apartamento anterior y necesitaba tener sitio para todo su equipo. Le gustaba vivir en el mismo lugar en el que trabajaba y no podía permitirse el lujo de pagar un alquiler si quería ahorrar para el viaje de su hermana Miley.


Tendría que conseguir que Vanessa se sintiera cómoda viviendo con él para que olvidara esa idea de que él se marchara de la casa.


Ajustó las marchas de la bicicleta de Joe e hizo girar los pedales. Mucho mejor. Le gustaba trabajar con sus manos y arreglar máquinas. Aquello era algo que había aprendido de su padre, el almirante don limpio y ordenado, y le había compensado de alguna forma por todas las normas, las imposiciones y la tristeza mientras crecía.


Ojala su padre no fuera tan duro con Miley como lo había sido con él. Miley lo negaba, pero era demasiado buena y dulce como para rebelarse.


Aquello le recordó a Zac que habían planeado que ella fuera a hacerle una visita a la casa de la playa aquel fin de semana. No era una buena idea, teniendo a la casera allí mismo. Tener a una invitada adolescente, aunque fuera tan lista y buena como Miley, iba a molestar a Vanessa Hudgens. Dejó la bicicleta y descolgó el teléfono para posponer la visita un par de semanas.


**: ¿Dígame?


Su padre. Demonios. Odiaba hablar con aquel hombre, odiaba su tono de disgusto.


Zac: Hola, señor.


**: Zac, ¿qué tal?


Zac: Muy bien, señor. ¿Está Miley?


**: Sí, sí está -pausa. Silencio-. No has venido por casa en dos meses.


Zac: He estado ocupado. He tenido mucho trabajo... -dejó que las palabras se desvanecieran-.


**: Le debes a tu madre presentarte en casa de vez en cuando.


Para la inspección. Zapatos brillantes, corbata bien anudada. Su padre era de
la Marina hasta los huesos.

Zac: Iré en una o dos semanas.


**: ¿El sábado día quince? Se lo diré.


Zac: Eso depende... -empezó a decir, pero la última cosa que quería era tener otra discusión con su padre-. Muy bien. El quince.


El almirante se quedó silencioso al otro lado de la línea. Debía detener algo más en la cabeza, o si no, ya habría ido a buscar a Miley. Aquellas conversaciones eran tan embarazosas para su padre como para él.


**: ¿Algún progreso, hijo? -le preguntó finalmente-.


Aquella era la forma en que el almirante Efron le preguntaba si se había establecido, si había conseguido un trabajo, una mujer, si se había convertido en un hombre con responsabilidades, deudas, cargas.


Zac: Cada día es un progreso, señor -respondió con un suspiro-.


No estaba dispuesto a hacer nada de la misma forma en que su padre había hecho las cosas.


Hubo un silencio tenso. Después, su padre dijo:


**: Voy a avisar a tu hermana.


¿Por qué le latía el corazón de aquella manera con aquellas conversaciones? Ya casi tenía veintiséis años. Era la vergüenza que percibía en la voz de su padre. Su único hijo era un vago, libre y sin compromiso, del cual no podía hablar con los otros oficiales, cuyos hijos estaban en
la Academia Militar o en el cuerpo diplomático, o eran abogados, o expertos informáticos. Sentía que la vergüenza le quemaba la cara. Ridículo. ¿Qué le importaba a él lo que pensara su padre? Al contrario que él, Zac disfrutaba de la vida. Disfrutar no era una obligación, así que el almirante Efron no tenía tiempo para hacerlo.

Y con respecto a ser libre, era algo que había aprendido desde muy pequeño, gracias a que su padre había sido trasladado de base naval en base naval, desde Virginia a Florida, y después a California. Zac había aprendido a desprenderse de las cosas cuando había sido necesario. De adulto, cuando las cosas le resultaban aburridas, difíciles o extrañas, era muy fácil para él abandonarlas.


De pequeño, todo aquello le había resultado muy doloroso. Había tenido que despedirse de los equipos de natación, de las novias, de los buenos amigos,de los profesores que lo habían inspirado. Pero se había acostumbrado a ello y había aprendido a ser flexible, a estar abierto a cosas nuevas que merecían la pena tanto como las antiguas.


Mudarse tantas veces había sido muy duro, pero eso solo era la punta del iceberg de los enfrentamientos con su padre. A Zac nunca le habían gustado sus normas y se había encargado de que su padre se enterara.


Miley: ¡Hola, Zac! -le saludó alegremente-.


Zac: ¡Hola, ardilla! ¿Qué tal?


Miley: Muy bien. He quedado segunda en natación.


Zac: Estupendo. ¿Ya ha dejado el almirante de molestarte con lo de las notas?


Cuando se había marchado de casa, Zac se había dado cuenta de que era posible que Miley tuviera que pagar el precio de su rebelión. Sus padres eran protectores en exceso y querían que se quedara en casa, bajo vigilancia.


Miley: No me estaba molestando, solo estaba preocupado por mí, eso es todo. Los padres hacen eso. Es su deber.


Zac: Hay más cosas en el colegio aparte de las notas, Miley. No le dejes que te intimide con eso.


Miley: Tranquilízate, ¿quieres? Yo también quiero sacar buenas notas, para la universidad.


Zac: Te queda mucho tiempo para la universidad. Tienes que vivir la vida.


Él iba a asegurarse de que, en cuanto terminara el instituto, Miley pasara un año en Europa. Aquello era lo que ella quería, aunque hacía tiempo que había dejado de hablar de ello. Él había visto un folleto en su escritorio una vez que había estado en casa, en Acción de Gracias. «
Estudia en el extranjero. Visita Europa y consigue créditos para la universidad». Él le había preguntado sobre aquello y ella se lo había explicado alegremente, hasta que le había leído los precios. Entonces, todo su entusiasmo se había desvanecido. Demasiado dinero. No tenía ni que decirlo.

Entonces fue cuando él decidió que lo pagaría. Lo arreglaría todo, incluida la conversación con su padre. Zac no permitiría que Miley pagara sus pecados. En cuanto tuviera el certificado de bachillerato, él la sacaría de la jaula en la que sus padres la habían encerrado.

Miley: Bueno, no puedo esperar más a que llegue el fin de semana. Tienes que enseñarnos a hacer surf. Voy a llevar a Alice. Quiere navegar.


Zac: Eh... Por eso era por lo que llamaba -Odiaba tener que desilusionarla, porque ella pedía muy pocas cosas. A él, y al resto de la gente en general-. Vamos a tener que posponer el viaje hasta dentro de unas dos semanas.


Miley: ¿Posponerlo? ¿Por qué?


Zac: Por que la situación ha cambiado. Resulta que la dueña ha vendido la casa y ahora la nueva propietaria está aquí.


Miley: Pues nos llevaremos los sacos de dormir y dormiremos en el suelo.


Zac: Todavía no. Está un poco susceptible.


Miley: ¿Has dicho propietaria? ¿Tu casera es una mujer?


Zac: Sí.


Miley: ¿Y es soltera?


Zac: ¿Y qué importancia tiene eso?


Miley: Tienes que poner en marcha todo tu encanto especial.


Zac: Tendré suerte si no me echa de una patada en el trasero.


Miley: ¿Tiene ojos? ¿Orejas? ¿Libido?


Zac: ¿Libido? Esa es una palabra que tú no deberías entender, y mucho menos usar.


Miley: Tengo dieciséis años, Zac. Soy una mujer, con necesidades de mujer.


Zac: Ya es suficiente -aquella idea le daba escalofríos-. Tómatelo con calma. Tienes toda la vida para involucrarte en... eso... -y sintió que se ruborizaba-.


Miley necesitaba un hombre sólido que adorase el suelo por donde ella pisara y solo cuando fuera lo suficientemente madura.


Miley: Sí, sí, lo que sea. ¿Estás seguro de que no puedo ir?


Zac: Lo siento.


Miley: Supongo que mamá y yo alquilaremos una película, o algo así.


Zac: Sal con tus amigos. No dejes que te encierren en casa.


Miley: No me encierran en casa. Si estás tan preocupado por mí, convence a tu casera de que me deje ir. ¿Cómo se llama?


Zac: Vanessa.


Miley: Es un nombre bonito. ¿Y ella? ¿Es guapa?


Zac: Está bien.


Un cuerpo bien formado, con todo en su sitio, según había podido apreciar a través de su traje. Durante un momento había tenido el impulso de acostarse con ella. Pero aquello era una mala idea si quería vivir allí todo el verano y un poco más. Podría complicar las cosas.


Miley: Bueno, ¿por qué no... esperas a ver qué pasa?


Zac: No vamos a tener esta conversación, Miley.


Miley: Muy bien. Pero ojala encontraras a alguien especial y dejaras de ser tan pesado conmigo.


Zac: Solo estoy cuidando de ti.


Miley: Pues entonces, invítame a la casa de la playa.


Zac: Lo haré. Tan pronto como sepa si voy a quedarme.


Miley: Si tu casera es una mujer, te quedarás.


Él no estaba seguro de cómo entender aquello y no le gustaba que su hermana tuviera ni la más mínima idea de cómo era su vida amorosa.


Zac: Haz algo divertido este fin de semana -le ordenó, y después colgó, con su compañera de piso en la cabeza-.


Seguro que sería buena en la cama, activa, motivada, orientada a conseguir metas. Conocería muchos trucos útiles. Hmm.


No. Necesitaba a Vanessa como compañera de piso, no como compañera de juegos.


Un soplido de aire húmedo despertó a Vanessa. ¿Acaso se habría dejado abierta la ventana de su apartamento de Londres y estaba entrando la llovizna? Abrió los ojos justo cuando una mancha negra y mojada le gruñía en la cara. Enfocó con un ojo y se dio cuenta de que los sonidos provenían del perro que había salido corriendo de la casa cuando ella había llegado. Muy satisfecho por haberla despertado, el animal empezó a sacudirse vigorosamente, esparciendo arena y agua por todas partes.


Vanessa volvió a la realidad y se le encogió el estómago instantáneamente. El precioso piso que compartía con Ashley en Londres se había desvanecido, y en su lugar había una casa destartalada en la playa, llena de material de deportes acuático y escombros de obra. Oyó el sonido de un rock and roll que venía desde el porche, la risa de una mujer y la voz de Zac.


El perro volvió a acercarse a su cara, gimió desesperadamente un «
levántate y juega conmigo» y, al ver que Vanessa no se movía, se dio la vuelta y se marchó en busca de cosas más interesantes.

Tenía arena por todas partes, en los ojos, en el pelo, en la piel. No era su imaginación exhausta. Cuando se incorporó, encontró arena por todas partes.


La luz débil le dio a entender que estaba atardeciendo. Atontada, y sin haber descansado lo más mínimo, miró el despertador. Lo había puesto en la mesilla de noche la tercera vez que Zac la había despertado haciendo ruido por la casa. Al ver el reloj, se dio cuenta de que solo había dormido una hora.


Miró el agujero gigante que había en la pared que daba a la habitación donde dormiría Zac. A juzgar por el sonido exuberante de la risa de la mujer, era posible que Zac tuviera compañía aquella noche. A Vanessa le gustaría decirle que no, porque la última cosa que quería era escuchar gemidos eróticos y los golpes del cabecero de la cama en la pared, pero no estaba segura de querer sacar el tema del sexo bajo ningún concepto. Solo tendría que aguantar a su invitada nocturna una noche, quizás dos, hasta que Zac se mudara.


Vanessa se sacudió a arena, saltó de la cama y se acercó al espejo que había sobre la cómoda para comprobar si su aspecto era tan malo como era de esperar. Sí. El pelo se le había soltado del moño, tenía el rimel corrido por las ojeras y las marcas de los granos de arena en la mejilla izquierda.


Sintió algo suave bajo los pies y al mirar encontró las medias de seda hechas un lío. Tenían agujeros y carreras por todas partes. Se había molestado en protegerlas de todo daño mientras caminaba por la arena de la playa solo para que aquel monstruoso perro las tomara de la cómoda y las destrozara. Ni siquiera tuvo la energía suficiente como para enfurecerse con el animal. Al menos, tenía un segundo par en la maleta.


**: ¡Zac, no! -dijo la mujer, en un tono que quería dar a entender «
Zac, no pares»-.

Tretas femeninas y flirteos tímidos. Tonterías. Vanessa no se andaba con jueguecitos. Si quería acostarse con un hombre, cosa que hacía de vez en cuando, se lo demostraba con un beso, o respondía favorablemente a sus caricias. O simplemente, lo sugería. ¿Por qué ponerse tonto con algo tan básico y humano?


Por supuesto, últimamente, con toda su atención puesta en Business Advantage, no había tenido mucho tiempo para el sexo. Por aquella razón, posiblemente, todavía tenía fija en la mente la visión del cuerpo de Zac. Una vez que su carrera profesional estuviera encauzada, se abriría a una relación. La oportunidad sería perfecta.


Por el momento, desharía las maletas y escribiría una lista de cosas personales que tenía que organizar. Tenía que hacer algún progreso antes de acostarse definitivamente por la noche, o nunca conseguiría pegar ojo.


Miró a su alrededor por la habitación llena de cachivaches. Tenía que pedirle a Zac que se llevara sus cosas antes de poder deshacer las maletas. Después tendrían una charla relativa al período de tiempo que le llevaría reformar la casa.


Para hacer todo aquello, tenía que adecentarse lo suficiente como para salir al salón. Se cepilló el pelo, se puso una camiseta y unos pantalones cortos y se lavó la cara. No quería parecer tan desaliñada como se sentía.


Se asomó por la esquina y vio a Zac y a su amiga, que llevaba un biquini minúsculo, bailando en el porche. El perro saltaba de vez en cuando como si quisiera participar también, pero para bailar con Zac, no con la mujer. Ella se reía con aquellas carcajadas exuberantes que significaban que estaba interesada, sexualmente hablando.


Zac también sonreía, pero tenía una expresión distante que parecía indicar «no te acerques demasiado». Ella se preguntó por un instante qué haría falta para que Zac Efron se sintiera afectado.


Aquello, de todas formas, no era asunto suyo. Sin embargo, el baile la hizo sonreír. Cuando estaba en la universidad, había empezado a tomar clases de baile como ejercicio y le habían encantando la gracia y la libertad de las sensaciones que le producía. Había conocido a Andrew en las clases y habían empezado a salir. Echaba de menos bailar. ¿Cuánto hacía que no se movía al ritmo de la música, sola o con una pareja? Una vez que tuviera la empresa bien establecida, saldría a divertirse también. Todo a su debido tiempo. Y de acuerdo con un plan. Planear las cosas proporcionaba libertad.


Zac vio a Vanessa y dejó de bailar.


Zac: Se ha despertado la bella durmiente. Brittany, te presento a mi casera, Vanessa Hudgens. Vanessa, te presento a Brittany.


Britt: Hola.


La expresión de su cara era clara: «¿Estás detrás de él?».


«No, gracias», intentó transmitirle ella con los ojos.


Ness: Encantada de conocerte, Brittany.


Zac: ¿Has descansado un poco?


Ness: Un poco -excepto por la batidora, la visita del niño, la risa dela chica, la música y el perro. Pero no tenía sentido ponerse tan técnica-. Siento interrumpir, pero quería pedirte que sacaras las cosas de mi habitación...


Britt: Creo que debería irme -le dijo a Zac-. ¿Nos vemos más tarde? -preguntó estableciendo la propiedad, seguramente por Vanessa-. ¿Vamos al partido de voleibol de Ollie's?


Zac: Me pasaré después si me apetece -respondió diciéndole claramente «no me presiones»-.


Pobre Brittany. Probablemente, no se había dado cuenta de que aquel chico era tan esquivo como guapo.


Britt: Nos lo pasaremos bien. Te lo prometo.


Zac: Tú no me necesitas para pasártelo bien.


Brittany frunció el ceño ligeramente y miró a Zac y después a Vanessa, evaluando el peligro de dejarlos solos. Al final, suspiró, tomó su pareo y su bolsa de la playa de una silla y se despidió. Zac la observó despreocupadamente mientras se alejaba, admirándola como quien admiraba una obra de arte en un museo, sabiendo que había muchas más que también merecían la pena.


El perro dio un salto para llamar su atención.


Ness: ¿Es tuyo?


Le preguntó con la esperanza de que la respuesta fuera negativa. La última cosa que quería era que aquel can con las patas llenas de arena la despertase todos los días. Aunque tuviera aquellos ojos marrones, tan grandes como los de un oso.


Zac: ¿Lucky? No, su dueño vive en otra casa de la playa, más abajo, pero a él le gusta venir aquí. Somos amigos, ¿a que sí, Luck Man?


El perro lo miró con adoración, como queriendo decir «claro que sí, jefe».


Zac: Ya es hora de que te vayas a casa, amigo, antes de que tu dueño se preocupe -le dijo, y le sostuvo la puerta para que saliera, cosa que el animal hizo lentamente, mirando hacia atrás mientras se alejaba-.


Vanessa no pudo evitar sonreír al verlo y Zac captó su mirada.


Zac: Es un perro estupendo, ¿eh?


Ness: Lo llena todo de arena.


Zac: Tendrías que estar agradecida porque no haya traído otra estrella de mar. Una vez escondió una debajo de la cama. Apestaba.


Estupendo.


Zac: Bueno, estoy seguro de que tendrás hambre.


Ness: Me muero de hambre -respondió y su estómago rugió para confirmarlo-.


Lo último que había comido había sido el filete del avión.


Zac: Muy bien, estaba a punto de preparar unos huevos a lo Zac.


Ness: ¿Y cómo son?


Zac: Huevos con cualquier cosa que encuentre en la nevera. Y con una salsa de tomate que hago yo mismo.


Ness: No quisiera molestarte.


Debería deshacer las maletas primero, pero comer le daría la energía suficiente como para instalar los programas de Ashley en el ordenador, estudiar su lista de contactos y prepararse para hacer las llamadas al día siguiente.


Zac: Simplemente pondré un par de huevos más. Fácil -dijo y se dirigió hacia la cocina-. Somos compañeros de piso, ¿no?


«No por mucho tiempo», quiso decir ella, pero le daría un descanso hasta que comieran. No podía pretender que Zac sacara aquel banco de ejercicios de su habitación con el estómago vacío.


Fue hacia la cocina para ayudar.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Capítulo 1


Con tacones y un traje de oficina, con dos monstruosas maletas y el ordenador colgado al hombro, Vanessa Hudgens se quedó en las escaleras de piedra que bajaban hasta la casa en la playa que acababa de adquirir. Entrecerró los ojos para protegerse de los rayos del sol de California y se preguntó que había hecho para merecerse aquel infierno.

La mayoría de la gente pensaría que una playa de arena blanca, el océano y las gaviotas graznando y hundiéndose en el agua para pescar conformaban una imagen pintoresca y atractiva, perfecta para darse un baño refrescante, construir castillos de arena y dar un paseo al atardecer. Pero Vanessa Hudgens no era como la mayoría de la gente.

Para ella, la playa no era agradable. Era una superficie demasiado granulosa por la que andar y olía a pescado. El sol quemaba y producía ampollas, y la sal del mar le picaba en la piel.

No, a Vanessa no le gustaba la playa. Y sin embargo, tenía que vivir allí.

Estaba exhausta. Acababa de bajarse del avión que la había llevado allí desde Londres y tenía jet-lag. Lo único que le apetecía era dormir durante una semana seguida, pero no podía permitirse ese lujo. Tenía que pensar en cómo iba a empezar su propio negocio de consultoría dos años antes de lo que había planeado. Se apoyó en la barandilla, desmoralizada, hasta que repitió mentalmente el lema de su madre: «Hay que mirar hacia delante».

Lo primero que tenía que hacer era cruzar aquella playa sin estropear las medias de seda que se había comprado en honor a su nueva vida en Londres, la vida que Ashley había tirado por la ventana. Por la ventana del piso veintisiete del edificio donde estaba la oficina de su cliente, Scoot Foster, para ser precisos. A aquella altura, las ventanas ni siquiera se abrían.

Ashley: Scoot y yo estamos enamorados.

Le había dicho Ashley, con el aire ligero de una heroína de romance, como si aquello fuera suficiente para explicar cómo una mujer razonable se había convertido en una tonta con la mirada de un cervatillo.

Vanessa había intentando razonar con ella. Le había pedido que le concediera seis meses al asunto para convencerse de que sus sentimientos eran reales. Pero no. Dos días de sermones no habían conseguido hacer que la mirada de amor se desvaneciera de la cara de Ashley. Scoot se iba a dar la vuelta al mundo y ella lo acompañaba.

Ashley: Cuando el amor llegue, acéptalo, no importa dónde te lleve.

Le había dicho Ashley. ¿Acaso sus hormonas se habían vuelto locas? ¿La habían hipnotizado? ¿Qué?

Aquel no era el plan. Y hacer planes era la especialidad de Business Advantage, la empresa de Ashley, a la que Vanessa había entrado a formar parte hacía seis meses. Se habían conocido trabajando juntas en el proyecto de fusión de dos empresas, una de ellas, la de Scoot Foster, y Ashley se había quedado tan impresionada con el talento de Vanessa que le había pedido que se asociara con ella, para ayudarla en aquel proyecto y en todos los demás.

Aquello encajaba a la perfección con su idea del futuro. Había planeado trabajar con Ashley durante dos años, o hasta que se sintiera lo suficientemente segura como para establecerse por sí misma. Pero todos sus planes se habían ido al traste. Por Ashley. Por el amor.

Foster también se había vuelto loco. Enamorarse había hecho que se decidiera a vivir la vida intensamente. También influía el hecho de que le hubieran diagnosticado erróneamente un cáncer. Por aquellas dos razones de peso, él había replanteado su escala de valores. Vanessa estaba de acuerdo con que los hombres de negocios se replantearan su escala de valores, pero para mejorar sus empresas, no para abandonarlas.

Ella tenía muchas esperanzas puestas en aquella experiencia en Londres. Era su gran oportunidad, la primera de su vida, de ser parte activa en el proceso de evolución de una importante empresa, y se forjaría una sólida reputación en los negocios. Aquello le proporcionaría caché y elegancia. Por no mencionar todos los contactos internacionales. Y Londres, en sí, era una ciudad magnífica.

Pero la aventura solo había durado tres semanas, y había tenido que volver a Los Ángeles para empezar su propia empresa, solamente con un nombre, la información, los contactos que le había cedido Ashley y su propia valentía.

Antes de que Vanessa se marchara, Ashley le había dado lo que quedaba de Business Advantage, lo cual no era mucho, ya que las dos habían terminado con los clientes de Estados Unidos antes de hacer el viaje a Londres.

Y Vanessa se había quedado sola. Con un suspiro, descendió por las escaleras que conducían a la casa, situada en Playa Linda, donde viviría hasta que sus finanzas le permitieran mudarse a un lugar más apropiado.

Ashley se había sentido tan culpable por abandonarla, que prácticamente le había regalado aquella casa, vendiéndosela por una cantidad ridícula que además podría pagarle en unos cuantos años, así que Vanessa no había dejado escapar la oportunidad. Aunque para ella vivir allí era como estar de camping, la casa era una buena inversión. Mucha gente pensaba que vivir en la playa era el nirvana.

Y, al menos, tenía una casa. Antes de irse a Londres había dejado su apartamento, que parecía estar hecho a medida de sus gustos y sus hábitos, y había metido sus cosas en un guardamuebles, incluido todo su equipo de oficina.

Cinco pasos más abajo, el tacón se le torció peligrosamente; perdió el equilibrio y se dio con el codo contra la barandilla.

Un chico que llevaba una tabla de surf la tomó del brazo.

**: ¿Está bien, señora?

¿Señora? Tenía solo veinticuatro años, no era ninguna señora, demonios. Tenía edad de salir con aquel chico, no de ser su madre. Era a causa de su indumentaria, seguro. Llevaba un traje de chaqueta oscuro, una blusa de cuello alto y un moño, y seguramente estaba tan fuera de contexto como una solterona victoriana en un club de striptease.

Ness: Estoy perfectamente -le soltó al chico, y él siguió su camino sin echar ni una mirada atrás-.

Vanessa terminó de bajar los escalones y empezó a caminar por la playa con cuidado de no estropearse las medias. La casa estaba en las faldas de una pequeña colina, a la que se llegaba por una estrecha calle. Si Vanessa hubiera tenido la llave del garaje, habría podido entrar por allí y evitar la playa, pero no la tenía.

Mientras caminaba, iba pensando en su trabajo. ¿Qué pasaría si no encontraba clientes enseguida? No tenía ningún problema a la hora de entender lo que necesitaban y hacer su trabajo, pero tenía un punto débil: venderse a sí misma. Aquella era la especialidad de Ashley. Su ex socia sabía cómo persuadir y engatusar, pero sin embargo, en aquel punto Vanessa estaba perdida. Y aquella era una cualidad muy necesaria, sobre todo cuando se empezaba un negocio desde cero.

¿Qué pasaría si se moría de hambre? No, de ninguna manera. Ella era una superviviente y una trabajadora nata, exactamente igual que su madre. El padre de Vanessa había muerto cuando ella tenía tres años y su madre no se había hundido. Había conseguido dos trabajos, uno en una lavandería y el otro en una cafetería. Siempre había conseguido llegar a fin de mes. Su madre había salido adelante.

Vanessa había pasado mucho tiempo jugando bajo las mesas de la cafetería. Las camareras le hablaban en su típico tono práctico y le ladraban para que saliera de debajo de las mesas cuando había muchos clientes, y jugaban con ella, con la Barbie y con Ken en los momentos de tranquilidad. Y todavía a su edad, cada vez que olía el jabón de una lavandería, se ponía contenta.

Mientras caminaba por la arena de la playa, pensó que sobreviviría. Y si las cosas empeoraban, siempre podría encontrar un trabajo por cuenta ajena, temporalmente, por supuesto.

El sudor estaba empezando a humedecerle los costados de su carísimo traje y aquello significaba una factura de la tintorería. Intentó pensar en cosas refrescantes mientras avanzaba arrastrando las maletas, cuyas ruedas no servían de nada por la arena. Ya casi había llegado. Solo un pequeño esfuerzo más.

Cuando por fin estuvo frente a la casa, se quedó mirándola. Era pequeña y vieja. Parecía que una buena ráfaga de viento podría llevársela por el aire. Ella había pasado un fin de semana allí con Ashley, haciendo los planes para su nueva empresa, y recordaba la casa más bonita. Durante un segundo se sintió decaída.

«Pintoresca y acogedora, con un encanto rústico». Así la describiría en el anuncio de la inmobiliaria para intentar venderla en cuanto anduviera lo suficientemente bien de dinero como para mudarse. «Recordarás esto y te echarás a reír», se dijo a sí misma, cerrando los ojos para visualizarlo...

Su marido y ella caminando entre las rosas del jardín de su rancho en Thousand Oaks. Su dulce voz en el oído, preguntándole: «¿Recuerdas cuando eras una novata que vivía en una casucha destartalada?». Ella miraría hacia arriba, a sus ojos, porque por supuesto él sería mucho más alto, y reiría encantada. «Mírate ahora», continuaría su adorable esposo, «has contratado un empleado y así tienes mucho más tiempo para estar conmigo, tu marido que te adora. ¿Te apetece nadar?».

Y entonces, los dos se zambullirían en su piscina olímpica y nadarían, mirándose y sonriendo.

Vanessa suspiró y abrió los ojos, reconfortada por la visión del glorioso futuro que le esperaba. Tenía que ponerse en marcha. Solo que no había dormido en treinta y seis horas y estaba muy cansada...

Empezó a subir las escaleras del porche tirando de las maletas, sudando y resoplando del esfuerzo. Sacó la llave de Ashley del bolso y la metió en la cerradura, pero alguien la abrió desde dentro. Ella se tambaleó, dio dos pasos hacia delante y se chocó con el pecho cálido, sólido y desnudo de un hombre.

Él la tomó por los hombros y la sujetó durante unos segundos para que recuperase el equilibrio. Tenía las manos fuertes y los ojos muy azules.

Ness: Ho-la -dijo, mientras la sostenía-.

Desconcertada por la sorpresa, y por el hombre, solo pudo responder «hola», antes de que un enorme perro blanco y negro del tamaño de un oso saliera corriendo de la casa. Detrás de él iba un niño con una gorra, que se paró para darle una palmada en el brazo al hombre. Después gritó:

**: ¡Tú la llevas! -y bajó corriendo por las escaleras hasta la playa, detrás del perro-.

*: ¡Tiempo muerto! -respondió el hombre, y después bajó la mirada hasta Vanessa-. Lo siento. Soy Zac Efron -dijo, y le tomó la mano para estrechársela, con los ojos llenos de risa al ver su confusión-.

Ness: Vanessa Hudgens -dijo débilmente-.

Zac: ¿Puedo ayudarte en algo?

Era un poco más alto que Vanessa, rubio, y estaba muy moreno. Tenía el cuerpo musculoso y demasiado expuesto, salvo lo que estaba debajo de un bañador hawaiano. Estaba muy relajado para ser alguien a quien acababan de sorprender ocupando ilegalmente la casa de la playa de Ashley.

Ness: ¿Es esta la casa de Ashley Tisdale?

Quizá se hubiera confundido de casucha. Ojala.

En aquel momento sonó su móvil y respondió la llamada.

Zac Efron se apoyó contra el quicio de la puerta y la observó.

Ness: ¿Qué? -dijo, irritada-. ¿Dígame?

Ashley: ¿Vanessa? -aquella voz era la de su amada ex socia-.

Ness: Gracias a Dios, Ashley. Estoy en la casa, y, no te lo vas a creer, pero...

Ashley: Hay un hombre. Ya lo sé. No tuve oportunidad de decírtelo. Lo contraté antes de que nos viniéramos a Londres para que hiciera algunos arreglos y pintara para poder vender la casa.

Vanessa miró a Zac, que continuaba observándola, y después se volvió y se alejó unos pasos para continuar la conversación con un poco de privacidad.

Ness: Me gustaría que me lo hubieras dicho.

Ashley: Te lo estoy diciendo ahora. Y hay una cosa más... Puede que viva ahí una temporada. Como parte del trato, le dije que podía quedarse hasta que terminara la reforma.

Ness: ¿Le dijiste que podía vivir aquí? -preguntó con la voz temblorosa-.

Después le dedicó a Zac una débil sonrisa.

Ashley: Es bueno tener a alguien ahí para que vigile un poco las cosas. Era para matar dos pájaros de un tiro.

Ness: Tenías que haberme avisado.

Ashley: Supongo que estaba distraída. Y tú te marchaste tan rápidamente... Zac es un buen chico, es completamente de fiar. Ha trabajado para mis vecinos y también cuidaba de sus hijos mientras ellos salían a hacer recados, o a trabajar. Es muy amable. He hablado con él varias veces.

Ness: Pero, ¿él va a vivir aquí? -le preguntó entre dientes-. ¿Conmigo? -y de nuevo, intentó sonreír a Zac-.

Ashley: Hay dos habitaciones, Ness. Y él no te va a atacar, ni nada por el estilo... a menos que tú quieras, claro -y entonces añadió, en un tono más bajo-: Si yo estuviera en tu lugar, déjame decirte que... guau.

¿Guau? Aquello no era propio de Ashley.

Ness: ¿Por qué me dices eso? -le preguntó exasperada, con la esperanza de que Zac no hubiera oído nada de aquello-.

Ashley: El amor está por todas partes, Vanessa. Párate a oler las rosas.

¿Oler las rosas? Todo lo que Vanessa olía era a algas y a pescado... y a una esencia de coco que Zac Efron llevaba en el cuerpo.

Ness: Muy bien, ya hablaremos de esto.

Ashley: Lo digo de veras -insistió-. Replantéate la vida. Yo he empezado a pintar acuarelas de nuevo. -Vanessa se mordió la lengua-. Estoy segura de que te llevarás muy bien con Zac. Tiene muy buen carácter.

Vanessa lo miró. Tenía muy buen carácter y un cuerpo muy musculoso. Irradiaba una confianza en sí mismo y una tranquilidad de las que atraían a las mujeres. Ella misma sintió una chispa por dentro. Uno no podía resistirse a la llamada de la naturaleza, supuso, no importaba que fuera inconveniente.

Ashley: Míralo de esta forma -continuó-. Si no te gusta el color de la pintura o los azulejos que yo elegí, puedes cambiarlos. Yo lo pagaré. Si quieres, añade unas cuantas cosas más mientras él esté disponible.

Ness: No puedo permitírmelo. Y no quiero nada más. Yo... oh, demonios, tengo demasiadas cosas en las que pensar.

Ashley: Lo vas a hacer muy bien, Ness. Conseguir clientes no es tan difícil. Además, tu trabajo habla por sí mismo. Empieza con los contactos que yo te he dado, usa mi agenda y llámame para cualquier duda. Si estoy en algún sitio en el que haya teléfono, claro -y se rió-. En serio. Tienes todo lo que necesitas para tener éxito.

Todo, excepto los clientes.

Ness: Te agradezco tu fe en mí. Hablaremos pronto.

Ashley: Adioooós.

¿Adioooós? ¿Qué le había hecho aquel Scoot Foster a la sensatez de Ashley? Vanessa colgó frustrada y metió el móvil de nuevo en el bolso. Después miró al hombre semidesnudo que la observaba con algo de desconcierto.

Ness: Entonces, supongo que eres el pintor -dijo intentando sonreír-.

Él inclinó la cabeza para asentir.

Zac: Y el que arregla los marcos de las puertas, el carpintero, el escayolista y, posiblemente, el electricista, a juzgar por los cortocircuitos que hay en el baño.

Ness: ¿Cortocircuitos en el baño? -repitió sombríamente-. Tengo que sentarme -dijo, y se inclinó para tomar el equipaje y entrar en la casa-.

Zac le quitó las maletas, las levantó como si no pesaran nada y le sostuvo la puerta para que entrara. Al pasar a su lado, Vanessa percibió una vez más su olor a sol cálido y a coco. Agradable de una forma playera.

Miró a su alrededor en el diminuto salón y se le encogió el corazón. Casi no había sitio para sentarse. El mobiliario estaba cubierto con telas y había tablones y herramientas por todas partes. También había una tabla de surf y dos bicicletas apoyadas en una pared, una de ellas, desmontada.

Zac dejó las maletas en el suelo, apartó la tela que cubría el sofá y le señaló galantemente un sitio para que se sentara. Ella se dejó caer de un modo muy poco femenino.

Zac: ¿Mejor?

Ness: Un poco.

Zac se sentó en una silla muy cerca de ella; se le movieron los músculos de las piernas y del pecho con aquel sencillo gesto. El motivo por el que se abandonó en su cuerpo en un momento como aquel era un misterio. Debía de ser a causa del agotamiento. No podía apartar la mirada de él, como si se hubiera quedado hipnotizada por un objeto brillante.

Ness: Esto es un poco confuso -dijo, intentando aclararse las ideas-. Ashley me vendió esta casa mientras estábamos en Londres y ahora...

Zac: Y ahora yo se la estoy arreglando. No hay ningún problema.

Tenía los ojos más azules y la boca más expresiva del mundo. Y ancha, como si se pasara la mayor parte del tiempo sonriendo.

Ness: Sí, si hay problemas -corrigió-. Tengo que vivir aquí, ¿sabes? Y trabajar aquí. Y...

Zac: No te preocupes. Soy un compañero de piso estupendo.

Ness: Estoy segura de que lo eres, pero, de verdad, no quiero un compañero de piso.

Ni una obra en casa. Era evidente que Zac no era de los que trabajaban ordenadamente. Las herramientas y los materiales estaban desparramados por todas partes. Solo Dios sabía cómo estaban el resto de las habitaciones.

Zac: Yo tampoco, pero soy flexible -dijo y se encogió de hombros-. Te puedes quedar con la habitación principal, ya que es tu casa.

Ella se quedó mirándolo.

Ness: Como acabo de decir, me gustaría tener la casa para mí sola. -Él le devolvió la mirada, pestañeó y sonrió-. Soy consultora -le explico-.

Era un trabajo que requería concentración, tranquilidad y orden, y, como mínimo, una habitación que le sirviera de despacho. Paseó la mirada por la sala y la encontró de la misma forma que encontraba su vida en aquel momento: caótica y confusa. Se sintió desesperada. Apoyó los codos en las rodillas y apoyó la cabeza entre las manos.

Zac: Creo que ahora estás un poco asustada. Vamos a esperar unos días, a ver qué tal resulta todo. -Ella levantó la cabeza y lo miró. Él sonrió-. ¿Qué pasa, que quieres echarme hoy? ¿Quieres que ya duerma en la playa?

Ness: Estoy segura de que tienes amigos o familia con los que puedes quedarte.

Él se quedó mirándola con aquellos ojos tan azules. Vanessa sabía que el silencio era un arma para negociar, mediante la cual se conseguía que el adversario acabara soltando una respuesta afirmativa y ella sentía que estaba a punto de sucumbir, quizá porque Zac era tan desconcertantemente guapo y estaba tan... desnudo. Y parecía que veía más de lo que ella quería revelar.

Zac: ¿Acabas de llegar a la ciudad? -le preguntó amablemente-.

Ness: Sí. Acabo de llegar de Londres.

Zac: Y estarás muy cansada. Pareces derrotada. ¿Por qué no te quitas ese traje y descansas un poco? Cuando te sientas mejor, podemos hablar de esto con más calma.

Vanessa reprimió el impulso de decirle que ya habían hablado del aquello. Ella se quedaba y él se iba. Ya le había dado una pista de que iba en serio, pero no quería decírselo con demasiada aspereza. Él no tenía la culpa de que Ashley los hubiera puesto en aquella situación.

Zac: Ven conmigo y te enseñaré tu habitación -dijo, y la tomó por el codo-.

Normalmente, a ella no le gustaban los hombres que pensaban que podían tocarla cuando acababa de conocerlos, pero él era diferente, amistoso, agradable y con ganas de ayudarla, sin presionarla. Y la soltó en cuanto ella se hubo levantado.

Lo siguió hasta un pequeño pasillo que conducía a dos habitaciones y un baño; todavía sentía el calor de sus dedos en el codo.

Zac: Yo me cambiaré a esta otra habitación -le dijo señalándole la de invitados.

¿Qué había sido del cuarto ordenado y agradable en el que se había quedado cuando había estado allí con Ashley? Estaba llena de botellas de oxígeno, trajes de neopreno, aletas...

¿Cómo era posible que alguien encontrara la cama, y mucho menos pudiera dormir allí? Y lo peor de todo era que le faltaba la mitad de la pared. A través del borde del muro veía la otra habitación y la cama donde debía de estar durmiendo Zac.

Ness: ¡No hay pared! -exclamó volviéndose a mirarlo-.

Zac: La madera se pudrió por la humedad, así que tuve que tirarla.

Ness: ¿Y cómo vamos a...? Quiero decir... no podemos dormir así

Zac: Te prometo que no ronco -le leyó los pensamientos-. Pondremos después una sábana, si quieres. Y relájate, no te molestaré. Nada de sonambulismo, ni de ninguna otra cosa.

Pero supo a lo que él se refería con aquel «de ninguna otra cosa», y se sintió vagamente ofendida porque lo hubiera dicho tan rápidamente. Ella era razonablemente atractiva, pero él la había desestimado exactamente igual que el chico de la tabla de surf que le había llamado «señora». Llevaba moño porque era cómodo y además dejaba ver uno de sus mejores rasgos, el cuello.

Ness: Con la sábana vale por esta noche -dijo con firmeza, intentando no hacer caso a aquella ofensa a su feminidad-. Y mañana puedes buscar otro sitio donde mudarte.

Zac: Mira tu habitación -respondió ofreciéndole una mano para que saltara un tablón que había en el camino-.

Ella no la tomó. Podía entrar en su habitación por sus propios medios. En su cuarto había más cosas de Zac, cosas personales en desorden, bañadores por el suelo, camisetas en una esquina, una guitarra y un banco de ejercicios. Realmente, se había instalado por completo en las tres semanas que llevaba allí.

Zac: Las sábanas están limpias, las cambié ayer, pero si quieres volveré a hacerlo ahora.

Ness: No, estoy segura de que están bien.

Zac: Es un buen colchón. Pruébalo -dijo y se acercó-.

Ness: No es necesaria ninguna demostración, gracias.

De ninguna manera iba a dejar que la tumbara en la cama ni se iba a quedar mirando a Zac, medio desnudo.

Él se agachó a su lado y tomó una camiseta. Flexionó los músculos de los muslos y los de las nalgas. Guau. Era posible que Zac pareciera perezoso, pero no había nada de perezoso en su cuerpo. No tenía ni un gramo de grasa en las piernas, ni en los brazos ni en la espalda, y tenía los músculos del abdomen muy marcados, gracias, sin duda, al banco de ejercicios. La imagen pasajera de Zac levantando pesas hizo que a Vanessa le temblaran las piernas.

Zac se incorporó. Ella apartó la mirada, pero era demasiado tarde. Él la sorprendió mirando y sonrió.

Zac: Me llevaré mis cosas después, para que puedas dormir ahora. Quítate la ropa, descansarás mejor.

Ness: Estoy perfectamente, gracias.

Parecía que él mismo la estaba desnudando con los ojos, así que cruzó los brazos sobre el pecho.

«Me has pillado», concedió él con la mirada, alegremente.

Aquella mirada penetrante la resarció por su comentario anterior. Podía ser superficial por su parte, pero como mujer, se sintió mejor.

Zac: ¿Qué te parece que te haga un batido de plátano? Necesitas potasio. Volar baja mucho el nivel de sales.

Ness: Gracias, no es necesario. Estoy bien. Solo necesito dormir.

Zac: Entonces, cuando te levantes.

Se marchó de la habitación ocupando todo el hueco de la puerta mientras salía. Vanessa se dio cuenta de que él se había librado del desahucio porque ella no había dicho nada. Tendría que rectificar aquello más tarde, amable, pero firmemente. El agotamiento y la atracción súbita que había sentido por él habían debilitado su determinación habitual. Se echaría una buena siesta y atacaría de nuevo más tarde.

Se aseguró de que la puerta estuviera cerrada, se quitó la chaqueta, la falda y la blusa, y el sujetador por debajo de la combinación, que iba a usar como camisón.

Después se quitó los zapatos y las medias, las dobló cuidadosamente y las puso sobre la cómoda. Se echó en la cama y cerró los ojos. Era tan delicioso tumbarse... Todo sería mucho mejor después de una buena siesta.

El olor a coco de Zac le llegó a la nariz desde la almohada... agradable, aunque demasiado íntimo. Le recordaba tanto a él, que casi no podía dormir.

Estaba a punto de conseguirlo cuando oyó golpes y ruidos en la cocina. Después, el horrible sonido de la batidora. No había duda de que Zac estaba haciéndose un batido.

Después de eso, alguien llamó a la puerta. Vanessa oyó la risita de un niño, los ladridos de un perro y los arañazos de las uñas en la madera del suelo. Dios. Su nueva casa era demasiado pequeña para dos personas, especialmente si una era tan ruidosa, popular y, tenía que admitirlo, tan atractiva como Zac Efron. Demasiado como para disfrutar de la tranquilidad. Demasiado como para dormir.

Lo mejor sería que Zac encontrara otro lugar en el que quedarse, o ella misma lo encontraría por él.


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