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lunes, 31 de octubre de 2011

Capítulo 19


11 de abril
6.55 A.M.


El restaurante era un auténtico desastre. De hecho, «restaurante» no era el nombre adecuado, porque aquel lugar era un destartalado antro de carretera donde solo paraban los camiones de dieciocho ruedas cuando sus conductores necesitaban una dosis de cafeína. Se detenían a rellenar sus termos con un café tan fuerte que los despejaba para otros trescientos kilómetros. El engrudo que servían en aquel lugar cumplía perfectamente con este cometido.

También cumplía con los requisitos que Cliff exigía. Estaba muy cerca del desvío de la autopista, a tan solo quince kilómetros al sur de Leaf Brook. Y Cliff podía apostar hasta su último dólar a que no se toparía con ninguna cara conocida, no en aquella tasca.

Levantó la taza para que la camarera de aspecto cansado se la volviera a llenar. Se frotó la nuca e intentó permanecer calmado. Jamás había imaginado que las cosas llegarían tan lejos. El chantaje al que lo habían sometido para conseguir su ayuda había sido una vil treta. Había disparado directamente a su talón de Aquiles. Y lo habían explotado con éxito. Las fotografías tocaban un punto demasiado frágil para que las obviara. Y, desde luego, habrían tocado un punto demasiado frágil en Stephen para que éste las obviara también. Su amistad se habría roto. Harrison Efron le habría retirado la palabra y la vida de Nancy se habría convertido en un verdadero infierno. Cliff había cedido por aquellos motivos. Principalmente por Nancy, y porque él era débil. Pero ahora... Una vena latió con fuerza en una de sus sienes. ¿Asaltos violentos? ¿Amenazas contra la vida de un niño?

Por Dios, ¿qué era lo que Cliff había puesto en marcha?

La puerta de entrada se abrió de par en par y Andrew Matthews entró en el local. Echó un vistazo alrededor, divisó a Cliff y se acercó a él.

Andrew: ¿Qué pasa? -Miró con desdén la deteriorada silla antes de sentarse-. ¿Por qué necesitabas verme tan pronto? ¿Y por qué hablabas como si fueras una bomba de relojería a punto de estallar?

Cliff: Porque me siento como si lo fuera. -Ahora, le retumbaba toda la cabeza. Se inclinó hacia delante y apretó ambos puños contra la mesa-. Ayer, Stephen tenía la cara hecha un mapa.

Andrew: Sí, lo sé. Dijo algo acerca de haberse cortado al intentar reparar su coche.

Cliff: Y una mierda. -No iba a jugar a aquel juego-. Tenía el labio hinchado y su expresión reflejaba dolor cada vez que se movía. Alguien le pegó una paliza de miedo. Me obligué a mí mismo a fingir que no me daba cuenta. Intenté creer que él me decía la verdad y que cualquier explicación más siniestra era solo producto de mi imaginación. Pero no es así, ¿verdad? Como tampoco lo es que alguien dejó en una caja frente a la puerta de Nancy la gorra de béisbol de Brian ayer. Lo que, por cierto, le dio a ella un susto de muerte. Según planeasteis Walker y tú.

Andrew entornó los ojos.

Andrew: Yo tendría cuidado con las acusaciones que lanzas, consejero.

Cliff: O de lo contrario, ¿qué? ¿Le enseñarás esas fotos trucadas a Stephen? ¿Le harás creer que me acosté con su esposa? Ya has jugado esa carta, Matthews. No dará resultado otra vez.

Andrew enarcó una ceja.

Andrew: Funcionó de perlas la primera vez, si no recuerdo mal. Consiguió que me contaras el pequeño problema del alcalde con las apuestas. -Su expresión se endureció-. No es culpa mía que las mujeres que te llevas a la cama se parezcan a Nancy Efron como una gota de agua a otra. No costó demasiado retocar las fotos y tenerte preocupado. Si tú no estuvieras loco por la mujer del alcalde, no te habrías enfurecido tanto. Te habrías limitado a no hacerme paso, habrías ido a hablar con Efron y le habrías contado la verdad, pero no lo hiciste. Porque sabes que existe una posibilidad de que él no te creyera. Qué demonios, ni siquiera yo te creo, y eso que sé que las fotos están trucadas. Así que no se trata de que yo necesite un nuevo incentivo para ti. El antiguo funciona a las mil maravillas. -Una estrecha y tirante sonrisa-. Míralo por el lado bueno. Si la tensión en su casa se hace insoportable y el matrimonio del alcalde se rompe, quizás consigas alcanzar tu sueño.

Cliff: Maldita sea, manteneos alejados de Nancy. Y de Brian. Es un niño, Matthews. Por el amor de Dios, ¿acaso Walker está tan desesperado por conseguir el contrato del aparcamiento que le haría daño a un crío de siete años?

Andrew se encogió de hombros.

Andrew: Eso tendrás que preguntárselo tú. Yo solo soy el administrador.

Cliff: Sí, claro. Un administrador que recibe una buena cantidad de dinero de un gángster. -Tomó otro trago de café-. Walker y tú habéis conseguido colocarlo en la posición exacta que él quiere. Stephen procurará por todos los medios conseguirle ese contrato, sobre todo ahora. Y yo mantendré la boca cerrada... mientras Walker no utilice ni amenazas ni violencia. Si no es así, no hay trato por mi parte. No me quedaré de brazos cruzados viendo cómo le hacen daño a la gente, y mucho menos a un niño pequeño.

Andrew: Bueno, esto sí suena a amenaza. -Entrelazó las manos y las apoyó sobre la mesa-. Y, si es así, yo lo pensaría dos veces. Especialmente al tratarse de Philip Walker. Según tengo entendido, posee muy mal genio. -Una mirada intencionada-. Así que, ¿va a ir el alcalde al despacho hoy? ¿O va a quedarse en casa, protegiendo a su familia?

Cliff: No tiene a nadie a quien proteger, gracias a las tácticas intimidatorias de Walker. Nancy se ha ido y se ha llevado a Brian. Ése es el otro punto que deberíais saber. Dile a Walker que tiene un arma menos que usar contra Stephen. Nancy y Brian se han ido de Leaf Brook.

Andrew: De veras? -Parecía intrigado-. ¿Y quién te ha dicho eso? -Silencio-. Ah, la buena de la señora Efron en persona. Bueno, pues dime: ¿adónde se ha llevado a su hijo?

Cliff: ¿En serio crees que te lo diría, incluso si lo supiera?

Andrew: Probablemente, no. -Se encogió de hombros-. No importa. Estén donde estén, su huida es positiva. Le proporcionará a Efron el incentivo que necesita para arrearles una patada en el trasero a algunos de sus consejeros y conseguirle el contrato a Walker. Una vez que eso suceda, tú volverás a ser libre.

Cliff: No es mi persona lo que me preocupa.

Andrew: ¿Ah, no?

Cliff echó una rápida ojeada al mugriento reloj de pared del local. Ya había hecho lo que tenía que hacer: le había dado los datos que quería que le pasara a Walker. Eso haría que éste dejara de utilizar la seguridad de Nancy y Brian como anzuelo para tener a Stephen entre la espada y la pared.

Fuera como fuera, tenía que marcharse. Ahora. La farmacia abría a las ocho y Cliff quería recoger la medicina de Brian y llegar a Stowe lo antes posible.

Retiró un poco su silla y se puso en pie.

Cliff: Tengo que irme.

Andrew: ¿Un cliente?

Cliff: Un recado. -Su mirada era gélida-. Dale a Walker mi mensaje. Tendrá su contrato. Pero no más violencia. Y dejad a Nancy y Brian en paz.

Andrew esperó hasta que Cliff se hubo marchado. Entonces, marcó el número de Walker.

Andrew: Henderson acaba de irse -anunció-. Según dice, Nancy cogió a su hijo y se largó ayer, justo después de recibir el paquete.

Philip: Interesante -murmuró Walker-. Eso explica por qué no volvió a casa ayer por la noche. El tipo que tengo vigilando la casa me ha dicho que ella salió con el niño en coche a eso de las seis menos cuarto y que no ha vuelto desde entonces. Henderson estuvo con ella hasta el último minuto. Se marchó justo antes que ellos. -Una pausa meditabunda-. Ahora, la pregunta es: ¿huía Nancy, simplemente o es que ha abandonado a su marido para siempre? ¿Adónde cree Henderson que se dirigían?

Andrew: No lo ha dicho. O, para ser más exactos, no ha querido decirlo.

Philip: No ha querido -repitió Walker en tono neutro. Otra pausa-. ¿Y dices que insistió en reunirse contigo a primera hora de esta mañana?

Andrew: Sí. De hecho, quería que nos viéramos incluso más temprano. Pero yo me negué.

Philip: Ya. ¿Y adónde iba, después de mantener una reunión a tan intempestiva hora?

Andrew: A hacer un recado.

Philip: Lo que me imaginaba. Probablemente se dirija a ver a la señora Efron. Síguelo. Averigua dónde se esconde la dama. Esa inforrnación nos puede ser muy útil.

Andrew: De acuerdo. -Ya había pensado en aquello. Y ya se dirigía hacia la puerta del antro. Walker soltó una risita triunfante, como si estuviera jugando una emocionante partida de ratón y gato... y ganando-.

Philip: Mientras, yo me pondré en contacto con el bueno del alcalde y le recordaré que mañana es jueves. No olvidaré preguntarle cómo está su hijo. Eso lo pondrá, sin duda, muy, muy nervioso.

Andrew: ¿Va a mantenerle usted entre la espada y la pared?

Philip: Eso depende de lo cerca que esté de lograr lo que yo quiero. Podría darle unos cuantos días más. No puedo perder de vista mi objetivo primordial. Ni el hecho de que es potencialmente mío hasta que se recuente el último voto. Además, es divertido ver cómo Efron se retuerce.

Andrew: Estoy seguro de que lo es. -Le escuchaba tan solo a medias. Desde detrás del cristal de la puerta de entrada del local, observó a Cliff, que entraba en su coche-. Y, solo para que lo sepa usted, Henderson ha asegurado que le contaría la verdad a Efron si se daba algún otro acto violento.

Walker gruñó, claramente impasible ante la noticia.

Philip: Admiro a los hombres tan leales. Pero Henderson no representa ninguna amenaza, excepto para sí mismo. Que le diga a Efron lo que quiera. Lo único que puede contarle que Efron no sepa ya es quién se chivó sobre sus apuestas y por qué. Y eso solo perjudicaría a una persona: al propio Henderson.

Andrew: Estoy de acuerdo. Solo quería que usted estuviera informado. -Se tensó cuando las luces del coche de Cliff se encendieron y el automóvil salió marcha atrás del aparcamiento para luego dirigirse a toda velocidad hacia la autopista-. Henderson acaba de irse. Voy a ponerme en camino. Le llamaré luego.


8.17.


Ness llegaba tarde.

Zac apoyó la cadera contra el coche de ella, consultó su reloj y volvió a mirar hacia el edificio de apartamentos de Ness. El trayecto desde allí hasta la escuela era de aproximadamente quince minutos. Así que, incluso si Ness salía ahora mismo, no iba a llegar a su mesa hasta después de las ocho y media. Obviamente, se había quedado dormida.

Y él era el motivo.

Se pasó una mano por el pelo mientras deseaba con todas sus fuerzas no tener que informarla sobre aquel último acontecimiento. La conversación que Zac se había imaginado como continuación de la noche anterior era muy distinta a la que estaban a punto de mantener.

Todavía había luz en la ventana de su apartamento. Ness estaba despierta, pero todavía no estaba lista para salir. Zac podía cruzar la calle, llamar por el interfono y subir, pero no quería manchar el recuerdo de la pasada noche entrando en la intimidad de la que se había ido tan solo seis horas antes y soltar aquella bomba sobre Ness.

En lugar de eso, Zac esperaría allí fuera hasta que Ness saliera y... le soltaría la bomba. Maldita sea.

Cogió el periódico que llevaba bajo el brazo y ojeó las páginas para distraerse. Automáticamente, lo abrió por la sección de política e hizo una mueca al ver que la mayoría de artículos estaban firmados por Cheryl Lager. Aquella mujer tenía opinión sobre todos los temas y ningún escrúpulo para compartirla. Un escrito suyo casi al pie de la página le llamó la atención a Zac. Informaba sobre la propuesta de contrato del aparcamiento municipal, que estaba siendo estudiada e iba a votarse la semana siguiente en el consejo del Ayuntamiento. Aseguraba saber de fuentes fidedignas que el consejo se enfrentaba con la difícil decisión de escoger si mantenía el contrato bajo el control de la ciudad o lo asignaba a un particular que ofrecía servicio de seguridad como parte de su propuesta. Hacía algunos intencionados comentarios acerca del reciente aumento de robos de coches en los aparcamientos públicos, dejando entrever muy disimuladamente que quizás una compañía privada cumpliría mejor con el cometido de proteger las propiedades de los residentes que el Ayuntamiento hasta ahora. En tres párrafos, conseguía insultar a los funcionarios, a los usuarios del aparcamiento y al departamento de policía de Leaf Brook.

Típico de Cheryl Lager.

Con un soplido de disgusto, Zac dobló el periódico y lo tiró en la papelera más cercana. Estupendo. Justo lo que Stephen necesitaba. Publicidad que generara más presión y más opinión pública. Fuentes fidedignas... sí, seguro. Zac podía apostar hasta su último dólar a que la pequeña vocecilla que había susurrado al oído de Cheryl Lager pertenecía a Philip Walker.

El ruido de una puerta al cerrarse y unos apresurados pasos interrumpió sus pensamientos. Zac levantó la vista a tiempo de ver a Ness corriendo hacia su coche mientras se colocaba unos papeles bajo el brazo.

La joven se detuvo en seco al ver a Zac y la sorpresa se dibujó en su rostro.

Ness: Zac. -Se acercó a él-. ¿Qué estás haciendo aquí? -Esbozó una ligera sonrisa-. Pensaría que has dormido en el parking de no ser porque es obvio que te has duchado y cambiado de ropa.

Él quería estrecharla entre sus brazos y besarla. En lugar de eso, se limitó (no sin esfuerzo) a rozarle la mejilla con los nudillos. Ness estaba radiante, guapísima incluso con sombras de agotamiento bajo los ojos.

Zac: Tengo que hablar contigo -le dijo sin preámbulos-. Quería verte antes de que te fueras a la escuela, en parte porque quería un poco de intimidad para lo que tengo que decirte, y en parte porque no quería pillarte desprevenida en tu lugar de trabajo.

La sonrisa de Ness se desvaneció ante la gravedad de aquel tono.

Ness: ¿Qué pasa?

Zac: Se trata de Brian. Nancy se lo ha llevado por un tiempo. Hasta que vuelvan, no irá a la escuela.

Ness abrió los ojos de par en par, asombrada.

Ness: ¿Se lo ha llevado... por qué? ¿Adónde? ¿Está Brian más enfermo de lo que creíamos?

Aquello era más difícil de lo que Zac había esperado.

Zac: Nada de eso. La historia que le vamos a contar a la prensa es que la hermana de Nancy, en California, ha sufrido una caída y está de baja unas semanas. Nancy y Brian han ido allí para ayudarla y para que Brian pase unos días con sus primos.

Ness meneó la cabeza, como si no pudiera procesar lo que Zac le estaba diciendo.

Ness: Debes de estar equivocado. ¿California? Eso no tiene ningún sentido. Brian tiene una infección de oído. Volar en avión sería doloroso... y peligroso. La señora Efron jamás... -De repente, cayó en la cuenta de las palabras que Zac había utilizado-: ¿La historia que le vais a contar a la prensa? -Se apoyó en el coche-. En otras palabras, la mentira que les vais a colar.

Zac no se lo negó.

Zac: Ness, escúchame. Necesito tu ayuda. Eres la única persona de fuera de la familia que sabe que Brian tiene una infección de oído, aparte del médico y el farmacéutico, que no pueden decir nada por confidencialidad. Sé que ha faltado un día a clase, pero podemos explicar eso diciendo que su infección era una falsa alarma y que, cuando se recibió la llamada de la hermana de Nancy, ella se puso inmediatamente en camino y se llevó a Brian. Te pido por favor que sigas la corriente de la historia y no pongas obstáculos.

Ness: ¿Por qué? -le espetó-.

Zac: Por el bien de Brian. Es todo lo que puedo decir. Esto tiene que ver con una crisis familiar sobre la que no puedo hablar. Tienes que confiar en mí.

Ness: ¿Confiar en ti? -Parecía debatirse entre la furia y el llanto-. Me dijiste que Brian estaba bien, que sus padres estaban completamente dedicados a lograr su bienestar emocional. Me hiciste creer que había habido un punto de inflexión en lo que fuera que estaba sucediendo. Ayer mismo estabas sentado frente a mí, a la mesa, y decías... -Se calló y tomó aire como si acabaran de darle una bofetada-. Dime una cosa, Zac -dijo en un tono frío y distante-. ¿Cuándo se han marchado la señora Efron y Brian en su viaje hacia el otro lado del país? -Un silencio-. ¿Cuándo? -insistió-.

Zac tragó saliva, pero no desvió la mirada.

Zac: Ayer por la noche.

Ness: Ayer por la noche. Mientras tú estabas en mi cama. Distrayéndome para que yo no complicara las cosas intentando ver a Nancy Efron o hablar con ella.

Zac: ¡Maldita sea, no! -Agarró a Ness del brazo y lo apretó con fuerza cuando ella intentó soltarse-. Eso no es así. Yo no tenía ni idea de que Nancy se marchaba. Jamás te habría utilizado de ese modo.

Ness: Bien. -Las lágrimas centelleaban en sus pestañas, e hizo un esfuerzo por mantener el control. Consiguió soltarse de Zac y manoseó torpemente las llaves hasta lograr abrir el coche-. Una mentira más. Cada uno de vosotros, los Efron, siempre sabe los movimientos que hacen los demás. Sea lo que sea lo que está pasando, debe de ser un enorme escándalo. ¿Ha sido tu hermano el que ha enviado lejos a su esposa e hijo, o se han ido ellos por su cuenta?

Era una pregunta retórica, que ambos sabían que Zac no iba a responder. Ni Ness esperaba tampoco una respuesta.

Cogió la manecilla de la puerta del coche y tiró de ella... en vano, ya que Zac no la dejaba abrir la puerta.

Ness: En cuanto a mí -siguió-, yo era un pesado moscardón, un obstáculo en potencia que tenías que desviar. Bueno, lo lograste por completo, realmente. Felicidades. Misión cumplida. Ahora, sal de mi camino y déjame ir a la escuela.

Zac se negó a moverse.

Zac: No hasta que me escuches.

Ness: Ya te he escuchado lo suficiente -replicó dándole un empujón-. No te preocupes. No me entrometeré en tu pequeño plan. No le haría eso a Brian. Sea lo que sea lo que está pasando, él está a salvo dondequiera que su madre se lo haya llevado. Y, si es lista, se quedarán allí. ¡Ahora apártate de mi camino! No tenemos nada que decirnos.

Zac la hizo volverse hacia él y le levantó la barbilla.

Zac: No estás diciéndome que no quieres saber nada más de mí, ¿Verdad?

Ness: ¿Acaso tengo pinta de estar de broma?

Zac: Ness...

Ness: No intentes convencerme de que significo algo para ti. Sería una mentira aún mayor que la que acabas de decirme. Y un insulto, además. Significo tan poco para ti como tú para mí.

Zac apretó los dientes con fastidio.

Zac: ¿Y ahora, quién miente?

Un destello de puro dolor cruzó el rostro de Ness.

Ness: Bastardo. Cualquier sentimiento que yo tenía hacia ti, acabas de matarlo. Ahora aléjate de mí. No quiero tener nada que ver contigo, nunca más.

Zac: ¿Y qué pasa si estás embarazada? -Soltó aquellas palabras con desespero-.

Y deseó no haberlas dicho en cuanto vio la reacción de Ness.

Se quedó pálida como un papel y él notó que empezaba a temblar.

Ness: No lo estoy -le rebatió-.

Zac: ¿Estás segura? -Luchaba por algo que significaba para él mucho más de lo que había imaginado-. Eyaculé tres veces dentro de ti ayer por la noche. No llevaba condón. Y dudo que tú estés tomando la pastilla.

Lenta, pero muy aplicadamente, ella recobró su semblante sereno.

Ness: Tienes razón, no estoy segura. Pero no tienes por qué preocuparte. Puede que sea una inexperta, pero no soy una ignorante. Acabo de pasar mi periodo. Un embarazo no es posible.

Zac: No es probable, quizá, pero no es imposible. -Le aguantó la mirada-. Si estás embarazada, ese bebé es mío.

Ness: De acuerdo. -Abrió la puerta del coche de un tirón-. Si se diera ese improbable caso, te enviaré una partida de nacimiento y no esperes ver el apellido Efron en ella. Adiós, Zac.

Se metió en el coche, puso la llave, y encendió el motor antes incluso de que la puerta acabara de cerrarse. Dio marcha atrás, Zac tuvo que apartarse de un salto para evitar que lo atropellara mientras ella giraba el volante, daba gas a fondo y salía zumbando del aparcamiento.


jueves, 27 de octubre de 2011

Capítulo 18


Ness estaba profundamente dormida cuando Zac salió de la cama y empezó a vestirse. La miró, sintiendo una auténtica maraña de sentimientos en el pecho. Ness parecía un ángel dormido, su expresión era serena y sus cabellos semejaban una despeinada cascada sobre la almohada. Zac estuvo medio tentado de tirar de nuevo sus ropas al suelo y volver a meterse en la cama, hacerle otra vez el amor y dormirse con Ness entre sus brazos.

Pero prevaleció el sentido común, que le recordó que aquello no sería producente, al menos ahora mismo. La cruda realidad era que ya casi habían dado las dos de la madrugada y él tenía que volver a casa de Stephen. No había hablado con su hermano durante todo el día. Eso le hacía sentir intranquilo. Por no hablar de que no quería que Brian se despertara, no lo encontrara en casa y probablemente diera por sentado que se había ido de nuevo a Manhattan. Aquello era lo último que necesitaba el pobre chaval. Ya tenía suficiente inestabilidad con la que lidiar. Y, como guinda final, cuando Brian viera que su tío no se había marchado, pero que había pasado la noche en otro lugar, se le ocurrirían un millón de preguntas... preguntas que Zac no estaba ni remotamente preparado para responder.

Además, Ness tenía que estar en forma para impartir sus clases por la mañana. De momento, por así decirlo, él la había agotado. Si se quedaba allí, Ness no dormiría ni un minuto. Zac era incapaz de no tocarla.

Volvió la mirada a la cama de nuevo mientras se acababa de abrochar los botones de la camisa y se quedo muy quieto, contemplando cómo dormía Ness. La noche había traído mucho más de lo que él esperaba. Las cosas se habían descontrolado por completo. Él, de hecho, se había descontrolado por completo. Para alguien acostumbrado a ser el amo de la situación, aquella era una inquietante primera vez. Como bajar una montaña rusa sin freno.

Había luego otro asunto, uno que había aparecido en la mente de Zac más de una vez desde que se había dado cuenta de que la experiencia sexual no era limitada sino nula. Era el tema de la protección. No había utilizado nada para tal fin, ni en una sola ocasión, en todas las largas horas que ambos habían pasado en la cama. Otra inquietante primera vez. Zac se había comportado de forma estúpida e insensata y, lo que era peor, no había hecho nada por corregirlo.

Tendrían que hablar de aquello. Enseguida, al día siguiente, antes de que llegara otra noche y ambos volvieran a perder el juicio.

Se inclinó sobre la cama y besó suavemente a Ness en la comisura de los labios. Ella emitió un dulce gruñido y se giró hasta quedar echada de espaldas. Zac la besó de nuevo, esta vez con mayor intensidad.


Los párpados de Ness temblaron un poco y se abrieron lentamente.

Ness: ¿Zac? -Parecía aturdida y confusa-.

Zac: Es tarde -murmuró contra sus labios entreabiertos-. Tengo que irme. Si no, tendrás que explicarle a Brian dónde ha pasado su tío la noche.

Ness sonrió y le devolvió el beso con un suspiro, asintiendo de mala gana.

Ness: Tienes razón. ¿Qué hora es?

Zac: Son casi las dos. -La arropó con la manta, más como si se impusiera una barrera a sí mismo que para ella. Tan solo deseaba volver a meterse en aquella cama, hundirse en Ness y mandar el mundo entero al infierno-. Sigue durmiendo. Te llamaré mañana.

Ness: Sí -repuso entornando los ojos-. ¿Podrías poner marcha la alarma del despertador? -murmuró-.

Zac alargó la mano hacia el reloj radio-despertador y así lo hizo.

Zac: Ya está. Y cerraré la puerta al salir. ¿Algo más?

No hubo respuesta.

Zac esbozó media sonrisa. Ness se había vuelto a dormir. Salió del dormitorio, cogió su chaqueta y se dirigió a la puerta. Al llegar al coche, se sacó el móvil del bolsillo, lo conectó y miró si tenía algún mensaje.

Había cinco. Todos de Stephen. Todos desesperados.

Salió zumbando del aparcamiento y se puso en camino, todavía escuchando cómo su hermano le suplicaba que lo llamara.

Cuando llegó a la casa, había un silencio total. No el silencio que puede esperarse a las dos y media de la madrugada, sino un silencio extraño, como si la casa estuviera en trance, en lugar de dormida. El piso de arriba estaba oscuro como ala de cuervo, lo que significaba que Stephen estaba en algún lugar de la planta de abajo.

Zac fue de habitación en habitación, asomándose en la oscuridad, buscando a su hermano. No quería llamarlo, por no despertar a Brian. Pero cada vez se sentía más y más inquieto.

Llegó a la salita de estar y se detuvo. Solo se veía la luz de una lámpara de mesa. Y, junto a la pequeña zona iluminada, vio que Stephen estaba tumbado en el sofá, con uno de los brazos cubriéndole los ojos, como si hubiera caído en un odioso, preocupado y, muy probablemente, ebrio sueño.

Zac: Stephen.

Su hermano se despertó sobresaltado en cuanto Zac pronunció su nombre. Se incorporó trabajosamente hasta quedar sentado y se restregó los ojos.

Stephen: Zac, ¿qué hora es?

Zac: Las dos y media.

Stephen: ¿Dónde has estado? ¿Y por qué no funciona tu móvil?

Zac: Estaba ocupado. Y lo he apagado. -Encendió otra luz. Luego, se acercó al sofá, con la intención de hacer desaparecer los efectos etílicos que nublaban la mente de su hermano-. ¿Qué ha Pasado? ¿Brian está bien?

Stephen: Eso depende de lo que quieras decir con bien. -Se levanto y apartó a Zac con un vago gesto de su mano-. Estoy totalmente sobrio. No he probado ni una gota en toda la noche. He estado demasiado desesperado para pensar en beber.

Una gélida premonición recorrió el espinazo de Zac.

Zac: ¿Por qué?

Stephen: Se han ido. -Su expresión reflejaba sufrimiento-. Nancy se ha ido, Y se ha llevado a Brian.

Zac: Se ha ido... ¿Quieres decir que te ha dejado? -Estaba completamente boquiabierto-. Eso es imposible. Los he visto a la hora de comer. Nancy había llevado a Brian al médico. No tenía ningún plan para el resto del día, excepto administrarle las dosis de antibiótico a vuestro hijo y ver vídeos con él.

Stephen: Eso era entonces. -Se pasó una nerviosa mano por el pelo-. Después han pasado muchas cosas.

Zac: Te he llamado a la oficina dos veces. Celeste me ha dicho que estabas ocupado.

Stephen: Lo estaba. Intentaba encontrar un modo de atrapar a Philip Walker. Por desgracia, él me ha atrapado antes a mí. -Le contó a Zac los sucesos de aquella tarde... la nota y el paquete recibidos por Nancy, su llamada urgente y la dura discusión que había seguido-.

Zac: Maldita sea -murmuró-. Walker es un condenado bastardo. Dejar la gorra de Brian en tu puerta y meterle el miedo en el cuerpo a Nancy para tenerte atrapado... eso pasa de la raya. En cuanto a la reacción de tu mujer, eso no debería de ser una sorpresa. Tendrías que haberle contado toda la historia anoche.

Stephen: Yo tendría que haber hecho un montón de cosas, pero no las hice. -Resopló-. Sea como sea, cuando me ha llamado estaba totalmente histérica. De entrada, me ha lanzado a gritos toda clase de acusaciones... justificables de la primera a la última. Después, se ha serenado. Demasiado. Me ha dicho que habíamos terminado. Y ha colgado. Debería de habérseme ocurrido que podría hacer algo así. Pero mi único pensamiento era encontrar un modo de proteger a Brian. Me he pasado las horas siguientes al teléfono, con el investigador que he contratado. Se está moviendo lo indecible para conseguirme información sobre Walker... y entregármela ayer, si es posible. Además, tiene un colega que trabajaba en vigilancia policial. He hablado con él a media tarde y lo he contratado para que vigilara a Brian. Después, he venido a casa. Y he encontrado esto.

Le alargó a Zac un pedazo de papel.

Zac cogió la nota de Nancy y le echó una atenta ojeada.


Decía que ella y Brian estaban bien, pero que ella había llegado al límite tanto por lo que se refería a la tolerancia ante la compulsión de Stephen, como por lo concerniente a su temor por la vida de Brian. Decía que se había llevado a Brian a un lugar seguro, que se pondría en contacto y que ella y Stephen decidirían los detalles de sus respectivos futuros después, y solo después, de que el asunto Walker se hubiera acabado y Brian ya no estuviera en peligro.

Con un suspiro de preocupación, Zac le devolvió la nota a Stephen.

Zac: Buscarlos sería una mala idea. Llamaría la atención en demasiada gente, incluido Walker. Eso expondría a Brian a riesgos aún mayores. Además, Nancy no quiere que los encuentres. La amenaza a Brian es algo totalmente inesperado y brutal. Y la ha desquiciado.

Stephen: Sí. -No discutió las palabras de su hermano. Él también parecía bastante desquiciado-. Pero no es el estado de Nancy lo que me ha frenado de salir a buscarlos. Mi primera reacción ha sido la de llamar a todas las personas que conocemos, a todos los parientes de Nancy, hasta encontrar una pista sobre su paradero. Lo que me ha frenado ha sido lo que tú has dicho sobre que llamaría demasiada atención. Si yo iniciara una búsqueda, la prensa se enteraría y Walker también. No puedo dejar que suceda eso. Tengo que proteger a mi familia, incluso si eso significa volverse loco mientras. Que es, precisamente, lo que he estado haciendo: pasear arriba y abajo por toda la casa, rompiéndome los sesos, intentando encontrar otra alternativa. Y llamarte a ti. Quería tu opinión. Quizá tan solo deseaba oír otra voz humana, una en la que pudiera confiar. No tengo ningún otro sitio donde acudir. Por Dios, Zac, todo se está viniendo abajo... -Se le quebró la voz-. No había oído a Nancy hablar de ese modo jamás. Como una extraña, casi como un fantasma. Me he asustado mucho. Y cuando he llegado a casa y he visto que ella y Brian habían desaparecido... -Le costó tragar saliva-. Por muy mal que fueran las cosas, jamás creí realmente que ella me dejaría. Supongo que he sido un estúpido e insensible mentecato.

Zac: Yo no diría tanto. -Pensaba a toda velocidad, preocupado por Stephen, por Brian y Nancy; por la situación con Walker-. A veces hace falta que nos echen un cubo de agua fría para que abramos los ojos. Tú quieres a tu mujer. Te olvidaste de ello. Ahora lo has vuelto a recuperar. Una vez que ella haya vuelto, tendrás que demostrárselo. No va a ser fácil. Necesitarás ayuda profesional... tanto para tu problema con las apuestas como para tu matrimonio. Si lo aceptas, creo realmente que puedes arreglar las cosas. Pero Stephen, sea como sea que acabe tu matrimonio, Nancy jamás alejará a Brian de ti. No una vez que esté segura de que el niño está a salvo. Tú eres su padre, y un buen padre, desde luego. Nancy lo sabe. Traerá a Brian de vuelta.

Stephen asintió con la mirada fija en la alfombra. De repente, levantó la cabeza y miró a Zac a los ojos con los suyos llenos de lágrimas.

Stephen: Yo lo dejaría todo, ¿sabes? -dijo, en voz baja-. Si eso significara mantener a salvo a Nancy y a Brian, llamaría a la policía, asumiría mis culpas y tiraría por la borda todo mi futuro político. Pero no tengo ninguna prueba de que Brian esté en peligro, ni de que haya sido Walker el que ha enviado ese paquete. Lo único que tengo es mi palabra de que él me está chantajeando. Eso es suficiente para una investigación y un escándalo. Pero no para una condena. Sabemos que Walker dispone de hombres por ahí: los que me pegaron la paliza. ¿Qué pasa si se pone furioso y envía a sus matones a perseguir a Brian para castigarme a mí? Es un riesgo demasiado grande.

Zac miró fijamente a su hermano. Oía a un Stephen distinto, a un hombre que deseaba de verdad confesar su debilidad y pagar el precio que fuera. Un hombre que lo sacrificaría todo por su familia. Quizás había esperanza, después de todo.

Zac: Estoy, de acuerdo contigo -replicó-. Llamar a la policía a estas alturas sería un error. No tenemos nada concreto que denunciar y podríamos enfurecer a Walker. Lo único que conseguiríamos, como mucho, es que el escándalo se comiera viva a nuestra familia. No. A mí me parece que Nancy se ha ido para apartar a Brian de la línea de fuego. Utilicemos ese tiempo para cazar a Walker.

Stephen: ¿Tiempo? ¿Qué tiempo? Walker espera que yo le dé una respuesta el jueves -le recordó amargamente-.

Zac: Lo sé. -Sentía literalmente cómo pasaban los minutos-. ¿No hay nada que puedas decirle para conseguir que, de momento, la situación llegue a un punto muerto? ¿Algo que él aceptara?

Stephen: Walker tan solo entiende un lenguaje: el chantaje.

Zac: Muy bien. Pues háblale en su idioma.

Stephen le dedicó a su hermano una irritada mirada.

Stephen: ¿Qué es lo que crees que he estado intentando hacer durante estos dos últimos días?

Zac: No estoy hablando de descubrir algo sobre Walker. Estoy hablando de decirle que intentas descubrir algo sobre otros... por ejemplo, dos de los miembros del consejo.

La irritación se transformó en comprensión.

Stephen: Lo que me dices es que debería hacerle creer que estoy investigando el pasado de esos dos consejeros y que estoy a punto de airear algún trapo sucio que ellos preferirían mantener en secreto.

Zac: Exacto. Lo suficientemente comprometido para que su voto se decante por tu propuesta. Es una técnica con la que Walker puede sentirse identificado.

Stephen asintió lentamente.

Stephen: Podría dar resultado. Al menos, el tiempo suficiente para proporcionarme unos cuantos días más.

Zac: Con un poco de suerte, eso es todo lo que necesitaremos. -Se frotó la mandíbula-. Has dicho que has contratado a un investigador privado. ¿Quién es?

Stephen: El mismo tipo que papá contrató para investigar a Braxton. No le he dado muchos detalles, por si le es más leal a papá que a mí. Solo los básicos, más que suficientes para llevar a cabo su tarea. En cuanto al tipo de la vigilancia, solo sabe que alguien me ha lanzado un par de amenazas, mencionando claramente a mi hijo. Tampoco con él entré en detalles.

Zac: Una decisión inteligente. Por mi parte, yo entraré en mi propia red de contactos en cuanto empiece a amanecer. Son discretos. Investigarán la compañía de Walker. -Frunció el ceño-.

Hablando de papá: llegará dentro de unas treinta horas. Tenemos que decidir qué le contamos.

Stephen: No quiero que sepa nada acerca de Walker -repuso muy decidido-.

Zac: Sí, está claro. Pero ya conoces a papá, tiene el instinto de un zorro. Se dará cuenta de la tensión en cuanto entre por la puerta. Además, tendrás que explicarle dónde están Nancy y Brian. -Se quedó pensativo durante unos instantes-. Nos inventaremos algo. Unas vacaciones, quizás, o un viaje para visitar a los parientes de Nancy. Esa historia resultará creíble para todo el mundo, incluida la prensa. Nadie sabe que Brian está enfermo, así que no les extrañara que Nancy se lo haya llevado... -De repente, se dio cuenta de algo y se detuvo en seco-. Mierda.

Stephen levantó la cabeza como movido por un resorte.

Stephen: ¿Qué pasa?

Zac: Ness. ¿Qué le digo a ella? Sabe que Brian tiene una infección de oído. Supone que está en casa, recuperándose, y que volverá a la escuela en un par de días como máximo.

Stephen: Estupendo. -Meneó la cabeza, desanimado-. Ahora también tengo que preocuparme por Vanessa Hudgens. Bien. Iré a verla mañana, le diré que la infección fue una falsa alarma, que después de todo resultó no ser tal. Le contaré la historia de las vacaciones. Le diré que Nancy se ha llevado a Brian para aliviarlo de la tensión a la que ha estado sometido por la campaña electoral. Eso debería tranquilizarla, ya que está tan preocupada por él.

Zac: No funcionará.

Stephen: ¿Por qué demonios no iba a funcionar?

Zac: Porque Ness sabe perfectamente que el dolor de oído de Brian es una infección.

Stephen: ¿Cómo? Tú la has visto esta mañana. Nancy aún no había llevado a Brian al médico...

Zac: La he vuelto a ver por la noche.

Stephen: ¿Por la noche? ¿Cuándo? Pensaba que volvías de una reunión de negocios que se había alargado.

Zac: Yo no he dicho eso. Solo he dicho que he estado ocupado y que he desconectado el móvil.

Stephen procesó las palabras de Zac y, por primera vez, le dedicó a su hermano una mirada directa y serena.

Stephen: Vaya -comentó, fijándose en las arrugadas ropas de Zac-. No me había dado cuenta de hasta qué punto te importa.

Zac: Sí, yo tampoco me había dado cuenta. -Ni siquiera intentó disimular. Su hermano no era estúpido. Además, su mente volvía a pensar a toda velocidad-. Ness se va a preocupar mucho cuando se entere de que Brian se ha ido. No pienso echar más leña al fuego mintiéndole acerca de los motivos que hay detrás de su desaparición. Me limitaré a decirle que es un asunto personal y a pedirle que colabore. Eso es lo que voy a tener que hacer.

Stephen: Pero, ¿aceptará ella? Si les comenta cualquier sospecha a sus superiores, o si Cheryl Lager aparece de nuevo en su puerta y le insiste demasiado...

Zac: Ness no dirá nada.

Stephen le dedicó a su hermano una mirada interrogativa.

Stephen: ¿Por sus sentimientos hacia ti?

Zac: No, por sus sentimientos hacia Brian. En cuanto a mí... -Soltó una risita sin pizca siquiera de humor-. Cuando le cuente todo esto, probablemente me atice un puñetazo.


miércoles, 26 de octubre de 2011

Capítulo 17


18.05

Zac tuvo una cita de última hora en cl centro de Manhattan. De ahí, condujo directamente hacia el apartamento de Ness.

Había intentado localizar a Stephen dos veces, pero en ambas ocasiones Celeste le repuso que estaba encerrado en su despacho y no se lo podía molestar. No cabía duda, estaba intentando encontrar una solución a la catástrofe que él mismo había provocado. Era lo mejor que podía hacer.

Por el bien de todos.

Entró en el vestíbulo del edificio de Ness, pulsó el botón del portero automático, se anunció y centró luego su atención en la velada que tenía por delante. Si la desconfianza mostrada por Ness anteriormente era indicativa de algo, la tarea que le esperaba le venía como anillo al dedo. Bueno, eso estaba bien. Fuera un reto o no, Zac no tenía intención alguna de dejar cosas pendientes. No cuando tenía una idea muy clara de cuál era el final.

Agarró la manija de la puerta y esperó el zumbido de respuesta del intercomunicador. Sonó.

Abrió la puerta, cruzó el vestíbulo a zancadas y subió las escaleras. En su apartamento, Ness se echó el último vistazo en el espejo de cuerpo entero del recibidor. Llevaba una blusa de seda estampada en azul cálido y malva y unos pantalones azul oscuro. Iba ligeramente maquillada y con el pelo suelto, suavemente ondulado sobre la espalda. El efecto global era bastante parecido a lo que ella buscaba. Sencillo, pero favorecedor. Ni demasiado remilgado ni demasiado informal. Un atuendo que servía para cualquier ocasión.

Lo que era perfecto, porque Ness no tenía ni idea de cómo acabaría la noche. Solo sabía que Zac y ella tenían un montón de trabajo por hacer si iban a seguir viéndose…

Acababa de darle la espalda al espejo cuando Zac llamó a la puerta.

Se colgó una chaqueta del brazo, respiró hondo, se acercó a la entrada y abrió.

Ness Hola.

Zac: Hola. -La miró rápidamente de arriba abajo y no hizo nada por disimular su aprobación-. ¿Estás lista?

Ness: Sí. -Salió al rellano y cerró la puerta con llave tras ella-. ¿Dónde vamos a cenar?

Zac: Pensaba ir a aquel pequeño restaurante francés junto al lago. Hacen una quiche deliciosa, tienen un pan estupendo y un vino excelente. Después, quizás vayamos a dar un paseo. Hace una noche encantadora... no demasiado fría. Y tenemos mucho sobre qué hablar.

Ness asintió.

Ness: Eso suena a muy buena idea. -Fijó la mirada en el traje de Zac y luego le dirigió otra a él, interrogante-. ¿Voy lo suficientemente arreglada?

Zac: Vas perfecta. Yo he venido directamente de una reunión. -Le cogió la chaqueta del brazo y la sostuvo mientras ella pasaba los brazos-. Vámonos.

El trayecto en coche fue tranquilo. Muy tranquilo, con una palpable tensión de fondo. Tan solo intercambiaron unos cuantos comentarios de cortesía, referidos a asuntos tan mediocres como el tiempo y los titulares del día. Afortunadamente, el trayecto era corto, así que los silencios no se hicieron insoportables.

En la cena se mostraron más habladores. Pero la tensión seguía allí, emergiendo de un montón de temas que necesitaban ser discutidos. Hasta que esa discusión tuviera lugar, la tensión no iba a desaparecer.

Zac fue el primero en enfrentarse al reto. Mientras tomaban café se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre la mesa y atacó el tema principal... o, al menos, el que no les permitía entrar en los otros.

Zac: Mira, Ness, te estás muriendo por hablar de Brian y averiguar cómo están las cosas. No va a haber ningún momento oportuno para hacerlo. Así que agarremos el toro por los cuernos y hablemos del asunto para poder acabar con él y seguir con nuestra velada. ¿Te parece bien?

Un destello de sorpresa cruzó el rostro de Ness.

Ness: Me parece bien.

Zac: Perfecto. Y no pongas esa cara de sorprendida. Ya te lo dije, puedo ser muy directo. Creía que ya te habías dado cuenta la otra noche, en tu apartamento.

La sola idea de la situación a la que Zac estaba aludiendo la acaloró.

Ness: Me di cuenta. Y también recuerdo haber estado bastante directa.

Zac: Directa, pero ambigua -modificó-.

Ness: Con razón. -No lo negó-. Ese beso, aparte de lo que fuera preliminar, me abrumó. No espero que lo entiendas. Como ya te dije, tú y yo somos muy diferentes.

Zac: En algunos sentidos. No en otros. No te engañes: yo me aturdí tanto con ese beso como tú. La diferencia es que yo no tuve miedo.

Ness: Bien. Sigues corrigiéndome.

Zac tensó un poco la mandíbula y Ness casi pudo ver cómo su maquinaria mental se ponía en marcha mientras decidía si seguir o no profundizando en el tema.

Ella tomó la decisión por él.

Ness: Creo que nos estamos avanzando a nosotros mismos. Tenemos temas básicos de los que hablar antes de empezar a analizar la química que existe entre los dos.

Zac: ¿Estás segura de eso?

Ness: Zac...

Zac: De acuerdo. -Interrumpió la protesta de Ness con un vago gesto de su mano-. Lo haremos a tu manera. Volvamos al tema principal: Brian. -Su tono se modificó levemente, se tornó poco íntimo, más práctico-. Entiendo perfectamente lo que te pasa la cabeza, Ness. Te preocupas por mi sobrino. Es un niño muy especial. Te preocupas porque lo ves pasando por una época difícil. Estás lo suficientemente preocupada para alertar a sus padres. Y diste por sentado que yo me pondría furioso contigo por hacerlo. Te equivocaste. Cierto, yo te pedí que no acudieras a Stephen y Nancy, pero tú me dejaste bastante claro que si las cosas se nos iban de las manos tenías la intención de hacer exactamente eso. Fuiste sincera. Incluso me diste un aviso antes de llamarlos. Así que, al contrario de lo que tú creías, yo no me enfadé. Lo habrías averiguado si me lo hubieras preguntado. La próxima vez, asegúrate de los hechos antes de cancelar una cita conmigo, ¿de acuerdo?

Ness dejó su taza sobre la mesa, asintiendo lentamente.

Ness: Parece justo.

Zac: Lo es. Y volviendo a tu interés por Brian, lo encuentro admirable. Más que admirable. Creo que es poco frecuente y muy emocionante. Lo digo en serio. -Enarcó una ceja, interrogante-. ¿Tienes alguna duda sobre lo que he dicho hasta ahora?

Ness: No... al menos, no aún.

Zac: Bien. En ese caso, vayamos a la parte espinosa del asunto. Sí, tu llamada pilló a Nancy en un mal momento ayer por la noche pero, te lo aseguro, ella se tomó tu mensaje muy en serio. Y Stephen también. Tienen la intención de hacer lo que sea necesario para ayudar a su hijo. La felicidad de Brian es lo primero. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Todo se arreglará. Mientras, el pobre chiquillo tiene una infección de oído. Cuando lo he visto, a primera hora de la tarde, parecía estar agotado. Pero está tomando un antibiótico, así que pronto se pondrá bien. Física y emocionalmente. Sus padres se asegurarán de ello. -Se inclinó un poco más hacia delante, clavó la mirada en la de Ness y no la apartó-. ¿Te parece lo suficientemente sincero mi discurso? ¿O todavía estás convencida de que miento?

Ness frunció el ceño.

Ness: Nunca te he acusado de mentir, Zac. Solo de contar verdades a medias. Y no sobre Brian. Solo sobre cómo está afectando su vida la presión, sea cual sea, bajo la cual está su padre. Ya sé que piensas que soy una entrometida...

Zac: Eso es otra cuestión -la interrumpió-. Estás diciéndote constantemente lo que yo pienso de ti. Y en general te equivocas. -Alargó el brazo sobre la mesa, capturó la mano de Ness y entrelazó lenta y deliberadamente sus dedos con los de ella-. No pienso que seas una entrometida. Pienso que eres complicada. Hay partes de ti que guardas celosamente ocultas. El resto es un libro abierto... un libro con una cubierta tan preciosa que la mitad de los hombres que asisten a los partidos de la Liga Infantil están pendientes de ti. Créeme, yo soy uno de ellos. Pienso que eres sincera, generosa y sensible, y que te saca de tus casillas que los demás no lo sean. También pienso que eres apasionada... y no me refiero tan solo al trabajo. Ser maestra resulta una vía de salida segura para tu pasión. Hay otras vías que no son en absoluto tan seguras. Yo, por ejemplo. O, mejor dicho, nosotros. Lo que pasa entre nosotros te da muchísimo miedo.

Ness: Vaya. -Respiró profundamente-. Eso es todo un análisis. ¿Estás seguro que no eres tú el que se graduó en psicología?

Zac sonrió de medio lado, lentamente.

Zac: No, yo soy el inversor de sangre fría que dedica todas sus energías a amasar dinero.

Ness: No todas tus energías, al parecer.

Él se rió.

Zac: No, no todas. -Acarició la palma de la mano de Ness con el pulgar-. Bueno. Ahora que hemos despejado el ambiente, ¿todavía no estás segura de si te gusto? ¿O de confiar en mí?

Ness no pudo ignorar la descarga de suave placer que la recorrió ante aquel roce. Deseó poder separar sus reacciones involuntarias hacia Zac de su más racional línea de pensamiento.

Sabía que la explicación que él acababa de darle sobre Brian tan solo tocaba ligeramente la punta del iceberg. Pero, ¿y qué? Superficiales o no, sus palabras eran sinceras. En cuanto al resto... bien, puestos a decir, ella no tenía ningún derecho a esperar que Zac le contara abiertamente los asuntos privados de su familia. Y más aún: ¿era la decisión de Zac de no contárselo todo lo que la asustaba, o era algo más fundamental como el miedo que él había descrito momentos antes?

Zac: ¿Ness? -la urgió-.

Ella respiró lentamente, no sin cierto temblor.

Ness: En este preciso instante, no estoy segura de nada... lo cual, al parecer, se está convirtiendo en un hábito, cuando estoy cerca de ti.

Zac: Me gusta como suena eso.

Ness: Yo no estoy segura de que me guste a mí.

El pulgar de Zac se detuvo y sus dedos se entrelazaron con los de Ness.

Zac: Salgamos a dar un paseo.

Aquella frase podría muy bien haber sido una invitación para ir a la cama, de tan íntimo que resultó el tono. Y Ness estaba muy lejos de ser inmune. Pero también quería salir a pasear, por motivos que no eran solamente los románticos. Necesitaba hablar con Zac, ver qué lo preocupaba o ponía en guardia, y comprender también qué la preocupaba o ponía en guardia a ella.

Asintió, pues retiró un poco la silla y se puso en pie.

Zac: Vamos.

Salieron del restaurante tan callados como habían entrado y con la misma tensión de fondo, aunque esta vez el origen era el deseo en lugar de la incomodidad.

El lago estaba muy tranquilo y la luz de la luna resbalaba sobre él como un velo dorado. Un estrecho sendero recorría todo su perímetro, muy cerca de la orilla, rodeado a ambos lados por arbolillos jóvenes.

Zac le ofreció el brazo a Ness y ambos se alejaron del restaurante. La soltó cuando llegaron al sendero y empezaron a pasear, uno junto al otro, conscientes de sus respectivas presencias, aunque no hicieron ningún gesto por volver a rozarse.

Esta vez fue Ness la que rompió el silencio.

Ness: Tenías razón. Me muero de miedo.

Zac: Lo sé. -Aminoró la marcha y se concentró en la esencia de la conversación-. Lo que no sé es por qué. Tú y yo somos diferentes. De acuerdo, muy bien. ¿Por qué es eso un impedimento? ¿Acaso todos los hombres de tu vida se parecían a ti? Desde luego, Andrew Matthews no es en absoluto como tú.

Ness: Andrew no ha estado nunca realmente en mi vida, así que eso no importaba. Además, yo no os pondría a vosotros dos en la misma categoría, exactamente.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Tú eres un Efron.

Zac: Brian también. Y tú no le tienes miedo.

Ness lo miró un instante.

Ness: Muy divertido.

Zac: No pretendo ser divertido.

Ness: Yo tampoco. Estoy siendo sincera. Tú eres todo un personaje, no solo alguien con una brillante y poderosa carrera. Para mí, es nuevo... e intimidante.

Sin previo aviso, Zac se detuvo en seco, se volvió hacia ella y la agarró por los hombros.

Zac: ¿Me tienes miedo por mi apellido? ¿Porque en los periódicos se dice «de tal palo, tal astilla» cuando se refieren a mí? ¿Porque mi padre construyó una dinastía financiera?

Ness no esperaba una respuesta tan impulsiva. Zac parecía estar furioso, como cuando Cheryl Lager había puesto en duda su integridad.

Ness: Tú también has construido una especie de dinastía propia -le recordó-.

Zac: ¿Y en qué te basas para afirmar eso?

Ness: Zac, no se trata de tu apellido o tu dinero. Se trata de todo: quién eres, cómo te educaron, tu visión de la vida. Tú crees que el idealismo es una estúpida pérdida de tiempo. Yo creo que es la única salvación que tenemos.

Zac: Quizá tengas razón. Quizá lo es. Quizá me he relacionado con las personas equivocadas durante demasiado tiempo. Quizá conocerte haya cambiado eso. -Sus dedos acariciaron los cabellos de Ness, enredándose en ellos, y él la atrajo hacia sí, la hizo levantar el rostro hacia el suyo-. Maldita sea, Ness, la vida no viene en pequeños paquetitos claramente clasificados. Hay sorpresas. Nosotros somos una de esas sorpresas. Así que deja de levantar muros para que esto no suceda. Porque no puedes evitarlo. Ninguno de los dos puede.

Inclinó la cabeza, posó los labios sobre los de ella y la besó con la misma ausencia de preliminares que la última vez. Separó los labios de Ness con los suyos y su lengua se adentró a acariciar la de Ness en una ardiente caricia que acabó con toda conversación.

Aquel momento había estado alimentándose desde el sábado y, de repente, ya no importó nada más... no solo para Zac, sino también para Ness. Ella se descubrió a sí misma gimiendo, devolviéndole el beso con el mismo frenesí y agarrándose de las solapas de la chaqueta de Zac para pegarse a él y no perder el equilibrio. Zac no se sintió plenamente satisfecho con solo aquello. La cogió de los brazos se los colocó rodeando su cuello y la estrechó aun más hacía sí con el movimiento.

El beso estalló. Ness era una masa de terminaciones nerviosas, sus labios se agitaban salvajemente bajo los de Zac y todo su cuerpo temblaba mientras el ansia crecía más y más en su interior. Percibido de modo bastante confuso cómo él la empujaba suavemente hasta que su espalda quedó apoyada contra un árbol y su cuerpo casi inmovilizado por el peso del de Zac. La palma de la mano de éste se posó sobre uno de sus senos y el pulgar acarició su pezón en vertiginosos círculos. Los músculos de Zac estaban tensos, su respiración se había convertido en roncos jadeos y, a través de las ropas de ambos, Ness notaba su erección contra el vientre. Aquella presión era deliciosa... pero no suficiente. Ness necesitaba estar aún más cerca, sentir más y más.

Con un desgarrado gritito de queja, empezó a retorcerse, intentando subir, intentando desplazar su cuerpo hasta la posición adecuada. Zac emitió un apagado sonido, en parte risa, en parte gruñido, agarró las nalgas de Ness, la levantó y la encajó contra su cuerpo. El mundo se detuvo.

Ness se quedó sin aliento y un sinfín de encendidas descargas recorrió su cuerpo. Fascinada, pegó aún más sus labios a los de Zac, se arqueó para arrimarse con mayor presión a él y levantó las rodillas para rodearle las caderas con las piernas. No le importaba nada más que el temblor, los estremecimientos que sentía en su interior, el deseo que crecía en espiral y que Zac debía calmar.

Él presionó su cuerpo contra el de Ness... una vez, dos...y luego se detuvo en seco y separó sus labios de los de ella para mirarla fijamente con los ojos relampagueando pasión.

Zac: Ness. -Su voz sonaba ronca, como si pronunciar aquel nombre fuera más de lo que sus fuerzas le permitieran-. ¡Ness!

Ella abrió los ojos. No sabía por qué Zac había escogido aquel momento para hablar, ni le importaba. Su cuerpo protestaba a gritos.

Ness: No -consiguió decir-. No pares.

Zac: No tengo intención de hacerlo. -Apoyó la frente en la de Ness-. Vayámonos de aquí.

Ness: ¿Qué?

Ness apenas era capaz de fijar la atención o la mirada.

Zac: Estamos en un restaurante junto a un lago. ¿Recuerdas?

De repente, Ness recordó. Parpadeó, echó un vistazo alrededor e intentó recuperar la orientación, la concentración. Estaban al aire libre, en público. Y ella había perdido el juicio por completo.

No tenía deseo alguno de recuperarlo.

Zac: No nos ha visto nadie -murmuró interpretando su silencio como cierto corte-. La entrada del restaurante está detrás de esos árboles. Estamos solos. -Tragó saliva, con el cuerpo aún rígido contra el de Ness-. No cambies de opinión. -Era mitad orden, mitad súplica-. Por el amor de Dios, no lo hagas.

Ness sentía su interior tenso y tembloroso. Sus piernas y sus brazos parecían haberse vuelto líquidos. Se preguntó si podría caminar. ¿Cambiar de opinión? Imposible.

Ness: No lo haré -repuso, con voz trémula-. No puedo.

Zac buscó su mirada durante un largo y febril instante. Debió de ver lo que necesitaba para convencerse, sin duda, porque aflojó su abrazo lo suficiente para que ella se deslizara hacia abajo y sus pies tocaran de nuevo el suelo. Luego, pasó un brazo por la cintura de Ness y la hizo apoyarse en él.

Zac: Vamos.

El trayecto hasta casa pareció ser un paseo entre neblinas. Ness no pensaba en nada más. De hecho, no pensaba en nada, excepto en su deseo. Zac redujo el tiempo del viaje a la mitad superando en treinta y cinco kilómetros el límite de velocidad y saltándose dos semáforos en rojo. Luego, desvió bruscamente el Mercedes para entrar en el aparcamiento del edificio de Ness y salió del coche casi sin haber apagado el motor. Ness saltó del asiento del acompañante con la misma rapidez y con las llaves ya en la mano.

Era la segunda vez que ambos entraban en el apartamento sin encender la luz. Solo que ahora Zac echó el cerrojo de la puerta tras de sí, miró a Ness con ojos encendidos, con una mirada casi de depredador.

Zac: Sé que dije que esperaría hasta el sábado. No puedo.

El corazón de Ness palpitaba con fuerza contra sus costillas.

Ness: Yo tampoco.

Con un solo movimiento, Zac se quitó la chaqueta, la dejó caer a un lado y se acercó a Ness.

Zac: ¿Dónde está el dormitorio? -preguntó, con voz ardiente-.

Ella ladeó la cabeza para indicar hacia la parte trasera del apartamento.

Ness: Ahí.

Zac: Demasiado lejos. No estoy seguro de poder llegar. -La besó con un beso descaradamente carnal que despertó de nuevo el deseo de ambos, lo trajo de nuevo a la vida con mayor ímpetu, si cabe-.

Ness: Hay un sofá en la sala -logró murmurar señalando a su izquierda y temblando mientras Zac empezaba a desabrocharle la blusa-. Está mucho más cerca.

Los labios de Zac dibujaron un ardiente sendero desde la clavícula a la garganta de Ness.

Zac: ¿Qué es más grande, el sofá o la cama?

Ness: La cama.

Zac: En ese caso, conseguiré llegar. -Ya arrastraba a Ness pasillo abajo-. Por los pelos.

La blusa de Ness se perdió de camino al dormitorio y Zac ya se había deshecho casi del todo de la camisa y la corbata. Acabó de quitárselas con unos cuantos movimientos rápidos mientras devoraba con sus ávidos ojos a Ness, ante él, vestida tan solo con los pantalones y el sujetador. La mirada de Zac se hizo más penetrante cuando Ness se acercó a él, se desabrochó el sujetador y lo dejó caer al suelo. Él dio un paso más hacia ella y sus manos se deslizaron por los hombros de Ness hasta llegar a posarse sobre sus senos.

Zac: Me vuelves loco -murmuró, absorbiendo por las palmas de sus manos los pequeños temblores de placer de ella. La besó en el cuello, acariciándole los pezones con los pulgares y sintiendo cómo éstos se endurecían bajo su roce. Ella se arqueó y, con ese involuntario movimiento, sus senos se presionaron contra Zac y sus pezones rozaron la velluda superficie de su torso. Tanto él como Ness se quedaron inmóviles-. Dios mío. -Contuvo el aliento y rodeó a Ness con un brazo para atraerla aún más hacia sí-. Quizá tenías razón. -Refregó el torso contra el de ella, y tembló ante el placer resultante- Quizá deberíamos morirnos de miedo.

Ness: Mm -murmuró, perdida entre sensaciones. Imitó el movimiento de Zac, solo que muy lentamente, paseando sus senos por el torso de él de un modo que acentuaba cada trémulo matiz-. Quizá deberíamos, sí.

Algo pareció detonar repentinamente en el interior de Zac

Un intenso temblor estremeció su cuerpo. Agarró a Ness por los brazos y se separó de ella por la fuerza.

Zac: Tienes treinta segundos para meterte en esa cama.

Ness: Solo necesito veinte.

Ness se desabrochó el botón de los pantalones. No tenía ni idea de quién era aquella mujer, pero sí sabía lo que quería. Y si no lo tenía pronto, se iba a morir.

Zac fue el primero en quedar completamente desnudo, y derribó a Ness sobre la cama, metiendo los dedos por la cinturilla de sus medias y bajándoselas hasta quitárselas.

Zac: Por fin -dijo, con voz ronca, separándole ya las piernas. Cubrió el cuerpo de Ness con el suyo-. Ness, no voy a ir despacio. Esta vez no. Tengo que entrar en ti.

Ness asintió, tan ardorosa como él. Tampoco quería que fuera despacio. Quería a Zac. Contuvo la respiración cuando la mano de éste se deslizó hasta su entrepierna y sus dedos la abrieron, resbalaron hacia dentro, explorando su humedad y haciéndola lanzar un grito ahogado.

Ness todavía se estaba recuperando de aquel impacto cuando él le separó aún más las piernas y se colocó entre ambas

Su pene tentó la entrada al cuerpo de Ness, y luego comenzó a pasar al interior. Ella estaba más que preparada para recibirlo, y Zac se deslizó lentamente más y más adentro, ensanchándola y llenándola. Ness actuaba de puro instinto, y se arqueó para acogerlo con mayor profundidad, mientras abrazaba con las piernas sus caderas. Lanzó otro grito ahogado, un poco más largo y salvaje, y movió la cabeza a un lado y al otro mientras intentaba acelerar los movimientos de Zac.

Zac: Estás muy prieta -dijo jadeando, con los bíceps temblorosos del esfuerzo que estaba haciendo por refrenarse-. No... no quiero hacerte daño.

Ness: No me importa. -Cerró los puños sobre la base de su ancha espalda-. Zac, por favor.

Onduló su cuerpo contra el de él.

Dio resultado.

Zac deslizó las manos bajo el cuerpo de Ness, lo levantó para que pudiera recibirle con mayor facilidad y empujó hasta recorrer todo el camino hasta el fondo. Ella sintió su tensión, sintió que su cuerpo se ensanchaba para abrirle paso, pero nada de eso importaba. Lo único que importaba era apagar aquel fuego.

Zac murmuró algo incomprensible en tono ronco, gutural mientras luchaba por aminorar. Pero no podía, y Ness se negó a dejarle, también. Se retorció bajo su fornido cuerpo y la resistencia de Zac se quebró. Empezó a moverse con más furia, más rápido, y sus dedos se hundieron en la piel de Ness al tiempo que la arqueaba para que ella recibiera más y más de él.

El placer se desbordó, estalló en llamas, y Ness respondió, embestida a embestida, encontrando el ritmo de Zac y uniéndose a él. En su interior, un punzante dolor, como un zarpazo, se intensificaba con cada ataque, se le enroscaba en las entrañas, más y más, hasta que pensó que iba a morir.

Zac debió de percibir su urgente situación (y de compartirla), porque se agarró a la cabecera, se levantó un poco y se adentró aún más en Ness, penetrándola por completo y frotando un punto tan exquisitamente sensible que ella no pudo evitar gemir. Zac se retiró y repitió el movimiento, y Ness se oyó a sí misma gritar, su cuerpo se arqueó como la cuerda de un arco y luchó por aflojarse en una descarga. No podía soportar aquello, ya no. Y Zac tampoco, si su entrecortada respiración y sus movimientos frenéticos eran signo de algo.

Volvió a penetrarla y, de repente, ella explotó, y todas sus terminaciones nerviosas estallaron en mil pedacitos mientras su cuerpo se relajaba y tensaba alrededor del pene erecto de Zac. Él lanzó un grito ronco y se hundió en el clímax de Ness, hasta lo más profundo, y se mantuvo allí mientras sus contracciones lo estrechaban, lo precipitaban al abismo.

Zac llegó al orgasmo como una avalancha, y su cuerpo se sacudió bajo la conmoción mientras él se vaciaba dentro de Ness en poderosos espasmos de culminación. Presionó al máximo su pelvis contra la de ella, completamente perdido en las más intensas sensaciones físicas. Todavía movía las caderas cuando se desmoronó lentamente sobre Ness, sintiendo los pequeños estremecimientos posteriores al clímax que recorrían los cuerpos de ambos.

Ness se hundió en la cama. Las piernas le temblaban, tenía la mente aturdida de felicidad, el cuerpo saciado... no le habría sido difícil quedarse en aquella situación durante años enteros.

Zac pensaba en algo muy distinto. Ness seguía flotando cuando él se incorporó apoyándose sobre los codos y la miró.

Zac: ¿Estás bien? -Ella no respondió y él le acarició suavemente la mejilla-. Ness, mírame.

No sin esfuerzo, Ness abrió los ojos

Zac estaba sudado y exhausto, como si hubiera corrido un maratón. Pero su expresión era decidida y tenía el ceño fruncido en un gesto de preocupación.

Zac: ¿Estás bien?

Ness: Sí -logró responder con un hilo de voz-.

Conteniendo la respiración, Zac reunió fuerzas y salió de encima de ella. El aire de la habitación, fresco, rozó la ardiente piel de Ness, que tembló y buscó a tientas la manta.

Zac la encontró por ella, la atrajo hacia sí de un tirón y se detuvo un instante antes de cubrir ambos cuerpos con el edredón. Su mirada se clavó en la de Ness y su rostro, iluminado por la luz de la luna, tenía una expresión casi severa.

Zac: Eres tan condenadamente preciosa -murmuró con ronca satisfacción masculina-. Mereces que te hagan el amor durante horas. La próxima vez...

Sus propias palabras le recordaron lo que le preocupaba, y Zac frunció de nuevo el ceño mientras ambos se arropaban con la manta. Luego, se apoyó sobre un codo y se inclinó sobre Ness para mirarla a los ojos.

Zac: ¿Por qué no me lo has dicho?

Ella esbozó una débil sonrisa, sin ni siquiera intentar fingir que no entendía lo que él le preguntaba.

Ness: Porque no habría cambiado nada.

Zac: Por supuesto que sí habría cambiado. Yo me habría tomado más tiempo...

Ness: En ese caso, me alegro de no habértelo dicho. Yo estaba tan ansiosa como tú. Si hubiera pasado más tiempo, me habría muerto.

Él seguía con el ceño fruncido.

Zac: Te he hecho daño.

Ness: No, no me has hecho daño. Has estado maravilloso.

La expresión de Zac se suavizó y un destello de entrañable cariño brilló en sus ojos.

Zac: Tú también. -Le apartó unos mechones húmedos de la mejilla-. ¿Te importa decirme por qué?

Ness: ¿Por qué he estado maravillosa o por qué era virgen?

Él sonrió de medio lado.

Zac: La primera parte es innata. Te preguntaba por la segunda. ¿Se trata de tu idealismo, o de algo más?

Ella se encogió de hombros, sintiéndose de algún modo más insegura, más vulnerable que cuando sus cuerpos estaban unidos. Mantener aquella conversación mientras ambos paseaban alrededor de un lago era una cosa. Mantenerla mientras estaban tumbados el uno junto al otro, desnudos, después de hacer el amor, era otra, y completamente distinta.

Ness: Un poco de cada. Para empezar, mi virginidad nunca había sido un tema que me preocupara, antes de esta noche.

Él la miró fijamente, como si ella hubiera perdido el juicio.

Zac: Ness, eres absolutamente sorprendente. No, más que eso. Tienes un tipo de belleza natural, sin artificios, que no he visto en ninguna otra mujer. Tengo una erección con tan solo mirarte mientras animas en un partido de la Liga Infantil. ¿Qué demonios quieres decir con que tu virginidad nunca había sido un tema que te preocupara...? ¿Acaso todos los hombres que conoces son impotentes?

A pesar de la importancia del asunto que ella estaba a punto de compartir con Zac, Ness tuvo que reír.

Ness: Gracias... creo. En cuanto a los hombres que conozco, no, no son impotentes. No era por ellos, era por mí. Yo tardé en florecer. Ya te lo he dicho, yo era una niña delgaducha del montón. Y me convertí en una adolescente delgaducha del montón, muy lejos de ser un bombón. También te he dicho que me comportaba como un chaval. Vivía para mis lanzamientos y mis estudios. Excepto en verano, cuando me convertía en monitora de campamento. Me encantaba trabajar con críos. No recuerdo ninguna época de mi vida en que no quisiera ser maestra. En la universidad, me centré en psicología infantil y educación elemental. Mis estudios cada vez eran más especializados e intensivos. Luego, llegué a licenciarme y, bueno, ya sabes el resto. -Entrelazó los dedos sobre la manta y fijó la mirada en ellos-. Además de eso, siempre fui una persona bastante introvertida.

Zac: Me estás diciendo que no tenías demasiada vida social.

Ness: Exacto. Yo formaba parte del equipo universitario de softball y podría haber salido con aquella tropa... si hubiera querido. Pero si acababa de encajar en el grupo. Era demasiado tímida y una auténtica rata de biblioteca. -Una sonrisa irónica-. Estoy segura de que estudiar en Vassar tampoco le dio un impulso a mi vida social. No con mi padre de profesor allí.

Zac ladeó la cabeza, intrigado.

Zac: ¿Es tu padre realmente amenazador, o es solo del tipo protector?

Ness: ¿Amenazador? -Soltó una risita-. Ni por asomo. En cuanto a protector, sí, supongo que lo es... excepto cuando está en un aula, dando clase. Entonces, incluso si me abdujeran unos extraterrestres delante de sus narices, él ni se enteraría. Su trabajo lo absorbe realmente. Sea como sea, no es del tipo agresivo. Así que no ahuyentaba a los chicos con una escopeta. Huían ellos solos.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Prudencia académica. Para empezar, yo conocía a un montón de profesores del campus desde pequeña. Eso hacía que cualquiera que se juntara conmigo se sintiera como en una pecera. Y luego estaba el conflicto de intereses en cuanto a la lista de espera.

Zac: Me he perdido.

Ness: Te lo explico. -Deseó que el resto de la conversación fuera tan sencilla como aquella parte-. Mi padre es un hombre muy activo, que exhala vida en su trabajo. Cada semestre se abren plazas para sus cursos de filosofía y literatura y hay una lista de espera para ocuparlas. La mayoría de chicos imaginaban que ligar con la única hija del profesor Hudgens no parecía el mejor camino para ganarse su simpatía. -Volvió a encogerse de hombros-. No importaba. Nunca pensé en el resultado como en un sacrificio. Como ya he dicho, yo era una silenciosa ratita de biblioteca, no precisamente material para interesantes citas.

Zac la observaba con honda intensidad.

Zac: Te dejas algo -le dijo llanamente-. Algo que está en el mismísimo centro de todo el asunto y que es el motivo de tu decisión total de agarrarte a tu idealismo. ¿Qué es?

Ness se sobresaltó. Zac le había dicho que era muy bueno leyendo a la gente, pero ella no esperaba que fuera tan perceptivo, ni mucho menos.

Ness: Estoy impresionada -repuso, intentando mantener un tono desenfadado-. Eres muy astuto, para tratarse de alguien que no se ha entrenado.

Zac: Ness. -No iba a dejarse disuadir-. Según tú misma dices, en algunos sentidos no estabas protegida.

Ness: ¿Como cuáles?

Ness empezaba a ver cómo Zac había amasado sus millones.

Tenía intuición para detectar banderas rojas, escudriñar a través de ellas y descubrir los puntos esenciales que abordar. Y sabía exactamente qué buscar para obtener los resultados más provechosos. Quizá los inversores de Bolsa y las maestras de educación infantil tenían más en común de lo que ella era capaz de ver.

Fuera como fuera, aquel capítulo iba a ser el más duro para ella. No es que la historia fuera un secreto. Gran parte del asunto era de dominio público. Solo que Ness rara vez hablaba de ello y, cuando lo hacía, era con su madre y con nadie más. Meredith Hudgens comprendía mejor que ninguna otra persona. Había vivido de cerca la situación: primera, como confidente, y después como enfermera... no, más que enfermera, como una verdadera hada madrina que había visto los signos y había dado los pasos necesarios para acabar con el conflicto y empezar la sanación.

Zac: ¿Ness? -la insistió-. Dime lo que estás pensando.

Ella se giró para poder mirarlo a los ojos.

Ness: Estoy pensando cómo contestar a tu pregunta.

Zac: Con tanta sinceridad como has contestado todas las demás.

Ella asintió, decidida a exponer los detalles sin dejar de mantener un firme control sobre sus emociones.

Ness: Cuando era pequeña, tenía una amiga, mi mejor amiga. Gisele. Era una niña dulce y cariñosa. Cuando yo no estaba jugando a béisbol, éramos inseparables. Cerca del final del tercer curso, ella empezó a comportarse de un modo muy distinto... hosco y retraído, Mi madre lo notó antes incluso que yo. O quizá yo me había dado cuenta pero no lo entendía lo suficiente para ponerle un nombre. No lo sé. Sea como sea, los síntomas empeoraron. Mi amiga se volvió malhumorada, nerviosa e incluso colérica.

El semblante de Zac era ahora grave y Ness supo por su expresión que él había percibido lo que venía ahora.

De todos modos, se lo dijo.

Ness: Para no alargar la historia, resultó que el padrastro de Gisele estaba abusando de ella. Y no solo emocionalmente. La amenazaba con todo tipo de cosas horribles. Alguna vez, la pegaba. Y casi al final... -Tragó saliva, asqueada por lo que estaba a punto de decir- Casi al final, sus ataques se volvieron sexuales. La amenazó con matarla si ella se atrevía a contárselo a alguien. No es que ella tuviera, tampoco, a nadie a quien acudir. Su madre se refugiaba en una especie de rechazo de autoprotección. Su verdadero padre estaba en Europa con su secretaria de veinticuatro años. Gisele estaba aterrorizada y sola.

A Ness le falló la voz por un instante al pensar que la realidad le resultaba aún más terrible ahora, como adulta, cuando podía comprender la magnitud de lo que su amiga tuvo que soportar.

Ness: Gracias a Dios que intervino mi madre. Había sido enfermera pediatra hacía tiempo y reconoció los signos. Consiguió que Gisele se sincerara con ella. Luego, se puso en contacto con Protección de Menores. Hubo un juicio, un divorcio y un montón de trabajo de terapia. El padrastro de Gisele acabó en la cárcel, y Gisele acabó por vivir con su madre. Pero nunca volvió a ser la misma. Se marchó de casa en plena adolescencia y cortó cualquier lazo con su hogar. No la culpo.

Zac: Por Dios. -Parecía estar físicamente mareado-. No puedo siquiera imaginar... -Respiró lentamente y observó a Ness con renovado conocimiento-. Eso explica mucho sobre ti.

Ness: Estoy segura de ello. -Suspiró-. Como, por ejemplo, por qué me llevo tan bien con mis alumnos. O por qué quiero conservar todo el idealismo que pueda. Por qué mis principios me importan tanto. He visto el lado oscuro de la vida, Zac. No siempre le toca a quien lo merece. Así que tenemos que agarrarnos a las cosas buenas que nos vamos encontrando. Y a todos los sueños que están bajo nuestro control, sin soportar a menos que nos sea completamente imprescindible.

Zac: En especial, cosas como las relaciones personales.

Ness: Sí, en especial, cosas como las relaciones personales.

Ness no podía adivinar qué estaba pensando Zac. Era obvio que la comprendía. Pero cómo iba a reaccionar después de comprender su punto de vista ya era otro asunto.

Zac: ¿La experiencia de tu amiga te hizo tener miedo de los hombres?

Ness: ¿Sexualmente, quieres decir? No. -Meneó la cabeza-. Ni siquiera me di cuenta de la magnitud de lo que le había pasado a Gisele siquiera hasta que fui lo suficientemente mayor para enfrentarme a ello. Además, yo tenía un fantástico ejemplo de familia en casa. Papá es estupendo, como marido y como padre. Así que no, no metí a todos los hombres en el mismo saco que al padrastro de Gisele. Él era perverso, estaba desquiciado. Pero es una sola persona. No se trata de que yo tenga miedo a los hombres.

Zac: Se trata de no infravalorarte -ofreció-. Quieres tener una relación completa en lugar de solo sexo. Quieres confiar y que te guste la persona con la que te acuestas. Y quieres una perfecta compenetración de emociones y pensamientos, aparte de la física.

Ness: Por sentimental y anticuado que parezca, sí. -Buscó la reacción en el rostro de Zac. No parecía estar burlándose de ella. Aun así, deseó haber tenido aquella conversación antes... cuando todavía no se habían acostado juntos y los principios de idealismo de los que tanto hablaba Ness habrían sonado creíbles-. Como ya he dicho, hay pocas cosas en las que podamos soñar. Hacer el amor con un hombre al que quisiera era uno de mis sueños. No quería acceder, experimentar tan solo el sexo y no las emociones. Puede que suene ridículo, sobre todo después de que me haya ido a la cama contigo en la segunda cita, pero es la verdad. No tuve en cuenta la profunda atracción entre nosotros. Creí que primero se daría un encuentro entre mentes y corazones, y luego vendría la pasión. Supongo que fui una tonta.

Zac: ¿Y ahora te arrepientes?

Ness: No, no me arrepiento. Tan solo me veo... cambiada. Como tú dices, de vez en cuando uno se topa con sucesos inesperados y desbaratadores. No preví este. No solo la atracción entre tú y yo, sino también lo increíble que sería cuando... -Le tembló la voz y aquella invisible fuerza que los atraía llenó de nuevo el ambiente-.

Zac: Cuando hiciéramos el amor -dijo completando la frase por ella. Su expresión ya no era indescifrable. Era tierna y en sus ojos había una cálida mirada. Su pulgar recorrió los pómulos de Ness y luego acarició su labio inferior-. Atrévete y llámalo así, porque eso es lo que ha sido. No nos hemos ido a la cama, simplemente, Ness, queríamos estar aquí. Puede que haya sucedido con mayor rapidez de lo que pensabas, pero no hay nada frívolo en lo que está pasando entre nosotros. En cuanto al orden de las cosas, yo diría que ha ocurrido todo a la vez, como una avalancha. -Inclinó la cabeza y besó el cuello de Ness-. Por si te interesa, creo que eres maravillosa. -La besó sobre la clavícula-. Y también eres el ser humano más sincero y auténtico que he conocido en mi vida. -Varios besos a lo largo del cuello-. Eres inteligente y sensible, y tengo una idea bastante aproximada sobre lo que te pone furiosa. -Desvió el trayecto de sus besos y sus labios se deslizaron hasta rozar la parte superior de los senos de Ness, para bajar luego por la delicada depresión entre ambos-. Eso vale por lo de gustarse y confiar mutuamente y por el encuentro entre mentes y emociones, ¿sí?

La respiración de Ness se estaba agitando. Lo difícil de su compleja y densa conversación se desvanecía bajo las sensaciones que Zac le provocaba con su roce.

Ness: Sí -consiguió emitir-.

Zac: En cuanto a la pasión... -De un solo tirón, le quitó la manta de entre las relajadas manos y la echó a un lado-. Jamás he querido a nadie así, hasta el punto de consumirme. -Se incorporó sobre sus rodillas, se inclinó sobre los senos de Ness y humedeció un pezón con la punta de la lengua-. Tengo una erección cada vez que pienso en ti. Y pienso en ti en los momentos más inoportunos, como en mitad de una reunión de negocios. -Sus labios abrazaron el pezón y lo oprimieron suavemente, provocando en Ness una serie de pequeños estremecimientos de placer. Ella gimió y se arqueó hacia Zac-. Me di una ducha de agua fría el sábado por la noche -murmuró deslizando sus labios al otro seno y acariciándolo con ellos-. Tengo veintisiete años y me di una ducha de agua fría. Peor aún: me he dado una ducha de agua fría cada noche, desde el sábado. Hoy, hace un rato, casi no he podido quitarme la ropa a tiempo. Y cuando por fin he entrado en este hermoso cuerpo tuyo... -Pasó la lengua por el pezón endurecido y lo atrapó con los labios. Se detuvo y saboreó el gemido de placer de Ness-. Ha sido más que increíble. Ha sido explosivo, como embestir al sol y entrar en él. He sentido tantas cosas como tú. Pero, Ness... -Levantó la cabeza y clavó sus ojos en la aturdida mirada de ella-. Esta vez va a ser incluso mejor.

Ness: ¿Ah, sí? -El cuerpo entero volvía a vibrar intensamente y casi no podía hablar-.

Zac: Sí. -Se incorporó, enredó los dedos en la melena de Ness y atrajo sus labios hacia él- ¿Recuerdas que te he dicho que merecías que te hicieran el amor durante horas? Esas horas están a punto de empezar.

Ness: ¿Ahora? -susurró mientras deslizaba sus manos por el musculoso torso de Zac, explorándolo y dejándolas luego resbalar más abajo-.

Zac dejó escapar el aire entre los dientes cuando los dedos de Ness ciñeron su erección.

Zac: Terminantemente ahora.


martes, 25 de octubre de 2011

Capítulo 16


10 de abril
8.45

Ness estaba ya sentada tras su mesa, como Zac se había imaginado.

Él se quedó un momento de pie junto a la entrada del aula, contemplándola mientras ella clasificaba papeles. Su oscura cabeza estaba inclinada sobre el trabajo y sus rasgos reflejaban máxima concentración al leer el material. Una sonrisa asomó a los labios de Ness, que se mordió el inferior al releer el párrafo que la había divertido. Sin darse cuenta de que alguien la estaba mirando, jugueteó con su collar, entrelazando los dedos en la fina cadenita y el minúsculo corazón que pendía de ella.

Zac se descubrió observándola fijamente, viendo cómo sus dedos se deslizaban arriba y abajo por su piel desnuda, justo encima de donde acababa el escote de su jersey, sobre su clavícula, hasta el relieve de la parte superior de sus senos.

Maldita sea, la deseaba. Y no solo porque mantenerla al margen era crucial para proteger los secretos de su familia, sino porque la fascinación que Zac había sentido por Ness desde el primer momento se había convertido en una total obsesión.

Todavía sentía el ardor de aquel beso que habían compartido en el apartamento de Ness. Su recuerdo lo había mantenido en vela durante tres noches. ¿Y ahora? Demonios, tenía una erección. Solo con verla juguetear con un collar.

Ness debió de percibir aquel análisis porque, de repente, levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron.

Ness: Zac. -Dejó los papeles sobre la mesa y se puso en pie lentamente-. ¿Qué puedo hacer por ti?

Él se le acercó.

Zac: Necesito verte.

Ness: Estoy trabajando.

Zac: Tu clase no empieza hasta dentro de al menos quince minutos. Además, esto tiene que ver con tu trabajo. Concierne a Brian.

Ella le dedicó una mirada cauta.

Ness: ¿Qué pasa con Brian?

Zac: Está enfermo. He venido a recoger sus deberes, su trabajo de clase, cualquier tarea que tenga que hacer.

Ness apoyó ambas manos sobre la mesa.

Ness: ¿Está enfermo realmente?

Zac: Claro que sí. Su madre te lo dijo ayer por la noche.

Ness: Sé lo que me dijo. Y no estoy segura de que yo la creyera.

Zac enarcó las cejas.

Zac: ¿Por qué te mentiría Nancy?

Ness: Dímelo tú. Por la voz, parecía estar agotada y tensa. Mucho. Como si estuviera dispuesta a decir cualquier cosa para poder colgarme el teléfono.

Zac: Estaba con Brian cuando tú llamaste -repuso suavemente-. Le dolía el oído. Tiene hora con el pediatra esta mañana. Estoy seguro de que se pondrá bien enseguida. Las infecciones de oído son dolorosas, pero se curan fácilmente con esa medicina en chicles.

Ness: Claro. -No sonrió. En lugar de eso, observó a Zac con perspicacia y luego le dedicó un aplauso de una sola palmada-. Eres muy bueno, ¿sabes? Quizá deberías ser tú quien se dedicar a la política.

Zac: ¿Qué se supone que quieres decir con eso?

Ness: Quiero decir que tienes mucha labia. Posees una increíble habilidad transmitiendo información... la información que tú quieres, claro está.

Zac: Te estoy diciendo la verdad.

Ness: Solo en parte. -Se aclaró la garganta-. Sea como sea, has venido para recoger los deberes de Brian. Ahora te los daré.

Se acercó junto al pupitre de Brian, sacó de él un libro de ejercicios de lectura, uno de ejercicios de ortografía y una carpeta. Sacó de ésta una hoja en blanco Y anotó unas instrucciones.

Ness: Aquí lo tienes -dijo, entregándoselo todo a Zac-. Es todo lo que Brian puede necesitar. Ya tiene el libro de matemáticas en casa. Dile que haga solo lo que se vea con ánimo de hacer. Y también que se mejore muy pronto.

Zac: Gracias. Así lo haré. -Cogió lo que Ness le daba, pero no hizo ninguna intención de irse.

Ness: ¿Hay algo más? -preguntó insistente-.

Zac: Sí. Le he prometido a Brian que buscaría su gorra de béisbol. La perdió ayer por la tarde. Está más preocupado por eso que por su oído.

Ness frunció el ceño.

Ness: No mencionó haber perdido su gorra de béisbol.

Zac: Sucedió durante el recreo de después de comer. -Enarcó las cejas en un gesto de desafío silencioso-. Quizás ese es el motivo por el que parecía estar tan extraño ayer. Esa gorra es su amuleto de la suerte.

Ness: Lo sé. Pero lo dudo. -Indicó con un gesto hacia la puerta-. Vayamos a mirar en objetos perdidos. Probablemente esté allí.

Zac la agarró por el brazo cuando ella pasó junto a él.

Zac: Hay una tercera razón por la que estoy aquí. Quería verte.

Ness se puso tensa. Pero no retiró el brazo.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Cancelaste nuestra cita. Sin darme la oportunidad de reaccionar, por cierto. Quiero que concertemos otra.

Ness: Zac...

Zac: Lo que está pasando entre nosotros no tiene nada que ver con Brian -afirmó llanamente-. Tú lo sabes y yo también. No levantes muros que no existen.

Esta vez, ella se soltó de Zac.

Ness: Quizá tú eres capaz de separar las cosas en claros compartimentos. Yo no. Mis emociones se solapan unas con otras.

Zac: ¿Y eso quiere decir...?

Ness echó un rápido vistazo hacia la puerta para estar segura de que seguían solos.

Ness: Lo que está pasando entre nosotros es atracción sexual. De acuerdo, quizá sea algo más -añadió de pasada, al ver la expresión de duda de Zac-. No lo sé. Lo que sí sé es que no confío en ti plenamente. Y ni siquiera estoy segura de que me gustes.

Aquella franqueza que Zac había encontrado tan difícil de creer empezaba ahora a enfurecerle.

Zac: Muy bien. Encontrémonos y hablemos de eso. -No iba a rendirse-. Cenemos juntos esta noche.

Al principio, Zac pensó que ella rechazaría la oferta. Sobre todo después de lo que acababa de decir. Por no mencionar la indecisión que su rostro reflejaba.

Ness: Tú y yo somos muy diferentes -repuso con evasivas, atrapada por su propio conflicto interior-. Empezando por nuestras prioridades.

Zac: Quizá sí y quizá no. No lo sabremos si no exploramos esas prioridades. Ah, y nuestros principios. Todavía tenemos esa charla pendiente, ¿te acuerdas?

Zac percibía perfectamente cómo se tambaleaba la seguridad de Ness.

Ness: Me acuerdo.

Zac: ¿Y recuerdas también nuestro plan de vernos varias noches durante esta semana?

Ella le dedicó una resuelta mirada.

Ness: Eso era tu plan, si no recuerdo mal.

Zac: Vale. Mi plan, sí. -Avanzó un paso hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos-. Cena conmigo hoy.

La atracción entre ambos estaba ganando. Zac lo notaba.

Ness: ¿Y qué hay de Brian? -murmuró-. ¿No va a echarte de menos?

Zac: Estará con sus padres. Y yo estaré contigo. -Se inclinó hasta que sus rostros estuvieron a tan solo unos centímetros, pero no hizo ningún gesto de rozarla siquiera-. Podemos hablar, conocernos más el uno al otro. Seguro que eso provoca interés a tus emociones sobrepuestas, ¿no?

Ness se humedeció los labios con la punta de la lengua.

Ness: Puede ser.

Zac: Perfecto. Mañana es laborable, así que no quedaremos tarde. ¿Qué te parece si te recojo a las seis? -Sonrió de medio lado-. Ya se que todavía no es sábado. Así que iré a tu apartamento pero no cruzaré el umbral. Esperaré en el rellano, ¿de acuerdo?

Ness: De acuerdo.

Los interrumpieron las risas y voces de los alumnos que, cruzando bulliciosos las puertas de entrada, se precipitaban a la carrera hacia sus aulas para empezar el día.

Ness se apartó de Zac. Echó un vistazo al reloj y volvió a su mesa.

Ness: Es tarde. No tengo tiempo de ir a objetos perdidos.

Zac: No pasa nada. Puedo encontrarlo yo solo. Brian me ha dado unas indicaciones fantásticas. Está ansioso por recuperar esa gorra. -Se metió los libros bajo el brazo-. Nos vemos esta noche.

Ness: Zac, espera. -Cogió su bolso. Rebuscó en él, encontró lo que quería y lo sacó. Se acercó a Zac y se lo dio-. Toma. -Zac sintió el roce de un suave pelaje sobre su piel. Atónito, miró hacia abajo y vio la pata de conejo de color rojo brillante que Ness le había puesto en la mano-. Éste era mi amuleto de la suerte cuando yo salía al montículo del lanzador a jugar -explicó-. Me la dio mi padre cuando yo tenía nueve años. Aquella temporada me fue increíblemente bien. Dile a Brian que es suya tanto tiempo como la necesite. Es del color de su equipo y trae la buena suerte de mi padre. Yo le paso esa suerte a él. -Una ligera sonrisa-. Lo cierto es que Brian no necesita un amuleto de la suerte. Tiene talento, valor y un montón de gente que cree que es el mejor. Aun así, con este amuleto, no puede fracasar. O sea que será mejor que se tome la medicina y se ponga bien enseguida. Díselo.

Zac hizo girar la pata de conejo en la palma de su mano, sabiendo muy bien cuánto le levantaría el ánimo a Brian. Si Vanessa Hudgens era demasiado buena para ser real, tenía un montón de cosas que enseñarle al mundo.

Zac: Gracias -repuso, más emocionado por el gesto de Ness de lo que recordaba haber estado en mucho tiempo-. Se lo diré.


11.50


Nancy abrió la puerta e hizo pasar a Brian mientras las sienes le palpitaban a toda velocidad. La espera en el despacho del pediatra había sido eterna. Al igual que la espera en la farmacia, mientras el farmacéutico intentaba rellenar una botellita con el preparado que le habían recetado a Brian. Con las prisas, el hombre había derramado la última botella de Amoxyl. Disculpándose una y otra vez, le había entregado a Nancy lo que quedaba del líquido antibiótico (asegurando que le duraría dos días), y luego le había prometido que recibiría el resto en su casa al día siguiente, a primera hora. Nancy asintió sin perder tiempo, ansiosa por irse de allí. Tenía que pasar aún por otro lugar y quería llegar a casa antes de que el atasco de la hora de comer bloqueara las calles.

Un instante después, cargados con la parcialmente llena botella de medicina, una cinta de vídeo con nuevas aventuras de un superhéroe y un paquete grande de cereales para el desayuno, Nancy y Brian llegaron a casa.

Ella estaba alterada. No a causa del inconveniente de una infección de oído (Nancy había pasado por aquello media docena de veces durante la vida de Brian), sino por la noche anterior. Primero, la conmoción de ver a Stephen, no borracho sino apalizado y magullado. Después, la llamada de Vanessa Hudgens, que tan solo alimentó el miedo que crecía en sus entrañas. Y por último, la discusión con Stephen. Fue la peor pelea que jamás habían sostenido. Sí, no levantaron la voz ni perdieron el control, se comportaron de un modo notablemente civilizado. Pero la ira estaba ahí, emergiendo hacia la superficie mientras se lanzaban acusaciones el uno al otro.

Nancy estaba a punto de estallar. Y Stephen, en lugar de mostrarse conciliador con respecto al caos en que los había sumido a todos, estuvo a la defensiva, desagradable, le ordenó no meterse y dejarle margen para que arreglara las cosas y la acusó de no confiar en él, gruñéndole que lo tenía todo bajo control.

Por primera vez, Nancy se preguntó si su matrimonio sobreviviría.

Brian: Mamá, ¿puedo ver el vídeo en mi habitación? -le preguntó interrumpiendo sus pensamientos-.

Estaba pálido y parecía cansado, su aspecto era mucho peor que el que provocaría una infección de oído.

Nancy se agachó y lo abrazó estrechamente.

Nancy: Claro que sí, cariño. Te prepararé un tazón de sopa y un bocadillo y te lo subiré.

Brian: No tengo hambre.

Ella frunció el ceño.

Nancy: Deberías tenerla. No te has comido toda la tortita esta mañana.

Brian: Papá tampoco. Y él es más grande que yo y se encontraba peor.

A Nancy se le hizo un nudo en el pecho.

Nancy: Papá tenía mucho mejor aspecto esta mañana. Ya no tenía la cara hinchada.

Brian: Sí, pero debía de dolerle aún, porque estaba de muy mal humor. Le ha gritado a tío Zac. Y le he oído pasear arriba y abajo durante toda la noche.

Nancy: ¿Qué hacías despierto?

Brian: Me dolía mucho el oído. -Se quedó con la mirada fija en el suelo durante un largo minuto y Nancy tuvo la clara impresión de que había sido algo más que el oído lo que había mantenido a Brian en vela. Su siguiente pregunta se lo confirmó-. ¿Estás enfadada con papá?

A Nancy le costó tragar saliva.

Nancy: No, Brian, no estoy enfadada.

Brian: Pareces enfadada. Y hablas como si lo estuvieras, también. Igual que papá.

Ella tenía que decir algo para tranquilizarlo. Por otra parte, no podía mentir. Así que se decidió por una verdad a medias.

Nancy: Papá está trabajando mucho estos días. Está cansado. Yo también. Quizás eso nos hace tener menos paciencia que normalmente. Lo siento, si nuestro mal humor te preocupa. -Le levantó a Brian la barbilla, desesperada por borrar el dolor que su hijo sentía-. Cariño, nada de todo esto tiene que ver contigo. Eres la mayor alegría de nuestras vidas. Papá y yo te queremos mucho, muchísimo. Tú ya lo sabes, ¿verdad?

Brian asintió, pero su mirada seguía siendo triste.

Brian: Sí, mamá, ya lo sé.


13.15


Stephen se paseaba arriba y abajo en su despacho, sintiéndose como un hámster haciendo girar una ruedecilla. Se estaba dando toda la prisa que podía, pero no avanzaba.

Ni Cliff ni Marty ni Andrew habían descubierto nada sobre Construcciones Walker. Todavía no. De todos modos, ninguno de ellos había recibido instrucciones de darle al asunto la máxima prioridad. No conocían el verdadero motivo por el que Stephen ordenaba una investigación sobre Philip Walker. Y él no podía arriesgarse a contárselo. No sin tener que dar incómodas explicaciones.

Además Stephen no sabía por dónde se había filtrado la información, quién le había dicho a Walker que él había ordenado la investigación sobre su empresa. Lo peor que podía pasar es que quienquiera que fuera descubriera que Stephen seguía adelante con el asunto (y con mayor urgencia), a pesar de la paliza que le habían propinado como advertencia.

No, el problema y la presión eran suyos. Tenía que descubrir algo sobre Walker. Él solo. Y ahora.

Se acercó a la ventana y apoyó la frente contra el frío cristal. Al contrario que sus ayudantes, él no buscaba información acerca de Construcciones Walker, sino del propio Philip Walker, mediante unas cuantas llamadas sutiles para descubrir en qué estaba involucrado aquel hombre. Si había algo, por pequeño que fuera, que pudiera llevar a pescar a aquel hijo de puta, lo encontraría. Escoria como Walker descubrían su verdadera esencia en algún apartado de sus vidas. Y, fuera cual fuera ese apartado, no querían que se hiciera público.

Una minúscula cantidad de basura era toda la munición que Stephen necesitaba. Algún trapo sucio que Walker evitara airear. Si Stephen lo descubría, tendría una sólida base para proponer un trueque. Su silencio a cambio del de Walker.

La sola idea lo ponía enfermo. Philip Walker debía de estar en prisión y no por ahí amenazando y tomando represalias contra funcionarios y hombres de negocios de la zona. Pero si Stephen intentaba mandarlo a la cárcel, sería su propia vida y la de su familia, lo que resultaría perjudicado.

No podía permitir que eso sucediera. Tenía que seguir su plan de frenar a Walker, de hacerlo desaparecer de sus vidas y de cortar por lo sano cualquier negocio que lo uniera con Leaf Brook.

Pero, ¿cómo? Tenía que actuar con rapidez. Y, al mismo tiempo, ser muy discreto. Walker vigilaba de cerca sus movimientos. Necesitaba que alguien hiciera el trabajo sucio por él, alguien que persiguiera a Walker sin involucrarlo a él en la investigación Necesitaba a un profesional.

Como si fuera una respuesta a sus pensamientos, sonaron unos golpecitos en la puerta y Cliff asomó la cabeza al despacho.

Cliff: Perfecto, estás aquí. Celeste no estaba en su mesa, y... -Se detuvo de repente al ver la cara de su amigo-. ¿Qué demonios te ha pasado?

Stephen: Tuve una avería. -Había perfeccionado su explicación, después de haberla dado una docena de veces. Volvió a darla ahora, de cabo a rabo, y acabó con-: Recuérdame que jamás me haga mecánico.

Con el ceño fruncido, Cliff se le acercó, sin dejar de observar las heridas de Stephen.

Cliff: ¿Seguro que te encuentras bien? Desde luego, te hiciste una buena carnicería.

Stephen: Sí, estoy bien, seguro. Aunque ayer por la noche no me sentía tan valiente. De no ser por Zac, probablemente habría pasado la noche en el suelo del aparcamiento. Él me llevó a casa. Nancy me curó. Y ya me estoy reponiendo.

Cliff: Bien. -Como todos los demás, pareció aceptar el relato de Stephen sobre el incidente. Tomó un sorbo de café-. Me he dejado caer por aquí al volver del juzgado. Quería asegurarme de que sabes que tu padre va a venir desde Connecticut el jueves. No sabía si Zac te lo había mencionado.

Stephen: Sí, me lo mencionó. ¿Has hablado directamente con mi padre?

Cliff asintió.

Cliff: No quiso interrumpir tus reuniones de ayer. Supuso que o Zac o yo te daríamos la noticia. -Una prudente pausa mientras observaba su taza de café-. Yo no me preocuparía mucho por esta visita. Tu padre está bastante contento con el resultado de las encuestas recientes. Todo debería ir viento en popa.

Stephen enarcó una ceja.

Stephen: Sí, claro.

Cliff se aclaró la garganta.

Cliff: ¿Quieres que yo esté aquí cuando él llegue?

Stephen: Sería de ayuda, probablemente. Ya sabes, tú y Zac, rodeándorne. Un frente unido contra un adversario colosal.

Cliff: Tampoco es tan horrible como eso. -Soltó una risita, pero en sus ojos había comprensión. Conocía a Harrison Efron desde hacía muchos años, tanto personal como profesionalmente. El tiempo suficiente para haber aprendido a no menospreciar jamas su autoritaria presencia. Y era muy consciente de las expectativas de Harrison con respecto a Stephen-. Además, tú ya tienes un pie en la puerta del Senado estatal. Eso le pondrá de muy buen humor, seguro.

Stephen: No pongas la mano en el fuego. -Se frotó la nuca, ansioso por atacar el tema que lo preocupaba-. Cliff, no has encontrado, por casualidad, nada en la empresa de Walker, ¿verdad?

Cliff: Nada fuera de lo normal. -Le dedicó una mirada interrogante-. ¿Por qué? ¿Esperabas algo?

Stephen se encogió de hombros en un gesto de indiferencia.

Stephen: No. Solo que hay algo en ese tipo que... No sé.

Cliff: Es un poco fanfarrón y perdonavidas, no te lo niego. Y, sí, un poquito agresivo. Pero eso no es ninguna novedad. Ya has tratado con él otras veces.

Stephen: Cierto, pero no en algo de tanta envergadura como esto. -Consideró si ofrecerle a Cliff más información antes de pedirle que le diera un nombre y se dio cuenta de que debía hacerlo. Cliff era demasiado sagaz para que no le pareciera algo extraño que, de repente, le hiciera una pregunta así. Tenía que darle algún motivo para que encontrara cierta lógica en que quisiera investigar a Walker. No es solo una cuestión de ser agresivo -aclaró-. Tengo la sensación de que Walker es un verdadero luchador callejero. Lo cual podría tratarse tan solo de una fachada. Por otro lado, también podría significar que no es trigo limpio. No lo sé. Lo que sí sé es que concederle este contrato del aparcamiento municipal por parte de Leaf Brook sería confiar una fuente muy importante del dinero de la ciudad a una empresa privada. Y, aunque la idea es muy válida, yo tengo la responsabilidad como mandatario sobre Leaf Brook de investigar a fondo a Walker, simplemente para estar bien seguro.


Cliff: Te entiendo.

Stephen: Bien. -Habiendo llegado a ese punto, dio el paso siguiente-. ¿Tienes el nombre y número de teléfono de aquel investigador privado con el que mi padre contactó cuando investigamos los antecedentes de Braxton? Aquel tipo me gustó, era rápido, eficiente y discreto.

Cliff asintió.

Cliff: Tengo sus datos archivados. -Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó su agenda electrónica. La abrió y pulsó unos cuantos botones-. Aquí está. Harry Shaw. Vive en Post Road, White plains. Te anotaré su dirección y teléfono. -Cogió una libreta de notas de la mesa de Stephen y garabateó la información-.

Stephen: Gracias.

Eso salvaba el mayor obstáculo. Pero había otro. Alguien tenía que hablar con los apoderados implicados en las transacciones de Walker fuera de la zona, por si la minúscula basura que necesitaba Stephen fuera una indiscreción legal que un abogado no facilitaría a un investigador privado. Cliff era la elección lógica para tal tarea. Era perspicaz, inspiraba confianza y poseía las credenciales legales necesarias.

«Cuidado -se dijo Stephen a sí mismo-. Di cuantas menos cosas sea posible».

Se sentó en su sillón, haciendo una mueca de dolor cuando sus costillas protestaron ante el movimiento.

Stephen: La otra vía que quiero seguir es ponerme en contacto con apoderados de fuera del condado de Westchester que hayan estado implicados en proyectos comerciales de Walker... tanto en los que éste haya construido como en los que haya simplemente gestionado. Quiero estar bien seguro de que solo tengo cosas positivas que decir sobre él.

Cliff lo miró, perplejo:

Cliff: Oye, Stephen, no lo entiendo. ¿Por qué esta repentina desconfianza? Saliste satisfecho de tus anteriores tratos con ese tipo. Lo suficiente para que estuvieras bastante contento cediéndole el contrato. De hecho, al menos, así lo estabas al principio. ¿Acaso ha sucedido algo para que eso cambie?

Stephen tenía la respuesta preparada.

Stephen: Estoy recibiendo la presión del consejo del Ayuntamiento. Eso es lo que sucede.

Cliff: ¿Suficiente presión para lanzar una inspección exhaustiva? Estoy seguro de que ya has investigado sobre Walker alguna vez en el pasado.

Stephen: Alguna vez, sí. Pero el consejo se resiste a este trato. Me temo un auténtico alud de preguntas. Necesito estar preparado para responder a cualquier cuestión que pudiera bloquear mi camino. Quiero todos los detalles. Y eso significa ampliar la investigación hasta zonas más allá del condado de Westchester. Harry Shaw no puede sondear a los apoderados uno por uno. Tú sí.

Cliff dejó la taza sobre la mesa.

Cliff: Y tú también. Por lo que recuerdo, ingresaste en el Colegio de Abogados. ¿Por qué no llamas y les preguntas tú mismo?

Era el momento de detener aquel interrogatorio.

Stephen: Porque soy el alcalde -replicó mirando fijamente a los ojos de su amigo-. Si hago esas llamadas yo mismo, parecerá que esta investigación sea algo muy serio. Como si no me gustara Walker. Eso es lo que intento evitar. Te estoy pidiendo un favor, Cliff. Te daré los nombres. Tú, haz unas cuantas llamadas discretas... hoy, si es posible. Y deja de preguntarme tantas cosas. Sé que eres un buen abogado, pero yo no estoy en el banquillo de los acusados. Así que para un poco.

Cliff percibió la determinación de Stephen en su tono de voz, alto y claro.

Cliff: De acuerdo -asintió, reprimiendo las preguntas que le habían quedado por formular-. Si te hace sentir mejor, dame los nombres. Ya haré las averiguaciones.


16.30


Nancy asomó la cabeza a la habitación de Brian y se sintió aliviada al ver que su hijo se había quedado totalmente dormido. Estaba completamente agotado. Con la infección de oído, los nervios y la falta de sueño. Brian realmente necesitaba echar una buena cabezadita.

Y no porque hubiera hecho muchas cosas hoy. Al contrario, se había mostrado inusualmente apacible. Se había pasado la mayor parte del día en su habitación, jugando con sus muñecos articulados y mirando sin demasiado interés el vídeo que habían alquilado. Se había animado un poco con la llegada de Zac, que le traía los deberes, pero se quedó aún más abatido que antes cuando su tío le informó que no había habido suerte con la búsqueda de la gorra de béisbol en la sección de objetos perdidos de la escuela. El único momento en que Nancy vio un asomo del Brian de antes fue cuando Zac le dio la pata de conejo de la señorita Hudgens. Su rostro se iluminó y el chaval empezó a disparar preguntas acerca de cuándo el padre de Ness le había regalado aquel amuleto a su hija, e incluso quiso saber cuántos partidos había ganado y perdido la señorita Hudgens aquella temporada.

Después de aquel breve resurgimiento de ánimos, Brian cogió la pata de conejo y se encerró de nuevo en su habitación.

No comió nada. Ni siquiera ante la amigable insistencia de Zac hizo más que mordisquear un poco el bocadillo y llevarse un par de bolitas de cereal a la boca. Preguntó por Stephen dos veces. Al saber que su padre se encontraba mucho mejor, se acurrucó en su cama (con la pata de conejo) y esperó que Stephen llegara a casa. Maldito sea Stephen por no llamar, pensó Nancy amargamente. Habría significado muchísimo para su hijo.

Ella lo arropó con una manta y se inclinó sobre él para besarlo en la frente. No tenía fiebre. Y el hecho de que no estuviera inquieto quería decir que la medicina empezaba a causar efecto. En cuanto al cometido de cuidar de Brian, al parecer ella lo asumía en su totalidad. Bien. Nancy cada vez estaba más acostumbrada a actuar en solitario desde que Stephen empezó a luchar contra sus demonios de nuevo. Abajo, sonó el timbre de la puerta.

A toda prisa, Nancy bajó las escaleras, cruzó el pasillo y llegó ante la puerta.

Nancy: ¿Quién es?

No hubo respuesta.

Ella atisbó a través de la mirilla y no vio a nadie. Qué raro. Estaba a punto de volver a subir al piso de arriba cuando oyó el sonido de una camioneta que se alejaba. Pegó el ojo a la mirilla otra vez. Una camioneta de reparto. Eso lo explicaba todo. Debían de haberle, dejado un paquete junto a la puerta. Quizás el farmacéutico había conseguido el antibiótico antes de lo previsto.

Abrió la puerta. No habían dejado ningún papel sujeto entre ésta y el quicio. Nancy salió y dirigió la mirada al escalón de la entrada. Vio una pequeña caja. La cogió. Iba dirigida a ella. Extrañamente, no figuraba remitente alguno.

Nancy volvió a entrar en casa y cerró la puerta tras ella mientras observaba el paquete con atención. «¿De quién podía ser?», -se preguntó-. Ella no había encargado nada. Y Stephen ni estaba de humor ni tenía la cabeza para enviarle regalos.

Entró en la cocina, dejó la caja sobre la mesa, cogió un abrecartas y lo deslizó bajo la tapa. Abrió las solapas del paquete. Lo primero que vio fue un destello rojo. Sobre aquel objeto, un sobre presumiblemente con una tarjeta.

Sacó de la caja ambas cosas... y se quedó helada. El destello rojo era la gorra de béisbol de Brian.

Durante un largo momento, Nancy se quedó mirándola fijamente, haciéndola girar lentamente entre sus manos, mientras una desagradable sensación de mal presagio se apoderaba de ella. De repente, dejó caer la gorra sobre la mesa y cogió el sobre. En él figuraba, escrito a máquina, «Sra. Efron». Nancy lo abrió por un lado, sacó la nota que había dentro y la desplegó.


Querida Sra. Efron:

Creo que su hijo ha perdido su gorra. Se la devuelvo. A veces, pienso que los niños perderían no solo la gorra sino también la cabeza si los padres no tomaran decisiones sabias por su bien. Espero que su esposo tome sabias decisiones por el bien de Brian. Eso garantizará que crezca fuerte y sano. Insista al alcalde para que así lo haga. Insistale a que no corra riesgos 1innecesarios. Hacer apuestas y jugarse la seguridad de su hijo sería un acto estúpido y peligroso. Podría conllevar algún accidente y provocar una incalculable y dolorosa pérdida. No deje que eso suceda.

Sinceramente suyo, Un amigo.


Nancy no recordaba haberse derrumbado sobre la silla de la cocina. No recordaba casi nada de nada. Le temblaban las manos y veía borroso a causa de las lágrimas. Leyó la nota de cabo a rabo dos veces, tiritando de pies a cabeza.

Alguien amenazaba la vida de Brian. Ia misma persona que tenía a Stephen atrapado en una encerrona financiera y que había hecho que le pegaran una paliza la noche anterior. Quienquiera que fuera, sabía que Stephen apostaba. Y lo estaba chantajeando con eso. Solo que Stephen ya no era el único que corría un riesgo. También lo corría su hijo de siete años.

Nancy se levantó, fue hasta el teléfono, lo descolgó y marcó el número privado de Stephen. Celeste respondió la llamada.

Celeste: Despacho del alcalde Efron.

Nancy: Necesito hablar con él, Celeste. -No se lo pedía, se lo ordenaba-.

Una pausa sorprendida. La esposa del alcalde siempre se mostraba cordial.

Celeste: Lo siento, señora Efron, pero está encerrado en el despacho y ha dado instrucciones de que no se le moleste.

Nancy: ¿Está solo?

Celeste: Bueno, sí, pero...

Nancy: Entonces, pásamelo. Es una emergencia.

Otra pausa.

Celeste: Por supuesto. Un momento.

Tan solo unos segundos después, Stephen cogió el auricular.

Stephen: ¿Nancy? ¿Qué pasa? ¿Brian está bien?

Nancy: Hijo de puta -logró mascullar con la voz ahogada por las lágrimas-. No me extraña que estés preocupado por Brian. ¿Cómo has podido dejar que esto suceda? ¿Cómo has podido poner en peligro a tu propio hijo? ¿Y cómo has podido ocultármelo?

Stephen contuvo la respiración.

Stephen: ¿Qué ha pasado? Maldita sea, Nancy, ¿Brian está bien?

Nancy: De momento, sí. -Apenas sabía lo que estaba diciendo, de pura histeria-. Está durmiendo. Después de pasarse todo el día esperando que lo llamaras. Pero no es eso lo que preguntas, ¿verdad?

Stephen: Nancy, cálmate. Cálmate y dime qué está pasando.

Nancy: ¿Que yo te diga a ti lo que está pasando? Lo entiendes al revés. No es a mí a quien están chantajeando. No soy yo la causa de que amenacen la vida de mi hijo.

Stephen: ¿Que lo amenazan? ¿Quién lo amenaza?

Nancy: Un amigo -repuso sarcástica-. El que ha dejado en casa la gorra de béisbol de Brian con una nota que dice que será mejor que seas buen chico y te portes bien.

Stephen: Mierda. -Se le revolvió el estómago-. ¿Ha estado ahí ese tipo?

Nancy: Una camioneta de reparto ha hecho el trabajo sucio. Ha traído la gorra de Brian y este mensaje. -Leyó la nota en voz alta, y por tres veces se le quebró la voz-. Maldito seas, Stephen -dijo al acabar, entre sollozos-. Puedes irte al infierno.

Stephen: Nancy, escúchame. Tengo todo este asunto bajo control.

Nancy: ¿Bajo control? -repitió casi chillando-. ¿Tú llamas a todo lo que ha estado pasando estos últimos días tener las cosas bajo control?

Stephen: Lo llamo una lucha por sobrevivir -le espetó-. Lo llamo ir a contrarreloj para proteger a mi hijo. Y para protegerte a ti. ¿Por qué crees que no te he dicho nada? Sabía que te romperías en mil pedazos, como estás haciendo ahora mismo.

A Nancy le retumbaba la cabeza con tanta fuerza que casi no podía pensar.

Nancy: ¿Quién está detrás de esto? Quiero la verdad, Stephen. ¿Quién te está haciendo chantaje, y por qué?

Stephen respiró hondo.

Stephen: Muy bien -repuso en aquel tono suyo que significaba que estaba a punto de perder el control y explotar-. ¿Quieres saberlo? Pues ahí va. El que me tiene contra la pared es un constructor inmobiliario que quiere un contrato millonario con la ciudad y que no se detendrá hasta lograrlo. Sabe que yo apuesto. Dispongo de dos días para conseguirle el contrato o, de lo contrario, dará la noticia a los medios de comunicación y la policía, por no mencionar lo que puede hacerle a Brian.

Nancy: Oh, Dios mío. -Se secó el sudor que le empapaba la frente-. De acuerdo, pues. Dale el contrato.

Stephen: No es tan fácil. Número uno, el consejo del Ayuntamiento no me respalda. Así que no tengo votos suficientes. Número dos, Walter es escoria. No puedo comprometer a Leaf Brook en un trato tan importante como este... no con ese tipo.

De la garganta de Nancy escapó una risa histérica.

Nancy: ¿Ahora resulta que eres un hombre honorable? Te has destruido a ti mismo y a tu familia, ¿y ahora estás preocupado por la moralidad?

Stephen: ¡No se trata de moralidad! -gritó-. Se trata de librarse de ese bastardo de una vez por todas. Estoy haciendo averiguaciones. Tengo que ir con pies de plomo. Walker tiene un chivato infiltrado en alguna parte. Por eso llegué ayer a casa con el aspecto que llegué. Pero eso no va a detenerme. He contratado a un investigador privado. Él descubrirá algún trapo sucio de ese hijo de puta. Algo que pueda arruinarle. Y entonces...

Nancy: Si es que descubre algún trapo sucio. Un hombre como ése, demasiado listo para dejar rastro de sus trapicheos.

Nancy pensaba a toda velocidad, buscando posibles soluciones. El FBI. Podía llamar al FBI... después de todo, en este asunto se había amenazado físicamente a un niño. Pero la amenaza no era explícita, lo que significaba que no había garantía de que el FBI pudiera hacer algo. Mientras, la historia se filtraría, el sórdido secreto de Stephen se haría público y la vida de Brian quedaría destrozada. Peor aún, Brian no quedaría a salvo, tampoco. Si las autoridades no podían actuar, o si actuaban pero no capturaban a todos los canallas implicados, alguno de ellos podría seguir acosando a Brian.

Nancy era su madre. Dependía de ella hacer algo.

De repente, la histeria desapareció para convertirse en el sereno epicentro del ojo del huracán.

Nancy: No puedo permitir que nos hagas esto a Brian y a mí, Stephen. Ya no.

Stephen: ¡Maldita sea, Nancy, se supone que eres mi esposa! -explotó-. Necesito tu apoyo. Se trata solo de unos días. Mantén a Brian en casa. De ese modo, nadie podrá acercársele. Después del jueves, todo habrá terminado.

Nancy: Ya ha terminado ahora -repuso, toda serenidad-.

Y volvió a dejar el auricular en su sitio, llevada por un ciego instinto maternal de protección. Su matrimonio era algo secundario. Brian era lo primero.

Descolgó de nuevo y marcó aquel número que sabía de memoria.


Cliff conducía de vuelta a casa cuando sonó su móvil.

Cliff: Hola -contestó, esperando oír la voz de Stephen-.

Nancy: Cliff, soy yo.

Sus manos se agarraron con fuerza al volante.

Cliff: Nancy, ¿qué pasa? -Era evidente que ella estaba llorando-.

Nancy: No puedo hablarte. Tengo que salir de aquí. Ahora. Hoy. Necesito un favor. Unos cuantos, de hecho. ¿Puedes reunirte conmigo?

Cliff: Donde y cuando quieras.

Nancy: ¿Dónde estás ahora?

Cliff: En la autovía de Taconic. A tres salidas al norte de Leaf Brook.

Nancy: Bien. ¿Puedes venir directamente a mi casa? Brian está enfermo y no quiero dejarlo solo. Además, no puedo perder ni un minuto. Tengo que hacer las maletas para él y para mí.

Cliff: ¿Hacer las maletas? ¿Para ir adónde?

Nancy: Te lo diré cuando llegues aquí.

Veinte minutos después, Cliff estaba sentado en la cocina de Nancy y escuchaba, boquiabierto, la nota que ella había recibido y que ahora releía en voz alta para él.

Cliff: Por Dios. Esto, desde luego, explica por qué Stephen estaba tan obsesionado con ese tipo. -Levantó la mirada-. ¿Qué sabe Walker sobre Stephen...? o no hace falta que lo pregunte.

Nancy: Efectivamente, no hace falta. -No entró en detalles. Aquel era un tema que nunca habían siquiera mencionado, aunque Cliff era muy consciente de su existencia-. No sé los pormenores. Ni quiero saberlos. Es la misma historia de siempre. Tengo que irme de aquí... por el bien de Brian. Tengo muchísimo miedo por él. -Se secó con ambas manos el rostro bañado de lágrimas-. Cliff, las llaves de tu refugio en la montaña, en Stowe... ¿las llevas contigo ahora?

Lentamente, Cliff asintió.

Cliff: Sí, las tengo aquí.

Nancy: ¿Podrías dejar que Brian y yo nos instalemos allí un tiempo?

Cliff: Ya sabes que sí.

Nancy tragó saliva y su semblante tomó un aspecto decidido.

Nancy: Ahora viene la parte difícil. Tienes que prometerme que no le dirás a nadie dónde estoy.

Cliff: ¿A nadie? -repitió aturdido-. ¿Y qué pasa con Stephen?

Una pausa incómoda y densa.

Nancy: Sobre todo a Stephen.

Las lealtades enfrentadas de Cliff se reflejaban en la expresión apenada y preocupada de su rostro.

Cliff: ¿Tú sabes lo que me estás pidiendo? Stephen es mi mejor amigo, Cuando vea que tú y Brian habéis desaparecido, se desesperará.

Nancy: Y Brian es mi hijo. Va en primer lugar. Mira, no voy a asustar a Stephen. Le dejaré una nota explicándole lo que he hecho y por que.

Cliff: Pero no dónde estás.

Nancy: Eso es. Cliff, si crees que no puedes hacerme el favor que te pido dilo y ya está. No te lo reprocharé. No tengo ningún deseo de ponerte en una situación insostenible.

Cliff: Pero si digo no, te irás a cualquier otro lugar. Solo que, entonces, nadie sabrá dónde estás.

Nancy: Exacto.

Cliff lanzó un suspiro y se levantó. Se metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves.

Cliff: Toma -le dijo a Nancy, poniéndoselas en la palma de la mano. Frunció el ceño al notar lo fría que estaba-. Nancy, quizás no deberías conducir. Puedo llevaros a Brian y a ti...

Nancy: No -lo interrumpió con un leve gesto de su brazo-. Es tarde. Tú tienes tu vida. Además, ya has hecho bastante. -Una pausa vacilante-. De hecho, eso suena más magnánimo de lo que en realidad es. Porque estoy a punto de pedirte que vengas mañana a vernos. Brian tiene una infección de oído. Está tomando un antibiótico. El farmacéutico derramó parte de la medicina cuando preparaba la fórmula. Así que me dio la cantidad que quedaba, suficiente para un par de días. Y va a entregarme el resto mañana. -Miró las llaves que tenía en la mano-. Odio tener que pedirte esto... Ya sé lo ocupado que estás...

Cliff: No te preocupes, haré un hueco en mi agenda de mañana. Tan pronto como la fórmula esté preparada, la recogeré y te la llevaré al refugio.

Nancy se sintió profundamente aliviada.

Nancy: Muchas gracias. -Se acercó a Cliff y lo abrazó estrechamente. Por un instante, los brazos de Cliff también se cerraron alrededor de Nancy y la atrajeron hacia él. De repente, Cliff la soltó y se separó de ella-.

Una corriente de comunicación pasó entre ambos.

Cliff: ¿Estarás bien? -preguntó con voz ronca-.

Nancy: Sí. -Le miró fijamente a los ojos durante una larga pausa-, Al menos, eso creo.

Cliff: ¿Te mantendrás en contacto?

Nancy: Te llamaré al móvil. Por la noche, tarde, cuando ya no estés con Stephen. No permaneceré lejos por mucho tiempo. Cuando esta crisis haya acabado... -Los ojos se le llenaron de lágrimas-. ¿A quién pretendo engañar? Enseguida habrá otra crisis. Y otra más, si Stephen no baja de la noria donde está rnontado y se deja ayudar. Cliff, no puedo vivir así. Ya no.

Cliff: Nancy... -le costó tragar saliva-. Ahora no es el momento para tomar decisiones precipitadas.

Nancy: Tienes razón. -Desvió la mirada, le dio la espalda y empezó a ir hacia las escaleras-. Tengo que despertar a Brian. Quiero ponerme en marcha antes del anochecer.


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