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martes, 30 de agosto de 2011

Capítulo 12


Bajo los efectos del sol y de la relajante historia, Vanessa se sumió en un profundo adormecimiento. Estaba adormecida y soñaba con ríos azules y torres resplandecientes.

Se despertó y vio a Zac a su lado. Estaba dormido, boca arriba y con los brazos bajo la cabeza. Lentamente se incorporó y lo miró. Le fascinaban sus formas masculinas, sus líneas y sus curvas. Era un placer que desconocía. Nunca había mirado a un hombre de forma tan directa y ahora sabía la razón: mirar podía significar desear.

Zac llevaba pantalones cortos y una camina de algodón por fuera. Con cuidado, le desabrochó la camisa y se la abrió para poder observar su torso. Se movía despacio, a causa del calor, pero sentía que no había prisa y que podía disfrutar de las sensaciones.

El vello oscuro de Zac se extendía sobre el pecho y bajaba hasta el estómago, invitando a acariciarlo. Pero Vanessa no quería despertarlo. No era delgado ni grueso, su complexión era musculosa y el abdomen estaba bien trabajado. Aunque tenía cuerpo de un deportista, también tenía el de un hombre que monta a caballo y camina para mantenerse en forma, y que come lo que quiere.

Las piernas eran más musculosas, con muslos delgados y fuertes y pantorrillas redondeadas, tobillos fuertes y pies cuidados.

Pensó que le gustaría pintarlo tal como estaba, como si fuera un dios que descansaba en el bosque después de cazar o de mantener una aventura con la hija de los árboles o del río.

Pero no quería pintarlo vestido. Se acercó y le desabrochó un botón de los pantalones, y después, como hipnotizada, le desabrochó otros tres más. Abrió la tela y la echó hacia los lados.

Se sorprendió al ver que no llevaba nada debajo y que estaba excitado. Lo miró a la cara, pero estaba dormido. Pensó que tal vez, como Máximo, estaba soñando con una princesa galesa en un trono dorado.

La fuerza de su virilidad la estremecía y no podía apartar la mirada. Decidió que lo pintaría así, como un dios en una cama de hierba, desnudo y excitado. Se inclinó sobre él, y de la manera más natural, besó aquel miembro.

Sintió que se excitaba más y volvió a besarlo, sonriendo. Entonces recordó el placer que la boca de Zac le había hecho sentir. Abrió los labios y abrazó el pene con suavidad.

Al contacto con la mano pareció cobrar vida propia, presionó los labios contra él y sintió un estremecimiento en la espalda, el abdomen y los muslos.

Vanessa se movía por instinto, intentando recordar lo que Zac había hecho para proporcionarle tanto placer. Descubrió que le agradaba deslizar la lengua y se lo introdujo más en la boca. Después besó sus muslos y su abdomen.

Cuando se arrodilló sobre Zac, sintió una mano en la cabeza, lo miró y descubrió que la estaba mirando, con los ojos entrecerrados por el placer. Sonrió y se acercó para besarlo en la boca, al mismo tiempo que se levantaba la falda del vestido estampado.

Zac la acopló sobre él, de manera que sus sexos estuvieran en contacto. Se quitó el pantalón de algodón para ofrecerle su cuerpo desnudo, y después, la penetró.

Vanessa se quedó inmóvil por un momento. El vestido extendido sobre los dos parecía un manto de flores. Se miraron a los ojos, sonriendo, y ambos se sintieron unidos en un mismo cuerpo.

Vanessa pensó que, de alguna manera, los antiguos dioses habían despertado y contemplaban con aprobación el viejo rito bajo el árbol y la piedra sagrados.

Después se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en los hombros de su amante, y se movió, sintiendo dentro su propia parte de divinidad. El largo cabello le caía y cubría sus rostros, mientras ambos compartían sus mundos. Zac le sujetaba las caderas y se movía a su mismo ritmo.

Lentamente, parecían seguir el ritmo de la creación. Después aceleraron, hasta sentir los latidos de la madre tierra y de su amante, el cielo. El cielo despertó y ofreció su bendición a los adoradores, y la madre los acogió en su pecho. Después, aquel ritmo grandioso los arrastró y vibraron al sentir el más profundo misterio del mundo. Sus pulsos se aceleraron. La piel de Vanessa resplandecía y pareció que su rostro se transformaba en el de una diosa que obtenía placer de su amante terrenal.

El cielo abrió sus tesoros y los derramó sobre los amantes, la hierba y los árboles. Y la diosa tierra los aceptó, porque era el ritual de la fertilidad.

Entonces ambos gritaron, al sentir que formaban parte de la creación. Pero, como eran humanos, no podían mantenerse en unidad durante mucho tiempo, y el ritmo se quebró. Sus cuerpos se estremecieron conscientes de lo que habían perdido.

Zac la rodeó con los brazos, y Vanessa, de nuevo humana, se recostó junto a él, inmóvil.

Los dioses habían sido satisfechos. Sonreían y aplaudían.

Ness: ¿Eso ha sido un trueno? ¡Dios mío!, pero si está lloviendo.

Zac rió.

Zac: ¿Ahora te das cuenta?

Mientras hacían el amor había levantado la cabeza para beber de la lluvia, como otra contribución a su rito sensual.

Ness: No, claro que no. Pero no noté que fuera tan fuerte. Nos vamos a empapar.

Zac: Es estimulante. Si nos quedamos debajo del árbol estaremos más protegidos.

Colocaron la manta y el resto de las cosas bajo las ramas de árbol y acabaron el vino mientras esperaban a que cesara. Cayeron algunos relámpagos sobre el valle y se escucharon varios truenos, pero por fin dejó de llover, el cielo se despejó y volvió a brillar el sol.


Zac: Vanessa, te presento a Theresa Kouloudos, mi representante.
Theresa, Vanessa Hudgens. Se va a encargar del trabajo artístico.

Ness: Encantada.

Vanessa saludó a una rubia delgada y vestida con elegancia, que parecía saber moverse en el peligro.

Theresa: ¿Cómo estás? -le devolvió el saludo y se sentó. Estaban en el piso de Zac-. ¿Eres canadiense?, por el apellido se diría que eres de Gales.

Ness: Bueno, algo parecido. Mi bisabuelo nació aquí.

Theresa asintió. Aceptó el whisky con hielo que Zac le ofrecía y bebió un trago que a Vanessa le hubiera hecho ver doble.

Theresa: Mmm -asintió, pensativa-. Sí, eso funcionará. Volver a tus raíces y todo lo demás. ¿Hay algo de especial interés en tus ancestros?

Todo parecía ir muy deprisa.

Ness: Bueno, quería obtener información en la biblioteca de Aberystwyh, pero aún no he podido ir.

Theresa: Bien. Podemos poner a alguien a trabajar en tu árbol genealógico, si es necesario. Mientras tanto, ¿podrías escribirme tus datos, incluyendo todos los detalles que conozcas sobre tus orígenes galeses?

Transcurrió media hora antes de que le pidiera ver sus cuadros, y en aquel tiempo, discutieron el proyecto desde todas las perspectivas posibles. Theresa era inteligente y conocía bien su trabajo, pero también resultaba muy exigente. A medida que pasaba el tiempo Vanessa estaba más nerviosa, convencida de que su trabajo no encajaría en la mentalidad de una agente comercial y de que, si lo aceptaba, era sólo por hacerle un favor a Zac.

Theresa: Muy bien -dijo por fin-. ¿Puedes enseñarme algo que hayas pensado para el libro?

Nerviosa, abrió el portafolios. Llevaba varios dibujos y se los entregó uno por uno: la fortaleza, con la multitud que subía por la colina desde el valle; la figura de Excalibur sobre el valle; los hombres de Arturo y el coche en el bosque; y otros más. Solo tenía un dibujo que pertenecía al Mabinogion: el de la bella Elen en el trono dorado; y algunos bocetos de otras historias, como la del tapiz. En el último momento, y tras muchas dudas, había añadido el dibujo de la mujer que observaba el valle. Pero el cuadro del incendio aún no estaba acabado.

Theresa los observó todos con detenimiento. Después los extendió a su alrededor, apoyándolos en la chimenea vacía y en varios taburetes y sillas. Se sentó y los miró otra vez.

Theresa: Mmm -murmuró, después de una angustiosa tardanza. Después miró a Zac-. Sí, ya veo. Son muy sensuales y ricos en detalles -se dirigió a Vanessa-. Muy bien. No habrá problema en incluirlos. Queremos que el producto final sea de alta calidad. Costará una fortuna, pero vale la pena. Conozco un par de editores que estarán interesados en financiarnos. Hablaré con ellos esta semana. -Volvió a mirar los cuadros-. ¿Puedo llevarme alguno? -preguntó a Vanessa-.

Aún no había sonreído. Era como si su cerebro funcionara al máximo y se olvidara de la función de los músculos faciales.

Vanessa asintió.

Ness: Llévate lo que quieras.

Theresa escogió sin dudar tres cuadros, uno tras otro, y después decidió llevarse uno más.

Theresa: Te los devolveré, por supuesto.

Recogió el resto y se lo devolvió a Vanessa. Sólo quedó un cuadro, apoyado en la chimenea.

Era el cuadro de la mujer, cuyo mundo estaba vacío. Era distinto a los demás. Theresa se sentó, con la barbilla apoyada en los dedos, y Vanessa deseó que no le pidiera que pintase algo parecido para el libro.

Por fin, Theresa se movió. Se volvió hacia Vanessa y señaló al cuadro.

Theresa: ¿Me lo venderías? Me gustaría tenerlo en mi piso.


Ness: ¿Qué dices?

La línea no era muy buena, y tenía problemas para escuchar la voz de Alex.

Alex: Que no está relacionado con Althorpe -repitió-. Lo siento. Por Spencer, claro.

Ness: ¿Bill? Bill es un perro -dijo asombrada-.

Alex: ¡Wilkes! -gritó-. Maldita sea, Vanessa.

Ness: Lo siento, no te oigo. ¿Dices que Jeremy no es primo del conde? Entonces, ¿quién és?

Alex: Un actor fracasado de clase media -respondió con brusquedad-.

Un tractor pasó cerca de la cabina y Vanessa se tapó un oído.

Ness: Pero Alex, eso es imposible. ¿De dónde saca el dinero? Él dice que recibe una renta familiar.

Alex: Pues miente. Vive de los intereses de un dinero que heredó.

Ness: Pero, ¿de quién?

El tractor subió por la carretera y por fin, Vanessa pudo oír bien.

Alex: De su pareja, que murió de sida hace dos años. Y está agotando todo su capital. Al paso que va, estará sin fondos en dos o tres años.

Ness: ¿Y es cierto que ha publicado?, ¿tiene un agente?

Alex: Si lo tiene, no lo hemos encontrado. Y si ha publicado algo, tampoco hemos dado con ello.

Ness: Dice que cuando viaja a Londres, va a ver a su agente.

Alex: Sí, aquí tengo la nota de la última vez que hablamos. Avísame la próxima vez que venga. Le seguiré el rastro.

Ness: ¿Algo más?

Alex: La historia de tu amiga, Mona Daniels, también tiene altibajos, por lo que sabemos. No te ha contado nada que no sea cierto, excepto que no consta en ningún registro que llegara a casarse con su novio antes de que él muriera en Arnhem. Adoptó su apellido cuando se trasladó a Gales.

Vanessa empezó a sentirse enferma. Le parecía mal escarbar en el pasado de Mona. Decidió que cuando acabara aquel trabajo, dejaría a Alex para siempre.

Alex: Y lo mismo ocurre con la camarera galesa -continuó-. Si tiene alguna conexión con los nacionalistas, lo oculta muy bien. No hemos descubierto nada más. No hemos encontrado nada sobre las hermanas parapsicólogas. Intenta obtener más información, de dónde vienen, dónde nacieron y cosas parecidas.

Vanessa deseó que hubiera tenido más dificultades para obtener información sobre Mona y no sobre Priscilla. No le importaría descubrir ante todos que Priscilla era una charlatana.

Ness: De todas formas, no estaban aquí cuando el fuego empezó. Pero me gustaría que encontraras algo sobre la autora de esos libros.

Alex: Los imprimieron hace veinte años y ya están descatalogados. La editorial está intentando conseguirnos información, pero llevará tiempo.

Ness: Ponme al corriente cuando sepas algo.

Alex: Lo haré. Y ahora, ¿tienes algo para mí?

Ness: No mucho. Zac ha decidido empezar la restauración del hotel sin el dinero del seguro. Dice que tanto si pagan como si no, está cansado de esperar.

Alex: ¿La compañía lo ha aprobado?

Ness: No lo sé. Pero su perito estuvo aquí hace unas semanas y no le dijo que tuviera que volver. Aunque existiera alguna prueba que se le hubiera pasado por alto, ha estado lloviendo, así que ya se habrá borrado.

Alex: Muy bien, ¿algo más?

Vanessa no tenía más información y le prometió que se emplearía a fondo en el trabajo. Salió de la cabina, aliviada. No le gustaba lo que estaba haciendo, así que decidió no pensar en ello. Ahora tenía una doble personalidad. La Vanessa que pintaba y estaba con Zac era real, pero la otra Vanessa cobraba vida solo en determinados momentos, cuando hacía preguntas supuestamente inocentes a la gente y cuando entraba en la cabina telefónica roja.


Zac salió del estudio y se dirigió a Vanessa. Estaba en el sofá, con las piernas extendidas, absorta en los bocetos del Mabinogion.

Zac: ¿Te apetece comer?

Vanessa asintió, dejó el cuaderno de dibujo y se incorporó.

Ness: Sí, por favor -enseñó un boceto a Zac-. ¿Quién és?

No le importaba que Zac viera los dibujos inacabados.

Zac se acercó, se inclinó para besarla y cogió el boceto. Representaba un jinete que galopaba en un río y arrojaba una cascada de agua a unos hombres que estaban asentados en una pequeña isleta. Uno de aquellos hombres llevaba la espada desenvainada, otro vestía ropas religiosas y el tercero llevaba un gran anillo. Estaban rodeados de tiendas y pabellones.

Zac: Avaon, hijo de Talyessin, arrojando agua sobre Arturo y su obispo. Muy bonito.

Ness: Estupendo.

Se puso de rodillas en el sofá, descansando las manos en la parte de atrás, y le ofreció el rostro a Zac para recibir otro beso.

Zac: Y ahora, ¿qué te parece si comemos?

Ness: ¿Hace mucho calor para una sopa?

Zac: Una ensalada estaría mejor.

Ness: Muy bien, ¿y unos sandwiches?

Cuando estaban comiendo, alguien llamó a la puerta. Zac abrió y entró un hombre corpulento, con la cara y las manos manchadas de hollín.

***: Zac, quiero hablarte de la zona que estamos restaurando.

Vanessa aún estaba sentada a la mesa, pero le dio la impresión de que Zac estaba preocupado.

Zac: Dime -dijo con prisa-.

***: Hemos encontrado algo que creo que te gustaría ver. Creo que deberías venir.

El techo tenía forma de L, como la casa, aunque era más pequeño en extensión. En la parte principal del edificio habían bajado el nivel del suelo, habían revestido las paredes y habían instalado la electricidad. En aquella zona estaban la lavandería y los almacenes del hotel.

Pero el espacio bajo el ala más grande, donde tuvo lugar el incendio, estaba a un nivel más bajo, era oscuro y estrecho y no lo habían modernizado. Ambas secciones se comunicaban por un muro grueso de piedra, en el que había unos escalones para acceder al nivel más alto, aunque el techo tenía la misma altura. Se detuvieron, ya todo estaba sucio y oscuro y no tenían electricidad. George encendió una linterna. Las paredes de piedra no se habían modernizado y la estrecha habitación estaba casi vacía. Más adelante, donde el fuego había causado más estragos, el sol se filtraba a través del tejado quemado y otorgaba al lugar un aspecto irreal propio de una fotografía de posguerra,

Vanessa nunca había vuelto a la casa en la que murieron sus padres. Se estremeció y se preguntó si tendría el mismo aspecto que aquel lugar, donde reinaban la destrucción y la desolación.

Por todas partes había tabla, soportes, enchufes y una serie de materiales que demostraban el trabajo que se estaba haciendo. Cuando llegaron Zac, Vanessa y George, encontraron a los trabajadores y a todos los clientes del hotel, que se volvieron en aquel momento para mirarlos.

Zac sacudió la cabeza al verlo.

Zac: ¿Estáis todos locos o qué? ¿Qué demonios hacéis aquí? ¡Esto se os puede derrumbar encima!

Priscilla: Pero, Zac... -dijo débilmente-. Creo que deberías detenerlos. No deben seguir. Por favor, ¡escucha!

Zac miró a George.

George: Te juro que no estaban aquí cuando salí a buscarte -le dijo, y después miró a su ayudante-. Alguien debe haber corrido la voz.

El ayudante empezó a balbucear una disculpa, pero Priscilla lo interrumpió.

Priscilla: ¡No! Nadie nos lo ha dicho. Algo me atrajo, Zac. Sentí el peligro. Por favor, escúchame.

Zac soltó una exclamación.

Zac: Si te mantuvieras alejada, lo comprendería mejor. Ahora quiero que todos los que no estén trabajando se vayan inmediatamente, por favor. Si quieren estar por aquí, manténgase apartados de la zona en obras.

Hablaba despacio, pero con firmeza.

Mona, Priscilla, Madeleine y Jeremy desfilaron entre los escombros hacia un lugar más seguro y allí se quedaron esperando, expectantes como niños. Zac se volvió hacia Vanessa.

Zac: ¿Vas a quedarte aquí?

Vanessa asintió. Había un fuerte olor a quemado. Si había algún peligro no dejaría sólo a Zac. Ya había perdido a sus padres en un incendio.

Zac pareció entender.

Zac: Muy bien. No te alejes de mí. Quiero que estés cerca por si hay algún problema. George, ¿qué posibilidades hay de que esto se derrumbe?

George sacudió la cabeza.

George: No muchas. Hemos estado limpiándolo todo y parece que lo que queda es sólido. Hoy hemos estado comprobando los cimientos. No se encuentran en muy buen estado, como puedes ver.

La luz se filtraba a través de parte de la pared derecha, donde había un gran agujero. Zac frunció el ceño.

Zac: ¿Qué demonios ha causado esto?

George: Bueno, las latas de gasolina estaban justo ahí, así que supongo que la explosión se concentró en ese lugar.

Zac: No pudo ser tan fuerte como para agujerear una pared de piedra.

George asintió.

George: Es lo mismo que yo pensé. Pero lo hemos comprobado y no hay ninguna duda. Detrás, debe de haber una habitación o un pasadizo que no conocíamos.

sábado, 27 de agosto de 2011

Capítulo 11


Vanessa salió de su habitación, apoyó en la pared el caballete y la caja de pinturas y cerró con llave. Después volvió a coger sus cosas y empezó a bajar las escaleras.

Solía bajar por la escalera principal. Pero había unas escaleras antiguas y estrechas que subían des­de la cocina hasta el apartamento de Zac; y aque­lla mañana, sin saber por qué, decidió bajar por ellas. En el piso siguiente tendría que ir por el pasillo hasta la escalera principal si no quería aca­bar en las cocinas. La distribución de la casa era un tanto extraña; había zonas que no se comu­nicaban entre sí y varios tramos de escaleras. Vanessa aún no las conocía muy bien.

Iba tarareando mientras bajaba con el aparatoso equipo. Zac había cumplido su promesa de la noche anterior y no la había dejado dormir hasta después del amanecer. Vanessa había dormido hasta tarde y se despertó cansada, pero contenta al des­cubrir que Zac ya estaba trabajando en el estudio.

Decidió empezar un nuevo cuadro aquella maña­na. No le parecía que la luz fuera apropiada para Excalibur, aunque su humor era el adecuado. Tal vez lo intentara.

Cuando estaba llegando al siguiente piso, la caja de pinturas resbaló y se abrió. Todos los tubos, pinceles, trapos y botes saltaron por las escaleras. Por mucho que Vanessa intentó sujetarlos no sirvió de nada y el bote de aguarrás salió disparado, cayó en el suelo y fue a parar en la puerta de una habitación, donde se rompió en varios trozos.

El olor inundó todo el lugar y se formó un charco que empezó a extenderse hasta el interior de la habitación. Vanessa no pudo evitar una exclamación; el aguarrás podía estropear el suelo. Lo dejó todo en el suelo y corrió hacia la habitación.

Golpeó la puerta.

Ness: ¿Oiga? -llamó, pero no obtuvo respuesta-.

La puerta estaba cerrada con llave. Acercó el oído y volvió a llamar. Escuchó algo parecido a un murmullo, tal vez el sonido de un pequeño motor, pero nadie respondió. Se dio la vuelta y bajó hasta la cocina.

Ness: ¡Molly! -gritó-. ¡Molly!

Era un poco más tarde de las once. La cocina estaba resplandeciente y Molly y Jane estaban de pie, tomando una taza de té, antes de proseguir con el trabajo. Las dos se sobresaltaron al verla.

Molly: Vanessa, ¿qué ocurre?

Les explicó lo que había ocurrido. Molly cogió un cubo, un trapo y un juego de llaves, y subió con ella las escaleras.

Molly: ¡Vaya! -Se tapó la nariz al sentir el olor del aguarrás-. Es la habitación de Priscilla y Madeleine -dijo mientras buscaba la llave-. Voy a limpiarlo. Salie­ron temprano y dijeron que no volverían hasta la tarde.

Abrió la puerta y la dejó abierta, como acos­tumbraba a hacer cuando limpiaba. No había nadie dentro, pero el murmullo que Vanessa había escu­chado se oía con más fuerza y Molly se quedó boquia­bierta y dio un pequeño grito. Vanessa se asomó para ver de qué se trataba.

En un rincón de la habitación había una enorme gotera. El papel de la pared ya estaba empapado, al igual que un trozo de alfombra, pero no parecía que hubiera grandes daños. Había una manta sobre un baúl de madera. Molly la cogió y la metió en la tubería rota para evitar que siguiera fluyendo el agua.

Molly: ¡Vete a avisar a Evan! -gritó a Vanessa-. Dile que corte el agua. -Cuando Vanessa ya se iba a marchar, añadió-: ¡Y que traiga la caja de herramientas!

Vanessa no perdió el tiempo y en cinco minutos, el encargado de mantenimiento del hotel cerró el agua, llegó a la habitación y reparó la avería, mien­tras Molly, Norah y Vanessa lo recogían todo.

Metieron la manta empapada en un cubo de basura para llevarlo a la cocina. Después, Molly y Evan levantaron la cama para que Vanessa y Norah pudieran recoger la alfombra.

Ness: ¡Vaya! -exclamó al levantar la alfombra-.

Debajo de la cama descubrió dos libros de bol­sillo, echados a perder por la humedad. Estaban abiertos y boca abajo, como si alguien que los estaba leyendo por la noche los hubiera puesto bajo la cama antes de dormirse. Vanessa los recogió y los dejó sobre la cama.

Se llevaron la alfombra, fregaron el suelo y después Vanessa cogió los libros y los llevó hacia la ventana abierta. El sol brillaba con fuerza y soplaba una suave brisa procedente de la colina. Los libros habían engrosado con el agua, pero Vanessa pensó que una vez secos se podrían leer.

Fantasmas de Gran Bretaña, y El diccionario de los Fantasmas. Vanessa sonrió. Sin duda Priscilla se estaba documentando para escribir su propio libro. La ilustración de la portada no parecía gran cosa y las de dentro resultaban demasiado extravagantes para un trabajo serio. Parecían propias de un aficionado. Vanessa pensó que ella podría haberlas hecho mejor.

«¡Una explosión fantasmagórica! En el bonito pueblo de Cheslyn Slade, Wiltshire, hubo una explosión que nadie pudo explicar en términos científicos. En la noche del 13 de junio de 1944... »

Vanessa dejó de leer, riendo. Era un libro para niños. No parecía una documentación muy valiosa para una parapsicóloga. Se preguntó qué haría Priscilla con un libro así. Abrió el otro libro. El estilo era parecido y no empleaba términos técnicos. Tenía algunas ilustraciones, pero la de la portada parecía del mismo autor del otro libro.

Vanessa frunció el ceño y después empezó a reír exageradamente. La autora de ambos libros era Diane Middleton. Parecía que descubría todos los pseudónimos al mismo tiempo. Priscilla, la parapsicóloga, la mujer que despreciaba el término «médium» y cualquier comparación con Madame Arcati, escribía libros baratos sobre fantasmas.

Se volvió, pero Norah y Molly se habían ido con las sábanas de la cama. Pensó que tal vez sería mejor que nadie más conociera el secreto de Priscilla.

Aunque a Zac sí se lo contaría. Era el tipo de broma que sabría apreciar.

A las doce estaban todos en la cocina, tomando otra taza de té y riendo, aliviados por haber evitado un posible desastre.

Norah: Gracias a Dios que se le cayó la caja de pinturas -dijo mientras rellenaba la taza de Vanessa­-. Afortunadamente, no ha pasado nada, pero de no haber sido por ti no nos habríamos dado cuenta en dos o tres horas.

Molly: O incluso en todo el día -añadió-. Yo acababa de limpiar la habitación. Y Priscilla y Madeleine se habían ido de picnic, así que no regresarían hasta tarde. El agua habría llegado hasta el salón, pero nadie lo habría notado, porque no se suele usar en un día normal -respiró profundamente y sacudió la cabeza-. Habría sido un desastre: todas sus ropas arruinadas, los colchones y las alfombras empapadas... ¡Gracias, Vanessa, por tirar la caja!

Vanessa sonrió y asintió. Pero estaba recordando que si no hubiera bajado por aquellas escaleras jamás habrían encontrado la tubería rota.

Frunció el ceño mientras pensaba. No solía utilizar aquellas escaleras, pero algo la había impulsado a hacerlo. Y mientras bajaba, se había sentido extraña.


Hacía un bonito día. Vanessa subió hasta la fortaleza y trabajó en el cuadro que había empezado una semana atrás, el de la mujer que observaba el valle. Era extraño, muy diferente a lo que solía pintar. Era la clase de cuadro que había pintado a veces para Stephen, el director de su tesis.

Stephen: Pareces captar el lado oculto de las cosas -le había dicho en una ocasión-. Espero que alguna vez seas capaz de captar tu lado oculto.

Se sentía incómoda trabajando con Stephen, sobre todo porque era incapaz de reconocer que tenía razón en lo que decía. Aunque con él había realizado sus mejores trabajos. En aquella época, lo único que sabía era que lo temía, pero desconocía la razón. Todo el mundo se sorprendió cuando decidió que un profesor distinto la ayudara en su tesis, y ahora lo comprendía. Durante el año que trabajó con el nuevo profesor, su trabajo no tenía la misma fuerza.

Siempre se había preguntado por qué temía tanto a Stephen y quería alejarse de él por todos los medios posibles. Ahora lo sabía. Era por la misma razón por la que había tenido miedo de Zac. Se había sentido atraída por él, una atracción demasiado fuerte para ocultarla. Y seguramente, si alguien se lo hubiera insinuado entonces, lo habría negado.

Sentía algo más que una atracción sexual por Zac. Desde el primer momento, había tenido la extraña sensación de que lo conocía. La presencia de Zac la había impulsado a descubrir su lado oculto. Si no hubiera tenido un trabajo que hacer, se habría alejado de él y seguiría negándose a ser deseada, a ser amada. Odiaría y temería al hombre que la atraía.

Seguiría siendo una artista mediocre y pintaría ilustraciones de libros como Fantasmas de Gran Bretaña.

Cogió otro cuadro y lo puso en el caballete. Se trataba de una vista inacabada del hotel y el valle. Había algo más a lo que no había tenido el valor de enfrentarse. Rápidamente, puso sobre la paleta un poco de naranja, rojo, amarillo, azul, marrón y negro. Con ligeras pinceladas, empezó a pintar el hotel en llamas; un incendio terrible propio de la peor pesadilla.

Con unos pequeños trazos perfiló la silueta de un hombre en una de las ventanas superiores. Estaba mirando la habitación en llamas en el momento en que el tejado se derrumbaba.

Abajo, en el exterior, un hombre alto llevaba en brazos a una niña vestida con un camisón rosa, que miraba hacia la ventana lanzando un grito desesperado.

«Lo supe entonces», pensó Vanessa mientras pintaba. «Desde el momento en que escuché aquel ruido infernal supe que no volverían. El resto fue una farsa».


Vanessa estaba abriendo la puerta de la habitación cuando Priscilla y Madeleine llegaban a la suya, en el piso inferior.

Oyó la voz de Madeleine al abrir la puerta.

Maddie: Qué extraño.

Priscilla: ¡Madeleine! -gritó-.

Vanessa se mordió los labios. Al parecer, no se habían encontrado a nadie que les avisara de lo que había sucedido, aunque Norah había dicho que estaría pendiente de su regreso.

Maddie: ¿Qué ocurre, Priscilla? -preguntó esperando algo horrible-.

Su voz sonaba alarmada y Vanessa pensó que la expresión de Priscilla debía ser algo digno de ver. Aunque en realidad no había de qué asustarse. Sólo había desaparecido la alfombra y faltaban las sába­nas de la cama.

Priscilla: ¡Dios mío! -exclamó al cabo de un momento-. ¿Qué ha pasado aquí?

Maddie: No tengo ni idea.

Vanessa dejó sus cosas dentro de la habitación, cerró la puerta y bajó las escaleras. Norah ya había llegado y encontró a las tres mujeres dentro de la habitación, con la puerta abierta.

Norah: Lo siento. Quería haberos avisado antes de que subierais. Afortunadamente, no ha habido nin­gún daño importante.

Priscilla: Jessica otra vez -dijo rotundamente-.

Maddie: Estoy segura de que sí habrá causado algún daño. ¿Se han manchado nuestras cosas?

Norah: No, sólo la alfombra y parte de las sábanas. Se rompió una cañería. El agua empezó a salirse, pero pudimos detenerlo a tiempo. Hemos pensado trasladarlas al otro extremo del vestíbulo, a la Guar­dería. Desde allí se ve el valle.

Hubo un momento de silencio.

Priscilla: Pero siempre hemos estado en la Capilla -dijo horrorizada-. Siempre que hemos venido hemos reservado esta habitación.

Norah: Sí, pero Zac ha pensado...

Maddie: Vamos a inspeccionar la otra habitación, Priscilla -dijo interrumpiendo a Norah-.

Norah: Pero...

Las dos hermanas se miraron entre sí y después a Norah.

Maddie: Mi hermana necesita sentirse cómoda en su habitación. Ésta era la antigua capilla, por supuesto. Pero hay otras habitaciones en las que le sería imposible quedarse, sobre todo ahora que el fantasma está en plena transición. Si la otra habitación es de nuestro agrado, no ten­dremos ningún inconveniente en trasladarnos. Vamos, Priscilla.

Pero a Priscilla aún no la habían abandonado las vibraciones negativas. Tan pronto como lle­garon a la otra habitación y abrió la puerta, se volvió.

Priscilla: No -dijo con voz suplicante-. Por favor, Madeleine.

Madeleine se mordió un labio.

Maddie: Sólo esta noche, Priscilla. Si mañana sigues teniendo la misma impresión... -se volvió hacia Norah-. Espero que la Capilla esté preparada para mañana por la mañana.

Norah: Por supuesto.

Priscilla: Creo que no voy a poder pegar ojo en toda la noche.


Alex: ¿Por qué demonios no me lo dijiste antes?

Vanessa no le había contado el incidente de la alfombra quemada.

Ness: Porque pensé que no tenía importancia. Pero ahora ha ocurrido algo, y a decir verdad, todo me parece muy misterioso. -Le habló acerca de la cañería rota-. Esto empieza a ponerse serio. Nadie habría resultado herido, pero habría sido motivo suficiente para reclamar el seguro.

Alex: Ya entiendo.

Ness: No pudo ser él. No sería tan estúpido. Eso empeoraría su situación con la compañía de seguros y tendría menos posibilidades de cobrar.

Alex: ¿Crees que alguien lo está saboteando?

Ness: No lo sé. Si quieres hacer caso a las parapsicólogas, ellas dicen que el fantasma está cambiando, o algo parecido. ¿Te lo dije? Dicen que ahora, después de pasar varios siglos gastando bromas inocentes, se ha vuelto siniestra y peligrosa. Cuando las hermanas se recuperaron del susto, Priscilla había dicho a Zac que podía ver la mano de Jessica en todo aquel asunto.

Alex: No las creo -dijo sin más-.

Ness: Muy bien. Empezaré a investigar a los demás.

Se sentía como una traidora al darle los nombres de los demás clientes y del personal y al contarle lo que sabía de ellos. Nunca había tenido una relación tan cercana con las personas a las que había investigado. Le contó todo lo que había averiguado a lo largo de las dos semanas anteriores, incluida la muerte del marido de Mona, en Arnhem; que Jeremy, emparentado con la nobleza, era un poeta que publicaba en pequeñas revistas presuntuosas; que Priscilla escribía libros sobre fantasmas bajo el pseudónimo de Diane Middleton; que Molly estaba casada con un granjero del pueblo; que el primo de Gwen, la camarera del bar, había trabajado para Zac; y muchas otras cosas.

Era una traidora, pero no podía hacer otra cosa. Si dejaba el trabajo, la compañía de seguros enviaría a otra persona, que con toda seguridad se esforzaría por demostrar la culpabilidad de Zac. Si el incendio había sido provocado por otra persona, Vanessa era la única que podía demostrarlo, y al menos, lo intentaría.

Y si no continuaba, tendría que volver a Londres. Era una idea que no soportaba, aunque no sabía muy bien por qué. Quería quedarse allí, y después de todo tenía sus motivos. Gales era un bello lugar, la tierra de sus antepasados. Y estaba pintando buenos cuadros. Tenía muchas razones para quedarse.


Ness: Mira.

Estaban cenando en el restaurante del hotel. Zac cogió la gruesa hoja de papel que Vanessa le tendía. Lo miró y levantó las cejas. Acercó el candelabro de la mesa para tener más luz.

Zac: ¿Cómo has podido hacerlo? -preguntó sorprendido. Era una acuarela que representaba El Sueño de Rhonabwy-. Es igual que el tapiz -dijo, como un niño-.

Ness: ¿Está bien?

Zac: Si no es una copia perfecta., se acerca mucho. -Volvió a mirarlo. Vanessa podía apreciar que le había gustado-. ¿Encontraste una fotografía o algo parecido? -Miró hacia la mesa en la que estaban cenando Mona, Madeleine y Priscilla-. ¿O es que los poderes psíquicos se contagian?

Vanessa rió.

Ness: Mona encontró una vieja fotografía en blanco y negro, no del tapiz, sino de alguien que posaba delante. Había olvidado que la tenía. Se aprecian la mayoría de los detalles. Sólo tuvo que recordar los colores. Por supuesto, la descripción de la historia me ayudó mucho.

Zac sonrió y colocó el boceto en un lado de la mesa. Después apartó la sal y la aceitera que tenía delante y volvió a mirarlo. Cogió la mano de Vanessa y se la besó.

Zac: No creo que la copia resulte demasiado gratificante a un artista, pero me gustaría tener un mural al óleo de esta escena. ¿Te interesa?

Ness: Me interesa, pero no creo que pueda conseguir una copia perfecta. Habrá algún toque personal y notarás la diferencia.

Zac: Razón de más para que lo pintes.


Subieron a través del bosque hasta lo alto de la colina. Habían dejado el camino hace tiempo, ya que Zac quería llevarla a un sitio especial. Los últimos treinta metros habían sido lo suficientemente inclinados para que Vanessa llegara jadeando. Cuando por fin llegaron, Vanessa respiro profundamente, mientras miraba a su alrededor.

Era un lugar mágico, iluminado por el sol, con un enorme roble en el centro. Los viejos árboles de Gales abundaban sobre el manto de hierba y flores silvestres.

Cerca del roble, cubierto de líquenes, se levantaba un menhir. Debía medir poco más de un metro. Aunque, de alguna manera, parecía tener algún poder. Los menhires siempre llamaban la atención, pero aquél lo hacía de una manera especial. Capturó la atención de Vanessa de inmediato.

Ness: Es absolutamente mágico -dijo después de tomar aire-. ­¿Cuánto tiempo lleva aquí? -Zac negó con la cabeza-. Debieron celebrar algún tipo de ceremonia aquí. Se puede sentir. ¿Tú crees que adorarían a los árboles?

Zac: Antes de Cristo asociaban a la Diosa Blanca con los árboles.

Vanessa avanzó por la hierba y bajo las ramas extendidas de los árboles, para tocar la piedra. Podía sentir el poder de la tierra bajo la mano.

Ness: ¿Vienes aquí con frecuencia?

Tenía la extraña necesidad de hablar en voz baja, como si estuvieran en una iglesia.

Zac asintió.

Vanessa seguía recibiendo mensajes de la piedra.

Ness: ¿Y qué haces?

Zac se encogió de hombros.

Zac: Leo, escribo, o simplemente me siento a pensar.

Ness: ¿Vamos a merendar aquí?

Zac: Si tú quieres.

Ness: Sería poco menos que un sacrilegio.

Zac: Supongo que habrán celebrado más de una ceremonia sagrada en este lugar. Es difícil saberlo.

Por fin, extendieron la manta y la comida bajo las ramas del roble y se dispusieron a comer en aquel lugar sagrado. Cuando saciaron el hambre, Vanessa volvió a llenar los vasos con el suave vino blanco, y se tumbó, apoyándose en una raíz que emergía de la tierra.

Ness: Deberías contarme alguna historia del Mabinogion.

Zac: Muy apropiado -asintió-.

Ness: Alguna que quieras que pinte.

Zac: Está la historia de Zac ap Zachary y la de Elen de las Huestes. ¿Cual prefieres?

Vanessa dudó.

Ness: ¿Las dos pertenecen al Mabinogion?

Zac: Más o menos. ¿Quieres que te hable del sueño de Máximo? Elen tiene algo que ver.

Ness: Sí, por favor.

Zac: Máximo el soberano.

Zac empezó a contar la historia con una suave y profunda voz, mientras Vanessa contemplaba el árbol y el cielo perfecto y azul.

Zac: Máximo era Emperador de Roma. Era sabio y apuesto, e idóneo para el gobierno. Un día reunió a todos sus diplomáticos y fueron a cazar a un valle cercano a Roma. Cuando el sol se levantaba sobre sus cabezas y el calor era insoportable, Máximo sintió sueño y decidió tumbarse a descansar a la orilla de un río. Y tuvo un sueño. Soñó que viajaba a través de montañas y llanos, siguiendo el curso de un gran río, hasta que llegó al mar. Allí embarcó en un formidable barco y navegó hasta una isla, y cruzó la isla para alcanzar el otro extremo. Llegó a una gran fortaleza. El tejado y las puertas eran de oro, y las paredes estaban incrustadas de joyas. Dentro, en una silla dorada, estaba la mujer más guapa que jamás había contemplado. La abrazó y se tendió con ella, pero entonces lo despertaron el ruido de los caballos y el gemido que el viento le traía a través de los campos.

Ness: Ah.

Zac rió.

Zac: Así que Máximo se enamoró de aquella mujer, y se sintió tan desgraciado al despertar y no encontrarla que se sumió en una profunda melancolía. Ya no quería cazar con sus hombres, ni escuchar canciones, ni beber. Sólo quería dormir, para soñar con su dama. Por fin, su hombre de confianza fue a hablar con él y le dijo que sus hombres estaban desolados, porque jamás se dirigía a ellos y no sabían qué hacer. Era preciso que reaccionara. De modo que reunió a sus sabios y les contó que estaba enamorado de una mujer que había visto en un sueño y era incapaz de interesarse por nada más. Los sabios le sugirieron que enviara mensajeros en busca de la mujer del sueño, y así al menos viviría con la esperanza de encontrarla. Máximo los envió por todo el mundo, pero al cabo de un año regresaron sin haberla encontrado. Entonces uno de los cónsules le propuso que tratara él mismo de encontrar el lugar de sus sueños.

Vanessa estaba absorta en la historia.

Zac: Máximo viajó hasta encontrar el río -continuó-, y entonces mandó a sus mensajeros que lo siguieran. Así lo hicieron, y encontraron todos los lugares que él les había descrito, hasta llegar a la fortaleza de la isla. Entraron y encontraron sentada en una silla dorada a Elen, hija de Eudav, con su padre y sus hermanos, Kynan y Avaori. Se arrodillaron delante de ella y, en nombre de Máximo, el emperador de Roma, le pidieron que se fuera con ellos. Pero Elen se negó, alegando que debía ser Máximo quien fuera hasta ella. Los mensajeros volvieron a Roma e informaron a Máximo, que emprendió viaje con su ejército. Conquistó la isla de Britania y llegó a la fortaleza de Eudav. Allí vio a Elen, tal como la había visto en el sueño. Aquella noche durmieron juntos y por la mañana ella le pidió el regalo que merecía, pues cuando la encontró era virgen. Máximo le dijo que la eligiera ella misma y Elen le pidió la isla de Britania para su padre y las tres islas mar adentro para ella, y también le pidió que construyera tres fortalezas en Arvon, Caerleon y Carmarthen. Más tarde tres caminos unirían las fortalezas.

Zac hizo una pausa y después continuó:

Zac: Máximo se quedó con Elen durante siete años, y al cabo de ese tiempo, le comunicaron que en Roma habían elegido a otro emperador. Se puso en marcha para reconquistar Roma, pero tras un año de aislamiento a la ciudad no conseguía la victoria. Mientras tanto, los hermanos de Elen reunieron un ejército con su nombre y lo enviaron a Roma, para ayudarlo. Máximo recuperó el trono y dejó que los hermanos conquistasen cuantos territorios desearan. Se hicieron con castillos y ciudades, y después Avaon y sus hombres volvieron a Britania, mientras que Kynan y su ejército se quedaron en la tierra que habían conquistado. Para preservar el idioma cortaron la lengua a las mujeres y, según la leyenda, ése es el motivo por el que aún se habla el celta en Gran Bretaña. Los tres caminos que unían las fortalezas se llamaron desde entonces los Caminos de Elen de las Huestes. Eligieron ese nombre porque los hombres de Britania se reunieron gracias a ella.

Vanessa estaba sumida en una especie de ensueño, mientras escuchaba la voz de Zac y recordaba cua­dros en su mente. Ahora el único sonido que escuchaba era el del viento sobre las hojas. Abrió los ojos y se resguardó del sol.

Ness: ¿Ya se ha acabado?

Zac: Me temo que sí. No solían exce­derse en los argumentos. Antiguamente, las leyen­das se daban a conocer a través de la música y la poesía.

Ness: Ya veo. ¿Y quieres que el resto de la información lo reflejen mis cuadros?

Sonrió, contento de que ella hubiera captado la idea.

Zac: Eso es.

Ness: Bueno, ya tengo ideas para unos cuantos cua­dros. El río, la fortaleza y la mujer en la silla dorada. Y los ejércitos, claro. ¿Es una historia real?

Zac: Está basada en algunos hechos reales. Hubo un hispano llamado Magno Máximo que prestó sus servicios al ejército británico durante el siglo cuatro. Las tropas lo proclamaron emperador y cruzó el canal, venció a los ejércitos romanos en Galia, Hispania y el norte de Italia, pero el empe­rador Teodosio lo derrotó en el 388 y lo decapitó. Incluso es posible que se fugara con alguna mujer galesa de la alta sociedad.

Ness: Es curioso que los romanos tomen parte en las leyendas de Gales.

Zac: Los romanos gobernaron durante tres siglos en estas tierras. Es lógico que dejaran alguna herencia. Me gusta esta historia porque creo que sugiere que, cuando los romanos conquistaron Gales la sociedad era matriarcal, y bajo la influencia romana cambió por completo.

Ness: ¿Sí? ¿Qué quieres decir?

A Vanessa la historia no le había sugerido nada parecido.

Zac: Era Elen quien estaba sentada en la silla dora­da, aun cuando su padre y sus hermanos estaban cerca. La silla debía de ser su trono. Y, aunque su padre estaba vivo, los romanos no le pidieron a él su mano, como sucede en las sociedades patriar­cales. Se dirigieron directamente a Elen. Y se negó a ir a Roma cuando el emperador la pidió en matri­monio, exigiendo que fuera él.

Vanessa parpadeó bajo la luz del sol.

Ness: Es verdad.

Zac: Cuando pide su regalo, no lo hace como si se tratara de un favor, como la mayoría de las mujeres. Exige el dominio de los territorios que Máximo ha conquistado. Y construye castillos y los une mediante caminos que después recibirán su nom­bre. Como cualquier gobernante, ella aprovechó los conocimientos de los conquistadores para el bien de su pueblo. -Cogió una manzana y se la frotó en el pantalón, con aire ausente-. Avaon y Kynan, sus hermanos, reunieron un ejército bajo su nombre, no el de su padre.

Ness: Ya veo.

Zac: ¿Y qué ocurrió? Máximo les otorgó el poder necesario para conquistar cuanto desearan. De repente, Kynan y Avaon obtenían poder, cuando antes lo recibían de su hermana. Ya ves, tomaron el concepto de la superioridad masculina de los romanos. ¿Y qué es lo primero que hicieron cuando tomaron el poder?

Ness: ¿Qué?

Zac: Cortaron la lengua a las mujeres. Silenciaron sus voces, como ocurrió desde entonces en todos los patriarcados. -Se inclinó y acarició la mejilla de Vanessa-. Creo que los romanos trajeron la idea de la superioridad masculina a Gales. Me gustaría que pintaras a Elen como una poderosa reina celta, Vanessa. El verdadero poder femenino.

martes, 23 de agosto de 2011

Capítulo 10


Más tarde Vanessa descansaba en el sofá, a salvo entre sus brazos. Se estrechó contra su pecho, ligeramente aturdida.

Ness: Nunca lo había hecho.

Zac: Ya me he dado cuenta -dijo no sin cierta sorpresa- ¿Cómo es posible?

Ness: Nunca pensé que alguien pudiera...

Zac esperó la respuesta, pero Vanessa fue incapaz de continuar.

Zac: ¿Que alguien pudiera qué? ¿Desearte? -dijo con incredulidad. Vanessa asintió. Zac se inclinó y la miró-. ¿Cómo puedes creer que alguien pueda no desear a una mujer tan guapa y atractiva como tú? ¿Y cómo es que nadie te lo ha demostrado?

Ella sonrió, sin acabar de creerlo.

Ness: ¿Crees que los otros hombres son como tú?

No estaba segura de haberse explicado bien.

Zac: Si lo que yo piense puede hacerte creer que eres deseable, la respuesta es sí, sin lugar a dudas. Pero no le des muchas vueltas -la rodeó con un brazo-, porque ninguno de ellos te tendrá.

Ness: Drew decía... Bueno, cambió de actitud cuando... -respiró profundamente antes de acabar la frase-. Cuando me vio desnuda.

De repente, la imagen de Drew se convirtió en un recuerdo estúpido. Entonces se dio cuenta de lo tonta que había sido al dejar que un momento desagradable le amargara la vida. Empezó a reír.

Ness: Fíjate, en el instituto era una figura en el deporte. Después consiguió una beca deportiva, se fue a una universidad estadounidense y se licenció en abdominales, o algo parecido.

Vanessa estaba tumbada de espaldas a Zac y la rodeó con los brazos y cubrió sus senos con las manos. De repente, Vanessa empezó a llorar. Por fin se sentía a salvo.

Ness: Gracias. -Al escuchar su voz quebrada por las lágrimas, Zac se inclinó y la besó en la mejilla. Él también tenía los ojos húmedos-. ¿Por qué lloras?

Zac: ¿Estoy llorando, cariño? Supongo que es porque tu explicación no tiene nada que ver con lo que había imaginado.

Ness: ¿Y qué habías imaginado?

Zac: Reaccionaste de una forma tan violenta el otro día en la fortaleza que pensé que alguien, de alguna manera, te había hecho odiar el sexo.

Ness: ¿Creías que me habían violado?

Zac: Algo parecido.

Ness: ¿Y qué pensabas hacer?

Zac: Esperar el tiempo que fuera preciso.

Vanessa supo que era sincero y que siempre podía haberse sentido segura a su lado. Habría estado dispuesto a esperar, sin perder la paciencia.

Zac: Pero me alegro de que no haya sido así -concluyó-.

Por la noche, Vanessa se despertó a su lado. La luna llena iluminaba la cama a través del tragaluz, pero Vanessa sentía que aquella luz provenía de sus propios ojos, como si fueran capaces de ver en la oscuridad. El mundo parecía mágico y distinto y se sentía como si acabara de nacer.

Se levantó de la cama y caminó por la habitación. Hasta entonces, nunca había dormido desnuda, y se deslizó entre la luz y las sombras, sintiendo que la propia luna la había aceptado tal y como era.

La luna aparecía perfectamente enmarcada en el tragaluz e iluminaba todo el salón. Vanessa levantó las manos sobre la cabeza e hizo una pirueta, alzó la cabeza hacia la luna y bailó al compás de una música que oía en su interior.

Escuchó el ulular de un búho y lo comprendió. Entendía a todas las criaturas de la noche, que adoraban como ella a la diosa luna. La noche vivía en su interior. Fue hacia la ventana y contempló la oscuridad, los colores misteriosos y los suaves movimientos de las sombras. Sobre la colina, vio la torre de la fortaleza, que se alzaba inplacable y parecía cobrar vida bajo la luz de la luna. Vanessa permaneció inmóvil durante un momento, casi sin respirar, contemplando aquella visión. Y deseó poder formar parte de la noche, como el búho, el zorro, el rocío que cubría la hierba y el canto de los grillos.

Los poetas hablaban del día de la creación, del despertar de la luz en la oscuridad. Para Vanessa aquella era la primera noche. Estaba segura de que el creador que había originado la luz, también había originado la oscuridad, ya que la noche no podía existir sin la ausencia del día.

Se dirigió hacia la chimenea y miró el sofá. Los recuerdos la asaltaron. Vio el rostro de Zac, su mirada profunda y apasionada y se estremeció. Pasó la mano por el brazo del sofá, con suavidad, y cerró los ojos, reviviendo las sensaciones de unas horas antes.

El búho volvió a ulular.

Ness: Gracias -susurró, en respuesta-. Gracias.

Cuando se volvió se fijó en la estantería, junto a la cual otra mujer, en otra vida, había estado arrodillada aquella tarde. Se acercó, sonriendo. Pensaba en la forma en que el amor había transformado a aquella mujer. La luna iluminaba la estantería y descubrió una sombra en el lugar en el que había colocado apresuradamente uno de los libros, justo cuando Zac llegó para cambiarle la vida.

Al colocar el libro debía haberlo empujado demasiado. Se inclinó y lo sacó. Heridas que sangran con profusión, de Taliesin. Abrió el libro y le quitó la cubierta de papel. Se quedó mirando la parte trasera frunciendo el ceño. La luz de la luna a veces engañaba.

Encendió la lámpara que estaba junto a la estantería para verlo mejor. No era un efecto de la luna. Sobre el nombre del autor, Taliesin, había una fotografía de Zac.

Cuando volvió a la cama, la luna había desaparecido. Se deslizó bajo las sábanas y se acercó a Zac. A pesar de la cálida noche, se había quedado helada, y se estrechó junto a él.

Zac: Mmm -murmuró, adormecido. La rodeó con los brazos-.

Ness: Nada.

Zac: Mmm.

Pensó que era maravilloso poder sentir su cuerpo cálido junto a ella. Se apretó más contra él y sonrió. Zac se revolvió como si de repente recuperara la consciencia.

Zac: ¿No puedes dormir?

Ness: No. ¿Zac?

Zac: ¿Sí?

Ness: ¿Tú eres Taliesin?, ¿el escritor?

Zac: Mmm.

Zac bostezó y se estrechó contra ella.

Ness: ¿Por qué no me lo dijiste?

Volvió a bostezar.

Zac: Supongo que lo iba a hacer en cualquier momento.

Ness: Eres famoso, ¿verdad?

Zac abrió los ojos y le rodeó la cintura.

Zac: No exactamente. ¿Te supone algún problema?

Ness: Claro que no.

Zac: Pensaba decírtelo mañana, si esto ocurría. He tenido una idea.

Ness: Cuéntamela.

Bostezó una vez más.

Zac: No. Ahora vamos a dormir.

Vanessa se abrazó a él, con la nariz a la altura de su cuello. Sintió el agradable aroma de su cuerpo y se recostó en su hombro.

Ness: ¿Qué idea has tenido?

Zac tenía los ojos entrecerrados y una sonrisa se perfiló en sus labios.

Zac: ¿Qué?

Ness: ¿Qué estás pensando? -repitió-.

Zac: ¿Ahora?

Ness: Sí.

Zac: La verdad es que estoy pensando en lo mucho que me gustaría volver a hacer el amor contigo y me preguntaba si tu cuerpo podría soportarlo. ¿Qué me dices?

Levantó la cabeza y le acarició el hombro y el brazo.

Ness: Estoy dolorida -admitió, sorprendida-. Hacer el amor es doloroso, ¿verdad?

Zac: Sólo la primera vez, cariño.

Ness: Ah.

Zac continuaba masajeándola y sus caricias le hacían temblar.

Zac: Siento que estés tan incómoda. -Se apoyó sobre el codo y la miró, mientras le apartaba el pelo de la cara. Vanessa lo miró y él sonrió-. ¿Si te beso el sitio que te duele te encontrarás mejor?

Aquella proposición la sobresaltó. Se mordió un labio.

Antes de que dijera nada, Zac se deslizó bajo la sábana, con las manos en sus muslos. Vanessa sintió la dulce presión de sus manos al separarle las piernas, y después otra presión diferente, como el roce de una pluma, que despertó todos sus sentidos. Gimió, disfrutando del placer que Zac le proporcionaba.


Ness: ¿Por qué escribes bajo un pseudónimo? -preguntó por la mañana-.

Se habían levantando temprano, y habían tomado la senda que llevaba a Pontdewi, con intención de desayunar allí. La noche anterior no habían cenado, y por la mañana, llegaron tarde para el desayuno. Aquello podría levantar sospechas entre los huéspedes del hotel, pero Vanessa era tan feliz que no le preocupaba.

Zac: Así que ¿no puedo ser un personaje anónimo?

Ness: ¿Alguna vez has publicado algo con tu propio nombre?

Zac: Nunca.

Ness: ¿Y no te gustaría?

Zac se dio la vuelta para mirarla.

Zac: Cuando tenía veinte años creía que si era famoso tendría más éxito con las mujeres.

Se reía tanto de sí mismo como de Vanessa, pero ella no pudo unirse a la broma. Aun así, creía que tras aquel tono bromista, había algo que no era tan divertido.

Le resultaba extraño. Ella nunca podría pintar bajo otro nombre. Pensaba que la vida era muy corta y que si podía hacer alguna contribución al mundo del arte, quería que se le reconociera. Pero el sol brillaba entre los árboles y aquel paisaje era demasiado bonito para pensar en algo tan fugaz como la fama y la inmortalidad.

Ness: ¿Por qué escogiste ese nombre?

Zac: Es el nombre de un poeta galés del siglo seis. Tal vez resulte un poco presuntuoso, pero tenía sólo veintidos años cuando lo elegí.

Llegaron al bar y pidieron un desayuno abundante: huevos, panceta ahumada, salchichas, tomate frito, champiñones y tostadas. Vanessa solía tener buen apetito, pero no tanto como para desayunar frituras. Sin embargo, aquella mañana estaba hambrienta.

Ness: Sabes cómo abrir el apetito a una chica. -Devoró su desayuno en un tiempo récord y miró la mesa en busca de algo más-. ¿Te vas a comer eso?

Zac rió.

Zac: Sírvete. -Pidió otra taza de café y se recostó en el respaldo de la silla-. ¿Te importa si te hago una proposición mientras comes?

Vanessa lo miró, sorprendida.

Ness: Adelante. ¿Tiene algo que ver con lo que dijiste anoche?

Zac: ¿Has leído el Mabinogion?

Ness: Aún no.

Vanessa hizo una mueca. Zac le había dejado un ejemplar, pero lo único que había leído era El Sueño de Rhonabwy.

Zac: Me gustaría que lo leyeras, avísame cuando lo termines. Quiero que me digas si te resultaría interesante pintarlo. Algunas escenas de cada cuen­to del Mabinobion. Ya te dije que quería escribir un libro. Creo que podríamos hacerlo jun­tos. Yo me encargaría del texto y tú de las ilus­traciones. ¿Qué te parece?

Vanessa respiró profundamente, emocionada. Aquél era un proyecto fascinante, y el argumento de El Sueño de Rhonabwy merecía la pena. Había algo que la atraía en la sencillez de la historia y en la descripción de los trajes. Podía tratarse de su trabajo más importante, la oportunidad de desarrollar un tema en varios cuadros.

Ness: Me encantaría hacerlo. ¿Puede haber alguien interesado? ¿Tendremos posibilidades de publicarlo?

Zac sonrió, le tomó la mano y la besó.

Zac: Creo que te lo puedo garantizar.

Por la tarde dieron un largo paseo y visitaron unos yacimientos romanos y una iglesia del siglo doce. Después volvieron al hotel. Norah salió de la oficina, donde estaba viendo la televisión.

Norah: Ha tenido una llamada -le dijo a Vanessa-.

Ness: ¿Ashley?

Era la única amiga a la que había dado el número del White Lady.

Norah miró a Zac.

Norah: No. Era un hombre, Alex. Quiere que le devuelva la llamada.

Vanessa se quedó boquiabierta. Aquello la hizo des­pertar de su sueño y volvió a tomar contacto con la realidad. Se había olvidado por completo de Alex y de su trabajo. Durante las últimas veinte horas, fue como si no existiera. Miró a Norah y se sonrojó. Estaba segura de que creía que tenía una relación con otro hombre y que Zac era solo un entretenimiento. Pero lo que no imaginaba era lo que Zac pensaba. Estaba detrás de ella, sin decir nada.

Ness: Gracias. ¿A qué hora llamó?

Intentó que su voz sonara indiferente.

Norah: A las nueve de la mañana. Molly fue a buscarla a la habitación, pero no estaba.

Ness: No.

Vanessa pensó que lo único que faltaba era poner un anuncio en el periódico que dijera: “Zac y Vanessa Han Pasado La Noche Juntos.

Ness: Gracias. Lo llamaré.

Se preguntó qué querría Alex. Era extraño que llamara.

Norah: Si quiere, puede llamar desde la oficina.

Era evidente que pensaba que Vanessa quería hablar en privado. Pero Norah estaba demasiado interesada como para arriesgarse a llamar desde el hotel. Decidió que bajaría a Pontdewi.

Ness: Gracias. Creo que le llamaré más tarde. No corre prisa.


Alex: ¿Qué demonios pasa, morena? Deberías haber llamado ayer. ¿Qué ocurre?

Ella misma se sorprendió. Había perdido por completo la noción del tiempo.

Ness: Lo siento. Me olvidé. No hay nada nuevo por aquí, Alex. Quiero decir que sigo convencida de que él no lo hizo. De hecho, no creo que nadie provocara el incendio, a menos que fuera el fantasma. Fue un accidente.

Alex: Vaya, estoy deseando decírselo a nuestro cliente -dijo, con ironía-. Mira, me da igual con quién te estés entreteniendo, pero no bajes la guardia, ¿de acuerdo? Los del seguro están decididos a demostrar que el dueño provocó el incendio. Si no consigues encontrar pruebas, me va a resultar muy difícil justificar todo el tiempo que llevas allí. Así que por las noches haz lo que quieras, pero durante el día, quiero que hagas algo que merezca la pena.

Vanessa estaba asombrada. Parecía como si todo el mundo lo supiera.

Ness: No seas estúpido, Alex -se defendió. Pensó que el tono de su voz la traicionaría, descubriendo sus verdaderos sentimientos-. Muy bien, intentaré pensar algo. Tal vez deberíamos centrarnos en los clientes. A fin de cuentas, con excepción de las parapsicólogas, los demás residen aquí de manera permanente y estaban cerca cuando el fuego empezó. Todo el personal es galés. Podrías fingir que creemos que existe una conexión con los nacionalistas.

Alex: No se lo tragarían. ¿Tiene novia?

Ness: ¿Qué? -preguntó, sorprendida-.

Alex: ¿Está liado con alguna clienta?

Ness: No lo sé -contestó dudando-. Creo que no.

Alex: ¿Tal vez en el pueblo? Averígualo. Pon el cerebro en marcha, cariño, y llámame mañana.

Pasó la tarde pintando y no vio a Zac hasta la hora de cenar. No le hizo ningún comentario respecto a la llamada telefónica. A juzgar por la cara de Molly, Zac debió pedirle una botella de un vino muy especial. Después entablaron una conversación sin importancia. Pero el brillo en sus ojos le daba otra impresión. Era como si creciera una llama mientras la observaba, absorbiéndola por completo.

No sabía qué ocurriría, pero de lo que estaba segura era de que Zac pretendía hacer el amor con ella de nuevo y volver a pasar la noche a su lado. Aquella idea la inquietó y estuvo nerviosa durante toda la velada. Sus ojos la trastornaban y temblaba al ver la seguridad con que cogía la copa de vino, y al escuchar aquella voz que despertaba sus instintos.

Zac sonrió con tristeza y sacudió la cabeza. De repente, Vanessa se sobresaltó. Jeremy estaba golpeando su vaso con una cuchara para llamar la atención. Todos los residentes estaban allí y había algunos clientes más. La mayoría de ellos había acabado con el plato principal. Todos guardaron silencio.

***: ¿Vas a leernos otro poema, Jeremy?

Jeremy se levantó. llevaba una hoja de papel. Hizo una reverencia.

Jeremy: “Cinco años antes del eclipse” -anunció, y después empezó-

«Cinco años antes del eclipse
Mi padre
despertando en la cama
vio la sombra de su futuro en el abigarrado
armario de la vida.
Cinco años antes del eclipse
vio la sombra de la tierra
y su fragilidad.
Lo hizo llorar
por la luna llena que nunca volvería a ver
por su esplendor.
Cinco años antes del eclipse
mi padre sabía
que la vida ya no lo esperaría».

Todo el mundo aplaudió y lo felicitó. Vanessa no había entendido el poema, pero también se sumó a los aplausos.

Ness: No entiendo mucho de poesía -le dijo a Zac. Él se inclinó sobre la mesa-.

Zac: En este caso no necesitas entender nada -su­surró-. Tengo la impresión de que el autor tampoco lo entiende.

Ella rió con ganas.

Ness: ¿Tan malo es?

Zac: Un poco pomposo.

Ness: Ni siquiera sé lo que significa.

Zac sonrió.

Zac: Imagínate un plato de fabada fría.

Vanessa rió con tanta fuerza que algunas personas se volvieron para mirarla.

Ness: ¿Y consigue publicarlo?

Zac: Eso dice. Imagino que lo hará en alguna presumida revista literaria.

Molly llegó con el postre y el café.

Ness: No debería tomar café -dijo una vez que Molly se fue-. Después no podré dormir.

Zac: Si el café no lo consigue, yo me encargaré -le prometió-.

Vanessa era incapaz de explicar el efecto que su voz le causaba. Sentía un nudo en el estómago, se quedaba sin habla y una corriente le recorría el cuerpo. Lo miró, estuvo a punto de hablar un par de veces pero no pudo hacerlo. Zac la miraba a los ojos todo el tiempo.

Ness: ¿De verdad? -dijo por fin-.

Zac sonrió.

Vanessa tomó un sorbo de café.

Ness: Éste sitio es un poco raro, ¿verdad?

Zac: ¿Tú crees?

Ness: Bueno, no es normal que en un restaurante uno de los clientes se levante y recite un poema -se encogió de hombros y sonrió-. ¿Lo hace a menudo?

Zac: Cada dos por tres.

Ness: Me sigue pareciendo extraño.

Zac: Tal vez sea el amor que sienten los galeses por la poesía -sugirió-. La costumbre de recitar poesía está muy arraigada aquí. Se llama eisteddfod.

Vanessa tenía en la habitación un folleto sobre los diferentes certámenes de poesía y música que se celebraban por todo Gales.

Ness: Pero suele hacerse en galés, ¿no?

Zac: Bueno, de vez en cuando usamos el inglés -sonrió-. ¿Te gustaría ir a un certamen de eis­teddfod auténtico?

Ness: ¿Va a haber alguno pronto?

Zac asintió.

Zac: Dentro de dos semanas. Te llevaré.

Aquello la devolvió a la realidad. No podría que­darse una vez que hubiera acabado el trabajo.

Ness: Bueno, no sé si aún estaré aquí -dijo con torpeza-.

Zac la miró, dispuesto a decir algo, pero se contuvo.

Se encogió de hombros.

Zac: Bueno, te llevaré si estás.

Lo dijo como si no le importara demasiado, pero Vanessa presentía que aquello no era lo que sentía.

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